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Descripción de San Sebastián
San Sebastián era una ciudad de unos 8.400 habitantes en un recinto sumamente pequeño, estaba rodeada por el mar Cantábrico por un lado, y los altos y el Jaizquíbel, la peña de Aya, el monte Urgull, el monte Igueldo y el monte Ulía.
El castillo de Santa Cruz de la Mota se encuentra en el monte Urgull, que está en la derecha de la playa de la Concha. La ciudad amurallada de San Sebastián se construyó en el istmo que une el monte Urgull con tierra firme, ocupando alrededor de un tercio del istmo junto al monte. Al sur del istmo estaba una colina coronada por el gran monasterio de San Bartolomé, donde los franceses estaban realizando trabajos al comienzo del asedio. Había dos lugares extramuros donde había acumulación de edificios para formar un pequeño suburbio. Uno llamado Santa Catalina estaba en la cabecera del puente sobre el río Urumea, que unía la península al continente oriental. El otro llamado San Martín estaba al pie del cerro de San Bartolome. El puente había sido volado por los franceses cuando los españoles aparecieron por primera vez, y los suburbios incendiados, pero sus ruinas y parcialmente caídos las casas todavía ofrecían una buena cobertura.
El frente del istmo de San Sebastián era formidable; era solo 400 metros de ancho y estaba compuesto por una cortina muy alta, con un bastión en cada lado y otro central, por delante había un gran hornabeque en el centro, con dos semi-bastiones en cada flanco: el de San Juan, sobre el estero del Urumea, y el de Santiago en el lado occidental más cercano al puerto. Entre los bastiones había un revellín. Estaban rodeados por una contraescarpa, camino cubierto y glacis. Los laterales externos de los dos semi-bastiones no estaban protegidos ni por foso ni por glacis, porque el agua del mar llegaba hasta los muros durante la marea alta.
El frente terrestre nunca fue atacado, el lado débil era realmente su frente marítimo oriental, ya que el frente marítimo occidental en la bahía era inaccesible, pero en el oriental, la muralla de la ciudad corría a lo largo del estuario del río Urumea, que era un río de marea, durante la marea alta el agua llegaba hasta el pie de la muralla, pero con la marea baja dejaba al descubierto una franja de roca y arena, con una anchura de 50 a 150 metros, batida de flanco por un pequeño bastión llamado de San Telmo y dos antiguas torres redondas llamadas Los Hornos y Amézqueta, que se sobresalen levemente la cortina recta.
Inicio del asedio
El general Emmanuel Rey fue nombrado gobernador y llegó a San Sebastián y se encontró con una ciudad atestada de refugiados de todo tipo y condición, que huían hacia Francia ante el temor de sufrir represalias por parte de sus compatriotas. Rey llegó el 22 de junio dirigiendo un destacamento de soldados veteranos, procedentes de la guarnición de Burgos, que escoltaban a uno de los convoyes de refugiados hacia la frontera. Una parte de este grupo continuó camino hacia Francia, pero muchos otros de esos refugiados se quedaron en la ciudad, acrecentando de esta manera la cantidad de bocas que alimentar.
Ante la inminente y casi segura posibilidad de quedar aislados en un territorio controlado por el enemigo, Rey empezó a organizar la salida de todos los civiles que huían.
El 24 de junio, por si los problemas dentro de la plaza eran pocos, estos se vieron incrementados con la llegada de nuevos convoyes de refugiados. Rey se puso a trabajar para evacuar a los refugiados. Inmediatamente se organizaron dos convoyes. El primero partió el 26 de junio, carente de personalidades destacadas, protegido por una reducida guardia, ya que no quería prescindir de más hombres, se encaminó por tierra hacia Irún con los refugiados. Estos estaban realmente consternados, ya que su escolta se compondría únicamente de unos centenares de infantes del RI Royal Etranger y de heridos y lisiados de la Guardia Real de José. Al mismo tiempo, desde el puerto de San Sebastián, partía un segundo convoy con las personalidades más destacadas a bordo de barcos y lanchas. La suerte hizo que los dos grupos, que partieron durante esta jornada, llegaran a salvo y sin incidentes a su destino.
Pero la población no combatiente, en el interior de las murallas, todavía era demasiado grande, así que no contento con los convoyes, dio orden, a través de las autoridades municipales de que todos los donostiarras que quisieran abandonar la ciudad lo hiciesen en un plazo máximo de 48 horas. De esta forma, la población quedó reducida aproximadamente a la mitad de bocas que alimentar.
Rey pidió refuerzos a Foy, quien le envió al día siguiente 2 BIs (RI-1 y RI-34), y a los capitanes de artillería Duhamel y Daguereaud con 41 artilleros. El 27 de junio llegó el general Foy, que decidió reforzar la guarnición con 2 BIs (RI-62 y RI-22), pero retiró los 500 reclutas del RI-120, unas tropas compuestas por jóvenes soldados, algunos casi niños, que realmente no desempeñarían un papel importante en la defensa. También privó a la defensa de la plaza de otros 500 hombres del cuerpo de la gendarmería. Con lo que las fuerzas de la guarnición ascendieron a 3.200 efectivos, que consistía en el RI-1 (1), RI-22 (1), RI-34 (1), RI-62 (2), elementos del RI-119, una Cía de zapadores, y dos Bías de artilleros. Sus fortificaciones cuentan con 58 cañones, 13 de ellos en una batería situada en el monte Urgull y otras 18 piezas más en reserva, para montarse donde se precisasen.
San Sebastián fue abandonado a sus propios recursos el 27 de junio, tras la partida de las tropas de Foy a Oyarzun.
Al día siguiente 28 de junio, a mediodía, la vanguardia de la DI-7 del Cuarto ejército español, al mando del general Mendizábal, con unos 8.000 hombres en total, llegaban a las alturas que rodean San Sebastián. La vanguardia de estas tropas estaba formada por 3 BIs guipuzcoanos (Aranguren, Larreta y Calbetón), que con otros 3 BIs vizcaínos, mandados todos ellos por el coronel Juan José Ugartemendía, comenzaron inmediatamente el bloqueo por tierra de la ciudad.
El mismo día de la llegada de los sitiadores, los defensores volaron los barrios extramuros de San Martín y Santa Catalina, además del puente sobre el río Urumea, y comenzaron a fortificar el convento de San Bartolomé.
Los franceses mantuvieron varias posiciones extramuros: en el convento de San Bartolomé con el BI del RI-22, un destacamento de 25 hombres ocupó el convento de San Francisco, al otro lado del Urumea, apoyado por un sargento y 15 soldados en el contiguo barrio de Santa Catalina. Esta posición al otro lado del río sería abandonada en el transcurso de la noche, tras un breve tiroteo, quemando a continuación el puente de madera. También se ocupó la isla de Santa Clara por otro destacamento formado por 25 soldados, y se situó un BI del RI-62 entre el alto de San Bartolomé y la ciudad, como refuerzo al RI-22.
