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Felipe II hereda Portugal
En 1578, el joven rey de Portugal Sebastián se embarcó en una cruzada contra Marruecos, siendo él y su ejército destruido en la batalla de Alcázarquivir. Junto al rey, en el desastre perecieron las élites del país, la nobleza y los principales soldados profesionales, de modo que Lisboa quedó descabezada e indefensa. Ante la falta de descendencia del difunto rey, accedió al trono su tío abuelo el cardenal dom Enrique I, que falleció en 1580 sin poder contraer matrimonio y por supuesto sin hijos. Así, el gobierno quedó en manos de un Consejo de Regencia formado por cinco gobernadores que debía elegir al sucesor al trono entre los posibles candidatos.
La titularidad del trono fue disputada entre varios pretendientes, que según la antigua costumbre feudal tenían la siguiente preferencia:
- Ranuccio I Farnesio de Parma, de 11 años, (hijo de María de Portugal, duquesa de Parma y de Piacenza, primogénita de Eduardo de Portugal, IV duque de Guimarães, el hijo menor de Manuel I de Portugal).
- Catalina, duquesa de Braganza y sus hijos (segunda hija de Eduardo de Avís, la hermana pequeña de María), casada con Juan I, duque de Braganza.
- Felipe II de España y sus descendientes (hijo de Isabel de Portugal, la hija mayor de Manuel I de Portugal).
- María de Austria y Portugal, emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico, y sus hijos (hija de Isabel de Portugal y hermana de Felipe II).
- Manuel Filiberto de Saboya y sus hijos (hijo de Beatriz de Portugal, la hija pequeña de Manuel I de Portugal).
- Juan I, duque de Braganza e hijos (nieto de Isabel de Portugal, la hija pequeña de Manuel I y casado con Catalina, duquesa de Braganza).
- Antonio, prior de Crato, era nieto por vía masculina de Manuel I, pero hijo ilegítimo de Luis de Avis.
Las reclamaciones al trono del joven Ranuccio no fueron tramitadas convenientemente, en un intento de su padre Alejandro Farnesio por no indisponerse compitiendo con su señor, el rey de España; la condición femenina de Catalina fue un obstáculo insalvable para su ascenso al trono; Felipe II.
Felipe II mostró enseguida sus credenciales. Envió como embajador a un hombre de su confianza, Cristóbal de Moura, para que convenciera a la nobleza y el clero de que respetaría la lengua, la moneda y las instituciones portuguesas. Pronto recibió apoyos de los jesuitas, los comerciantes de las Indias y una parte significativa de la nobleza, para lo cual Felipe tuvo que invertir recursos y rescatar a los más de 800 caballeros que habían quedado presos en Alcazarquivir. Las perspectivas eran buenas. Felipe se presentaba como hijo de Isabel de Portugal y nieto de Manuel I el Afortunado. Él era el varón de más edad y su madre estaba por delante en cualquier línea sucesoria respecto a sus rivales.
Todos ellos renunciaron a sus pretensiones excepto António, prior de Crato, nieto del rey de Portugal Manuel I, pero bastardo de nacimiento, y Felipe II de España, bisnieto del mismo rey, pero hijo legítimo y el gobernante más poderoso de la tierra.
Gracias a la diplomacia española, el Consejo de Regencia, la nobleza, y la alta burguesía estaban a favor de Felipe II; y el enviado pontificio que tenía que llegar a Lisboa para tratar el reconocimiento de dom Antonio como hijo legítimo fue retenido en Badajoz por las autoridades españolas, de modo que la elección de Felipe como rey de Portugal estaba prácticamente decidida.
Los diferentes tumultos en Lisboa hicieron que el Consejo de Regencia huyera a España, quedando el poder en manos de Antonio. El 20 de junio de 1580 el prior de Crato se autoproclamó rey en Santarém, con el apoyo popular. Inmediatamente comenzó a reclutar soldados para el ejército que habría de enfrentarse a los españoles, marchando hacia Lisboa. Mientras Felipe II, que ya había desplegado su ejército en la frontera, dio la orden de invadir Portugal. Sus tropas llevaban semanas movilizadas, pero el monarca se resistía a emplear la fuerza, quería agotar las opciones constitucionales.
Batalla de Alcántara (25 de agosto de 1580)
Movimientos previos
En junio de 1580, el ejército español reunido por Felipe II en Badajoz entró en Portugal por Elvas, con 35.000 hombres bajo el mando del Fernando Álvarez de Toledo (duque de Alba) que tenía más de 70 años, su hijo Fernando de Toledo, le acompañaba como su lugarteniente; Francés de Álava era general de la artillería con 22 piezas y Sancho Dávila era el maestre de campo general. Al mismo tiempo en Cádiz se formó una flota de 64 galeras, 21 naos y 9 fragatas, además de 63 chalupas, cuyo mando se encomendó a Álvaro de Bazán (marqués de Santacruz).
El ejército portugués estaba formado por 25.000 de infantería y 2.500 de caballería, la mayoría eran hombres reclutados con prisa entre campesinos y milicianos voluntarios, mandados por Francisco de Portugal, conde de Vimioso, era general de estas fuerzas junto con su tío Juan de Portugal, obispo de la Guarda. Diego López de Sequeira era general de las galeras; de las naos y galeones lo era Gaspar Brito.
Sin embargo, a pesar de la desigualdad numérica toda la frontera portuguesa estaba protegida por fuertes fortalezas que debían ser sometidas una por una, para que pudieran pasar los suministros, y luego guarnicionadas, de modo que el ejército de Alba conforme avanzaba hacia interior se iba debilitando. Además, había estallado una epidemia de gripe que fue diezmando al ejército imperial, y que en Badajoz casi mató a Felipe II, acabando de hecho con la reina Ana de Austria, de 31 años, sobrina y cuarta esposa de Felipe II.
