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Antecedentes
Una vez que se produjo la invasión, la corte Joseón se mostró reticente a pedir ayuda a los Ming. Les preocupaba dar a los chinos una oportunidad para inmiscuirse en la dinámica política coreana, así como algún cortesano expresó que traer tropas Ming supondría no solo un gasto al tener que proporcionarles sustento, sino también una alteración de la pacífica vida de las ciudades por donde pasaran las tropas. Una vez que se vio que el ejército coreano era incapaz de detener a los japoneses, este temor pasó a un segundo plano; sobre todo después de haber tenido la corte que abandonar Seúl.
Por su parte, los chinos recibieron con cautela la petición de ayuda coreana. Cabía la posibilidad de que fuera una trampa y los coreanos estuvieran en connivencia con los japoneses; así que primero esperaron al informe de sus emisarios en Corea. Estos confirmaron a Beijing que el rápido avance japonés no se debía a una traición coreana y que los coreanos estaban sufriendo importantes bajas tratando de detener a los japoneses.
La decisión formal de intervenir se tomó el 8 de agosto, aunque ya previamente se había mandado al otro lado de la frontera a una pequeña fuerza (1.000 hombres), aquella con la que se encontró el rey Seonjo en su huida de Pyongyang. El problema era que de momento el emperador Wanli no podía enviar ninguna gran fuerza a Corea, ya que las tropas del Norte estaban empeñadas en una campaña de los Ordos para aplastar una rebelión que había tenido lugar en Ningxia.
Primera intervención China
Todo lo que se pudo reunir en agosto fue un ejército de 5.000 hombres (en buena parte caballería) bajo el mando del segundo jefe de la provincia fronteriza de Liadong: Zu Chengxun. A su llegada a Corea Chengxun se jactó de que con 3.000 hombres había derrotado a 100.000 mongoles, por lo que no le costaría dispersar a los cuatro vientos al ejército de los bandidos japoneses. Las derrotas previas coreanas apenas llamaban la atención de los chinos, ya que simplemente concluyeron que estos carecían de verdaderas dotes marciales.
Zu Chengxun se puso al frente de un ejército de 4.000-6.000 hombres y se dirigió rápidamente contra Pyongyang. Llegó a la ciudad el día 23 bajo la cobertura de una intensa lluvia que enmascaró su avance. Las tropas chinas tomaron por sorpresa a la escasa guardia de la “puerta de las siete estrellas” y penetraron con total facilidad en la ciudad.
Los hombres de Konishi Yukinaga fueron totalmente cogidos por sorpresa y tomando las armas que tenían más a mano corrieron a las murallas a luchar con desesperación. En un principio se imaginaban ya perdidos al tener al enemigo dentro de la ciudad, pero cuando la situación se fue aclarando y se dieron de cuenta que superaban en número al enemigo fueron ganando confianza. El ejército chino se encontró pronto atrapado entre una serie de calles y una sección de la muralla, con sus tropas dispersas en pequeños grupos e incapaces de hacer frente a los coordinados contraataques de los japoneses. La lluvia había cesado y los arcabuceros nipones disparaban a placer contra los encajonados chinos, que habían perdido todo el ímpetu del ataque inicial.
Zu Chengxun ordenó la retirada fuera de la ciudad y las tropas chinas emprendieron la huida, perseguidos por los samuráis a caballo de Yukinaga que atraparon a muchos de ellos. La fuerza expedicionaria china había tenido unas 3.000 bajas y Chengxun »el vencedor de 100.000 mongoles» huyó a Liaodong, tras decir al rey Seonjo que estaba ejecutando un repliegue táctico. A su regreso a China comunicó al emperador Wanli que debido a la “falta de apoyo coreano” no se había podido expulsar a los japoneses.
En Beijing se percataron de que la cosa era algo más seria de lo sospechado, pero al menos de momento los japoneses no avanzaban. Los esfuerzos de Beijing se concentraron en terminar con la revuelta de Ningxia; por lo que habría que esperar medio año a que mandaran un nuevo ejército a Corea, eso sí, esta vez mejor preparado.
La armada coreana sería el primer revés que sufriría la aparentemente imparable maquinaría de guerra japonesa. La intervención china sería otro revés, pero tardaría un tiempo en surtir efecto. Antes de que pudiera hacer efecto, hubo otro revés al encontrarse los japoneses con una inesperada resistencia por tierra. Los planes japoneses preveían la asimilación de las provincias coreanas como si se tratase de provincias japonesas conquistadas en las guerras civiles previas. Así, la invasión de China descansaba en la asunción de que Corea sería capaz de suministrar los medios, sobre todo logísticos, para hacerla factible. La realidad sería bien diferente y los coreanos no se mostraron todo lo colaboradores que esperaban los japoneses.
La resistencia coreana al invasor se articuló en torno a varios elementos. Por un lado, estaban las tropas regulares supervivientes: aquellas situadas en zonas todavía no ocupadas, como por ejemplo las de la provincia de Jeolla cuya costa estaba bien protegida por el almirante Yi Sun-sin. En las zonas ocupadas surgieron guerrillas formadas por tres tipos de elementos: tropas regulares dispersas, grupos de voluntarios patriotas, y finalmente grupos de monjes guerreros; dando lugar a los denominados »ejércitos virtuosos» o uibyeong. Se calcula que a lo largo de 1592 la resistencia coreana en tierra recayó en los hombros de 84.500 regulares, 22.200 irregulares y 8.000 monjes guerreros.
