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Antecedentes
Formó parte de las guerras Italianas. El conflicto se desarrolló entre 1521 y 1526 y en ella lucharon Francisco I de Francia y la república de Venecia contra el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos V, Enrique VIII de Inglaterra y los Estados Pontificios. Entre las causas del conflicto están la elección en 1519–20 de Carlos I como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y la necesidad del papa León X de aliarse con Carlos para combatir a Martín Lutero.
Hasta 1518 la paz que había prevalecido en Europa después de la batalla de Marignano comenzó a desmoronarse. Las principales potencias (España, Francia, Inglaterra y el Sacro Imperio Romano) vivían un periodo de paz, habiendo acordado en el tratado de Londres que si un país decidía romper la paz, todos los demás se aliarían para derrotarle. Sin embargo, la sucesión a la Corona Imperial dividió a los cuatro monarcas. El emperador Maximiliano I, quería que le sucediera un Habsburgo, por lo que inició una campaña a favor de su nieto Carlos I de España, mientras que Francisco se propuso como candidato alternativo. Al mismo tiempo, el papado y el Sacro Imperio Romano se vieron obligados a hacer frente al auge de las ideas de Martín Lutero que, al margen de cuestiones teológicas, daba a los príncipes electores alemanes una razón para alejarse de los poderes imperiales y el Vaticano. Mientras, Francisco hacía frente al cardenal Thomas Wolsey, que buscaba aprovechar los movimientos diplomáticos del continente para beneficio de Inglaterra y suyo propio.
En diciembre, los franceses empezaron a planear la guerra. Francisco no deseaba atacar abiertamente a Carlos porque Enrique había anunciado su intención de intervenir en contra del primero que rompiera la frágil paz. En lugar de ello, dio más apoyo encubierto a incursiones dentro de territorio imperial y español. Se organizó un ataque sobre el río Mosa, bajo el liderazgo de Roberto de la Marck. Los planes franceses pronto se mostraron como inapropiados tras la intervención de Enrique III de Nassau que cortó la ofensiva del Mosa.
Simultáneamente, otro ejército apoyaba a Enrique II de Navarra para recuperar el reino que había conquistado Fernando II de Aragón en 1512; la contraofensiva navarro-gascona fue dirigida por André de Foix, señor de Asparrots. Las operaciones fueron clandestinamente abastecidas y financiadas por los franceses, que negaron toda responsabilidad. En Navarra a la vez que la población se sublevaba contra la invasión castellano-aragonesa, entraba el ejército navarro-gascón al mando del general Asparrots.
El reino fue liberado en poco tiempo, pero el ejército castellano reaccionó enviando un ejército de 30.000 hombres bien equipados; enfrentándose en las cercanías de Pamplona al ejército franco-navarro que era tres veces menor en número en la batalla de Noáin el 30 de junio de 1521 donde se produjo la derrota de las tropas franco-navarras, siendo determinante en el control de Navarra por España.
Carlos V estaba mientras tanto ocupado con el asunto de Martín Lutero, con quien se enfrentó en la dieta de Worms en marzo de 1521. El Emperador, que no sabía alemán, veía el catolicismo como una forma de ligar los diversos estados del Sacro Imperio Romano hacia él. Como el papa León X, por su parte, no estaba dispuesto a tolerar el desafío público a su autoridad, él y el Emperador fueron forzados a apoyarse mutuamente contra Lutero, que se encontraba ahora respaldado por Federico de Sajonia y Franz von Sickingen.
El 25 de mayo, Carlos y el cardenal Girolamo Aleandro, el nuncio papal, proclamaron el edicto de Worms contra Lutero. Al mismo tiempo, el emperador electo llegó a un acuerdo con el Papa para la restitución de Parma y Piacenza a los Estado Pontificios, la investidura del reino de Nápoles y coronación imperial para Carlos, y la restitución de Milán a los Sforza. El papa León, que necesitaba un mandato imperial para su campaña contra lo que veía como una peligrosa herejía, prometió ayudar a expulsar a los franceses de Lombardía, dejando a Francisco I únicamente con la República de Venecia como su aliada.
La guerra estalló en Europa Occidental en 1.521, cuando Francia invadió los Países Bajos e intentó ayudar a Enrique II de Navarra a recuperar su reino. Las fuerzas imperiales repelieron la invasión y atacaron el norte de Francia, donde los franceses detuvieron su avance. Entonces, el Emperador, el Papa y Enrique VIII firmaron una alianza formal contra Francia, y las hostilidades comenzaron en la península italiana.
En junio, los ejércitos imperiales al mando de Enrique III de Nasáu, invadieron el noreste de Francia, tomando las ciudades de Ardres y Mouzon y sitiando Tournai. Fueron retenidos por la encarnizada resistencia de los franceses, liderados por Pierre Terrail, el famoso señor de Bayardo, y por Anne de Montmorency, durante el asedio de Mézières, lo que dio tiempo a Francisco para reunir un ejército y enfrentarse al ataque.
El 22 de octubre de 1521, Francisco se encontró con el grueso del ejército imperial, que estaba comandado por Carlos V en persona, cerca de Valenciennes. A pesar del apremio de Carlos de Borbón, Francisco vaciló al atacar, lo que le dio tiempo a Carlos a retirarse. Cuando los franceses finalmente estuvieron preparados para avanzar, el comienzo de unas lluvias persistentes les impidieron hacer una persecución efectiva y las fuerzas imperiales pudieron escapar sin presentar batalla.
Poco después, tropas francesas bajo el mando de Guillermo Gouffier, señor de Bonnivet, y Claudio de Lorena, duque de Guisa, tras una serie prolongada de maniobras, sitiaron la estratégica ciudad de Fuenterrabía, en la desembocadura del río Bidasoa en la frontera franco-española. La conquista de esta ciudad, que permanecería en sus manos los siguientes dos años, les proporcionó a los franceses una posición ventajosa en el norte de España.
Mientras en Italia, el emperador Carlos V y el papa León X unieron fuerzas contra el ducado de Milán, principal posesión francesa en Lombardía. Un gran ejército papal al mando del marqués de Mantua, junto a tropas españolas procedentes de Nápoles y otros contingentes menores del resto de Italia, se concentraron cerca de Mantua.
Las fuerzas alemanas enviadas al sur por Carlos cruzaron junto a Vallegio, y entraron en territorio veneciano, sin ser molestadas. Las fuerzas papales, españolas y alemanas combinadas bajo el mando de Próspero Colonna, penetraron entonces en territorio francés.
Durante los meses siguientes, Colonna llevó a cabo una guerra de movimientos contra Odet de Foix, vizconde de Lautrec, el comandante francés, asediando ciudades pero rehusando presentar batalla.
Para el otoño de 1521, el ejército de Lautrec, que mantenía una línea defensiva desde el río Adda hasta Cremona, comenzó a sufrir deserciones masivas, particularmente entre los mercenarios suizos. Colonna aprovechó la oportunidad que se le ofrecía y, avanzando junto a los Alpes, cruzó el río Adda en Vaprio; Lautrec, carente de infantería y asumiendo la campaña anual finalizada, se retiró a Milán. Sin embargo, Colonna no tenía intención de frenar su avance. La noche del 23 de noviembre, lanzó un ataque sorpresa a la ciudad, abrumando a las tropas venecianas que defendían uno de los muros. Tras la subsiguiente lucha callejera, Lautrec se retiró a Cremona con 12.000 hombres. Las fuerzas imperiales-pontificas entraban por la puerta Romana, mientras que los franceses la abandonaban por la puerta de Como, no obstante, el castillo de Milán permaneció varios meses más en manos francesas.
Mercurino Arborio, marqués de Gattinara, gran canciller del emperador, escribió una carta a Carlos V el 30 de julio de 1521, en la cual exponía puntos a favor y en contra de las empresas de guerra. Expuso siete en contra y diez a favor, y finalmente, por lo tanto, recomendó a su joven señor que se postulase contra la tregua y que adquiriera reputación movilizando el ejército en Italia y Países Bajos. El objetivo del ejército imperial sería retornar Milán al desposeído Sforza, recuperándola de los franceses, conquistar Génova y ayudar al restaurado duque a reconquistar las tierras ganadas por venecianos a costa de su ducado.
Contaban con un aliado fenomenal, el papa León X, cuyo nombre de pila era Giovanni Lorenzo de Médici, que contaba con los recursos de los estados de la Iglesia y de sus estados patrimoniales florentinos, que se hallaba en conflicto con el duque de Ferrara, aliado francés. Igualmente, el marqués de Mantua les daría su apoyo. Proyectaba el canciller un ejército para una campaña de 4 meses, financiado con rentas de España y Nápoles. No costaría más de 100.000 ducados toda la operación.
El papa León X murió el 1 de diciembre, las tropas suizas a sueldo del papado reclutadas por el cardenal Schinner salen de Milán y se distribuyen entre Plasencia, Parma y Bolonia que eran plazas fuertes de su interés. El ejército papal a cargo de Giovanni de Médici, jefe de las Bandas Negras se dirigió a Perugia, separándose del ejército papal.
El Gran Bastardo de Saboya, tío de Francisco I acudió con 300.000 ducados a Suiza para reclutar 16.000 piqueros.
En enero, los franceses habían perdido Alessandria, Pavía y Como. Mientras, Francisco II Sforza, duque de Milán exiliado en Trento, reclutó a sus expensas un contingente de 8.000 lansquenetes germanos, Jerónimo Adorno lugarteniente de Sforza, trajo 6.000 lansquenetes en nombre de su majestad, esquivando una fuerza veneciana en Bérgamo para posteriormente unirse a Colonna en Milán.
Tomás de Foix, señor de Lescun, venía desde Génova con un socorro de unos 3.000 suizos, 1.000 infantes italianos, 200 hombres de armas y 4 piezas de artillería con la intención de unirse a su hermano, Odet de Foix, vizconde de Lautrec, mariscal de Francia, jefe de las tropas francesas, y gobernador de Milán.
Lescun tomó Novara a finales de marzo casi sin oposición, lo que hizo enfurecer al Emperador cuando se enteró de ello en Bruselas, aun cuando se le expusieron diversas excusas. Santangelo marchó a quemar un puente sobre el Ticino, para aislar Novara durante al menos seis días, para impedir que ambos cuerpos se unieran, pero se tuvo que retirar sin llegar al río, ante la presencia de tropas enemigas muy superiores.
El joven condotiero Giovanni de Médici, mandaba las Bandas Negras, pasó a servir a sueldo del rey de Francia, y 100 españoles que con él luchaban, marcharon a Pavía para ponerse bajo la bandera del francés.
El 11 de abril, el Emperador mandó una nueva misiva urgiendo a que no se entretenga la guerra, y se realicen acciones significativas. Envió al virrey de Nápoles para contrapesar a Próspero Colonna, cuya dirección de la guerra estaba siendo puesta en entredicho.
Los franco-venecianos se dirigieron hacia Novara y Pavía, con objeto de atacarlas y forzar a Colonna a una batalla campal, cercarlas y, quién sabe, si tomarlas. Colonna salió de Milán y se dirigió hacia Certosa de Pavía, con el objetivo de levantar el cerco, pero sin plantear batalla.
