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Antecedentes
Después de la ruptura de las negociaciones con Roma, Pirro reforzó su capacidad militar y también reclutó nuevos mercenarios, la mayoría de Italia Meridional. Como es natural las ciudades griegas, en nombre de cuya libertad e independencia, después de todo, estaba siendo asumida toda la campaña, estaban ahora llamados a financiar las operaciones. Tarento tuvo que reducir el peso medio de sus estáteras de plata desde 7.9 a 6.5 gramos de manera que podía acuñar más moneda. El llamado Templo de los Archivos de Locri muestra cuán inmensas sumas de dinero consiguió obtener también Pirro en otros lugares, y revela también cuán ricas y florecientes eran esas ciudades. Con la enorme suma que consiguió podían pagarse aproximadamente de 20.000 a 24.000 mercenarios su acostumbrado dracma diario durante seis años.
En la primavera de 279 AC, Pirro marchó lentamente hacia el norte a través de Apulia con un ejército reforzado por sus aliados tomando una serie de pequeñas ciudades en su camino.
Los romanos pusieron en marcha un nuevo ejército consular para atacar a Pirro, estaba al mando de los cónsules Publio Sulpicio y Publio Decio Mus. Recibieron la orden de ir directamente contra Pirro, que se encontraba en la región de Apulia, con el fin de proteger las colonias de Venusia y Luceria e impedir que el rey epirota entrara hasta el Samnio y desde allí amenazara a la misma Roma. Ambos ejércitos se encontraron cerca de la ciudad de Asculum Ásculo) a 130 km de Tarento.
Los romanos aprovecharon para elegir un terreno favorable, ocupando las alturas y bastantes boscoso para impedir el uso de la caballería. En este segundo encuentro entre las falanges macedonias y las legiones romanas, ambos ejércitos estaban en igualdad numérica. Los romanos tenían un mayor número de infantes pero menor número de jinetes y elefantes.
Después de la batalla de Heraclea, donde los elefantes de guerra griegos produjeron un gran impacto sobre los romanos, las legiones se surtieron de proyectiles y armas especiales contra los animales: 300 carros de bueyes equipados con largas picas, recipientes de cerámica ardiendo para asustarlos, además de tropas que se desplegaban para proteger al resto del ejército y lanzar jabalinas y otros proyectiles contra las bestias para que retrocedieran.
Despliegue inicial
El despliegue de los dos ejércitos enfrentados fue el siguiente.
Ejército de Pirro
Constaba de 9.000 jinetes, 40.000 infantes, 20 elefantes y desplegó:
- Ala izquierda: 3.500 jinetes ambracios, lucanos y tarentinos, apoyados por 1.000 infantes ligeros.
- Centro: 9.000 hoplitas samnitas; 5.000 hoplitas mercenarios (etolios, acarnanios, atamanios y alamanios), 5.000 falangistas epirotas (molosos, tesprotos y caones) 5.000 hoplitas tarentinos o “escudos blancos”, 5.000 falangistas brucios, lucanos y salentinos, 5.000 falangistas italiotas y 4.000 falangistas macedonios.
- Ala derecha: 3.500 jinetes brutios, samnitas, tesalios y macedonios apoyados por 1.000 infantes ligeros.
- Retaguardia: a izquierda y derecha 10 elefantes protegidos por 1.000 infantes ligeros. En el centro Pirro con su Agema (guardia personal) de 2.000 jinetes.
Ejército romano
Constaba de 8.000 jinetes, 40.000 infantes, 300 carros. 5.000 arpinos de refuerzo desplegó:
- Ala izquierda: 4.000 jinetes y 1.000 infantes ligeros apulianos
- Centro: 4 legiones romanas (II, IV, III y I) unos 20.000 efectivos y 4 legiones aliadas intercaladas, unos 16.000 efectivos.
- Ala derecha: 4.000 jinetes y 1.000 infantes ligeros campanos
- Retaguardia: 300 carromatos y 1.000 de infantería ligera.
Los carromatos según Dionisio de Halicarnaso: «Tenían, montados sobre vigas rectas, mástiles trasversales que podían ser girados fácilmente hacia donde uno quisiera con la velocidad del pensamiento, – en los extremos de los mástiles había tridentes, máquinas en forma de espadas para lanzar proyectiles o guadañas todas de hierro, – o bien tenían una especie de rastrillos que lanzaban desde arriba pesados garfios. Muchos mástiles tenían atados unos ganchos inflamables envueltos en estopa engrasada con mucha pez, que sobresalían por delante de los carros, y los hombres que estaban en ellos, cuando se encontraban cerca de los animales, prendían fuego a los ganchos y los golpeaban contra sus trompas y rostros. Situados en los carros, que eran de cuatro ruedas, había también muchos de la tropa ligera -arqueros, lanzadores de piedras y honderos de dardos de hierro; y abajo, al lado de los carros, había todavía muchos más».