Ataque español al convento de San Bartolomé (29 de junio de 1813)
El 29 de junio por la tarde, los BIs españoles atacaron las posiciones elevadas que rodeaban la ciudad, y en especial la altura del convento de San Bartolomé. El ataque se confió a los 3 BIs guipuzcoanos. El convento fue abandonado por el BI del RI-22, tras haber interpretado erróneamente una orden, quedándose solos los ingenieros que trabajaban en su fortificación, quienes, viéndose en inferioridad numérica, procedieron a replegarse. Rey ordenó inmediatamente reconquistar la posición por el mismo BI que la había abandonado. Este ataque fue brillantemente realizado por los hombres del RI-22, con el apoyo de un BI del RI-62, que se encontraba en reserva. Gracias a una carga a la bayoneta que desconcertó a las filas atacantes, la lucha duró apenas cuatro horas. A pesar de la confusión reinante en el lugar, los franceses apenas sufrieron bajas.
Tras esta acción, los españoles emplazaron una batería de 2 cañones en el barrio del Antiguo, desde la que bombardearon la zona del puerto, sin causar daños a los buques franceses. También se posicionaron frente al convento, iniciando una serie de acciones destinadas a obstaculizar los trabajos de demolición de los barrios extramuros, por parte de los ingenieros franceses.
Evacuación de Guetaria (1 de julio de 1813)
Los franceses solo controlan 2 enclaves en toda la costa cantábrica al oeste de San Sebastián: Santoña y Guetaria. Guetaria estaba defendida por una guarnición de 450 hombres, aislada por tierra del resto de sus compatriotas. A su alrededor el territorio está totalmente dominado por tropas españolas, principalmente de guerrilleros, que ocupaban la vecina Zumaya con 2 Cías. Rey recibió la orden de Jourdan de que se procediera a la evacuación de esta guarnición. Para ello organizó una pequeña flotilla compuesta por varias lanchas y 4 trincaduras (lanchas con 2 mástiles), que zarpó inmediatamente. También recibió la orden de rescatar la guarnición que defendía el puerto de Pasajes.
El 1 de julio por la tarde, las tropas francesas, evacuaron Guetaria, defendida por 450 efectivos (250 del BI de cazadores y 200 del RI-119). Estas tropas llegaron por mar hasta San Sebastián, reforzando las filas de los defensores. En el transcurso de esta evacuación, los franceses efectuaron la destrucción de las fortificaciones, arrojaron la pólvora al mar, y clavaron los cañones, que tuvieron que dejar abandonados en el pueblo. Nada más zarpar, un destacamento español se apresuró a ocupar el castillo. Pero desconocían que los franceses habían dejado encendida una mecha lenta conectada a una mina. El castillo saltó por los aires y con él no menos de 50 soldados españoles.
El puerto de Pasajes, estaba defendido por un destacamento de 136 franceses, que se habían refugiado en el castillo de la bocana del puerto. La orden de abandonar la posición no había llegado a tiempo. El primer correo, enviado por tierra no pudo llegar, lo mismo que una embarcación enviada desde San Juan de Luz. Rey la noche anterior había mandado tres lanchas, pero la suerte de estos pobres soldados ya estaba decidida. Las lanchas fueron recibidas con un nutrido fuego de fusilería por parte de los hombres de Longa, que ya ocupaban el castillo. Los franceses se habían rendido a los aliados esa misma noche. La posesión de este puerto era muy importante, ya que podía ser la base perfecta para el desembarco de todos los materiales necesarios para el asedio de la plaza y para la línea del frente, que discurría a lo largo de la frontera con Francia.
Tras esta incursión se decidió bloquear el puerto de San Sebastián, para ello se enviaron buques de guerra británicos a la zona.
Ruptura del bloqueo por barcos franceses
Gracias a los enormes esfuerzos del capitán de fragata francés Depoge, comandante de marina del puerto de San Juan de Luz, a cuyo mando se encontraban varias trincaduras (lanchas de 2 palos) y lanchas armadas; San Sebastián pudo comunicarse durante casi todo el asedio con los cercanos puertos franceses, de los que recibió continuamente refuerzos humanos y materiales. Este medio sería el empleado por el general Rey para mantener comunicación con Foy al otro lado de la frontera.
A lo largo del asedio, trincaduras y lugres franceses desde Bayona y San Juan de Luz burlaban el bloqueo de noche, llevando comida, municiones y refuerzos. Rey había pedido más artilleros, y le enviaron varios destacamentos de ellos, que llegaron todos sanos y salvos, mientras que al mismo tiempo, se deshacía de muchos sus heridos con los barcos que regresaban. Las águilas imperiales del RI-1 y RI-34 fueron depositadas con todos los honores al cuidado del RI-64, que se encargó de que fueran llevadas hasta los seguros muros de la ciudadela de Bayona. No se podía permitir que cayesen en manos del enemigo si la defensa fracasaba.
El primer refuerzo de artilleros fue el 1 de julio, cuando un buque llegado desde San Juan de Luz, en el que transportaban 46 artilleros al mando del capitán Hugon, y 11 obreros para reforzar la guarnición.
Corte del acueducto de la ciudad (1 de julio de 1813)
La única fuente que surtía a la ciudad con agua desde fuera de sus murallas, la tomaba del río Urumea y la conducía hasta el interior de sus muros a través de un acueducto. En cuanto a los pozos existentes dentro de las murallas, estos tenían un agua de pésima calidad.
Mendizábal ordenó el corte del acueducto de Morlans, que abastecía de agua a la ciudad. Este detalle era importante, pero la óptima situación de los pozos y el transporte del agua gracias a las mujeres donostiarras, y al clima extremadamente lluvioso para la época del año, hizo que no tuviera la importancia que en un principio se le dio.
Bloqueo marítimo británico
Los británicos enviaron a San Sebastián a la fragata Surveillante (38) que curiosamente había sido capturada a los franceses en 1803, pero se produjo un pequeño incendio en la zona de la tripulación, que momentáneamente la había dejado fuera de combate, teniendo que refugiarse en el puerto pesquero de Deva. Se envió a la balandra Lyra (10), se está empleando en labores de transporte de materiales y suministros desde el puerto de Santander para sustituirla. Wellington se quejó al almirantazgo de la falta de medios para bloquear la ciudad. El almirantazgo no quería enviar barcos de guerra grandes porque, por un lado, la bahía de la Concha no tenía suficiente calado, y, por otro lado, temían las tormentas y vendavales del Cantábrico y no podían encontrar refugio en los puertos pesqueros cercanos.
En respuesta a los llamamientos de Wellington al almirantazgo, George Collier apareció en la bahía con las fragatas Surveillante (38) y Freya (36) (que había sido tomada a los daneses en 1807), 4 bergantines (bricks), y 50 embarcaciones pesqueras y pinazas locales armadas, que estaban tripulados por el BI de infantes de marina del ejército de Galicia de Girón. Los bergantines de 18 cañones eran el Beagle, President, Revolutionnaire y Challenger, el número de los mismos variaba de un día a otro, llegando unidades nuevas y zarpando algunas de las veteranas.
