¡Ayúdanos a mejorar el blog!
Si ves alguna palabra mal escrita, o frase que no tenga mucho sentido, es muy fácil hacérnoslo saber. Sólo tienes que seleccionar las palabras que te resulten sospechosas y pulsar las teclas CONTROL y ENTER. Se abrirá un formulario con el texto seleccionado, y con pulsar enviar recibiremos tu notificación.
También puedes abrir el formulario pulsando el siguiente botón
Desastre de los Gelves o de Djerba (1560)
Antecedentes
A causa de la derrota ante la flota de Jeireddín Barbarroja en la batalla de Préveza en 1538 y la desastrosa expedición de la Jornada de Argel o Desastre de Argel en 1541, las potencias cristianas en el Mediterráneo, España y Venecia, contemplaban con disgusto cómo los otomanos les iban comiendo terreno.
La isla de Djerba o Yerba en Túnez, llamada de los Gelves por los españoles, cayó bajo la soberanía española desde 1520 hasta 1524, y desde 1551 hasta 1560; pero sin una ocupación estable estuvo dirigida desde Mostaganem o Mostagán en la actual Argelia, al no ser estable esa ocupación y estar financiada por la Iglesia no está muy claro si pertenecía al Imperio español. Volvió a ser una base temporal para Jeireddín Barbarroja en 1524 y posteriormente por otros piratas como Turgut Reis, conocido como Draggut que se instaló en 1549, desde donde lanzó sus ataques.
En 1551 Andrea Doria dirigió una armada contra él, consiguiendo encerrarlo en la bahía, pero el corsario consiguió huir corsario de la bahía tras abrir un canal, saliendo al otro lado de la isla y navegar hacia Estambul.
Allí Turgut movilizó una flota de 112 galeras y 2 galeazas con 12.000 jenízaros y a finales de 1.551 intentó adueñarse de Malta. Aunque puso un gran esfuerzo no pudo conquistarla, así que Turgut decidió devastar los poblados vecinos y, en julio de 1551, la vecina isla de Gozo también padeció el asedio por parte de Turgut, quien la tomó capturando cientos de esclavos. En agosto de 1551, atacó y conquistó Trípoli (Libia), que era una importante plaza costera defendida por la Orden de Malta.
Como recompensa por su bravura, el sultán Solimán el Magnífico le entregó Trípoli y el territorio circundante, concediéndole el título de sanjakbey (gobernador), comandante en jefe de la armada otomana, la cual fue enviada a Italia (con el motivo de un tratado entre el sultán y el rey Enrique II de Francia). Turgut devastó Calabria en 1553, lanzó un ataque contra la isla de Elba y acosó Bonifacio (isla de Córcega). Cuando capituló Bonifacio, intentó hacerse con Piombino y Portoferraio en Elba, pero regresó a Estambul sin lograrlo. En 1554 aparece una vez más por la costa de Calabria, pero pronto se retira a Durazzo. En 1559 repele un ataque español en Argel.
Ansiando el gran maestre de la Orden de San Juan en Malta recuperar la plaza de Trípoli, envió a la corte de Felipe II al comendador Guimarán, el virrey de Sicilia Juan de la Cerda, duque de Medinaceli, secundó los propósitos del Maestre con informes favorables. Felipe II apeló al papa Paulo IV y sus aliados católicos para organizar una expedición que recuperase Trípoli de las manos del corsario Dragut.
Guimaran aseguraba que la empresa se llevaría a cabo con facilidad si se actuaba con presteza y secreto; ya que Dragut se hallaba entretenido en sus correrías por el interior de Berberia, por lo cual, no se hallaban en la ciudad más de 500 turcos en la guarnición. Además, según el embajador, por la distancia, no llegaría a tiempo en su socorro el sultán Solimán; y lo más importante de todo, el rey de Carauán y algunos jeques árabes, enemigos de los turcos, prometían su ayuda.
Organización de la expedición
El almirante turco Piale pachá navegaba por el Mediterráneo Oriental con una armada de 65 naves por orden del sultán Solimán el Magnífico, a propósito de la contienda entre sus dos hijos, pues sospechaba que pudieses apoderarse de Siria y Egipto. Una vez derrotados y huidos a Persia, y descartada la amenaza, Piale puso rumbo hacia el Adriático.
Felipe II ordenó sin dilaciones, al almirante Andrea Doria, y los virreyes y gobernadores de Italia, facilitaran al duque de Medinaceli, nombrado capitán general de la empresa, los elementos que reclamara, sin esperar otro mandato. Sin embargo, como la armada turca se había dejado ver en el Adriático, amenazando con ataques como los pasados, ninguna de las autoridades principales quiso desprenderse de fuerzas que pudiera necesitar; lo que hicieron sin réplica fue activar la reunión en Mesina de las escuadras de galeras, formando armada respetable, a la que acudió Juan de Mendoza, general de las galeras de España, consiguiendo que Piali regresara a Estambul sin intentar nada.
