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Antecedentes
En el año 1499 el cardenal Cisneros provocó una revuelta en el barrio granadino de Albaicín al intentar forzar a los musulmanes a convertirse al cristianismo. Esta revuelta se extendió a otras zonas del antiguo reino granadino, como en las zonas montañosas de las Alpujarras y en la serranía de Ronda. La revuelta se convirtió en rebelión y en 1501 tuvo que intervenir el rey Fernando el Católico para sofocarla.
La conversión de algunos musulmanes provocó la creciente tensión local, que estalló el 18 de diciembre con la sublevación de los mudéjares del Albaicín en Granada. Ante esta situación, el conde de Tendilla, Íñigo López de Mendoza y Figueroa, así como el arzobispo de Talavera, trataron de dominar los acontecimientos de manera pacífica mientras se realizaba un llamamiento a diversos concejos andaluces solicitando el envío de tropas para controlar a los sublevados.
El día 20 de diciembre la noticia de la sublevación alcanzaba la ciudad de Sevilla, mientras el prelado y el conde ordenaban pregonar la amnistía para quienes se convirtiesen al cristianismo, al tiempo que garantizaban que el castigo alcanzaría solamente a los responsables de la rebelión. Dos días después el monarca se quejaba de no haber recibido todavía noticias de lo ocurrido; ya en el mes de enero del año 1500, para intentar solucionar la rebelión, los reyes enviaron a don Enrique Enríquez como representante suyo en Granada.
El nuevo año comenzaba con la masiva conversión de los mudéjares de Granada, tras el restablecimiento de la paz, lo que supuso la retirada de las tropas enviadas en un primer momento a la localidad. Los cabecillas de la revuelta se habían retirado de la ciudad buscando refugio seguro en La Alpujarra, donde encontraron un caldo de cultivo en los alpujarreños, para los que regía la misma capitulación de la ciudad de Granada. De este modo se iniciaban, una tras otra, las revueltas de las Alpujarras.
Los alpujarreños sublevados fueron avanzando poco a poco en el control de la zona: en enero se apoderaron de algunas fortalezas costeras, como la de Adra, Albuñol y Castil de Ferro. A lo largo de este mismo mes sitiaban la localidad de Márjena, en cuya defensa acudió Pedro Fajardo, hijo del adelantado de Murcia, quien derrotó a los alpujarreños en los alrededores de Alhama de Almería, con lo que logró el levantamiento del cerco de Márjena. Ya a fines del mes de enero, los Reyes Católicos procedían al nombramiento del maestresala Garcilaso de la Vega como gobernador de la zona oriental del reino de Granada.
El mes de febrero de 1500 la situación de la zona de Almería se tranquilizó a raíz de la marcha de las huestes concejiles, con el rey Fernando al frente, que penetraron en las Alpujarras por El Padul. Ya en el mes de marzo, las tropas reales ocuparon Lanjarón (al oeste de la Alpujarra), mientras el condestable de Navarra avanzaba desde el este y asaltaba la localidad de Andarax. Tras estos éxitos, el rey concedía la capitulación a los cabecillas de la revuelta, que se encontraban refugiados en Órgiva. Se iniciaron, de este modo, unas negociaciones que concluirían con la conversión general y la firma de un acuerdo el 30 de julio del año 1500.
Simultáneamente, en las tierras occidentales del reino continuaba la inquietud mudéjar, a pesar de las reiteradas afirmaciones monárquicas que garantizaban el no forzamiento a la conversión. Sin embargo, en la zona oriental se iniciaron nuevas revueltas en el mes de octubre: las localidades de Níjar, Inox, Velefique, Huebro y Torrillas se sublevaron. Diego Fernández de Córdoba, alcaide de los Donceles, era nombrado capitán general de una hueste que iniciaría el asedio de Velefique para reducir a los amotinados. A comienzos del año 1501, las tierras de esta zona quedaron ya plenamente pacificadas. Finalmente, a mediados de enero, las serranías de Ronda y Villaluenga constituyeron el último reducto del levantamiento mudéjar. Tras sufrir los castellanos diversas derrotas, el rey Fernando en persona pasó a dirigir las operaciones y obtuvo la capitulación de los mudéjares a cambio de que se les concediera el permiso para su libre emigración a África.
Una vez sofocadas las revueltas, quedó suprimido el status de religión lícita para el Islam, no solamente en Granada, sino en toda Castilla. Los mudéjares tenían dos opciones: bautizarse o emigrar, bien entendido que, transcurrido un cierto plazo, les sería prohibida la salida del reino. La mayoría permanecieron. Para muchos resultaba muy difícil adaptarse a la nueva religión dentro de la cual eran tratados como catecúmenos necesitados de instrucción. La medida, de momento, no fue aplicada en el reino de Aragón, donde había zonas de predominio morisco absoluto. Los musulmanes convertidos pasaron a tener la denominación de moriscos. Otros, en cambio, tomaron la vía del exilio. El problema se había resuelto momentáneamente.
A esta circunstancia se unió el hecho de que piratas berberiscos, alentados y estimulados por los otomanos, y que muchas veces eran ayudados desde tierra por los moriscos cuando hacían incursiones en pequeñas poblaciones de la costa, haciendo bastantes cautivos. Carlos V, en 1525, aplicó la norma vigente en Castilla y también en Aragón; conversión o dejar el reino. Los años transcurridos entre 1565 y 1571 pueden considerarse una época en que la monarquía Católica vivió bajo la sensación de peligro. En Europa se luchaba contra los luteranos, calvinistas y anglicanos y en España se tenía miedo de una invasión de los turcos, apoyados por los moriscos, que iban a su vez aumentando en número.
Los moriscos del antiguo reino de Granada a inicios del reinado de Felipe II mantenían sus propias costumbres. Era una población autóctona numerosa, que vivía apartada de la sociedad cristiana y que mantenía incluso sus propias leyes y su propia clase dirigente.
Los moriscos mantenían además una actividad económica pujante. La economía de los moriscos de Granada se basaba en el comercio de la seda con Italia y en la manufactura. Existían importantes talleres de seda en Granada, Almera y Málaga. Además, había numerosos telares en todos los pueblos de la zona. La seda se convirtió en prácticamente el único cultivo de carácter comercial de las Alpujarras.
Este comercio de la seda era importante para la Corona, ya que era una fuente importante de ingresos. Igualmente tenían su importancia los moriscos porque daban subsidios al rey a cambio de mantener un favor real que les ayudase en la situación de opresión que se encontraban frente a cristianos viejos y a la Iglesia.
Pero no era todo positivo. Esta situación económica favorable despertó el recelo de los cristianos de la región. Era una afrenta que estos moriscos recién convertidos al cristianismo y que seguían practicando su antigua religión a escondidas tuvieran una economía más boyante que la suya propia.
A este recelo por causas económicas se sumaba la amenaza de los piratas berberiscos y la amenaza turca. En la década de 1560 los piratas de Argel libraban una guerra con España. Los piratas frecuentaban las costas de Valencia y Andalucía, haciendo cautivos a cristianos y saqueando asentamientos costeros.
Los moriscos entraron en contacto con los piratas del norte de África y con el sultán otomano. Los turcos pretendían utilizar a los moriscos españoles como elemento desestabilizador dentro de territorio español para así conquistar territorios como Chipre y Túnez mientras los españoles empleaban sus fuerzas dentro de su territorio.
Felipe II dio finalmente su aprobación y el resultado fue la pragmática de 1 de enero de 1567. Los moriscos intentaron negociar la suspensión, como ya lo hicieron en 1526; pero esta vez el rey se mostró inflexible y así se lo comunicó el cardenal Diego de Espinosa, presidente del Consejo de Castilla e inquisidor general; a una delegación enviada a Madrid e integrada por el cristiano viejo Juan Enríquez, acompañado de dos notables moriscos, Hernando el Habaqui y Juan Hernández Modafal. También fracasaron las gestiones llevadas a cabo por Francisco Núñez Muley ante Pedro de Deza, e incluso las del capitán general de Granada, Íñigo López de Mendoza y Mendoza, III marqués de Mondéjar, ante el cardenal Espinosa. «La voluntad de terminar de una vez para siempre con toda una estructura social, con toda una cultura, era clara y no había nada que hacer ante ella. Nada, salvo la guerra«, afirma Julio Caro Baroja.