Una vez estando acampados en la Cartuja de Pavía, el 18 de abril; el ejército imperial disparó la artillería y hizo señales de humo para avisar a los cercados de su llegada.
Lautrec se vio atrapado por las exigencias de los mercenarios suizos, que formaban el grueso de sus tropas. El 20 de abril, Albert von Stein y el resto de capitanes mercenarios, al no haber recibido una sola de sus pagas desde que llegaron a Lombardía, exigieron a Lautrec que atacara al ejército imperial inmediatamente, o regresarían a sus cantones. Solamente ante la promesa de que cobrarían el doble y de la proximidad del convoy con nuevos fondos, los mercenarios accedieron a seguir bajo las filas galas. Inmediatamente, los sitiadores levantaron el cerco, quemando los venecianos el burgo donde se alojan, y se dispusieron para la batalla, aguardando la noche. A la mañana siguiente, no había rastro de ellos; habían partido aprovechando la oscuridad, Lautrec se dirigió a Milań, montando su campo en «Cassin».
El rumor es que el enemigo había partido a toda prisa hacia Milán para asaltarlo aprovechando que el ejército imperial no estaba allí para defenderlo. Los imperiales se pusieron en movimiento inmediatamente.
El 26 de abril, los imperiales se alojaron en un lugar fuerte y fosado en Bicoca. Franceses y venecianos, que acampaban en Gorgonzola, se desplazaron a Monza. El 27, se presentaron ante el campo imperial. Sin pensar en plantear batalla.
Batalla de Bicoca o de Bicocca (27 de abril de 1522)
Colonna había ocupado una formidable posición: el parque mansión de Bicoca, seis kilómetros al norte de Milán. El parque se alzaba entre un largo terreno pantanoso al oeste y la carretera principal hacia Milán en el este, por esta carretera discurría un profundo dique, cruzado por un estrecho puente de piedra a cierta distancia al sur del parque. El lado norte del parque se hallaba bordeado por una carretera con una cuneta. Colonna la profundizó un poco más y construyó un muro de tierra en el bancal sur. La artillería imperial, emplazada en varias plataformas protegidas por el muro, protegía los campos del norte y varias partes de la misma carretera.
La longitud de la zona norte del parque era de poco más de 500 metros, lo que permitía a Colonna concentrar sus tropas. Justo detrás del muro se situaban cuatro filas de arcabuceros españoles, dirigidos por Fernando de Ávalos, marqués de Pescara. Estos quedaban respaldados por piqueros españoles y alemanes bajo el mando de Georg von Frundsberg. Al sur se situaba el grueso de la caballería imperial, a considerable distancia tras la infantería. Una segunda fuerza de caballería se situaba más al sur, guardando el puente. Una vez establecidos, esperaron la llegada de los franceses.
Cuando los franceses llegaron, acamparon delante de las posiciones aliadas, a la espera de llegada de refuerzos; otro capitán suizo, Winkelried, exigió a Lautrec entrar en combate: «¡Dinero, licencia o batalla!». De las tres opciones, un desesperado Lautrec eligió la que parecía la menos mala y ordenó un ataque al día siguiente el 27 de abril.
El 27 de abril de 1522, Lautrec atacó al ejército combinado papal e imperial bajo el mando de Colonna cerca de Milán en la batalla de Bicocca. Lautrec había planeado usar su superioridad en artillería para tomar ventaja, pero los suizos, impacientes por enfrentarse al enemigo, se interpusieron entre sus cañones y cargaron contra los arcabuceros españoles que se encontraban atrincherados allí. En la contienda resultante, los suizos fueron derrotados por los españoles, que no perdieron ninguno de sus efectivos, bajo Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, y por una fuerza de lansquenetes comandada por Jorge de Frundsberg. Su moral se vino abajo y los suizos se retiraron a sus cantones; Lautrec, al que le quedaban escasas tropas para continuar la campaña, abandonó Lombardía. Colonna y de Ávalos, ya sin oposición, sitiaron Génova, capturando la ciudad el 30 de mayo.
La tarde-noche del 26 de abril, Lautrec envió una pequeña fuerza de reconocimiento de 400 jinetes, al mando de Sieur de Pontdormy. La patrulla informó que el terreno se interrumpía con diques agrícolas, lo que hacía complicado maniobrar, pero esto no disuadió a los suizos. Colonna, observando la aproximación francesa, envió mensajeros a Milán en busca de refuerzos. Francisco Sforza llegó a la mañana siguiente con 6.400 soldados, que se unieron a la caballería en defensa del puente sur. El ejército imperial tenía una infantería compuesta por 10.000 lansquenetes, 3.500 españoles, 4.000 paisanos italianos recién reclutados y, por tanto, de escaso valor. La caballería la componía 1.000 hombres de armas y 900 jinetes ligeros.
Los imperiales desplegaron con los cañones y los mosqueteros en primera línea mandados por Ávalos; detrás la infantería con los lansquenetes en el centro y el resto de los infantes en los flancos; a retaguardia dejó dos unidades de caballería mandadas por Leyva, y otra unidad con infantes en el puente situado más a retaguardia bajo el mando de Sforza.
Al atardecer del 27 de abril, Lautrec lanzó su ataque. Disponía de una infantería compuesta por 12.000 piqueros suizos (4.000 se habían ido a Picardía bajo el mando del conde de Vandôme), 2.400 infantes franceses, y 2.500 infantes venecianos; había una fuerza de socorro mandada por Lescun con 3.000 piqueros suizos y 1.000 italianos, que habían partido de Géniva y no llegaron a participar en la batalla; sin embargo, Lescún con los 200 jinetes si estuvo presente. En cuanto a caballería disponían de unos 900 hombres de armas con sus séquitos, y 1.500 jinetes ligeros.
Las Bandas Negras limpiaron el campo de estacas españolas, barriendo el terreno frente a las posiciones imperiales. Dos columnas suizas, cada con unos 6.000 piqueros, acompañadas por Babon di Naldo, coronel veneciano con 600 escopeteros, y precedidas por varias baterías de cañones a la cabeza del avance francés. Se disponían a asaltar frontalmente el frente fortificado del campamento imperial. Lescun, mientras, dirigía un cuerpo de caballería a lo largo de la carretera a Milán, con intención de flanquear el campamento y atacar el puente de retaguardia. El resto del ejército francés, incluyendo la infantería francesa, formó una amplia línea a cierta distancia de las dos columnas suizas. Tras ellos se disponía una tercera línea formada por fuerzas venecianas de Francisco María I della Rovere, duque de Urbino.
El mando combinado del asalto suizo fue desempeñado por Anne de Montmorency. Mientras las columnas suizas avanzaban hacia el parque, les ordenó detenerse y esperar que la artillería francesa entrar en posición y bombardeara las defensas imperiales, orden que ignoraron los suizos. Puede que los capitanes suizos dudaran que la artillería tuviera algún efecto contra el muro de tierra, aunque Charles Oman sugiere que pecaron de autoconfianza. De cualquier modo, los suizos maniobraron rápidamente hacia las posiciones de Colonna, dejando la artillería a distancia atrás. Aparentemente, existía algún tipo de rivalidad entre las columnas, dado que una, dirigida por Arnold Winkelried von Unterwalden, se componía de soldados procedentes de cantones rurales, mientras la otra, al mando de Albert von Stein, comprendía contingentes de Berna y los cantones urbanos. Cuando los suizos llegaron al alcance eficaz de la artillería imperial, carentes de cobertura en el campo abierto, sufrieron cuantiosas bajas, hasta mil suizos pudieron haber muerto antes de tomar contacto con las líneas imperiales.
Los suizos frenaron en seco cuando sus primeras líneas alcanzaron la carretera hundida frente al parque. La profundidad de la carretera y la altura del terraplén, que conjuntamente superaban la longitud de las picas suizas, bloquearon su avance. Avanzando al sur por la carretera, los suizos sufrieron bajas masivas a causa del fuego de los arcabuceros de Ávalos. Aun así, los suizos intentaron penetrar en las líneas imperiales mediante una serie de cargas desesperadas. Grupos de piqueros alcanzaron la cima del terraplén, donde chocaron contra los lansquenetes, que habían tomado posiciones cuando los arcabuceros se replegaron a retaguardia. Uno de los capitanes suizos fue muerto por Frundsberg en combate singular, y las compañías suizas, incapaces de superar el muro de tierra, fueron rechazadas de nuevo a la carretera. Después de media hora de intentos, los restos de la vanguardia suiza se retiraron hacia la línea principal francesa. En los campos que habían cruzado dejaban más de 3.000 muertos. Entre ellos se encontraban 22 capitanes, incluyendo a Winkelried y Albert von Stein. De los nobles franceses que acompañaron el asalto, solo sobrevivió Montmorency.
Por parte de los españoles solo hubo un muerto, pero no fue por un arma suiza sino por una coz de mula.
Lescun, junto a 400 jinetes de gendarmes bajo su mando, había alcanzado el puente al sur del parque, combatieron para cruzarlo y alcanzar el campamento imperial. Colonna respondió enviando un destacamento de caballería de Antonio de Leyva para frenar el avance francés, mientras Francisco Sforza subía la carretera hacia el puente, con el objetivo de rodear a Lescun. Pontdormy detuvo a los milaneses, permitiendo a Lescun escapar del campamento; la caballería francesa desandó su camino y se reunió con el grueso del ejército.
Desoyendo las peticiones de Ávalos y varios comandantes imperiales, Colonna rehusó ordenar un ataque a gran escala sobre los franceses, señalando que la mayoría del ejército francés, incluyendo el grueso de su caballería, permanecía intacto. Indicó que los franceses ya habían sido derrotados, y pronto emprenderían la retirada. Esta afirmación fue compartida por Frundsberg. Sin embargo, pequeños grupos de arcabuceros españoles y caballería ligera intentaron perseguir a los suizos en retirada, pero fueron detenidos por las Bandas Negras, que cubrían el repliegue de la artillería francesa.
El juicio de Colonna se reveló correcto. Los suizos no estaban muy dispuestos a iniciar un nuevo ataque, y regresaron a sus hogares el 30 de abril. Lautrec, considerando que su resultante debilidad en tropas de infantería hacía imposible continuar la campaña, se retiró al este, cruzando el río Adda y penetrando en territorio veneciano cerca de Trezzo. Cuando alcanzó Cremona, dejó a Lescun al mando de los restos del ejército francés y cabalgó sin escolta hacia Lyon, para presentar su informe al rey Francisco I.
El 3 de mayo se amotinaron los lansquenetes exigiendo dos pagas, una la del mes en curso y otra por la victoria. Los amotinados consiguieron hacerse con la artillería y amenazaron con saquear Milán, tras unas negociaciones se llegó a un acuerdo, aunque 200 amotinados fueron despedidos.