Había una legión de 5.000 arpinos (aliados romanos del Lacio) que no se habían incorporado a la batalla y que llegaron cuando esta había comenzado.
La I legión se desplegó frente a las falanges de Ambracia y Macedonia; la II frente a samnitas; la legión III contra tarentinos, brucios y lucanos; y la legión IV frente mercenarios y epirotas.
Por la noche, a cada cónsul se le había aparecido una visión, informándole que había sido decretado por el destino que un general de cada bando, serían destruidos al día siguiente; y que, en consecuencia, cualquiera de los cónsules, sacrificándose, podría asegurar la destrucción del enemigo. Por otro lado, si se tomaban medidas para salvarse, el general del otro lado sería muerto y el ejército sería derrotado y despedazado.
Los dos cónsules conferenciaron juntos, y decidieron inmediatamente que uno u otro de ellos debía morir, a fin de asegurar la victoria; e inmediatamente surgió la pregunta de qué método deberían adoptar para determinar cuál de ellos debía ser el devotio o sacrificio.
Por fin se acordó que irían a la batalla como de costumbre, cada uno al mando de su propia ala del ejército, y que aquel cuyo ala comenzara a ceder primero debería ofrecerse como víctima.
Primer día
Primera fase
La batalla se desarrolló tras avanzar tropas romanas, primero la caballería y detrás las legiones.
Pirro mando a atacar su caballería. Su ala izquierda (jinetes ambracios, lucanos y tarentinos) era caballería ligera se acercaban al enemigo, golpeaban y se retiraban para más tarde volver a hacer lo mismo. La caballería romana se encontraba incómoda luchando contra un enemigo que luchaba de esa manera, ya que estaban acostumbrados a pelear como la caballería itálica de los pueblos de la península italiana; es decir, la caballería se acercaba al enemigo y luego desmontaban para pelear a pie (algo parecido a infantería montada).
Su caballería del ala derecha (brucios, samnitas, tesalios y macedonios) era pesada y utilizaba el choque para dar el golpe de gracia en una batalla; sus jinetes eran de primera y maniobraban con gran habilidad y técnica frente a unos romanos bastante torpes al respecto, pero no carentes de valentía.
La infantería chocó, y se repitió lo mismo que en la batalla anterior, los legionarios se veían frustrados porque no podían romper el muro de hoplitas; los epirotas se veían frustrados porque cada vez que derrotaban a un manípulo, otro manípulo los flanqueaba y la línea de falangistas corría grave peligro de ser traspasada, tras varios ataques y contraataques, aparecieron los primeros síntomas de agrietamiento en las filas de ambos contendientes.
Se dieron primero en las filas del flanco derecho romano, donde estaba apostada la legión I romana junto con sus aliados itálicos; los macedonios empezaron a abrir brecha en las filas romanas y estos iniciaron un lento repliegue. Pero al contrario, en el centro epirota, empezó a suceder lo contrario, la legión III romana empezó a hacer retroceder a la falange de los brucios, lucanos y tarentinos, abriendo una grieta y la legión IV estaba abriendo otra entre los epirotas y mercenarios.
El resultado de la batalla demostró que el cónsul Decio era en quien recaía el terrible deber de la devotio o autoinmolación. El ala bajo su mando había comenzado a ceder. Inmediatamente, resolvió cumplir su voto. Llamó al sumo sacerdote. Se vistió con el atuendo de una víctima. Luego, con su capa militar envuelta alrededor de su cabeza, y de pie sobre una lanza que había sido previamente colocada en el suelo, repitió en la forma apropiada las palabras por las cuales se consagró a sí mismo y al ejército del enemigo al Dios de la Muerte. Finalmente, montó en su caballo y se dirigió a la zona más peligrosa de la batalla, cargando contra los enemigos, siendo inmediatamente atravesado por las sarisas enemigas.
Pirro vio con horror como el centro empezaba derrumbarse, si esto sucedía, podía dar por perdida la batalla. En consecuencia, había que poner en marcha la reserva táctica, sus preciados elefantes. Efectivamente, los elefantes fueron enviados para taponar la brecha que la II legión había abierto en centro del despliegue epirota. En un principio cumplieron bien su misión; los elefantes fueron utilizados como los modernos tanques contra la infantería, estos se lanzaron contra las apretadas líneas romanas sembrando el pánico con sus colmillos, hiriendo a diestro y siniestro y aplastando con sus patas a los romanos que valientemente se les ponían por delante; esto sin contar con los soldados epirotas apostados en los lomos de los elefantes, los cuales lanzaban sin cesar flechas y lanzas contra los romanos.