Los japoneses acabaron el año de 1592 estancados en la península coreana y con sus problemas en rápido ascenso. A su incapacidad para erradicar la guerrilla se unía el problema de una creciente falta de suministros. Una Corea en guerra, con parte de sus campos abandonados y con guerrilleros asaltando a las partidas de forrajeadores, apenas podía producir lo suficiente para alimentar a las fuerzas de ocupación; además la acción de la armada coreana provocaba que desde Japón no quisiesen arriesgarse a mandar muchos suministros por mar. El resultado era que en guarniciones como la de Pyongyang el hambre empezaba a acuciar.
Segunda intervención China
El nuevo año vino con novedades. El 5 de febrero de 1593 un ejército chino alcanzaba Pyongyang, tras haber cruzado el helado río Yalu una semana antes. El ejército Ming estaba comandado por el prestigioso general Li Rusong y contaba con unos 43.000 efectivos, en su mayoría tropas del norte, bastantes de ellos veteranos de la ya finalizada campaña del Ordos. A este ejército se unieron unos 10.000 regulares y voluntarios coreanos bajo el mando del general Yi Il y cerca de 4.000 monjes guerreros proporcionados por el gran maestro Hyujeong.
Asedio de Pyogyang (1593)
Pyongyang estaba defendido por Konishi Yukinaga con la 1ª división, contaba con 15.000 hombres. En los meses previos había establecido un canal diplomático con la corte de Beijing y la llegada ante sus puertas del ejército chino le sorprendió, ya que sus últimas noticias se traducían en un mensaje del propio Li Rusong anunciando la llegada de una embajada china. Obligado a luchar, Yukinaga organizó la defensa de la ciudad, asignando a cada una de las 4 puertas (una al norte, otra al oeste y dos al sur), una unidad de unos 2.000 hombres; quedando el resto como reserva, con excepción de unos 1.000-2.000 hombres bajo el mando de Matsuura Shigenobu, a los que se estacionó en un templo amurallado situado en la estratégica colina de Morabong al norte de la ciudad adyacente a la muralla norte y al río Taedong.
El primer objetivo de Li Rusong era tomar la colina de Morabong defendida por las tropas Matsuura. De la misión se encargaron los monjes guerreros coreanos apoyados en última instancia por tropas chinas; más allá de la insultante presencia nipona en un templo, se eligió a los monjes por considerarlos más aptos para luchar en territorio montañoso. Tras dos días seguidos de combate y la pérdida de 600 monjes, Matsuura Shigenobu se vio obligado a abandonar el templo y la colina, retirándose hacia la ciudad.
El asalto a la ciudad propiamente dicha empezó el 8 de febrero. Las tropas sino-coreanas (chino-coreanas) rodearon la ciudad, a excepción de la parte oriental, protegida por el río Taedong, y se lanzaron al asalto simultáneo de las 4 puertas. Disponían de más de 200 piezas de artillería, incluyendo hawchas o »carros de fuego», que hacían fuego sobre las puertas de la ciudad, mientras los arqueros trataban no solo de cubrir a las partidas de asalto, sino también de incendiar la ciudad con flechas incendiarias. A la vez que se atacaban las puertas, los soldados avanzaban con escalas hacia las murallas que los japoneses habían reforzado construyendo fosos y trincheras.
Muchos asaltantes caían bajo el fuego de los arcabuces nipones, obligando a Li Rusong a acercarse al combate y organizar ejecuciones sumarias de aquellos hombres que flaqueaban; a la vez que se prometía una fortuna a quien coronara las murallas enemigas. Finalmente, un grupo consiguió despejar una sección de la muralla mientras era derribada la »Puerta de las Siete Estrellas » (puerta norte).
Al ver roto su perímetro exterior, los hombres de Yukinaga se retiraron hacia un perímetro defensivo preparado en el interior de la ciudad, en la parte norte. Las tropas chinas y coreanas inundaban la ciudad cantando victoria cuando se encontraron frente a frente con esta nueva e inesperada línea defensiva, recibiendo un mortal fuego de arcabucería. A la vez un contraataque japonés expulsaba a la columna china que había penetrado por la puerta norte de la ciudad.
Li Rusong puso fin al costoso asalto y retiró las tropas a sus campamentos, dejando una guardia en algunos sectores claves conquistados. Los japoneses aprovecharon para evacuar la ciudad de noche a través del helado Taedong. Según una versión la evacuación fue consensuada entre Yukinaga y Rusong, ya que a este último le preocupaba el alto coste en vidas que supondría renovar el asalto contra el reducto nipón; otra simplemente afirma que los japoneses se escabulleron sin que los guardias chinos y coreanos se enteraran.
Los muertos japoneses ascendían 1285 según fuentes coreanas y las sino-chinas serían aproximadamente el mismo número. A las bajas japonesas hay que sumar los heridos más graves abandonados durante la retirada.
