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Antecedentes
La subida al trono de Romano IV Diógenes, un militar, llevó a la organización de un ejército de 70.000 hombres para reconquistar el terreno perdido ante los turcos.
Aprovechando que las luchas por la sucesión tras la muerte de Tugrül y que había debilitado a los seljúcidas. Romano IV decidió recuperar las posesiones perdidas a manos de los turcos.
En el 1068 concentró su ejército en Frigia, donde estaba invernando Alp Arslan, este levantó el campamento enviando la mitad de las fuerzas hacia al sur y la otra mitad hacia el norte. Cuando la horda del norte había invadido el Ponto y estaba saqueando Neocesarea (Niksar), Romano dejó el tren de bagajes en Sebaste (Sivas), cruzó las montañas y cayó de manera repentina sobre los turcos que se vieron obligados a dejar el botín y los prisioneros. Volvió luego hacia el sur, atravesó los montes Tauro e invadió el territorio de Alepo, volviendo por Alejandreta hacia Podantus (Bazanzi Han). Una vez allí se enteró de que las hordas estaban saqueando el país de Armorun (Karapuna). Se dirigió contra ellos, pero se retiraron con tanta rapidez que fue imposible cortarles el paso. En enero del 1069 regresaron a Constantinopla.
Poco tiempo después inició su segunda campaña, pero tuvo que ser detenida por la sublevación de mercenarios francos en Armenia. Dominó la revuelta y marchó hacia Capadocia, donde los turcos estaban arrasando la zona de Cesárea (Kaiserie). Liberó la provincia y cruzó el Éufrates con la intención de marchar a Khilat (Ahlat), en la orilla del lago Van. Mientras estaba asediando la ciudad, sufrió una derrota en un lugar más avanzado y los turcos se dirigieron hacia Iconun (Konia). Romano regresó a Sebaste y partió hacia el sur, cercando al enemigo en Heraclea (Kybistra), pero los turcos pudieron abrirse paso y escapar en dirección a Alepo, abandonando el botín.
Al año siguiente 1070, con el fin de evitar que cayese Bari (Apulia, Italia) a manos de los normandos, confió el ejército oriental en manos de Manuel Comneno, que estableció su cuartel general en Sebaste. Manuel avanzó contra una horda turca, mandada por Arisiaghi, cuñado del sultán, que fue derrotado y hecho prisionero. Alp Arslan pidió la extradición y como no se la concedieron, volvió a empuñar las armas, sitiando y conquistando Mazinkert, y avanzando hasta Edesa (Urfa), pero al no poderla tomar regresó a Persia.
En 1071, tras la caída de Manzikert, Romano inició la cuarta y última campaña. Tras atravesar Anatolia y asegurar algunos fuertes en el camino, llegó a Sebate donde reunió un poderoso ejército de unos 60.000 soldados, incluidos los de caballería pesada, los catafractos, a los que se sumaban numerosos contingentes de infantería, de los cuales solamente la mitad eran bizantinos; el resto eran mercenarios turcos o normandos. De los soldados bizantinos, una parte estaba al mando del estratego Andrónico Ducas, perteneciente a una familia rival al emperador. En cuanto a la Guardia Varega, una gran parte se quedó en Constantinopla, no interviniendo en la batalla.
Siguió hasta Todosiópolis o Arzen a principios de julio y se procuró provisiones para dos meses de campaña, pues estaba al tanto de que la región que tenía delante había sido esquilmada hasta los cimientos por los algareros selyúcidas. Las etapas siguientes eran las más difíciles del largo viaje: el gran ejército debía virar hacia el sudeste, en dirección al lago Van, y, atravesar una serie de cadenas montañosas cortadas por amplios valles, y finalmente aparecer ante las murallas de la fortaleza de Mantzikert.