La partida de Lautrec condujo al completo colapso de la posición francesa en el norte de Italia. Libres de la amenaza del ejército francés, Colonna y Ávalos avanzaron sobre Génova, capturando la ciudad tras un breve asedio. Lescun, consciente de la pérdida de Génova, llegó a un acuerdo con Francisco Sforza por el cual el castillo Sforzesco en Milán, que seguía en manos francesas, rendía armas, y las tropas que había en su interior se retiraron cruzando los Alpes.
Francia en apuros
La derrota francesa en la batalla de Bicoca le supuso la pérdida de Génova, que volvió a la órbita imperial y Francisco II Sforza se estableció en Milán. Pero además, la derrota de Lautrec hizo que Inglaterra participara abiertamente en el conflicto. A finales de mayo de 1522, el embajador inglés presentó a Francisco un ultimátum enumerando una serie de acusaciones contra Francia, sobre todo el apoyo de esta a John Stewart, duque de Albany en Escocia; todas ellas fueron negadas por el rey. Enrique VIII y Carlos firmaron el tratado de Windsor el 16 de junio de 1522. El tratado establecía un ataque conjunto anglo-imperial contra Francia, en el que cada parte aportaría al menos 40.000 hombres. Carlos aceptó compensar a Inglaterra por las pensiones que podría perder a causa del conflicto con Francia y pagar las deudas pasadas, que serían confiscadas; para sellar la alianza, acordó su matrimonio con la única hija de Enrique, María. En julio, los ingleses atacaron Bretaña y Picardía desde Calais. Francisco fue incapaz de reunir los fondos para sostener una resistencia significativa, y el ejército inglés quemó y saqueó la campiña.
Francisco probó diversas formas de reunir dinero, pero estaba concentrado en un pleito contra Carlos de Borbón. Este había recibido la mayoría de sus posesiones gracias a su matrimonio con Susana de Borbón, quien había muerto poco antes del comienzo de la guerra. Luisa de Saboya, prima de Susana y madre del rey, insistía en que los territorios en disputa debían pasar a su propiedad debido a su cercano parentesco con la difunta. Francisco era consciente de que apropiarse de esas tierras mejoraría suficientemente su posición financiera como para continuar la guerra y comenzó a confiscar partes de ellas en nombre de Luisa. Borbón, molesto por este tratamiento y cada vez más aislado en la corte, empezó a tantear a Carlos V para traicionar al rey francés.
En 1523, Francia estaba al borde del colapso. La muerte del dogo Antonio Grimani elevó a Andrea Gritti, un veterano de la guerra de la liga de Cambrai, al poder en Venecia. Rápidamente, comenzó a negociar con el emperador y el 29 de julio firmó el tratado de Worms, que retiraba a la República de la guerra. El papa Adriano VI también se puso de parte imperial en una liga antifrancesa junto con Inglaterra, el archiduque Fernando de Austria, y los estados italianos de Venecia, Florencia, Génova, Lucca y Siena y el duque de Milán.
Borbón continuó sus negociaciones con Carlos, ofreciéndole comenzar una rebelión contra Francisco a cambio de dinero y tropas alemanas. Entonces Francisco, que estaba sobre aviso de la trama, lo citó en Lyon en octubre. Para ganar tiempo, Carlos de Borbón fingió encontrarse enfermo y huyó a Besançon, ciudad libre en territorio imperial. Enfadado, Francisco ordenó la ejecución de cuantos seguidores de Borbón se capturasen, pero el Duque mismo, habiendo rechazado una oferta final de reconciliación, entró públicamente al servicio del emperador.
Carlos invadió el sur de Francia a través de los Pirineos. Lautrec defendió con éxito Bayona de los españoles, pero Carlos fue capaz de recuperar Fuenterrabía en febrero de 1524. Al mismo tiempo, un enorme ejército inglés bajo el mando de Charles Brandon, duque de Suffolk, penetró en territorio francés desde Calais. Los franceses, debilitados por el ataque imperial, fueron incapaces de resistir, y Suffolk pronto rebasó el río Somme, devastando la campiña a su paso y deteniéndose a solamente 80 kilómetros de París. Carlos, sin embargo, no pudo apoyar la ofensiva inglesa, así que Suffolk, poco dispuesto a arriesgarse en un ataque contra la capital francesa, volvió a Calais.
Batalla del río Sesia o de Sessia (30 de abril de 1524)
Tras la desastrosa campaña del año anterior terminada con la batalla de Bicoca, Francisco I centró ahora su atención en Lombardía. En octubre de 1523, un ejército francés de 18.000 hombres bajo el mando de Guillermo Gouffier, almirante Bonnivet avanzó a través del Piamonte hacia Novara, donde se unió a una fuerza de la misma entidad formada por mercenarios suizos. El ejército real, encabezado por el almirante Bonnivet, evitó el enfrentamiento directo con los imperiales, manteniendo una estrategia de ocupación y desgaste.
Prospero Colonna, que solamente disponía de 9.000 hombres para oponerse al avance francés, se retiró a Milán. Bonnivet, sin embargo, sobrestimó el tamaño del ejército imperial y prefirió instalarse en los cuarteles de invierno en Abbiategrasso sin intentar atacar la ciudad.
Coincidiendo con esta nueva ofensiva del ejército francés, el papa Adriano VI falleció y el entonces gobernante de Florencia, Julio de Médicis, sobrino de León X, fue elegido nuevo papa en noviembre de 1523 como Clemente VII. Temiendo el poderío francés, Venecia y Clemente VII, en nombre de la Santa Sede y de Florencia, pactaron su neutralidad con el rey francés, retirando su apoyo al Emperador.
Colonna que estaba muy enfermo murió el 30 de diciembre, siendo sustituido por Carlos de Lannoy. Las tropas imperiales contaban con el apoyo del duque de Milán, Venecia y el marqués de Matua. A esto había que unir a las de Carlos III de Borbón, Fernando de Ávalos, marqués de Pescara y de Alarcón.
Esta campaña se caracterizó por una seria de guerrillas y escaramuzas por toda la región, que terminaron con una batalla cerca de la ciudad de Romagnano, cruzando el río Sessia. Los imperiales Pescara y Giovanni de Médici atacaron por la noche con 3.000 soldados encamisados, mientras cubriéndoles la retaguardia estaba posicionado el borgoñón Carlos de Lannoy, a las tropas francesas apostadas en Robecco cerca de Pavía. En la batalla los franceses se vieron obligados a huir, dejándose multitud de material, entre los que se encontraban 5 estandartes de caballería, 10 banderas de infantería, y 3.000 cabalgaduras, entre ellas la montura del famoso caballero Bayardo, Pierre Terrail, que estaba al mando de la guarnición francesa.
El grueso de ejército francés marchó hacia el norte cruzando el río Po, primero a Vigevano y después a Novara.
Por parte de Francisco I, se preparaban tres nuevos contingentes para socorrer al almirante Bonnivet que empezaba a verse cercado. Uno estaría compuesto por unos 7.500 esguízaros suizos mandados por el señor de Chabannes que vendrían vía Aosta y llegaría a Gattinara; otro por 6.000 grisones suizos mandados por Renzo da Ceri que entrarían por Valchiavenna y la Valtellina y que debería de llegar hasta Lodi, donde había otro contingente francés de más de 2.000 hombres y así romper el eje hispano-veneciano; otro de 400 lanzas francesas a cargo del duque de Longueville, que entraría en el Piamonte cruzando los Alpes desde Grenoble.
Con este socorro de lanzas francesas y peones suizos, podía el ejército rehacerse y afrontar a los imperiales y los grisones podían divertir a los venecianos en su tierra. En Milán habían quedado 4.000 infantes y 100 jinetes para guardia de la tierra en nombre del virrey, y en Lodi, por contra, estaba Federico da Bozzolo con 2.000 infantes y caballería por el rey de Francia. El socorro de grisones debía juntarse con Federico para dividir al ejército veneciano-imperial.
A finales de febrero, los imperiales dejaron Milán, y establecieron su campamento en Binasco. Ante este movimiento, los franceses se retiraron de Biagrassa (o Abbiate Grasso) a primeros de marzo, dejando una guarnición de 1.000 infantes y 100 jinetes, y cruzaron en dos puentes de barcas el río Ticino, para recogerse en Vigevano. Los imperiales, por no avanzar dejando el sur en manos de guarniciones enemigas, tomaron Sartirana el 26 de marzo, guarnecida por el conde boloñés Hugo de Pepoli con 100 jinetes ligeros y 500 infantes. Mientras, los aliados venecianos, comprometidos en la expulsión de los franceses de Italia, con su ejército a cargo del duque de Urbino tomaron por asalto Garlasco el 4 de enero, custodiada por 800 infantes.
A primeros de abril, Vercelli, en el Piamonte, se sometió al virrey, que la guarnicionó con el marqués de Civita Sant’Angelo con su compañía de hombres de armas y dos compañías de infantería española. Con la toma de esta plaza, se limitó la llegada de suministros a los franceses desde tierras del duque de Saboya.
En esa retirada al Piamonte, los franceses contaban con los tres socorros que iban a llegar pronto. Con las lanzas francesas y los piqueros suizos, podía el ejército rehacerse y afrontar a los imperiales y los grisones podían divertir a los venecianos en su tierra. En Milán habían quedado 4.000 infantes y 100 jinetes para guardar la zona en nombre del virrey, y en Lodi, por contra, estaba Federico da Bozzolo con 2.000 infantes y caballería por el rey de Francia.
Batalla de Biagrassa (mayo de 1524)
Los venecianos tenían bien guarnicionado el Bresciano y Bergamasco, con más de 3.000 infantes repartidos entre Crema, Bérgamo, Asola, Pontevico y Brescia, junto con cerca de 300 hombres de armas y 200 jinetes ligeros. Así, el 9 de abril, sabiendo de la llegada de grisones por la ribera izquierda del río Como, Babon di Naldo al frente de las tropas venecianas, aliadas en esta ocasión de los españoles, partió de Bérgamo con sus tropas a interceptarlos. Por su parte, Giovanni de Médici, en aquel tiempo al servicio del duque de Milán, recibió la misión de partir con sus Bandas Grises compuestas de 2.000 infantes, 400 jinetes ligeros y 150 hombres de armas; para reunirse en Gera d’Adda y con estas tropas y actuar contra los grisones (hombres de las Ligas Grises).
Renzo da Ceri, capitán al servicio de Francisco I, rey de Francia, acudió con 200 jinetes para escoltar a los grisones, alojándose con ellos en Caprino en Val di San Martin el 13 de abril.
Babon di Naldo buscó a los franceses sin resultados. Pero sería Giovanni de Medici con unos 2.500 hombres, sería quien los encontraría en Almenno San Bortolome. Allí mantuvieron escaramuzas, y los grisones viendo el peligro en el cual se encontraban en un territorio cercado, estimando que el enemigo tenía los pasos para entrar en Lombardía tomados; decidieron regresar a su tierra, caminando por Val Bembrano sin perder más tiempo, tomando como rehén al señor Renzo, y saqueando en el camino tres villas, tomando pan y ropa por valor de 3.000 ducados.
