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Antecedentes
El objetivo básico de Isabel I era aprovechar la debilidad de la Armada de España tras el fracaso de la Armada Invencible y asestar un golpe definitivo a Felipe II, obligándole a aceptar los términos de paz que Inglaterra impusiese. El primer punto del plan consistía en destruir los restos de la Armada Invencible, mientras estaban sometidos a reparaciones en sus bases de La Coruña, San Sebastián y sobre todo Santander. Además, se aprovecharían estos ataques para abastecerse de agua y víveres mediante el saqueo de dichas localidades. Posteriormente, se desembarcaría en Lisboa para causar una revuelta contra Felipe II en Portugal, país recientemente anexionado al imperio Español. De este modo, y una vez asegurado el control sobre Portugal, poner en el trono al Prior de Crato que se convertiría en principal aliado y socio comercial del país; y posteriormente se adueñaría de alguna de las Azores para disponer así de una base permanente en el Atlántico desde la que atacar a las flotas comerciales españolas.
Al igual que su predecesora española, la Invencible Inglesa adoleció de un exceso de optimismo ante una empresa que resultaba prácticamente imposible dada la tecnología disponible en aquella época. Posiblemente influidos por el exitoso ataque de Drake a Cádiz en 1587, los ingleses cometerían graves errores tácticos y estratégicos, que desembocarían en un desastre.
Todo el plan se construyó como si de una operación comercial se tratase. La expedición fue financiada por una compañía con acciones cuyo capital era de 80.000 libras. Del capital, un cuarto lo pagó la reina, un octavo el gobierno holandés y el resto varios nobles, mercaderes, navieros y gremios. Todos ellos esperaban no solo recuperar lo invertido, sino obtener grandes beneficios. Este criterio organizativo, basado en un conjunto de intereses económicos particulares, se había mostrado efectivo hasta aquel momento para promocionar expediciones piratas y corsarias, basadas fundamentalmente en ataques por sorpresa. Pero en esta ocasión, dada la enormidad de los objetivos estratégicos y la duración de la campaña frente a un enemigo alerta, se demostraría calamitoso.
Los ingleses no tenían en aquel momento ninguna experiencia en la organización de grandes campañas navales, por lo que la logística fue muy deficiente. Diversas preocupaciones unidas al mal tiempo retrasaron la salida de la flota. Otros problemas fueron que los holandeses no proporcionaron todos los barcos de guerra que habían prometido; que el retraso causó que se consumiera un tercio de las provisiones antes de salir del puerto (quedándoles solo para dos semanas de campaña); que solo había 1.800 soldados veteranos frente a 19.000 voluntarios novatos e indisciplinados; que no se llevaban las armas de asedio indispensables para tomar fortalezas, ni la caballería imprescindible para lanzar cargas en las operaciones en tierra. Es probable que se subestimase el problema logístico debido a que el año anterior, cuando combatieron contra la Armada Invencible, lo hicieron frente a sus propias costas, siendo constantemente aprovisionados por pequeñas embarcaciones que iban y venían llevándoles todo lo que necesitaban.
Quizá un punto controvertido fue la decisión de otorgar el mando de la escuadra a Francis Drake. Si bien Drake había obtenido notables éxitos actuando como corsario y pirata, numerosos compañeros habían criticado furiosamente su actitud durante la campaña de la Invencible española el año anterior, aunque Drake finalmente consiguió atribuirse todo el mérito de la derrota española, mérito del que dudan diversos historiadores. Según su historial anterior, la expedición de la Invencible Inglesa requería un jefe con sus supuestas cualidades. Pero los hechos posteriores demostrarían que Drake no era el hombre adecuado para mandar una gran expedición naval.