Retirada fue más larga de lo esperado, ya que se encontró con puestos japoneses abandonados por el camino. Había circulado el rumor entre los comandantes vecinos de que una fuerza de 100.000 chinos había caído sobre Pyongyang y a Yukinaga se le daba por muerto; lo que había provocado un repliegue de la fuerza más cercana que eran del clan Otomo en dirección a Seúl. Las tropas de Yukinaga alcanzaron Seúl el 19 de febrero tras una dura marcha en tiempo invernal. Ese mismo día, el ejército de Li Rusong entraba en la abandonada fortaleza de Kaesong; los japoneses rechazaban defender posiciones estratégicas avanzadas como Kaesong y el cruce del Imjin, y se concentraban únicamente en Seúl.
Batalla de la posada de Byokje o de Byeokjegwan (27 de febrero de 1593)
La pérdida de Pyongyang generó un intenso debate en el cuartel general japonés en Seúl sobre que medidas tomar. A la división de Kato Kiyomasa ya se la había convocado previamente y otras fuerzas igualmente tuvieron que abandonar sus posiciones, como fue el caso de la 3ª división de Kuroda Nagamasa, que tuvo que replegarse entregando así otra provincia a los coreanos.
El deliberado abandono de la fortaleza de Kaesong en el camino Pyongyang-Seúl, había generado bastante malestar en un alto mando nipón: Kobayakawa Takakage sólo había aceptado abandonar la fortaleza a última hora tras intensas presiones de otros comandantes. Takakage retiró molesto sus fuerzas hasta Seúl, pero se negó a entrar en la ciudad y se situó a 15 km al norte. El veterano samurái de 60 años se dirigió a sus jóvenes colegas, recriminándoles no saber cómo actuar frente a una derrota. No le faltaba algo de razón al afirmar que muchos de ellos solo habían conocido la victoria, sirviendo siempre bajo las órdenes del brillante Toyotomi Hideyoshi. Según Takakage no era momento de encerrarse tras murallas, era hora de buscar un nuevo “Tennozan”: una victoria decisiva que decidiera por sí sola la campaña.
Takakage se salió con la suya y se le permitió permanecer apostado en el camino a Seúl, cerca de la posada de Byokje (la última estación de descanso en el camino norte hacia Seúl), contaba con cerca de 20.000 hombres. Ukita Hideie salió de Seúl en su apoyo, acompañado por Kuroda Nagamasa y las reservas japonesas: otros 21.000 hombres, dejando en Seúl a los caídos en desgracia Otomo junto a la castigada división de Yukinaga. En teoría, los japoneses iban a presentar batalla con 41.000 hombres, pero más allá de la mayor o menor presencia de wakatos o sirvientes; se puede aceptar que el ejército japonés emboscado en Byokje superaba cómodamente en número a los 20.000 hombres del ejército Ming que se dirigía hacia Seúl bajo el mando de Li Rusong.
La batalla de la posada de Byokje o de Byeokjegwan tuvo lugar el 27 de febrero en un día marcado por la niebla y a lo largo de un campo de batalla caracterizado por su estrechez, al estar enmarcado por colinas, y por la presencia de barro. No es de extrañar, que la batalla fuera confusa y las crónicas difieran en cuanto a la sucesión de los acontecimientos.
La batalla habría empezado a primera hora de la mañana al chocar en medio de la niebla parte de las fuerzas de vanguardia de ambos ejércitos. Los japoneses habían situado a vanguardia una fuerza de cobertura de 500-600 hombres mandados por Tachibana Muneshige apoyados por otros 3.000 de Takahashi Munemasu. La vanguardia sino-coreana que eran unos 3.000 hombres, atacaron a los 600 hombres de Tachiba que se replegaron atrayendo a los nipones a la posición de Takahasi. La vanguardia sino-corana fue derrotada.
Según se iban concentrando las tropas, la vanguardia sino-coreana reunió cerca de 6.000 hombres de los generales Zha Dashou y Go Eon-baek. Las agotadas tropas de Muneshige se retiraron a descansar al ser relevadas por una fuerza de 6.000 hombres de Awaya Kagenao e Inoue Kagesada, que se dividieron en dos alas con intención de atacar y desalojar a los chinos. La escasa visibilidad parece haber provocado que los chinos únicamente tomaran nota de la presencia de una de las dos alas japonesas, concentrándose contra ella. El ala izquierda nipona de Kagenao se vio rechazada y empujada para atrás; pero el ala derecha de Kagesada comprendió que no habían sido destectados y se mantuvieron a la espera de que los sino-coreanos, en su esfuerzo por empujar al otra ala, quedaran expuestos a un ataque de flanco. El contraataque nipón cogió por sorpresa a los sino-coreanos y la división de vanguardia china fue puesta en retirada.
Kobayakawa Takakage ya estaba al frente de la batalla y ordenó que a la vez que se continuaba con la persecución de la vanguardia china se enviaran fuerzas por los flancos con intención de rodear a la fuerza sino-coreana. Dichas fuerzas al parecer consistían en 5.000 hombres recién llegados (Mori Hidekane, Mori Motoyasu y Chikushi Hirokado) por un flanco y la reorganizada vanguardia de Muneshige por el otro. El propio Takakage junto a Kikkawa Hiroie marchó por detrás de la fuerza central que perseguía a la vanguardia china. Ukita Hideie y el resto de las fuerzas japonesas seguían algo más atrás como fuerza de apoyo.