El ejército imperial cruzó la frontera el 27 de junio. Durante las semanas siguientes el ejército español avanzó en dirección a Lisboa, enciendo la escasa resistencia de las ciudades que encontraron por el camino, las villas fronterizas de Elvas, Olivenza y Portalegre conducirían a Cascaes. Contrario a la fama de duro soldado, el duque de Alba fue tolerante y muy comprensivo con la población portuguesa y castigó severamente los intentos de pillaje de algunas compañías de soldados.
Don Álvaro de Bazán había zarpado con su flota de El Puerto de Santa María y, sometiendo por mar a los pueblos del Algarve (Tavira, Faro, Portimao, Lago…), entró en Setúbal, donde le esperaba el duque de Alba para embarcar sus tropas.
El 16 julio llegó a Setúbal, allí estaba el grueso de las tropas veteranas portuguesas bajo Diogo Botelho, estaban formadas por 24 compañías nativas y una fuerza de franceses (unos 3.700 hombres). Sin embargo, el Duque amenazó con cortarles a todos el cuello si no se rendían, y, tras plantar la artillería, las tropas portuguesas escaparon antes de empezar el combate. Mientras Alba tomaba Setúbal, una columna bajo Colonna se destacó para tomar la fortaleza de Outao, que protegía la entrada del estuario de Setúbal contra el Atlántico. La guarnición, apoyada por 8 grandes buques (galeones y naos) se defendió tenazmente, pero a los dos días todo acabó cuando llegó, procedente de Cádiz, una escuadra dirigida por Álvaro de Bazán de 85 grandes buques (galeras y naos) que les cañoneó por mar hasta que se rindieron.
Entonces a Alba se le presentaban tres opciones. La primera era cruzar el Tajo directamente para atacar Lisboa. La segunda opción era contramarchar unos 100 km hacia el nordeste, a lo largo de la ribera sur del Tajo hasta llegar a Santarém, por cuyo puente se podría cruzar el Tajo para luego atacar Lisboa. Finalmente, Alba, contra el consejo de sus subordinados, optó por la más audaz de todas las opciones: embarcaría su ejército en Setúbal para desembarcar en Cascáis, y desde allí marcharía contra Lisboa, bloqueando de paso a la flota portuguesa en el Tajo.
El 29 de junio, Sancho de Ávila con 1.500 piqueros alemanes y 3 compañías de arcabuceros napolitanos y españoles estableció una cabeza de desembarco. La segunda oleada estaba compuesta por la infantería de los tercios de Nápoles, Lombardía y Sicilia que formarían otro escuadrón, acompañados por unos 20 jinetes ligeros para reconocimiento del terreno. Finalmente, se desembarcó todo el equipaje y los víveres, así como los demás contingentes a bordo de la armada. El 30 de julio, el duque de Alba escribió desde la ermita de Nuestra Señora de la Guía a Felipe II comunicándole el buen éxito del desembarque, describiendo el curso de la operación.
El grueso de las fuerzas defensoras aguardaban bajo Diego de Meneses con 300 jinetes y 3.000 soldados reclutados a la prisa se situaron una altura rocosa con dos piezas de artillería ligera acosaban a los hispanos en las playas, ya el grueso del ejército español había desembarcado. Los arcabuces de los portugueses no tenían alcance equivalente a los mosquetes españoles, y tras unas escaramuzas se retiraron, abandonando los cañones y corriendo hacia las murallas de Cascais. Poco después, la propia fortaleza fue bombardeada por las 3 piezas españolas. Allí, la población obligó a los militares a rendirse, estos abrieron las puertas a los atacantes. El total de las fuerzas portuguesas en Cascais se estima en 9.000 soldados y 400 jinetes. Meneses fue encontrado escondido en un armario, fue decapitado por orden del Duque. Después de su ejecución en Cascais, António I nombró al conde de Vimioso general de las tropas portuguesas.
Las tropas, que hasta la fecha se habían portado bastante bien, escaparon del control del Duque y saquearon y arrasaron hasta los cimientos Cascáis el 30 de julio. Después Alba, con la ayuda de la flota de Bazán, tomó el 12 de agosto, tras cinco días de bombardeo naval, la más poderosa fortaleza de Portugal, San Julián de la Barra, en Oeiras, con 600 veteranos de guarnición bajo el mando de Tristán Vaz da Veiga. El jefe de los ingenieros militares Antonelli, preparó el terreno e instaló una batería de 20 cañones en un monte (donde se encuentra actualmente el Cuartel General de la OTAN); desde donde empezaron a batir furiosamente los baluartes portugueses durante 5 días, mientras las naves españolas del marqués de Santa Cruz hacían el bloqueo naval del bastión. Tras un par de salidas infructuosas, se iniciaron conversaciones entre el alcalde y el duque de Alba, acordando la rendición de la plaza el 12 de agosto.
Las naves españolas iniciaron el avance subiendo el Tajo y haciendo retroceder la armada de Antonio I hasta las inmediaciones de Belén. Al día siguiente, algunas naves desembarcaron la caballería destacada de Setúbal que aguardaba ya en la margen izquierda.
Posteriormente la preciosa torre de Belén, que en aquella época era una isla en medio del Tajo. Así, en apenas mes y medio ya se encontraban a unos 10 km de Lisboa, con la flota portuguesa bloqueada en el Tajo por la de Bazán.