Ejecución del Plan
La flota inglesa partió de Plymouth el 13 de abril de 1589. Al salir, la flota consistía en 6 galeones reales, 60 buques mercantes ingleses, 60 urcas holandesas y unas 20 pinazas, además de docenas de barcazas y lanchas. En total, entre 170 y 200 naves, más numerosa, por tanto, que la Armada Invencible, que había estado compuesta por 124 barcos. Además de las tropas de tierra, embarcaron 4.000 marineros y 1.500 oficiales. El número total de combatientes, entre marineros y soldados, fue contabilizado antes de zarpar en 27.667 hombres. Emulando la táctica utilizada el año anterior frente a los españoles, Drake dividió su flota en 5 escuadrones, mandados respectivamente por él (en el Revenge), Norreys (en el Nonpareil), el hermano de Norreys, Edward (en el Foresight), Thomas Fenner (en el Dreadnought) y Roger Williams (en el Swiftsure). Junto con ellos, y en contra de las órdenes de la reina que había prohibido expresamente su asistencia a la campaña, navegaba el favorito de Isabel I: Robert Devereux, II conde de Essex.
También se sumó a la expedición el prior de Crato don Antonio, pretendiente bastardo al trono de Portugal. El aspirante luso ofreció pagar a Londres cinco millones de ducados si alcanzaba el poder, un tributo anual perpetuo de 300.000 ducados de oro y el visto bueno para que Inglaterra mantuviera guarniciones en castillos portugueses.
Desde el primer momento, la indisciplina de las tripulaciones inglesas se hizo notar. Antes incluso de llegar a divisar la costa española, ya habían desertado una veintena de pequeñas embarcaciones, con un total de unos 2.000 hombres a bordo. A ello se sumó la desobediencia del propio Drake, quien se negó a atacar Santander como se le había ordenado, alegando vientos desfavorables y el temor a verse cercado por la flota española en el golfo de Vizcaya o a embarrancar en el Cantábrico. En su lugar, Drake decidió poner rumbo a la ciudad gallega de La Coruña. No están claros los motivos que le llevaron a tomar esa decisión, pero pudo haber dos razones fundamentales: en primer lugar el deseo de Drake de repetir su éxito de 1587 cuando atacó Cádiz, pues corría el rumor de que en La Coruña se custodiaba un fabuloso tesoro valorado en millones de ducados, lo cual era falso; y, por otra parte, La Coruña era base de partida de numerosas flotas españolas, por lo que poseía grandes reservas de víveres.
Ataque a La Coruña (4-19 de mayo de 1589)
Las defensas de La Coruña eran bastante deficientes. El primer avistamiento de las velas inglesas se produjo en el cabo Estaca de Bares, en la zona del Ortegal, de donde salieron avisos hacia la ciudad.
Allí, tras conocer el peligro, se ordenó preparar un fuego cerca de la torre de Hércules y situar unos jinetes para dar avisar a toda la comarca, cuando aparecieran los ingleses. El gobernador de la ciudad, Juan Pacheco de Toledo, II marqués de Cerralbo, contaba con 150 arcabuceros bajo las órdenes de Álvaro Troncoso además de 500 soldados viejos de infantería de marina, de las milicias locales contaba con 340 piqueros 220 arcabuceros y con los hidalgos voluntarios sus fuerzas eran unos 1.500 hombres. A pesar de todo, la población civil de la ciudad se dispuso a ayudar a la defensa en todo lo que fuese necesario, lo cual resultaría decisivo. En cuanto a la flota disponible, tan solo se contaba con el galeón San Juan (50 cañones), la nao San Bartolomé (20 cañones), la urca Sansón y el galeoncete San Bernardo, así como con dos galeras, la Princesa y la Diana (5 cañones).
Los barcos españoles debieron de internarse en la ría de Ferrol, situándose detrás del castillo de San Felipe para evitar así ser capturados por la flota inmensamente superior.
El 4 de mayo, la flota inglesa se asomaba al puerto de la ciudad gallega. El San Juan, la Princesa y la Diana se apostaron junto al fuerte de San Antón y cañonearon, apoyadas por las baterías del fuerte, a la flota inglesa a medida que esta se iba introduciendo en la bahía, forzando así a los atacantes a mantenerse alejados.
Durante los siguientes días, las tropas inglesas al mando de John Norris desembarcaron de sus lanchas en las arenas de Santa María de Oza para atacar la ciudad, comenzando por los arrabales de la misma. Para hacer frente a este contingente el capitán Álvaro de Troncoso y Ulloa disponía de 150 de expertos arcabuceros que venderían caras las arenas de Oza. Tras numerosas bajas, los ingleses se dieron cuenta del escaso número de los tiradores españoles y decidieron rodearlos, por lo que Troncoso se retiró hacia el pequeño fuerte de Malvecín, próximo a la muralla de las Pescaderías.
