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Asedio de Mileto (334 AC)
La derrota de Darío en la batalla de Issos dejó de nuevo el camino libre a Alejandro, quien prosiguió con su plan. Optó por no perseguir al derrotado ejército persa, puesto que de momento no quería adentrarse en las tierras del interior. Sabía que la poderosa flota persa estaba fondeada en el mar Egeo, y que si marchaba hacia el este, dicha flota aprovecharía para consolidar la presencia persa en las satrapías de la costa oeste de Asia Menor.
Dividió sus fuerzas para ir tomando el control del territorio. Parmenio fue enviado a Dascilo en Bitinia; Calas y Alejandro, hijo de Aropro, a la provincia de Frigia; mientras él mismo se dirigió a Sardes que era la capital de la provincia de Lidia. El comandante persa de la guarnición, Mitrenes, se presentó ante Alejandro para entregarle la ciudad sin lucha. Alejandro ocupó pacíficamente la ciudad y permitió a los habitantes continuar con sus leyes y costumbres. Después se dirigió a Éfeso, donde la guarnición persa huyó y se produjo una matanza de los pro-persas. Alejandro entró en la ciudad sin combatir, y detuvo la matanza, luego mandó reconstruir el templo de Artemisa.
A principios de agosto del 334 AC, Alejandro decidió comenzar la marcha hacia Mileto, la ciudad más famosa de Jonia, que en los siglos anteriores había sido la ciudad más poderosa del litoral asiático del mar Egeo. La ciudad estaba situada al sur de la desembocadura del actual río Gran Meandro (Büyük Menderes).
La intención de Hegesístrato, gobernante de la ciudad era entregarla, al conocer la noticia de la llegada de Alejandro, le envió una carta para proponerle la entrega de la ciudad sin lucha. Pero allí se había refugiado parte de las fuerzas Memnón y la noticia de la cercanía de la flota persa compuesta de 400 naves, hizo que se decidiera a presentar una decidida defensa.
La flota griega se había adelantado por poco a la flota persa, y sus 160 trirremes fondearon en la pequeña isla de Lade, frente a Mileto, donde se encontraba el mayor puerto de la ciudad. Las 400 naves persas llegaron demasiado tarde y solamente pudieron ver como las bocas de los puertos de Mileto habían quedado bloqueadas, anulando así cualquier posibilidad de ayuda. Para reforzar su posición en la isla, Alejandro traslado allí a su caballería tracia y a 4.000 de sus mercenarios griegos. La flota persa tendría muchas dificultades para fondear allí.
Los persas llegaron tres días después. Con el acceso a la isla de Lade cerrado, y las fuentes de agua protegidas por los griegos, los persas tuvieron que fondear a 10 kilómetros de Mileto, en la zona del monte Micale.
Los milesios, viendo lo que se les venía encima, enviaron a un tal Glaucio, a parlamentar con Alejandro, proponiéndole que Mileto quedara como ciudad neutral en el conflicto. Alejandro, evidentemente rehusó. No podía permitirse el riesgo de que en un futuro los habitantes se pasaran de nuevo al lado persa y quedara a su retaguardia una base desde la que su enemigo pudiera operar tanto contra Grecia, como contra su tren de suministros o su retaguardia.
Parecía inevitable una batalla naval. A algunos generales como Parmenion, esa opción les parecía interesante. Pero no así al mismo Alejandro. Con 160 navíos frente a 400 de los persas, estaba seguro de perder la batalla naval. No quería perder a sus soldados, prácticamente invencibles en tierra, en una batalla naval.
Se dispuso el asedio, las máquinas de asedio como arietes y catapultas entraron en acción, abriendo rápidamente una brecha en la muralla de Mileto, lo que permitió a los macedonios penetrar en la ciudad. Mientras los marineros griegos anclaban sus barcos en el puerto, borda con borda, con la proa en dirección al mar abierto, para impedir que los milesios fueran a refugiarse en los barcos persas. Es probable que, viéndose rodeados por tierra y mar y sin posibilidad de ayuda, parte de la guarnición abandonara la ciudad en cuanto las máquinas de asedio comenzaron a abrir brechas.
