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Preparación de la defensa
Tras la batalla de Tudela el 23 de noviembre, Lannes, resentido de una herida producida varios meses antes al caer de su caballo en Vitoria, devolvió el mando del CE-III a Moncey, y el 29 de noviembre, se reunieron en Alagón los Mariscales Ney y Moncey, con sus respectivos CEs avanzando sobre Zaragoza; pero el 30 de noviembre, llegó la orden apremiante orden de Napoleón para que Ney, con CE-VI partiese de inmediato hacia Calatayud en persecución de Castaños, dejando así a Moncey solo con su CE-III ante Zaragoza.
Una vez en Calatayud se unieron a Ney las fuerzas de Mathieu, que habían logrado derrotar en el combate de Bubierca, el 29 de noviembre a la retaguardia de Castaños; y tras devolver a Zaragoza a la DI-2/III de Musnier, para que volviera a reunirse con Moncey, pasó a Guadalajara, no volvió a entrar en Aragón.
Mientras Moncey con el CE-III se sintió incapaz de tomar Zaragoza, retirándose a Alagón el 2 de diciembre en espera de refuerzos.
El coronel de ingenieros Sangenís, utilizó algunos de los sistemas ideados por el ingeniero militar francés Sebastián Vauban, sobre todo la construcción de fortificaciones en forma de estrella, la famosa “estrella de Vauban”. Entre otras cosas, debía disponer de baluartes de defensa, murallas concéntricas, cortinas abaluartadas, fosos de agua y secos, estacadas, pasajes subterráneos y vías internas para maniobras; aunque la premura de tiempo y la falta de los materiales idóneos hicieron que las nuevas fortificaciones de Zaragoza no tuvieran la solidez requerida para ese tipo de defensas y mucho menos contra un ejército tan experimentado como el Imperial.
De esta manera los contendientes pasaron tres semanas frente a frente, uno preparándose para el ataque y el otro para la defensa. Ese tiempo sirvió a los españoles para concluir el cierre del perímetro defensivo de la ciudad, unir mediante muros y caminos cubiertos los monasterios exteriores convertidos en reductos para efectuar tiro cruzado y poder proteger las murallas de la ciudad. También le permitió fortificar el puente del río Huerva mediante la construcción del Reducto del Pilar; finalizar los trabajos para transformar el convento de San José en otro reducto exterior; y concluir el muro de cierre del Arrabal, convirtiendo el barrio en un auténtico fortín, dado el valor estratégico que tenía, ya que cuando posteriormente fue ocupado por los franceses, la ciudad tuvo que capitular.
Al mismo tiempo, se fueron replegando las últimas unidades españolas del ejército de Reserva, de forma que en Zaragoza se concentraron unos 32.000 soldados regulares, entre los que había una mayoría de infantería, bastantes de caballería y un nutrido grupo de artilleros con unas 160 piezas, gracias a las capturadas en el asedio anterior y se pudo almacenar la cosecha antes del asedio; por lo que la comida no sería un problema. A los regulares había que sumar varios miles de paisanos armados, que tenían la experiencia del anterior asedio, lo que sumaba un total de unos 45.000 hombres para la defensa. Tampoco las armas y las municiones fueron un problema: la pólvora se fabricaría en la ciudad durante todo el asedio, mientras que un cargamento de mosquetes británicos llegó en barco justo antes de que comenzara el asedio. El único error de Palafox fue permitir que todo su ejército quedara atrapado dentro de la ciudad cuando comenzó el asedio.
A pesar de ser informado de la capitulación de Madrid frente al ejército imperial, Palafox se negó a negociar una rendición: “¡Después de muerto, hablaremos!”, replicó.
Fuerzas españolas
El general Palafox disponía como ayudantes a los TGs Juan Buttler y Juan O’Neal:
- DI de Fernando Butrón con 11.804 efectivos (RI Extremadura, RG Palafox, RI del Reino, RI infante Carlos, BIL de Carmona, BIL de Torrero, BIL de Calatayud, BIL-I de Zaragoza, BIL-II de Zaragoza, BIL de Cerezo, BIL cazadores de Cataluña, BI de Gastadores, BI voluntarios de Aragón).
- BRI de Diego Fivaller con 4.005 efectivos (BI Guardias Españolas, BI-I voluntarios de Aragón, BI-II de voluntarios de Aragón, RI-2 de Valencia, BI voluntarios de Doyle, BI cazadores de Fernando VII)
- BRI de José Mansó con 5.686 efectivos (BI-I voluntarios de Huesca, RI Peñas de San Pedro, RI tiradores de Murcia, BI de Floridablanca, BI voluntarios de Cartagena, RI de voluntarios de Murcia, BI Suizos de Aragón).
- BRI de Felipe Sant-March con 5.632 efectivos (RI Borbón, RI voluntarios de Castilla, RI Turia, BI cazadores de Fernando VII, BI Campo Sergorvino, BI voluntarios de Chelva, RI voluntarios de Alicante, BIL provincial Soria, RI-5 de Murcia).
- BRI del ejército (RI América, RI África, RI Burgos, RI Saboya, RI Navas de Tolosa, RI-1 de Valencia, y BI voluntarios de Orihuela y 15 partidas de distintas unidades).
Fuerzas francesas
El 19 se le unió allí el CE-V de Mortier, duque de Treviso, y al día siguiente se presentaron ante Zaragoza dispuestos a tomarla por asalto. Disponían de 40.000 infantes, 3.500 jinetes, 1.100 zapadores, 48 cañones de gran calibre y 84 de campaña.
CE-III de Moncey el cuartel general en la Cartuja Baja con 22.473 hombres y 1.758 caballos, con RI-70 (1 BI, 407), RIL-2 (1 Cía, 100) para seguridad del cuartel general:
- DI-1/III de Grandjean (entre Torrero y el Ebro bajo):
- BRI-I/1/III de Habert con: RI-14 (4, 2.122), y Legión-2 del Vístula (2, 1.225).
- BRI-II/1/III de Laval con: RI-44 (3, 1.754), y Legión-3 del Vístula (2, 1.138).
- DI-2/III de Musnier (entre Torrero y el río Huerva):
- BRI-I/2/III de Brun con: RI-14 (4, 2.235), y Legión-1 del Vístula (2, 1.163).
- BRI-II/III de Razout con: RI-115 (4, 2.206).