El Edicto estipulaba que los moriscos de Granada estaban obligados a aprender el castellano en un plazo máximo de 3 años. Se prohibía, además, hablar, leer y escribir el árabe en público o en privado. Se les exigió que abandonaran sus vestimentas, teniendo que vestir a partir de entonces a la castellana. También se exigía que las mujeres fueran con las caras destapadas. Tampoco podían usar a partir de entonces nombres o apellidos moros.
Los jefes principales, algunos llegados de la Alpujarra, mantuvieron reuniones en casas de familias conocidas del Albaicín y desde allí se fueron dando las órdenes. En la reunión celebrada el 27 de septiembre de 1568 se propuso que se eligiera un jefe, rey, jeque o capitán para que encabezara la revuelta. El día de San Miguel se nombró a Hernando de Córdoba y Válor como rey de los conjurados siguiendo el viejo ritual con que se entronizaban los reyes de Granada, “vistiéndole de púrpura, tendiendo cuatro banderas a sus pies, reverenciándoles y exhumando profecías”. Hernado de Válor fue escogido por ser descendiente del linaje de los califas de Córdoba, los Omeyas, y por ello tomó el nombre moro de Abén Humeya (o Abén Omeya).
El levantamiento empezó en el barrio granadino de Albaicín. Posteriormente la insurrección se extendió por las montañas de las Alpujarras, situadas entre Sierra Nevada y la costa malagueña. Desde las montañas se difundió a las llanuras. Fue una insurrección básicamente rural, con mayor porcentaje de población morisca, teniendo una participación menor los moriscos de las ciudades.
La guerra de las Alpujarras se divide en cuatro fases.
- Primera fase (hasta marzo de 1569).
- Segunda fase (marzo 1569 a enero 1570).
- Tercera fase de (enero de 1570 a abril de 1570).
- Cuarta fase (abril de 1570 a primavera de 1571)
Primera fase (hasta marzo de 1569)
La primera fase duró hasta marzo de 1569 y estuvo marcada por las campañas conducidas por el Íñigo López de Mendoza y Mendoza, marqués de Mondéjar desde el oeste y Luis Fajardo, el marqués de los Vélez desde el este para acabar con la rebelión.
Campaña del marqués de Mondejar
Aun con todo esto el marqués de Mondéjar salió de Granada a principios del mes de enero del año 1569. Los primeros pasos de este se dirigieron hacia la zona de Alhendin, pasando al Padul y luego a Durcal, donde se estableció durante algunos días para abastecerse y esperar a que se le unieran el resto de tropas, reuniendo 1.800 infantes y 90 jinetes.
Salió de Durcal el 9 de enero, rumbo a Tablate, un pueblo situado en la zona del valle de Lecrin, pero de gran importancia estrategia, pues en él se encuentra el puente de Tablate, puerta de acceso a la Alpujarra, y que estaba bajo control de las tropas de Aben Humeya. De camino los mudéjares de Albuñuelas viendo el poderío del ejército reunido por el Marqués, pensaron que iban a dirigirse contra ellos y salieron a pedirle la paz al Marqués. Pasó la noche en Elchite y a la mañana siguiente alcanzó la población de Tablate, donde se desarrolló una batalla por el control del puente. Los moriscos fueron rechazados y el marqués ordeno reconstruir el puente para que la caballería y la artillería pudieran pasar al otro lado sin peligro, internándose así en territorio de la Alpujarra.
Su nuevo objetivo era llegar a socorrer Orgiva, donde un pequeño grupo de cristianos resistía parapetados en la torre de Albacete, el intenso y largo asedio de los monfíes (moriscos refugiados en la sierra). Tras cruzar el puente se dirigió a Lanjarón, donde tuvo alguna escaramuza con los monfíes que allí lo estaban esperando. Pero los monfíes se valían más de su conocimiento del terreno y lo escarpado de este para lanzar emboscadas y retirarse rápidamente, siendo esta una táctica más orientada a causar molestias y retraso en el avance del ejército cristiano, que a causarle un número de bajas considerables. La situación en Orgiva era límite, por lo que el Marqués le dio el mando a su hijo, don Fernando, de unos cuantos hombres para que tomen las posiciones altas donde están los monfíes emboscados, mientras este partía presto.
Cuando los sitiados de Orgiva vieron aparecer al Marqués con su ejército, estos levantaron las defensas y salieron a combatir a los atacantes. La acometida de ambos ejércitos sobrepaso a los atacantes moriscos que tuvieron que levantar el asedio y retirarse. De esta manera el marqués de Mondéjar puso fin al asedio de Orgiva tras 17 días.
Tras dejar algunos hombres para la defensa del pueblo, el Marqués salió de Albacete de Orgiva el día 13 de enero. Se dirigió hacia la taha de Poqueira, pues en Bubion, al ser un emplazamiento muy fácilmente defendible, las tropas de Aben Humeya la habían convertido en plaza fuerte y habían llevado gran cantidad de tropas, vivieres, así como a sus familias y bienes. Además, al Marqués le habían llegado noticias de que el caudillo morisco concentraba allí a sus tropas con la intención de plantarle cara en batalla.
Los moriscos habían asentado 500 arcabuceros y ballesteros, y más fuerzas al final del barranco. El marqués llevaba serían 2.000 infantes 300 jinetes, su consiguió hacerse con las alturas desde donde comenzó a disparar, los moriscos se retiraron dejando 600 muertos frente 7 cristianos.
Al día siguiente el marqués de Mondéjar partió hacia Pitres, donde se detuvo durante varios días para curar a los heridos, esperar la llegada de nuevas tropas, reabastecerse de suministros, etc. Esta situación fue aprovechada por los monfíes, pues amparándose en la intensa niebla que se levantó una mañana, atacaron Pitres. Las crónicas cuentan que los moriscos fueron entrando en las casas y degollando a los soldados que en ellas encontraban, pero en una de estas se escapó un chaval que dio la voz de alarma y el ejército se levantó en armas, rechazando el ataque. Una vez más los moriscos tuvieron que retirarse.
El marqués recibió información que situaba a Aben Humeya en Jubiles, por lo que movilizó a las tropas para dirigirse hacia allí, pero para despistar a los moriscos tomo la ruta de Treveléz, por la sierra de Poqueira. Esa noche llegó al campamento un emisario que venía de parte del Zaguer, lugarteniente de Aben Humeya y tío de este, en la que decía rendirse. Pero el marqués sospechaba que se trataba de una argucia tramada por los moriscos, para darle tiempo a los de Jubiles de sacar de allí a las mujeres, niños y heridos y poder hacerse fuertes en la plaza, por lo que rechazo la oferta de paz.
Los moriscos no tuvieron más remedio que abandonar la plaza de Jubiles, por lo que a la llegada de las tropas del Marqués; salió a su encuentro el beneficiado Torrijos, acompañado por tres moriscos, e informó a los cristianos de que los monfíes se retiraban sin pelear y que la plaza se rendía a ellos.
Estando en Orgiva recibió Mondéjar noticias de que Aben Humeya podría estar escondido en la zona de Valor; por lo que se apresuró a mandar a dos capitanes, Antonio de Ávila y Álvaro Flores, con la orden de buscarlo y prenderlo, pero con la especificación clara de que no debía causarse ningún tipo de daño o estrago a la población de Valor. Por supuesto lo que acabó sucediendo dicta mucho de las órdenes que ambos capitanes habían recibido. Una vez más imperó el deseo de botín y la crueldad en una tropa poco disciplinada, mientras estaban saqueando perdida toda cohesión, fueron atacados y masacrados, siendo el mayor descalabro de las campañas del marqués de Mondéjar.