Cuando se abrieron las brechas en las murallas, los milesios se rindieron de inmediato y fueron tratados con amabilidad, en cambio, los mercenarios griegos que no perecieron en la lucha fueron vendidos como esclavos, muchos de los cuales se habían refugiado en una pequeña isla rocosa situada cerca del puerto.
Tras capturar la ciudad, Alejandro ordenó el asalto la isla donde se refugiaban los mercenarios griegos utilizando escaleras montadas en botes, y admirado del gran valor que mostraron los mercenarios, les perdonó la vida y los incluyo en su ejército.
La flota persa intento un último movimiento. Su almirante colocó sus barcos en línea, frente al puerto de Lade, y envió una pequeña fuerza de 15 barcos para intentar atraer a mar abierto a la flota griega. Alejandro se dio cuenta del peligro, y envió 10 trirremes contra la pequeña fuerza persa que se aproximaba, para embestirlos de frente. Al verlo, los persas viraron y huyeron a reunirse con el grueso de su flota.
Alejandro mandó a Filotas al mando de la caballería y tres regimientos de infantería para impedir que las naves pudieran llegar de nuevo a tierra para suministrarse de agua al río Meandro (16 km al Norte de Mileto). Así pues, imposibilitada a tomar tierra, la flota persa se hizo a la mar y se alejó de Mileto.
Alejandro se dio cuenta de que su flota no estaba en condiciones de enfrentarse a la flota persa, que no le serviría de nada cuando se internase con su ejército en Asia y que le resultaba muy caro mantenerla para lo poco que le iba a aportar. Así que decidió licenciarla, conservando un pequeño número de transportes de tropa, y utilizando a los marineros como tropas de tierra.
Asedio de Halicarnaso (333 AC)
Habiendo renunciado voluntariamente al uso de su flota, Alejandro se veía obligado a conquistar la totalidad de las ciudades costera de Asia Menor, para evitar que los persas no pudieran avituallarse, ni reparar sus navíos ni contratar nuevos tripulantes.
Alejandro ya controlaba las costas desde el Holesponto hasta Mileto. Para dominar todos los puertos y eliminar totalmente el peligro de la flota persa, solo le quedaba asegurarse el dominio de la costa meridional del Asia Menor: las provincias de Caria, Licia, Panfilia, Cilicia y Psidia. El siguiente objetivo de Alejandro para el invierno del 334/3 AC iba a ser la ciudad de Helicarnaso, capital de la provincia de Caria.
Mientras tanto Memnón había sido nombrado por Darío gobernador de Asia baja y comandante de toda la flota. Lo primero que hizo fue desplazarse a Halicarnaso, pues sabía que sería el siguiente objetivo de Alejandro.
Halicarnanoso estaba muy bien defendida. Se encontraba al fondo de una bahía, y estaba rodeada por tres de sus lados por una poderosa muralla, edificada en la antigüedad por el rey Mausolo. La ciudad estaba estructurada en terrazas y contaba con un impresionante puerto natural flanqueado por dos fortalezas la de Salmáncide y la del rey Mausolo. Además había otra fortaleza en una elevación al norte, la de Göktepe y otra más situada en el noroeste.
Todo el recinto estaba amurallado y contaba con numerosas torres y fortificaciones. No contento con ello, Memnón había tenido la precaución de mejorar las defensas allí donde detectó debilidades y había mandado cavar un gran foso de 14 metros de ancho y 7 de profundidad, para evitar que las máquinas de asedio se pudieran acercarse a los muros. Además, se alojaba allí a una fuerte guarnición compuesta por mercenarios veteranos griegos, al mando del exiliado Efialtes, y fuerzas asiáticas mandadas por el sátrapa de Caria, Orontobates. Por si fuera poco, la flota persa también se había resguardado en el puerto de la ciudad.
A finales de septiembre, Alejandro se había puesto en marcha. Tras ocupar sin lucha las aldeas y pueblos de pescadores que se encontraban entre Mileto y Halicarnaso, llego a la vista de la ciudad. Instaló su campamento a un km de la ciudad, en previsión de un largo asedio.
Al día siguiente de su llegada, los sitiados intentaron una salida mientras se instalaban en el campamento, siendo rechazados sin excesiva dificultad por los macedonios.