- DI-3/III de Morlot (entre Casablanca y el Ebro superior):
- BRI-I/3/III de Rostolland: con RIL-5 (2, 1.244), y RI-116 (2, 878).
- BRI-II/3/III de Augereau con: RI-117 (4, 1.532).
- BRI-III/3/III de Buget con RI-21 (4, 2.187), y Legión-2 de reserva (4, 2.507).
- BRC-1/3/III de Wathier (en Fuentes de Ebro vigilando los caminos) con RH-4 (4, 573), RH-1 provisional (4, 309), RH-2 (1, 113), RC-13 de coraceros (4, 336), RC de March (3, 396), Lanceros del Vístula (21), Gendarmería (27).
- Artillería CE-III: 769 hombres
CE-V de Mortier con 22.607 hombres y 1.542 caballos:
- DI-1/V de Suchet (en expedición a Calatayud):
- BRI-I/1/V de Dumotier con RIL-17 (3, 2.302), RI-34 (4, 2.590), RI-40 (3, 2.246).
- BRI-II/1/V de Girard con RI-64 (3, 2.222), y RI-88 (2, 2.471)
- DI-2/V de Gazan (cercando al Arrabal):
- BRI-I/2/V de Guerin con RIL-21 (3, 1.827)
- BRI-II/2/V de Taupin con RI-100 (3, 2.362), RIL-28 (3, 2.230), y RI-103 (3, 2.553)
- BRC-1/2/ de Delaage con RH-10 (3, 777), RC-21 de cazadores (3, 731), Gendarmería (26).
- Artillería y trenes: 1.632 hombres
Ataque del 21 de diciembre de 1808
Su primer objetivo fue capturar las débiles obras exteriores españolas en el monte de Torrero. En la mañana del 21 de diciembre, tres baterías de cañones franceses iniciaron un bombardeo de esas posiciones.
Para este primer ataque las tropas francesas fueron dispuestas del siguiente modo:
- Moncey con el CE-III: la DI-1/III de Grandjean contra Torrero, la DI-2/III de Musnier contra Torrero y el Huerva, la DI-3/III de Morlot contra las exclusas del Canal y Casablanca, y la BRC-1/3/III de Wathier de observación entre el Burgo y Fuentes de Ebro.
- Mortier con el CE-V: la DI-1/V de Suchet contra la Bernardona y la DI-2/V de Gazan contra el Arrabal.
Ese día todas las DIs lograron sus objetivos, una contra el monte de Torrero, que no pudo ser repelido por los españoles que abandonaron la posición, la DI-2/V de Gazan sufrió un fuerte descalabro en su ataque contra el Arrabal defendido por el coronel Manuel de Velasco, que, gracias a la intervención directa del general Palafox, no solo aguantó el empuje, sino que contraatacó, sufriendo los franceses alrededor de 700 bajas.
Este sería el último intento que hizo el ejército francés de rendir la ciudad con ataques directos, pero ante la resistencia de los defensores se vieron abocados a organizar un asedio en toda regla, comenzando los laboriosos trabajos de asedio.
Primera fase. Trabajos de asedio (22 de diciembre-15 de enero)
Los franceses dedicaron los días siguientes a construir puentes sobre el Ebro por Juslibol (22 de diciembre) y sobre el Huerva (25-26 del mismo mes) con los que asegurar su cerco alrededor de la ciudad.
El día 25 salieron 4.000 españoles a las órdenes del TG O’Neille. El objetivo era reconocer y destruir el puente francés de Juslibol. Se planeó la operación organizando dos columnas. La primera, con los BIs del RI-1 de voluntarios de Aragón y 1 BI de voluntarios de Huesca se dirigió hacia al soto de la Mezquita; la segunda fracción, formada por el BI-III de Guardias Españolas, BI-II de Valencia y el BI-II de voluntarios de Aragón se situó entre las Balsas del Ebro Viejo y la arboleda del soto; el resto de los efectivos, con los dragones del Numancia en vanguardia, los suizos de Aragón y un BI de Guardias Valonas se dirigieron hacia los caminos de Juslibol y Barcelona.
Las avanzadas españolas fueron rechazadas por los efectivos del enemigo. Solo la columna al mando de Villacampa consiguió resultados positivos, destruyó el puente e incendió el campamento francés. Los voluntarios consiguieron clavar 2 cañones en el soto de la Mezquita.
Simultáneamente, y en la más pura ortodoxia militar, avanzaron con trincheras de aproximación en zig-zag para acercarse al enemigo, y las paralelas para construir asentamientos de artillería y repeler contraataques. La primera paralela se excavaba a una distancia de unos 600 metros, donde se instalaron las primeras baterías que servían tanto para bombardear las defensas como para proteger a sus zapadores. La segunda paralela se excavaba a 300 metros, donde se emplazaba las baterías de batir, finalmente la tercera paralela se situaba a unos 60 metros, desde donde se iniciaba el asalto una vez abierta una brecha.
Moncey decidió entonces concentrar sus esfuerzos contra el lado sur de la ciudad. Se eligieron tres líneas de ataque:
- Reducto del Pilar era una obra extramuros en el camino de Torrero, a la derecha del río Huerva, próximo al puente de tablas de Santa Engracia. Estaba protegido por un foso de 3 metros de profundidad que terminaba por ambos lados en el río Huerva y, para garantizar su apoyo quedó unido por un doble atrincheramiento con Santa Engracia. Su defensa se le encomendó al coronel Domingo Larripa que contaba con unos 400 hombres y 8 piezas de artillería. Una vez concluida la obra se puso en su puerta aquel famoso rótulo pintado sobre una madera que decía: “¡Reducto de la Virgen del Pilar inconquistable por tan sagrado nombre, ¡Zaragozanos, morir por la Virgen del Pilar o vencer!”.