Los ingleses tomaron sin demasiada dificultad la parte baja de La Coruña, saqueando el barrio de La Pescadería (que es el istmo situado entre la playa de Orzán y la actual dársena de la marina) y empezaron a ocupar la Ciudad Baja. Los defensores al verse rodeados decidieron refugiarse en el castillo de San Martín mientras que otros a sangre y fuego se internaron en la parte alta de la ciudad. La trágica noche del 5 de mayo cubrió de sangre las calles de la parte baja de la ciudad, los ingleses llenos de ira por sus numerosas bajas se vengaron con los civiles, especialmente con las mujeres, unos 500 coruñeses murieron esa noche, entre ellos muchas mujeres.
Durante la noche los ingleses desembarcaron sus cañones que al alba comenzarían a debilitar la muralla de la parte alta especialmente la zona de Pescaderías. Pero su sorpresa fue grande cuando comenzaron a recibir un nutrido fuego de artillería desde los castillos de San Antón y de los buques San Juan y San Bartolomé. El duelo entre el galeón y las baterías inglesas fue épico hasta tal punto que los ingleses trataron de tomarlo al asalto sin éxito. Tras duros combates y debido al estado en que se encontraba el galeón San Juan se decidió hacerlo explotar, eso sí cuando llegasen la sección de abordaje inglesa. El galeón en su último suspiro se llevó por delante la vida de 14 ingleses en una gran explosión. Mientras las galeras tras una escasa participación en el combate recibieron órdenes de tratar de escapar hacia el Ferrol y la nao San Bartolomé fue hundido para impedir su captura.
Tras esto, los hombres de Norris se lanzaron a al asalto de la parte alta de la ciudad, pero esta vez se estrellaron contra las murallas coruñesas. Apostados tras ellas, la guarnición y la población de la villa, incluyendo a mujeres y niños, se defendió con total determinación del ataque inglés.
Al día siguiente, sábado 6 de mayo, los vecinos de Betanzos, San Saturnino y los alrededores se dirigieron armados de todo lo que encontraron contra los invasores. Unos 1.400 hombres bajo las órdenes del veterano capitán de Flandes, Juan de Varela, sumándose por la tarde refuerzos de Santiago de Compostela, dos compañías de asturianos bisoños y otras tres compañías del señor de Cayón; un total de unos 2.400 españoles los que impedirían nuevos desembarcos y hostigarían al enemigo desde el monte de Arcas.
Los sitiados viendo la llegada refuerzos terrestres levantaron la moral. Durante varios días los ingleses atacaron las murallas mientras que de noche seguían cavando una mina bajo las murallas. Dentro de las murallas todos ayudaban, las mujeres y niños llevaban agua, comida e incluso municiones a los soldados que defendían las murallas, o portaban piedras y arena para rellenar las brechas en las defensas.
El día 12 los ingleses hacen explotar una de las minas, pero fue un fracaso, ya que se quedó corta. Desde las ruinas del convento de Santo Domingo disparan día y noche contra las murallas hasta que la mañana del día 14 abrieron brecha. Pero los hombres del capitán Pedro Ponce y del alférez Antonio Herrera consiguieron rechazar a los invasores y taponar la brecha. A las seis de la tarde explotó otra mina que alcanzó las murallas, sepultando a 300 de la vanguardia inglesa. La brecha esta vez fue cubierta por los hombres del capitán Troncoso. Norreys ordenó un gran ataque a diez compañías de sus mejores hombres, con él dirigiendo el asalto.
Fue durante esta acción donde se distinguió la que hoy en día sigue siendo considerada heroína popular en la ciudad de La Coruña: María Mayor Fernández de la Cámara y Pita, más conocida como María Pita. La leyenda cuenta que muerto su marido en los combates, cuando un alférez inglés arengaba a sus tropas al pie de las murallas, doña María se fue sobre él con una pica y lo atravesó, arrebatándole además el estandarte, lo que provocó el derrumbe definitivo de la moral de los atacantes. Otra mujer que también aparece en las crónicas de la época por su distinción en los combates fue Inés de Ben. María Pita fue nombrada por Felipe II Alférez Perpetuo, y el capitán Juan Varela fue premiado por su actuación al mando de las tropas y milicias coruñesas.