Con los retrasos se perdió la oportunidad de la empresa, ya que estaban a finales de septiembre, y la costa a donde se dirigían era peligrosa, con escasos puertos y abundantes bajíos. El duque de Medinaceli continuaba con los alistamientos, reunión de navíos, y acopios necesarios para la expedición.
A principios de octubre se reunieron en Mesina 12.000 hombres, a disposición del Duque, como lugarteniente iba Alvaro de Sande, maestre de campo general; Luis Osorio, jefe de la artillería; Bernardo de Aldana, administrador del hospital.
Dragut que estaba luchando con los moros montaraces, se enteró del peligro y pidió ayuda al Sultán, que envió 2.000 turcos de refuerzo a Trípoli.
La flota se reunió en Mesina bajo el mando del almirante genovés Juan Andrea Doria, su tío, el célebre Andrea Doria, colaboró en la organización y murió poco después a los 94 años.
El duque de Medinaceli trasladó las fuerzas expedicionarias desde Mesina Siracusa, como puerto más adecuado las últimas diligencias. Empleó, no obstante, en ellas otros dos meses, teniendo las tropas embarcadas en prevención de las deserciones, riñas motines con que se iba significando la mala disposición de aquel ejército; pero con el consiguiente consumo de raciones de campaña, cuya mala calidad afectó la salud del soldado, enfermando muriendo por centenares.
Los genoveses habían tomado a cargo el suministro de raciones de la expedición, calculadas en 3.600.000. Eran las suficientes para 30.000 hombres en cuatro meses, antes de salir del puerto se advirtió que algunas estaban en putrefacción. Pasada nueva revista resultó, que por enfermedades y deserciones, la baja de más de 3.000 hombres, componiendo el ejército 37 banderas o compañías de infantes españoles, 4 de alemanes, 35 de italianos, 2 de franceses, 100 jinetes griegos y sicilianos.
La armada, entre bajeles de combate y transportes, disponía de 54 galeras, 7 bergantines, 17 fragatas, 2 galeones, 28 naos gruesas y 12 escorchapines (barcos de vela para el trasporte de tropas), distribuyéndose de la siguiente manera:
- Juan Andrea Doria, en la Real con 16 galeras más de su escuadra.
- General de escuadra de Nápoles, Sancho de Leyva con 7 galeras, 2 de ellas de Stefano de Mari.
- General de la escuadra de Sicilia, Berenguer de Requesens con 10 galeras, 2 de ellas del Marqués de Terranova, 2 del señor de Monago, 2 de Visconte Cicala.
- General de la escuadra pontificia, Flaminio de Languillara con 4 galeras.
- General de la escuadra del duque de Florencia, Nicolo Genlile con galeras.
- General de la escuadra de Malta, el comendador Carlos de Tixeres con galeras, una galeota, un galeón.
- Galeras sueltas de particulares: 5 de Antonio Doria, mandadas por su hijo Scipión; 2 de Bendinello Sauli; 2 galeotas de D. Luis Osorio; 1 de Federico Stait.
- General de las naos, Andrea Gonzaga: 1 galeón de Fernando Cicala, 28 naos gruesas, 12 escorchapines, 7 bergantines, 16 fragatas.
El viaje
Salieron las naves del puerto de Siracusa en los días 17 al 20 de noviembre de 1559, un cambio brusco del tiempo les obligó arribar desde cabo Passaro, con dolencia de las tropas graves síntomas de indisciplina. La compañía de Lope de Figueroa, formada con bandidos de Sicilia, que iba en el galeón de Cicala, se amotinó; dio muerte al sargento, saqueó la carga, poniendo fuego lo que no se pudieron llevar, escaparon a tierra, sin que se lograra aprender más de 2.530 individuos.
Otro tanto quiso hacer la compañía de Vicente Castañola, asimismo de sicilianos; aunque el general, por justicia escarmiento, mandó ahorcar tres de los culpables, cortaron a otros las orejas y fueron sentenciados a galeras los demás. La impresión pesimista, que contribuía el naufragio de una de las galeras de Juan Andrea Doria, se dejó sentir en los ánimos desconfiados del caudillo que los regía.
Los menos asustadizos, aquellos capitanes y viejos soldados que servían de núcleo en la hueste, pensaban que la empresa no era ya de provecho habiendo pasado tanto tiempo y con la entrada del invierno, dándoles la razón la mortandad de la gente. Apenas quedaban ya en la armada 8.000 hombres, y no sanos; más no por ello pensó el Duque apartarse de su propósito ni suspender la marcha. Parcial totalmente se repitió en los días de diciembre la salida, sin que las naves pudieran remontar el cabo Passaro por la constancia fuerza de los vientos contrarios, ni aun a remolque de las galeras.