- Convento de San José de Carmelitas Descalzos se encontraba extramuros, frente a la puerta Quemada, pero a la derecha del río Huerva, cerca de la actual plaza de San Miguel. Se trataba de un gran edificio del siglo XVI, en el primer asedio quedó arruinado, a pesar de lo cual quedaría incluido en el cinturón defensivo diseñado por el coronel Sangenís, siendo convertido en el famoso fuerte de San José, bastión exterior del mediodía de la ciudad. Para ponerlo en condiciones de defensa se eliminaron los obstáculos que pudieran servir al enemigo, como pequeñas edificaciones próximas o un olivar cercano con cuyos troncos se levantó una empalizada. Se consolidaron las paredes maestras para resistir impactos de artillería y se abrió un foso. Para comunicarlo con la ciudad, con la puerta Quemada y con el molino Goicoechea se cavaron tres caminos cubiertos y, por último, se emplazaron en él 12 cañones. Frente al convento se cavaron tres líneas de trincheras paralelas para poder disponer de una avanzadilla que entorpeciera el posible asalto enemigo. El mando del fuerte se le encomendó al coronel Mariano Renovales.
- Palacio-castillo de Aljafería era un fuerte medieval de defensa, pero fue reformado con baluartes pentagonales en los ángulos, y un foso de 20 metros de ancho con dos puentes levadizos, y se reforzaron los parapetos de la muralla. Era la única defensa con verdadero valor militar con la que contaba la ciudad. Nunca llegó a caer en manos del enemigo, a pesar de los muchos ataques que sufrió y los destrozos graves que produjeron en su obra de fábrica y en las defensas exteriores, evitando, a su vez, la entrada de los atacantes por la zona de la puerta del Portillo, a la que protegía.
El 26 de diciembre, desde las baterías españolas asentadas en el Jardín Botánico y Santa Engracia, los artilleros españoles dispararon muchas bombas y balas para entorpecer los trabajos de asedio. Una de las bombas hizo impacto directo sobre la fonda de Torrero, que hacía de residencia de oficiales del CE-III, causando la muerte de un coronel y 7 oficiales.
El mariscal Moncey trasladó su camastro a la inmediata iglesia de San Fernando, donde esa misma noche volvió a caer otra bomba. La efectividad y precisión de la artillería española provocó que el día 27 de los franceses abandonaran su puesto de mando de Torrero trasladando su cuartel general a la Cartuja Baja de la Concepción.
El día 27 de diciembre, a las 11 de la mañana, una bomba española impactó sobre un puesto de municionamiento enemigo provocando una gran explosión.
El 29 de diciembre, Moncey fue llamado a Madrid y reemplazado al mando del CE-III por el mariscal Junot. En teoría, esto dejaba a Mortier a cargo como oficial superior, pero se dice que ambos cooperaron en buena armonía, hasta que Mortier fue llamado el 2 de enero de 1809.
Mientras, el enemigo continuaba cavando trincheras y comunicaciones, se organizaban y distribuían los batallones de trabajadores dotándoles de fajinas, cestones, sacos terreros, picos y palas necesarios para el inicio y formalización de la apertura de trinchera. Todos los días anteriores habían sido extremadamente fríos y era muy difícil y laborioso excavar sobre una tierra dura y helada. Hasta los polacos, acostumbrados al frío seco de su país, se quejaban del insoportable y extremo frío de Aragón. Muchos olivares fueron talados para alimentar las hogueras de los campamentos imperiales. Aunque los efectivos franceses normalmente no dormían al raso, ya que disponían de un notable material de campamento, muchos soldados galos construyeron con cañas y maleza sus propias cabañas.
Salida del 31 de diciembre
Al amanecer casi todas las baterías de la línea españolas abrieron fuego, en apoyo de una salida española, mientras los franceses hacían el relevo de los obreros de trinchera. Eran las ocho de la mañana cuando por la puerta del Sol, al mando del comandante Pedro Gasca salieron 200 voluntarios de Aragón, 100 voluntarios del Portillo (de la dotación de la puerta del Sol) y un destacamento de granaderos del RG de Palafox.
Sobre las 08:30 horas, avanzaron junto al río Ebro rompiendo el fuego, tratando de llamar la atención de la línea enemiga. Detrás de ellos partió una segunda columna al mando Francisco González con 350 efectivos, 200 voluntarios de Aragón y 150 cazadores de Orihuela. Se dirigieron contra las trincheras y tapias que ocupaba el enemigo en la orilla derecha del río Huerva y consiguieron conquistar mediante ataques a la bayoneta calada varias tapias y una torre. Les acompañaba para reconocer las obras enemigas el capitán de ingenieros Manuel Rodríguez Pérez con varios soldados de ingenieros que llevaban martillos y clavos para inutilizar la artillería enemiga. No consiguieron alcanzar la paralela y fueron rechazados, sufriendo varias bajas.
Por el centro, desde San José, salió el coronel Mariano Renovales con 150 cazadores de Valencia y el BIL Campo Segorvino. El coronel Renovales alcanzó la primera paralela y con sus hombres persiguió al destacamento de guardia en la trinchera francesa, matando a boca jarro o ensartando en las bayonetas a los enemigos que se quedaron en la trinchera. Despejado el terreno de enemigos pudo ver la zanja ancha y profunda, pero no había artillería asentada, comenzaron a demoler las trincheras de aproximación, pero con tan escaso personal poco se podía hacer y se retiraron. Los franceses perdieron al menos 150 soldados, siendo las bajas españolas mínimas.
El esfuerzo principal del ataque español se realizó sobre el alto de la Bernardona. El brigadier Fernández Butrón, al mando de 1.500 infantes y 300 caballos, atacó la paralela francesa con el BI Guardias Valonas, BI suizo de Aragón, BIL de Huesca, voluntarios de Calatayud, granaderos de Palafox, jinetes del RC Fuensanta, RD del Rey, RD Numancia y RD Olivenza.
Sobre las 10:00 horas, salía por la puerta del Portillo la primera columna, que desplegó hacia la izquierda del castillo destacando guerrillas de suizos y catalanes reforzados por granaderos de Palafox. El RI suizo de Aragón, al mando del coronel Esteban Fleury, tenía entonces muy pocos efectivos, ya que el grueso de sus fuerzas habían sido hechos prisioneros en la batalla del Arrabal; voluntarios de Cataluña, y granaderos de Palafox.
Inmediatamente detrás de la primera columna, por el camino de La Muela, desplegaba la columna del grueso formada por Guardias Valonas y granaderos de Palafox.
Por la derecha desplegó el BI de Huesca, RI de Tejas. Muy pronto las guerrillas oscenses contactaron con los puestos avanzados del enemigo.