El desastre de Valor tuvo una serie de consecuencias claras. Por un lado, esta victoria de las tropas moriscas levantó los ánimos entre los monfíes y esto fue muy bien aprovechado por Aben Humeya, que irrumpió con más fuerza en la dirección de la revuelta y consiguió darle un nuevo empujón; que se tradujo en una renovación de la sublevación, cuando se creía que ya estaba controlada. Por otro lado, el marqués de Mondéjar recibía una carta de Felipe II en la que se le comunicaba que el mando de la guerra pasaba a manos de su hermanastro don Juan de Austria.
Campaña del marqués de los Vélez
La rebelión estaba lejos de haberse sofocado y comenzó a extenderse hacia otros puntos como la zona de los Guajeres, la sierra de Bentomiz en Málaga, la hoya de Guadix y se revitalizó en ciertos puntos de Almería.
Teniendo, el marqués de Mondéjar, conocimiento de la sublevación de los Guajeres, se dispuso a sofocarla, pues esta zona era lugar de paso y control para acceder a la costa y las poblaciones de Motril, Salobreña y Almuñécar. Estas zonas no podían dejarse en manos de los moriscos ante una posible llegada de refuerzos turcos por mar. Aun así, esta decisión fue controvertida, pues al ir hacia los Guajares, las poblaciones de Valor y Ohanes, que eran puntos calientes de la revuelta, quedaban a la espalda del ejército del marqués. Algunos de sus oficiales lo instaron a que mandara a su hijo, don Fernando, con parte de la tropa, pudiendo quedarse en Orgiva y controlar el territorio. El marqués se negó a dividir sus fuerzas y con los hombres que tenía reunidos que eran unos 2.000 infantes y 200 jinetes, partió a rendir los Guajares.
Salió el marqués de Orgiva y se dirigió a Vélez de Benaudalla, donde se abasteció de hombres y víveres. Continúo por el río Motril y llegó así a los Guajares, que se encontraba en el medio de este territorio. El marqués retornó a Orgiva donde continuó con su política de reducción, perdonando a los moriscos que de buena fe se rendían; que tras esta última victoria, aumentaron de forma considerable.
El marqués de los Vélez por su parte, el día 12 de enero remontó el río Nacimiento hasta llegar a Santa Cruz, capital del señorío del Boloduy, donde acampó durante todo el día para restablecer el orden en la zona. Esta acción despejó la retaguardia en su avance por el río Andarax, toda vez que le permitió conocer que los rebeldes le esperaban en Huécija, capital de la taha de Marchena, estado de los duques de Maqueda. El territorio estaba al mando de Puertocarrero, el morisco que alzó el señorío de Gérgal y luego, tras la entrada del marqués, huyó a la Alpujarra. Para apoyarle en tan dura tarea, Abén Humeya ordenó al general El Gorri que con su gente del Andarax acudiese a la defensa.
En total eran unos 10.000 moriscos, y se interponían en la entrada natural a la Alpujarra para impedir el avance de don Luis Fajardo.
A su vuelta de Santa Cruz pernoctó en Santa Fe, y el 13 de enero Vélez reinició su marcha hacia Huécija con 5.000 infantes y algo más de 700 animales de bagaje. Su desplazamiento fue lento, pues le informaron que los moriscos se habían hecho fuertes en una peña, en plena sierra de Gádor. Ello le forzó a desestimar el río y avanzar por la ladera del monte.
Reconocida la dificultad del terreno, don Luis Fajardo lanzó su ataque por la falda de la sierra de Gádor, por considerarla la mejor ruta. Dirigía la operación de distracción el sargento mayor, Andrés de Mora, con 500 hombres, y su hijo don Diego Fajardo, con 70 jinetes realizó el envolvimiento. Visto el movimiento, El Gorri inició también su acción: en primer lugar, ordenó el asesinato de los cristianos viejos que retenía en la villa, entre los que había una comunidad de agustinos; en segundo lugar mandó dos escuadrones moriscos para que respondieran a los asaltantes desde las cotas más altas. La subida de la ladera fue penosa, hasta que la vanguardia lorquina logró situarse a una altura en donde divisaba la villa. Desde esta posición la humareda que salía de la torre donde se martirizaban a los cristianos aumentó el ánimo combativo de los soldados, los cuales poco a poco comenzaron a subir la cumbre. En el momento más trabajoso de los lorquinos, salieron en su apoyo los de Caravaca y Cehegín, y conjuntamente ganaron posiciones en torno a las huertas y olivares. Fue entonces cuando el resto de las tropas, especialmente las de Totana y Alhama, arremetieron contra el enemigo.
Con el camino despejado a los caballos, y casi llegando al llano, los rebeldes no tuvieron más remedio que ordenar la retirada hacia Íllar, en cuya sierra tenían escondidas más cristianas viejas y un aprisco donde guardaban sus ganados. Sin embargo, para esas horas las tropas de Caravaca estaban sobre ellos, lo que provocó la huida morisca monte arriba. En la cumbre, los alzados huyeron hacia el interior de la Alpujarra, mientras que El Gorri, junto con algunos seguidores, se refugió en la cara opuesta de la sierra, en Félix.
Lo primero que hizo el marqués fue enviar los esclavos capturados en la batalla a la fortaleza de Cantoria, donde quedaron depositados, y, para evitar un saqueo de la localidad, acampó en las afueras de Huécija, si bien no consiguió que sus soldados se desmandaran por el señorío de Marchena. En ese tiempo llegaron 15 cristianos viejos de la taha de Alboloduy, y que habían escondido en su casa al morisco Francisco de Salamanca, quien por caminos y veredas logró ponerlos a salvo en el campo del marqués; el cual volvió a dejar libre al morisco para que volviese y rescatara a tres cautivos más. Posiblemente la presencia de los maltratados vecinos encolerizó a la tropa que redobló los saqueos en la zona y en el limítrofe estado de Alboloduy, con cuyas presas retornaban al reino de Murcia.
Se perdieron de esta forma unos días preciosos que ganaron los rebeldes para preparar sus defensas y aumentar la presión en el altiplano. Estas acciones debió interpretarlas el corregidor de Guadix, Pedro Arias, como el momento idóneo para actuar en su zona; de tal modo que envió por esa fecha a La Calahorra al capitán Alonso de Benavides, con la intención de preparar un definitivo golpe contra los levantiscos moriscos del marquesado. El día 14 volvía el enviado a la ciudad accitana con un plan de ataque en el que se contaba con la intervención del ejército del Marqués.
A pesar de la urgencia que requería el caso, el marqués gastó cinco días en preparar su estrategia, la cual se basó en la reorganización del ejército, ya que se aguardaban nuevos refuerzos, y en definir su siguiente acción bélica. Mientras se decidía la dirección que tomaría Vélez, la ciudad de Guadix desplazaba el 15 de enero a sus milicias a La Calahorra, desde donde al día siguiente, hartas de esperar a Fajardo, entraron en Aldeire y el puerto de la Ragua. Las escaramuzas y saqueos sistemáticos impusieron un estado de terror que permitió que, a partir del día 17, los moriscos huyeran a la Alpujarra y se unieran a Abén Humeya.
La noticia del rompimiento de la subversión en el marquesado del Cenete fue acogida muy bien por el Marqués, quien ya podía disponer su avance militar. Sería, pues, Félix su objetivo. Ubicado en la solana de la sierra, en este lugar estaba atrincherado El Gorri, amenazando a la cercana Almería y a todo su sector occidental. Además, se sabía que en esa villa de la jurisdicción de la ciudad se concentraban algo más de 3.000 hombres armados, apoyados por los generales El Tezi, El Futey y Puertocarrero.
Durante el tiempo que estuvo acampado en Huécija se sumaron algunos refuerzos de las ciudades murcianas. Con la llegada de nuevas tropas y la noticia de la liberación de La Calahorra, el marqués tenía las manos libres para marchar sobre Félix.
