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Preparativos de la Armada Invencible
Preparativos españoles
Se barajaron diversos planes para llevar a cabo la invasión, que se redujeron básicamente a dos. Uno propuesto por el marqués de Santa Cruz, Álvaro de Bazán, experto marino, que se basaba en la creación de una gran flota bajo un mando único, compuesta por una fuerza de combate y un convoy de transporte para las tropas de desembarco, formando así una “expedición bien unificada”. El otro, presentado por Alejandro Farnesio, duque de Parma, gobernador y Capitán General de los Países Bajos, quien propuso un ataque nocturno, por sorpresa, atravesando el estrecho con sus tropas en embarcaciones de escaso calado. Los puertos de partida serían Dunkerque y Nieuport y el paso debería hacerse, antes que alguien pudiese darse cuenta de la partida.
Felipe II, analizados los planes de Bazán y de Farnesio, decidió el suyo propio: las tropas del duque de Alba pasarían previa conjunción con una armada enviada desde la Península. El marqués de Santa Cruz llevaría un pequeño cuerpo de tropas de desembarco, con alguna artillería. Una vez en tierra quedarían a las órdenes de Farnesio; quedando el de Santa Cruz al mando de las fuerzas navales que atenderían a la defensa y al aprovisionamiento de las de desembarco.
La Gran Armada se disponía a configurarse como un gran conjunto naval muy heterogéneo, ya que encuadraba buques de diferentes capacidades como los del Atlántico y los del Mediterráneo.
En 1586, Felipe II comenzó a alistar y proveer una fuerte armada, tanto con los medios existentes, la construcción de nuevos barcos y el embargo de otros mercantes; que se van realizando en Guipúzcoa, Vizcaya, Santander, Cádiz, Sanlúcar de Barrameda, etc. y cuyas naves entran frecuentemente en los astilleros para ser remodeladas y hacerlas más eficientes para la guerra naval.
Durante los dos años siguientes se botaron 21 galeones: 6 en Santander, 6 en Bilbao, 6 en Portugal, 2 en Gibraltar y uno en Vinaroz. Todas estas series de buques fueron concebidas y construidas siguiendo rigurosos criterios de racionalidad, fueron tipos homogéneos diseñados para tareas específicas, teniendo en cuenta su condición de plataformas artilleras de diversa potencia.
En mismo año de 1586 ya se habían armado y trasladado a Lisboa las escuadras de los capitanes Hurtado de Mendoza y de Recalde y se ordenó el alistamiento de las naves de Nápoles y Sicilia.
En julio de 1587, es decir un año y medio después de comenzar los preparativos esperaban órdenes en Lisboa un total de 37 navíos, a la espera de las naves sicilianas, napolitanas y andaluzas que irán llegando en breve. El 25 de septiembre de 1587 llegó a Sanlúcar la flota de Indias después de haber atravesado el Atlántico.
El primer contratiempo fue la muerte de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, que murió en Lisboa el 9 de febrero de 1588, en plenos preparativos de la empresa. Felipe II nombró a Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia que carecía de conocimientos en la navegación e incluso se mareaba al hacerlo.
Hacia finales de abril de 1588 llegaría a Lisboa la última gran escuadra de la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias al mando de Diego Flores de Valdés. 19.000 soldados permanecen en Lisboa y 27.000 aguardan en Flandes para unirse a ellos.
La bandera expedicionaria se consagra el 25 de abril y se realiza una revista general a la flota el 9 de mayo de 1588. El aumento en el número de soldados previstos (de 12.000 a 19.000) hace que se consuman las provisiones a ritmo mayor de lo esperado y los tiempos de espera e indecisión provocaron que algunos alimentos queden en mal estado. El 30 de mayo la Armada Invencible sale de Lisboa con la idea de dirigirse a La Coruña en busca de provisiones.
La mala fortuna hará que un violento temporal no permita la llegada de todos los barcos al puerto de La Coruña, diseminándose y provocando un nuevo retraso en la partida definitiva hacia Flandes.
La armada tenía en total 124 que eran de los siguientes tipos:
Barcos de guerra (28):
- 4 galeazas (eran una evolución de las galeras con un gran potencial de fuego de artillería, de propulsión mixta a vela y a remo).
- 4 galeras (de propulsión a remo, con muy poca artillería).
- 20 galeones (eran navíos de transporte y guerra en el Atlántico, tenían de 3 cubiertas, y estaban artillados).
Mercantes armados (96):
- 42 naos (más pequeñas que el galeón, fueron usadas tanto para el transporte como para la guerra para la navegación atlántica y mediterránea).
- 10 carabelas (más pequeñas que las naos y más veloces y maniobreras, tenían 2,3 o 4 mástiles y una sola cubierta).
Naves auxiliares (37):
- 7 falúas ( de avituallamiento, eran alargadas y estrechas a remo y a vela, de uno o dos mástiles.
- 11 pinazas y zabras o galeoncetes (pequeños barcos de propulsión mixta, veloces y ligeros utilizadas sobre todo para misiones de exploración y remolque).
- 20 pataches (llamados barcos correo, pequeños y ágiles).
Avituallamiento (26):
- 26 urcas (barco de carga, redondo y plano con alguna capacidad artillera).
Los españoles basaban su doctrina en el combate corto, por los cual disponía más cañones de alcance corto y después se lanzaban al abordaje.