Los ingleses aislaron casi completamente la ciudad por vía marítima, ya que la sometieron a un férreo bloqueo gracias a la escuadra de George Collier, pero no lo consiguieron cerrar totalmente.
Salida francesa del 4 de julio
Las noticias exteriores, que antes se recibían de manera continua, dejaron súbitamente de llegar a los sitiados. A partir de ese momento lo harían de manera puntual, por lo que el general Rey organizó una salida de la guarnición a las 21:00 horas del 4 de julio, con el objetivo de hacer prisioneros, y así intentar obtener información concreta que le indicase a qué se enfrentaba. Se formaron 3 columnas de ataque de unos 1.100 efectivos, pertenecientes al RI-22, al RI-62 y a los cazadores de montaña:
- La columna derecha estaba mandada por Luppé, con 200 cazadores de montaña, tenía como objetivo tomar prisionera a toda la guarnición española que defendía la iglesia del Antiguo.
- La columna central bajo el mando de Sailly, con 300 hombres del RI-22, tenía que avanzar hacia el Alto de Ayete por la carretera de Hernani. Tras ella marchaba en apoyo unos 200 hombres en reserva, además de un destacamento de zapadores y gastadores, mandados por los capitanes Saint George y Montreal. Esta columna central tenía que coordinarse en todo momento con la columna de la izquierda.
- La columna izquierda a las órdenes de Blanchard, estaba compuesta de 400 hombres del RI-62. Debía avanzar por la orilla del río para, después, girar a la altura de Morlans hacia la retaguardia de las tropas españolas que asediaban el convento de San Bartolomé.
Los españoles se percataron de esa salida francesa al descubrir a la columna de Luppé, curiosamente, la más pequeña y la última en partir. Las tropas españolas no presentaron batalla, retrocediendo según avanzaban las francesas. Cuando los soldados imperiales estimaron que se habían alejado una distancia peligrosa, se detuvieron y decidieron regresar a la seguridad que les daban las fortificaciones de la ciudad, y volviendo sobre sus pasos.
La salida logró los resultados buscados, ya que se hicieron algunos prisioneros, gracias a los cuales, se supo que las tropas de bloqueo estaban compuestas únicamente por los batallones españoles; que las tropas anglo-portuguesas ya ocupaban el cercano pueblo de Hernani; y que Longa, jefe de la DI-6 del ejército español, estaba desembarcando en Pasajes todo el equipo que iban a emplear en el asedio.
Wellington cuando se enteró de la salida, decidió que el general Graham visitara el asedio e informara de la situación.
Llegada de los británicos
El teniente general Thomas Graham visitó el asedio el 6 de julio, estab acompañado por el mayor el Charles Smith, jefe de ingenieros hasta la llegada de Richard Fletcher, y el capitán de fragata George Collier, al mando de la escuadra de bloqueo. Graham manifestó que las tropas españolas eran muy irregulares (la mayoría procedía de bandas de guerrilleros), e indisciplinados, no tenían noción de protegerse a sí mismos, y Graham recomendó que deberían ser reemplazados de inmediato por tropas regulares.
Se decidió enviar 10.000 efectivos que incluían:
- DI-5 británica de Oswald (Leith estaba convaleciente de la batalla de salamanca), compuesta 3 BRIs:
- BRI-I/5 de Hay (BI-III/1 Royal Scots, BI-I/9 East Norfolk, BI-I/38 Staffordshire y 1Cía jäger Brunswick Oels .
- BRI-II/5 de Robinson (BI-II/4 King’s Own, BI-II/47 Lancashire, BI-II/59 Nottinghamshire, 1 Cía jäger Brunswick Oels).
- BRI-III/5 portuguesa de Spry (RI-3 de Olivença, RI-15 de Olivença, y BIL-VIII de cazadores).
- BRI/P portuguesa de Bradford (RI-13 de Peniche, RI-24 de Bragança, y BIL-V de cazadores).
- BRI/P portuguesa de Wilson (RI-1 de Lisboa, RI-16 de Viera Telles, BIL-IV de cazadores de Viseu).
- BRI-II/1 KGL de Halkett (BIs I, II y III KGL, y BILs I y II KGL)
- Ingenieros: bajo el mayor Smith 300 zapadores.
- Artillería con 376 artilleros (107 portugueses bajo el mayor Arriaga, 369 británicos) con 28 piezas (14×24, 6×8 obuses, 4×48 carronadas, y 4×10 morteros), posteriormente llegaron 12 piezas (6×24 de la fragata Surveillance, y 6×18 portugueses).
Las primeras unidades en llegar fueron los BIs KGL, y la BRI/P Bradford de que con los ingenieros prepararon un puente de pontones para cruzar el río Irumea para permitir la llegada de la artillería desde el puerto de Pasajes. Las BRIs portuguesas y la KGL se sitúan en la ribera derecha del Urumea, mientras que la DI-5 se sitúa frente al convento de San Bartolomé.
El 9 de julio, el general británico Graham llevó consigo la DI-5, la BRI/P de Wilson, y artillería pesada, alcanzando los aliados una fuerza total de 10.000 hombres.
Los ingenieros determinan que el lado oriental de la plaza, la muralla de Zurriola, era el más débil, y e instalan baterías en una paralela, bombardeando la muralla, y con balas incendiarias, el convento de San Bartolomé.
Se estudió el plan de ataque al convento de San Bartolomé, y fue aprobado. Se prepararon las operaciones para expulsar a los franceses de sus posiciones adelantadas para encerrarlos en la plaza.
Protegidos por la oscuridad de la noche del 11 al 12 de julio, las baterías comenzaron su fuego contra el convento. La primera de ellas estaba destinada a batir en brecha el convento de San Bartolomé, para lo que contaba la Bía Nº 3 con 4×18 a una distancia de unos 200 metros. La Bía Nº 4 dispararía sobre la luneta del cementerio con 2×8 obuses.
Al otro lado del Urumea, sobre las dunas arenosas del Chofre, los progresos realizados por los ingenieros británicos, comienzan a ser claramente visibles desde la ciudad. El general Rey, deduciendo por donde se iba a dirigir el ataque tomó sus medidas defensivas detrás de la muralla de la Zurriola, mandó aspillerar todas las fachadas de las casas que daban hacia la futura brecha, a la vez que realizaba un profundo foso detrás de la cortina amenazada. Todas las calles fueron cortadas mediante barricadas, con la finalidad de poder defenderlas, dando tiempo al resto de la guarnición a retirarse hacia la protección del castillo.
Wellington llegó a San Sebastián desde Hernani, de donde había partido a las 8 de la mañana, y reconoció personalmente el terreno, paseando entre los arenales del Chofre con Graham, Smith y Dickson. Preocupado por los intentos de ataque de Soult, y dejó el asedio a Graham.
El 13 de julio, las tropas españolas, después ser relevados por los aliados, partieron definitivamente Los BIs 2 y 3 de Vizcaya fueron a reforzar el sitio de Santoña, mientras que el resto se unió al Cuarto Ejército que operaba en la frontera del Bidasoa.
