¡Ayúdanos a mejorar el blog!
Si ves alguna palabra mal escrita, o frase que no tenga mucho sentido, es muy fácil hacérnoslo saber. Sólo tienes que seleccionar las palabras que te resulten sospechosas y pulsar las teclas CONTROL y ENTER. Se abrirá un formulario con el texto seleccionado, y con pulsar enviar recibiremos tu notificación.
También puedes abrir el formulario pulsando el siguiente botón
Causas de la guerra
La guerra de los Ochenta Años o guerra de Flandes fue una guerra que enfrentó a las 17 provincias de los Países Bajos contra su soberano, quien era también rey de España. La rebelión contra el monarca comenzó en 1568 en tiempos de Margarita de Parma, gobernadora de los Países Bajos y finalizó en 1648 con el reconocimiento de la independencia de las siete Provincias Unidas, hoy conocidas como Países Bajos, tras la paz de Westfalia.
Las causas del conflicto fueron múltiples y complejas entre las que se encuentran:
- El Emperador de España y del Sacro Imperio Romano Carlos V nació en las Provincias Unidas, por lo que era visto como monarca de estas. Sin embargo, su hijo, Felipe II, nació y se crio en España, y solo hablaba castellano, por lo que era visto como extranjero en las tierras de su padre, que no hablaba la lengua flamenca y que no conocía las costumbres del país.
- Diferencias entre ambos monarcas. Mientras que Carlos V fue un rey viajero, que por los diferentes intereses visitó a lo largo de su reinado sus territorios; Felipe II fue un rey sedentario, que, tras los primeros años de su reinado, decidió instalarse en Castilla, desplazándose muy poco desde entonces, por lo que dejó de estar presente en las posesiones europeas, en especial en Flandes.
- Los Países Bajos eran diecisiete provincias que no estaban unidas, ya que unas habían dependido del reino de Francia, otras del Sacro Imperio y otras eran totalmente independientes, por ello Carlos creó la figura de un gobernador general que estaba auxiliado por tres consejos, el de Estado, el Privado y el de Hacienda.
- Cada provincia individualmente constituía una comunidad política semi-independiente, por lo que formaban entre ellas ligas para desarrollar políticas comunes o para solucionar temas concretos. En cada provincia existían bandos enfrentados por el poder; en unas eran los diferentes grupos del patriciado local los que se enfrentaban; en otras el enfrentamiento era entre los diferentes gremios o corporaciones artesanales con más poder; y en otros el conflicto era entre la nobleza rural y la burguesía urbana.
- El Calvinismo fue adoptado por las Provincias Unidas, ya que encajaba perfectamente con el sistema capitalista de los holandeses. Esto no le pareció al rey, por lo que instauro los Tribunales de la Inquisición. Medida que desde luego no fue nada bien recibida. La tensión religiosa fue en aumento, el rey no cedía y los protestantes iban progresando y perdiendo el miedo a actuar públicamente. Al ver que las medidas reales no se aplicaban con total rigidez; los calvinistas se radicalizaron, frente a las medidas impuestas por el rey, y en el verano de 1566 varias iglesias católicas fueron saqueadas y algunas de ellas destruidas e incendiadas, e incluso religiosos, frailes y monjas, y seglares fueron perseguidos y asesinados, provocando la indignación del rey.
- Una hambruna que fue provocada por un bloqueo comercial en el mar Báltico por la guerra entre Suecia y Dinamarca, que cerró tráfico marítimo; los precios de los productos manufacturados bajaron de manera tan grande que influyeron en los sueldos de los trabajadores, entrando en escena los paños ingleses que competían con los flamencos.
- La Furia Iconoclasta de 1566, que destruyó muchas imágenes sacras como protesta contra la riqueza del clero frente a un pueblo hambriento.
- Las fuerzas armadas alojadas en las provincias fronterizas para la guerra con Francia fueron un foco constante de problemas entre la población y la soldadesca.
Margarita de Parma (1559-68)
Felipe II cuando su padre Carlos V abdicó a su favor, decidió nombrar a su hermanastra Margarita como gobernadora de los Países Bajos en 1599. En un primer momento, la duquesa se enorgulleció de poder seguir los pasos de las anteriores gobernadoras, Margarita y María, a las que siempre había tenido en gran estima y realizaron un papel impecable al servicio del Emperador.
Corrían tiempos de gran agitación en aquel país, dividido a causa de la disidencia religiosa y la reivindicación política.
Flandes era para la monarquía hispánica una fuente de vitalidad económica. Esta misma pujanza comercial y financiera dio como resultado la resistencia de los flamencos ante la sangría que representaba para la economía local la progresiva subida de impuestos por parte de la Corona. El descontento aumentó cuando a la presión económica se sumó la persecución religiosa, mucho más estricta durante el reinado de Felipe II.
El monarca, considerando que la homogeneidad de credos era una baza decisiva a la hora de reforzar la autoridad real, agudizó las medidas represivas contra toda disidencia mediante la implantación de la Inquisición y la presencia de una guarnición militar española aun con el territorio pacificado.