El combate fue intenso y la infantería española consiguió coronar las trincheras enemigas, pero sobre las 17:00 horas tuvieron que retirarse por enfrentarse a fuerzas muy superiores. En las trincheras tuvieron varias bajas.
Desde la batería del Portillo los defensores observaron la reacción del enemigo, que rápidamente organizó una gruesa columna de infantería apoyada por caballería para rechazar la salida española.
Fue entonces cuando se ordenó salir desde la puerta de Sancho a los escuadrones del Numancia y Olivenza y el BI-III de Guardias Españolas.
El brigadier Butrón a caballo, acompañado por el coronel Gaspar de Filabert, se situó en los llanos de la Almozara, escoltado por los escuadrones de Numancia, Olivenza, Rey, Fuenfresca, España, Santiago, Farnesio y Aragón. El caballo del brigadier Juan de Figueroa fue alcanzado por un disparo y el general se integró a pie en la columna de Villacampa.
Con la infantería francesa descubierta en campo abierto, Butrón ordenó al clarín el toque de carga, los franceses fueron sorprendidos en campo abierto, y la caballería española realizó varias cargas logrando causar numerosas bajas. Desde la puerta de Sancho los paisanos, viendo a algunos soldados franceses refugiarse en las cercas, horno y almacén de ladrillos de la Almozara, salieron a combatirlos. Al mando del presbítero Sas salió una partida de escopeteros de San Pablo. Los supervivientes del batallón francés cruzaron como pudieron una acequia y se refugiaron en una batería de dos piezas de artillería protegida por un parapeto. Ante los disparos canister franceses, poco pudieron hacer los escuadrones españoles, que tras el toque de reunión, cubrieron el flanco derecho junto al Ebro.
Ataque al fuerte de San José 10 y 11 de enero
En el convento de San José los zapadores habían construido la tercera paralela a 80 metros del fuerte, los días 6 y 7 de enero los atacantes emplazaron la artillería de batir contra las endebles defensas y facilitar el ataque definitivo tanto al fuerte como a la cabeza de puente del río Huerva.
Los franceses emplazaron 4 baterías, de las cuales una de batir de 4×24, otra de 4 morteros, y otra de 5×12 y 3 obuses. Comenzaron a bombardear el fuerte, fuego al que los defensores respondían como podían, produciendo entre los atacantes constantes bajas. Posteriormente, el día 10 de enero a las 06:30 horas comenzó un tremendo bombardeo contra todo el sector, desde la puerta del Carmen hasta la puerta Quemada, aunque solo contra el fuerte de San José concentraron su fuego 8 baterías, por lo que a las 12:00 horas, los franceses habían conseguido derrumbar el muro frontal del fuerte, a pesar de lo cual la artillería española seguía disparando.
Una hora después los efectos de la artillería de sitio atacante habían terminado por reducir el fuerte a una ruina humeante. Tal era el estado de agotamiento y número de bajas entre los defensores que entre las 17:00 y las 19:00 horas hubo que relevarlos por soldados pertenecientes al BI de Huesca, RI-1 de voluntarios de Aragón, RI-2 de voluntarios de Valencia, milicias de Soria, Guardias Valonas y Guardias Suizas, continuando el coronel Renovales al mando del fuerte. Tuvo la audacia suficiente de repeler por la noche un nuevo asalto de la infantería francesa y, además, perseguirla cuando huía. Pero la situación era ya insostenible, sin defensas donde protegerse los soldados y casi sin artillería útil.
Al amanecer del 11 de enero, los franceses reiniciaron el bombardeo del fuerte, demoliendo los parapetos de sacos terreros que habían improvisado los españoles por la noche, a pesar de lo cual la poca artillería aún activa seguía contestando al fuego francés. A las 16:00 horas, a las baterías francesas emplazadas contra el fuerte, se les unieron otras, como la de Santa Engracia; y comenzando un nuevo asalto francés. Ante la imposibilidad de seguir resistiendo, el coronel Renovales ordenó una retirada escalonada y ordenada. Pero la situación era tan caótica, que los cazadores de Valencia y los voluntarios de Huesca tuvieron que vadear el río Huerva para regresar a las líneas propias. Permanecieron en el fuerte cierto número de defensores para proteger la retirada de sus compañeros, de los cuales un centenar fueron hechos prisioneros cuando los franceses lo consiguieron ocupar.
Los asaltantes eran de la Legión-1 del Vístula, cuando asaltaron el reducto, descubrieron que los españoles se habían retirado justo antes del asalto, se quedaron espantados al comprobar que habían tomado un auténtico cementerio, ya que encontraron un número muy elevado de cadáveres de españoles esparcidos por todo el reducto. La defensa heroica y hasta las últimas consecuencias del fuerte de San José fue calificada por uno de los atacantes, el barón Rogniat, como uno de los capítulos más gloriosos del sitio. Por su parte, el coronel Renovales, en recompensa por su comportamiento, fue ascendido a brigadier.
La retirada española se realizó con perfecto orden y disciplina. Desde la Aljafería el brigadier Butrón observaba el repliegue de sus fuerzas, mientras no cesaban de tronar los cañones del baluarte de Nuestra Señora del Portillo al mando del Tcol Antonio Torres que era un oficial de marina y desde la cortina del castillo.
Simultáneamente, cruzando sus fuegos con los del Portillo, la batería de la puerta de Sancho vomitaba granadas y balas rasas. El fuego artillero fue secundado por una granizada de fuego de fusil de los fusileros de Aragón, al mando del teniente Justo Pastor.
Probablemente fue durante el repliegue cuando los españoles tuvieron más bajas. La caballería española tuvo escasas bajas, tan solo 1 soldado muerto y 16 heridos. La infantería tuvo un cabo y 12 soldados muertos, y varios heridos entre ellos un capitán y 2 alféreces. Según fuentes españolas los franceses tuvieron 500 muertos, siendo más numeroso el de heridos.