Durante la tarde quedan definitivamente abiertas las trincheras en la zona de las dunas de la derecha del Urumea, y se había delimitado definitivamente los posiciones asentamientos de 4 Bías que iban a alojar 20×24 cañones y 4×8 obuses.
Asalto al convento de San Bartolomé (17 de julio de 1813)
El 14 de julio, los aliados hicieron fuego con las Bías a la izquierda del Irumea, contra el convento de San Bartolomé, se utilizaron bolas al rojo para provocar incendios. El cañón ligero que los franceses habían subido al campanario, hizo mucho daño a los atacantes. Este bombardeo duró hasta las 6 de la tarde. El convento no resultó incendiado, pero su fachada oeste, la principal, a pesar de tener unos buenos muros, se desplomó. El acceso a su interior ya era practicable. Los defensores se apresuraron a cerrar la brecha con barricadas, se aspillaron los muros que quedaban en pie, se pusieron bajo los escombros de las brechas minas improvisadas, y se colocaron a mano, bombas y granadas para lanzarlas al enemigo en el momento del asalto.
La noche del 14 al 15 de julio, mientras las baterías atacantes continuaban con su fuego, se construyó una nueva batería, no lejos del molino existente justo delante del convento de San Francisco, en la orilla derecha del Urumea. Otra batería, armada con piezas de campaña, bombardearía por retaguardia el pasillo que comunicaba el convento de San Bartolomé con luneta del cementerio.
Aún de noche, casi al amanecer, los aliados avanzaron rápidamente en tres columnas, pertenecientes al BI-VIII de cazadores de la BRI-III/5 portuguesa de Spry. La columna más cercana al río, la de la derecha, atacaría la luneta levantada por los franceses en el antiguo cementerio. La del medio atacaría directamente el convento para intentar entrar por sus brechas, mientras que la de la izquierda intentaría apoderarse de las casas aspilladas, amenazando de flanco todas las comunicaciones de los defensores con el resto de la plaza.
El comandante Thomas, que defendía el convento con 400 hombres, entre los que había granaderos del RI-34 y voltigeurs del RI-62, efectuó una brillante carga a la bayoneta, cubriendo rápidamente todo el terreno de muertos y heridos enemigos. Este contraataque casi llegó hasta la primera línea de fortificaciones aliadas. La acción había terminado completamente a las 2 de la tarde. Los franceses se habían preparado concienzudamente para defenderse de este ataque y sufrieron 8 muertos y más de 50 heridos, mientras que las cifras de las bajas anglo-portuguesas rondaron las 150.
Ese mismo día 15, llegaron a San Sebastián el Tcol Richard Fletcher, procedente del bloqueo de Pamplona y el Tcol John Fox Burgoyne, por lo que Smith fue relevado. Saliendo inmediatamente a inspeccionar el estado de las posiciones hasta las 10 de la noche.
En la noche del 15 al 16 de julio, los atacantes establecieron nuevas baterías contra el convento, una con los obuses de la Bía de Dubordieu traídos desde Astigarraga, que atacarían de flanco el reducto. Delante del convento de San Francisco, en la orilla derecha, se situó otra Bía con 7 piezas, de las que 2 eran obuses, para destruir objetivos de la parte trasera del cerro.
Efectuaron un violento fuego sobre el objetivo, que rápidamente se vio iba a quedar reducido a escombros. De todas las piezas empleadas, uno de los cañones continuaba disparando con bala roja. Cuando aparecían llamas entre los restos del tejado, inmediatamente eran sofocadas por los franceses. Desde las baterías no se veía a ningún defensor, ya que permanecían protegidos detrás de los muros y en las casas colindantes, preparados para acudir en defensa del edificio rápidamente. Solamente podían verse uniformes franceses cuando acudían prestos a apagar los conatos de incendio.
El general Rey no estaba dispuesto a abandonar la posición sin causar antes el mayor número de bajas al enemigo. La pieza del campanario fue desmontada y retirada, y el reducto conocido como el Rondeau definitivamente terminado. Quería preparar un ataque de distracción, para lo que ordenó sondear los posibles puntos de paso del río, pero estos fueron declarados inseguros y peligrosos, por lo que los franceses anularon cualquier tipo de tentativa por ese lado del frente de combate.
Rey previendo el inminente ataque, relevó al BI del RI-34, que había mantenido el convento durante los 4 últimos días, con 400 hombres, la mayoría cazadores de montaña, al mando de Luppé. Dejaron una reserva de 800 hombres en retaguardia, además de zapadores y minadores bajo el mando del jefe de ingenieros Pinnot, listos para contraatacar desde el barrio de San Martín, justo detrás del convento, protegidos por él y la elevación en la que se situaba. Una parte de este contingente de refuerzo, bajo las órdenes del Tcol Blanchard, estaba preparado con tropas del RI-62 para acudir en apoyo de la luneta del cementerio, a la vez que vigilaba cualquier movimiento del enemigo por la orilla del Urumea. Un tercer grupo de refuerzo estaba preparado bajo el mando del también Tcol Desailly, del RI-22, cubriendo el espacio que iba desde el convento hacia la carretera de Hernani.
Los aliados querían a toda costa encerrar a la guarnición francesa en el recinto de la plaza, sirviendo sus murallas como límite del frente de batalla. Esperaron pacientemente a que los efectos destructores de sus baterías causaran el efecto deseado sobre el ya condenado convento. Mientras esto sucedía se dedicaron a preparar el ataque definitivo sobre la posición, a las órdenes del general Oswald, organizado en dos columnas:
- Columna de la izquierda, mandada por el general Bradford con 200 del RI-13 portugués, 200 del BIL-V de cazadores portugués, 3 Cías del RI-9 británico. Su objetivo era el edificio principal del convento de San Bartolomé.
- Columna de la derecha, mandada por el general Andrew Hay con 2 destacamentos el BIL-IV de cazadores portugués, 150 del RI-13 portugués y 3 Cías del RI-9 británico, y de reserva 3 Cías del BI-III/1 Royal Scots. Su objetivo era atacar la luneta del cementerio y la ribera izquierda del Urumea.
Sobre medio día del 17 de julio, las baterías anglo-portuguesas cesaron su fuego, y comenzó el ataque en tres columnas, ya que la que tenía el convento como objetivo principal se dividió en dos. Estaban precedidas por un nutrido grupo de tiradores que se habían emboscado entre las ruinas más próximas al convento. La columna de la derecha, a las órdenes del general Hay, avanzó hacia el cementerio, pero fue detenida por el denso fuego de fusilería, y permaneció en posición tan expuesta durante bastante tiempo, sufriendo muchas bajas.