Mientras Alejandro de Farnesio llevaba a cabo sus preparativos que consistían en la apertura de un canal entre Amberes y Gante, que condujera a Brujas; la construcción de 70 embarcaciones de desembarco en el río Waten, cada una transportaría 30 caballos y equipo, estaban dotadas de rampas de embarque; la construcción de 200 barcos de fondo plano en Niewport; la concentración de 28 navíos de guerra en Dunkerque; la recluta de marineros en Hamburgo, Bremen y Emden y otros puertos; la confección de 200.000 barriles en Gravelinas y la preparación de campamentos para 20.000 infantes en Courtrai y para 5.000 jinetes en Waten.
Preparativos ingleses
Los ingleses habían ido variando los diseños de barcos de acuerdo con su nueva doctrina, abandonaban el abordaje y prefirieron el combate a larga distancia para desarbolar al enemigo y obligarle a rendirse. Los barcos como el Mary Rose construido en 1513 seguía teniendo dos castillos uno a proa y otro a popa, pero se les dotó con cañones de gran calibre en troneras laterales, en las que los cañones estaban asentados en un carro de cuatro ruedas, y asegurado con maromas y poleas, lo que les deba una mayor cadencia de disparo sobre el afuste tradicional de dos ruedas.
Los nuevos barcos diseñados bajo la influencia de los piratas se alargaron; la eslora pasó a tener tres mangas en vez de las dos tradicionales, el Revenge construido en Inglaterra, aunque mantenía los dos castillos eran mucho más bajos, lo que les daba mayor maniobrabilidad, aunque su mayor longitud hacía que tuvieran un peso similar.
La reina de Inglaterra pronto tuvo noticias de la preparación de la armada española comenzó la movilización del país, la reina tenía una flota de 36 navíos de guerra, y rápidamente comenzó a armar buques mercantes, de los 163 que la armada inglesa requiso para la operación, 108 tenían menos de 100 toneladas.
Ataque preventivo de Drake
La Reina dio la orden a Francis Drake de atacar los preparativos españoles, a tal fin la reina puso a disposición de Drake cuatro barcos de la Royal Navy: el Elizabeth Bonaventure, el Golden Lyon, el Rainbow y el Dreadnought; otros 20 barcos más, buques mercantes y pinazas armados, se unieron a estos en la expedición. Los gastos de estos barcos fueron costeados por un grupo de comerciantes de Londres, que participarían de los beneficios en la misma proporción en que hubieran hecho sus aportaciones a la flota; la reina Isabel, como dueña de las cuatro naves de la Royal Navy, recibiría el 50 % de los beneficios. El 12 de abril de 1587 la flota de Drake zarpó de Plymouth.
Siete días después de su partida, la Reina enviaría a Drake una contraorden en la que disponía que no se debería llevar a cabo ningún tipo de hostilidad contra la flota o los puertos españoles. Esta misiva nunca llegó a manos de Drake debido a que el barco que debía entregarla, forzado por vientos contrarios, tuvo que regresar a puerto sin haber podido darle alcance.
Ataque a Cádiz
A la altura de Galicia fueron dispersados por una tormenta que duró 7 días, durante la cual una de las pinazas se fue a pique. Tras reagrupar la flota, encontraron dos naves holandesas de Middelburg, Zelanda, que los informaron de que en Cádiz se estaba preparando una gran flota española de guerra lista para partir a Lisboa.
Al atardecer del 29 de abril la flota inglesa entró en la bahía de Cádiz. En aquel momento había en el puerto 70 naos, y varios barcos más pequeños. Tras el avistamiento, otras 20 naves francesas presentes en la bahía y otras embarcaciones pequeñas buscaron refugio en Puerto Real y Puerto de Santa María, al abrigo de los bancos de arena que las grandes naos no podían atravesar.
Juan de Vega, corregidor de Cádiz, mandó aviso a Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina-Sidonia, quien llegó desde Sanlúcar esa misma noche para hacerse cargo de la defensa de la plaza. Las galeras españolas, que en ausencia del adelantado mayor de Castilla estaban bajo el mando de Pedro de Acuña, salieron al encuentro de la flota inglesa, debiendo retirarse hacia Cádiz ante la superioridad inglesa. Los puestos en tierra abrieron fuego de artillería desde la costa contra la flota inglesa con poco éxito, pero sí consiguieron rechazar un intento de desembarco con lanchas en el Puntal.
Durante la noche del 29 y todo el día y la noche siguientes prosiguieron los combates en la bahía. Al amanecer del 1 de mayo los ingleses se retiraron, 18 navíos españoles fueron quemados o hundidos y 6 capturados, entre ellas 4 naves llenas de provisiones.
Ataque a Portugal
Tras salir de Cádiz la flota de Drake dirigió su rumbo por la costa suroeste de España y Portugal, destruyendo todas las naves que encontraron a su paso, incluidos los barcos pesqueros y pesquerías, destruyendo miles de toneladas de barriles diversos. El 14 de mayo desembarcaron 1.000 hombres en Lagos, en el Algarve portugués, y asaltaron las fortalezas de Sagres, La Valiera, Beliche y cabo de San Vicente.
