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Conquista de Macedonia 274 AC
Antecedentes
Todos los recursos de su propio reino habían sido agotados por los reclutamientos que había hecho para sostenerse a sí mismo en Italia, y que entonces era necesario, embarcarse en una guerra, como medio para encontrar empleo y subsistencia para sus tropas. Determinó, por lo tanto, hacer una incursión en Macedonia para probar suerte.
Pirro necesitaba un casus belli para asegurarse el apoyo de los suyos en la invasión a Macedonia. Dijo a sus seguidores que Antígono II Gónatas se había negado a enviarle cualquier tipo de ayuda a Italia o Sicilia, lo que era cierto.
Antes de emprender su expedición, se las arregló para obtener una fuerza considerable contando con gálatas como auxiliares. Reclutar a un solo gálata para una campaña completa (podía durar meses) costaba 24 dracmas, aproximadamente la mitad de lo que cualquier otro mercenario griego exigía como pago por sus servicios para un solo mes. Después de completar sus preparativos, en el 274 AC comenzaron su marcha, y pronto cruzaron la frontera Macedonia.
Conquistó varias ciudades y pueblos a medida que avanzaba, y pronto empezó a albergar mayores esperanzas con respecto al objeto de su expedición de las que se había formado en un primer momento. En lugar de limitarse al saqueo de la frontera, como lo había previsto en un primer momento, empezó a pensar que sería posible para él para someter a Antígono II Gónatas por completo, y volver a anexar Macedonia a sus dominios.
Batalla de Aous 274 AC
Pirro era bien conocido en Macedonia por sus antiguas campañas y como su gobernante. Le habían comparado con el mismo Alejandro Magno, y a medida que avanzaba en Macedonia, los destacamentos de tropas, que Antígono había situado en la frontera para informar su progreso, en vez de darle batalla, se unían a su causa. Sobre todo las que guarnecían los desfiladeros del río Aous, cerca de la actual Tepelene, en Albania. Lo que obligó a Antígono a presentar una batalla campal.
Antígono se situó en un terreno favorable y esperó la llegada de Pirro. Este actuó con su energía habitual, avanzó a retaguardia del ejército de Antígono a través de un estrecho desfiladero entre las montañas.
El cuerpo principal de las tropas de Antígono era la falange, que aunque ya no tenía el nivel de adiestramiento como la de Filipo o de Alejandro, pero seguía siendo una fuerza formidable, y a retaguardia había situado grandes masas de galos, armados y vestidos de su manera habitual. Entre los galos y la falange, había una tropa de elefantes. Se encontraría primero con los galos, luego con los elefantes y, por último, con la falange misma.
Pirro avanzó y lo primero que se encontró fue a los sorprendidos galos que intentaron resistir, pero cuando llegaron los elefantes toda resistencia cesó y unos huyeron y otros se rindieron.
Después se encontró con la tropa de elefantes. El ejército de Pirro, enardecido por su victoria sobre los galos, siguió adelante con impaciencia, y pronto rodeó a los elefantes y los acorralaron, que sus cuidadores percibieron que toda esperanza de resistencia era vana. Se rindieron sin hacer ningún esfuerzo por defenderse.
Finalmente, se encontró con la falange que había dado media vuelta y les esperaba con las sarisas apuntándoles. Pirro recorrió a caballo el frente de la falange y descubrió que conocía personalmente a los oficiales, después de haber servido con ellos en guerras anteriores. Los saludó, llamándolos por su nombre. Ellos estaban contentos con ser recordados y reconocidos por tan famoso personaje tan famoso. Pirro les instó a abandonar Antígono y entrar en su servicio, como el antiguo y legítimo soberano de su país. Muy pronto se unieron a él, y Antígono abandonado por sus fuerzas huyó en compañía de unos pocos seguidores personales.
Se retiró hacia la costa, donde se las arregló para mantener la posesión, por un tiempo, de algunas ciudades marítimas; pero su poder como rey de Macedonia había desaparecido. Algunas pocas de las ciudades interiores intentaron, durante un tiempo, para resistirse a Pirro, pero pronto se apoderó de ellas.
Tras la victoria, Pirro dedica trofeos galos a la diosa Atenea en el templo de Atenea en Eton, principalmente armas y escudos capturados a los gálatas.