De las dos columnas del ataque contra el flanco izquierdo, la central avanzó directamente contra el edificio principal del convento, siendo también momentáneamente detenida por el intenso fuego de fusilería procedente de la brecha abierta y de las casas que habían sido aspilleradas hacia la carretera de Hernani. Cuando la columna de la izquierda atacó estas últimas casas y logró apoderarse de ellas, pudo la columna central reiniciar su avance penetrando por la brecha en el recinto. La columna de la izquierda, mandada por el coronel Cameron, una vez dominadas las casas aspilleradas, continuó su avance hacia el barrio de San Martín, enfrentándose con las reservas francesas y un nutrido fuego procedente del hornabeque.
Ante esa maniobra envolvente, los defensores franceses del monasterio tuvieron que retirarse. Antes de completar la retirada, las tropas de reserva, situadas entre el barrio de San Martín y el hornabeque contraatacaron. En el combate destacó el capitán de ingenieros Saint-George, quien a la cabeza de un destacamento francés de zapadores, otro de granaderos del RI-22 y algunos soldados dispersos del RI-34 y del RI-62; se logró colar entre la columna inglesa y el convento, entrando en este último para reforzar la posición. El capitán de ingenieros Montreal y el teniente Saint-Jeanne, del RI-22, recuperaron las casas aspilleradas de la derecha con un destacamento. Los franceses habían recuperado toda la línea del frente previo al ataque aliado.
Pero esa situación no duró mucho, ya que un nuevo ataque con tropas de refresco hizo que los franceses tuvieran que retirarse primero hacia las ruinas de San Martín; y finalmente hasta la plaza, la maniobra efectuada a gran velocidad, ya que una columna atacante estaba intentando cortarles esa vía de escape atacando el barrio de San Martín. Estos encontraron una gran resistencia francesa desde la luneta Rondeau, gracias a la cual las unidades galas lograron regresar a la ciudad en su totalidad. De esta forma, los ingleses se quedaron dueños del alto de San Bartolomé.
Esa columna británica, desoyendo las órdenes que prohibían atacar más allá de San Martín, quizás por el ardor y la excitación del momento, intentó apoderarse de la luneta Rondeau, pero tuvieron que retirarse con grandes pérdidas, entre las que destaca Woodman, capitán del RI-9. El general Oswald había ordenado personalmente no rebasar las ruinas del barrio de San Martín, y el no haberle obedecido costó numerosas bajas. Incluso se produjo un pequeño contraataque francés a la bayoneta, que ocasionó que algunos heridos cayesen prisioneros en manos de los soldados imperiales.
Finalmente, los franceses estaban dentro de los muros de la ciudad, a excepción de una guarnición de 30 hombres en el reducto exterior y algunos tiradores aislados entre las ruinas de los barrios extramuros.
Todos estos acontecimientos duraron aproximadamente 4 horas, siendo las acciones militares apoyadas por no menos de 60 bocas de fuego entre los dos bandos. Los franceses habían perdido 240 hombres, de los que 40 fueron muertos. Entre ellos se encontraban el capitán de ingenieros Montreal, el teniente de zapadores Dardas, el capitán Douzon del RI-62, y el teniente Saint-Jeanne, del mismo RI. El comandante de ingenieros Pinot recibió una grave herida en el hombro, y fue sustituido por Gillet. También resultaron heridos el capitán Doat, ayudante de Rey, el Tcol Desailly, además del teniente de tiradores Saint-Jeanne. Destacaron por su arrojo y valentía el capitán Blot, del RI-62, y el teniente de ingenieros Goblet, que defendieron la luneta del cementerio.
Las pérdidas sufridas por los aliados fueron mucho más grandes, ya que sus tropas estuvieron expuestas al fuego francés, sin ninguna protección, durante mucho tiempo. A pesar de esto, los historiadores las sitúan en torno a los 70 muertos y unos 200 heridos. En esta acción, los aliados utilizaron a cerca de 6.000 hombres entre ingleses y portugueses.
Tan pronto como los aliados se vieron en posesión del convento y las alturas de San Bartolomé, comenzaron a construir una sólida posición que las asegurase ante cualquier ataque francés que intentase recuperarla. También comenzaron la construcción de dos nuevas baterías que batirían el frente de tierra, la Nº 3 con 6×18, y la Nº 4 con 2×8 obuses. Delante del frente de tierra de la ciudad, en el istmo, se comenzaron a excavar las trincheras de aproximación, cuyos trabajos progresaron de manera rapidísima, ya que el suelo era arenoso. Había un peligroso fuego de fusilería desde y contra el hornabeque y su revellín. Para poder mejorar la efectividad de sus tiradores, los franceses de noche lanzaban luminarias de color azul que iluminaban todo el terreno que había ante ellos.
En la orilla derecha del Urumea, se prepararon otras dos baterías, la Nº 15 con 4×68 carronadas que lanzarían proyectiles huecos detrás de las futuras brechas, y la Nº 16 con 4×10 morteros. Esta vez el suelo arenoso dificultaba mucho el traslado de piezas tan pesadas como los cañones de sitio de 24 pulgadas.
Conquista de la luneta Rondeau (20 de julio de 1813)
Se ordenó la construcción de una nueva batería. Era la más complicada de ejecutar, ya que se situaría en la parte alta del monte Ulía, desde donde dispararía sus piezas contra la peligrosa batería del Mirador, además de las otras fortificaciones del castillo, y contra el flanco de las defensas del frente de tierra.
Los observadores franceses, desde sus posiciones, se percataron de los preparativos enemigos que indicaban, claramente, un pronto bombardeo de la ciudad y del reducto, por lo que se pusieron a trabajar frenéticamente para protegerse lo mejor posible. Despejaron las calles de los adoquines para emplearlos en los parapetos, retiraron las piezas que disparaban en barbeta desde el frente de tierra, que estaban muy expuestas a las nuevas baterías enemigas, y 2×4 cañones fueron colocados en el Cubo de Hornos y uno en el de Amézqueta. A consecuencia de la realización de estos trabajos, con grandes prisas, el fuego artillero contra las baterías aliadas fue escaso.
Los defensores de la luneta de Rondeau, cruzaron un intenso fuego con las avanzadillas aliadas que ocupaban el barrio de San Martín, y que se habían adentrado en la zona de dunas del istmo. Este tiroteo duró todo el 18 de julio. La posición había sido reforzada por su cercanía a las líneas enemigas, y facilitada su comunicación con la plaza mediante un camino en zigzag. También, en la ciudad, se prepararon varios puntos con lo necesario para apagar cualquier conato de incendio que los proyectiles enemigos ocasionasen.
El barrio de San Martín, o más exactamente sus ruinas, era un terreno de nadie, donde se mantenían enfrentamientos individuales entre soldados avanzados y solitarios de ambos bandos. Al finalizar el día, ya de noche, mediante el avance de un retén, fue definitivamente limpiado de tiradores franceses.
El 21 de julio, la famosa luneta Rondeau fue abandonada de manera sigilosa antes del amanecer. Una vez ocupada por los aliados, se iniciarán dos nuevas paralelas desde esta posición.