El 10 de enero de 1560 por fin llegaron a Malta. Los caballeros de San Juan celebraron con salvas de artillería la llegada de los expedicionarios. Se organizó el hospital por pasar de 3.000 los enfermos, se utilizaron los conventos e iglesias como sanatorios. El Duque mandó reclutar 2.000 hombres más en Sicilia; 1.000 le pidió al virrey de Nápoles; de Cerdeña otros puntos se procuró raciones; estuvo rehaciendo sus fuerzas y abastecimientos hasta el 10 de febrero.
Por fin llegaron los vientos propicios y se hicieron a la mar hacia Seco del Palo, fondeadero situado entre Trípoli y la isla de los Gelves, a unas 70 millas (110 km) de Trípoli, que había de servir de segundo punto de reunión. Las galeras fueron haciendo escala en las islas del Gozo, Lampedusa y Querquenes.
En Seco del Palo la falta de agua, las enfermedades contraídas por la tripulación y una tormenta provocó que los comandantes pospusiesen el ataque a Trípoli. Así, que se dirigieron a la isla de los Gelves.
Esta vez, las galeras entraron en el canal de Alcántara entre la isla y la tierra firme, para dirigirse a la Roqueta, una torre construida por los catalanes en 1284; donde solía residir el jeque, descubrieron dos naos ancladas en el canal, más adentro, cerca del puente que comunica la isla con la tierra firme, dos galeotas. El duque de Medinaceli dio orden para que fuesen a apresarlas, las cuales venían de Alejandría cargadas de mercancías y que fueron abandonadas. Todas las galeras se lanzaron a saquearlas; mientras continuaba el saqueo, nadie se ocupó de las galeotas. El Duque quiso que esas también fuesen capturadas y mando avisar a Juan Andrea de que fuese tras ellas dos embarcaciones para tomarlas. Juan Andrea, que se hallaba enfermo, desde la cama dio la orden a Sancho de Leyva, estos retrasos produjeron que las dos galeotas escaparan. Se supo después por los berberiscos que estas dos embarcaciones eran de Dragut, y que en una de ellas estaba Uluch Alí, amigo íntimo de este, que el mismo, más tarde iría a Estambul para avisar de la llegada de los cristianos.
El 15 de enero, todas las galeras fueron a fondear en la Roqueta, una rada al oeste de la isla y se prepararon para hacer aguada. Álvaro de Sande dirigió personalmente el desembarco de la tropa que debía proteger la operación. Se formaron cuatro escuadrones de picas con mangas de arcabuceros. En aquel momento, Dragut se encontraba en la isla y lo ignoraban los cristianos, dirigiendo una defensa contra el desembarco con unos 400 turcos espingarderos a caballo, apoyados por 300 nativos a pie, los turcos cargaron con furia, matando 150 españoles, de ellos cinco capitanes. Estos aunque trataron de defenderse cargando contra los que llenaban y transportaban los barriles, no lo consiguieron. Concluida la operación, las galeras zarparon al amanecer del día 16 de enero, llegando a Seco de Palo en espera de las naos y 8 galeras rezagadas. No muy lejos de allí, estaba acampada la tribu Mahamida, enemiga de los turcos, y al llegar las galeras cristianas se pusieron en comunicación e informaron al Duque que Dragut, pasando por el puente a tierra firme, había marchado con 800 turcos a caballo con destino a Trípoli. Los berberiscos mahamidas informaron también de que Uluch Alí había salido con dos naves.
En el fondeadero de Seco del Palo transcurrieron quince días en consejos y discusiones sin llegar a ningún acuerdo. Algunos apostaban por la vuelta a Sicilia o Malta, otros proponían la ocupación de la isla de Gelves como base de operaciones. Hubo quienes también defendían el ataque inmediato a Trípoli. Mientras tanto, seguía muriendo gente debido a que los alimentos estaban putrificados y al agua salobre de aquellos lugares, hasta este momento ya habían muerto 2.000 hombres.
En la última reunión todos llegaron al acuerdo de que la empresa de Tripoli era imprescindible, ya que habían venido para este fin, pero la consideraban de momento irrealizable, tanto por el mal tiempo como por la enfermedad que sufría la armada, la cual provocaba cada día numerosas muertes. Finalmente determinaron desplazarse a los Gelves, esperando allí a la gente y las naves con las que se había de reforzar la campana. Antes de zarpar, el Duque escribió al rey Caraván (o Carauán) solicitando su ayuda contra los turcos, y envió también un berberisco a Trípoli como espía para saber el número de la gente la que contaba Dragut dentro de la ciudad; pero ese no volvió. Los cristianos, mientras tanto soldaron su amistad con los mahamidas dándoles regalos, y ellos prometieron su servicio en la campana contra Trípoli.