De allí se dirigió hacia Lisboa, donde el marqués de Santa Cruz Álvaro de Bazán estaba supervisando la preparación de la flota que debería unirse a la de Cádiz para la invasión de Inglaterra. La flota inglesa se detuvo en Cascais, desde donde propusieron a Álvaro de Bazán un intercambio de prisioneros, a lo que este respondió negando tener en su poder ningún súbdito inglés ni estar preparando ninguna acción contra Inglaterra. Tanto Drake como Bazán rehusaron entrar en combate, limitándose a un intercambio de fuego de artillería entre la flota inglesa y las fuerzas hispano-portuguesas en tierra, que no produjo bajas.
Drake ordenó levar anclas, marchando nuevamente hacia Sagres, donde la tropa inglesa se abasteció de agua, manteniendo algunos enfrentamientos con las carabelas españolas que habían salido en su persecución desde Cádiz. El 2 de junio los heridos y enfermos ingleses fueron evacuados hacia Inglaterra. Esa misma noche comenzó una tormenta que les impidió la navegación durante tres días.
Ataque a las Azores
La decisión de desembarcar en el Algarve, considerada innecesaria y peligrosa por el segundo al mando, capitán William Burroughs, y los planes de Drake de navegar hacia la isla Terceira; llevaron a Burroughs a discutir las órdenes de Drake, lo que impulsó a este a relevar a aquel del mando y ponerlo bajo arresto. Burroughs sería enviado de vuelta a Inglaterra, quedando Drake con solamente nueve naves.
El 8 de junio, la flota de Drake avistó a 20 leguas de la isla de San Miguel la carraca portuguesa San Felipe, que procedía de la India venía cargada de riquezas. Tras un breve intercambio de fuego, la capturaron (esta sería la primera nave capturada en el camino de regreso de las Indias). Tras apoderarse del San Felipe y de la enorme fortuna que cargaba en oro, especias y seda, estimada en 108.000 libras (de las que el 10 % fueron para el propio Drake), la flota inglesa regresó hacia Inglaterra, donde llegaron el 6 de julio.
La expedición liderada por Francis Drake puede considerarse relativamente exitosa: Las pérdidas económicas y materiales causadas entre la flota española por el ataque inglés provocaron que los planes españoles de invasión de Inglaterra hubieran de ser pospuestos más de un año. No sería hasta agosto de 1588 cuando la Gran Armada estuviera lista para partir hacia las islas británicas.
Los documentos incautados por los ingleses en la captura del San Felipe, donde se detallaba el tráfico marítimo con las Indias Orientales y lo lucrativo del comercio en la zona, servirían años después como base para la fundación de la Compañía Británica de las Indias Orientales.
Preparativos finales
Durante el otoño una pequeña escuadra inglesa mandad por Henry Palmer, en colaboración con otra holandesa, sumando en total 90 barcos de pequeño calado, preparados para navegar en ríos y mares poco profundos, bloquearon los puertos de Flandes.
El 21 de diciembre de 1587 la reina nombró a lord Charles Howard de Effinghan jefe de la flota, lo prefirió a Drake más apto para que el mando lo ejerciese un personaje de alto rango, siendo Drake nombrado segundo en el mando.
Drake aconsejó a Howard reunir la flota en Plymouth y dejar una flota de 23 barcos bajo el mando Henry Seymur para vigilar el Canal y evitar el paso de Farnesio. El 3 de junio se reunieron en el puerto de Plymouth 105 barcos, de los cuales 19 eran de la Royal Navy y 46 grandes mercantes armados.
Drake pidió repetir la incursión del año anterior, la reina autorizó el empleo de 60 barcos para atacar La coruña, salieron el 4 de julio, pero el mal tiempo y los vientos en contra hicieron que regresasen.
En cuanto a las fuerzas terrestres, los ingleses tenían un pequeño ejército profesional, la mayoría eran milicias recién reclutadas, todas las milicias de los estados del sur fueron concentradas en Londres, junto con las milicias urbanas, en total 21.000 efectivos; se formó una reserva de 17.500 milicias y 4.000 regulares que habían regresado de los Países Bajos en Tilbury en Essex mandada por el conde de Leicester; 29.500 milicias fueron estacionadas desde Cornualles (Cornwall) a Kent a lo largo del Canal, solo en Kent había 9.000. Otra reserva de 8.000 milicianos estaban situados más al norte. Estas fuerzas no eran rivales para los tercios de Alejandro Farnesio, bien entrenados, disciplinados y con mucha experiencia de combate. Salvo los 4.000 que habían regresado de Holanda, carecían de experiencia de combate, y estos últimos solo en defensa y ataque de fortalezas.
A finales de junio la flota inglesa estaba formada de la siguiente manera: la Royal Navy (Armada Real) con 34 barcos y su buque insignia el Ark Royal de 800 toneladas, el escuadrón Londres con 30 barcos, el escuadrón Drake con 34, el escuadrón Thomas Howard (mercantes y costeros) con 38, 15 buques de aprovisionamiento y 23 embarcaciones voluntarias, y 23 de Seymour en Downs.
Los ingleses tenían más barcos y mayor número de cañones, siendo la mayoría culebrinas que tenían un mayor alcance por tener el tubo más largo, aunque el proyectil pesaba menos. El cañón tenía el tubo más corto, disparaba proyectiles más pesados y tenía menos alcance, el pedrero estaba siendo desechado por tener un alcance relativamente corto.