Retirados los grisones de Italia, quedaba el socorro de sus vecinos helvéticos que se ponía en marcha el 12 de abril. Los franceses se hallaban en Novara con 600 lanzas, 7.000 suizos de una leva anterior y unos 2.500 infantes de varias naciones, entre gascones, alemanes e italianos. El socorro de suizos se iba reuniendo en Ivrea, esperando la llegada de las 400 lanzas francesas, que a mediados de mes estaban aún en Grenoble con el cruce de los Alpes por hacer, para acudir juntos a Novara a ayudar a las tropas del rey de Francia.
El 21 de abril, partió Médici para tomar Biagrassa, con 4.000 infantes a su cargo; entró en la ciudad el 24 tras haberla batido la artillería y pasado a cuchillo a la guarnición, sin que el Almirante hiciera el mínimo esfuerzo en socorrerla, a pesar de que en Novara se podían escuchar los cañones disparando contra las defensas de la plaza. Finalmente, la noche del 25 de abril, Bonnivet decidió retirar al ejército de Novara, ya que padecía una gran escasez de vituallas, y se dirigió hacia el norte a Fontaneto y Borgomanero.
El capitán Mercado y el maestre de campo Urvina, atacaron la retaguardia francesa mientras el grueso de españoles estaban apostados en Vicolungo, por donde preveían que pasarían los refuerzos suizos que se esperaban y que debían llegar desde Ivrea. Pero tales refuerzos fueron al encuentro de Bonnivet en Gaimara en la orilla izquierda del río Sesia. Frente a ellos, en la orilla derecha, estaban los franceses en la ciudad de Romagnano.
Bonnivet desde Romagnano mandó tender un puente de barcas, e invitó a los confederados a cruzar el río para unírsele, pero estos respondieron que únicamente habían acudido para ayudar a sus paisanos esguízaros en la retirada, no para hacer frente a los imperiales entrando en Lombardía.
El almirante ordenó entonces cruzar el río, primero la artillería, seguida por los bagajes, luego la caballería y por último la infantería, que comenzó a cruzar a media noche. Antes del cruce, ordenó quemar la villa de Romagnano.
El marqués de Pescara estaba al tanto del cruce, y al amanecer procedió a marchar contra la retaguardia francesa, que aún no había cruzado el puente. Vio como cruzaba el ejército francés el puente y se lanzó un ataque sobre él. En ese momento tan crítico se produjo el caos entre los franceses y suizos. El puente atestado de soldados cedió y se hundió llevándose a mucha gente río abajo, y los demás que esperaban para cruzar al ver a los españoles cercándolos se lanzaron al agua, ahogándose muchos de ellos.
Los imperiales hallaron un vado aguas abajo, y montando arcabuceros en las grupas de los caballos, cruzaron el Sesia juntos jinetes e infantes.
Bonnivet ordenó asentar varias piezas de artillería, dos culebrinas y dos falconetes, tras de sí para cubrir la retirada, pero estas fueron tomadas por los imperiales que se hicieron fuertes. Los franceses entonces lanzaron a su caballería y parte de los suizos para recuperar la artillería. Se adelantó el marqués de Pescara con 500 escopeteros y algunos jinetes ligeros para detenerlos, en el lance Bonnivet recibió un disparo en el pecho y quedó incapacitado pasando el mando del ejército al famoso caballero Bayardo.
Bayardo lanza en ristre al frente de los gendarmes y varias compañías de suizos, lanzó una carga contra la vanguardia de los imperiales y les arrebató dos de las piezas de artillería a costa de ser herido gravemente por un arcabucero. Cayó prisionero y poco después moriría. El veterano caballero que llevaba 30 años de guerras en Italia frente a los españoles, fue sin duda uno de los más grandes caballeros franceses.
El ejército francés retrocedió hacia Irvea y los suizos de refresco cubrieron la retaguardia enfrentándose a las tropas de Pescara y rechazándolos. Entonces se le encomendó a Alarcón que fuera tras ellos. Y en su persecución lograron obtener 24 piezas de artillería. Los suizos saldrían de Italia por dos caminos, unos por Turín – Susa y los que vinieron de socorro por Aosta.
Tras esto, el ejército veneciano a cargo del duque de Urbino, no queriendo pasar de Lombardía; acudió a rendir Lodi, plaza que se hallaba a cargo de Federico da Bozzolo en nombre del rey de Francia con 2.000 infantes, capitulando, y permitiéndole Urbino dejar la plaza con su gente, armas, banderas, caballos y bagajes y marchar a Francia.
Igualmente, el marqués de Pescara impuso la capitulación el 22 de mayo a Bussy d’Amboise, lugarteniente de Francisco I en Alessandria, en similares condiciones que a su homólogo de Lodi, dejando cuatro rehenes, dos franceses y dos italianos, para cumplimiento de lo capitulado.
El resultado de esta contienda fue desastroso para los intereses de Francisco I, que se vio totalmente derrotado y diezmado su ejército. Perdiendo abundante material bélico y la mayoría de sus hombres de armas, Bayardo entre ellos, y unos 2.000 esguízaros.
Expulsados los franceses de Italia, quisieron los imperiales meter la guerra en su reino, e iniciaron una campaña en Provenza, de la cual, el fallido asedio de Marsella fue su principal empresa.
Batalla de Pavia (1525)
Invasión francesa de Italia
Tras la batalla de Sessia en abril y de la batalla de Biagrassa en mayo de 1524, en las que el ejército francés fue derrotado, y consecuentemente expulsado de Italia, el ejército imperial penetró en la Provenza. Allí, mientras ponían sitio a Marsella con suerte desigual, ya que 3 de los 7 cañones quedaron inutilizados, el rey rehacía su ejército en Lyon, y poniéndose en persona a la cabeza del mismo, para iniciar su marcha al sur con un ejército de unos 40.000 efectivos.
Aunque Carlos III de Borbón, jefe del ejército imperial deseaba enfrentarse a su anterior señor, los capitanes, y el de más peso Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, le recomendaron que una vez asegurados los pasos de Niza y Génova, regresaran a Lombardía.
Sin haber conseguido tomar Marsella, marchar contra el rey francés, como pretendía Borbón, hubiera supuesto dejar a sus espaldas una guarnición que podría salir y atacar su retaguardia; y al mismo tiempo, avanzar por tierra hostil como era Provenza, donde sus habitantes les podrían dificultar e incluso cortar los suministros, para finalmente acabar enfrentándose a un ejército superior en número y mejor avituallado. Aparte de estos inconvenientes, no tenían dinero suficiente para pagar a las tropas.
De ahí el repliegue frente al ejército francés, la retirada que fue rápida y eficiente, por mucho que inspirara alguna chanza en tierras provenzanas.
Los capitanes Juan y Pedro de Mercado, junto con el capitán Villaturiel fueron enviados a Tolón a embarcar la artillería gruesa en las seis galeras y el galeón a cargo de don Hugo de Moncada, navegando a Niza.
La víspera de San Miguel, 28 de septiembre, se levantó el campamento sobre Marsella, saliendo Renzo da Ceri con su guarnición para atacar la retaguardia del ejército imperial mandado sobre el papel por el duque de Borbón, pero liderado en el día a día por el marqués de Pescara.
La retaguardia, compuesta por lansquenetes, fueron atacados, y perdieron una pieza de artillería. Pescara, a cargo de arcabuceros españoles, volvió y cayó sobre los enemigos, recuperando la pieza tomada. Desde ese día, el escuadrón español caminó en retaguardia, que era el puesto de mayor peligro, junto a la mitad de la arcabucería española, y la otra mitad marchaba en vanguardia con los jinetes ligeros. Renzo da Ceri volvió a realizar otro intento, pero una emboscada de los arcabuceros españoles dispuesta por Pescara les derrotó y ya no hubo más intentos.
Francisco I dividió su ejército en 3 columnas para cruzar los Alpes:
- La columna sur mandada por Anne duque de Montmorency, mariscal de Francia, cruzó por la costa y se dirigió a Génova. Estaba apoyado por la flota desde Marsella.
- La columna norte que era el cuerpo principal estaba mandado por Miguel-Antonio, marqués de Saluzzo, se encontraba en Briançon reuniendo mercenarios italianos. Posteriormente, el Rey se haría cargo de la misma.
- La columna centro mandado por el mariscal Jacques Cabannes conocido como La Palice, que cruzó los Alpes por el Col de Larche.
El día 17 de octubre, La Palice había alcanzado Cuneo y Montmorency Saboya. El Rey alcanzó a Saluzzo en Pirandelo a unos 40 km al sureste de Turín, y en esa ciudad recibiría 14.000 mercenarios suizos, antes de dirigirse a Milán.
El 19 de octubre, el Rey con unos 24.000 efectivos estaba en Vercelli, a mitad de camino entre Turín y Milán, mientras que Borbón y Pescara con 8.000 españoles y 5.000 lansquenetes se habían retirado a Alba a unos 48 km al oeste de Alessandría. La Palice con 7.000 franceses y 2.000 gendarmes le iba pisando los talones. Montmorency con 5.000 italianos, caballería ligera y lansquenetes se dirigía al norte a marchas forzadas para cortarles la retirada.
Los imperiales estaban en grave peligro de quedar atrapados entre las columnas francesas, pero afortunadamente, las comunicaciones entre sus mandos no eran buenas.
El rey francés cruzó el río Ticino al oeste de Navara. Los imperialistas se escaparon de la potencial trampa, Pescara forzando la marcha con la infantería española alcanzó Pavia, mientras que Borbón le siguió con los Lansquenetes actuando como una fuerza retardadora para frenar a Montmorency. Una guarnición de unos 2.000 españoles fue dejada en Alessandría para defender la ciudad.
Francisco I tuvo retrasos al cruzar el río Ticino, principalmente debido al desplome de un puente medieval cuando cruzaba su artillería. A pesar el contratiempo, el 22 de octubre todo su ejército se reunió entre los pueblos de Rosate y Abbiategrasso en la orilla del río, a unos 25 km de Milán. Allí se unió con La Palice que había conseguido capturar un tren de artillería imperial cuando se dirigía de Novara a Milán.
Los franceses se enfrentaban a dos fuerzas imperiales, una de Carlos Lannoy, virrey de Nápoles en Milán y las de Pescara que se había reunido con Borbón en Pavía.
El 24 de octubre una columna de 5.000 suizos mandados por Juan d’Iespart atacaron a una fuerza española de 1.000 efectivos que se encontraban en la ciudad de Binasco, y que eran parte de la fuerza de cobertura de Lannoy, siendo rechazados con grandes pérdidas por los arcabuceros españoles. Posteriormente, llegó el mariscal de Flourence y rodearon Binasco, los españoles se replegaron a Milán
Carlos de Lannoy, que había reunido a unos 16.000 hombres para oponerse a los 33.000 efectivos franceses que se dirigían a Milán, decidió que la ciudad no era defendible y se retiró a Lodi el 26 de octubre. Los franceses dirigidos por Saluzzo y Luis II de La Trémoille entraron en Milán, mientras la caballería francesa perseguía a los españoles. La Trémoille fue nombrado gobernador de la ciudad, asistido por el mariscal de Foix con 4.000 infantes y 200 gendarmes, para asediar el castillo, que con 300 infantes era defendido por el duque de Milán.