En la tarde del 18 de enero, levantaba el campo y se situaba en plena sierra, pasando el resto del día con mal tiempo preparando la batalla para la próxima jornada. Enterado de los planes de Fajardo, en la tarde anterior el gobernador de Almería dirigió 60 infantes y 24 jinetes hacia Félix, confiado en que los moriscos, al saber de la próxima llegada de don Luis, creerían que era su vanguardia y saldrían huyendo; lo que aprovecharía para intervenir sin alto costo y poder robarles. Sin embargo, la diligente actuación de los rebeldes hizo desistir a don García de Villarroel, quien no solo se refugió en el campo del marqués, sino que pidió una escolta de 50 hombres para marchar a la ciudad.
El 19 de enero inicia la marcha hacia Félix con un ejército dispuesto en forma semejante a la que tenía desde su salida del señorío. El ataque prometía ser encarnizado, ya que los soldados, resentidos por no permitirles el Marqués obtener botín, juraron matar a todos los rebeldes. Por ello, nada más avistarse a los moriscos en el camino de acceso a la población, la batalla se desató sin esperar las órdenes de los superiores. Comenzó con un ataque fulminante de la arcabucería, dirigida por Andrés de Mora. Así fue como comenzó a abrirse paso la línea defensiva. Después ordenó a Juan Enríquez y a su hijo Diego Fajardo, que lanzasen una carga de la caballería por uno de los costados para romper definitivamente las defensas rebeldes.
La enorme presión obligó a los moriscos a retirarse en tres direcciones: unos hacia el mar, que perseguidos por la caballería, resultaron muertos todos; otros por unas ramblas hacia la sierra, los cuales en su mayoría se salvaron; y por último, los que optaron por refugiarse en las casas de la población, donde se reanudó la lucha. La resistencia rebelde en Félix fue enorme y en ella intervinieron activamente las moriscas, las cuales pelearon como verdaderos soldados profesionales.
Tan solo se libraron de la muerte aquellos que huyeron sierra arriba. La batalla se saldó con 50 cristianos viejos heridos y 700 moriscos muertos, prácticamente conquistadas las poblaciones de Félix, Enix y Vícar.
Al día siguiente de la batalla de Félix el macabro espectáculo del pillaje proseguía, pues las tropas desmandadas se afanaron en despojar a los muertos de sus bienes y saquear poco después las alquerías de la taha de Almexíxar. Con el botín conseguido los soldados huyeron rápidamente a sus casas, dejando desamparado el ejército. Las deserciones masivas y la indisciplina obligaron al marqués a volver a detenerse para reorganizar su campo, aprovechando la entrada de nuevos soldados. Llegaron 400 soldados de Lorca, bajo el mando del capitán don Juan Mateos de Rendón, el de la Luna, así como numerosos grupos de aventureros.
En efecto, el 29 de enero, librados tan solo dos combates y algunos encuentros menores, los problemas del ejército quedaban de manifiesto. La indisciplina de los soldados era el mayor dolor de cabeza de don Luis. Sin duda gran parte de los hombres enrolados no buscaban más fin que el botín que pudieran sacar de los moriscos.
Así, el 30 de enero, inició su avance con unos 5.000 soldados hacia la taha de Lúchar, donde los moriscos habían reconstituido sus defensas aprovechando la detención en Félix. La trama urdida con Deza se mantenía, pese a las negociaciones de paz que el capitán general de Granada había iniciado en el sector occidental.
El mismo día de su salida de Félix don Luis Fajardo llegó a Canjáyar, acampando en el Barranco Hondo. En la mañana del 31 de enero entraba en la taha de Lúchar y tomaba medidas disciplinarias con el ahorcamiento de algunos soldados “porque sin orden habían salido del campo”. En este lugar los espías le informaron de que los moriscos se habían fortificado en Ohanes y que, enterados de la proximidad del marqués, degollaron a unas 73 cautivas cristianas. Sin dudarlo, Fajardo ordenó dirigirse en la misma jornada al Losar de Canjáyar; donde se le fue todo el día en pasar el río. En aquel campo se incorporaron a su ejército 200 hombres más de origen desconocido.
El 1 de febrero comenzó a subir Sierra Nevada por pasos difíciles y fragosos para eludir las defensas rebeldes. Así lograron alcanzar una buena posición frente a los enemigos, en unos desfiladeros muy peligrosos donde esperaban unos 2.000 hombres con su capitán Tahalí. La inexpugnabilidad del lugar fue resuelta por el marqués con el uso de la artillería, ya que el disparo de 4 cañones fue suficiente para hacer huir a los moriscos. Despejado el paso, la vanguardia inició la subida, la cual contactó con la retaguardia morisca. El avance fue muy penoso, pues flaquearon bastante los tercios de Lorca, que hubieron de ser reforzados por los de Totana y Alhama; incluso tuvo que intervenir la caballería en pleno monte, con el marqués mismo a la cabeza. Con muchísimo esfuerzo las tropas avanzaron lentamente, entrando en las huertas y villa y saqueándolas, forzando a los defensores a huir sierra arriba.
La batalla se saldó con la muerte de 1.000 moriscos y unos 1.700 cautivos, básicamente mujeres y niños, pues los hombres fueron ahorcados. Del bando cristiano hubo también algunos muertos, y sobre todo bastantes heridos de arcabuz y saetas envenenadas. Se liberaron unas 30 cristianas que estaban cautivas en la iglesia de la localidad.
La derrota de Ohanes fue muy sonada entre los moriscos por la destrucción de gran parte del abastecimiento del territorio.
Consecuencias
Aparte de la enemistad que mantenían los dos marqueses, la campaña fracasó y la insurrección cobró nueva fuerza a causa de los excesos cometidos por los soldados que se indisciplinaron en repetidas ocasiones. Del lado morisco el estallido de la rebelión fue seguido de una oleada de actos de venganza contra los cristianos viejos.
Como han destacado Antonio Domínguez Ortiz y Bernard Vincent, “la guerra, durante las primeras semanas, revistió un carácter fanático, que se tradujo en la muerte, acompañada de torturas, de los curas y sacristanes, la destrucción de iglesias, las profanaciones”, en las que también participaron los bandoleros monfíes; que constituyeron las tropas de choque de los rebeldes y que estaban muy acostumbrados al uso de métodos expeditivos. Se calcula que fueron asesinados entre 62 y 86 curas y frailes.
Paralelamente los moriscos sublevados restauraron todos los aspectos de la civilización musulmana en las zonas que dominaban. Levantaron mezquitas, celebraron solemnemente los ritos islámicos, restablecieron la antigua etiqueta de la monarquía nazarí y la autoridad de los jefes de los antiguos linajes a los que concedieron los honores y atributos que les correspondían, y celebraron certámenes deportivos y juegos como en los tiempos de los Abencerrajes. La mayor parte de los sublevados abandonaron los poblados donde vivían yéndose con sus familias y bienes a lugares montañosos fortificándose en ellos. Así surgieron los «peñones», famosos por su significado estratégico, como el de Frigiliana donde se refugiaron los moriscos de la sierra de Bentomiz.
En cuanto al pillaje y la indisciplina de las tropas cristianas, este se debió al hecho de que en su mayoría eran milicias urbanas faltas de entrenamiento y de entusiasmo; y la táctica de las emboscadas empleada por los sublevados que rehuían el combate en campo abierto y aprovechaban su mayor conocimiento de un terreno tan intrincado como el de las serranías, en las que dominaban los puntos elevados desde donde daban audaces golpes de mano. Además «trataban de provocar el hambre en las filas enemigas dejando tras ellos campos incendiados y molinos destruidos«.
Por otro lado, ambos bandos actuaron con gran ferocidad y crueldad. Así mientras el marqués de Mondéjar tras la dura toma del fuerte de Guajar ordenó que fueran ejecutados todos sus habitantes, mujeres incluidas; los moriscos tras la conquista de Serón, en la fase siguiente de la guerra, «redujeron a esclavitud a 80 mujeres y mataron a 150 hombres y 4 ancianos, a pesar de las promesas hechas anteriormente«.