Todas estas fuerzas en movimiento acabaron convergiendo sobre el grueso del ejército chino. Li Rusong se encontraba en una situación desesperada, con su fuerza rodeada por 3 lados y en claro riesgo de ser aniquilada, decidió replegarse a una colina cercana. El fangoso y difícil terreno, empeorado por la aparición de la lluvia, provocó que buena parte de la caballería china tuviera que descabalgar para luchar a pie pero, por otro lado, los japoneses no tenían un campo de tiro claro para el despliegue de sus arcabuceros. La lucha se transformó en un cuerpo a cuerpo.
Según las crónicas, la gran batalla comenzó a eso de las 10 de la mañana y se prolongó hasta las 12 de la noche. Li Rusong estuvo cerca de caer en manos de Inoue Kagesada, pero su segundo se interpuso frente a las espadas niponas, salvando la vida de su comandante a costa de la suya. Las fuerzas chinas fueron obligadas a retroceder a lo largo del camino de Seúl en dirección a Paju;al principio poco a poco, pero más tarde Takakage pudo cambiar de tácticas al conseguir más espacio para que sus arcabuceros pudieran actuar. Sería la llegada de la noche la que salvaría a Li Rusong poniendo fin a la batalla.
Takakage se había vindicado con una gran victoria. Según las crónicas japonesas se recogieron 6.000 cabezas enemigas. La cuestión por ver era si la victoria en lo que iba a ser la mayor batalla campal de la guerra era decisiva o no.
Ciertamente, a un abatido Li Rusong se le habían pasado las ganas de seguir guerreando. En sus informes a Beijing, aunque minimizó las bajas chinas a unos pocos cientos, se explayó en una enorme lista de razones por las que se negaba a volver a iniciar la marcha en dirección a Seúl. Afirmó que los japoneses tenían 200.000 hombres en Seúl (en realidad solo había unos 50.000); que el tiempo lluvioso había impedido la victoria en Byeokjegwan, y que impediría el avance durante buena parte del año; que los japoneses habían quemado los campos y los caballos chinos habían perecido en masa por falta de forraje; que había disensión entre sus oficiales (al parecer por recriminaciones entre oficiales del sur y del norte sobre la actuación de la vanguardia que había provocado la batalla); así como una epidemia entre las tropas; finalmente él mismo se reconocía como enfermo e incapaz de mandar. Li Rusong decidió retirarse a Kaesong y tras recibir falsos rumores de que Kato Kiyomasa se dirigía para atacarle de flanco, se retiró de vuelta a Pyongyang.
Con la batalla de Byeokjegwan los japoneses en Seúl se habían librado de momento de una grave amenaza, sin embargo, la batalla no supuso que desaparecieran el resto de problemas que los amenazaban. Los chinos se habrían retirado, pero como hemos visto antes, fuerzas coreanas merodeaban cerca de la capital, poniendo en serio peligro la línea logística nipona.
Batalla de Haengju (15 de marzo de 1593)
A pesar de la victoria en la batalla de Byeokjegwan, los japoneses no se encontraban cómodos en Hanseong (Seúl). Los suministros llegaban con dificultad, y la propia población de la ciudad se había rebelado antes de la batalla prendiendo fuego parte la ciudad en anticipación al ataque chino. Tras las represalias niponas, buena parte de la población que todavía permanecía en la capital optó por marcharse.
El alto mando nipón discutió sobre como actuar. Algunos se planteaban evacuar y retirarse, algo a lo que se oponían firmemente Kobayakawa Takakage y el recién llegado Kato Kiyomasa. En cualquier caso, parece que se coincidió en que lo más urgente era librarse de las fuerzas coreanas que merodeaban cerca de la capital. Había varios contingentes de monjes guerreros en las montañas, que a costa de grandes bajas y sacrificios, habían expulsado a los japoneses de varios puntos fuertes. Otra amenaza relevante la suponía la fuerza del hábil general coreano Gwon Yul, que había salido de la fortaleza de Doksan con intención de colaborar en el ataque chino contra Seúl. Yul se había instalado con 2.300 soldados, más unos centenares de monjes y milicianos, en el punto fuerte de Haengju.
Haengju se encontraba sobre el río Nam a unos 10 km de Seúl, y estaba a 124 metros sobre el nivel del mar. A pesar de no ser una fortaleza propiamente dicha, ocupaba una buena posición en una colina con la parte de atrás protegida por los riscos que daban al río Imjin; Yul procedió a fortificarla rápidamente haciendo construir fosos y empalizadas.
Sorprendentemente, los mandos nipones tardaron bastante en reaccionar a esta molesta presencia, y no fue hasta el día 14 de marzo, cuando intentaron desalojar a Gwon Yul. Ukita Hideie y Kato Kiyomasa lideraban una fuerza de unos 20.000 efectivos desde Seúl, llegando a Haengju al amanecer, Ukita dividió su fuerza en tres grupos y rodearon la fortaleza.