Con 150 jinetes ligeros en vanguardia, Pescara tomó el camino de Lodi para ir descubriendo emboscadas, y como en la retirada de Marsella, puso la infantería española con arcabuces en retaguardia. Y ejecutó sabiamente, pues parte del ejército francés fue en su persecución a cargo del señor de Lescut. Pescara, con los capitanes Quesada y Ripalda quedó con 500 arcabuceros emboscados, permitió que pasase la vanguardia de la caballería francesa y rompe en medio de ellos, matando a 200 hombres, consiguiendo la retirada de los perseguidores, entró con seguridad en Lodi el domingo 23 de octubre.
Al día siguiente, el virrey de Nápoles acampó en Casalpusterlengo, dejando Lodi guarnicionada con infantería. En Sorrexina y Cremonés repartirían los alojamientos de su gente, y el duque de Borbón marchó a Alemania, para pedir ayuda en forma de lansquenetes al hermano del Emperador, el infante don Fernando.
Francisco celebró un consejo de guerra en el que se discutieron dos posibilidades perseguir a Lannoy o bien atacar Pavía. Finalmente, se decidió por Pavía.
Asedio de Pavía
El grueso de las tropas francesas llegó a Pavía en los siguientes días de octubre. Hacia el 2 de noviembre, Montmorency había cruzado el río Ticino y había investido a la ciudad desde el sur, completando el envolvimiento. La Palice estableció sus mercenarios suizos al este de la ciudad, en un complejo de abadías e iglesias, La infantería francesa se situó en San Giuseppe y la torre del Gallo. D’Aleçon se situó en el poblado de San Francisco al oeste de la ciudad. El rey con su caballería y lansquenetes se situó en el parque amurallado de Miravello.
El ejército del rey de Francia cuenta con 2.400 lanzas (1.690 francesas, 510 italianas y 200 gentilhombres de la guardia del Rey); 5.750 jinetes ligeros (650 italianos, 700 albaneses, y el resto franceses); 25.510 infantes (6.950 italianos, 9.000 suizos, 6.000 lansquenetes y cerca de 4.000 franceses), así como 4.000 aventureros franceses, soldados que acudían sin sueldo, movidos por el de botín, o en busca de mercedes regias.
Dentro de la ciudad de Pavía se encontraban cerca de 7.000 hombres, 6.000 lansquenetes del conde Eitel Friedrich von Zollern, 1.000 infantes españoles conducidos por Aldana, la mayoría arcabuceros y escopeteros mandados por los capitanes Aponte, Pedro de Bracamonte y Poval de Torralba, y 250 hombres de armas mandados por García de Manrique.
Ante la llegada de los franceses, Leyva no permaneció con los brazos cruzados; ordenó varias salidas, en el burgo San Giacomo dando muerte a 50 enemigos, y el viernes 28 de octubre realizó otra salida que obligando a 3.000 infantes italianos y franceses a retirarse hasta que fueron socorridos por 3.000 lansquenetes.
No obstante estas audaces escaramuzas, no impidieron que se asentase la artillería francesa y comenzasen a bombardear las murallas de la ciudad por tres partes, con 24 cañones. La artillería de la plaza respondió a la del enemigo.
El conde Zollern con sus lansquenetes hizo varias salidas, principalmente contra la infantería italiana de los sitiadores, que tuvieron que ser socorridos por los lansquenetes al servicio del rey de Francia.
El jueves 3 de noviembre, comenzó a actuar los cañones de la batería de la parte del castillo. Los franceses acometieron un asalto, picardos, bretones y suizos fueron rechazados con pérdida de 100 hombres, entre ellos tres capitanes y el joven Claude d’Orleans, duque de Longueville de 17 años, muerto de un disparo de arcabuz.
Del 5 al 10 de noviembre, una fuerte lluvia suspendió las operaciones, el agua impidió el uso de los cañones y el barro hizo que los alrededores de Pavía fueran un atolladero.
El 10 de noviembre dejó de llover e hizo su presencia la niebla, franceses realizaron un ataque sorpresa y tomaron la «Rocheta di Pavía«, los 40 españoles que la custodian, fueron ahorcados por orden de Montmorency, Leyva protestó y el rey francés se pidió disculpas. Asimismo, los franceses consiguen tomar el puente del lado del Ticino.
Mientras, Pescara no se mantiene inactivo, y con 2.000 infantes españoles ayudados por caballería, 100 hombres de armas y 200 jinetes ligeros; cruzó el Adda y consiguió tomar Melzo, asaltando con facilidad, sin necesidad de escalas, ya que las murallas eran bajas, estaban defendidas por Jerónimo Trivulzio a cargo de 60 hombres de armas y Juan Fermo Trivulzio con otros 70 y 300 jinetes ligeros.
A mediados de noviembre, se intensificó el bombardeo artillero contra las murallas, apareciendo las primeras brechas una en el este y otra en el oeste, probablemente el 21 se realizó un ataque por los dos lados a la vez; habían abierto una brecha por la que podían pasar 50 hombres a la vez. Llenaron el foso y consiguieron llegar a la muralla, y entrar en la ciudad, dentro se encontraron con una sorpresa, Leyva había mandado construir una nueva línea defensiva interior con un foso de agua y una empalizada.
El Rey participó en el asalto en la zona de San Lanfranco, donde la primera oleada mandada por el mariscal de Foix con italianos y franceses llegaron a la muralla; una segunda oleada mandada por Montmorency con franceses, entró y fue rechazada; una tercera oleada con los lansquenetes del conde se Suflolk fueron también rechazados en la línea defensiva interna.
En el lado oeste también fueron rechazados. La primera oleada estaba mandada por los señores Aubigny y Bussy con los voluntarios y aventureros; la segunda oleada estaba mandada por el duque de Albany y La Tremouille; y la tercera oleada por Flourence y Augbigny con los suizos que también fueron rechazados, costándoles 800 muertos y numerosos heridos. Los sitiados repararon las brechas y los franceses estudiaron nuevas formas para tomar la ciudad.
Llegaron buenas noticias para los sitiados, se estaban reuniendo en Alemania de 8.000 a 10.000 lansquenetes en el Tirol para marchar a Italia en socorro de Pavía. Una vez llegados a Trento se les daría media paga.
D’Aleçon tuvo desviar el curso del río Ticino, que era la defensa natural de Pavía, mediante la realización de un canal aguas arriba, para desviar las aguas hacia el río Gravalon; realizar una presa con barcos semihundidos, para ello pusieron a trabajar a 2.000 gastadores en la construcción del canal. Resultó que el río Ticino está más bajo que el Gravalón, por lo que la labor de desagüe no funcionó.
Los franceses construyeron dos caballeros (posiciones de artillería elevadas) desde los cuales batir el interior de la villa, y al mismo tiempo estrecharon el cerco con trincheras, cada vez más cerca, para que los defensores se rindieran por hambre.
Hacia el 19 de noviembre, la lluvia paralizó los trabajos de trincheras, minado y construcción de los caballeros, y la falta de pólvora y municiones paralizó el bombardeo de los cañones franceses. El 23 el río Ticino se desbordó, ahogándose infantes y gastadores que estaban trabajando en el canal.
En Pavía se mantenía la disciplina, a los alemanes que encontraba durmiendo durante la guardia, o se les quitaba su bagaje, o se les ahorcaba. 400 desertaron y abandonaron la plaza cercada; los que quedaron no tuvieron descanso, comían y dormían en los muros. No les faltaba pan, vino ni queso y la carne de los caballos que morían por falta de alimento, se salaba para conservarla. Leyva mandó tomar la plata de las iglesias para labrar monedas con que pagar a los descontentos soldados.
A finales de noviembre, las labores de zapa permitieron que los franceses se hallasen a tiro de ballesta de los muros de la ciudad. Mediante trincheras con «strade coperte«, a resguardo de los tiros de los defensores, pretendían llegar a pie de muro y arruinarlos socavando sus cimientos. Los defensores hicieron una salida para averiguar donde se hacían las minas para proceder luego a contraminar.
El 1 de diciembre, los franceses tomaron un bastión sobre la muralla hacia el Ticino. El 4, habían conseguido destruir Porta Palacese mediante zapa, los imperiales se retiraron a un bastión interior «con flancos gallardos«. Por parte de los defensores se consiguió contraminar una de las minas de los sitiadores, muriendo 15 franceses que se hallaban dentro, y una fortuita entrada de agua en otra mina ahogó a los gastadores que trabajaban dentro. La labor de los defensores, y los elementos se aunaron para entorpecer el trabajo de los atacantes.
A principios de diciembre, una fuerza española de 3.000 efectivos, mandada por Hugo de Moncada, llegó a las cercanías de Génova, con el propósito de interferir en un conflicto entre las facciones partidarias de los Valois (franceses) y de los Habsburgo (imperiales). Francisco, a su vez, envió un contingente aún mayor de 18.000 efectivos al mando del marqués de Saluzzo para interceptar a los españoles. Enfrentados a los franceses, muy superiores en número y sin apoyo naval a causa de la llegada de la flota pro-Valois al mando de Andrea Doria, los españoles se rindieron. Entonces Francisco firmó un pacto secreto con el papa Clemente VII, por el que se comprometía a no auxiliar al emperador Carlos a cambio de la ayuda de Francisco para conquistar Nápoles.
En contra lo aconsejado por sus comandantes, Francisco separó una parte de sus tropas, 500 hombres de armas y 6.000 infantes bajo el mando de Juan Stewart, duque de Albany, y las envió rumbo sur a ayudar al Papa a conquistar el reino de Náples y divertir fuerzas de los imperiales. Lannoy trató de interceptar la expedición de Stewart cerca de Fiorenzuola, pero sufrió bajas severas y se vio forzado a regresar a Lodi; a causa de la intervención de las temidas Bandas Negras de Giovanni de Médici, que acababan de entrar en el conflicto al servicio de los franceses por iniciativa del Papa, primo de la madre de Giovanni, también de la familia Médici, y que disponía de 500 jinetes ligeros, 2.000 piqueros y 2.000 arcabuceros. Las posiciones francesas se vieron al mismo tiempo debilitadas por la partida de unos 5.000 grisones, mercenarios suizos, que regresaron a sus cantones para defenderlos de una incursión inminente de los lansquenetes. En Milán, continuaban los trabajos para rendir el castillo a los franceses.
Una compañía de alemanes y otra de españoles ejecuta una salida, matando a entre 100 y 200 defensores, tomándoles una bandera y consiguiendo clavar varios cañones (remachar un clavo de hierro en el oído u orificio por donde se echa la pólvora fina que al encenderse inicia la deflagración de la recámara).
Pescara, por su parte no permaneció inactivo, ejecutó una nueva salida de Lodi y tomó Melegnano guardada por 200 estradiotes, retornando con caballos y bagajes apresados a la ciudad.