Alejandro se dio una vuelta alrededor del recinto, acompañado del ingeniero Diades, en busca de un punto débil en la muralla. Comenzaron los trabajos de relleno del foso en el sector Este de la ciudad, en la parte de la muralla donde se encontraba la puerta de Milasa, que fueron respondidas con algunas salidas, librándose algunas escaramuzas fuera de las murallas.
Pocos días después, Alejandro tomó a los hipaspistas, a los compañeros y a las taxeis de pezhetairoi de Amintas, Pérdicas y Meleagro, además de a los arqueros y agrianos y se dirigió a inspeccionar el sector opuesto, la puerta de Mindos. Durante la noche, en un ataque repentino y secreto, trató de tomar la propia ciudad costera de Mindos, pues una facción había ofrecido entregar la ciudad si el rey macedonio se acercaba. Sin embargo, llegado antes sus muros, no había señal alguna de la rendición.
Alejandro mandó llenar el foso con tierra, con la intención de que sus arietes pudieran batir las murallas y que desde sus torres pudieran avanzar para descargar proyectiles contra los defensores a la vez que se golpeaba la muralla. El primer paso se llevó a cabo sin contratiempos, debiendo usar manteletes protección. Pero los contraataques de Memnón dificultaron que las máquinas de asedio se pudieran acercar. Las luchas fuera de las murallas, alrededor de arietes y torres debieron ser una constante en las noches a lo largo de unas dos semanas.
Poco a poco, gracias a la ventaja que daba la potente artillería de torsión de Alejandro que disparaban a los defensores y los arietes pudieron avanzar para derribar dos torres, y dejar una tercera dañada, así como el lienzo intermedio en la parte norte, cerca de la fortaleza de Göktepe.
Una noche, algunos hombres de la taxei de Pérdicas, supuestamente borrachos, realizaron un salvaje ataque sobre la zona de la muralla derribada. Los hombres de Memnón rápidamente lanzaron un contraataque y pronto más y más hombres se fueron sumando a la lucha. Finalmente, el propio Alejandro aprovechó la confusión para lanzar un rápido ataque sobre la puerta por la que salían los persas. Pero Memnón pudo reaccionar y replegarse a tiempo, aunque no sin numerosas bajas, con los macedonios tratando de impedir que se cerraran las puertas.
A partir de entonces los macedonios redoblarían esfuerzos para dañar la muralla con las máquinas de asedio, mientras que los defensores hacían ataques relámpago para tratar de incendiarlas. Memnón mandó reparar el lienzo de muralla dañado construyendo detrás un nuevo muro curvo, que protegía la brecha y detrás una torre de madera para disparar desde ella. Alejandro centró sus principales ataques contra ese punto, ya que el nuevo muro no era tan resistente como el resto.
Memnón y Orontobates celebraron un consejo de guerra, en el que decidieron realizar un ataque en masa para tratar de destruir las máquinas de asedio. El exiliado Efialtes encabezó la salida, que se efectuó al amanecer a través de la brecha en la muralla y por tres puertas simultáneamente. La guardia macedonia, compuesta por tropas jóvenes, se opuso en vano y Efialtes que, junto con 2.000 hombres, logró incendiar algunas máquinas y con gran empuje mató a gran cantidad de macedonios. Memnón, viendo cercana la victoria, se lanzó a la batalla con todos los refuerzos disponibles e incluso Alejandro se encontraba completamente indefenso. Pero en ese momento llegó Ptolomeo con los veteranos macedonios, que “cerraron filas y se enfrentaron al enemigo que ya se creía victorioso”.
En el combate, lograron matar a Efialtes y a muchos otros y finalmente obligaron al resto a huir para refugiarse de nuevo en la ciudad, no sin que se produjera una gran matanza frente a las puertas. La llegada de la noche evitó que Halicarnaso fuera tomada ese mismo día. Según Arriano, entre los hombres de Memnón cayeron 1.000, por tan solo 40 de Alejandro.
Alejandro no quería tomar la ciudad al asalto, sabía que de hacerlo, la ciudad sería saqueada y destruida por sus soldados. Decidió esperar una propuesta de rendición de los sitiados. Pero el sátrapa Orontobates y Mennon no tenían ninguna intención de rendirse, sabían que la muralla estaba seriamente dañada y la ciudad no podría resistir mucho más. Ambos hombres celebraron un consejo con sus oficiales y decidieron incendiar la ciudad antes que dejarla en manos macedonias.