Despliegue de fuerzas
Las dos fuerzas se encontraron a ambos lados del puente de Alcántara, 10 kilómetros al oeste de Lisboa. Los españoles, llegando desde el oeste, ocuparon la margen derecha del río, que a pesar de estar bajo, por lo caluroso de la estación; suponía un obstáculo por lo empinado de sus taludes, y solo se podía cruzar por el puente, que había sido fortificado por tiradores portugueses, junto a una casa y un molino cercanos. Según algunos autores, los portugueses hicieron dos líneas de trincheras de sur a norte de unos dos km de largo, tras las que posicionaron.
El ejército portugués disponía de unos 10.000 infantes la mitad de ellos profesionales y unos 1.000 jinetes en 6 compañías mandadas por Diego de Meneses «el Rojo»; João Coutinho, conde de Redondo, Sancho de Tovar, Duarte de Castro, Manuel Mendes y otro no nombrado.
Las tropas eran comandadas por Fernando de Meneses, secundado por un maestre de campo improvisado, el fraile carmelita Esteban Piñeiro. Al lado de António I se encontraban sus más devotos seguidores y partidarios: el obispo de la Guarda, Manuel de Portugal y el conde de Vimioso (respectivamente, hermano y sobrino del obispo), los veladores de la Hacienda Diogo Botelho y Manuel de Silva Coutinho, así como el capellán Afonso Henriques.
El 17 de junio, con las tropas españolas acampadas en Belén, el prior del monasterio de los Jerónimos convenció al duque de Alba a embarcar e iniciar el diálogo con el prior del Crato en un encuentro secreto nocturno a bordo de una galera en medio del Tajo. Por razones obvias, Antonio I acabaría por no comparecer. Las posiciones estaban definitivamente aclaradas y no habría concesiones por ninguna de las partes.
Los portugueses estaban atrincherados desde la desembocadura con el Tajo, hasta el actual alto de los Placeres. Emplazaron su artillería incluido el cañón de Diu (hoy en el Museo Militar de Lisboa), cañón colosal que mide 6 metros y pesando 19,5 toneladas traído de la India en la primera mitad del siglo XVI. Desplegaron de forma similar al duque de Alba en tres grupos: un grupo bajo el mando de fray Esteban Piñeiro a la derecha, otro Fernando de Meneses en el centro, y otro mandado por el propio António I; defendiendo el puente, una reserva aún más al norte, en un olivar en la colina del actual cementerio de los Prazeres, con la caballería y algo de infantería como fuerza de reacción.
El duque de Alba disponía de 12.000 infantes y 1.500 jinetes, disponía de 9 tercios, 3 de los cuales eran veteranos españoles (Lombardía, Nápoles y Sicilia), 1 italiano bajo el mando de Próspero Colonna, 1 alemán bajo el mando de Jerónimo Lodrón y 4 tercios de novatos. Cada tercio tenía entre 1.000 y 1.300 efectivos, además contaba con 1.500 jinetes y 2.500 zapadores.
El duque de Alba dividió los 2.100 arcabuceros españoles de 7 tercios, en mangas de 300 cada uno, que actuaron desgajados de sus unidades de origen.
En cuanto a las picas, se hicieron tres cuerpos. Uno para atacar el puente de Alcántara bajo Colonna, formado por tres escuadrones, uno de italianos, otro de 1.000 alemanes de Lodrón, y el último con los tercios de bisoños de Argote y Moreno (este último ahora al mando de Córdoba). Otro cuerpo río arriba, bajo el mando de Alba formado por otros 3 escuadrones, uno formado por los 2 tercios españoles veteranos, otro con otro tercio español y los restos de piqueros alemanes de Lodrón, otro por los tercios bisoños de Zapata y Niño. Otro ligero formado por arcabuceros y rodeleros bajo el mando de Sancho Cavila, conocido como el Rayo de la Guerra, que fue situado aguas más arriba. Finalmente, más al norte, ya fuera de la vista de los portugueses, se situaron unos 1.500 jinetes del hijo de Alba, Fernando de Toledo.
Desarrollo de la batalla
Durante la noche las vanguardias hispanas se dedicaron a escaramucear y hacer sonar tambores como si fueran a atacar, para confundir y desgastar a los defensores, haciendo que los portugueses permanecieran en vela toda la noche en sus escuadrones, mientras el grueso hispano descansaba.
La batalla se inició el 24 de agosto de 1580, con un intenso fuego de artillería por ambos bandos.
El duque Alba dio la señal convenida, y Colonna se lanzó con sus italianos a cruzar el puente de Alcántara, pero se encontró con una terrible barrera de fuego de arcabucería que le rechazó. Colonna, asombrado, veía como el resto de la línea española situada aguas arriba no se movía, y blasfemando pidió refuerzos con urgencia. Alba, impasible, solamente autorizó a que Lodrón le apoyara en un segundo ataque. Sin embargo, el plan de Alba estaba funcionando, ya que cada vez acudían más portugueses al sector del puente, debilitando los sectores de la línea situados más al norte. De hecho, las tropas de fray Piñeiro acudieron, y luego las del propio Antonio, y muy reforzados rechazaron de nuevo a los hispanos. Finamente, los novatos españoles del sector, bajo Argote y Moreno, se lanzaron a la refriega junto a italianos y alemanes, logrando cruzar el puente por tercera vez, y con sus arcabuceros despejaron unos molinos repletos de tiradores portugueses situados junto al Tajo, que estaban diezmando a los hispanos. Sin embargo, los lusos aún aguantaban, no permitiendo ampliar la cabeza de puente sobre el Alcántara.