Ataque al reducto del Pilar
El 9 de enero cuando comenzó un bombardeo general sobre la ciudad, más de cien cañones franceses abrieron fuego, sobre todo contra los reductos y en especial sobre el del Pilar por ser el más débil. Frente al Pilar había 2 baterías de 8 cañones y obuses, otra batería batir de 4×24, y otra de 4 morteros. Como refiere en sus memorias el coronel García Marín: “jamás se había visto espectáculo más horroroso que el que presentaba este lugar de carnicería y desolación”. A las pocas horas, la mayor parte de la artillería del reducto quedó desmantelada, con las cureñas inservibles, los merlones deshechos, el foso cegado en su mayor parte y los parapetos desmoronados, con una brecha abierta. Era tal la ruina y mortandad que los escombros se mezclaban con los miembros desgajados de los cadáveres de los defensores, mientras que balsas de sangre cubrían la superficie del reducto. La situación era tan crítica que hubo que reforzar a los escasos supervivientes del reducto con voluntarios procedentes de la puerta del Carmen para poder seguir manteniendo la defensa.
El bombardeo francés continuó los días 13 y 14 de enero, a pesar de lo cual “los defensores lucieron una extraordinaria intrepidez, firmeza y patriotismo, aguantando y sufriendo tales horrores con la mayor serenidad y bravura”. En un solo día los españoles, habían tenido 30 muertos y 80 heridos. Por otra parte, los graves estragos causados por la artillería en la muralla, se intentaron reparar con sacos de lana y tierra cosidos a toda prisa por las mujeres de la ciudad. Pero a pesar del descomunal esfuerzo, la defensa se hacía imposible, ya que los franceses habían rodeado el reducto con zanjas y caminos cubiertos para poder dar el asalto final con la mayor seguridad.
La defensa española había quedado reducida a fuego de fusilería, pues los cañones estaban fuera de combate, y como era previsible la inminente pérdida del reducto. El mando español decidió minarlo para explosionarlo en el mismo momento en el que se produjera el asalto francés y, posteriormente, destruir el puente inmediato para evitar ser perseguidos por los atacantes.
La noche del día 14 de enero fue de un trabajo febril en ambos bandos. Mientras los defensores preparaban el minado, los franceses trabajaban en sus trabajos de zapa muy cerca del foso, por lo que al amanecer del día 15 se reanudaron los combates de forma desesperada, pero a las 20:00 horas se desmoronó la última porción del muro del reducto que quedaba en pie, desapareciendo definitivamente el parapeto que protegía a los escasos 50 últimos defensores.
Sin artillería, con el foso prácticamente cegado, y abierta brecha en el muro; los últimos defensores se alinearon sobre el foso cuando los franceses se disponían a dar el asalto final y en ese momento explosionó la mina que habían colocado los zapadores españoles delante del fortín; pero no consiguieron detener a los asaltantes que treparon con escalas por los restos de los parapetos, repeliendo a los españoles a punta de bayoneta, lo que les obligó a replegarse al otro lado del reducto.
Los españoles todavía tuvieron el valor de detener a los asaltantes hasta que se preparó la voladura del puente sobre el Huerva. Cuando el coronel Larripa supo que todos los supervivientes habían abandonado el reducto y estaban a salvo, él personalmente le dio fuego a la carga, dejando el reducto aislado al otro lado del río.
De esta forma tan gloriosa cayó el reducto del Pilar, no sin antes haber retirado el famoso cartel de su puerta, del que nunca más se volvió a tener noticia.
Esto puso fin a la primera fase del asedio. Las principales obras exteriores españolas estaban en manos francesas, y Junot estaba libre para concentrarse en romper las murallas de la ciudad.
Segunda fase. Ataque a las murallas (16-27 de enero)
Desde el 12 de enero los franceses habían estado construyendo la tercera paralela, desde el reducto de San José, y el 17 de enero iniciaron un bombardeo contra las murallas de la ciudad. Pronto quedó claro que los muros se derrumbarían y comenzarían las luchas callejeras, por lo que Palafox comenzó a preparar el extremo sur de la ciudad para esto, bloqueando puertas, preparando barricadas y convirtiendo toda la zona en un laberinto de pequeños fuertes.
El fuerte de San José, una vez ocupado por los franceses instalaron en él varias piezas de artillería para bombardear la batería Alta de Palafox; por lo que los españoles hicieron un cambio de asentamiento, emplazando una batería detrás del altar mayor de San Agustín y otra en lo alto de Santa Mónica para protegerse y hacer fuego de contrabatería.
Este período también vio otro cambio de mando en el lado francés, cuando Junot fue reemplazado por el mariscal Lannes, el vencedor de Tudela. Había necesitado dos meses para recuperarse de una lesión anterior, pero estaba en forma. Su primera preocupación fue asegurar su retaguardia. La enfermedad comenzaba a desempeñar un papel importante en el asedio, a ambos lados de las líneas. Los franceses solo tenían 20.000 infantes aptos fuera de Zaragoza, y se decía que varias fuerzas españolas estaban reuniéndose cerca de la ciudad, incluida una bajo el hermano menor del general, Francisco Palafox, y otra bajo el hermano mayor, el marqués de Lazán.
Lannes decidió retirar la DI-1/V de Suchet del CE-V de Mortier, que se había separado a principios de enero para proteger las líneas de comunicación entre Madrid y Zaragoza. Solo cuando esta división estuvo en su lugar para proteger su retaguardia, Lannes estuvo listo para atacar. Sus preocupaciones estaban totalmente justificadas: el 26 de enero, los hombres de Mortier derrotaron una fuerza de 4.000-5.000 milicianos campesinos en Alcañiz, y si hubiera habido algún ejército español de socorro disponible, las tres semanas de lucha callejera que siguieron al asalto de las murallas habría dejado a los franceses muy vulnerables a un ataque.
El asalto francés comenzó el 24 de enero, cuando capturaron tres cabezas de playa en la orilla norte del Huerva, en la estrecha brecha entre las murallas de la ciudad y el río.
Posteriormente el día 26 de enero, 13 baterías francesas iniciaron un intenso bombardeo de una zona que comprendía el monasterio de Santa Engracia, San Miguel de los Navarros, San Agustín y las Tenerías. El fuego francés destrozó las baterías de Santa Engracia, del Jardín Botánico y la Alta de Palafox, lo que permitió a la infantería francesa asaltar al día siguiente el molino Goicoechea, que estaba extramuros frente a Santa Mónica.
El asalto principal se produjo el 27 de enero, momento en el que había tres brechas en las murallas. Lannes atacó las tres brechas e hizo avances en dos de ellas, capturando la batería Palafox en la esquina sureste de la ciudad y el convento de Santa Engracia al suroeste. Al final del día, los franceses habían capturado 400 metros de las murallas alrededor del convento, y cualquier asedio normal habría terminado, lo usual era que cuando los sitiadores se apoderaban de una brecha, la ciudad o fortaleza se rindiera.