Acto seguido, el condottiero Giovanni se dirigió a Pavía con 50 carros con barriles de pólvora que el duque de Ferrara le había entregado para alimentar la artillería francesa. Lannoy se enteró, e inmediatamente envió a Alarcón, con los 6.000 lansquenetes recién llegados, 3.000 italianos, 1.000 españoles, caballería ligera, hombres de armas y cuatro sacres, partió de Lodi y cruzó el río Po para interceptarle.
Los parmesanos, persuadidos por la cercanía de los imperiales, negaron la entrada al tren de munición, pero Médici consiguió hacerse con el suministro de pólvora y cargándola en mulas, 126 mulas a 4 barriles por bestia, llevándolas por un camino de montaña con su gente y 14 banderas de suizos. La noticia del envío de 2.000 lanzas francesas hizo que Alarcón ordenase retornar y no arriesgarse en una persecución que puede convertirse en encerrona.
Otros 4.000 lansquenetes partieron de Augsburgo para engrosar el ejército imperial en Lombardía.
El 24 de diciembre comenzó a llegar al campo francés la tan preciada pólvora, que les permitiría batir los muros y el interior de la plaza.
A primeros de enero, el río Ticino estaba prácticamente trasvasado al Gravalon, de manera que el río podía cruzarse a pie. El 10 o el 11 de enero, llegó el duque de Borbón a Lodi con 2.000 lansquenetes y otros 4.000 de su seguimiento. A mediados de mes, los imperiales decidieron movilizarse, y acudir al socorro de la ciudad sitiada.
Llegada de refuerzos imperiales
El 18 de enero, el marqués de Pescara acudió a la Soresina, para movilizar la gente de armas alojada en aquella comarca, que el señor Alarcón no había sido capaz de persuadir. La mayoría de ellos habían jurado no prestar servicio hasta que recibieran buena parte de las pagas que se les adeudaban. Finalmente, se avinieron al recibir 10 ducados por cabeza y la promesa del pronto pago de otros tantos. Mientras tanto, la infantería española lleva sin cobrar 8 meses.
El día 23 se reunió en Lodi el grueso del ejército imperial allí alojado, la infantería con 18 piezas de artillería de diverso calibre, junto con barcas en carros para hacer puentes. Los hombres de armas pasaron a Cassano y Rivolta Secha donde tenderían puente de barcas para el cruce del río Adda.
El día 24 de enero, desde Lodi, se inició el movimiento de ejército imperial que eran unos 40.000 efectivos, cuya vanguardia estaba mandada por Pescara a cargo de los lansquenetes viejos, el grueso a cargo del virrey con la infantería española, y la retaguardia a cargo de Borbón con los lansquenetes nuevos. El terreno impracticable hizo que 7 piezas junto con los carros de munición quedasen empantanados no lejos de la ciudad.
El primer obstáculo importante era San Ángelo, a orillas del río Lambro, afluente del Po. Esta plaza estaba defendida por una guarnición de 2.000 infantes y 500 jinetes ligeros bajo el mando de Pirio Locque, todos italianos. La Trémouille había enviado 800 grisones suizos y 200 gendarmes desde Milán como refuerzos. Los imperiales rodearon la ciudad y asentaron la artillería, los defensores se rindieron el 29 de enero tras apenas diez disparos. Los italianos fueron enviados a sus casas bajo palabra de no volver a combatir contra los imperiales, y Locque y los franceses fueron enviados a cautividad. Las comunicaciones entre Pavía y Milán quedaron cortadas. También se tomó San Columbano, al sur en las orillas del río Lambro.
El ejército imperial acampó dos días en Villamenterio, cinco kilómetros al sur de San Ángelo. Desde allí avanzaron en dos direcciones hacia el noroeste a Lardirago con las fuerzas principales y hacia suroeste hacia Belgiojoso, con una columna de lansquenetes. Francisco decidió lanzar un contraataque contra la columna de Belgiojoso mandado por Bonnivet con una fuerza de 400 gendarmes, seguidos por los italianos de Médici y 3.000 suizos mandados por Flourence. En un confuso enfrentamiento, consiguieron reconquistar la ciudad, los lansquenetes se replegaron a San Ángelo. Por la tarde Bonnivet, dijo que se había alcanzado el objetivo y regresó a Pavía. Los lansquenetes recuperaron la ciudad durante la noche.
Mientras tanto Lannoy con el cuerpo principal marchó a Lardarigo con Borbón mandando la vanguardia y Pescara mandando la retaguardia. Entraron en la ciudad el día 2 de febrero y dispararon los cañones para advertir a los defensores de su presencia, estaban a 7 km de distancia.
El viernes 3 de febrero, el campamento francés estaba sobre las armas por la proximidad de los imperiales, que consiguen entrar en el Barco, si bien no fueron capaces de mantener dicha posición. El ejército imperial acampó en Prado, Fossarmato y Cascina Torrebianca, en tiendas o al raso en mitad de la campaña, con carestía de vituallas y con los caballos y mulas al raso, a pesar de la nieve. Fueron recibidos con señales de fuego nocturnas por los defensores de Pavía. De noche podían oír los gritos de los centinelas.
En ese momento, las fuerzas francesas se encontraban desplegadas de la siguiente manera alrededor de Pavía: Alençon en San Lanfranco, Montmorency en Borgo Ticino, Flourence con los suizos en las cinco abadías, y el Rey en el parque Visconti con el resto del ejército: la caballería, los lansquenetes, los italianos de Médici, y el resto de los suizos.
Desde el primer momento, hubo escaramuzas entre franceses e imperiales. El día 8 los españoles tomaron un bastión francés, pero solo fueron capaces de mantenerlo por espacio de dos horas.
La artillería francesa hacía un enorme daño en el campamento imperial, y al mismo tiempo sus tropas realizan arriesgadas salidas abandonando la protección de sus obras de fortificación, fosos, reparos y cestones. Los imperiales se daban prisa en construir obras de fortificación para protegerse, especialmente para resguardar las municiones, la artillería y los caballos.
Mientras tanto, don Hugo de Moncada, a cargo de una flota conjunta genovesa imperial, había sido derrotado, y él mismo apresado.
El sitiador sitiado
El 9 de febrero, se consiguió introducir en Pavía 46 caballos ligeros con barriles de pólvora de socorro, fingiendo los soldados imperiales ser franceses.
Los defensores de Pavía contribuyeron decididamente a erosionar a sus sitiadores, y una salida de 1.000 infantes y 200 jinetes ligeros dio como resultado 200 enemigos muertos y 4 banderas capturadas de las tropas del joven Médici.
El 10 de febrero, los lansquenetes al servicio del Emperador acudieron al alojamiento de Morone a protestar por la falta de pagas; recibieron medio ducado que sirvió para aplacar los ánimos momentáneamente.
Para el 11, los imperiales habían construido un reparo fuerte que les protegía, aunque fuera parcialmente, de los efectos de la artillería francesa, y tras el cual construyen un caballero desde el cual batir el campo francés. También iniciaron trincheras con las que aproximarse a las defensas francesas, a pesar del fango dejado por las lluvias.
Asimismo construyen refugios bajo tierra para protegerse de la artillería, para guardarse personas y caballos.
Los de Médici, el 16 de febrero, teniendo noticia de que gente de armas del campo imperial tenían previsto salir a forrajear, los emboscaron, matando a muchos hombres de armas, la mayoría borgoñones enviados por el infante don Fernando junto a los lansquenetes, y a cerca de 100 forrajeadores.
En una de esas escaramuzas, fue herido en una pierna cerca de la ingle Giovanni de Médici. Pescara le permitió ir a Piacenza para recuperarse, llevándose con él las Bandas Negras; forzando a Francisco a trasladar gran parte de su guarnición en Milán para suplir la marcha de las Bandas Negras, esta fuerza estaba compuesta de 2.000 efectivos mandados por La Trémouille y Saint-Pol. Mientras, se hallaba en Roma el duque de Albany, que prosiguió su marcha hacia Nápoles.
El rey francés ordenó que sus soldados no iniciasen más escaramuzas, porque eran muchos los heridos y muertos, sobre todo por los arcabuces españoles, los franceses a pesar de su superioridad numérica, se dedican a aguardar. Creían que o bien se produciría el enfrentamiento en campo abierto del que saldrán victoriosos por su mejor caballería, su superior artillería, y su mayor número de efectivos, o bien el campo imperial se desharía. Todo era cuestión de tiempo. Porque efectivamente, muchos lansquenetes del campo imperial, habían muerto o habían escogido regresar a Alemania antes que seguir arriesgando la vida sin recibir sus pagas, y al mismo tiempo, los franceses aguardaban un importante refuerzo de tropas suizas que debía de llegar a finales de febrero o primeros de marzo.
Unos 5.000 grisones suizos que habían finalizado su compromiso de servicio de tres meses al servicio del rey francés, regresaron a sus hogares. No fue un grave problema, ya que serían sustituidos por la llegada de sus vecinos suizos.
Los imperiales viendo la inactividad francesa, tomaron la iniciativa y fueron constantes las escaramuzas, de mayor o menor importancia, para desgastar al enemigo y no dejarle tranquilo, aún pagando un alto precio; pues en cada salida, en cada escaramuza, se producían bajas. Así, el 18 de febrero, murieron 400 soldados imperiales en un ataque, al tiempo que dos compañías de caballos ligeros desobedecieron al virrey y se negaron a cabalgar si no recibían sus pagas.
La noche del 19 de febrero, Alfonso de Ávalos, marqués del Gasto, dirigió una encamisada contra un bastión francés, tiraron tres piezas de artillería al foso, y mataron a 300 italianos que estaban de guardia.
El 20 de febrero se proclamó un bando en el campo imperial: que todos los forajidos del ducado de Milán, y todos los alemanes y españoles que habían servido al rey de Francia y fueran a servir al Emperador, se les perdonaría y se les daría sueldo. A la infantería se le prometió darle sueldo el día 25 de febrero. Las letras de cambio por valor de 100.000 ducados remitidas por el Emperador estaban en manos de los mercaderes genoveses que pronto se convertirían en moneda sonante.
El 21 de febrero, hubo un consejo de guerra en el campamento imperial. Lannoy dijo que en tres o cuatro días debían establecer contacto con la guarnición de Pavía o estaría todo perdido, una retirada tampoco era factible, porque los franceses tenían más efectivos (eso era lo que creían pero más o menos eran similares) y sobre todo más caballería y más artillería. Esperar los refuerzos del Emperador se desechó, ya que según informaciones, se esperaba la llegada de refuerzos suizos al servicio de Francisco I. Un asalto a las posiciones francesas sería suicida; así es que decidieron lanzar un ataque al castillo de Mirabello, donde se pensaba que estaba el cuartel general del rey francés, tratando de capturar al rey francés si era posible, y desmoralizar a los franceses lo suficiente como para poder retirarse con cierta seguridad.
En Roma el duque de Albania proseguía con los preparativos junto a colonenses y ursinos, que reclutaban tropas, para marchar sobre Nápoles.