En contra de la opinión de sus generales, dividió sus fuerzas, envió un destacamento al mando del normando Roussel de Bailleul, integrado por escuadrones auxiliares latinos y turcos, para correr la provincia hasta el fuerte de Ahlat, detrás de este iba José Tarchaniotes con tagmatas y rusos. El cuerpo principal, por su parte, tomó la ruta de Mantzikert para sitiar la fortaleza. Cada uno debería tener en torno a los 20.000 efectivos
Romano IV envió un destacamento turco de avanzadilla mientras él seguía hacia Manzikert. No se sabe qué fue de los mercenarios turcos, si fueron atacados o simplemente desertaron, pero no se volvió a saber de ellos.
A principios de agosto, el ejército imperial se había plantado delante de los muros de Mantzikert, tras lo cual los ingenieros griegos empezaron a ensamblar la pesada maquinaria de asedio. Una decidida carga ejecutada por los mercenarios armenios contra la acrópolis decidió la suerte de la jornada. Superada ampliamente en número y aislada del exterior, la guarnición turca optó por negociar la rendición de la fortaleza a cambio de un salvoconducto.
Alp Arslan no estaba en Persia, sino en Siria y al enterarse de que el emperador estaba en Mantzikert, decidió a pesar del escaso número de efectivos, avanzar hacia el norte a Mosul, donde se reunió con el cadí de Manzikert y otros fugitivos reuniendo 14.000 soldados entre kurdos y turcos. De allí se dirigió a Khoi, donde se detuvo para esperar refuerzos de Azerbaiyán. De allí se dirigió a Ahlat con el fin de liberarla. Parce ser que las vanguardias cogieron por sorpresa a las fuerzas del armenio Tarchaniotes y del normando Roussel de Bailleul, causándoles numerosas bajas, estos retrocedieron en dirección a Malatya, en vez de dirigirse a Mantzikert donde estaba el grueso, sin informar a Romano.
Era imperioso para los bizantinos reponer la dotación de vituallas que habían ido consumiendo desde la partida de Teodosiópolis (Arzen). Para ello se conformaron patrullas de reconocimiento y forrajeo para recorrer las inmediaciones del lugar, algunas de las cuales llegarían inclusive a alcanzar en su desesperada búsqueda los bordes del reino de Georgia y lugares tan distantes como Ardanuji y Oltis. Los turcos de Soundaq, que componían las avanzadas del ejército del Sultán, advirtieron de inmediato las ventajas que les ofrecía la dispersión del enemigo y se separaron en pequeñas bandas para emboscar a los forrajeadores.
La noticia de que varias patrullas habían sido atacadas cuando regresaba de una misión de reconocimiento encendió la alarma en el campamento imperial. Por tanto, resolvió encomendar a Nicéforo Brienio la misión de limpiar de turcos los caminos utilizados para forrajear. Acorde con las instrucciones dadas por el Emperador, Brienio debía barrer una zona muy extensa, que iba desde el monte Ararat, al Norte, hasta la fortaleza de Arjish, ubicada a orillas del lago Van, al Sur. Brienio no pudo con las patrullas turcas que lo acosaban a distancia y solicitó refuerzos a Romano. Despachó a Nicéforo Basilacio, con una numerosa fuerza, para sostener la posición de Brienio. Ante la llegada de Basilacio, Soundaq y sus tropas se retiraron hacia el sur.
Brienio fue herido y su asistente tomado prisionero, la captura de Basilacio por los turcos despertó la ansiedad en Romano. El emperador no tenía idea todavía de que la otra parte de sus tropas había sufrido un número considerable de bajas a manos de Arl Arslan y entonces se hallaban en plena desbandada, y que este se dirigía hacia Mantzikert.
Finalmente, Romano decidió abandonar la seguridad del campamento y salir en busca del enemigo en dirección a Ahlat. La ruta que siguió se hallaba flanqueada por ambos lados de montañas no muy altas cuyas colinas permitían una visual detallada de la meseta que se encontraba debajo. De momento no descubrió turcos en la distancia, de modo que permaneció allí hasta el crepúsculo, cuando la penumbra le obligó a retornar a sus bases en Mantzikert.