El sultán otomano enterado de la llegada de los cristianos, ordenó en seguida, que distribuyesen 1.100 florines de oro de su tesoro personal a los principales moros. En sus cartas daba consejos a los jeques reprendiéndolos con suavidad por su cooperación con los infieles y también por no haber transmitido sus quejas directamente a él, sobre si había habido injusticias y ofensas cometidas por los dirigentes o soldados turcos; asimismo daba ejemplos del Corán, de los «hadis» (palabras personales de Mahoma) y de las opiniones de los principales doctos musulmanes. Las cartas del Sultán y sobre todo, los regalos, no tardaron en surtir su efecto, y la situación cambió a favor de Dragut. Los árabes juraron obediencia y renovaron su sumisión al sultán y a Dragut, rompiendo sus lazos con los cristianos. Mientras el Sultán aparte de las acciones diplomáticas, preparaba una flota turca compuesta por unas 86 galeras y galeotes, a cuyo mando estaba el almirante Pialí pachá, para zarpar con destino a las costas africanas.
En la isla de los Gelves (Djerba o Yerba)
El 2 de marzo, la armada se trasladó a la isla de los Gelves, pero tardó 5 días en desembarcar debido al mal tiempo. Lo hicieron las cercanías del cabo Valguarnera, había de hacerse al oeste de la torre castillo unos 10 km, por estar cercano a 11 pozos de agua potable, aunque no muy buena.
Un escuadrón de arcabuceros, formado por dos mangas protegió el desembarco contra cualquier asalto que intentasen los nativos. Álvaro de Sande y 3.000 españoles formaban el cuerpo de vanguardia, y el número total de gente desembarcada alcanzaba 12.900, compuesta por españoles, italianos, franceses, alemanes y los caballeros de San Juan de Malta.
Llegaron dos moros que querían hablar al Duque de parte del jeque Mazaud, que podían ir a la Roqueta, donde el Jeque iría a verse para tratar del ataque de Trípoli.
El ejército imperial avanzó en tres cuerpos, en la vanguardia iba el comendador de Malta con sus caballeros y las compañías alemanas y francesas; el centro, Andrea Gonzaga con las italianas, la retaguardia Luis Osorio con las españolas. Se dirigieron hacia los pozos, que habían sido cegados con piedra y arena, a excepción de uno.
Cuando los escuadrones flanqueados por las mangas de arcabuceros, se acercaron al bosque, los berberiscos emboscados acometieron cargando la caballería con alaridos. La escaramuza duró hasta el anochecer causando 30 muertos y 50 heridos entre los cristianos, mientras los berberiscos sufrieron 300 muertos y 500 heridos. Después de este combate el jeque Mesaud tuvo que someterse aceptando el tributo que antes pagaba a los turcos y entregando en consecuencia el castillo.
El ejército se alojó en campo atrincherado, al que acudían los moros con provisiones, reunidos en consejo decidieron fortificar el antiguo castillo árabe para dejar en él una guarnición. Las obras consistían en cuatro grandes caballeros o baluartes que, con bastiones cortinas, encerraban la obra vieja, se distribuyó el trabajo encargando a los alemanes la excavación del foso; uno de los baluartes a los caballeros de Malta; otro a los italianos; otro a los españoles; el cuarto la gente de mar. Para el 23 de abril estaba el fuerte en estado de defensa, faltando obras ligeras que podían hacerlas los de la guarnición, que sería de 2.000 infantes, españoles, italianos alemanes, y la compañía de caballos, teniendo por gobernador al maestre de campo de la infantería de Lombardía Miguel Barahona.
Llegada de Pialí pachá
El 7 de mayo llegaron dos fragatas de Nápoles, en una de ellas iba un mensajero del virrey para dar aviso de que la armada turca ya estaba en camino, y que se diesen prisa Sancho de Leyva y Álvaro de Sande para volver con su gente. Juan Andrea, hacía días que se daba prisa en la partida, pues el fuerte ya estaba casi en estado de defensa y las dos cisternas estaban llenas de agua; ya no faltaba nada más que el parapeto, el cual podría ser fácilmente terminado por la gente que quedaba de guarnición. Los altos mandos estaban tranquilos, como si tuvieran la certeza de que la armada no había salido de Estambul.
Se dio pregón y orden de embarco general el 8 de mayo, haciéndolo la infantería italiana y parte de la española con mucha calma. Durante la operación, dos horas antes de anochecer el día 10 de mayo, llegó una fragata despachada de Malta con noticia de que la armada turca había hecho escala en la isla de Gozo cuatro o cinco días antes; eran 80 velas que había hecho aguada y continuaba la derrota hacia Trípoli, al parecer, conocían el número de naves que estaban en los Gelves por una embarcación apresada.