Una compañía de arcabuceros del tercio de Antonio Moreno (ubicados en el flanco derecho español, frente a los molinos) cruzaron el río sin que los defensores pudieran impedirlo. Apenas se habían percatado de ello, ya que estaban disparando sus armas contra el bullicio acaecido en el puente.
En ese momento fue cuando el duque de Alba dio la orden de avanzar a sus tropas del norte. Con las trincheras portuguesas medio desamparadas, los tiradores de Dávila, se descolgaron por las barrancas del Alcántara y lograron cruzar al otro lado, rodeando los arcabuceros las trincheras portuguesas y atacándolas por los extremos. Tras tomar la primera línea, Dávila se lanzó contra la segunda ubicada en lo alto de la colina del olivar. Los lusos del puente, viendo que sus camaradas eran batidos más al norte y cómo podían ser rodeados, empezaron a retroceder también, desbandándose la mayoría, aunque algunos intentaron llegar al citado olivar. Allí se hicieron fuertes bajo Duarte de Castro, hasta que apareció por detrás de ellos la caballería de Fernando de Toledo, que dando un rodeo había cruzado también el río de forma inadvertida. Con ello el ejército de António se derrumbó definitivamente, y a las pocas horas la caballería de Fernando entraba en Lisboa, para impedir que las tropas hispanas la saquearan.
Secuelas de la batalla
La victoria de Alba fue completa, ya que mientras el derrotado ejército portugués perdió unos 4.000 hombres incluyendo 1.000 muertos; los bajas españolas rondaron los 500 muertos. Lisboa, indefensa, se rindió dos días más tarde.
Dispersas y vencidas las fuerzas portuguesas, el prior de Crato con unos 100 jinetes, huyó Coimbra, acosado por Sancho Dávila, consiguiendo llegar a Oporto. Se trasladó a Francia y se refugió más tarde en las Azores, donde sus habitantes y partidarios le reconocieron solemnemente como rey de Portugal. Los imperiales, hacia finales de 1580, controlaban la mayor parte de Portugal.
Habían sido solo cuatro meses de oposición que Felipe había zanjado de modo jactancioso, diciendo del nuevo reino que anexionaba: «Lo heredé, lo compré, lo conquisté«. En efecto, el rey español había tenido que remover sus arcas para conseguir el apoyo mayoritario de la nobleza. Sin embargo, no era exactamente una anexión. Portugal no quedaba anexionado a Castilla, como muchos portugueses temían, sino que ambos reinos quedaban unidos por lazos dinásticos.
Vencida la resistencia del último pretendiente al trono y ocupado militarmente el país, el 25 de marzo de 1581 el rey Felipe II de España fue coronado rey, reconocido por las Cortes de Tomar, con el nombre de Felipe I de Portugal. Este fue el comienzo de un periodo en el que Portugal junto con los demás reinos hispánicos compartieron el mismo monarca en una unión dinástica aeque principaliter bajo la casa de Habsburgo hasta 1640.
Por su parte, Fernando Álvarez de Toledo fue nombrado por el rey Felipe II condestable de Portugal y I virrey de Portugal, máximos cargos en aquel país después de la persona del propio monarca. El Gran Duque de Alba alcanzó, en el final de sus días, una posición encumbrada tanto en el Reino de España como en el Reino de Portugal, ya que ocupó estos cargos lusitanos hasta su fallecimiento en Lisboa, en 1582.
Portugal y España tenían dos claros frentes comunes, la expansión en el Nuevo Mundo y el fortalecimiento del ideal cristiano que ambos compartían. En cualquier caso, Felipe II ganaba más con la incorporación de Portugal que los portugueses bajo su mando. Lograba un comercio más rico con la incorporación de las rutas orientales y lograba una mejor defensa del Atlántico gracias a las Azores. También mejoraba sus perspectivas respecto a los insurgentes de los Países Bajos, a quienes podían llegar a bloquear comercialmente.
Con la incorporación de Portugal, el Imperio español se convirtió en el primer y mayor imperio global de la historia; porque por primera vez un imperio abarcaba posesiones en todos los continentes, las cuales, a diferencia de lo que ocurría en el Imperio Romano o en el Carolingio, no se comunicaban por tierra las unas con las otras.
Batalla de la isla Terceira o de las Azores (26 de julio de 1582)
Antecedentes
Tras la derrota en la península, Antonio, el prior de Crato, logró huir a Inglaterra. Tanto dicho país como Francia le ofrecieron apoyo, de forma más o menos encubierta, para sus futuras operaciones, a pesar de que Portugal ya formaba parte de los dominios de Felipe II. La ayuda no era desinteresada: la Francia de Catalina de Médici, quería reforzar su posición internacional, obteniendo, en caso de victoria, algunas colonias portuguesas, además de abrir el comercio con Brasil y la India portuguesa; para Isabel I de Inglaterra esta era una ocasión idónea para debilitar a su enemigo católico Felipe II y también esperaba obtener ventajas territoriales.
Todas las posesiones portuguesas, salvo las islas Azores o Terceiras, reconocían a Felipe II como rey de Portugal. Estas islas eran punto de recalada para la flota de la plata de Indias, donde hacían aguada y recogían víveres para continuar viaje a España.