Asalto general de San Sebastián (25 de julio de 1813)
Preparación del asalto
Se realizó un fuego vivo con los 10×24 cañones que consiguen abrir una pequeña brecha en la cortina de Zurriola. Los aliados suspendieron el fuego y enviaron al oficial de ingenieros John Fox Burgoyne como parlamentario, para pedir la rendición al general Rey, como consecuencia de que la brecha ya era practicable, de acuerdo con la costumbre de la época. Pero Rey no se dignó a recibirlo.
Tras la negativa, el fuego continuó con intensidad, los franceses sufrieron 12 muertos y 31 heridos.
Ya por la noche, los aliados terminaron la excavación de la trinchera paralela al Frente de Tierra de la ciudad, topándose casualmente en el transcurso de su realización, en su tramo más a la izquierda, con una especie de alcantarilla del tamaño suficiente para permitir el paso de un hombre. Era el tramo subterráneo del acueducto de Morlans, que suministraba agua a la ciudad antes de ser cortado por las tropas españolas al comienzo el bloqueo. Medía 1,2 metros de alto por 0,9 metros de ancho.
Fue por ese angosto pasadizo por donde el joven teniente Reid, del cuerpo de ingenieros, se deslizó gateando hasta la contraescarpa de las fortificaciones enemigas, a 230 metros de distancia. El interior oscuro fue iluminado con una vela, se arrastró entre el barro, entre la suciedad, llegando al máximo de su recorrido, donde tuvo que darse la vuelta al encontrar el acceso cerrado por una puerta, aunque, eso sí, después de calcular la distancia recorrida. Según sus cálculos, había llegado hasta la pared de la contraescarpa.
Se decidió aprovechar ese pasadizo para poner una mina, compuesta por 30 barriles de pólvora atracándolos con sacos terreros, para encauzar el efecto de la explosión hacia la contraescarpa, para destruirla y rellenar el foso con escombros, de tal manera que el hornabeque podría ser asaltado a través de los escombros. Su detonación se haría justo antes del ataque, y arrojaría sobre el foso y la contraescarpa tal cantidad de escombros y materiales, como para que se realizara un camino practicable.
Esa misma noche, los franceses intentaron una salida con la finalidad de retrasar la construcción de la paralela. También llegaron algunas embarcaciones al puerto de San Sebastián desde San Juan de Luz. Con ellas llegó el Tcol Jean-Baptiste Gillet, que fue nombrado jefe de los ingenieros franceses en sustitución del herido Pinot, y el Tcol Brion, quien a partir de esta fecha se haría cargo de la artillería. Las embarcaciones regresaron, al día siguiente, a suelo francés transportando los heridos de los combates anteriores.
Para el 22 de julio, los sitiadores, tras disparar con 10×24 libras durante 15 horas y media unas 3.500 balas, bombas y granadas, logran ampliar una brecha de hasta 100 metros de anchura en la muralla de Zurriola, entre las torres de Hornos y Amézqueta. La muralla había caído en una longitud aproximada de 50 metros, pero los aliados desconocían que tras esa brecha, aparentemente practicable, se escondía una letal trampa preparada por los franceses.
Al amanecer del 23 de julio, desde el amanecer el fuego artillero comenzó de nuevo, sin interrupciones, la mayor parte de los cañones visibles franceses fueron silenciados, y el fuego de las dos últimas baterías erigidas en el istmo incendiaron en barrio de la ciudad inmediatamente detrás de las dos brechas. El mismísimo Wellington visitó las baterías de las dunas a primera hora de la mañana, tras salir de Lesaca a las 8 de la mañana. La batería principal de batir, la Nº 14, que contaba con sus 12 piezas abrió fuego, los efectos fueron demoledores, los muros que quedaban en pie cayeron como consecuencia de la lluvia de proyectiles. Al poco tiempo la brecha fue declarada por los ingenieros como practicable.
También se abrió otra brecha de 10 metros resultado de demoler la muralla Zurriola a la derecha de la torre de Amézqueta. Esta nueva brecha, era más difícil de atacar por encontrarse a mayor distancia que la primera y ser solo accesible durante la baja mar, pero serviría para distraer más fuerzas francesas que tendrían que estar cubriéndola.
Al amanecer del 24 de julio, las partidas de asalto y los apoyos fueron llevados a las trincheras después de la medianoche, para esperar hasta media marea baja e iniciar el asalto. Se encontraron que todas las calles adyacentes a la gran brecha, ardían tan ferozmente que se pensó que cualquier entrada al pueblo sería imposible. Por lo tanto, Graham retrasó el asalto, eso proporcionó un día más a Rey para preparar la defensa.
Bloqueó con barricadas de piedra todas las calles que se abrían hacia las brechas y había abierto agujeros en los muros en todos los edificios que dominaban las brechas para disparar desde el interior. Cuando se apagó el fuego del barrio que había ardido el 24 de julio, volvió a ocupar las casas en ruinas, haciendo refugios entre los escombros. Había cortado el camino de la muralla a cada lado de las brechas cavando zanjas y construyendo muros de piedra detrás, de modo que las tropas que subieran a la cima, no pudieran avanzar hacia los lados.
Amparándose en la oscuridad de la noche, los defensores se preparaban concienzudamente para recibir a los atacantes. La distribución de sus escasas piezas de artillería de la siguiente manera:
- 4 cañones en el flanco del bastión Imperial (2 en su plataforma inferior y 2 en la superior).
- 1 cañón de campaña en la parte izquierda del hornabeque.
- 2 cañones de campaña en el foso, delante de la gran cortina del frente de tierra.
- 2 cañones en la batería del Mirador.
- 1 cañón en la torre de Amézqueta.
- 2 cañones de campaña en la torre de Hornos.
- 2 cañones en el bastión de San Telmo.
El 24 de julio, Graham, apremiado por Wellesley, ordena realizar el ataque al día siguiente cuando bajase la marea.
Por la noche Rey distribuyó las tropas defensoras en 3 contingentes para repeler el ataque que se suponía al amanecer:
- Contingente brecha secundaria al mando del coronel Songeon. Tenía como ayudante al teniente de ingenieros Goblet. Disponía de 5 Cías del RI-22 bajo el Tcol Sally defendería la izquierda de la brecha pequeña. Una Cía de cazadores de montaña defendiendo la torre de Amézqueta entre ambas brechas. Una Cía de zapadores bajo el capitán Bidon tras la brecha pequeña. 1 Cía del RI-62 bajo el teniente Cussin sobre el camino de ronda de la muralla de la Zurriola. En reserva 250 hombres del RI-1 y del RI-119 bajo el Tcol Cramail.
- Contingente Frente de Tierra al mando del coronel Sentuary. Contaba como ayudante al capitán de ingenieros Saint-George. Disponía del BI del RI-34 al mando del Tcol Thomas, que cubría la cortina y el baluarte de Santiago. 400 hombres del RI-62 bajo el Tcol Blanchard estaban en el hornabeque. Un destacamento de zapadores en la falsabraga y el camino cubierto. De reserva 2 Cías de cazadores de montaña y 1 Cía del RI-22.