Las tropas inglesas abandonaron la pretensión de tomar la ciudad y se retiraron para reembarcar el 18 de mayo, tras saquear la parte vieja de la ciudad; habiendo dejado tras de sí unos 1.000 muertos españoles, y habiendo perdido por su parte unos 1.300 hombres, además de entre dos y tres buques y cuatro barcazas de desembarco, todos ellos hundidos por los cañones del fuerte de San Antón y los barcos españoles. Además, en aquel momento las epidemias empezaron a hacer mella entre las tropas inglesas, lo cual unido al duro e inesperado rechazo en La Coruña contribuyó al decaimiento de la moral y al aumento de la indisciplina entre los ingleses. Tras hacerse a la mar, otros 10 buques de pequeño tamaño con unos 1.000 hombres a bordo decidieron abandonar y tomaron rumbo a Inglaterra. El resto de la flota, a pesar de no haber conseguido aprovisionarse en La Coruña, prosiguió con el plan establecido y puso rumbo a Lisboa.
Ataque a Lisboa (26 de mayo-16 de junio de 1589)
Con unos precedentes poco halagüeños, finalmente la flota inglesa fondeó en la ciudad portuguesa de Peniche el 26 de mayo de 1589, e inmediatamente comenzó el desembarco de las tropas expedicionarias comandadas por Norreys. Pese a no contar con resistencia de consideración, los ingleses perdieron 80 hombres y unas 14 barcazas debido a la mala mar. Inmediatamente la fortaleza de la ciudad, bajo mando de un seguidor de Crato, se rindió a los invasores. Acto seguido, el ejército comandado por Norreys, compuesto a aquellas alturas de la misión por unos 10.000 hombres, partió rumbo a Lisboa, defendida mayormente por una guardia teóricamente poco afecta a Felipe. Paralelamente, la flota comandada por Drake también puso rumbo a la capital portuguesa. El plan consistía en que Drake forzaría la boca del Tajo y atacaría Lisboa por mar, mientras Norreys, que iría reuniendo adeptos y pertrechos por el camino, atacaría la capital por tierra para finalmente tomarla.
Pero lo cierto es que el ejército inglés tuvo que soportar una durísima marcha hasta llegar a Lisboa, siendo diezmados por los constantes ataques de las partidas hispano-portuguesas, que les causaron cientos de bajas, y por las epidemias que ya traían de los barcos. Además, las autoridades españolas habían vaciado de materiales y pertrechos utilizables por los ingleses todos los pueblos entre Peniche y Lisboa. Por otro lado, la esperada adhesión de la población portuguesa no se produjo nunca. Más bien al contrario, la población civil lusa hizo el completo vacío a las tropas inglesas, y en todo el camino hacia Lisboa los ingleses no consiguieron sumar más que unos 300 hombres. En realidad, parece que para los portugueses de a pie, los supuestos libertadores no eran más que unos herejes que llevaban años saqueando sus costas y atacando sus barcos pesqueros y mercantes. Por otro lado, los ingleses no contaban más que con 44 caballos, por lo que tenían que transportar la mayor parte del material haciendo uso de los soldados. Al llegar los ingleses a Lisboa, tras haber recorrido 75 kilómetros infernales, su situación era dramática porque carecían de medios para forzar su entrada en la capital. Les faltaban pólvora y municiones, no tenían caballos ni cañones suficientes y se les habían agotado los alimentos.
Sorprendentemente para los ingleses, la ciudad no solo no daba muestras de pretender rendirse, sino que se aprestaba a la defensa. La guarnición lisboeta estaba compuesta por unos 7.000 hombres entre españoles y portugueses. Si bien las autoridades españolas no confiaban totalmente en las tropas portuguesas, nunca llegaron a producirse levantamientos ni motines. Por otra parte, en el puerto fondeaban unos 40 barcos de vela bajo mando de Matías de Albuquerque, y las 8 galeras de la escuadra de Portugal, bajo mando de don Alonso de Bazán (hermano del ilustre marino español), se preparaban para el combate.