Ambos bandos vendieron como esclavos a buena parte de los del bando contrario que apresaron y no mataron. Los moriscos vendieron cantidad de cautivos cristianos a los mercaderes llegados del norte de África a cambio de armas, llegándose a dar «un cristiano por una escopeta«. Por su parte los soldados de las tropas cristianas capturaban como botín de guerra a moriscos, especialmente mujeres, y el producto de su venta como esclavos o esclavas era para ellos, habiendo renunciado la Corona al «quinto» del precio pagado que debía haberle correspondido. Jefes y oficiales también se repartieron lotes de prisioneros, incluso niños y la propia Corona también se benefició de la venta de esclavos como sucedió con muchos de «los moros de Jubiles que fueron vendidos en pública almoneda en Granada, por cuenta del rey, y algunos murieron en cautiverio«. La esclavización de los vencidos, incluidos mujeres y niños, fue una de las razones de que la resistencia morisca se prolongara.
Segunda fase (marzo 1569 a enero 1570)
La segunda fase de la guerra abarca de marzo de 1569 a enero de 1570 y durante la misma la iniciativa correspondió a los moriscos insurgentes que contaron con nuevos apoyos porque las aldeas del llano y de otros lugares se sumaron a la rebelión. Sin embargo, el tiempo de paz fue aprovechado por Abén Humeya para comenzar a finales de abril un segundo levantamiento, más extenso y complejo que el anterior. El movimiento que había comenzado con 4.000 insurgentes en enero de 1569, que ascendieron a 30.000 en el momento álgido de la revuelta.
La disolución en Terque del primer ejército no significó la retirada del Marqués en la Alpujarra, quien propugnaba continuar la guerra. La fuerte división entre los generales, se zanjó con el nombramiento de un nuevo capitán general en el reino de Granada, don Juan de Austria, que el 12 de marzo llegaba a la capital del reino.
El 30 de marzo una expedición a la Alpujarra para capturar a Abén Humeya, enviada por Mondéjar y dirigida por Álvaro Flores y Antonio Ávila, terminó en un total fracaso. En efecto, una emboscada de los moriscos mató a la expedición de casi 1.000 hombres y a sus capitanes.
Batalla de Berja (17 de mayo de 1579)
La tensión se rompió a finales de abril cuando Abén Humeya no pudo esperar más y convocó en Válor a su consejo de guerra, de la reunión salió una decisión clara: atacar a don Luis Fajardo en su campo de Berja, ya que, derrotándole, no solo eliminarían un obstáculo en la Alpujarra, sino que sería el mejor argumento para que las tierras del Almanzora se levantaran, seguras de haber eliminado al único general que verdaderamente temían.
El ataque morisco sobre Berja fue cuidadosamente preparado: el reclutamiento de tropas en las tahas, la coordinación de las bandas monfíes que actuaban en el territorio e, incluso, el acuerdo para ser apoyados con armas y hombres desde Argel y Fez. El Estado Mayor morisco sabía que la situación del marqués no era buena: tenía una tropa indisciplinada, temerosa y huidiza, y no disponía de aprovisionamiento a través del puerto de la Ragua. Contando con estos elementos favorables, no cabía la demora.
El plan de batalla se fijó con un contingente militar de unos 3.000 arcabuceros y ballesteros, 2.000 piqueros y unos 400 soldados berberiscos, formados del siguiente modo: dos columnas dirigidas por El Derri y El Habaquí y un tercer cuerpo bajo el control de Abonvayle. El mando conjunto se lo asignó el propio Abén Humeya, bajo el asesoramiento de un consejo de generales formado por don Hernando el Zaguer, Abonbayle, Gerónimo el Maleh, Abén Mequenum y Juan Gironcillo. El grueso del ejército se movilizó finalmente desde Válor en los albores de junio, cruzando las sierras hasta llegar a seis leguas de Berja. Situado el Estado Mayor en Padules, el rey morisco envió un capitán con exploradores a reconocer el campo y preparar el ataque.
Los movimientos rebeldes eran observados por el marqués muy cautelosamente; de tal modo que, sospechando la trama, desplegó su red de espías. Cinco de ellos fueron capturados, que al no regresar alarmaron aún más a Fajardo. Entre los agentes que sí lograron volver a Berja se encontraba un morisco que puso sobre aviso del inminente ataque rebelde.
Esa misma noche llamó el Marqués a consejo a Juan Enríquez, a Diego de Leiva y a Diego, Juan y Francisco Fajardo, así como a otros capitanes, para informarles del inminente asalto al campo. El debate del consejo se centró en cómo hacer frente a la ofensiva, pues era tarde para retirarse a Adra y demasiado imprudente anunciar el ataque rebelde por temor a la huida de la soldadesca. Pusieron a la tropa en estado de alerta durmiendo con las armas, también se realizaron otras previsiones como instalar a los enfermos en la iglesia; las prisioneras moriscas fueron encerradas en las traseras del templo.
Distribuyó sus fuerzas cerrando los caminos de acceso a la ciudad: camino de Dalías, camino de Adra, camino de Ugíjar. Las compañías lorquinas y la caballería quedaron dentro de la ciudad como reserva.
El asalto se produjo de noche, pretendiendo confundir al ejército: primeramente se oyeron movimientos por el sector de Ugíjar; aunque poco después las asonadas apuntaron al sector de Dalías. Quince minutos más tarde llegaban al marqués noticias de cómo los enemigos irrumpían también por la parte de Andarax.
El asalto se produjo por la zona de Dalías, dirigiéndose a las casas donde estaban encerradas las moriscas. Marchaban primero los guías, quienes para conocerse en la oscuridad iban con camisas blancas, algo que facilitó a las tropas su localización en la oscuridad. Seguían a la encamisada unos 2.000 hombres, entre los que se encontraban muchos berberiscos con guirnaldas de flores en la cabeza.
El primer golpe vino por las calles Picadero y Chiclana y lo sufrieron las tropas manchegas, que ante la embestida retrocedieron a refugiarse en la iglesia y en las torres de la calle del Agua. En su huida abandonaron a sus capitanes, así como a las moriscas que custodiaban. La retirada fue desastrosa, pues los soldados se enredaron con la arriería resguardada en las calles que confluían a la plaza.
Para contrarrestar el ataque morisco, acudieron 500 infantes, consiguiendo frenar el avance. En su respuesta, Abén Humeya envió nuevos y constantes refuerzos, lo que recrudeció la lucha. En este punto de la batalla, los moriscos atacaron por Julbina (carrera de Granada y calle Humilladero) en la creencia que llegarían antes a la plaza y a la calle del Agua. A partir de aquí se desarrolló la última fase de la contienda en la que Luis Fajardo desplegó una estrategia que finalmente le dio la victoria. En efecto, en el máximo fragor del combate el marqués de los Vélez ordenó el contraataque general, el cual se dispuso del siguiente modo:
- Primera fase: Defensa en las calles. Primero reforzó la arcabucería en las cuatro vías de acceso a la plaza que estaban siendo hostigadas.
- Segunda fase: Contraataque de la caballería. El desplazamiento enemigo hacia la parte de Adra permitió cerrar el plan del Marqués, pues fue entonces cuando él mismo salió con la caballería, dejando en la posición a Francisco Fajardo con una compañía de infantería. Para salir a la carga tuvo que romper una de las tapias de la plaza, ya que la arriería impedía la movilidad por las calles.
- Tercera fase: Salida de la infantería. La carga de caballería provocó la retirada general de los moriscos, momento en el que se dispuso una acción combinada con la infantería.
Al atardecer podía decirse que la victoria era del bando cristiano. Los moriscos, que marchaban sierra arriba, hacia la taha de Andarax, no fueron perseguidos por temor a un contraataque de Abén Humeya.