- Contingente brecha principal bajo el propio general Rey. Tenía como ayudante al comandante de ingenieros Gillet. Disponía de los granaderos y voltigeurs de los RIs 22, 34 y 62. Una reserva de 2 compañías de cazadores montaña a las órdenes de Luppé.
- Reserva 300 hombres del RI-1 bajo el capitán Pavy, distribuida entre el Castillo y el monte Urgull. Estaban pendientes de un temido ataque por la falda norte del monte Urgull. Es decir, sospechaban que los aliados intentaran un desembarco, que haría peligrar la retaguardia de los franceses.
Las tropas atacantes reunieron aproximadamente unos 2.000 hombres de la DI-5 de Oswald, antes del amanecer ocuparon la paralela y las trincheras de sus ramales. Al principio se creía que el asalto se ordenaría inmediatamente después del amanecer. Este contingente atacaría en 3 columnas que estaban compuestas por:
- Primera columna al mando del coronel Fraser con el BI-III/1 Royal Scots, que iría directamente hacia la brecha principal. Con ellos iría el teniente de ingenieros Jones. La forlorn hope, compuestas de voluntarios, especialmente escogidos, a las órdenes del teniente Campbell del RI-9 acompañado por el teniente de ingenieros Machel, contaba con hombres provistos de escaleras, cuya misión era hacer más practicable la brecha. Una vez apoderados de la brecha, tendrían que moverse por encima de la cortina, limpiándola de los defensores que encontrasen.
- Segunda columna al mando del coronel Grenville con el BI-I/38, que iría a la brecha secundaria, que era la más alejada. Estaría apoyado por el BI-I/9 al mando del coronel Cameron.
- Tercera columna compuesta por el BIL-VIII de la BRI-III/5 portuguesa de Spry, que atacaría el hornabeque desde la paralela. Partían desde la paralela, a tan solo 60 metros de las murallas, tenía como misión silenciar a los tiradores franceses del baluarte de Santiago.
La distancia a recorrer entre las trincheras y las brechas era aproximadamente de unos 300 metros, a través de una superficie dominada por las fortificaciones del hornabeque y del bastión de Santiago en el frente de tierra, y por el bastión de San Telmo, casi en la falda del monte. El terreno por el que se desarrollaría el ataque era muy resbaladizo como consecuencia de las algas existentes en las rocas marinas, afloradas en la baja mar, y lleno de pequeñas lagunas y estanques que dificultarían notablemente la realización de las maniobras de manera ordenada y conjuntada.
Los muros del baluarte de Santiago estaban seriamente dañados, pero mantenían la fortificación en activo. Lo mismo pasaba con las torres de Hornos y de Amézqueta, que aunque se encontraban muy afectadas, estaban lejos de ser ruinas. Estos centros estratégicos fueron guarnecidos con fusileros y tropas de élite, hecho que aumentaría las dificultades del ataque aliado.
Los británicos contaban con que la explosión de la mina, preparada en el conducto del viejo acueducto, tomaría a los franceses por sorpresa, y haría que estos abandonasen las fortificaciones cercanas al río, apoderándose de ellas los aliados, una vez tomada fácilmente la desguarnecida brecha.
Asalto a la brecha principal
A las 5 de la mañana, aprovechando la baja mar, empezó el ataque. El recorrido de los primeros 250 metros no fueron penosos, ya que la explosión de la mina preparada en el acueducto, a pesar de no producir los destrozos deseados, desconcertó a los defensores durante algún tiempo. Muchos defensores aterrorizados llegaron a abandonar el hornabeque. Una lluvia de cascotes y escombros se desparramó por toda la superficie de las fortificaciones del Frente de Tierra. El estruendo fue enorme. Los defensores no esperaban esta detonación.
La salida ya fue complicada desde el primer momento. No había suficiente espacio para salir de la trinchera, solo dos o tres hombres podrían podían hacerlo a la vez. Por lo tanto, tuvieron que comenzar en una especie de estrecha fila o procesión, y tomó un tiempo inconcebible para salir de la trinchera y ordenar correctamente la formación de la columna, por lo que esta inició el avance sin completarse completamente. Desde el primer momento, el asalto se convirtió en una carrera de multitudes hacia sus objetivos.
Las columnas atacantes avanzaron lo más pegadas posible a los muros de las fortificaciones para evitar el fuego de flanco desde sus troneras. A lo largo de su recorrido, se vieron molestados principalmente por el lanzamiento de granadas, piedras y maderos sobre sus cabezas. En cuanto algún grupo se separaba unos metros de los muros, rápidamente era diezmado por el fuego de fusilería y metralla. Aún no había amanecido, por lo que todos esos sucesos ocurrieron en medio de la noche.
La forlon hope llegó a la brecha, y detrás de ellos el coronel Peter Fraser con algunos de sus hombres. La mayor parte se habían detenido en su camino, abriendo fuego contra una parte de la muralla que habían confundido como parte de la brecha, a consecuencia de la oscuridad reinante. Este grupo ocasionó un tapón en medio del recorrido, que carente de líderes y objetivos reales, no hacía, sino que obstaculizar el avance de los restantes efectivos.
Los tenientes Campbell y Jones, con la forlorn hope subieron a lo alto de la brecha principal. Una vez en su cima, descubrieron que no podían seguir avanzando, ya que tras el terraplén de escombros, cualquier acceso se encontraba cortado por una caída de casi 6 metros de altura. Los defensores habían limpiado la contraescarpa, logrando un desnivel casi infranqueable.
Las casas que estaban pegadas a los lienzos habían desaparecido, y sus solares estaban llenos de estorbos, muebles rotos y demás accesorios que impedían el rápido avance de cualquier grupo atacante. Tras este espacio concebido para impedir al avance, una segunda línea defensiva compuesta por las fachadas de las casas y las barricadas que taponaban las calles que nacían entre sus muros, cerraba el conjunto, lleno de aberturas y resquicios que permitían realizar un devastador fuego de fusilería.
El coronel Fraser avanzó con algunos hombres por el lateral de la brecha, hasta que las casas en llamas y las columnas de humo impidieron su paso. Su fuerte grito de “Segidme muchachos”, recibiendo a continuación un disparo mortal. Greville, Cameron y el teniente Campbell intentaron por todos los medios reorganizar a los hombres, ayudados por otros oficiales, lográndolo en algunos momentos, los hombres se tumbaron entre las piedras de la brecha e intentaron devolver el fuego. Campbell llegó a subir a la parte superior de la brecha en dos ocasiones, mostrando el camino a sus compañeros. En ambas ocasiones resultó herido.
El fuego de los defensores era abrumador. Los grupos que lograban llegar a lo alto de las brechas eran rápidamente diezmados por los proyectiles. A ambos lados de la brecha, las dos torres que la flanquean, la de Hornos y la de Amézqueta, los cañones abrieron fuego de flanco con munición canister y los tiradores de élite franceses, realizaban un fuego mortal. Los escombros y restos de la muralla comenzaban a cubrirse de casacas rojas agonizantes o muertos, alcanzados por los disparos.