Movimientos previos
El 22 de febrero, Pescara lideró una nueva encamisada a la una y media de la noche con 2.000 infantes españoles en tres columnas, matando a 500 enemigos, tomando 1.000 prisioneros y 9 piezas de artillería, y capturando al lugarteniente de la artillería francesa, Sieur de Susanne, sobrino del senescal d’Armagnac. Esa encamisada fue tan osada que se llegó a entrar en el «grand pavilion«, donde mataron a 50 o 60 hombres. Tras esta operación los imperiales descubrieron que la seguridad dentro del parque era muy relajada. Temiendo una represalia de los franceses por esta humillación, ese día se hizo una llamada general para que los soldados se avituallen por tres días y nadie se apartase de su bandera.
El rey francés tras el ataque movió su cuartel general Mirabello a Porta Repentita, llevando con él la reserva de artillería y los lansquenetes, que se situaron a mitad de camino entre ambas posiciones.
Los imperiales celebraron otro consejo de guerra para programar el ataque que se llevaría a cabo el día siguiente.
La noche del 23 de febrero, vigilia de San Matías, Pescara dio orden a todos los capitanes para que los soldados estuvieran apercibidos y encamisados (con la camisa blanca sobre las armas para reconocerse en la oscuridad de la noche y distinguirse del enemigo). A las nueve tocan los tambores con «palotillos» para reunir a la gente sin organizar demasiado ruido. En el campamento quedaron las compañías de Luis de Viacampo, Juan de Herrera y Gayoso, a los que se dio orden de mantener los fuegos, para hacer creer que todo el ejército seguía en el campamento; también se les encomendó que durante la noche hicieran ruido con tambores y armas, y realizaran fintas (ataques fingidos) para tener entretenido al enemigo, y evitar que el enemigo oyese a los incursores. También se dio orden a la artillería pesada empezar a bombardear las posiciones enemigas para que los franceses no oyesen los trabajos de demolición del muro.
El bagaje de todo el ejército imperial, fue enviado por el camino de Lodi con una guardia de jinetes ligeros.
El marqués de Pescara envió al capitán Arrio para que avisara a Leyva para que saliese de la ciudad con su guarnición a la señal de dos disparos de artillería. Arrio partió con cruces blancas y se hizo pasar por soldado de Médici para llegar a las murallas, siendo izado a las mismas. Desde Pavía, se hicieron fuegos sobre una torre para avisar al campo imperial que había llegado el mensaje.
En la noche los gastadores (ingenieros) imperiales, con el uso de unos «vaivenes» (una especie de arietes en suspensión) protegidos y ayudados con picos, con la compañía de piqueros de Salcedo y otra de arcabuceros de Santa Cruz; comenzaron la rotura del muro de ladrillo cocido y cal de la altura de una pica (5 metros), que rodeaba el parque de caza. Abrieron tres brechas (otras fuentes dicen que solo fueron dos), los tramos abiertos eran de unas 100 brazas (según fuente italiana) o sesenta pasos (fuente española), suficiente para que pudieran entrar tropas en formación de infantería y caballería, y también la artillería ligera.
El movimiento de las tropas fue detectado por una unidad de caballería ligera francesa, encargada de la custodia de la valla en la zona norte. Pero su jefe, Carles Tiercelin, señor de la roca del Maine, debió creer que comenzaba la retirada de la fuerza sitiadora o que se trataba de un redespliegue, pues tan solo alertó a la guarnición de torre del Gallo, pero no tomó ninguna medida más.
A las 04:30 horas, las patrullas de caballería ligera francesa volvieron a escuchar ruidos, eran las fuerzas imperiales que se dirigían a entrar por la brecha. Los vigilantes las alertaron a su jefe, Tiercelin, que entonces sí avisó a su jefe el duque de Alençon.
Hacia las 05:00 horas, el señor de la Flourence con 3.000 piqueros suizos y Tiercelin con unos 1.000 jinetes ligeros, que se dirigieron hacia el norte, hacia los ruidos que habían avisado los jinetes, dejaron otros tantos suizos para defender torre del Gallo.
A esa misma 05:00, el marqués del Vasto entró en el parque como estaba planeado para dirigirse directamente hacia el castillo de Mirabello, donde se suponía que estaba Francisco I con su cuartel general, disponía de 3.000 españoles y alemanes (6 banderas de españoles y 6 de alemanes) un escuadrón de caballería ligera. Tras del Vasto, entraron por las brechas unos cuantos cañones ligeros, para apoyar el asalto a Mirabello. A continuación, caballería ligera española e italiana que tenían como misión fijar a las fuerzas francesas en la zona y evitar movimientos de las mismas.
Al amanecer calló la niebla, y se daba el caso de que del Vasto y la caballería ligera imperial se dirigían hacia el sur, mientras Flourence y Tiercelín se dirigían hacia el norte.
Sobre las 05:30 horas, se encontraron con las fuerzas de Carlos Tiercelin, se produjo una serie de escaramuzas entre ambas, pero debido a la falta de visibilidad, no podían estimar la entidad de las mismas.
Un poco más tarde, los arcabuceros a las órdenes del marqués del Vasto, pasaron a 100 metros de los suizos de Flourence sin ser detectados. Estos, sin saber lo que tenían al frente, se toparon con la batería de cañones ligeros que estaban siendo transportados. Inmediatamente, los atacaron y lograron capturar las piezas, las fuentes varían entre 12 a 16. Los artilleros huyeron y a su vez, los franceses comenzaron a disparar con 4 piezas que habían traído, contra los ruidos que provenían de la muralla y contra la melé de caballería.
Francisco I envió a Bonnivet para que le informara de la situación, que llegó con 50 «gendarmes». Se unió a la refriega, logrando rechazar a los jinetes ligeros imperiales, que huyeron hacia los bosques cercanos y hacia las brechas por las que habían entrado. Tras ello, los jinetes de Tiercerlin y los gendarmes, se reagrupan tras las piezas capturadas y las propias y se mandó aviso al Rey de que el asalto al parque había sido rechazado. Eran las 6 de la mañana.
Los siguientes en entrar en el parque, habían sido los lansquenetes alemanes, la mayoría piqueros reforzados con arcabuceros (españoles e italianos). Son unos 8.000 hombres, al mando de Sittlich y de von Frundsberg. Los alemanes, formados en dos grandes cuadros, se toparon de repente con los piqueros suizos al servicio francés, a pesar de la falta de visibilidad, comenzó una lucha entre los piqueros.
Mientras, más tropas penetraban en el parque, 4.000 infantes españoles y 4.000 lansquenetes, cubiertos por caballería. Los infantes al mando del marqués de Pescara y los jinetes a las órdenes del propio virrey Lannoy con 400 hombres de armas, con los capitanes Alonso de Córdoba y Rodrigo de Ripalda con 200 arcabuceros a su guarda y los jinetes ligeros mandados por el coronel Enzor. Esta segunda columna se dirigió hacia Mirabello para apoyar a del Vasto.
Los 2.000 italianos respaldados por 200 hombres de armas españoles quedaban en la retaguardia a cargo de la artillería tirada por bueyes y caballos. Esta retaguardia mandada por Borbón avanzaba con dificultad debido a que la artillería se atollaba en zonas embarradas y quedaba descolgada de la batalla.
Los imperiales habían logrado superioridad local en el norte del parque, y la posición central de del Vasto, impedía la comunicación entre los distintos cuerpos franceses.
Vasto consiguió dirigirse al castillo de Mirabello, que estaba rodeado por un foso con agua procedente del río Vernavola, y tenía un puente levadizo. Los defensores en un descuido se habían olvidado de levantar el puente, y los arcabuceros de Vasto lo tomaron por sorpresa, la pequeña guarnición que lo defendía fue rápidamente sometida, esperaban encontrar al rey Francisco, pero le dijeron que ya no se encontraba allí.
Desarrollo de la batalla
La batalla propiamente dicha tuvo lugar en tres lugares diferentes: entre Florence y Sittlich, entre el rey Francisco I y Lannoy, en Pavía entre Leyva y Montmorency.
Batalla entre Flourence y Sittlich
En el oeste del parque, Flourence con 3.000 piqueros suizos y Tiercelin sus 1.000 jinetes ligeros tuvieron que hacer frente a los 8.000 lansquenetes alemanes al mando de Sittlich y de von Frundsberg que habían formado en dos cuadros y la caballería ligera imperial que serían unos 500. Sobre las 07:50 horas, tras casi una hora de lucha, doblados en efectivos comenzaron a ceder, según algunos historiadores, los suizos huyeron y según otros, tan solo se retiraron; el caso es que se dirigieron hacia la torre del Gallo, donde se refugiaron, siendo sitiados. La mitad de los lansquenetes, bajo el mando del propio Frundsberg se dirigieron hacia la zona donde estaba el virrey para ayudarle.
Los lansquenetes de Sittlich atacaron posteriormente la torre del Gallo, y los suizos huyeron en dirección al río Ticino.
Batalla entre Leyva y Montmorency
En la ciudad de Pavía, Antonio de Leyva al oír la señal, se preparó para sumarse a las tropas imperiales de socorro. En frente tenía al oeste las posiciones francesas de Aleçon en el oeste con unos 4.000 efectivos y 200 gendarmes, al este las posiciones de Montmorency con 3.000 mercenarios suizos, que ya que habían sido hostigados toda la noche por la artillería imperial desde el campamento y preveía un ataque desde dichas posiciones.
A las 07:00 horas, Leyva ordenó un reconocimiento en fuerza en dirección la Torreta y torre del Gallo, esperando los resultados del reconocimiento.
Un grupo de unos 300 arcabuceros españoles se dirigió contra la artillería d’Aleçon mientras estaban dispersos matando a los artilleros y a quienes defendían la artillería, d’Aleçon con sus jinetes atacó; los arcabuceros no pudieron hacer frente, llegaron refuerzos y los gendarmes sufrieron la acción de la arcabucería reforzada por más infantes, Alençon decidió retirarse, huyendo del campo de batalla junto con su roto escuadrón.
Leyva salió de la ciudad con el grueso de la fuerza y atacó la posición de Montmorency que estaba defendida por 3.000 suizos, que atacados por dos frentes huyeron casi de inmediato.
Batalla entre Francisco y Lannoy
A las 07:30 horas, Lannoy y Pescara con 8.000 infantes y 2.000 jinetes respectivamente, marcharon hacia el sur para reunirse con del Vasto. Mientras el rey francés acudió a la zona con 900 lanzas (unos 3.600 jinetes), 4.000 lansquenetes y 2.000 infantes gascones, detrás marchaba su tren de artillería. Había ordenando a Bussy d’Amboise, señor de Vauray, capitán de los aventureros franceses que permaneciera en los alojamientos con parte de los infantes franceses e italianos en lugares convenientes bajo el castillo en precaución de la salida de Leyva.
Mientras avanzaban los imperiales, una batería francesa de unas 16 piezas, que se encontraba en una inmejorable situación, aprovechando que se levantó la niebla y permitió ver a los imperiales, y empezaron a hacer fuego de flanco, los cañones cogieron a las formaciones de enfilada. Produciendo numerosas bajas, que se estiman en unas 600, provocando la pérdida de cohesión de sus unidades.