Pialí pachá había armado 64 galeras, embarcando en cada una 100 jenízaros. Había partido de Estambul el 4 de abril, llegó con su armada a Modón el 28 del mismo mes; y el uno de mayo, zarpó en dirección a Tripoli, pero el tiempo les hizo deparar en la isla de Gozo en la noche del 6 de mayo. Desembarcaron al día siguiente a primera hora, incendiaron los pueblos y los cultivos, después de tomar agua y provisiones. Allí se enteraron por un prisionero, que la armada cristiana aún no había asaltado Trípoli, y se hallaba en los Gelves. Se reunió el consejo, durante el cual Pialí no se mostró muy partidario de atacar a la armada cristiana; quería limitarse solo a dejar un refuerzo en la ciudad norteafricana, pero Uluch Alí, le persuadió para enviar una fragata con la finalidad de espiar las actividades de los cristianos. Le aseguró la victoria por ser superiores en número de galeras y por el hecho de tener a su gente descansada y unida. Finalmente, decidieron dirigirse de inmediato a Gelves en lugar de a Trípoli, y despacharon en seguida una fragata a Dragut para que acudiese a Gelves.
Las galeras turcas, después de una navegación borroscosa que duró un día y una noche, arribaron a la isla de Lampedusa por la tarde, y permanecieron allí hasta el amanecer. Al despuntar el alba, siguieron su rumbo hacia Gelves, pero por la tarde se desató tal tempestad, que tuvieron que izar las velas hasta la mitad de los palos y refugiarse hacia la noche en las playas de la isla de Querquenes; con la intención de zarpar al despuntar el alba. Pero tal plan no pudo ser llevado a cabo hasta el mediodía, y mientras tanto recibieron la noticia de que los cristianos, ignorantes todavía de su llegada permanecían en Gelves. Las galeras se prepararon para el combate navegando en disposición de guerra hasta la noche del 10 de mayo, y fondearon a 12 millas (20 km) de distancia de la isla. Por la noche, enviaron una fragata para espiar al enemigo, la cual informó de que los cristianos, avisados ya por el gran maestre, estaban preparándose a toda prisa para el embarque.
Derrota de la armada cristiana
Cuando se descubrieron las galeras turcas al albor del día, la armada cristiana estaba por hacerse al mar; y «fue tanto el espanto y la alteración de las galeras cristianas que se levaron desordenadamente, que cada una empezó a huir, no pensando nadie mas que salvar su propia vida, y conforme los turcos se iban acercando, algunas galeras cristianas se volvieron hacia tierra.» El Duque en aquel momento se hallaba en una fragata con Álvaro de Sande, que iba a embarcar, «viendo que la armada turca daba caza a la cristiana, con la misma fragata se volvió a tierra.» Juan Andrea Doria se dirigió con la Capitana hacia el castillo, pero poco después encalló, «y él se fue con un esquife al fuerte. «Las otras galeras «se hicieron al mar huyendo a fuerza de remos y vela, lo más que podían.»
Los turcos cuando vieron que la armada cristiana huía, una parte hacia el mar, y la otra en dirección al castillo, desplegaron las velas y abandonaron las anclas cortando los cables. Pialí pachá fue tras las que huían por el mar; Cara Mustafá, el virrey de Metilene y AH Pertek, se lanzaron hacia el castillo y apresaron algunas de ellas; y otras galeras cristianas encallaron en los arrecifes, pero una parte se retiró cerca del fuerte, bajo la protección de los disparos de cañón. Cuando Juan Andrea abandonó su embarcación, los galeotes no tardaron en ponerla a flote y unirse a las fuerzas de Piale. «En las galeras que habían varado en los bajos, hubo escenas vergonzosas; la gente se tiraba al agua sin pensar en la resistencia, habiendo algunas galeras que fueron tomadas incluso por un bergantín o un esquife con ocho o diez turcos. Las galeras de Scipión Doria, de Antonio Maldonado y tres de Florencia escaparon; Flaminio Anguillara resistió peleando con tres galeras enemigas; Sancho de Leyva reunió cuatro de su escuadra, con las que hizo una resistencia rechazando cuatro veces el abordaje de los turcos, pero sucumbió al final debido al gran número de los atacantes.»
En el curso del combate mucha gente se echaba al mar y llegaba al punto de tierra más cercano nadando, «pero los nativos cuando vieron que la armada rota y la gente vencida, mataban a los que podían y tomaban prisioneros a los que querían.» Ávaro de Sande fue a la playa con una banda de arcabuceros a socorrer a la gente que iba nadando hacia tierra, y recogió a muchos de ellos. «El duelo de artillería de las naos duró en el mar por dos días y noches, y los seguidores del islam ganaron la victoria muy fácilmente, capturando en total 47 de las 51 naves.»