Inmediatamente las galeras de Bazán atacaron a las fuerzas terrestres inglesas desde la ribera del Tajo causando numerosas bajas a los invasores con su artillería y con el fuego de mosquetería de las tropas embarcadas. Los ingleses buscaron refugio en el convento de Santa Catalina, pero fueron acribillados por la artillería de la galera comandada por el capitán Montfrui, y se vieron forzados a salir y continuar la marcha bajo un fuego incesante. La noche siguiente, los soldados de Norreys montaron su campamento en la oscuridad para evitar ser detectados por las temibles galeras. Al no conseguir localizar la posición de las tropas invasoras, Alonso de Bazán ordenó simular un desembarco echando varios botes al agua, indicando a sus hombres que hiciesen el mayor ruido posible, que disparasen al aire y gritasen, lo cual provocó inmediatamente la alerta y la confusión en el campamento inglés, que se preparó para la defensa. Las galeras españolas distinguieron en la oscuridad los fuegos de las antorchas y las mechas encendidas de las armas inglesas, por lo que Bazán ordenó concentrar el fuego de sus barcos en las luces, lo que provocó una nueva matanza entre los ingleses.
Al día siguiente, Norreys intentó asaltar la ciudad por el barrio de Alcántara, pero de nuevo las galeras acribillaron a las tropas inglesas forzándolas a dispersarse y retirarse para ponerse a cubierto, tras haberles causado un gran número de muertos. Tras conocerse que algunos habían vuelto a buscar refugio en el convento de Santa Catalina las galeras abrieron de nuevo fuego contra el edificio forzando a los atrincherados a salir y matando a muchos de ellos. Posteriormente, los prisioneros ingleses relatarían el pavor que les producían las galeras de Bazán, responsables de un enorme número de bajas entre sus filas. Finalmente Bazán desembarcó 300 soldados para atacar desde tierra al maltrecho ejército inglés.
Durante los combates, la pasividad de Drake que no se decidía a entrar en batalla provocó un aluvión de reproches por parte de Norreys y Crato que lo acusaron de cobardía. Drake alegaba que no tenía posibilidades de entrar en Lisboa debido a las fuertes defensas y al mal estado de su tripulación. Lo cierto es que mientras las tropas terrestres llevaban todo el peso de la batalla, el almirante inglés se mantenía a la expectativa, bien porque realmente no pudiese hacer nada, bien porque estuviese esperando el momento adecuado para entrar en batalla cuando la victoria fuese segura y recoger los laureles.
En cualquier caso, el 11 de junio entraban en Lisboa otras nueve galeras de la escuadra de España, bajo mando de Martín de Padilla transportando a 1.000 soldados de refuerzo. Esto supuso el punto de inflexión definitivo en la batalla, y el 16 de junio, siendo ya insostenible la situación del ejército inglés, Norreys ordenó la retirada. Inmediatamente se ordenó a las tropas hispano-lusas salir en persecución de los ingleses. Si bien no se registraron combates de entidad, las tropas ibéricas hicieron numerosos prisioneros que iban quedando rezagados y se apropiaron de gran cantidad de pertrechos ingleses. Sorprendentemente, también se hicieron con los papeles secretos de Antonio de Crato, que incluían una lista con los nombres de numerosos conjurados contra el Imperio español.
Persecución de la armada inglesa
Tras la dura derrota sufrida por el ejército de Norris, Drake decidió abandonar con su flota las aguas lisboetas y adentrarse en el Atlántico. Por su parte, los marinos españoles se dispusieron para la persecución del enemigo.
La flota de galeras podía hacer mucho daño a una formada por veleros: la ausencia de viento. Esta circunstancia dejaba a los barcos de vela prácticamente inmóviles, sin capacidad de maniobra y al capricho de las corrientes marinas. En cambio, las galeras podían utilizar su propulsión a remo para maniobrar y situarse a popa del velero, batiéndolo con su escasa artillería de modo que los proyectiles atravesasen el velero longitudinalmente causando grandes estragos y sin exponerse a los cañones situados en el costado enemigo. En cualquier caso, esta maniobra era extremadamente arriesgada, pues la aparición repentina del viento podía permitir al velero ponerse de costado a la galera atacante y destrozarla gracias a su abrumadora superioridad artillera.