En cuanto a las tripulaciones los españoles llevaban marineros en una proporción de 2 por tonelada y transportaban personal de combate, principalmente arcabuceros. Los ingleses solo tenían marineros que también hacían de combatientes, a razón 3 por tonelada.
En cuanto a los marineros, los ingleses tenían mucha más experiencia en la navegación en el Canal, mientras que los españoles navegaban en el océano aprovechando los vientos Alisios y Contraalisios, con poca experiencia en maniobrabilidad.
Avance hasta el Canal de la Mancha
El rey envió a finales de mayo su última orden, la más clara y terminante: “Os haréis a la mar con toda la Armada poniendo rumbo directo al canal de la Mancha, donde estableceréis contacto en el príncipe de Parma (Farnesio) y os encargaréis de protegerle en su travesía...”.
El 25 de mayo de 1588, el duque de Medina Sidonia mandó un correo al duque de Parma, en los Países Bajos, para informarle de que la Armada se hacía a la mar. Recomendó en su correo que se dispusiera a preparar las tropas terrestres para la invasión de Inglaterra.
El día 30 de mayo, al despuntar el día, salieron del puerto de Lisboa, bajo el mando de Medina Sidonia, las diferentes escuadras de aquella armada impresionante, no llamada entonces “Armada Invencible”, que incluía 19.000 infantes, 7.000 marineros, 1.000 caballeros de fortuna, 180 clérigos, 200 exiliados católicos ingleses e irlandeses, y 124 barcos.
A los pocos días, se hizo evidente la dificultad de mantener unida a una flota de buques de tan diversas características marineras; y, para agravar la situación, a la altura de las costas gallegas se desencadenó un violento temporal que obligó a la Armada a refugiarse en la rada de La Coruña. Algunos barcos fueron empujados hasta el sureste de Inglaterra, y a otros hacia el golfo de Vizcaya. Llevó más de un mes volver a reunir la flota. Por su parte, el duque de Medina-Sidonia volvió a aconsejar una vez más al rey que desistiese de la empresa o que le relevase del mando, a lo que el rey respondió airado que se dedicase a lo que le tocaba hacer.
El 22 de julio viernes de julio zarpó de La Coruña, con buen tiempo, la Armada Invencible con sus 124 naves agrupadas en 10 escuadras: la Castellana mandada por Diego Flores de Valdés con 16 barcos y 384 cañones; la Portuguesa mandada por Medina Sidonia con 12 barcos y 387 cañones, la de Vizcaya mandada por Juan Martínez de Recalde con 14 barcos, la de Guipúzcoa mandada por Miguel Oquendo con 13 barcos; la Andaluza mandada por Pedro Valdés con 10 barcos, la Italiana mandada por Martín de Bertendora con 9 barcos; la de Urcas mandada por Juan López de Medina con 23 barcos y una flotilla de avituallamiento de 10 carabelas y 7 falúas. Navegados unos 17 kilómetros se fondeó por falta de viento y se permaneció así todo el día restante.
Al día siguiente se renovó la marcha y navegaron sin novedad, el 25 de julio se mandó una pinaza con destino a Dunkerque, para informar a Alejandro de Farnesio de la puesta en marcha de la operación.
El 26 de julio comenzó a empeorar el tiempo y el temporal va creciendo por momentos. La nao Santa Ana se separa de la escuadra desviándose hacia Le Havre. La galera Diana se perdió durante la noche. Al día siguiente continuó el mal tiempo. Al galeón San Cristóbal, de la escuadra de Castilla, un golpe de mar le arranco todo el corredor de popa. Se produjo una dispersión de la flota, llegando a faltar en el recuento hasta 40 barcos.
El 29 de julio amaneció buen día. Medina Sidonia ordenó una operación de búsqueda de las naves dispersas con 3 pataches y una falúa. Las embarcaciones dispersas fueron localizadas cerca y el grueso de la Armada aminora su marcha para favorecer la incorporación de las mismas.
Sobre las 16:00 horas se avista tierra y se fondea sobre las 19:00 a 3 leguas (17 kilómetros) de cabo Lizard, en la costa sur de Cornualles.
Un galeón inglés, el Golden Hind de Thomas Fleming avistó a la Gran Armada y avisó al almirante Howard en Plymouth. Allí se encontró con Francis Drake quien, según cuenta la leyenda, estaba jugando a los bolos. Lejos de alarmarse, Drake le dijo, supuestamente, a Fleming «Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles«. Después, se dirigió a su barco para escoltar a Fleming, pero el mal tiempo mantuvo a los buques ingleses retenidos en el puerto. La alarma fue transmitida inmediatamente por los faros situados en la costa británica y por los correos a caballo que partieron de Plymouth.
La flota inglesa habían podido reunir unas 50 naves de combate y 40 embarcaciones menores en el puerto de Plymouth, a donde seguían llegando las naves inglesas.
La Armada Invencible se disponía a entrar en el Canal de la Mancha. Por la tarde, los fuegos a lo largo de la costa inglesa avisan del inminente paso de los españoles.
Un consejo de guerra formado por el duque de Medina Sidonia, Juan Martínez de Recalde, Leyva y otros altos cargos de la Gran Armada se plantearon atacar a la flota inglesa en el puerto de Plymouth (distante a unos 80 kilómetros) y asestarles un duro golpe. Recalde, conocedor de esas costas, sabe que la dirección del viento y la marea en ese momento era favorable a los españoles; sin embargo, el duque de Medina Sidonia se atiene a las órdenes del rey Felipe II de no buscar el enfrentamiento y dirigirse a recoger a los tercios a Calais. Tras una fuerte discusión sería la adoptada en dicho consejo de guerra. De haber atacado podían haber infligido una aplastante derrota a los ingleses, dado que estos necesitaban espacio para maniobrar y se hubieran visto forzados a una lucha a corta distancia que favorecía claramente a los españoles.