Entonces, Alp Arslan con la caída del sol, ordenó a sus arqueros disparar contra las carpas del ejército imperial, ataque que se prolongó casi hasta el amanecer.
Por la mañana Romano celebró un consejo de guerra sobre las líneas de acción a seguir, cuando apareció una embajada turca ofreciendo una tregua. Los Bizantinos la rechazaron, ya que consideraban que era una muestra de debilidad del enemigo.
El 19 de agosto, advirtiendo que su campamento había sido cercado por el ejército del sultán, Romano decidió no esperar más y dar batalla. Sacó pues del perímetro fortificado a sus tropas al este de Mantzikert a sus hombres en dos líneas y una reserva.
Despliegue inicial
El ejército bizantino estaba compuesto de 25.000 a 30.000 efectivos, los desplegó en dos líneas y una reserva.
Primera línea: a la izquierda los themas occidentales, en su mayoría griegos procedentes de Macedonia, Tracia y Tesalia, además de escuadrones suministrados por los príncipes eslavos vasallos mandados por Nicéforo Brienio. A la izquierda mandado por Teodoro Alyattes con themas asiáticos de Armenia, Carsiano y Capadocia, aunque también había jinetes armenios y georgianos. Ambas alas fueron reforzadas mediante caballería liviana, pechenega y uza, posiblemente con el fin de neutralizar cualquier maniobra envolvente que pudiera desplegar el enemigo.
Segunda línea: mandada por Romano en persona se preparó para dirigir a un selecto grupo de combatientes, quince mil soldados aproximadamente, suministrados por los restantes themas asiáticos y por los tágmatas así como la Guardia Varega.
Reserva: compuesta de soldados de infantería, jinetes francos y normandos, y la mayor parte de la Etairia, conformada por mercenarios al mando de Andrónico Ducas. A su retaguardia, el campamento quedó a cargo infantes para defender el campamento y los heridos y convalecientes que habían dejado los enfrentamientos de los días anteriores.
El ejército seljúcida tenía entre 30.000 y 35.000 efectivos, estaba formado en su mayoría por caballería ligera compuesta de selyúcidas, turcomanos, pachenegos, uzos y desertores cumanos, desplegó en una sola línea: Soundak en el ala izquierda, el eunuco Taranges, en el centro y en la derecha Tarmes después de su deserción, mantuvo una reserva de 10.000 jinetes.
Primera fase
Los turcos dieron inicio a la batalla aproximándose a la primera línea y realizando una descarga interminable de flechas que aguijoneaba a hombres y bestias por igual, a una distancia prudente. El ataque fue respondido desde los flancos por los aliados turcos, que pronto fueron masacrados debido a la superioridad numérica.
Por fin, harto de ser vapuleado por las flechas musulmanas, Romano dio la orden de avanzar. Los turcos se replegaron y se mantuvieron lejos de las lanzas bizantinas. Pero la caballería bizantina mantuvo el paso sin romper la formación lineal, pero a medida que progresaban, muchos jinetes fueron descolgándose debido al cansancio y la formación fue perdiendo cohesión, hasta llegaron casi al el mismo campamento del sultán.
Segunda fase
El sultán había desplegado su infantería delante del campamento, cuando los jinetes turcos estaban cerca de ellos, se abrieron por las alas, atacando por los flancos y retaguardia de los bizantinos que quedaron completamente rodeados. La primera línea esperaba saciar la sed en el campamento turco, viéndose privados del agua que comenzaba a afectar jinetes y animales tanto como lo hacían las flechas turcas.
El emperador vio que sus tropas se estaban agotando y ordenó la retirada para acogerse a la segunda línea.
Los restos de la primera línea se reagruparon con la esperanza de recibir refuerzos de la reserva, pero quedaron aislados.
Alp Arslan decidió que había llegado la hora de jugarse la jornada en un contraataque masivo y envió a 10.000 jinetes de reserva para atacar a la segunda línea y reserva mediante una maniobra de pinza.