A las seis de la mañana siguiente, comenzó el ataque y las primeras tropas niponas ascendieron trabajosamente para enfrentarse a unos coreanos bien atrincherados. Primero tuvieron que superar las zanjas, y después asaltar las empalizadas de madera situadas en los terraplenes de tierra, desde donde los defensores les dispararon con morteros, cañones, arcabuces y arcos. Les arrojaron toda clase de proyectiles como piedras, trocos rodantes, granadas explosivas o bigyeok jincheonroes, y flechas; pero sobre todo destacaban los hawchas o carros lanza-flechas múltiples, que quedaron asociados a esta batalla. La fuerte pendiente de la colina provocaba que los arcabuceros japoneses tuvieran muy difícil acertar a los defensores, pasando casi todas las balas por encima de sus cabezas. Mientras que las compactas filas de los grupos de asalto ofrecían un blanco claro para cualquier proyectil que cayera en ángulo desde el cielo.
La estrechez del terreno provocó que se organizara el asalto por oleadas, ya que solamente un limitado número de tropas podían ascender a la vez. En la primera oleada iban los soldados de Konishi Yukinaga, que tras ser rechazados fueron sustituidos por los de Ishida Mutsunari. Cuando Mitsunari fue rechazado y herido, entró en acción Kuroda Nagamasa que tuvo la previsión de crear unas torretas donde por lo menos poder instalar a unos cuantos arcabuceros con buen ángulo de tiro; aun así, fue insuficiente. El propio Ukita Hideie lideró la cuarta oleada y consiguió penetrar a través de las estacas y empalizadas exteriores, pero Hideie resultó herido y sus tropas se retiraron tras chocar contra el perímetro interior de Haengju.
Aunque de manera lenta y costosa, el ataque parecía progresar. La siguiente oleada penetró por la brecha realizada por Hideie y asaltó con fiereza el perímetro interior, teniendo que acudir Gwon Yul espada en mano a primera línea a reforzar la moral de los defensores. Los japoneses intentaron incendiar las secciones defensivas construidas con pilas de troncos para derribarlas, pero los coreanos lograron traer suficiente agua, el comandante japonés Kikkawa Hiroie que lideró este ataque resultó herido también. En la sexta oleada liderada por Kobayakawa Takakage, en el extremo oeste de la fortaleza de la montaña, las fuerzas japonesas casi logran la penetración en el sector defendido por monjes guerreros. Esta peligrosa situación se superó cuando un contingente bajo Kwon Yul reforzó ese sector, rechazando a los atacantes y taponando la brecha de nuevo.
Era ya por la tarde y los proyectiles escaseaban en las filas defensoras, muchos soldados se nutrían de las piedras que les traían las mujeres de la villa. Por fortuna llegaron por el río dos naves coreanas con 10.000 flechas de repuesto. Dos nuevos ataques fueron rechazados entre la tarde y el anochecer. Al llegar la noche los japoneses recorrieron el campo de batalla para recoger a sus numerosos heridos y se retiraron a rumiar su fracaso.
Las bajas japonesas debieron haber sido elevadas, se estima en unos 1.000 muertos y un gran número de heridos a causa de las flechas e impacto de piedras, entre ellos numerosos comandantes como Ukita Hideie, Kato Kiyomasa, Ishida Mitsunari, Maeno Nagayasu y Kikkawa Hiroie; aunque es dudoso que llegaran a las 10.000 bajas que les atribuyen las fuentes coreanas. Estas mismas fuentes afirman que se recuperaron 727 lanzas y espadas de los japoneses en retirada. Los coreanos sufrieron unos 150 muertos.
Retirada japonesa de Seúl (19 mayo de 1593)
Las noticias de Haengju alegraron a un alicaído Li Rusong que volvió a plantearse avanzar de nuevo. Por su parte, el ánimo en el cuartel general de Seúl decayó bastante. La hambruna y las epidemias amenazaban a la guarnición de Seúl y la situación empeoró cuando una incursión sino-coreana quemó el gran almacén de grano de Yongsan, al sur de Seúl. El tamaño del ejército japonés en Seúl, era de unos 50.000 hombres, y su mayor problema era obtener suministros. Un mensaje de Toyotomi Hideyoshi anunciando una supuesta e inminente marcha hacia Corea con 200.000 hombres fue vista más con pesar que con alivio, eran muchas bocas que alimentar.
Incluso los normalmente irreductibles Takakage y Kiyomasa se avinieron a aceptar la necesidad de evacuar Seúl. Los daimios en Seúl decidieron contactar con Li Rusong y los coreanos para negociar una retirada nipona a la provincia de Gyeongsang a cambio de entregar Seúl. A la vez, se pusieron de acuerdo en la forma de explicar la retirada a Hideyoshi; por un lado, enviaron informes realistas sobre la falta de suministros, pero minimizando sus derrotas; por el otro, afirmaron que la derrota china en Byeokjegwan había sido decisiva, pero que de cara a las negociaciones de paz había que hacer un gesto de buena voluntad, retirándose a Busan.
Mientras los planes de los comandantes japoneses se iban pergeñando, Yi Sun-sin había reanudado sus operaciones navales contra Busan a comienzos de marzo; en un principio bajo la errónea creencia de que los Ming estaban a punto de expulsar a los japoneses de Seúl y del resto de la península, por lo que debía interceptar la huida japonesa de Corea. Busan estaba fuertemente protegida y la armada japonesa seguía siendo reticente a presentar batalla; por lo que Sun-sin organizó asaltos anfibios en Ungchon usando como infantería de marina a grupos de monjes guerreros, y a voluntarios de los ejércitos o uibyeong.