Esta misma tarde la flota inglesa ayudada con botes de remos y al amparo de la oscuridad, comenzó a salir del puerto de Plymouth, saliendo 90 barcos.
Batallas en el Canal de la Mancha
Primer encuentro en Plymouth (31 de julio)
La mañana del 31 de julio de 1588, mientras la armada española navegaba a la altura de Fowey, los españoles avistaron una alineación de 91 velas inglesas.
Desde el San Martín, buque insignia de Medina Sidonia se lanzó una primera salva de aviso, al tiempo que se alzaba el estandarte real. Nada más recibir la señal adoptaron la formación en media luna: en el centro las escuadras Castellana y Portuguesa, en el ala derecha la de Vizcaína y Andaluza, en el ala izquierda la Guipuzcoana y la Italiana. Ese día contaba 97 naves (las 10 carabelas portuguesas y las 4 galeras habían regresado y la nao Santa Ana se había refugiado en el Habre, 3 falúas habían sido enviadas como correos).
La flota inglesa queda dividida en dos formaciones: Drake atacaría el ala derecha y con el grueso el ala izquierda, hacen fuego a distancia sin acercarse demasiado a la armada española.
Se sucedieron las escaramuzas y ataques entre las dos flotas que se saldan con 7 muertos y 31 heridos por parte de la flota española y el galeón San Juan con la rotura del trinquete de gavia. Nada sabemos con certeza de los daños en la flota inglesa (que se retiró colocándose a unos 3 kilómetros de la española), aunque fuentes españolas cifraban en dos las naves perdidas por los ingleses.
Los ingleses no estaban dispuestos a acercarse mucho a la Gran Armada y mientras que Drake señaló después de esta batalla “hemos ido a su caza”, el almirante Howard lo describió como “un pequeño combate” en el que “no podíamos arriesgarnos a situarnos entre ellos siendo tan potente su flota”.
Dos accidentes sucedieron en la flota española, primero la nao Nuestra Señora del Rosario embistió a otra de su misma escuadra, la Catalina que tuvo que retirarse de la formación para ser reparada, quedando la Nuestra Señora del Rosario ingobernable, abandonada a su suerte y a la merced de los ingleses que la capturarán al día siguiente.
Por otro lado, la nao almiranta de la escuadra de Guipúzcoa, el San Salvador sufrió una explosión de barriles de pólvora por causa desconocida que provoca el desplome de sus dos cubiertas, el castillo de popa y la destrucción de la nave, produciéndose alrededor de 200 bajas en la tripulación.
Medina Sidonia escribió: “Los barcos enemigos eran tan rápidos y maniobrables, que nada podíamos hacer contra ellos”.
Esa noche los ingleses celebraron un consejo de guerra en el que supusieron que la armada española se dirigía a la isla de Wight, y decidieron dar caza antes de que la alcanzase. Por la noche Drake encendió un gran fanal en el Revange para conducir a la armada inglesa, pero avanzada la noche se apagó de repente y produjo la confusión en la flota. Al parecer Drake al enterarse de que el buque Santa María del Rosario estaba en difícil situación apagó el fanal para acercarse a él y capturarlo, cosa que haría a la mañana siguiente. Capturó su tripulación y su almirante Pedro de Valdés, que permanecería preso en la Torre de Londres durante 7 años.
El que prevaleciese el espíritu de pirata de Drake sobre la disciplina, benefició a los españoles, la flota inglesa se dispersó y tardó en reunirse.
La mayor parte de los heridos y quemados del San Salvador fueron trasladados al buque hospital San Pedro; mientras que no se pudieron rescatar a los más graves que permanecerían allí (alrededor de 50) cuando John Hawkins capturó los restos del San Salvador e intentó trasladarlos hasta Weymouth, pudiendo rescatar los cañones y la pólvora que habían sobrevivido al accidente antes de que el barco se hundiera definitivamente en su traslado.
Se mandó un patache con destino a Dunkerque para dar un nuevo aviso a Alejandro Farnesio.
Avanzando penosamente, la flota española alcanzó al atardecer la punta Start, a la entrada de la bahía de Lymey. Allí, uno de los oficiales españoles, Hugo de Moncada, que mandaba las galeazas napolitanas, vio la oportunidad de atacar a los barcos ingleses alejados de la formación. Moncada pidió autorización a Medina Sidonia para encabezar el ataque y este se la negó. El oficial montó en cólera y algunos mandos españoles lo interpretaron como un acto de cobardía, lo que aumentó el desconcierto entre la ya muy cansada tropa. Fue un incidente que resultó clave en el desarrollo de la misión.
Encuentro de Portland Bill (2 de agosto)
Con buen tiempo y con ambos ejércitos buscando los vientos favorables, se produjeron encuentros frente a Portland Bill en los que los españoles intentaron la aproximación para el abordaje, mientras que los ingleses eran más partidarios de utilizar la artillería y no enzarzarse.