De este modo, Padilla partió el 20 de junio tras la flota inglesa al mando de 7 galeras. Los españoles mantuvieron la distancia con la flota enemiga, esperando un golpe de fortuna que dejase a los ingleses sin viento y permitiese atacarlos y destruirlos. El comandante español estaba preocupado por los planes de Drake, y temía que su intención fuese volver sobre Cádiz para a atacarla como ya había hecho en 1587. Durante la noche, Padilla se adentró entre la flota enemiga, y envió a un capitán inglés católico a bordo de un esquife para ponerse en contacto con los marinos ingleses y tratar de averiguar sus planes. La única información que pudieron obtener fue que las tripulaciones inglesas se encontraban enfermas y desmoralizadas.
Los vientos flojos impedían a los ingleses alejarse de las costas portuguesas, y finalmente llegó a los españoles la oportunidad que estaban esperando. Con vientos muy débiles que impedían maniobrar a los veleros, las galeras se lanzaron a la caza. Padilla ordenó a sus barcos formar en hilera y atacar a los buques enemigos que se encontraban descolgados de la formación. Así, la fila de galeras iba situándose a popa de los buques ingleses, y batiéndolos sucesivamente con su artillería se iban relevando unas a otras a medida que se recargaban los cañones. Por su parte, las tropas embarcadas batían las cubiertas inglesas con sus mosquetes. Debido a la imposibilidad de defenderse o huir, los barcos ingleses atacados sufrieron un terrible castigo, siendo finalmente apresados 4 buques de entre 300 y 500 toneladas, un patache de 60 toneladas y una lancha de 20 remos. Durante los ataques murieron unos 570 ingleses, y unos 130 fueron hechos prisioneros.
Entre estos últimos se contaban tres capitanes, un oficial de ingenieros y varios pilotos. Por su parte, los españoles solo lamentaron dos muertos y 10 heridos. Pero una ligera brisa comenzó a soplar de nuevo, por lo que Drake, que había sido un mero testigo del ataque pudo maniobrar con su buque insignia, y seguido por otras cuatro embarcaciones mayores se dirigió hacia las galeras españolas que trataban de remolcar sus presas de vuelta a Lisboa. Los españoles decidieron entonces quemar los buques de mayor tamaño y hundir a cañonazos los más pequeños, hecho lo cual se retiraron manteniendo las distancias con los grandes veleros enemigos, que no pudieron alcanzarlos.
A eso de las 5 de la tarde comenzó a soplar un fuerte viento, por lo que los ingleses largaron velas y pusieron rumbo al Norte. Tras esto, Padilla, muy preocupado por el peligro que corría Cádiz, y a pesar de haber recibido tres nuevas galeras de refuerzo, decidió abandonar la lucha y poner rumbo a la ciudad andaluza para participar en su defensa llegado el caso. Por su parte, Alonso de Bazán decidió relevar a Padilla con varias galeras de la escuadra de Portugal y continuar con la persecución, apresando tres buques ingleses más durante los días siguientes.
Las Azores el final de la Contra-armada
Drake puso rumbo entonces a las islas Azores, para tratar de conseguir el último de los objetivos acordados al planearse la expedición, pero sus fuerzas estaban ya muy mermadas, y fueron rechazados sin grandes dificultades por las tropas españolas destacadas en el archipiélago. Perdida la ventaja de la sorpresa inicial, con las tropas de desembarco fueron diezmadas por los combates y la tripulación cada vez más cansada y afectada por enfermedades (solo quedaban 2.000 hombres capaces de luchar), se decidió que el objetivo de formar una base permanente en las Azores no era posible.
Tras otra tormenta que provocó nuevos naufragios y muertes entre los ingleses, Drake saqueó la pequeña isla de Puerto Santo en Madeira. Ya de vuelta en las costas gallegas, desesperado por la falta de víveres y agua potable; se detuvo en las Rías Bajas de Galicia, el 27 de junio, arrasó la indefensa villa de Vigo, que en aquella época era un pueblo marinero de unos 600 habitantes, a pesar de lo cual, la resistencia de la población civil causó nuevas bajas a los atacantes.