La armada combinada de Sun-sin y Won Gyun realizó varias incursiones durante el mes de marzo, causando algo de daño, pero menos del que a Sun-sin le hubiera gustado; hasta que a comienzos de abril, recibieron noticias de que los chinos se habían retirado de vuelta a Pyongyang. A pesar de la decepción, mantuvieron su presencia en la zona a lo largo de abril, antes de retirarse en mayo a sus bases; lo que al menos dificultó la llegada a Corea de refuerzos y de los vitales suministros que tanta falta hacían a los japoneses.
Sería algo después de mediados de mayo, cuando los japoneses evacuaran Seúl, pudiendo entrar los chinos en la capital el día 20. Atrás dejaron una ciudad en ruinas, cuya visión ensombreció los ánimos de los coreanos. La pacífica retirada japonesa irritó a los coreanos sobremanera, especialmente el no haber liberado a los dos príncipes cautivos después de prometerlo; sin embargo, Li Rusong estaba contento con haber cumplido su misión sin derramamiento de sangre, y puso trabas para realizar la persecución de los japoneses. Habría que esperar hasta comienzos de junio, a que el ejército de Li Rusong se pusiera de nuevo en marcha. Había recibido refuerzos que incluían un pequeño contingente de tropas aliadas de Siam- Li, y Rusong, procedió a avanzar con cautela y limitarse a unas escaramuzas con los japoneses mientras estos se establecían en el extremo sureste de la península y establecían el “perímetro de Busan”.
Segundo asedio de Jinju (1593)
Tras la retirada japonesa de Seúl a Busan, había llegado la hora de la diplomacia, aunque no del todo. Mientras que recibía a dos enviados chinos en Nagoya, Hideyoshi autorizó a sus comandantes en Japón una operación con un componente sobre todo simbólico. La fortaleza coreana de Jinju, a 60 km de Busan se encontraba relativamente cerca del perímetro defensivo japonés; aunque no parece que representara una amenaza de tal entidad como para violar el armisticio que acababa de entrar supuestamente en vigor. La relevancia de Jinju estribaba sobre todo en ser un cercano recordatorio de un fracaso nipón, el fallido asedio de noviembre de 1592. Muchos daimios estaban dispuestos a despedir lo que percibían como el final de la guerra con un triunfo que además lavaría la mancha de su anterior fracaso.
El repliegue hacia Busan y la llegada de refuerzos procedentes de Japón, le proporcionaban a Ukita Hideie una fuerza de campaña de teóricamente unos 90.000 hombres. Las intenciones niponas eran, al parecer, conocidas por las fuerzas sino-coreanas en la provincia de Gyeongsang, que se componían de cerca de 30.000 chinos y 50.000 coreanos repartidos a lo largo de varias fortalezas. Si los japoneses avanzaban en fuerza contra Jinju, parecía poco posible que se pudiera concentrar una fuerza capaz de impedirlo y la defensa en sí de la plaza era algo cuestionado no solo por los chinos, sino entre los propios coreanos. Por ejemplo, el siempre pragmático guerrillero Gwak Jae-u no veía motivo para desperdiciar la vida de sus hombres en una causa perdida. Aunque las fuerzas chinas prometieron apoyo en caso de ataque japonés, un diplomático chino sugirió a los coreanos retirarse de Jinju afirmando con bastante criterio (posiblemente a partir de filtraciones japonesas) que los japoneses se conformarían con el acto simbólico de destruir la ciudad y regresarían a sus bases después.
Al final, varios comandantes coreanos insistieron en defender Jinju y se reunió una guarnición de 4.000 hombres bajo el mando de los voluntariosos Hwang Jin y Kim Cheon-il. Además de las tropas, la ciudad contaba con la presencia de 60.000 civiles, muchos de ellos llegados en el último momento en busca de refugio al tener noticias del avance del ejército japonés. Un par de días antes de la llegada de los japoneses, entró en la ciudad una pequeña fuerza china de refuerzo, lo que levantó mucho la moral de los defensores.
La vanguardia nipona se presentó ante Jinju el 19 o 20 de julio, y comenzó a establecer un perímetro de asedio. Protegida en un lado por el río Nam, los japoneses la rodearon por los otros tres, dejando una fuerza al otro lado del río para completar el cerco. A pesar de la presencia de Ukita Hideie, la dirección del ejército recayó en Kato Kiyomasa, al parecer a modo de compensación por aceptar que tendría en muy poco tiempo que desprenderse de sus preciados trofeos: los dos príncipes coreanos capturados. Las fuerzas de Konishi Yukinaga (26.000) se dispusieron al oeste de la ciudad, las de Kiyomasa (25.000) al norte y las de Hideie (17.000) al este; el resto de las fuerzas niponas sirvió para completar el cerco e interceptar posibles refuerzos.
El asalto comenzó al día siguiente de la llegada japonesa. El primer obstáculo a superar era el foso que protegía la ciudad y que los defensores habían reforzado desviando parte del río Nam para inundarlo. Los asaltantes consiguieron rellenar buena parte del foso, pero se toparon con una lluvia de proyectiles procedentes de las murallas. En los siguientes días se reanudaron los ataques, con los grupos de asalto tomando relevos.