Tercera Fase
Los mercenarios normandos decidieron no intervenir, mientras que la retaguardia, dirigida por Andrónico Ducas, se dio a la fuga dejando desamparado al Basileo, volviendo a Constantinopla a apoyar sus propios intereses políticos.
Pronto, el espacio vacío dejado por la reserva bizantina fue ocupado por los jinetes selyúcidas, que acabaron encerrando completamente al ejército imperial en un amplio círculo.
El emperador continuó luchando con fiereza, flanqueado por la Guardia Varega. Fue herido y rodeado. Anochecía ya cuando cubierto de sangre y sudor y cargado de cadenas, Romano fue conducido en presencia de Alp Arslan.
Secuelas
Las bajas fueron de 10.000 a 15.000 muertos en los bandos bizantinos y considerables en el bando turco.
El emperador derrotado convino con el sultán Alp Arslan un rescate, un tributo anual y la cesión de algunas plazas, con lo que le dejó en libertad.
Sin embargo, a su vuelta Romano IV se encontró con que había sido depuesto. Fue apresado por los Ducas, cegado, torturado y abandonado a su suerte. El nuevo basileus Miguel VII no quiso cumplir los compromisos del emperador depuesto, por lo que los seljúcidas se consideraron libres del tratado.
A partir de 1073 los turcos selyúcidas comenzaron a invadir Anatolia, ya sin oposición.
La política seguida por los sultanes selyúcidas y la propia dinámica interna de los turcos los convertían en un poderoso Estado respaldado por un ejército muy efectivo, pero frágil en sus estructuras clánicas, que provocaban la fragmentación política y la debilidad del Sultanato. Para recompensar la participación de los líderes selyúcidas en los siempre presentes conflictos, el sultán los regalaba con tierras del iqta, señoríos con autonomía para la manutención de sus ejércitos. Estos terminaron por convertirse en principados independientes que avivaban la guerra civil y a los que tuvieron que enfrentarse los últimos sultanes sin demasiado éxito.
Miguel VII Ducas, demostró ser un hombre incapaz y poco dotado para llevar las riendas del Imperio, la situación se fue progresivamente deteriorando: además de las incursiones selyúcidas, aumentó el hostigamiento en Occidente de pechenegos y cumanos, la inflación aumentó considerablemente (origen del apodo del emperador, Parapinaces, «menos de un cuarto«), y se produjeron varias insurrecciones militares. Después de una guerra civil, llegó al poder Alejo Comneno (1081-1118), que reformó el ejército dando estabilidad al Imperio.
La crisis más difícil que tuvo que afrontar Alejo fue la causada por la llegada de los caballeros de la Primera Cruzada. Alejo había pedido simplemente fuerzas mercenarias para combatir a los infieles, y no las inmensas huestes que empezaron a llegar. El primer contingente de cruzados, guiado por Pedro el Ermitaño, fue hábilmente desviado por Alejo hacia Asia Menor, donde fue masacrado por los turcos en 1096. El segundo contingente era una fuerza mucho más organizada, y estaba conducido por Godofredo de Bouillón. Alejo los envió también a Asia, comprometiéndose mediante juramento a auxiliarles en caso de necesidad. Godofredo derrotó al ejército selyúcida en la batalla de Dorileo en 1096 (Ver el capítulo las Cruzadas – Primera Cruzada). A partir de aquí los cruzados recobraron para el Imperio bizantino varias ciudades e islas, como Nicea, Quíos, Rodas, Esmirna, Éfeso, Filadelfia, Sardes, y el tercio occidental de Asia Menor.
La habilidad de Alejo con los cruzados es considerada un ejemplo de diplomacia, aunque algunos historiadores occidentales la consideran un ejemplo de falsedad y traición. Los cruzados creyeron que había quebrantado su juramento al no haberles ayudado durante el asedio de Antioquía; Bohemundo, autoproclamado príncipe de Antioquía, declaró la guerra al Emperador, pero terminó por aceptar convertirse en su vasallo tras firmar el Tratado de Devol (1108).