Una noche de primeros del mes de noviembre, los persas incendiaron la ciudad. Los soldados persas se replegaron a las tres fortalezas con provisiones para resistir largo tiempo, abandonando a su suerte a los habitantes, mayoritariamente de origen griego.
Mennon aprovecho la confusión para escapar con parte de sus mercenarios hacia la isla de Chios, en el norte. La intención era hostigar cuanto pudieran a Alejandro, retrasar su avance y obligarlo a dejar tropas en Halicarnaso.
Alejandro decidió permanecer un tiempo en Halicarnaso. Concedió permisos a los soldados que se habían casado justo antes de partir de Grecia, y les envió a casa una temporada, junto con dos de sus generales, encargados de difundir el éxito de su ejército en Asia Menor y reclutar infantes y jinetes.
En noviembre del 334 AC, Alejandro confía la mitad de su ejército a Parmenion y lo envió a Sardes, con orden de marchar al noroeste y adentrarse en la gran frigia, la región montañosa de la actual región turca de Anatolia.
A principios de diciembre, después de dejar 3.000 infantes griegos y 200 jinetes en Halicarnaso, Alejandro partió hacia Licia, a lo largo de la costa meridional de Asia Menor. Su intención primaria es evitar que la flota persa pueda avituallarse en esa zona.
Las ciudades de la zona se rindieron una a una, sin lucha. Alejandro descansó un mes en la ciudad de Faselida, y partió de nuevo a finales del mes de enero del 333 AC. Su objetivo era la ciudad de Perga, en la región de Panfilia, a donde llego a primeros de febrero. Perga se sometió sin lucha, y allí mismo los gobernantes de la vecina ciudad de Aspendo rindieron también su ciudad, y se comprometieron a pagar 50 talentos.
Alejandro marchó después contra la única fortaleza de la región, Silio. Su guarnición estaba compuesta mayoritariamente de mercenarios. Pero cuando se dirigía hacia ella, fue informado que los gobernantes de Aspendo no habían cumplido su palabra. Volvió sobre sus pasos y se presentó delante de las murallas de Aspendo. Aterrados, los enviados de la ciudad suplicaron por sus vidas y prometieron pagar un tributo mayor, concretamente el doble, 100 talentos.
El nudo Gordiano
Alejandro volvió a aceptar la rendición de la ciudad, pero, esta vez, se llevó unos cuantos rehenes como garantía. Desde allí, partió hacia el norte, para reunirse con Parmenion, que le esperaba en Gordio, cerca del río Sangario, en la vía que unía Sardes, capital de Lidia, con Susa, capital de los monarcas persas.
La ruta que debía seguir cruzaba en primer lugar una región montañosa repleta de tribus bárbaras y belicosas. Alejandro no quería perder el tiempo sometiendo una tras a otra a las tribus bárbaras, y decidió combatirlas solo si se interponían en su camino.
Tras un par de días de marcha, llegó a las cercanías de la ciudad de Termeso, por un desfiladero cuyas laderas están ocupadas por bárbaros. Utilizando sus arqueros y la infantería ligera, el ejército de Alejandro consiguió franquear el desfiladero y acampar delante de la fortaleza.
Al día siguiente llegaron enviados de la ciudad de Selaga, enemigos atávicos de los Termesios, que firmaron con Alejandro un tratado de alianza. Este tratado permitía a Alejandro continuar su camino, dejando a los selageos la tarea de contener a los termesios.
Alejandro se dirigió a la tercera ciudad de la región de Pisidia, Sagalassos, construida en una colina y que era una posición defensiva extremadamente difícil de atacar. Cuando llegó al pie de la colina, Alejandro se encontró a los sagalesos a los que se les habían unido algunos termesios. No perdió el tiempo, envió directamente a la falange. Los habitantes de Sagalassos eran fuertes y valientes, pero peleaban desnudos. 500 de ellos murieron en el primer asalto de la falange, y los otros huyeron a gran velocidad, dejando la ciudad en manos de Alejandro.
Tras la toma de Sagalassos, las restantes ciudades de la zona se rindieron, la mayoría sin luchar. Alejandro ya tenía abierta la ruta de la gran frigia, el corazón del Imperio persa.