En 1581, se presentan en Lisboa los comisarios de la isla de San Miguel para ofrecer su sumisión a Felipe II, por lo que se envía a dicha isla la escuadra de Galicia, al mando de Pedro Valdés. Estaba formada por 4 naos grandes y 2 pequeñas, y llevaban 80 artilleros y 600 infantes. Su misión era limpiar el mar de corsarios y recibir a las flotas de Indias, para evitar que recalasen en territorio enemigo. Y conociendo que la de la India Oriental venía bajo el mando de Manuel de Melo, partidario del prior de Crato, otra de sus misiones era evitar que los agentes del Prior contactaran con él.
En paralelo se prepara en Lisboa una armada de 12 naos, mandada por Galcerán Fenollet y con el maestre de campo Lope de Figueroa, seguiría a la de Valdés, y que llevaría a San Miguel 2.200 soldados, con la intención de desembarcar en la Terceira.
El 30 de junio, llegó Valdés a San Miguel, y su gobernador, Ambrosio de Aguiar, le informa que en la Terceira se habían recibido armas y municiones. Pero la tripulación de una carabela que había interceptado le dijo que, si bien en la Terceira había muchos partidarios del Prior, estos estaban mal armados. Dando por buena esta última información, en lugar de emprender su misión de esperar a la flota de Indias, efectuó un desembarco con 350 hombres cerca de Angra. El desembarco fue un fracaso y se perdieron más de 200 hombres, entre ellos un hijo de Valdés y un sobrino de Álvaro de Bazán.
Al llegar las flotas de Tierra Firme y Nueva España, con 43 naves, intentó convencer a sus generales, Francisco de Luján y Antonio Manrique, para efectuar un desembarco conjunto en la Terceira. Estos se negaron y siguieron viaje a España, encontrándose en esta singladura con la flota de Lope de Figueroa. Este les dio agua y los escoltó a Lisboa, frustrando las intenciones de Melo, que, por el descuido de Valdés, había recibido instrucciones para dirigirse a Francia.
Lope de Figueroa volvió a las Azores, y a la vista del fracaso de Valdés, decidió no efectuar el desembarco en la Terceira, al considerar que la guarnición de la isla era superior a la inicialmente estimada.
En marzo de 1582, se reforzó la isla de San Miguel con 4 naos guipuzcoanas que lleva Rui Díaz de Mendoza, y quedaron a cargo del almirante portugués Pedro Peixoto da Silva, que estaba allí con dos galeones y tres carabelas.
En mayo 9 naos francesas atacaron San Miguel. El ataque fue rechazado por las naos guipuzcoanas, que tuvieron 20 muertos.
Los preparativos de la expedición
En enero de 1582, Felipe II dio las órdenes de preparación de la expedición naval que tenía que conquistar el reducto enemigo de las Azores Occidentales. Los preparativos comenzaron en la primavera bajo el mando de Álvaro de Bazán, capitán general de las galeras de España, elegido por el Rey para mandar la armada que ha de trasladarse a las islas.
En Lisboa y Sevilla se construyeron los buques y se reunieron las tropas con soldados preferentemente portugueses, aunque también figuran españoles, italianos y alemanes. Pero los preparativos se retrasaron porque se tenían que construir 80 barcas planas para que desembarque la infantería, cuya madera se había cortado a finales de febrero, y se tenía que elaborar un patrón que sirviera de modelo común a las atarazanas andaluzas.
La expedición debía estar compuesta por 60 naos gruesas, con los pataches y embarcaciones auxiliares correspondientes, 12 galeras y las barcas para desembarco. Aparte de los marinos, las tropas de tierra serían de 10.000 a 11.000 soldados, al mando del maestre de campo, Lope de Figueroa. La impedimenta constaba de provisiones para seis meses, artillería de batir, carros de municiones, mulas y caballos para atender a los servicios de transporte y acarreo.
El propósito principal de la expedición, según las órdenes del rey, es la de destruir las armadas enemigas y conquistar las islas en poder de los rebeldes. El objetivo principal está claro: derrotar a la fuerza naval adversaria; logrado esto, conquistar las islas rebeldes.
En Francia el portugués consiguió sus mayores apoyos. Además, firmó un acuerdo con el condotiero Filippo Strozzi, un noble florentino primo de la reina madre, Catalina de Médici; por el que se puso al servicio de António I. Strozzi, ex mariscal de Francia, había reunido 6.000 soldados y una flota de 64 buques, zarparon desde Belle Île el 16 de junio de 1582 hacia las Azores, teniendo por condestable a Francisco de Portugal, tercer conde de Vimioso.
El plan de campaña, que sería así: Strozzi, después de conquistar la isla de Madeira, ocuparía las Azores para el prior de Crato; después el mariscal Brissac se apoderaría de las islas de Cabo Verde; en agosto, Felipe Strozzi debería reforzar la guarnición y dirigirse a Brasil, que sería cedido a Francia por el pretendiente cuando fuera rey de Portugal. 7 buques ingleses entregados al pretendiente formaron también parte de la flota de Strozzi.
Sin embargo, en los contratos de asiento con los dueños de los buques figuraba que se utilizarán para proteger los buques mercantes, combatir a los piratas o hacer lo que ordene el rey o la reina madre. La noticia de que Felipe II está preparando una expedición naval contra las islas Azores condujo a concentrar la fuerza francesa para poder hacerle frente en vez de desarrollar el plan escalonado previsto.
Esta flota partió el 16 de junio y después de un mes de navegación atracaron los buques en la rada de San Miguel. Los pilotos pensaban que estaban en la isla de Santa María. Entonces Strozzi tomó la decisión de desembarcar 1.200 hombres para asediar el fuerte de Punta Delgada, aunque consiguió un éxito inicial frente a la tropa que trataban de resistirse al desembarco; no aprovechó la ocasión de rendir la plaza, viéndose obligado a reembarcar a sus soldados cuando se enteró de la apremiante presencia de las naves de Álvaro de Bazán.