La batalla de Berja se saldó con casi 1.400 atacantes muertos (de los cuales 600 cayeron en la calle del Agua); mientras que del bando cristiano tan solo hubo una veintena de hombres y bastantes heridos.
A los pocos días de la derrota morisca, el 10 de junio de 1569, el marqués de los Vélez pasó a la cercana Adra.
Guerra en Almanzora
El desplazamiento de la guerra al Almanzora comportó que el ejército del Marqués quedase en la retaguardia. La caída de la actividad bélica dio paso a la disolución de un contingente mal pagado y falto de botín.
La presión del Marqués en la comarca obligó a Abén Humeya a abrir un nuevo frente para aliviar las tierras alpujarreñas. Así, durante las dos primeras semanas de junio, el general Gerónimo el Maleh preparó el levantamiento del valle del Almanzora, que alcanza su cenit el 12 de junio con la toma Purchena. Desde esta villa los rebeldes arremeten contra el altiplano granadino, poniendo sitio a las emblemáticas fortalezas de Serón y Oria.
El panorama bélico del Almanzora durante el verano de 1569 convertía al ejército de Vélez en elemento imprescindible que evitaba el desastre. La parada de las tropas en Adra durante la primera quincena de junio era contemplado como un craso error craso. El propio Felipe II ordenó a los tercios italianos que recalasen en Adra para reforzar al marqués. La operación la llevaría a cabo don Luis de Requesens, quien rápidamente organizó los bastimentos y tropas para que don Luis Fajardo saliera de nuevo a combatir.
Según la previsión real, el nuevo ejército se compondría básicamente de unos 4.000 hombres, divididos en cuatro cuerpos:
- Parte del contingente italiano, el cual lo incorporaría Requesens al regresar de tierras malagueñas. Se trataba de los tercios más castigados en la batalla malagueña, básicamente las banderas de Pedro de Padilla.
- Los soldados reformados del presidio de Órgiva, bajo el mando de Juan de Mendoza. Esta órden venía directamente del Rey, ya que su intención era reforzar el mando de la caballería, el cuerpo se componía de cinco 5 compañías de la ciudad de Córdoba, dirigidas por los capitanes Francisco de Simancas, Cosme de Armenta, Pedro de Acebedo, Diego de Argote y otra del propio Mendoza.
- 700 hombres reclutados en Granada y unos 100 hidalgos murcianos; todos bajo la dirección del portugués don Lorenzo Téllez de Silva, marqués de la Favara. Estos debían confluir con las tropas de Órgiva camino de Motril.
- 1.000 soldados catalanes que, al mando del caballero de Santiago Antic Sarriera, esperaban en Tortosa a las galeras de Sancho de Leiva
A mediados de junio de 1569, los generales moriscos El Gorri de Andarax, El Peliguí de Gérgal y El Maleh levantan la sierra de los Filabres, dentro de un plan estratégico que pretendía trasladar la revuelta al valle del Almanzora. En la noche del 11 de junio, Purchena conoce de buena mano la intención de ocuparla y situar en ella el cuartel general rebelde. Con presteza los cristianos organizan su huida a las fortalezas más cercanas, dando tiempo a avisar del inminente riesgo de la comarca. El día 12, el ejército alpujarreño y seguidores moriscos de la plaza tomaban la ciudad y obligaba a sus correligionarios a secundar el alzamiento. No obstante, surgió entre ellos una significativa oposición que terminó refugiándose en las fortalezas cercanas del marquesado de los Vélez.
A mediados de junio, la mayoría de las localidades del Almanzora alto y medio se habían unido a la rebelión, excepto las fortalezas señoriales. La resistencia de estas convenció a El Maleh de la necesidad de reunir un mayor grueso militar.
La caída de Serón se produjo el 16 julio y puso en alerta máxima la zona, puesto que se sabía que pronto actuarían los rebeldes. El 24 de julio Oria veía a sus puertas un ejército de 3.000 rebeldes que alzan a los moriscos de la villa. Estaba clara la intención de invadir Vélez Blanco.
El 4 de agosto, don Juan de Austria tomó la decisión final, ordenando la partida hacia la ciudad a Antonio de Luna, quien que debía poner orden en la zona. Este personaje llegó el día 10, sustituyendo interinamente a Enríquez y ocupando el mando militar.
Batalla de Válor
La marcha hacia Válor se realizó el 3 de agosto por el río Válor, con las máximas medidas de seguridad, mediante la custodia de mangas de arcabuceros en las laderas del curso fluvial y en cumbres circundantes. La vanguardia iba a cargo de Pedro de Padilla y sus experimentados tercios, los moriscos que estaban bien parapetados, les hostigaron, el ataque sobre los tercios obligó a actuar al marqués de La Favara, que envió a la caballería, que de inmediato reforzó la posición.
Acompañado de Álvaro de Bazán y Jorge de Vique, pasó el puerto de Loh con 300 jinetes, llegando a La Calahorra. Eran las cinco de la tarde y no entendió conveniente volver de noche al campo. En La Calahorra, el marqués descubrió que en el lugar había comida solamente para un día.
El 15 de agosto, el Marqués informaba a don Juan de Austria que disponía de tan solamente 3.000 hombres y 400 jinetes, la mitad con los que había comenzado en la costa.
Muerte de Abén Humeya
Pronto surgieron disensiones entre los propios moriscos. Según los historiadores, la arbitrariedad y tiranía que muestra Abén Humeya, junto con su carácter despótico y receloso, le hicieron perder el apoyo de los rebeldes.
En octubre de 1569, se produce una conspiración contra Abén Humeya en Cádiar. Se mezclaron varios motivos: la ambición de Aben Aboo, el enfrentamiento de Abén Humeya con las tropas turcas, el odio de la familia de su mujer (por haber matado el rey morisco a varios de sus miembros) e incluso el móvil de los celos. Abén Humeya descansaba en Laujar de Andarax (al este de Ugijar). Fue asesinado por su primo, quien le sucedió. Fue enterrado allí, pero don Juan de Austria, al terminar el conflicto, trasladó sus restos a Guadix.
Tercera fase de (enero de 1570 a abril de 1570)
La tercera fase de la guerra se inició en enero de 1570, cuando, ante el grave cariz que tomaba la revuelta; el rey Felipe II destituyó al marqués de Mondéjar como capitán general de Granada y nombró a su medio hermano don Juan de Austria para mandar a un ejército regular traído de Italia y del Levante, que sustituyó a la milicia local.
El 26 de noviembre de 1569, ordenó a Juan de Austria partir hacia Baza.
El 23 de diciembre, destruyó el presidio morisco de Güéjar para despejar la marcha.
El 29 de diciembre, con 3.000 infantes y 400 jinetes, llegó a la villa Iznalloz, evitando el peligroso paso del puerto de la Mora, al día siguiente 30 llegó a Guadix, donde se alojó, partió por la mañana hacia Gor donde acampó. El 1 de enero llegó a Baza donde permaneció varios días estudiando la situación. Allí le esperaba el comendador mayor de Castilla; el cual había ido desde Cartagena, llevando la artillería, armas, munición y bastimentos.
Asedio de la Galera (1570)
El 19 de enero se dirigió a la Galera, siendo recibido por el marqués de los Vélez, haciéndose cargo de las operaciones de asedio. Disponía de 12.000 infantes, 300 jinetes y un impresionante convoy formado por 700 carros y 1.400 mulas de bagajes, acantonándoles en Oce y Huescar.
Esa villa era muy fuerte, estaba asentada sobre un cerro prolongado con forma de una galera, de ahí su nombre, tenía un castillo antiguo, cuyas murallas estaban semiderruidas, pero se asentaba en peñas muy altas, que suplían la falta de los caídos muros. La entrada era por la misma villa.
Se asentaron las baterías contra la villa de Galera y se hicieron dos asaltos, uno a la iglesia y otro a la villa que resultaron fallidos. Los defensores eran unos 3.000.