Fueron apresadas las siguientes naves:
- De Juan Andrea Doria: La Real, Signora, Condesa, Pellegrina, Presa, Divitia; en total 6 naves.
- Del Papa: la Capitana, San Pedro, Toscana; en total 3.
- Del duque de Florencia: Elbigiana; 1.
- De Nápoles: la Capitana, Patraña, San jfacobo, Leyva, Mendoza; 5.
- De Sicilia: la Capitana, Patrona, Galifa, Águila; del marqués de Terranova, la Capitana Patrona; de Monago, Capitana, Patrona; en total 8.
- De Antonio Doria 1; de Bendinelo Sauli 1; de Starti 1; de Mari 1; en total 4.
De modo que sin lucha, los turcos se hicieron dueños de 27 galeras y 14 naves, salvándose 17 galeras, que llegaron a Trajana, y 16 de diferentes tipos que llegaron a varios puertos.
Refugiado el Duque en el castillo, se mostraba muy confuso ante esta desventura, se entrevistó con Juan Andrea Doria, Álvaro de Sande y el comendador Guimarán sobre lo que debían hacer.
Juan Andrea le dijo que «el mismo quería partir en una fragata para dar órdenes a las galeras que se habían salvado, y procurar de armar dos de las suyas que habían quedado en Malta y Mesina, y hacer dar aviso al príncipe Doria, su tío, acerca de lo pasado para que enviase otras dos que tenía armadas en Génova, y que le parecía que el duque debía hacer lo mismo siendo su persona tan necesaria en Sicilia.» El duque quiso saber también el parecer de Álvaro de Sande, quien le respondió que «los sucesos de la guerra estaban sujetos a la fortuna, en lo pasado no había remedio, y debería partir sin perder el tiempo por asegurar las costas que en Sicilia corrían peligro.»
El Duque quiso llevar consigo a Álvaro de Sande, pero el prefirió quedarse en la isla con el fin de capitanear la guarnición del castillo. «Todos se admiraron de la virtud y esfuerzo de Sande, que no habiendo en el mas particulares razones que en los demás y exponerse a una casi cierta perdición.» El duque y Juan Andrea y otros caballeros se embarcaron en nueve fragatas por la noche y llegaron a Malta a salvo.
El cronista palatino Cabrera de Córdoba dijo: «Increíble parece que una armada poderosa de gente y vasos en un instante se arruinase de su temor más que de la fuerza vencida, con pérdida de tanta gente, municiones, máquinas, bajeles, aumentando a los enemigos el triunfo y la victoria tan sin sangre alcanzada, con infamia de los cristianos; porque si las naves y galeras esperaran en batalla, o detuvieran el furor del enemigo, o les costara la victoria tanto que no se atrevieran a sitiar el fuerte y se salvara la guarnición. Pero ¿qué no envilece el miedo? ¿Y qué no pone en confusión? ¿Y qué no mete en peligro la ambición, la satisfacción, la poca práctica, como la del Duque, de lamentable me moría para España?»
A Felipe II le llegó la noticia de la derrota el 2 de junio, por vía Génova. Se le anunció la perdida de 30 galeras y de 32 naos, y la llegada a puerto de 17 galeras solamente. Inmediatamente decidió enviar a Mesina a una persona con autoridad para relevar al virrey, a quien aún no se sabía a salvo, y para situar 5.000 hombres en Sicilia que habrían de reclutarse en Calabria; además de la artillería y de las municiones que se tomarían de las reservas de Nápoles. El 8 de junio Felipe II recibió noticias tranquilizadoras acerca de Sicilia, pero estaba preocupado por la gente del fuerte, y por su ayuda, pensaba reunir 64 galeras en Mesina, y para este menester ordenó la expropiación de 30 naves bien provistas de artillería. Las fuerzas de socorro, bajo las órdenes de don García de Toledo, constaban de italianos alistados en la Península, de los españoles que estaban en Lombardía y de 3.000 alemanes, o sea un total de 14.000 soldados de infantería. Todo estaba preparado, pero el 13 de junio Felipe II recibió una carta de García de Toledo comunicándole que el virrey de Sicilia estaba a salvo. El Rey dejó en suspenso sus órdenes el día 15, alegando que, según todas las noticias; los sitiados tenían víveres para ocho meses, mientras que los sitiadores solo los tenían para dos, y por consiguiente, no podrían prolongar el asedio. Ante esa situación se cancelaron todos los preparativos.
Asedio del castillo
A pesar de los 2.000 soldados de guarnición, tras las batallas había en el castillo más de 5.000 hombres, entre los que se incluían 3000 soldados para la defensa liderados por Álvaro de Sande, siendo el resto marineros y mozos.