Los franceses habían llegado entre el 14 y el 15 de julio a San Miguel. Los vientos fueron muy favorables durante la travesía y a su llegada pudieron comprobar que no había rastro de las tropas de Felipe II. Ante esta inesperada sorpresa, Antonio I envió emisarios a tierra a fin de que los defensores rindieran la isla sin oponer resistencia. Pero la respuesta fue negativa y no le quedó al portugués otro remedio que atacar las guarniciones.
Tras bombardear las fortificaciones de la isla durante el 15, 16 y 17 de julio; finalmente lanzaron a tierra a 3.000 infantes, entre las villas de Lagoa y Rosto de Cão, cogiendo de improviso a los defensores, parte de los que pudieron, huyeron con sus familias y pertenencias al interior de la isla, y los que quedaron se refugiaron en el castillo de São Brás. Mientras tanto, António I desembarcaba con 2.000 soldados en el mismo puerto, y los franceses se adentraban en la isla, saqueando todo lo que encontraron a su paso y asesinando a 200 portugueses que opusieron resistencia.
En la mañana del 17 de julio, una compañía de franceses y portugueses que habían estado saqueando la villa de Lagoa y procedían al reconocimiento del norte de la isla, se encontraron en el Pico do Cháscalo con un destacamento de tropas castellano-portuguesas que habían huido de Punta Delgada. En el enfrentamiento que siguió, fallecieron 25 españoles y 50 franceses. Tras esta escaramuza, los franceses continuaron saqueando las villas de Fenais da Luz y de Faja de Cima, así como los arrabales de Punta Delgada.
Una vez controlada la mayor parte de la isla, Antonio I se estableció en Franca do Campo, con la intención de rendir el último obstáculo que quedaba: las fuerzas castellanas atrincheradas en el castillo de São Brás. Mientras preparaba el asalto, fue informado de la llegada de la armada de Álvaro de Bazán y ordenó a todas sus tropas la finalización de las hostilidades en tierra y el embarque inmediato. La intención era combatir antes que llegara todo el grueso de la flota castellana.
El 10 de julio, teniendo noticias de que la armada francesa se encontraba ya en la mar, Álvaro de Bazán zarpó de Lisboa. Al poco de zarpar, la flota española se encontró con una tormenta que dispersó las escuadras obligando a 4 barcos a regresar a Lisboa. La flota de Álvaro consiguió reagruparse anclando el día 22 de julio en Villagranca, al sur de la isla de San Miguel, pero la flota de Strozzi ya se encontraba en las Azores desde el día 14.
Fuerzas contendientes
El 21 de julio llegó el Marqués a la isla de San Miguel, con solo 27 naos y la mitad de la tropa prevista. Mandó dos pataches para notificar su llegada al gobernador y decir al almirante Peijoto que se uniese a su escuadra, y fondea el 22 en Villafranca para hacer aguada. Le sorprendió el recibimiento hostil de los lugareños, e incluso los esquifes recibieron algún arcabuzazo. Pero le dijeron que eran leales a Felipe II y que deberían dirigirse a Punta Delgada. En esto llegó una carabela comunicando que había salido de Lisboa con otras dos carabelas y dos naos, que las dos carabelas habían sido apresadas por los franceses y que las naos habían conseguido escapar como ellos. Uno de los pataches de descubierta llegó con las noticias del apresamiento de los dos pataches que se habían enviado a Punta Delgada.
Se ordenó a Miguel de Oquendo reconocer la isla y encontrar a la flota francesa, hallándola en Punta Delgada, 12 millas al oeste de donde se encontraba el grueso de la flota de Álvaro de Bazán. Se contaron hasta 56 barcos franceses, con lo que la flota francesa era numéricamente superior; sin embargo, el promedio de tamaño de los buques franceses era menor que el de los españoles y portugueses, impuesto sobre todo por el escaso calado de los puertos franceses, proporcionándoles a cambio la ventaja de ser muy maniobrables y buenos veleros. Don Álvaro convocó una reunión de los capitanes de su flota para celebrar consejo. Entre ellos se encontraban Pedro de Toledo, maestre general de campo; Pedro de Tassis, comisario general; Francisco de Bobadilla y otros oficiales. Todos acordaron entablar combate inmediatamente aún contra un enemigo superior en número.
La flota española inicialmente estaba compuesta de 2 galeones del rey, 10 naos guipuzcoanas, 8 portuguesas y castellanas, 10 urcas flamencas, 1 levantisca y 5 pataches, en total de 25 bajeles de guerra.
Álvaro de Bazán izó su estandarte en el galeón portugués San Martín, de 1.000 toneladas y armado con 48 cañones. El maestre de campo, Lope de Figueroa, que mandaba las compañías del Tercio embarcado, unos 4.500 hombres, se encontraba a bordo de otro galeón portugués, el San Mateo, de 750 toneladas y 36 cañones. El capitán general de la armada de Guipúzcoa, Miguel de Oquendo, tenía el mando de una escuadra de mercantes armados, mientras que otra escuadra reunía a los mercantes y buques auxiliares. El mismo Álvaro aportaba una escuadra de galeazas de su propiedad, que armaban unas 50 piezas de artillería cada una y que solían navegar principalmente a vela. Se esperaba además, que en un momento u otro se uniera a esta flota la escuadra de Juan Martínez de Recalde, pero no llegó a tiempo de combatir.