Pero aquí los romanos aprovecharon para poner en marcha su arma secreta contra los elefantes, ¡sus 300 carros!. Estos avanzaron hasta los elefantes, los cuales detuvieron su marcha, asustados por las picas que salían de los enormes armatostes, las cuales amenazaban con herirles. Los romanos veían con satisfacción como su arma secreta había surtido efecto, los elefantes se habían detenido ante el despliegue de sus carromatos.
Pirro evaluó la situación y decidió que los elefantes se acercasen a los carros romanos, pero a una distancia prudente que no pusiera en peligro a los elefantes. Luego la infantería ligera que apoyaba a los elefantes empezó a lanzar de todo a las tripulaciones que manejaban los carros, para dejar inoperativas a las máquinas y se infiltraron entre los carromatos hiriendo a los bueyes que tiraban de los carros. En consecuencia, el pánico empezó a cundir entre las tripulaciones de los carros romanos y estos pronto empezaron a abandonar las máquinas para replegarse a las líneas romanas. Con esto los romanos perdían un arma que aunque torpe, en un principio había funcionado bien, pero su lentitud fue aprovechara por los epirotas para buscar su punto débil y efectivamente, lo hallaron.
Segunda fase
Pirro vio con gran horror que el frente se había vuelto a romper y que la legión III avanzaba y que la derrota era inminente. Decidió jugarse el todo por el todo poniendo toda la carne en el asador decidió emplear su Agema o guardia montada junto con parte de la caballería del flaco derecho.
Cuando estaba a punto de iniciar el movimiento, Pirro se encontró con un jinete que le comunicó que los romanos estaban a su retaguardia saqueando su campamento. ¡Efectivamente!, una legión romana formada por los “arpinos”, procedentes de Apulia y compuesta por 5.000 hombres había acudido tarde al campo de batalla. Cuando estos llegaron a las inmediaciones de la batalla, vieron que esta estaba en su cenit; con las unidades mezcladas no sabiendo quién era quién y una polvareda que no dejaba ver con claridad donde estaban las unidades romanas, juzgaron no meterse en medio, esperando prudente en retaguardia a que finalizara la misma.
Los arpinos se habían situado sin saberlo en las cercanías retaguardia del campamento de Pirro. Estos avistaron el campamento y optaron acercarse con cautela a una prudente distancia y capturar a unos griegos que estaban en las cercanías recogiendo leña. Les preguntaron quiénes eran y estos les informaron que pertenecían al campamento de Pirro; posiblemente también les informaron que las fuerzas en su interior no eran más que de unos destacamentos de seguridad. En consecuencia, aunque no intervendrían en la batalla, se llevarían un jugoso botín con el saqueo del campamento epirota. Los arpinos cayeron sobre del campamento epirota atacando en todas direcciones y saltando por encima de las empalizadas; los defensores tuvieron la suficiente rapidez de reflejos, para enviar un jinete para que avisara a Pirro de lo sucedido y que acudiera con refuerzos.
Pirro escuchó al jinete, y estimó que el campamento estaba muy lejos, y que su llegada no podría impedir el saqueo, así que decidió abandonar a su suerte el campamento y continuar con el ataque de la caballería contra la brecha producida en el centro.
La visión por parte de los romanos de que la caballería se lanzaba de frente contra ellos obligó a las unidades romanas a detener su avance y a apostarse en una loma cercana. La legión III y otra aliada se vieron de pronto de lanzarse victoriosas irrumpiendo en el centro del dispositivo enemigo a quedar cercadas en una loma por unidades de caballería e infantería ligera.
Pirro no podía desalojar a sus enemigos de la elevación; la caballería y los elefantes no podían maniobrar en esas elevaciones. La loma puede decirse que salvó de su destrucción a las unidades romanas. Pero Pirro no se mostró inactivo contra sus contrincantes; reforzó el cerco con tropas sacadas de su flanco izquierdo, en particular caballería del ala derecha e infantería samnita.
En el resto del frente las cosas permanecían equilibradas, solo en el centro del despliegue, la acción era mucho mayor. Pirro optó por hostigar a los romanos de la loma, enviando a arqueros, jabalineros y honderos; los cuales lanzaron una lluvia de proyectiles que si bien causó muchas bajas a los defensores, no hizo que estos se rindieran, aguantando impávidamente el acoso epirota.
Los cónsules romanos sabedores del cerco de sus legiones reunieron la caballería de ambas alas para romper el cerco enemigo, pero fue en vano. La presencia de los elefantes en el cerco imposibilitaba que estos se acercaran, ya que no estaban acostumbrados a olor de elefantes, y los caballos se encabritaron y perdían el control.