Piale envió inmediatamente a Nasuh Aga, su confidente a Estambul para informar al sultán sobre la victoria, el cual llegaría a la sede del Imperio el 14 de junio. El Pachá, no pudiendo avanzar sus galeras en los bajos, ordenó que fondeasen frente al castillo a unas 5 millas (8 km) de distancia y esperó la llegada de Dragut, que llegó al sexto día de la derrota de la armada cristiana, con sus galeras y hombres desde Trípoli; y acampó en el mismo lugar en que se había alojado el ejército cristiano, junto a los pozos, a dos millas (3 km) de distancia del castillo.
El 16 de mayo los turcos saltaron a tierra, pero la operación de desembarque iba demasiada lenta y con dificultad, debido a que los turcos tan solo disponían de pequeños esquifes. Los asediados con la esperanza de encontrar agua dulce, excavaron pozos en el fuerte. «Pero ahondando un poco se toparon con agua salada, que aunque parecía pura no se podía beber sola, pero como la necesidad era extrema, especialmente después de la perdida de los pozos, se mezclaba con agua dulce, y así toda junta se bebía.» En este tiempo un siciliano, llamado el capitán Sebastián ofreció sacar agua dulce de mar para beber. «Álvaro de Sande le prometió 500 ducados en dinero y 200 de renta. Y recogiendo las vasijas de cobre hicieron 18 alambiques llenándolos con agua del mar, les daban fuego y destilaba agua dulce y muy buena, sin ningún sabor a sal, que al principio daban 40 barriles diarios que bastaban para proporcionar su ración a 700 hombres, pero la producción disminuyó después por la escasez de leña.»
Al día 6 de junio, la artillería turca comenzó a batir con 6 piezas un lienzo entre la puerta del castillo y el torreón de la derecha, donde los cristianos tenían municiones. Los turcos recibían información por medio de los desertores, que cada vez que los cristianos mudaban las municiones, mudaban ellos también sus baterías hacia donde las habían puesto. Durante esas descargas, los turcos no consiguieron hacer daño, excepto alguna marama del castillo y algunas piezas de artillería. Después, adelantaron sus piezas y batieron el torreón de la marina, causando más daño, pusieron también dos piezas apuntadas hacia las galeras, que mientras duró el cerco tiraron tantas balas que murió mucha gente.
Los turcos, gracias a los desertores, sabían cuan difícil era la situación de los asediados, cuya resistencia física aunque estaba muy debilitada, no pensaban todavía en rendirse. Por el consejo de los desertores, los turcos decidieron asaltar las naves y quemarlas, cuya destrucción podía abatir a los cristianos, ya que mucha gente huía en ellas en las que se traía agua también. Algunos voluntarios, excautivos se ofrecieron a quemarlas, pero los cristianos también tenían espías en el campamento turco, que por aviso de ellos, los asediados previnieron el asalto protegiendo las naves con estacadas. En este ataque que duró dos horas, en el que participaron 800 turcos y árabes, la suerte al principio era vacilante por ambas partes con muchos muertos y heridos, hasta que intervino la caballería de Dragut, que puso a la fuga a los cristianos, matando y expulsándolos hacia el mar; pero se vio obligado después a retirarse por el fuego de la artillería y arcabucería del castillo.
En tanto que continuaba el asedio, los cristianos efectuaban una salida cada ocho días, y no parecía que se iba a quebrantar su resistencia, según afirmaban los desertores, a menos que se tomasen algunos pozos que aún les quedaban, los cuales estaban cubiertos por trampas y arena. En cuanto a sus provisiones, las tenían en abundancia como para poder comer pan fresco durante dos meses. A medida que el asedio se iba prologando, los soldados perdían la esperanza de tomar el castillo, y Pialí se impacientaba y tenía dudas sobre la victoria; pues por medio de los espías y desertores estaba al corriente de que los cristianos en el castillo destilaban agua del mar pasándola por medio de alambiques; «pero Dragut negaba todas estas cosas diciendo que los españoles eran mañosos y cautelosos, y que daban a entender que estaban haciendo agua, más que no era verdad, ni menos podía ser, y así animaba al Pachá.» En realidad Pialí estaba muy inquieto y pensaba levantar el cerco y no detenerse más tiempo allí, porque los jenízaros, descontentos por la perdida de sus compañeros en vano, estaban medio amotinados. Además, llegaba al oído del Pachá, por algunos renegados, que los cristianos estaban armando 25 o 30 galeras para socorrer el fuerte; en tal caso, su armada correría gran peligro por tener a su gente en tierra; por otra parte, sus galeras estaban desarmadas y en cada una se hallaban tan solo 50 hombres, y tenía miedo de que los galeotes cristianos se alzasen por tener las galeras remos y timones a bordo. «Viendo Dragut tan contrariado a Pialí y a los jenízaros y soldados descontentos, que se quejaban de él, les dijo que tuviesen buen ánimo, porque él había hecho las cisternas que estaban en el castillo y sabía muy bien cuanta agua podía caber dentro de ellas y cuanto tiempo podían durar; y con estas palabras y otras alentaba al Pachá.»