Por lo que el comandante francés siguiendo la tradición, envió un parlamentario para ofrecer la rendición. Que fue rechazada de inmediato.
Tercera fase. Lucha callejera (28 de enero-20 de febrero)
Asalto francés del convento de Santa Mónica
Este no era un asedio normal. Palafox y los defensores de Zaragoza se habían estado preparando para la lucha callejera desde el inicio del asedio, y la parte sur de la ciudad era ahora un laberinto de edificios fortificados. Lo que los españoles no habían predicho es que Lannes había aprendido de los errores de Verdier durante el primer asedio. En lugar de lanzar una serie de costosos asaltos frontales en las calles defendidas, Lannes decidió tratar cada bloque de edificios fortificados como una fortaleza convencional y llevar a cabo un asedio formal. Este enfoque sería lento, pero también reduciría el nivel de bajas en el lado francés.
El 28 de enero, tras la correspondiente preparación artillera contra los conventos de San Agustín y Santa Mónica, la infantería francesa intentó asaltar este último, aunque fue repelida por el BI de Huesca mandado del Tcol Pedro Villacampa.
Al día siguiente continuó el bombardeo hasta que consiguió abrir una gran brecha en las tapias que daban al río Huerva, por la que los franceses intentaron un nuevo asalto, que también fue rechazado. Se reanudó el bombardeo hasta destrozar las pocas defensas que continuaban en pie. Dos días después, ante la imposibilidad de mantenerse en el parapeto, los defensores decidieron retirarse al claustro de Santa Mónica.
El continuo bombardeo hizo que se desplomaran las dos plantas superiores del convento, sepultando a la mayoría de los españoles, momento que aprovecharon los atacantes para ocupar el huerto y penetrar en sus ruinas, por lo que los defensores se vieron obligados a replegarse al claustro alto haciendo fuego a quemarropa por troneras abiertas en los muros; pero el empuje francés les obligó a retirarse primero a la iglesia y finalmente a abandonar la defensa del convento, aunque antes de salir hicieron una última descarga sobre el enemigo que les perseguía muy de cerca.
La mayoría de los soldados del BI de Huesca habían muerto derrochando valor y mucha temeridad, pues según refieren en sus memorias algunos oficiales franceses que participaron en aquellos combates, fue uno de los hechos de armas más glorioso de la defensa de Zaragoza. Los pocos supervivientes que quedaban salieron por una puerta que comunicaba con San Agustín, evacuando al Tcol Villacampa herido, y se dispusieron a resistir.
Asalto francés al convento de San Agustín
Desde el convento de Santa Mónica los franceses iniciaron el ataque al vecino convento de San Agustín. El día 1 de febrero los zapadores franceses colocaron una carga con 200 kg de pólvora, que abrió una brecha en el muro. Tras la explosión la infantería penetró en la sacristía y desde allí accedieron a la iglesia, atrincherándose en el altar mayor y en el retablo desde donde disparaban a los españoles que se defendían en el coro, tribuna del órgano, puertas y altares.
Es difícil poder hacerse una idea aproximada de lo que pudieron ser aquellos combates en recintos cerrados, llenos de humo por los disparos de mosquetes, que también eran incómodos para ese tipo de combate por su longitud, casi dos metros con la bayoneta; lo que obligaba a utilizar todo tipo de armas blancas y granadas de mano. Es sobradamente conocido el cuadro de Cesar Álvarez Dumont, la defensa del púlpito de San Agustín, en el que representó a todos los defensores de Zaragoza, vecinos, nobles de peluca empolvada y militares, disparando al unísono contra el invasor.
Una vez ocupada la iglesia, continuaron los combates en el claustro y en la torre, último reducto del convento defendido por el «Tío Garcés» y varios hombres, que resistió hasta que faltos de munición, fueron dados por muertos por el enemigo. Esta acción también fue inmortalizada por Álvarez Dumont en otro cuadro y recogida por Benito Pérez Galdós en la novela Zaragoza de los Episodios Nacionales.
Una vez consolidada la entrada de los franceses por las tapias de Santa Mónica y San Agustín, los combates continuaron en las calles Pabostre y Quemada, y tras cuatro días de dura resistencia, los asaltantes consiguieron llegar al “Hospitalico de Niños”, en la plaza de la Magdalena. Se produjo un violento contraataque español que hizo retroceder a los franceses momentáneamente.
Asalto del convento de Santa Engracia
El convento de Santa Engracia de Zaragoza era un enorme edificio que ocupaba un gran espacio urbano imprescindible para defender la ciudad a orillas del río Huerva y cerrando de alguna manera la forma de entrar en la Zaragoza. Los franceses lo sometieron a un intensísimo bombardeo desde la otra orilla del río o incluso en un principio desde casi Torrero.
El monasterio había sido volado por las tropas francesas durante el Primer Sitio de Zaragoza, en la noche del 13 al 14 de agosto de 1808, durante la retirada francesa, convencidos de que tendrían que volver para conquistar la ciudad, por lo que solo era un montón de ruinas. Los franceses asaltaron el convento, expulsando a los españoles que lo defendían, que se replegaron a las casas más próximas para continuar la lucha.
Los franceses no consiguieron avanzar hasta el Coso, frenados por los defensores de las ruinas del Hospital y del convento de San Francisco, lo que les impedía ejecutar el movimiento de pinza previsto con la columna que ya estaba en el Coso Bajo.
Combate casa por casa
Los militares franceses no comprendían como el general Palafox no rendía la ciudad. Las leyes de la guerra del momento le permitían hacerlo con todos los honores al tener brecha abierta en las murallas, pero ese extremo no entraba en sus planes, de hecho el general Lannes en una carta remitida al Emperador decía: “Nunca antes he visto tal feroz ardor exhibido por nuestros enemigos en la defensa de esta ciudad. He observado a mujeres que se lanzaban a las brechas para dejarse matar…”.
Los franceses habían conseguido apoderarse por su derecha de los conventos de San Agustin y Santa Mónica. Pero no pudieron vencer el obstáculo de una casa intermedia que les quedaba para penetrar en la calle de la Puerta Quemada. Lo mismo les había sucedido por la izquierda tras la toma del convento de Santa Engracia, una manzana contigua les impedía el avance. Comenzó entonces una lucha encarniza por la posesión de cada casa, de cada piso y de cada cuarto.