El mando de la flota francesa lo tenía Felipe Strozzi, hijo de Pedro Strozzi, mariscal de Francia, y le secundaba Carlos de Brisac, conde de Brisac, también hijo del mariscal de Francia. Se encontraba en ella Francisco de Portugal, conde de Vinioso. También había un pequeño contingente inglés, al mando de Howard of Effingham. Llevaban 60 navíos con 7.000 infantes y arbolaban la bandera blanca con la flor de lis dorada.
Desarrollo de la batalla
La falta de viento dejó a las dos escuadras inmóviles, y con la brisa del anochecer, los españoles se dirigieron hacia la mar y los franceses hacia tierra.
A media noche llegó a la Capitana de Bazán una pinaza con noticias de Punta Delgada. El gobernador le comunicaba que los franceses habían desembarcado con 3.000 hombres en la isla el 15 de julio, saqueando la villa de La Laguna y tomando Punta Delgada, salvo el castillo. Que el almirante Peijoto, en vez de hacerse a la mar, se arrimó al castillo, resultando apresadas las naves guipuzcoanas y varadas en los escollos dos carabelas y dos galeones. Que la gente de los barcos se había refugiado en el castillo, por lo que pudo resistir con más de 500 hombres. Y que al ver que los franceses se retiraban, en vez de hacerse fuertes en Punta Delgada, supusieron que había llegado la escuadra española, por lo que despacharon la pinaza para avisarles.
Los días 23 y 24 de julio, la escasez de viento no permitió combate alguno, y las escuadras, que se hallaban a poco más de una legua la una de la otra, y a unas cinco de la isla de San Miguel; permanecieron enfrentadas a la vista y a la expectativa, únicamente se lanzaban andanadas, prácticamente infructuosas.
En la amanecida del 24 de julio, la situación seguía igual. A las cuatro de la tarde, los franceses, en tres columnas, atacaron la retaguardia que manda Miguel de Oquendo, con sus cinco naves guipuzcoanas. La presteza de Bazán en cerrar la formación hizo que fracasase el ataque, y los franceses se vieran obligados a retirarse con daños, pero conservando el barlovento.
Bazán ordenó a sus barcos que esa noche, al ponerse la luna, sin más órdenes y sin luces, que virasen para ganar barlovento, esperando así encontrarse al amanecer a barlovento de los franceses, como así ocurrió.
Con viento flojo y sin ventaja táctica clara para ninguna de las escuadras, navegaron en paralelo a una distancia de unas 3 millas y rumbos opuestos, la de Strozzi hacia el oeste y la de Álvaro de Bazán hacia el este. Al mediodía, el galeón San Mateo, a las órdenes de Lope de Figueroa, en una maniobra no prevista, viró y puso rumbo directo a la escuadra francesa; los franceses, pensaron que podían aislarle.
En la mañana del 25, se encontraba Bazán a barlovento de los franceses, y además la formación francesa estaba desordenada, porque estaban reparando las averías del combate de la tarde anterior. Sin embargo, Bazán no pudo aprovechar esa oportunidad, puesto que a las nueve de la mañana, la nao de Cristóbal de Eraso, su segundo en el mando, pidió auxilio, pues se había desarbolado. Bazán le dio remolque y se perdió la ocasión de atacar.
Al amanecer del día 26, los franceses fueron conscientes del peligro inminente de un ataque español y maniobraron para escapar de su mala posición. Las dos flotas están a tres millas una de otra, y a 18 millas de la isla de San Miguel, y rumbos opuestos, la de Strozzi hacia el oeste y la de Álvaro de Bazán hacia el este con la francesa situada a barlovento. Siguieron navegando de orza, y parecía que tampoco iba a haber combate.
Después del mediodía, el galeón San Mateo, que lleva de maestre de campo a Lope de Figueroa, se apartó de la línea hacia barlovento. Los franceses creyeron que podían aislarle de la línea española, y se dirigieron hacia él la Capitana, la Almiranta y tres galeones. Figueroa aceptó el combate, y sin disparar sus cañones, se vio abordado por la Capitana (por babor) y la Almiranta (por estribor), mientras los otros tres galeones le hacían disparos por proa y popa.
Cuando las dos naves estaban muy cerca, disparó su artillería, produciendo grandes daños a los franceses, y repitió la descarga antes del abordaje. Puso tiradores escogidos en las gavias para barrer las cubiertas francesas. Estando ya el San Mateo ingobernable, sin jarcias ni velas, aguantó durante dos horas el castigo al que le sometieron los cinco buques franceses. Su casco recibió más de 500 impactos de artillería, fue desarbolado de mástiles y aparejos, y la mitad de la tripulación y de los soldados habían sido muertos o heridos, pero el San Mateo no aflojó su defensa. Mientras tanto, el resto de la flota española había estado efectuando trabajosamente una maniobra de virada en contra del viento.
A las dos horas del primer intento de abordaje llegaron al combate refuerzos encabezados por la nave de Oquendo que se lanzó a toda vela entre el segundo galeón francés y el San Mateo; tras barrer a cañonazos la cubierta del enemigo, asaltaron la nave francesa y tomaron el castillo de popa. El navío de Oquendo, muy dañado por los disparos y con importantes vías de agua, se vio obligado a su abandono antes de su hundimiento.
Era el momento más decisivo y cuando el combate se había generalizado, la escuadra de retaguardia que era el escuadrón de Strozzi abandonó la batalla. La lucha se desarrollaba sin que ninguna de las dos flotas intentara siquiera mantener una mínima formación. La confusión era total y cada capitán maniobraba su nave según su criterio, la única directriz común era buscar un oponente, abrir fuego y enzarzarse mutuamente con los garfios para pasar luego al abordaje.