Margarita, flamenca de nacimiento, parecía la persona idónea para lograr un entendimiento entre las facciones. Ella estaba convencida de poder controlar todos los frentes. Por una parte, las aspiraciones nacionalistas de la nobleza, que defendían los católicos condes de Egmont y Horn y el protestante príncipe Guillermo de Orange. Por otra, la rápida expansión del credo calvinista, que chocaba con la política de uniformidad religiosa propugnada desde España.
La relación de la gobernadora con la alta aristocracia era excelente. Mantenía una cierta amistad con los condes de Egmont y Horn, y se hacía acompañar en el gobierno de un consejo de nobles flamencos, a fin de hacer compatibles las directrices de la monarquía con los privilegios, usos y costumbres de Flandes. La nobleza flamenca actuaba, a su vez, como moderadora de la poderosa burguesía, favorable a las ideas calvinistas, cuyos principios validaban sus intereses comerciales.
Margarita se hacía acompañar en el gobierno de un consejo de nobles flamencos para compatibilizar las directrices de la monarquía con los usos y costumbres de Flandes.
Su talante abierto y tolerante favorecía el diálogo entre las partes, y posiblemente habría conseguido mantener el equilibrio en la región de no ser por la férrea vigilancia del cardenal Antoine Perrenot de Granvela. Presidente del Consejo de Estado de Flandes, firme defensor de la fe incluso por la fuerza, el cardenal Granvela era, de algún modo, la mano ejecutora de la voluntad de Felipe II.
Margarita no tardó en comprender que no iba a disfrutar en Flandes del poder omnímodo que esperaba. Por el contrario, el tándem Granvela-Felipe II parecía querer convertirla en una mera intermediaria entre los nobles flamencos, que la consideraban una de los suyos, y la Corona.
Apoyándose en la nobleza, Margarita estaba convencida de poder hacer entrar en razón a Felipe II. Sus esfuerzos resultaron inútiles. A cada petición suya, la respuesta de Madrid era el silencio más absoluto, mientras Granvela continuaba con su cruzada particular. Cierto que pareció que Felipe II cedía en algunos aspectos, como cuando a petición de la propia Margarita destituyó en 1564 al temido cardenal. Pero se mantenía inflexible en el aspecto religioso.
El 5 de abril de 1566, en vista de la actitud inquebrantable de Felipe II, 200 representantes de la nobleza flamenca, encabezados por Guillermo de Orange, presentaron a la gobernadora el llamado compromiso de Breda. En aquella declaración de principios se pedía la abolición del tribunal de la Inquisición y la implantación de la libertad de cultos, sin que ello debiera representar desacato alguno a la autoridad española. Margarita de Parma escribió de inmediato a Madrid recomendando moderación para llegar a un acuerdo, pero la única respuesta que obtuvo de Felipe II fue la negativa a discutir el Compromiso y la orden de implantar en Flandes la totalidad de los decretos y usos establecidos en el concilio de Trento.
En esos momentos la alta nobleza de los Países Bajos ya se había repartido el territorio por zonas; Brabante para el príncipe de Orange; Flandes, incrementado con Hainaut y Artois, para Egmont, bajo la soberanía del rey de Francia; Güeldres para el duque de Clèves; Holanda para el señor de Brederode; Frisia y Overijssel, para el duque de Sajonia; y también se habían establecido alianzas con los enemigos de Felipe II, franceses, ingleses y alemanes.
Margarita con permiso del rey reclutó tropas en Flandes y Alemania y junto a los nobles fieles al monarca tomó la ofensiva, restituyendo el orden en todo el territorio. Los principales apoyos con los que contó Margarita de Parma fueron los señores de Beavoir, de la Cressonniere, de Berghes y de Noirquermes; los condes de Berlaymont, Meghem, Arschot, Arembergh y Mansfeld.
Margarita de Parma no estaba dispuesta a contemplar impasible tal carnicería. Además, comprendió que la presencia de Alba no significaba más que su caída en desgracia ante su hermanastro. En septiembre de 1567, la gobernadora presentó su dimisión, y Felipe II la aceptó de inmediato. Luego partió hacia sus posesiones italianas.
Noirquermes tomó las plazas de Tournay, Valenciennes y Maastricht, y juntándose a Meghem tomaron Bois-le-Duc, en Holanda, y después consiguieron hacerse con la ciudad de Ámsterdam; los católicos de Amberes se levantaron contra los rebeldes que tenían la ciudad, quienes se dirigieron a Ousterweel, siendo derrotados en esta ciudad por Berghes. El más distinguido de los nobles que apoyaban a los rebeldes, el príncipe de Orange y su hermano Luis de Nassau, huyeron a las posesiones de su familia en Alemania, tras vender sus posesiones en los Países Bajos, abandonando a sus correligionarios. La huida de los dirigentes rebeldes a Francia, Inglaterra y Alemania, determinó el carácter de los métodos de la futura resistencia a Felipe II y produjo una internacionalización del conflicto. Las ciudades de Holanda y Zelanda, principales provincias rebeldes, fueron reconociendo la autoridad de la gobernadora Margarita de Parma, evitando así el enfrentamiento; Frisia se sometía al conde de Arembergh, y así todas las ciudades de Flandes cesaron en su rebeldía.