Se realizaron 3 o tal vez 4 intentos de subir a la brecha de nuevo por pequeños grupos de las compañías de retaguardia, pero nunca hubo más de 80 o 90 hombres actuando juntos, y los oficiales que lideraron los intentos fueron abatidos. Por fin, el capitán más antiguo que sobrevivió, al ver la imposibilidad de avanzar, ordenó a los asaltantes retirarse, el asalto a la brecha había durado media hora. La retirada pronto se transformó en una huida para volver a cruzar el río Urumea y escapar de la destrucción al abrigo de las trincheras.
Asalto a la brecha secundaría
Mientras tanto, la columna principal atacante permanecía inmóvil en medio del camino de acceso a las brechas, expuesta a un demoledor fuego de fusilería y de metralla. Su oficial al mando, el coronel Greville, los había detenido por un corto tiempo para dejar que los rezagados se incorporasen, y para evitar que avanzaran en pequeños grupos, como habían hecho los Royal Scots.
Todo empeoró al mezclarse con los que huían presa del pánico.
Desde las baterías aliadas la visión era muy confusa. Las baterías habían sido preparadas para abrir fuego contra diversos objetivos incluso en medio del asalto, pero la falta de visión impidió que pudiesen disparar, por temor a herir a sus compañeros.
Asalto al hornabeque
El BIL-VIII de cazadores portugués, a quien se había encomendado la misión de tomar el hornabeque, tampoco consiguió sus objetivos, teniendo que retirarse tras recibir un duro castigo. Los efectos destructores de la mina no fueron los planeados. Al no haber caído la pared de la fortificación, y al no llevar escaleras para escalar los muros, tuvieron que intentar escalar a mano, hecho que requería mucho tiempo, dando la posibilidad a los defensores franceses para organizar la defensa.
Tregua después del combate
Ante el fracaso del ataque, las baterías aliadas reanudaron su mortífero fuego. Fue en este momento cuando el coronel Fraser vio desde su batería cómo se asomaban varias figuras a lo alto de la brecha. Los proyectiles impactaban alrededor de ellos, con grave riesgo para sus vidas.
Cuando la luz de la mañana aumentó su intensidad, el contorno de la figura se hizo claramente perceptible, y el coronel Frazer pudo distinguir que se trataba de un oficial francés, que agitaba su espada, haciendo señales a las baterías inglesas. La singularidad de la circunstancia motivó que el coronel Frazer detuviera inmediatamente el fuego de la batería; acción que fue inmediatamente correspondida desde la plaza, y un oficial fue enviado rápidamente para recibir una explicación de lo acontecido, al llegar a la posición del oficial francés que apuntaba con su espada a la tierra.
Le explicó que el fuego de las baterías aliadas estaba causando una gran mortandad entre los muchos heridos que seguían esparcidos por el camino utilizado en el ataque de las columnas, y en el terraplén de la brecha. Las explosiones estaban aumentando su sufrimiento enormemente, lo mismo que la visión de cómo la marea estaba subiendo amenazando con ahogar a muchos de ellos. El oficial francés no pudo soportar más esta situación, y arriesgando su propia vida, logró que los cañones enemigos callaran y se pactase un alto el fuego entre los dos bandos.
Se acordó un alto el fuego de una hora para atender y retirar a los heridos. Inmediatamente saltaron hombres desde las trincheras y desde las brechas a socorrer a los heridos de ambos bandos y consolar a los moribundos. Desde las baterías se apreciaba claramente cómo eran retirados varios de sus compañeros hacia las líneas amigas. Como era el caso del teniente de ingenieros Lewis, que era ayudado a regresar por dos sargentos y un zapador con una pierna menos, que un proyectil le había arrancado a la altura de la rodilla. Los heridos en la brecha fueron atendidos por los franceses, quienes no permitieron que los ingleses se encaramaran a la brecha por motivos de seguridad, fueron llevados al interior de la ciudad como prisioneros de guerra. Este fue el caso del teniente de ingenieros Jones, que había formado parte de la forlon hope, y que había quedado herido en la parte superior de la brecha, sin poder regresar, por lo que fue transportado por 4 granaderos franceses hacia el interior de la muralla.
Los prisioneros británicos heridos fueron concentrados en la iglesia de San Vicente, habilitada como hospital. Allí fueron atendidos entre otros donostiarras voluntarios por el párroco León Luis de Gainza.
Secuelas del asalto
Las pérdidas británicas fueron: 8 oficiales y 121 de tropa muertos, 30 oficiales y 142 soldados heridos, 6 oficiales y 118 soldados hechos prisioneros. Entre los oficiales heridos, estaban los Tcols Hill y Williams, y los mayores Stanhope y Snodgrass al servicio de las tropas portuguesas. Los portugueses tuvieron 138 bajas.
En cuanto a las bajas francesas fueron 18 muertos y 49 heridos. Dos buenos oficiales se contaban entre los muertos caídos en la defensa de la brecha. Eran el comandante Desailly del RI-22, y el capitán Bidou.
Wellington calificó este desastre como el peor suceso que habían tenido las tropas bajo su mando. De no ser por la carencia de municiones y pólvora, Wellington hubiera ordenado un nuevo e inmediato ataque. Su enfado era inmenso. Encargó a Burgoyne, sustituto del herido Fletcher, la elaboración de un proyecto de ataque al Frente de Tierra de la ciudad.
Lamiraux criticó el plan de ataque principalmente por dos detalles. El primero era que fue un peligroso error hacer avanzar las columnas por el flanco del hornabeque, cuya prevista neutralización no estaba asegurada a pesar de la mina preparada. El segundo era, la decisión de dar el asalto en medio de la oscuridad previa al amanecer, es decir, cuando las baterías del Chofre no podían rectificar el tiro.
La noche del 26 al 27 de julio. Rey había notado el desmantelamiento de las baterías y la partida de tropas durante todo el día. Resolvió intentar una salida por la noche, para ver si los sitiadores se habían retirado. Antes del amanecer, 5 Cías salieron del camino cubierto y se dirigieron a la paralela, que estaba custodiada en ese momento por un destacamento de la BRI-III/5 portuguesa de Spry. Tenían tan mala vigilancia, que fueron completamente sorprendidos, 3 oficiales y 198 (30 de ellos británicos) hombres fueron capturados; el resto de la guardia de trinchera huyó de regreso al barrio de San Martín.
Cuando llegaron las reservas a la paralela, se encontraron que los franceses se habían retirado con sus prisioneros, después de haber hecho algunos daños insignificantes a las obras. El mayor O’Halloran, que estaba a cargo de las obras, sería juzgado en consejo de guerra, pero absuelto. Quedó probado que había dado las órdenes correctas a los capitanes portugueses de las compañías de guardia, y que estos no las habían obedecido.
Al día siguiente, Wellington ordenó la suspensión de los ataques hasta contar con más artillería pesada, que sería traída de Inglaterra por la Royal Navy, y partió al este con varias unidades, para repeler una incursión que el general Soult efectúa en la zona de los Pirineos. El cerco continuó, pero por el momento las hostilidades cesaron.