El combate finalizó con la llegada de la noche, el resto de la tarde no varió nada, conservando los oponentes sus posiciones. Con la llegada de la noche, los epirotas retrocedieron a su campamento y los romanos bajaron de la loma retirándose a sus líneas.
Los epirotas pasaron una noche horrible; su campamento había sido saqueado a conciencia y cuando volvieron fatigados de la batalla se encontraron que no había víveres, ya que los arpinos habían arramblado con todo. Las medicinas habían desaparecido, en consecuencia, muchos heridos sucumbieron por no poder prestárseles una atención médica adecuada; sin contar con que tuvieron que acampar al raso, en una fría noche, puesto que las tiendas para protegerse del frío también habían sido robadas. ¡Los arpinos habían efectuado una buena labor de saqueo!, lo habían realizado con comodidad, ya que nadie les importunó.
Segundo día
Amanecer del segundo día, Pirro envió algunos hostigadores y la infantería ligera a ocupar la colina que habían dado a los romanos la ventaja táctica el día anterior. Esto obligó a los romanos a enfrentarse al ejército epirota en las llanuras cercanas. Los dos ejércitos repitieron sus disposiciones de la jornada anterior. Este día, sin embargo, los romanos atacaron agresivamente toda la línea epirota, poniendo una enorme presión en todas las partes. Esperaban que se rompiera el frente epirota antes de que pudiese emplear sus elefantes. Sin embargo, la infantería de Pirro, tuvo una buena actuación, aguantando a las legiones romanas.
Pirro decidió emplear sus elefantes y los romanos emplearon los carros que les quedaban. Aunque inicialmente tuvo éxito, la infantería ligera pronto los inutilizó, y los elefantes hundieron la línea romana, produciendo brechas. En ese momento, el propio Pirro llevó a su Agema o guardia real a la batalla, entró por la brecha y atacó el flanco romano. Es posible durante esta fase de la batalla que Pirro fuese herido por una jabalina romana. En consecuencia, el ejército romano se rompió y los romanos se retiraron ordenadamente a su campamento fortificado, poniendo fin a la batalla.
Pirro se declaró vencedor, ya que el enemigo había abandonado el campo de batalla.
Consecuencias
Pirro no tenía motivos para estar contento, había infringido a los romanos 6.000 bajas incluyendo la vida del cónsul Publio Decio Mus; por 3.500 propias, pero nuevamente como en la anterior batalla, una buena parte de ellas se había llevado una parte de sus mejores tropas y oficiales griegos que eran muy difíciles de reponer, dado que Grecia en esos momentos se encontraba haciendo frente a las invasiones galas.
Sabiendo que su situación era desesperada a causa de las grandes pérdidas que había sufrido pese a la victoria, Pirro ofreció una tregua a Roma. Sin embargo, el Senado romano se negó a aceptar cualquier acuerdo mientras Pirro mantuviese sus tropas en territorio italiano. Más tarde las ciudades griegas, a las que él decía defender, le retiraron el apoyo.
Recibió entonces dos embajadas procedentes de Siracusa. Esta empresa parecía más sencilla que aquella en la que se encontraba embarcado, y poseía la atracción de la novedad, que siempre había seducido al rey. No obstante, antes era necesario suspender las hostilidades con los romanos, que asimismo se hallaban deseosos de verse libres de un oponente tan formidable y completar la sumisión del sur de Italia sin más interrupciones.
Como ambos bandos compartían deseos comunes, no fue difícil que llegaran a un acuerdo para finalizar la guerra. Esto ocurrió a principios de 278 AC, cuando uno de los médicos de Pirro, llamado Nicias, desertó a las filas romanas y propuso a los cónsules envenenar a su señor. Los cónsules de ese año Fabricio y Emilio enviaron al desertor de vuelta ante su rey, afirmando que aborrecían la idea de conseguir una victoria mediante la traición. Para mostrar su gratitud, Pirro envió a Cineas a Roma con todos los prisioneros romanos, entregándolos sin rescate. Parece ser que Roma devolvió a los suyos y otorgó entonces una tregua a Pirro, no así una paz formal, ya que el rey no consintió en abandonar Italia.
Pirro abandonó Italia, pero dejó parte de sus tropas que permanecieron estacionadas en varios lugares aliados suyos, como protección contra los romanos y contra el peligro de traición. Aunque no pudieron impedir que los dos nuevos cónsules, C. Fabricio Luscino y Q. Emilio Papo ganaran de nuevo, en el transcurso del año, a alguno de los pueblos y ciudades que previamente se habían pasado a Pirro. En Roma en el invierno de ese mismo año, celebraron un triunfo sobre los lucanos, samnitas, tarentinos y brucios, lo que demuestra que sus éxitos debieron haber sido considerables.