Algo más al oeste, las galeazas dirigidas por Hugo de Moncada se dirigieron contra 6 barcos ingleses del grupo de Martín Frobister que se habían quedado descolgados, entre ellos el poderosamente armado Triumph de 1.100 toneladas. El viento estaba parado y las galeazas propulsadas a remos le permitía acercarse, atacarlos con los cañones y abordarlos, Hugo de Moncada no empleó los remos y se acercó a vela dudando y manteniéndose a distancia sin emplear los remos, sería más tarde reprendido por Medina Sidonia. El viento volvió a soplar y los buques ingleses se alejaron.
Mientras tanto, el almirante Howard consiguió con varios galeones una muy buena posición en la retaguardia de la Gran Armada, intercambiando fuego con los españoles que, sorprendidos, se amontonan sin orden. Medina Sidonia con su buque insignia se adelantó enfrentándose en solitario a la flotilla inglesa hasta que fue ayudado por el Santa Ana de Oquendo; momento en el que Howard ordenó la retirada, después de haber disparado más de 500 proyectiles al Santa Ana, mientras que este último apenas pudo disparar 80 en este combate desigual.
Los ingleses habrían podido abordar la Santa Ana, pero preferían castigar con fuego de artillería, y evitar abordar y ser abordados.
En contra de lo que puede parecer, los daños ocasionados entre ambos ejércitos eran mínimos, de lo que se lamenta Hawkins al haberle costado “buena parte de nuestra pólvora y proyectiles”. Su elogiada artillería se está demostrando ineficaz a distancia segura para evitar ser abordados por los españoles.
Medina Sidonia reorganizó la formación táctica de la Gran Armada siguiendo el criterio de Recalde, pues los ingleses «no pretendían luchar, sino entretenernos para impedirnos el viaje«.
Las bajas españolas de la jornada se cifran en 50 muertos y 60 heridos, las inglesas se desconocen.
Llegó a Dunkerque la primera pinaza informativa que partió del grueso de la Armada el 25 de julio.
Howard convocó a sus oficiales en un consejo nocturno para decidir una nueva estrategia. Entre todos acordaron que el objetivo principal consistía en romper la sólida formación española y detener su avance hacia el este. Para intentar conseguirlo, decidieron dividir la flota en cuatro escuadras, bajo el mando de Charles Howard en el Ark Royal, Francis Drake en el Revange, John Hawkins en el Victory y Martin Frobisher en el Triumph, respectivamente. Mandó que seis mercantes de cada escuadra mantuvieran a los españoles en alerta.
Encuentro en la Isla de Wight (4 de agosto)
La falta de viento obligó a los barcos armados tanto ingleses como españoles a ser remolcados por embarcaciones de remo en sus escaramuzas de ataque y defensa.
Howard viendo que el buque insignia de Recalde, el Santa Ana, se había quedado retrasado, mando a Hawkins que arriara unos cuantos botes e intentase tomarla, inmediatamente 3 galeazas salieron a su encuentro causando daños, los buques Ark Royal y Golden Lion disparan a distancia.
Se llegaron a producir enfrentamientos que varían en su intensidad y en su curso; mientras que en ocasiones el escaso viento favorece a algún navío español, otras veces lo hace a otro inglés. Un último ataque inglés, efectuado posiblemente por Drake desequilibra a la Gran Armada, alejándola del estrecho de Solent, que separa Inglaterra de la isla de Wight.
Se disparan unos 3.000 cañonazos entre las dos armadas ese día. Las bajas españolas ascienden a 50 muertos y 70 heridos. Las inglesas se desconocen.
Los ingleses se quedaron sin pólvora y balas, pero fueron suministrados diariamente desde la costa. Los españoles empezaron a quedarse sin balas de cañón.
Encuentro de Gravelinas (6 al 9 de agosto)
La Gran Armada continuó navegando, llegando sobre las 16:00 horas a las inmediaciones de Calais donde fondearon. Medina Sidonia manda una embajada de amistad al gobernador francés de la ciudad.
Mientras, la flota inglesa fondeó a unos 3 kilómetros de la española y recibió el refuerzo de 36 barcos, la escuadra de Canal mandada por Seymour. William Winter propuso esa noche la idea de utilizar brulotes (naves incendiarias, cargadas de pólvora y material incendiario, que se lanzan contra el enemigo).
La pinaza enviada el 25 de julio con un mensaje para el duque de Parma regresó con noticias. Alejandro Farnesio podía tener sus fuerzas listas en 6 días, toda una eternidad en aquella situación, no es que Farnesio se hubiese descuidado; sino que la flota holandesa de Justino de Nassau había bloqueado el puerto y no les permitía salir, por lo tanto, era inútil embarcar a nadie si no podía hacerse a la mar.
Teniendo que esperar, Medina Sidonia ordenó que unidades de la escuadra de pataches y zabras se colocasen entre el fondeadero inglés y el español a fin de prevenir el ataque con brulotes (botes incendiarios).
Pasada la medianoche se produjo el ataque con brulotes de la armada inglesa. 8 barcos de 200 toneladas habían sido preparados con rapidez, algunos incluso con sus cañones fueron dejados a favor de la corriente.
La flotilla destinada a evitar este ataque consiguió desviar a dos naves y se avisó a la lota. Se dio orden de levar anclas o de cortar amarras para evitar a los brulotes con la condición de volver pasado el peligro a ocupar su posición en el mismo puerto de fondeo, algo que resultó imposible por las fuertes corrientes del lugar.