En el cuarto día del asalto, los japoneses recurrieron a levantar una colina artificial y erigir en ella una posición de tiro para sus arcabuceros. Los coreanos respondieron levantando una réplica, solo que su plataforma estaba equipada con cañones, que con su fuego barrieron la posición enemiga. Al siguiente día la táctica nipona consistió en enviar tropas bajo la protección de grandes escudos con el objetivo de acercarse a la base de la muralla enemiga y realizar labores de zapa en ella. Los escudos protegieron eficazmente a los japoneses de las flechas, pero no de las piedras cuando llegaron al pie de las murallas. Nuevamente, hubo que cambiar de táctica y esta vez se recurrió a construir los kame-no-koshas o »carros tortuga», eran carros techados que permitieran a los zapadores acercarse a las murallas. Los primeros carros kame-no-koshas resultaron inmunes a las piedras, pero no a las llamas y fueron destruidos usando material incendiario. Para la siguiente tanda de kame-no-koshas se tuvo en cuenta esa eventualidad y se protegió el techo mejor con pieles que no fueran fácilmente inflamables.
El final de la fortaleza se acercaba. Las fuerzas de vigilancia del cerco habían hecho huir a un ejército de voluntarios que intentaba reforzar la fortaleza; los zapadores nipones protegidos en el interior de los carros-tortuga iban arrancando piedras de la base de las murallas y los arcabuceros nipones habían conseguido consolidarse y tener a tiro a la muralla haciendo uso tanto de una empalizada de bambú como de nuevas plataformas elevadas. Uno de esos arcabuceros se cobraría la vida del valiente Hwang Jin, cuya pérdida tuvo un marcado efecto negativo en la moral de los defensores.
La población de Jinju se había aferrado a la idea de que un salvador ejército chino llegaría en su ayuda. Al ver como los japoneses abrían finalmente brecha en la muralla, el 27 de julio el pánico se extendió y muchos civiles buscaron unas vías de escape de la ciudad que simplemente no existían. Por su parte, Kim Cheon-il, consciente de la imposibilidad de taponar las brechas, permitió a sus subordinados actuar como estimaran oportuno. Algunos se aprestaron a una defensa a ultranza, otros intentaron escapar sin éxito; mientras que el propio Cheon-il, su hijo y varios comandantes se retiraron al pabellón Chokseoknu y tras hacer una reverencia en dirección al rey Seonjo en Seúl se arrojaron desde las rocas al río Nam.
Los japoneses no mostraron clemencia ni con la ciudad ni con sus habitantes. La ciudad fue completamente arrasada. Muchos civiles eligieron suicidarse arrojándose al río antes de ser víctimas de los japoneses. De entre todos los civiles, la historia más famosa es la de la joven gisaeng (una especie de cortesana coreana) Nongae que fue convocada para entretener a varios oficiales nipones; Nongae abrazó a uno de ellos, concretamente a Keyamura Rokosuke y tras aferrarlo con firmeza se arrojó con él al río. Según las crónicas coreanas perecieron 60.000 personas en Jinju; las japonesas hablan de 15.300 cabezas cortadas de chinos y coreanos, con una estimación de unas 25.000 víctimas en total.
Saciada su sed de venganza, los japoneses se retiraron de Jinju; sería el último combate de la primera invasión. Parte de las tropas japonesas regresaron a Japón, pero para desesperación de los coreanos, estos pudieron comprobar como no todas lo hacían e incluso se empezaban a acumular suministros para pasar un nuevo invierno en Corea.
Final de la primera invasión
Mientras tanto en Nagoya las conversaciones diplomáticas seguían su curso, Hideyoshi había recibido a los enviados chinos procedentes de Corea pero no les expuso directamente sus demandas. Oficialmente, se proclamó vencedor; pero un vencedor generoso que se conformaba con que la corte de Beijing le mostrara el debido respeto a él, que había unificado el Japón y había ayudado a la propia China prohibiendo por siempre la piratería. Por ello, sus demandas se reducían a siete; varias de ellas se referían a promesas de amistad e intercambio de rehenes; las importantes eran las que estipulaban que la corte Ming mandaría una princesa como consorte del emperador de Japón, se reanudaría el tráfico comercial oficial y Japón se quedaría con las cuatro provincias coreanas del sur renunciando al resto.
El hecho de que las demandas no las hiciera él personalmente y tuvieran que ser notificadas por sus delegados en Corea, parece indicar que Hideyoshi sospechaba o sabía que la situación estaba lejos de ser una victoria, y estaba dispuesto a conformarse con menos. La responsabilidad recaía en los comandantes de Hideyoshi que, debían negociar algo factible tomando como punto de partida las demandas del taiko; si el resultado final acababa siendo dañino para el prestigio en Japón de Hideyoshi, este siempre podía alegar que su confianza había sido traicionada por sus subordinados e incluso pedir sus cabezas. Sin embargo, había un problema de partida a la hora de negociar; desde el punto de vista de Beijing, cualquier tipo de negociación debía empezar por la sumisión oficial de Hideyoshi. Como bien sabían los comandantes japoneses si había algo irrenunciable para su amo eran su status y prestigio personal.
En teoría no había negociación posible, ya que era impensable que ni la corte de Beijing ni Hideyoshi dieran su brazo a torcer respecto a la cuestión del vasallaje. Sin embargo, ni los representantes chinos ni los japoneses presentes en Corea tenían muchas ganas de reanudar la guerra. Al parecer fue idea, tanto de Konishi Yukinaga como del negociador chino Shen Weijing, el manipular las demandas tanto de Hideyoshi como de Beijing y presentarlas a sus respectivos amos de forma distorsionada.