Existía un acuerdo tácito entre los marinos de la época por el cual las naves almirantas de dos flotas enfrentadas debían entablar un duelo del que dependería el resultado final del combate. Así la nave insignia de Álvaro de Bazán se abrió paso entre la confusión buscando el buque insignia de Strozzi. Don Álvaro finalmente lo localizó y decidió pasar al abordaje. Filippo Strozzi había sido herido de un tiro de mosquete por debajo de una rodilla, perdiendo mucha sangre y obligado por la fatiga tuvo que refugiarse en su cámara de la Almiranta, que estaba a punto de ir a pique. Tras el duro castigo que había recibido su embarcación, con más de 400 muertos a bordo; decidió dirigirse a tierra para buscar refugio, pero fue alcanzado por don Álvaro, que ordenó su encarcelamiento en el castillo de popa de su buque, donde consintió que un soldado le hiriera con la espada, dejándole muy malherido. Después ordenó que lo lanzaran por la borda.
Al ver rendido su buque insignia, el resto de buques de la flota francesa renunció a seguir el combate y se retiró en todas direcciones, dando por concluida la batalla. Las naves francesas que no estaban trabadas a naves españolas se retiraron, y terminó el combate a las cuatro horas de haber empezado.
Secuelas de la batalla
La batalla terminó con un rotundo triunfo de Álvaro de Bazán a pesar de haberse enfrentado a fuerzas superiores. La flota francesa perdió un total de 10 naos grandes, entre ellas la Almiranta. Las bajas francesas se estimaron en unos 2.000 muertos, incluyendo a su almirante, mientras que los españoles no perdieron ningún buque y tuvieron 224 muertos y 550 heridos.
El día 30 de julio, la escuadra española fondeó en Villafranca, desembarcando heridos y prisioneros y empezando sus reparaciones.
Se inició un juicio contra los prisioneros, acusándoles de piratas, ya que España y Francia estaban oficialmente en paz. Los franceses alegaron no ser piratas, y que tenían despachos del rey de Francia, pero Bazán dio por falsos esos documentos, y los condenó a muerte. El 1 de agosto, en Villafranca, fueron degollados 28 señores y 52 caballeros, y ahorcados los soldados y marineros de más de 18 años de edad.
El prior de Crato huyó de la isla Tercera, embarcando en las naves francesas fugitivas.
Conquista de la isla de Terceira (1583)
El 23 de junio de 1583, partió una escuadra, al frente de la cual se encontraba nuevamente Álvaro de Bazán, llegando a la isla de Tercera el 7 julio, aunque no pudieron fondear hasta el día 13.
Partieron de Lisboa un total de 91 buques, llevando a remolque siete barcazas para el desembarco. Iban embarcados más de 8.000 hombres, a los que se sumaban otros 2.600 del tercio de Agustín Íñiguez de Zárate, que se encontraban en la isla San Miguel, y casi 500 caballeros, soldados y capitanes que también se unieron a la expedición.
La preparación de España para que esta empresa llegase a buen puerto fue minuciosa, pero tanto Francia como Inglaterra, estaban dispuestas a ofrecer nuevamente ayuda al prior de Crato, como así hicieron. Catalina de Médici ordenó al comendador de San Juan, Aymar de Chaste que organizara nueve compañías de infantería formadas por un total de 1.200 franceses y 400 ingleses. Con ellas llegaría al archipiélago, quedando como general de estas tropas y de las ya existentes en el lugar.
Álvaro de Bazán, decidió que el desembarco debía hacerse en la caleta llamada das Molas, al considerar que, al ser de acceso difícil, estaría menos defendida; a pesar de todo, existía un fuerte y numerosas trincheras.
La noche del 25 de julio, las tropas se fueron colocando en las embarcaciones, para que en la madrugada del 26, primer aniversario de la victoria naval frente a los franceses, comenzase el desembarco. Este fue todo un éxito, pues en una hora ya se había acabado con todas las defensas de aquella zona de la isla. Una vez en tierra, los soldados formaron, esperando la llegada de las tropas que venían desde las ciudades de Angra y Praya. Los franceses, viendo la formación de los 4.000 hombres al mando del marqués de Santa Cruz, fueron a una colina cercana a la ciudad de San Sebastián, para defenderse. Se produjo así un encarnizado combate de más de dieciséis horas. En la madrugada del día siguiente, los franceses se retiraron hacia la montaña de Guadalupe, fuertemente defendida.
Al mediodía, los soldados españoles entraron en la capital, Angra. Chaste, se rindió junto a sus tropas, salvando su vida. En cambio, el gobernador portugués Manuel de Silva, se escondió en los montes del interior de la isla, siendo finalmente apresado, juzgado y condenado a pena de muerte.
Solamente quedaban ya por tomar las islas de San Jorge, el Pico y del Fayal. Para ello, Álvaro de Bazán, mandó una expedición al mando de Pedro de Toledo, marqués de Villafranca. No encontró resistencia en San Jorge y el Pico, pero sí en la isla del Fayal, donde se encontraban un millar de soldados franceses e ingleses que, a pesar de la resistencia ofrecida en un primer momento, acabaron rindiéndose.
El prior de Crato de vuelta al exilio en París, y temeroso de posibles asesinos, huyó a Inglaterra, donde también fue bien recibido por Isabel I, con la cual planeó un intento fallido de invasión de Portugal. Tras malvender las últimas joyas de la Corona que aún conservaba, pasó sus últimos días en pobreza gentil, mantenido por una pequeña pensión a cargo de Enrique IV de Francia.