Alejandro tardo 4 días en llegar desde Sagalassos a Celenas, una ciudadela en lo alto de unas escabrosas montañas. El sátrapa de la zona había huido, y estaba defendida por un millar de carios y un centenar de mercenarios griegos. Organizar el asedio de una ciudadela tan inaccesible hubiera requerido varias semanas y le habría costado grandes perdidas materiales. Así que opto por dejar allí un destacamento de 1.500 hombres y nombró sátrapa a su hermano Antigono, de toda Frigia. Con el resto de su ejército, se dirigió a Gordio, antigua capital de los reyes de Frigia.
Según las leyendas, la ciudad había sido fundada por el legendario Gordio, un mortal que había sido amante de la diosa Cibeles. Según la leyenda, Gordio había llegado a Frigia, subido en un carro, que se conservaba en el templo consagrado a Zeus, en la Acrópolis de la ciudad. La lanza del carro estaba unida al yugo por una clavija de madera atada con un nudo de cuerda de cáñamo, prácticamente imposible de desatar. El oráculo de Zeus había predicho que el hombre capaz de deshacer el nudo y montar en el carro se convertiría en el dueño de toda Asia.
Alejandro conocía perfectamente las leyendas y la profecía. Y decidió utilizarlas a su favor. Visitó el templo y con su espada corto la cuerda deshaciendo el nudo, y luego montó en el carro.
En Gordio se reunió con Parmenio y con Tolomeo, hijo de Seleuco, que traía consigo a los macedonios que habían invernado en su hogar más un total de 3.000 infantes y 650 jinetes de refuerzo. Pasó revista de sus fuerzas en Ancira, y designó a Antígono (futuro Antígono I Monoftalmos) como sátrapa de Frigia, con una fuerza de 1.500 hombres. Luego partió para cruzar Paflagonia y Capadocia y abrirse paso a través de las Puertas Cilicias para entrar en Siria.
Mientras tanto, ya en 333 C, Dario envió dinero a Memnón y este, comandando la flota y los mercenarios, reanudó el conflicto con vigor. Pudo por fin llevar a cabo el plan que había trazado antes de la batalla del Gránico y con sus 300 naves se hizo dueño absoluto del mar Egeo con la intención de cortar las comunicaciones de Alejandro y de llevar la guerra a Grecia.
Primero tomó la importante ciudad de Quíos, en la isla del mismo nombre, luego llevó su flota a la isla de Lesbos, donde todas las ciudades se pasaron al bando persa, excepto la rica y populosa Mitilene. Memnón la aisló construyendo una empalizada doble de mar a mar y cinco campamentos que la protegían. Parte de la flota bloqueaba el puerto impidiendo que entraran o salieran naves, mientras el resto hacía guardia frente a Sigrium (en el lado opuesto de Lesbos). Durante el asedio, Mennon enfermo y murió. Antes de morir, pasó el mando de las tropas a Farnabazo, sobrino del rey Darío, hasta que el rey nombrara a otro. Finalmente la ciudad terminó cayendo.
Con Quios y Lesbos en su poder, y con su poderosa flota, los persas tenían ahora la posibilidad de bloquear el Asia Menor, impidiendo la llegada de refuerzos por mar para el macedonio.
También se produjeron levantamientos en Grecia apoyados por los persas. Allí, especialmente Esparta empezó a tener grandes esperanzas en cambiar la situación política y los sobornos que había mandado Memnón empezaron a ganar a muchos simpatizantes para la causa persa. Agis, rey de Esparta, mandaría al año siguiente una expedición a Creta donde capturó la mayoría de ciudades y las obligó a apoyar la causa persa.
Farnabazo junto con el persa Autofradates siguió la guerra en el Egeo, llevando con él a los mercenarios griegos a Licia, mientras su colega, con el resto, atacaba las islas. Pero la campaña se extinguió en seguida. El Gran Rey había mandado a Timondas, hijo de Mentor, para ratificarlo en su puesto, pero también para llevarse consigo a los mercenarios griegos. Darío III había decidido enfrentarse en batalla campal a Alejandro y necesitaba a sus mejores hombres con él. Ambos ejércitos terminarían encontrándose en la batalla de Issos.