Algunas naves chocan entre sí en la maniobra (la galeaza San Lorenzo y la nao San Juan de Sicilia), otras naves maniobran para evitar los bajos fondos de la costa de Flandes quedando dispersas. La San Lorenzo, ingobernable después de su accidente, quedó escorada y sin defensa a la altura del castillo de Calais. La nave no se rendiría hasta la muerte en combate de su comandante Hugo de Mendoza y no pudo ser saqueada por los ingleses al interrumpir los franceses en dicho saqueo.
Cuando los brulotes pasaron sin causar daño alguno, Medina Sidonia mandó dispara los cañones para reorganizar la flota, el San Marcos y dos galeones más obedecieron la señal, pero la mayoría habían navegado al noroeste y el viento del suroeste les alejaba. Medina Sidonia mando zarpar para seguirles.
Al llegar el día, Howard vio que la armada navegaba el desorden, y dio la orden a flota inglesa al completo, compuesta de al menos 153 embarcaciones, de perseguirles.
Cinco barcos españoles (el San Martín de Medina Sidonia, el San Juan de Recalde y el San Marcos de Peñafiel y dos galeones de la escuadra de Portugal) hicieron frente en un principio a la totalidad de la flota inglesa; mientras que los pataches y zabras se encargaban de recuperar las naves dispersas.
Poco a poco, la cortina defensiva española fue creciendo y aumentando su capacidad de fuego. Las naves inglesas, muy superiores en número pudieron acorralar a naves solitarias españolas que tuvieron que socorrerse mutuamente en repetidas ocasiones. Los ingleses sabiendo que las naves españolas estaban escasas de proyectiles, se acercan para dispar casi a bocajarro según testigos llegaron a estar en algunas ocasiones al alcance de una pica. El San Martín se salvó de zozobrar gracias a 2 buzos que taparon los agujeros por donde entraba agua. Pudo escapar gracias a la ayuda de otro galeón.
A las 18:00 horas parecía que la Armada estaba sentenciada, pero soplo el viento en dirección contraria y Howard y Drake rompieron el contacto.
Los daños ocasionados por la armada inglesa fueron cuantiosos. Aunque solamente un barco español fue hundido en el combate, el María Juan de 650 toneladas, otros han sido seriamente dañados y 3 de ellos el galeón San Felipe, el galeón San Mateo y la galeaza San Lorenzo terminaron encallados en las costas cercanas.
Otras naves quedan también castigadas y debieron de ser reparadas en el mar para continuar la navegación. La moral de la Armada seguía, no obstante, alta. Una nave italiana (probablemente la Regazona) fue vista por los ingleses chorreando de sangre y tres horas más tarde en su puesto de combate. Las cifras de bajas españolas fueron de más de 600 muertos y más de 800 heridos. Se ocultan, una vez más, las cifras de la armada inglesa, y aunque hablaron de solamente 100 fallecidos; un despacho de la reina de Inglaterra se habla de que “28 bajeles muy maltratados y a Pechelingas (Flesinga) 32 y en peor orden y con poca gente y que era muerta otra mucha muy particular y su piloto mayor; y que la Reina había hecho publicar un bando que nadie fuese osado en todo su reino a decir el suceso (éxito) de la Armada”.
El viento empujaba a la armada contra las costas de Zelanda, los ingleses estaban seguros de que la armada estaba perdida. Cuando el desastre parecía inevitable, el viento roló, permitiendo a los pesados galeones españoles maniobrar mar a dentro, salvándose in extremis de lo que hubiera sido una catastrófica embarrancada general. La flota puso proa al noreste, siguiendo al buque insignia.
Medina Sidonia hizo 4 disparos y envió una pinaza para reunir la armada, pero nadie da respuesta a su señal. Al parecer, algunos pensaron en el “sálvese quien pueda”. Una vez reunidos los capitanes de los barcos más cercanos fueron llevados a bordo del Santa Ana y varios de ellos acusados de traición.
Finalmente sería ahorcado Cristóbal de Ávila y su cuerpo expuesto en un patache con el objeto de restablecer la disciplina de la flota. Otro de los también condenados a muerte, pero cuya sentencia no fue ejecutada finalmente, fue el Francisco de Cuéllar, protagonista de uno de los documentos relatos más increíbles que hay de la historia de la Armada Invencible. La respuesta de su segundo comandante, Juan Martínez de Recalde, que también se negó a reagruparse, obligó a Medina Sidonia a reconocer su derrota.
En la reunión se decidió la estrategia a seguir. Estaban en una situación muy comprometida: el regreso por el canal de la Mancha resultaba impracticable debido a los vientos dominantes en agosto, que eran del oeste y del sudoeste, es decir contrarios, y por la presencia de los galeones ingleses que estaban al acecho, en franca superioridad de munición y con el viento a favor. Medina Sidonia optó entonces por la única alternativa que le quedaba: dar la vuelta circunnavegando Escocia por el Norte y luego regresar por el oeste de Irlanda para aprovechar así el apoyo de los puertos católicos escoceses e irlandeses, enemigos de Inglaterra. Se desechó dirigirse a Alemania o Dinamarca por no saber cómo serían recibidos. Una opción alternativa era conducir la flota a Flandes y tratar de reorganizarse con la ayuda de Farnesio; pero la incertidumbre acerca de la disposición de este último y la incapacidad de los puertos flamencos para acoger a una flota de ese tamaño le hicieron desistir.