«Entro el corsario Lutherano Francisco Draques general de la armada Inglesa. Enbiada por la Reyna Isabela Lutherana (…) en esta ría de Vigo con doscientas y trece velas grandes y pequeñas el cual venia de haber estado sobre la Coruña la cual no pudo tomar escepto que quemo y asolo la pescadería y benia de estar sobre Lisbona y llego con doce mill ynfantes hasta los muros de ella y se retiro y de la retirada vino á esta dicha Villa la cual ocupó dende Boças asta Remde dejando en las yslas de Sias 20 naves en retaguardia y echó seis mil peones en tierra la mayor fuerza desenbarco en el cabron de Teys, y la mas por Sta. Martha y Coya y tomaron y ocuparon nuestra Sra. del Castro y entraron en la Villa sin resistencia y la saquearon y quemaron la Iglesia mayor y las mejores casas de la villa asta quinientas y setenta casas y no murieron sino dos mujeres desta villa, mas antes los del pueblo que se retiraron mataron dende la gandariña y por circunloquio de la villa asta trescientos lutheranos«. Descripción recogida en los libros parroquiales por Gregorio Servido, prior de Vigo, en 1589.
Al tenerse noticia de la llegada de tropas de milicia bajo mando de don Luis Sarmiento, los ingleses reembarcaron. Tras numerosas deserciones y un nuevo brote de tifus, Drake decidió dividir la expedición. El propio Drake, al mando de los 20 mejores bajeles regresaría a las Azores para tratar de apresar la flota de indias española, mientras que el resto de la expedición regresaría a Inglaterra. Essex recibió orden de Isabel de volver a la corte y Norris decidió también poner rumbo a Inglaterra.
El 30 de junio Drake capturó una flota de barcos comerciales hanseáticos, que habían roto el bloqueo inglés rodeando las islas por Escocia. Pero aquello no sirvió para sufragar los gastos de la expedición porque para acallar las protestas de las ciudades de la Hansa, esos navíos tuvieron que ser devueltos con sus mercancías a sus legítimos propietarios. Antes de conseguir llegar de nuevo a las Azores, otro temporal obligó al almirante inglés a retroceder, momento en el que se dio por vencido y ordenó poner rumbo a Inglaterra.
Mientras la flota inglesa navegaba dispersa debido a las tempestades y a la escasez de dotaciones en los navíos. Diego Aramburu recibió la noticia de que el enemigo navegaba en pequeños grupos por el Cantábrico camino de Inglaterra, por lo que inmediatamente partió de los puertos cantábricos al mando de una flotilla de zabras a la busca de presas; consiguiendo finalmente capturar dos buques ingleses más, que remolcó a Santander. La retirada inglesa degeneró en una carrera individual en la que cada buque luchaba por su cuenta para llegar lo antes posible a un puerto amigo.
La indisciplina dominó hasta el final en la flota inglesa. Al arribar Drake a Plymouth el 10 de julio con las manos vacías, habiendo perdido a más de la mitad de sus hombres y numerosas embarcaciones, y habiendo fracasado absolutamente en todos los objetivos de la expedición; la soldadesca se amotinó porque no aceptaban los cinco chelines que como paga se les ofreció. Y tan mal cariz tomó la protesta que para reprimirla las autoridades inglesas ahorcaron a 7 amotinados.
Secuelas
De 18.000 hombres que formaron aquella flota de invasión descontando los numerosos desertores, solamente 5.000 regresaron vivos a Inglaterra. Es decir, más del 70 por 100 de los expedicionarios fallecieron en la operación. Entre la oficialidad, las bajas mortales también fueron muy altas: el contraalmirante William Fenner, ocho coroneles, decenas de capitanes y centenares de nobles voluntarios murieron debido a los combates, los naufragios, y las epidemias de aquella empresa. A las pérdidas humanas hay que añadir la destrucción o captura por los españoles de al menos 12 navíos, y otros tantos hundidos por temporales. Además de esto, los ingleses perdieron también al menos 18 barcazas y varias lanchas.