Dejó guarniciones en algunas ciudades, algunas eran tropas galas como las que saquearon las tumbas de los reyes macedonios en Aegae. Estas tumbas fueron redescubiertas en 1976 cerca del palacio helenístico de Vergina, no lejos del sur de Beroea en las estribaciones del Monte Olimpo.
Toda Macedonia protestó por la profanación de las tumbas reales y exigió la retirada de los gálatas, pero Pirro hizo caso omiso a la exigencia y mantuvo a los gálatas en Aegae.
En el invierno de 274/3 AC convocó a su hijo Heleno de vuelta de Tarento, aunque Milón se mantuvo por el momento en esa ciudad.
Guerra con Esparta
Origen del conflicto
Desde Esparta llegó el mensaje a Pirro pidiendo su ayuda en una guerra que entonces se libraba allí. La guerra se originó en una disputa doméstica que surgió en la familia de uno de los linajes de los reyes. El nombre del príncipe que se dirigió a Pirro fue Cleónimo. Era el hijo menor de uno de los reyes espartanos. Había tenido un hermano mayor llamado Acrótato. La corona, por supuesto, habría recaído en ese hermano, si hubiera estado vivo cuando murió el padre. Pero no fue así. Murió antes que su padre, dejando un hijo, sin embargo, llamado Areo, como su heredero. Areo, por supuesto, reclamó el trono cuando murió su abuelo. Él mismo no era joven en este momento. Había avanzado más allá del período de la mediana edad y tenía un hijo que había crecido hasta la madurez.
Cleónimo no estaba dispuesto a aceptar el acceso de Areo al trono. Él mismo era el hijo del rey que había muerto, mientras que Areo era solo el nieto. Sostuvo, por tanto, que tenía el máximo derecho a la sucesión. Sin embargo, fue anulado y Areo asumió la corona.
Areo I después de su coronación, dejó Esparta y se fue a Creta, confiando el gobierno de su reino, mientras tanto a su hijo Acrótato. Cleónimo sentía hostilidad hacia el joven Acrótato.
Cleónimo estaba casado con Quelidonis, una princesa de línea real y una dama de gran belleza personal. Acrótato la sedujo y Clónimo ávido de venganza, acudió a la corte de Pirro y le persuadió para declarar la guerra a Esparta. Pirro que estaba con las tareas de gobierno que no le agradaban mucho, no desperdició la oportunidad.
Mientras preparaba el ejército, recibió a varias embajadas espartanas para preguntarle por sus intenciones. Contestó con evasivas y dijo no tenía la intención de cometer ninguna hostilidad contra Esparta. Su preparación era con algunas otras ciudades del Peloponeso que estaban bajo el yugo extranjero y que pensaba liberar. Prometió enviar sus hijos a Esparta, para que fueran entrenados según los preceptos de Licurgo. Mientras los embajadores remarcaban la naturaleza pacífica y amigable de Pirro, este marchó a Laconia en 272 AC con un ejército de 25.000 infantes, 2.000 jinetes y 24 elefantes.
La expedición de Pirro se suponía que iría a Grecia solo como su aliado, y que el único objetivo de la guerra era deponer a Areo I y colocar a Cleónimo en el trono en su lugar, pero el propio Pirro tenía planes muy diferentes. Su intención era invadir el país en nombre de Cleónimo, y una vez conquistado, agregarlo a sus propios dominios.
Su ejército siguió avanzando, y en su progreso comenzó a tomar y saquear pueblos pertenecientes al territorio espartano. Los espartanos enviaron embajadores de nuevo, diciendo que qué significaban esos procedimientos que eran contrarios a las leyes y costumbres de las naciones, que estaba haciendo la guerra sin haberla declarado previamente. Este respondió sonriendo:
«Cuando vosotros los espartanos resolvéis hacer la guerra, es vuestra costumbre no informar de ello al enemigo. No me acuséis, por tanto, de injusticia, si he utilizado una estratagema espartana contra los mismos espartanos«.
Los embajadores comprendieron que el ataque era contra Esparta y respondieron: «Hágase la guerra, entonces.»
Los embajadores regresaron a Esparta, y se dispusieron para realizar los preparativos para poner la ciudad en una actitud de defensa. Las ciudades espartanas no tenían murallas, ya que por orgullo decían que no las necesitaban. Además, el propio rey Areo se encontraba en Creta, auxiliando a los gortinos.