El 10 de agosto la Armada Invencible no pudo reorganizarse del todo. Apareció de nuevo la flota inglesa a una distancia de unos 3 kilómetros con unos 109 barcos (recordemos que el día anterior había 153 de ellos, señal evidente de que habían sufrido también numerosos daños).
Comenzó el racionamiento de alimentos para soportar una navegación larga. La Armada Invencible continuó navegando hacia el norte y la inglesa vigilante, continuaba siguiéndola. Medina Sidonia ordena arriar las velas y esperar a la flota inglesa para entablar un nuevo combate. Los ingleses también bajan sus velas para frenar su acercamiento y evitar un enfrentamiento. El día 13 de agosto, la flota inglesa abandonó la persecución por falta de alimentos y munición.
El 13 de agosto comenzó con la orden de arrojar por la borda a los caballos y las mulas que todavía sobrevivían, para ahorrar agua y aligerar los barcos de peso.
Circunvalación de las islas Británicas (21 de agosto al 23 de septiembre)
El 21 de agosto, la Armada Invencible entró en el Atlántico Norte. Baltasar de Zúñiga fue desembarcado en las Islas Shetland con órdenes de navegar en un patache lo más rápido posible a España para avisar de la llegada de la flota; para que se preparen los necesarios avituallamientos y para que se informase al rey Felipe II de un total moderado de bajas a bordo (3.000 enfermos y heridos) y que regresarían 93 barcos.
Fue entonces cuando los vendavales otoñales que aquel año 1588 soplaron con inusual violencia la empujaron hacia el litoral irlandés.
Alonso Martínez de Leyva, capitán de la Rata Encoronada, después de naufragar en el condado de Mayo mantuvo unidos a 600 españoles en territorio enemigo. El gobernador de Connacht, Richard Bingham, quien tan eficaz se había mostrado en las ejecuciones de náufragos desarmados, rehusó el enfrentamiento.
Leyva acampó cerca de la bahía de Killybegs durante nueve días, hasta que apareció la maltrecha galeaza Gerona. El barco fue reparado y a mediados de octubre zarpó con 1.300 hombres. Un vendaval castigó el sobrecargado navío, hundiéndolo en Lacada Point, en el turístico Giant’s Causeway (calzada de los Gigantes), Sobrevivieron 9 personas, las cuales fueron trasladadas a Escocia por Sorley Boy MacDonnell.
Así fue como el 14 de septiembre llegó el naufragio del primer barco español, la Trinidad Valencera, en el arenal de Kinnogae Bay. No fue el último. El 21 de septiembre, una gran tormenta provocó que en una sola hora naufragaran tres barcos: la Lavia, la Juliana y la Santa María de Visón. En la playa de Streedagh Straand (Co Sligo), un hermoso arenal con el perfil del monte Ben Bulben al fondo, murieron 1.000 hombres.
El Gran Grifón se hundió en la isla de Isla Fair, el San Marcos, el San Juna, el Trinidad, el Valencera, el Afalcón Blanco Mediano se perdieron frente a las costas de Irlanda, el San Pedro Mayor en la bahía de Bigbury cerca de Plymouth.
10.000 españoles perecieron en Irlanda, bien ahogados, bien en la soga, bien a hierro. 24 hombres a bordo del Nuestra Señora del Socorro se rindieron en la bahía de Tralee; fueron inmediatamente ahorcados. En el condado de Mayo, un mercenario escocés llamado McLaughlan asesinó a 80 extenuados náufragos. 72 supervivientes más fueron ejecutados en la ciudad de Galway. Matanzas semejantes tuvieron lugar en las islas de Mutton y Clare. En Donegal, 560 hombres a las órdenes de Alonso de Luzón se toparon con una columna de caballería. Tras varios enfrentamientos, les prometieron seguridad si se rendían, fueron masacrados en cuanto entregaron las armas. Curiosamente los soldados españoles se alimentaban con patatas, que habían traído los viajes españoles de América. Una leyenda irlandesa cuenta que los naufragios de estos galeones españoles en Irlanda llevaron a las costas las patatas, que fueron recogidas por los campesinos, y que se convertiría en el alimento más popular de los irlandeses.
La flota dispersa comenzó a llegar al puerto de Santander, el 23 de septiembre de 1588.
Secuelas
Se perdieron en total de 35 buques siendo estos casi todos navíos de transporte y de navegación mediterránea, ya que en el viaje de vuelta no naufragó un solo galeón, y cerca de 20.000 hombres, entre ellos cinco de los doce mejores capitanes de la marina española. Los daños materiales fueron enormes y el prestigio naval español sufrió un duro golpe del que no logró recuperarse nunca. Los ingleses bautizaron sarcásticamente a la flota española como «Armada Invencible«.
Se cuenta que a la vuelta de la Armada a España, Felipe II dijo: “Yo envié a mis naves a pelear contra los hombres, no contra los elementos”. Algunos autores sí dan por escrita por el propio rey la frase: “En lo que Dios hace no hay que perder ni ganar reputación, sino no hablar de ello”.
Felipe II no buscó cabezas de turco y se preocupó de forma excepcional de los heridos y de las familias de los fallecidos.