Para evitar muertes innecesarias en sus propias filas, los franceses optaron por la guerra de minas, cavando los zapadores túneles por debajo de edificios defendidos para demolerlos con cargas y no tener que asaltarlos piso a piso. Los españoles eran expertos en guerra urbana, habían obtenido experiencia en el Primer Asedio. Practicaban troneras en los suelos para disparar al enemigo desde el piso superior, en los tabiques para hacerlo desde la habitación contigua, dejaban caer granadas por las chimeneas para que explosionaran en las habitaciones ocupadas por los franceses, para finalmente salir corriendo por los tejados. Las alpargatas de esparto se lo permitía, no así el calzado con suela de cuero de los infantes franceses. De hecho, en algunas memorias de veteranos se comenta que aunque estuvieran en una casa ocupada hacía días, había que estar siempre atentos, pues los españoles se movían sin hacer ruido por los tejados y de repente disparaban contra soldados franceses que estaban descansando a retaguardia de los combates.
De nuevo el mariscal Lannes nos ilustra sobre esta nueva fase de los combates con otra carta a Napoleón: “El sitio de Zaragoza no se parece en nada a la guerra que nosotros hemos hecho hasta ahora. Pues aquí se precisa una gran prudencia y un gran rigor. Ya que estamos obligados a tomar con minas o al asalto todas las casas. Estos desgraciados se defienden con un encarnizamiento del que no se pueda dar idea. En fin, Sire, esta es una guerra que da horror”.
El 1 de febrero fue muerto el general Lacoste jefe de los ingenieros franceses, de un balazo en la frente al intentar apoderarse de unas casas destruidas. Rogniat le reemplazó siento también, confiando la ingeniería militar de la margen derecha del río al comandante Haxo y la de la izquierda al coronel Dode. En cuanto a la artillería, el general Dedon coloca varios morteros pequeños de seis pulgadas para ser transportados fácilmente donde fuera necesario. Además, estableció piezas de a 12, de a 4 y obuses en varias calles.
La epidemia
En febrero, la enfermedad comenzaba a afectar la guarnición y la población de Zaragoza, morían 350 personas por día, y los hubo en que fallecieron 500. Faltaban los medicamentos, una gallina costaba 5 pesos fuertes, se carecía de carne y de todo tipo de legumbre. Ni había tiempo ni espacio para sepultar los muertos, cuyos cadáveres, hacinados delante de las iglesias, esparcidos a veces y desgarrados por las bombas, ofrecían a la vista un espantoso y lamentable espectáculo.
El 4 de febrero, solo quedaban 8.495 hombres sanos de los 32.000 fuertes que habían comenzado el asedio, con 10.000 muertos y 13.737 enfermos o heridos.
Nada de esto fue visible para los franceses, quienes solo pudieron ver una batalla aparentemente interminable en las calles de la ciudad. Podría tomar varios días capturar un solo bloque de edificios, especialmente después de que los españoles comenzaron a incendiar los edificios en ruinas.
El mariscal Lannes finalmente se enteró de la epidemia de los sitiados, y envió un parlamento comunicando que conocía las penurias que estaban pasando, y las derrotas sufridas por los ejércitos españoles y la retirada de los ingleses. Pero fue en balde, Palafox le respondió: “Defenderé hasta la última tapia.”
La moral en el bando francés era cada vez más baja, y el recuerdo de esta fase del asedio permanecería con los ejércitos franceses durante el resto de la Guerra Peninsular.
Asalto del convento de San Francisco
El día 6 de febrero ocuparon las ruinas del Hospital, y el día 10 de febrero atacaron el convento de San Francisco. Los franceses hicieron una mina, cuyo hornillo contenía 3.000 libras de pólvora. La terrible explosión lanzó a enorme altura una gran parte del convento y del claustro, cuyos restos cayeron en un inmenso cráter. Una columna francesa se dirigió tras la explosión al asalto, creyendo a los españoles amedrentados por la explosión. Pero al contrario, ante la enormidad del desastre, aumentó el coraje de los zaragozanos, y con renovada firmeza, siguieron disputando el terreno palmo a palmo. Había quedado en pie el campanario. Por la noche subió al campanario el coronel español Fleury, acompañado de paisanos, pasaron a la bóveda de la iglesia e hicieron agujeros, por los cuales disparaban y arrojaban bombas y granadas a los intrusos. Causaron tal daño a los franceses desde aquella altura, que huyeron, recobrando después a duras penas el terreno perdido.
Merece especial mención el gesto heroico, semejante al de Agustina de Aragón, que protagonizó una mujer zaragozana llamada María Blánquez, al intentar liberar la imagen del Cristo de la Cama de esa iglesia de San Francisco. Se lanzó valientemente al interior del templo y, en medio de llamas, disparos y humos, ayudada por cuatro labradores, logró rescatar la sagrada imagen del Cristo de la Cama. Sin temor, entre los dos fuegos, lograron sacarla a la plaza y trasladarla al palacio arzobispal. La imagen presentaba huellas de 7 balazos y señales de haber sido pinchada por las bayonetas.
Finalmente, la imagen fue trasladada al Pilar, entre encendidos fervores y cánticos de los zaragozanos, a su paso por las calles de la ciudad. Cerca de un año permaneció en el Pilar, hasta que en solemne procesión fue depositada en la iglesia de Santa Cruz, y después, fue llevada a la real capilla de Santa Isabel.
Mientras tanto, en el Coso Bajo se inició el ataque a la Universidad que sería reducida a escombros y ocupada el 18 de enero.
Ataque y conquista del barrio del Arrabal
Lannes tenía urgencia de acabar el sitio lo antes posible. A partir de finales de enero, los hombres de Gazan habían estado abriendo trincheras y emplazando baterías desde las cuales atacar el barrio del Arrabal. El objetivo inicial era el solitario monasterio de Nuestra Señora de Jesús. A pesar de su posición desguarnecida, los españoles decidieron defenderlo con 200 hombres y 2 cañones.
