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El Imperio bizantino había quedado muy debilitado tras la batalla de Mankizert contra los turcos selyúcidas en 1071. Con la guerra civil posterior que culminó en la batalla de Calabritae en 1078, tras la cual subió al trono Bizantino un general capaz, Alejo Comneno en 1081, que decidió hacer frente de manera enérgica al expansionismo turco selyúcida. Pero pronto se dio cuenta de que no podría hacer el trabajo solo, por lo que inició acercamientos con Occidente, a pesar de que las ramas occidental y oriental de la cristiandad habían roto relaciones en el Gran Cisma de 1054.
Alejo estaba interesado en poder contar con un ejército mercenario occidental que, unido a las fuerzas imperiales, atacaran a los turcos en su base y los mandasen de vuelta a Asia Central. Deseaba en particular usar soldados normandos, los cuales habían conquistado el reino de Inglaterra en 1066 y por la misma época habían expulsado a los mismos bizantinos del sur de Italia. Debido a estos encuentros, Alejo conocía el poder de los normandos, y entonces los quería como aliados.
Por otra parte, los turcos selyúcidas también habían avanzado en dirección sur, hacia Siria y Palestina. Una tras otra, las ciudades del Mediterráneo Oriental cayeron en sus manos, y en 1070, un año antes de Manzikert, entraron en la Ciudad Santa, Jerusalén. Los turcos eran menos tolerantes que los árabes con los peregrinos, y pronto empezaron a llegar numerosos rumores acerca de torturas y otros horrores cometidos contra peregrinos en Jerusalén por las autoridades turcas.
Alejo envió emisarios a hablar directamente con el papa Urbano II, para pedirle su intercesión en el reclutamiento de los mercenarios. El Papado ya se había mostrado capaz de intervenir en asuntos militares cuando promulgó la llamada «Tregua de Dios«, mediante la cual se prohibía el combate desde el viernes al atardecer hasta el lunes al amanecer, lo cual disminuyó notablemente las contiendas entre los pendencieros nobles. Entonces era otra oportunidad de demostrar el poder del Papa sobre la voluntad de Europa.
En 1095, Urbano II convocó un concilio en la ciudad de Plasencia. Allí expuso la propuesta del Emperador, pero el conflicto de los obispos asistentes al concilio, incluido el Papa, con el Sacro Emperador Romano Germánico, Enrique IV (quien estaba apoyando a un antipapa), primaron sobre el estudio de la petición de Constantinopla. Alejo tendría que esperar.
El llamamiento formal de Urbano II sucedió en el penúltimo día del Concilio de Clermont (Francia), jueves 27 el de noviembre de 1095, cuando proclamó, al grito de “Dieu lo volti” (Dios lo quiere), “quienes pierdan la vida en esa empresa ganarán el Paraíso y la remisión de sus pecados«.
La noticia sorprendió a Alejo, pues lo último que deseaba era precisamente una cruzada. Las cruzadas comenzaron el año 1095 y finalizaron el 1291, y en total hubo nueve cruzadas a Tierra Santa, las cuatro primeras se consideran las cruzadas mayores y las cinco últimas cruzadas menores:
- Primera Cruzada (1095-99). Fue decidida en el concilio de Clermont por el Papa Urbano II, estuvo dirigida por Godofredo de Bouillón, Raimundo IV de Tolosa y Bohemundo I de Tarento. Tomaron Nicea (1097) y Antioquia (1098), culminó con la conquista de Jerusalén (1099) y la formación de los Estados latinos en Tierra Santa: el reino de Jerusalén (1099), el principado de Antioquia (1098) y los condados de Edesa (1098) y Trípoli (1199).
- Segunda Cruzada (1147-49). Fue predicada por San Bernardo de Clairvaux tras la toma de Edesa por los turcos. Se emprendió para auxiliar a los franceses de Palestina amenazados en Jerusalén. Fue dirigida por Luis VII de Francia y el emperador Conrado III de Alemania, terminó con el inútil asedio de Damasco (1048).
- Tercera cruzada (1189-92). Fue provocada por la toma de Jerusalén (1187) por el sultán egipcio Saladino. Fue dirigida por Ricardo Corazón de León, Felipe II Augusto de Francia y Federico III del Sacro Imperio Germánico, no alcanzó sus objetivos, aunque Ricardo tomaría Chipre (1191) para cederla luego al Rey de Jerusalén, y Acre (1191).
- Cuarta Cruzada (1202-04). Inspirada por Inocencio III contra Egipto, terminó desviándose hacia el Imperio bizantino por la intervención de los venecianos, que la utilizaron en su propio beneficio. Dio como resultado la toma y saqueo de Constantinopla (1204) y la constitución del Imperio latino.
- Quinta Cruzada (1217-21). Fue inspirada por el Papa Inocencio III, pero se llevó a cabo con el Papa Honorio III. Fue dirigida por Andrés II Rey de Hungría; Leopoldo VI, Duque de Austria; Juan de Brienne, Rey del reino Jerusalén y Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Tomaron Daimieta (1219), pero fueron derrotados en el Cairo, se firmó una tregua de ocho años.
- Sexta Cruzada (1228-29). Tuvo la particularidad de que el jefe de la expedición, Federico II de Alemania, estaba excomulgado, y en vez de atacar a los musulmanes negoció con ellos, obteniendo que los peregrinos pudiesen visitar Jerusalén.
- Séptima Cruzada (1248-54). Fue inspirada por el papa Inocencio IV, que hizo un nuevo llamamiento a los príncipes cristianos. Luis IX de Francia asumió la dirección de la cruzada. Tenía por objetivo Egipto, los cruzados tomaron Daimieta (1249), se le ofrecieron cambiar Daimieta por Jerusalén, pero rechazaron la oferta, siendo derrotados en el Cairo y el propio rey fue hecho prisionero, teniendo que pagar un rescate.
- Octava Cruzada (1270). Fue puesta en marcha por Luis IX, rey de Francia, la idea era dirigirse primero a Túnez, y posteriormente a Egipto. Terminó con la muerte de Luis de Francia (más tarde San Luis), víctima de la peste.
- Novena Cruzada (1271-72). Fue puesta en marcha por el príncipe Eduardo de Inglaterra, que en un principio se dirigió a Tunez para unirse a la Octava, al suspenderse navegó hacia Acre para ayudar a Bohemundo VI, príncipe de Antioquía contra los Baybar y sus mamelucos. Abandonó la cruzada al enterarse de la muerte de su padre.