Aprovechando la confusión, Francisco ordenó la carga con su caballería pesada, los jinetes franceses formaron en 4 filas, con los gendarmes en primera fila y los jinetes ligeros en la última y se dirigieron contra los imperiales.
La caballería imperial que marchaba en columna, rápidamente el virrey Carlos de Lannoy, que mandaba la caballería mandó reunir toda la caballería disponible para hacerlos frente, contaba con 700 lanzas (300 lanzas suyas, 200 lanzas de Borbón, 200 lanzas de Alarcón) más 100 continos de Nápoles, en total unos 1.600 hombres de armas. La caballería ligera está nominalmente a cargo del marqués de Civita Sant Angel con 500 jinetes ligeros, dividida en tres escuadrones: uno de ellos marchó a Mirabello acompañando la infantería, otro quedó en batalla, y el otro, a cargo del capitán Guido Guaino acompañaba al bagaje del ejército imperial.
Pescara indicó al virrey, enviándole para ello a Falcio, que hiciera frente a los franceses con sus hombres de armas, para detenerles y dar tiempo a desplegar a la infantería imperial «vueltas las banderas contra el enemigo» para dar la batalla. Transmitió asimismo ese mensaje a Borbón y a los lansquenetes alemanes. El propio Pescara en persona se allegó hasta Mirabel donde se halla del Vasto, que habiendo visto a los franceses cruzar el río Vernaccia, se encaminase contra él por su izquierda. Repartidas estas instrucciones, Pescara acudió a la infantería alemana.
El virrey ordenó avanzar a toda la caballería pesada formada para chocar contra los gendarmes del rey Francisco, que al dar orden de adelantarse la caballería francesa para acometer el flanco derecho de los jinetes imperiales, obligó a la artillería a suspender el fuego, que tantos estragos estaba causando.
Lannoy, al ver lo que se le venía encima exclamó: «No queda más esperanza que Dios«. El choque fue brutal y en cinco minutos quedó deshecha la caballería imperial, Hernando de Alarcón fue derribado del caballo, pero el arcabucero Jorge de Sevilla, derribó de un disparo a un caballero francés, y cedió la montura a su capitán. Murió el capitán Ferrando Castriotto por mano del rey de Francia, y cayó también don Hugo de Cardona, teniente de la compañía del marqués de Pescara. Castriotto, marqués de Civita Sant Angelo, jefe de la caballería ligera; al no tener la precaución de llevar cadenas por riendas, perdió el control de su corcel al serle cortadas, y fue el mismo rey de Francia fue quien lo derribó de una lanzada, dejándolo muerto en el campo de batalla.
Francisco I entusiasmado gritó al Mariscal de Foix: «Ahora si soy el duque de Milán«. Tras lo cual ordenó perseguir a los jinetes en retirada. El rey pensó que había ganado la batalla.
El rey francés se había dejado atrás la infantería gascona y los mercenarios alemanes, que deberían apoyar al Rey en caso necesario. Pero la carga había separado en exceso a la caballería de la infantería. Entonces, Francisco y sus jinetes se encontraban parados al frente por un bosque en el que se refugiaban los jinetes imperiales, además sus caballos se encuentran muy fatigados tras la galopada, también ellos mismos de llevar la lanza en ristre. A las 07:45 horas, Pescara mandó avanzar a Quesada con la 200 arcabuceros a los que pronto se suman 600 más, para atacar a los franceses. Mientras él con 4.000 infantes españoles y 4.000 lansquenetes les apoyaban, Borbón con 2.000 infantes italianos de la reserva se dirige hacia el norte, mientras que del Vasto con 3.000 ataca desde el sur, y von Frudaberg con 4.000 lansquenetes desde el este. El terreno embarrado dificulta los movimientos de los jinetes pesados. Mientras la dispersa caballería española empezaba a reagruparse.
La carnicería fue horrible. Los certeros disparos españoles diezmaron a la nobleza francesa. Los principales señores del reino, rodeaban al rey francés y comenzaron a caer bajo los disparos: el señor de La Palice, mariscal de Francia; el bastardo de Saboya, gran maestre de Francia; señor de la Trémoille; Galeazzo Sanverino, señor de las caballerizas reales; Bussy d’Amboise; el conde de Tonerre. Los peones españoles y los lansquenetes remataban la carnicería, acercándose y cebándose en los jinetes caídos, inmovilizados por el peso de sus armaduras, apenas podían defenderse, fueron muertos y despojados en el saqueo subsiguiente.
La infantería francesa al mando del duque de Suffolk (exiliado inglés) y de Francisco de Lorena, se lanzaron a intentar rescatar a la caballería. Contaban con 4.000 lansquenetes alemanes y 2.000 franceses. Pero se enfrentan a von Frundsberg con sus alemanes, que consideran traidores a sus compatriotas que luchan contra el Emperador. Comenzó una terrible lucha entre los bloques de piqueros en la que no se hicieron prisioneros.
Mientras, algunos de los jinetes ligeros franceses dieron la vuelta y lograron huir, y la mayoría de los nobles fueron acribillados a quemarropa por los arcabuceros. El Rey se da cuenta de la carnicería y exclama: «Dios mío, ¿qué es esto?«. Se defendió bien pero su caballo fue derribado. Al intentarse levantarse, se encontró con los soldados de la caballería española, que le detuvieron. Se trataba del guipuzcoano Juan de Urbieta Berástegui y Lezo, junto al granadino Diego Dávila y el gallego Alonso Pita da Veiga, que no eran conscientes de a quién acababan de apresar, pero por las vestimentas supusieron que se trataría de un noble francés. «iba casi solo cuando un arcabucero le mató el caballo, y yendo a caer con él, llegó un hombre de armas de la compañía de don Diego de Mendoza, llamado Joanes de Urbieta, natural de la provincia de Guipúzcoa, y poniéndole el estoque a un costado por la escotadura del arnés, le dijo que se rindiese».
Se dispusieron a defender su presa y el propio Lannoy acudió al lugar, donde Francisco le entregó su espada.
Los piqueros al mando de Lorena fueron derrotados por sus contrapartes imperiales, que lograron imponerse en la lucha entre piqueros. En la persecución del enemigo, numerosos franceses y alemanes fueron muertos y las piezas de artillería tomadas.
Secuelas de la batalla
Los franceses tuvieron unos 10.000 muertos, cifra que sin dejar de ser importante no era excesiva, pero donde si era importante era por la «naturaleza» de esos caídos y de los prisioneros. La nobleza de Francia quedó muerta o prisionera así como los mejores mercenarios alemanes y suizos muertos.
Borbón aconsejó a Carlos V invadir Francia, ya que su rey estaba prisionero. La alianza con Inglaterra parecía resucitar y Enrique VIII ordenó disparar fuegos artificiales en honor de los imperiales.
Tratado de Madrid (14 de enero de 1526)
Carlos V, falto de fondos con que pagar la ingente maquinaria de guerra imperial, decidió renunciar al matrimonio Tudor que había acordado con Enrique VIII y buscó en su lugar contraer nupcias con Isabel de Portugal, quien traería consigo una dote más sustanciosa. Borbón, mientras tanto, conspiraba con Enrique VIII la invasión y reparto de Francia; al mismo tiempo animaba a Ávalos a hacerse con Nápoles y declararse Rey de Italia, aunque este encontró la lealtad al emperador Carlos más importante que su propia ambición, así que, rechazó el ofrecimiento e informó de todo a su señor. Luisa de Saboya, que había permanecido en Francia como regente durante la ausencia de su hijo, trató de reunir fondos y tropas para defenderse de una probable invasión de Artois por tropas inglesas. Francisco, convencido de recuperar su libertad si conseguía una audiencia con Carlos, presionó a Ávalos y Lannoy, que pretendían trasladarle a Castel Nuovo, en Nápoles, para llevarle finalmente a España. Al tanto de los planes invasores de Borbón, Ávalos y Lannoy acordaron hacerlo así y Francisco I llegó a Barcelona el 12 de junio.
A Francisco en un primer momento se lo instaló en un pueblo cerca de Valencia, pero Carlos se vio apremiado por Montmorency y Lannoy para firmar un acuerdo. Estos sugerían una posible deslealtad de los italianos para con la alianza imperial, y ordenó el traslado del rey francés a Madrid, dónde llegó el 12 de agosto, quedando custodiado en el Alcázar de los Austrias y posteriormente en la casa de los Lujanes.
Ya en Madrid, Carlos se negó tajantemente a entrevistarse con Francisco hasta que este firmase el tratado que le propusieron. Carlos reclamaba la cesión del Milanesado, pero también las de Borgoña y Provenza, a lo que Francisco respondía que las leyes francesas no permitían al soberano la cesión de territorios propiedad de la corona sin la aprobación del Parlamento, que de seguro se lo negaría.
En septiembre, Francisco cayó gravemente enfermo y su hermana, Margarita de Navarra, viajó desde París para hacerle compañía en España. Los doctores del emperador examinaron al rey francés y, creyendo que su enfermedad estaba causada por la pena originada por no ser recibido por el emperador, pidieron a Carlos consintiese en visitarlo. Carlos, en contra del consejo de su gran canciller, Mercurino Gattinara, quien opinaba que visitar al monarca francés en su lecho de muerte era una acción interesada más que de compasión y era, por tanto, algo indigno del emperador, lo visitó. Tras ello Francisco tardó poco en recuperarse por completo. Más tarde, un intento de huida falló estrepitosamente y dio como resultado la obligada vuelta a Francia de su hermana Margarita.
Para principios de 1526, Carlos se vio importunado por las demandas de Venecia y el papa, que deseaban restaurar a Francisco II Sforza en el trono del ducado de Milán, y además empezaba a interesarle firmar un acuerdo urgente con el francés, antes de que comenzase otra guerra. Francisco, habiendo intentado retener Borgoña, sin resultado, estaba dispuesto a entregarla a cambio de su propia libertad. El 14 de enero de 1526, Carlos V y Francisco I firmaron el tratado de Madrid, por el cual el rey galo renunciaba a todas sus anteriores pretensiones territoriales en Italia, Flandes y Artois, entregaba Borgoña a Carlos; acordando además mandar a Castilla a sus dos hijos mayores como rehenes, el delfín Francisco y Enrique, duque de Orleans. Prometía casarse con la hermana de Carlos, Leonor de Austria, y devolver la Borgoña y retornar a la familia de los Borbones todos los territorios que les hubiese arrebatado.
Estas posesiones resultarían cruciales para el imperio de los Habsburgo, pues posibilitaron la comunicación por tierra con Flandes, entonces en guerra, a través de la ruta conocida como Camino Español. Francisco fue liberado el 6 de marzo y, escoltado por Lannoy, viajó al norte hasta Fuenterrabía. El 18 del mismo mes, cruzó el Bidasoa, llegando a Francia al fin. Al mismo tiempo, el Delfín y su hermano pasaron a España desde Bayona, para quedar rehenes, como se había acordado. Para entonces, Francisco había conseguido la paz con Inglaterra por el tratado de Hampton Court, firmado por Tomás Wolsey y el embajador francés. El Tratado fue ratificado por una delegación francesa en Greenwich, en abril de 1527.