A pesar de utilizar masivamente la artillería, y pese a los varios asaltos fallidos, los sitiados no ceden y los asediadores optan por excavar secretamente galerías subterráneas que lleguen hasta las fortificaciones donde colocan cargas explosivas. Y esa fue la clave. Tras volar las defensas, el 7 de febrero entraron al asalto los cristianos y se desarrolló una batalla que duró desde las ocho de la mañana hasta la cinco de la tarde. Cientos de muertos cristianos y más de 2.000 moriscos. A consecuencia de lo cual se produjo una espantosa matanza y se destruyó el pueblo tras un completo saqueo.
Fueron pasados a cuchillo la mayor parte de los moriscos que habían participado a excepción de mujeres y niños y se procedió a destruir todas las casas y a sembrar de sal las tierras, quedando prohibida la construcción de viviendas sobre las arrasadas construcciones moriscas.
Desastre de Serón
El 14 de febrero don Juan partió hacia Cúllar, donde acampó. Al día siguiente, se dirigió a Baza, desde donde envía avanzadillas para preparar la campaña del Almanzora. El 17 de febrero acampó en Caniles y, entre el 18 y el 22 de febrero, intentaron varias escaramuzas que acabaron en desastre. En la última murió Luis Quijada. En los días que siguieron comenzó a negociar con El Habaquí la reducción de los moriscos. Tras reconocer el terreno, partió de nuevo el ejército y acampó en las cercanías de Serón (Fuencaliente). Allí se dispuso el asalto. Los soldados imprudentes penetraron antes de tiempo en la villa, y entretenidos y ciegos en saquear las casas y en cautivar mujeres, dieron lugar a que bajaran de los cerros en socorro de los del castillo hasta 6.000 moros acaudillados por El Malech, El Habaqui y otros de sus mejores capitanes. En el aturdimiento y desorden que se apoderó de los cristianos, fueron acuchillados más de 600, aparte de los que murieron quemados en las casas y en las iglesias. En Canilles, donde se retiraron; despachó correo a las ciudades de Úbeda, Baeza y Jaén, para que 2.000 infantes de Castilla que habían de pasar por allí, fuesen al campo de don Juan. Escribió al duque de Sessa que enviara cuanta gente pudiese, y entrara cuanto antes en la Alpujarra para llamar y entretener por allí la atención de los moriscos.
Rehecho el campo de don Juan, volvió de nuevo y con más ánimo sobre Seron, ansioso de vengar la pasada derrota. Esta vez, viéndole los enemigos ir tan en orden, no tuvieron valor para esperarle, y ellos mismos incendiaron la población y el castillo, subiéndose a la sierra, donde en número de 7.000 hombres sostuvieron algunas refriegas con los escuadrones de Tello de Aguilar y de García de Manrique.
Del 1 al 11 de marzo, don Juan acampó en Serón, donde cayó enfermo. Se dispuso el avance, dejando en el presidio a Antonio Sedeño.
Conquista de Almanzora
Del 11 al 21 de marzo se continuó negociando la reducción de moriscos y se preparaba el asalto a Tíjola la Vieja, de donde salieron los enemigos de noche en silencio huyendo a los montes por las cañadas y desfiladeros. Solo se hallaron unas 400 mujeres y niños, y se ganó bastante botín del que los moros habían almacenado allí. Destruida y asolada también aquella villa, vio con sorpresa como las fortalezas de Purcbena, Cántoria, Tahalí y otras que tenían los moriscos se iban encontrando abandonadas, y las ocupaban sin dificultad los cristianos y dejaban en ellas guarniciones.
Menos activo y diligente el duque de Sesa que don Juan de Austria, había tardado en salir de Granada cerca de dos meses, iniciando la marcha 24 de febrero. Se detuvo en el Padul para reforzar su ejército y reunir las más provisiones. Por su parte el nuevo rey de los moriscos Muley Abdallah Aben Abóo había escrito al sultán otomano y al secretario del rey de Argel, relatándoles la triste situación en que se encontraban los desgraciados musulmanes de su reino; estaban acometidos por dos fuertes ejércitos cristianos, y reclamaba de ellos con urgencia los auxilios que habían ofrecido. La reclamación de Aben Abóo, como las anteriores de Aben Humeya, no produjo sino buenas palabras tanto del turco como del argelino. La guerra por la parte de las Alpujarras y por la costa y la Ajarquia de Málaga no se hacía con el mismo vigor que por el río Almanzora, por donde andaba don Juan de Austria.
Los tercios de don Juan de Austria habían ido tomando sucesivamente las distintas fortalezas del Almanzora ocupadas por los moriscos. El 12 de marzo se introdujeron bastimentos para tres meses en Oria y una compañía de soldados dio relevó a la de Juan de Haro. El día 25 de marzo, sábado, llegó don Juan de Austria con su campo a Tíjola, dejando asolada y destruida dicha villa. De allí partió a Purchena de donde los moriscos se habían marchado dejando abandonadas 200 personas que no habían podido huir por encontrarse la mayoría impedidas. Se repartieron las moras y los bienes de los moriscos entre los capitanes y gentilhombres que allí había.
Con la toma de esas ciudades el peligro de un ataque morisco se había alejado definitivamente de Oria. Juan de Austria, el día 26 de marzo, envió a Francisco de Córdoba con 2.000 infantes y alguna caballería a la fortaleza de Oria. Tuvo don Juan noticia de que el alcaide de la fortaleza de Oria se había negado a recibir a algunos moriscos que habían acudido a dicha fortaleza a rendirse y entregarse. El alcaide, en realidad, los entretenía para avisar a algunos capitanes amigos suyos para que estos los capturasen y sacasen provecho de su venta como esclavos. Esto irritó a don Juan, pues ese tipo de acciones pondrían en peligro las posibles futuras rendiciones. Solucionado este incidente por Francisco de Córdoba, el 28 de marzo acudieron a la fortaleza de Oria para reducir 300 familias moriscas. En esta fecha acampaba Juan de Austria en Cantoria.
La actitud del alcaide de la fortaleza de Oria es buena muestra de cómo por favoritismos y codicia se dilata o pone en peligro la empresa de finalizar la guerra. Los abusos y la rapiña practicada en estas guerras civiles por los castellanos fue uno de los principales factores que alargaría el desenlace del conflicto y que acarrearía muchas bajas a sus tropas.
Juan de Austria a finales de abril, instaló su cuartel general en el campo de Los Padules, donde se le unió un segundo ejército al mando del duque de Sessa, Gonzalo Fernández de Córdoba, que había salido de Granada en febrero y había atravesado la Alpujarra de oeste a este. Al mismo tiempo, un tercer ejército al mando de Antonio de Luna había salido de Antequera para alcanzar la sierra de Bentomiz, otro de los focos de la rebelión morisca.
Cuarta fase (abril de 1570 a primavera de 1571)
Pero al mismo tiempo el rey Felipe II dio la orden de sacar del reino de Granada y enviarles a pueblos de Andalucía y Castilla, a todos los moros de paz, es decir, aquellos moriscos que no se habían alzado y permanecían en sus casas obedeciendo al rey. Los moriscos de la Vega, de la Alpujarra, de Ronda, de las sierras y ríos de Almería, lo mismo que antes se había hecho con los de Granada; y con sus familias y sus bienes muebles fueron arrancados de sus hogares, y trasladados al interior de Castilla. Esta medida fue contraproducente, pues los moriscos que no se habían rendido, desistieron de hacerlo, y muchos prefirieron unirse a los rebeldes antes que abandonar sus tierras.
Mientras tanto Juan de Austria se encontraba en Terque, el río Almería y los Padules de Andarax; el duque de Sessa por UjIjar, Adra, Castil, de Ferro y Verja, el prohibirles el saqueo influyó en el ánimo de los soldados, de manera que al Duque le desertaban cada día, más soldados, hasta punto, que de los 10.000 hombres que tenía en la Alpujarra solo le quedaban unos 4.000. Se reunieron ambos generales, primeramente en el cortijo de Leandro, y después en los Padules, quedando de allí adelante el duque de Sessa incorporado Juan de Austria.