Lannes ordenó el ataque del Arrabal, a las 08:00 horas del 8 de febrero, 22 cañones abrieron fuego contra el monasterio y el Arrabal. Dos horas más tarde, los cañones de 24 lbs habían logrado hacer grandes brechas. Las compañías de asalto salieron corriendo de las trincheras y penetraron en el edificio sin ninguna dificultad, mientras los frailes y muchos hombres de la guarnición se retiraban precipitadamente.
Después que hubiera sido desalojado de defensores todo el Monasterio y registrado todo en busca de tiradores furtivos, sus nuevos ocupantes comenzaron a abrir una trinchera de comunicación para unir el monasterio con las principales trincheras.
Daudevard de Ferusac se encontraba entre los nuevos ocupantes, al igual que Lejeune, quien fue a inspeccionarlo tras su captura. Estaban sumamente impresionados. El Monasterio había sido utilizado como hospital, y las celdas, claustros e incluso la iglesia se veían llenos de muertos y de hombres y mujeres moribundos. Más de 200 cuerpos listos para ser quemados, yacían amontonados en medio del claustro principal. Después que los franceses encendieran esta hoguera humana, los soldados registraron el convento a continuación en busca de saqueo. Lo que más encontraron fueron libros, cuyos hojas emplearon como antorchas o para encender fuego. Los oficiales se dedicaron a buscar las mejoras obras. Un zapador encontró un crucifijo de oro macizo que pesaba medio kilo.
El 18 de febrero, Lannes ordenó atacar de nuevo el barrio del Arrabal, tras un bombardeo en el que se destruyeron muchas casas para abrir una brecha, se envió una columna al puente del Ebro para estorbar todo socorro, pereciendo, en el intento, el barón de Versages. A las 14:00 horas, abierta brecha, penetraron los franceses en el convento de Mercedarios llamado de San Lázaro. Había sido fundado por el rey Jaime el Conquistador, y era un edificio grandioso. Fue defendido con valor; y en su escalera hubo una lucha muy reñida; perecieron casi todos los que la defendían. Ocupado el convento por los franceses, quedaron los demás soldados del Arrabal con la retirada cortada.
Fue imposible cruzar el puente, solo lo consiguieron muy pocos. Un grupo capitaneado por el comandante de Guardias Españolas, Manso, intentaron huir por la orilla del río; pero, perseguidos por la caballería francesa, enfermos, fatigados y sin municiones, tuvieron que rendirse. Con el Arrabal perdieron los españoles, entre muertos, heridos y prisioneros, unos 2.000 hombres.
Dueños así los franceses de la orilla izquierda del Ebro, colocaron en batería 50 piezas, con cuyo fuego empezaron a destruir las casas situadas al otro lado en el pretil del río.
Rendición de la plaza
Ganaban también terreno dentro de la ciudad, extendiéndose por la derecha del Coso; y ocupado el convento de Trinitarios Calzados, se adelantaron a la calle del Sepulcro, procurando de este modo concertar diversos ataques.
En tal estado, meditando dar un golpe decisivo, habían formado 6 galerías de mina, que atravesaban el Coso, y cargando cada uno de los hornillos con 3.000 libras de pólvora, confiaban en que su explosión, causando terrible espanto en los zaragozanos, los obligaría a rendirse.
Finalmente, los acontecimientos se precipitarán, ya que el capitán-general Palafox tuvo que dejar el mando aquejado de fiebres, y la Junta presidida por Pedro María Ric, se habían capturado los últimos molinos de grano y el 19 de febrero los franceses progresaron más que en cualquier otro día del sitio. El mismo día Palafox admitió que una mayor resistencia era inútil. Envió a su ayudante de campo a Lannes para discutir los términos.
La primera oferta de rendición de Palafox fue rechazada, ya que una de sus condiciones era que a los supervivientes de la guarnición se les permitiría unirse al ejército español más cercano. Los combates se reanudaron brevemente el 20 de febrero, pero la Junta pronto intentó negociar el fin de los combates y esa noche aceptaron los términos franceses.
La capitulación se firmó el mismo día 20 de febrero. Uno de los términos de Lannes era que la guarnición debía marchar fuera de la ciudad, apilar sus armas 100 metros fuera de la puerta de Portillo y luego elegir entre ir al cautiverio o unirse al rey José.
Otros términos decía que se debía respetar la propiedad privada y se concedió una amnistía general a la ciudad. Se llevó a cabo una cierta cantidad de saqueo, pero lo que quedó de la ciudad evitó un saqueo.
Los pocos supervivientes que quedaban en condiciones de caminar salieron de la ciudad por la Puerta del Portillo el día 21 de febrero, sorprendiendo a los sitiadores que aquella masa de gente heterogénea y con tal mal aspecto, hubieran sido capaces de detenerlos durante dos meses ante sus murallas a ellos, el mejor ejército del momento.
Boggiero y Santiago Sas, fueron asesinados por los franceses, por orden de Lannes, y sus cuerpos fueron arrojados al Ebro la noche del 21 de febrero.
En el Segundo Sitio de Zaragoza se calcula que murieron un total de 53.873 españoles, de los cuales 47.782 fallecieron a causa del tifus exantemático, mientras que en combate solo se contabilizaron 6.055 bajas. Cuando entraron los franceses en la ciudad encontraron 6.000 cadáveres sin enterrar y a unos 13.000 enfermos ingresados en los hospitales, muchos de los cuales fallecerían posteriormente, por lo que las nuevas autoridades redactaron un informe de lo ocurrido para remitírselo al Emperador.
10.000 prisioneros fueron trasportados a Francia. La capitulación fue villanamente violada. El general Palafox fue encerrado en el castillo de Vincennes, contra lo que se había estipulado, y no salió de este cautiverio hasta el año 1814. Muchos de los infelices prisioneros antes de entrar en Francia fueron fusilados, porque recién salidos de los hospitales apenas podían moverse.
Los franceses también sufrieron terriblemente durante el asedio, perdiendo alrededor de 10.000 hombres, 4.000 de ellos en batalla y el resto por enfermedad. Su victoria había sido muy retrasada por Palafox y la valentía de los ciudadanos de Zaragoza. Aunque pudo haber sido posible por la decisión de Palafox de concentrar todo su ejército dentro de la ciudad y no dejar una fuerza fuerte en el exterior para acosar a los franceses, que eran muy vulnerables durante la mayor parte del asedio. La mayor parte de la ciudad quedó completamente destruida.