La situación acabó convertida en una pantomima diplomática en la que al final Beijing acabó creyendo que Hideyoshi aceptaba postrarse ante el Celeste Trono, a cambio de recibir del Imperio chino el título de Rey de Japón, y renunciando a todo lo demás. Para entonces ya era 1595 y la encantada corte Ming preparó el edicto correspondiente, el sello dorado y los atavíos que enviaría a Hideyoshi para la ceremonia formal de investidura. Cuando la embajada china llegó a la Corea ocupada camino de Japón, Yukinaga se desesperó: había confiado en conseguir al menos la apertura de comercio con China, pero su enviado a China le había fallado al respecto. Al otro lado del mar le esperaba un Hideyoshi al que se le había hecho creer que las negociaciones iban por buen camino. Y entonces había que presentarle un tratado de paz que le ofrecía algo que en realidad no había pedido, como el título de rey, y nada de lo que había exigido, ni princesa, ni tierras, ni comercio.
El momento de la verdad se retrasó unos meses debido a la negativa de la embajada china a viajar a Japón hasta que las fuerzas de ocupación niponas no abandonaran Corea. Lo cierto es que los coreanos no podían dejar de ver con enojo, como pasaban los años, y los japoneses permanecían en sus costas; no solo eso, sino que todas las negociaciones eran bilaterales y ellos: los perjudicados, no estaban invitados más que como meros espectadores. Los coreanos siguieron manteniendo una guerra de muy baja intensidad con los japoneses, reducida a pequeñas escaramuzas; ganándose por su parte las recriminaciones de los chinos.
El almirante Yi siguió atacando las pequeñas embarcaciones que encontraban a lo largo de las costas suroccidentales de la península. La batalla más importante fue la que se suscitó el 23 de abril de 1594, en las costas de Tanghangpo, donde la flota coreana destruyó seis embarcaciones niponas. A raíz de este enfrentamiento, el almirante Yi recibió una carta escrita por Dan Zongren, comandante en jefe de las fuerzas armadas chinas, solicitándole que detuviera los ataques debido a que estos entorpecían las negociaciones de paz.
Al final, Konishi Yukinaga hizo un gesto de cara a la galería abandonando tres fuertes y organizando el envío a casa de soldados heridos y enfermos, presentándolo como una suerte de inicio de evacuación. Tras lo cual acompañó a la embajada china ante un expectante Hideyoshi.
La grandiosa ceremonia de paz tuvo lugar en octubre de 1596, en el castillo de Osaka. Al principio parecía ir bien, Hideyoshi aceptó encantado los ropajes ceremoniales. La cosa se empezó a torcerse cuando Hideyoshi se negó a inclinarse a modo de reverencia ante el edicto Imperial; aunque los enviados chinos aceptaron pasar por alto tal descortesía, cuando un avispado sirviente les sugirió que Hideyoshi no podía inclinarse por culpa de una inflamación en la rodilla. El estallido vino al día siguiente, cuando tras un banquete de celebración; el taiko encargó a un monje de su confianza leer y traducir el decreto imperial de los Ming, que no solo estaba redactado en un insultante tono condescendiente, sino que no contenía ni una sola de las demandas de Hideyoshi.
Hideyoshi estalló en cólera, haciendo trizas sus ropajes ceremoniales y arrojando al suelo la corona que le habían entregado como acompañamiento. Los embajadores Ming estuvieron cerca de perder sus vidas, pero al final se les permitió marcharse e incluso se les ofrecieron regalos como desagravio. Por su parte, el destino de Yukinaga parecía el de verse obligado a cometer seppuku, pero milagrosamente se libró. Miembros del círculo interno de Hideyoshi defendieron a Yukinaga afirmando que sin duda había sido engañado por los chinos, y que si bien había fracasado; si se le obligaba a suicidarse, habría que hacer lo mismo con varios de los otros altos mandos japoneses como por ejemplo los altos consejeros que había enviado a asesorar a Ukita Hideie. Yukinaga salvaría la cabeza y pasado un tiempo volvió a recuperar la confianza de Hideyoshi. No ocurrió lo mismo con el enviado chino en Corea, Shen Weijing; al descubrirse sus manipulaciones intentó desertar, pero fue capturado y ejecutado por traición.
La cólera de Hideyoshi fue desviada hacia otro lado; la humillación exigía retribución y a Corea se le asignó el papel del que paga los platos rotos de una negociación en la que no había tenido parte.
Durante este periodo, las tropas estacionadas en Corea dedicaron su tiempo a construir nuevos castillos y mejorar las defensas de los existentes, así como realizar actividades de entretenimiento, tales como la ceremonia del té, bailes y exhibiciones de sarugaku (teatro de marionetas). Otra actividad desarrollada fue la cacería de tigres. Primero surgió como una verdadera actividad defensiva, debido a que en 1592 un tigre mató a un caballo y a un samurái japonés. Asimismo, Hideyoshi solicitó que le fueran enviados hasta Japón los tigres cazados, ya que creía que su carne ayudaría a su deteriorada salud.