Tampoco cesaron los tratos sobre la reducción; antes bien don Alonso de Granada Venegas lo propuso por escrito al mismo Aben Abóo, acordando reunirse, con las garantías convenientes, en el Fondon de Andarax el 13 de mayo. Se reunieron El Habaqui con el marqués de Mondejar, acordando volver a reunirse con plenos poderes de Aben Abóo el 19 de mayo.
El Habaquí cumplió fielmente su palabra, y de nuevo en el Fondon de Andarax, volvieron a reunirse. El 22 de mayo partió el Habaquí para la AIpujarra para dar cuenta de todo a Aben Abóo.
El 25 de mayo, don Juan recibió a los caudillos que en cada distrito o taha habían de recoger los que fuesen a entregarse, permitiéndoles vivir en los lugares llanos que ellos eligiesen, con tal que no fuese en la sierra; y los que no quisieron entregarse, se les permitía embarcar al norte de África, entre ellos marchó El Habaquí.
Aben Abóo alentado con un refuerzo de turcos y moros después de la llegada de unas fustas berberiscas, o envidioso de El Habaquí, este fue detenido y ejecutado por orden de Aben Aboo en el Laujar de Andarax, siendo estrangulado con una cuerda. Esta muerte provocó aún más la fractura de los moriscos.
Los combates se desplazaron entonces a la Serranía de Ronda donde el 7 de julio los moriscos rebeldes saquearon Alozaina y concentraron sus fuerzas en la sierra de Arboto. De allí fueron desalojados el 20 de septiembre por el duque de Arcos.
Aunque a partir de octubre de 1570 las rendiciones de los moriscos fueron masivas, varios miles siguieron resistiendo. La mayoría se refugiaron en cuevas, tan abundantes en las Alpujarras, donde muchos de ellos murieron asfixiados, ahogados por el humo de las hogueras que prendieron las tropas cristianas en sus entradas para obligarles a salir.
El 28 de octubre, el rey Felipe II dio orden a Juan de Austria (28 de octubre), que con toda la brevedad y diligencia posible, sacaran del reino de Granada e internaran en Castilla todos los moriscos, así los de paz como los nuevamente reducidos. Esta era su segunda orden, Juan de Austria mandó que se tomasen todos los pasos de las sierras. El 1 de noviembre, ordenó que todos los moros del reino debían ser recogidos en las iglesias de los lugares señalados, para llevarlos de allí en grupos de 1500 y con su escolta correspondiente, a los puntos donde se los destinaba. Muchos se fugaron huyendo a la Barbería o echándose al monte. De esta manera quedó despoblado de moriscos el reino de Granada. 150.000 moriscos granadinos fueron expulsados y distribuidos por el resto de la Península.
La tierra de los moriscos fue poblada de cristianos. Al principio con alguna dificultad, pero después con el aliciente de las haciendas que el rey mandó distribuir y de los privilegios y franquicias que otorgó a los nuevos pobladores, ya no faltaban cristianos que apetecieran ir a vivir en el territorio morisco, principalmente gallegos.
Aben Abóo, que todavía andaba por lo más profundo de la sierra con 400 hombres que le quedaban, se guarneció en una cueva entre Bérchul y Trevélez, siendo asesinado por sus partidarios en marzo de 1571.
Expulsión de los moriscos (1609)
A principios del siglo XVII, la población morisca total se estima en 319.000 para toda España. Teniendo en cuenta que la población era de aproximadamente 8 millones de habitantes, el porcentaje de población morisca era de aproximadamente un 4 %, pero el impacto por regiones era muy diferente, en Aragón había 61.000 moriscos, lo que suponía un 20 % del total de la población. En el reino de Valencia había unos 135.000 moriscos, un 33 % del total. En Castilla había unos 110.000 en una población de seis millones.
Los moriscos tenían mayor índice de natalidad, y este mayor crecimiento despertaba recelos y temor en la población y los gobernantes.
A inicios del siglo XVII empezó una recesión económica, que afectaría a España y, sobre todo, a la gran mayoría de población. Sin embargo, esta situación no afectaría a algunos moriscos, que disfrutaban de una situación económica favorable debido a su tendencia al ahorro y al ejercicio de profesiones que gozaban de una próspera economía.
Existía un resentimiento de gran parte de la población hacia los moriscos, que aún mantenían viejas costumbres islámicas, muchos moriscos, llamados cristianos nuevos a los que muchos acusaban de seguir practicando el Islam a escondidas.
Existía el problema de integración de los moriscos, que seguían viviendo en su mayoría apartados del resto de la población, mantenían su lengua, sus costumbres, sus vestidos y su forma de vida. Se les acusaban de que se lavaban una vez a la semana, los viernes, y que incluso lo hacían en diciembre; frente a los cristianos que huían del baño.
Muchos campesinos castellanos y aragoneses sentían rechazo y resentimiento hacia los moriscos, a los que veían como unos rivales que les quitaban su trabajo a un menor precio.
En enero de 1609 el Consejo de Estado empezó el debate de la expulsión en razón de la seguridad del Estado. El 4 de abril el Consejo tomó la decisión de recomendar la expulsión de los moriscos al monarca. El arzobispo de Valencia, Juan de Rivera, fue uno de los mayores defensores de la expulsión, los mayores defensores de los moriscos fueron aquellos que tenían intereses personales y económicos, que eran la nobleza terrateniente de Aragón y Valencia. Estos tenían como vasallos y trabajadores a los moriscos, que cobraban a un precio menor, y les salían más rentables.
Felipe III aceptó dicho consejo y el 9 de abril de 1609 decidió la expulsión de los moriscos de España.
Se decidió que la expulsión empezara por el reino de Valencia, al considerarse como la región más problemática a la hora de la expulsión por su elevado número relativo de población morisca, por estar concentrados en poblaciones montañosas y por su cercanía al litoral accesible desde el norte de África.
Los preparativos para la expulsión de los moriscos de Valencia se realizó en secreto para no provocar insurrecciones. Se concentraron galeras en el Mediterráneo, se enviaron tropas y acudió la flota del Atlántico. A inicios del otoño tercios provenientes de Italia ocupaban posiciones estratégicas y escuadrones navales estaban en los puertos de Alfaques, Denia y Alicante. Todo estaba preparado.
El 22 de septiembre de 1609, se publicó el decreto de expulsión en Valencia. En este decreto se ordenaba la expulsión, aunque contenía una cláusula que eximía a los niños menores de 4 años, elevado después a 14 años, si sus padres estaban de acuerdo.
Se permitió a los moriscos que conservaran sus bienes muebles, pero sus posesiones, sus casas y sus cultivos pasarían a formar parte de las propiedades de sus señores como compensación. La destrucción o incendio de cualquier propiedad estaba penada con la muerte.
A partir del 30 de septiembre fueron llevados a los puertos, donde como ofensa última fueron obligados a pagar el pasaje. Los primeros moriscos fueron transportados al norte de África, donde en ocasiones fueron atacados por la población de los países receptores. Esto causó temores en la población morisca restante en Valencia, y el 20 de octubre se produjo una rebelión morisca contra la expulsión. Los rebeldes fueron reducidos en noviembre y se terminó con la expulsión de los últimos moriscos valencianos. Pasados 3 meses desde el decreto habían sido expulsados de Valencia 116.022 moriscos.
A principios de 1610 se realizó la expulsión de los moriscos aragoneses y en septiembre la de los moriscos catalanes.
La expulsión de los moriscos de Castilla era una tarea más ardua, puesto que estaban mucho más dispersos. Debido a esto, a la población morisca se le dio una primera opción de salida voluntaria del país, donde podían llevarse sus posesiones más valiosas y todo aquello que pudieran vender. Así, en Castilla la expulsión duró tres años (de 1611 a 1614) e incluso algunos consiguieron evadir la expulsión y permanecieron en España.