Asedio de Esparta
Tan pronto como llegó Pirro a la ciudad, Cleónimo le urgió a atacarla directamente. Según Plutarco, como el día se hallaba avanzado, Pirro resolvió retrasar el ataque hasta el día siguiente, temiendo que sus hombres saquearan la ciudad si caía después del atardecer. Durante la noche los espartanos no se mantuvieron de brazos cruzados: Todos los habitantes, ancianos y jóvenes, hombres y mujeres, trabajaron incesantemente en cavar un profundo foso frente al campo enemigo, y al final de cada dique formaron una fuerte barricada de carretas. Pausanias, sin embargo, dice que dichas trincheras y barricadas existían ya desde la guerra de 295 AC contra Demetrio, e incluso edificaciones cubriendo los puntos más débiles.
La zanja se hizo con un ancho y una profundidad suficiente para impedir el paso de los elefantes y de la caballería. Todo este trabajo se realizó en tal silencio y secreto que no fue detectado por las fuerzas de Pirro, y el conjunto se completó antes amanecer.
Al siguiente día, Pirro avanzó hacia la ciudad, pronto descubrió que la zanja no permitía el paso de caballos y elefantes; e incluso los hombres, si tenían éxito en la superación de la zanja, seríaan rechazados al intentar subir el talud de tierra que se había formado a lo largo del lado de la misma, con la tierra sacada al hacer la excavación.
Los espartanos bajo el mando de su joven líder Acrótato rechazaron los ataques. Ptolomeo, hijo de Pirro, estuvo a punto de tener éxito. Él tenía el mando de una fuerza de unos 2.000 galos, llegando a las carretas consiguiendo sacarlas y arrojarlas al río. Acrótato acudió inmediatamente con 300 hombres y consiguió expulsarlos. Al final del día, Pirro no había hecho ningún progreso y decidió replegarse.
Renovó el asalto al día siguiente, lo primero que hizo primero fue llenar la zanja con materiales de todo tipo, incluso cadáveres de los caídos el día anterior. Las tropas intentaron hacer su camino a través de la zanja, mientras que los espartanos, en la parte superior del terraplén de tierra, lucharon desesperadamente para repelerlos, mientras las llevaban agua y retiraban los heridos.
Por fin un cuerpo considerable de tropas que estaba bajo el mando personal del propio Pirro, logró romper las líneas espartanas, e inmediatamente se precipitaron hacia la ciudad. Una flecha hirió al caballo de Pirro, arrojando a Pirro al suelo. Mientras lo recuperaban, dio tiempo a los espartanos para reunir fuerzas y detener el avance.
La llegada de Areo con 2.000 cretenses y de Aminias de Focea, general de Antígono, con tropas auxiliares desde Corinto, obligó a Pirro a abandonar toda esperanza de conquistar la ciudad.
Los espartanos, sin embargo, no estaban dispuestos a permitir que se fuera sin ser molestado. Avanzaron con toda la fuerza que pudieron mandar, y, aunque no eran lo suficientemente poderosos para trabarlo en una batalla general, lo hostigaron y avergonzaron su marcha de una manera muy vejatoria. Le tendieron emboscadas en los estrechos desfiladeros por los que tenía que pasar; cortaron sus destacamentos, y saquearon y destruyeron su equipaje.
Pirro finalmente envió un cuerpo de sus guardias al mando de Ptolomeo, su hijo, para ahuyentarlos. Tolomeo atacó a los espartanos y los combatió con gran valentía, hasta que finalmente, en el fragor de la contienda, un célebre cretense, de notable valentía y fuerza, cabalgando furiosamente hacia Ptolomeo, lo derribó y lo mató de un solo golpe. Al verlo caer, su destacamento quedó consternado y, dando la espalda a los espartanos, huyó a Pirro con las noticias.
Pirro cuando oyó la noticia, se puso al frente de una tropa de caballería y regresó al galope para atacar a los espartanos y vengar la muerte de su hijo. Cargó contra ellos y mató a un gran número en el combate que siguió. Finalmente, Areus, tras observar el gran número de bajas que había sufrido su ejército, decidió cesar en su persecución y volver a Esparta a reorganizarse.
Pirro abandonó su tarea por completo, pues resolvió pasar el invierno en el Peloponeso y prepararse para nuevas operaciones a la llegada de la primavera.