Mientras tanto las trincheras de los turcos se iban acercando hacia el castillo, hasta llegar a 30 pasos de distancia; echando primero gran cantidad de fajinas y tierra, cuando ya estuvieron tan cerca construyeron dos bastiones tan altos como el castillo, desde los cuales podían batir a los caballeros de la Cerda y Gonzaga así como la puerta. El trabajo de las trincheras avanzó con tal rapidez que se terminó en tres días; mientras tanto hubo una batalla que duró desde la noche hasta la mañana, durante la cual fueron ocupados los últimos pozos que teman los cristianos. Un contraataque de los cristianos que fue realizado el primero de julio fue rechazado después de un violento combate. Alí Pertek plantó su tienda sobre el terreno donde estaban los pozos cubiertos. En este combate, a pesar de que los turcos sufrieron grandes perdidas, consiguieron destruir por la mina otro pozo escondido de los asediados, gracias a la iniciativa de Uluch Alí. Pero los turcos al retirarse arremetieron hacia las galeras, y otros asaltaron por la parte de levante, hasta llegar junto al fuerte, poniendo sus banderitas junto a la contraescarpa del foso. Se retiraron luego por el daño que les hacía la arcabucería del castillo. Resultó herido este día el gobernador Barahona de un arcabuzazo del que murió a los pocos días.
Los turcos, que se habían empeñado en destruir las galeras, decidieron efectuar un nuevo asalto contra ellas; esta vez utilizaban pequeñas embarcaciones cargando en ellas cerbatanas y llevando también arcabuceros y arqueros para proteger a la gente que debía destruir la estacada en torno a ellas. Este ataque, que tuvo lugar el 2 de julio, tampoco salió con éxito debido a un violento fuego de artillería y arcabucería del castillo.
Las trincheras de los turcos avanzaron hasta llegar al borde del foso, y empezaron llenarlo con arena y fajinas. Un excautivo turco informó de que los cristianos, por la parte del mar tenían refugios subterráneos comunicados por galerías; dentro de los cuales brotaba agua, aunque salada, sumergiéndose en ella se defendían contra el calor; y los jenízaros intentaron un asalto por sorpresa con el fin de tomarlos, pero no lo consiguieron, pues los cristianos que protegían los refugios, abrieron fuego con arcabuces y dieron muerte a muchos de ellos. Pero cuando unos 50 jenízaros se lanzaron heroicamente a los refugios, consiguieron tomarlos al cabo de una lucha que duró 2 horas, despedazando a 11 cristianos que encontraron allí.
Ya no les quedaba a los asediados más agua que la de la cisterna interior, que pronto se iba a agotar por los calores de julio; por lo tanto, los turcos esperaban que los cristianos no tuvieran fuerza para resistir más tiempo, y les invitaron a la rendición; pero ellos respondieron con insultos. En realidad la situación de los sitiados era cada vez más difícil, «y no había día que por falta del agua, no muriesen 25 o 30 enfermos y heridos, y se vieron obligados a comer los asnos y los caballos de una compañía que allí había quedado, asimismo comieron los camellos que habían tornado de los árabes; aunque se ofrecía 7 escudos por una gallina no se hallaba, y un cuartucho de agua de cisterna se vendía por medio escudo o hasta un escudo de oro. Y las medicinas para los enfermos y heridos estaban asimismo estragadas y corrompidas, tanto por el calor que hacía, como por ser viejas y haber venido por mar, y aquellas que se habían de hacer nuevo, las estragaba el agua salada, y la tela y el lienzo con que se curaba a los heridos, se lavaba con esta agua, y por esta razón se morían por poca herida que tuviesen, y habiendo de hacer pan fresco de la harina que tenían, era necesario hacerla con la misma agua salada, y asimismo para guisar cualquier cosa, así en potaje como de otra manera, y por esto lo pasaban muy mal, aunque teman provisión de legumbres y arroz.»
El día 13 de julio, lunes, los turcos colocaron algunos arcabuceros en lo alto de un nuevo torreón que construyeron y desde allí, empezaron a batir las murallas provocando de este modo muchas muertes. Y los cristianos, para protegerse del fuego de este torreón, aunque tendieron cortinas de piel, estas pronto fueron acribilladas por la artillería turca. Mientras tanto, Nasuh Aga, el mensajero que Pialí había mandado a Estambul para avisar de la victoria naval, volvió con cuatro naves que fondearon en Roqueta. Los turcos quisieron hacer una estratagema y de noche enviaron allí a 20 naves; y a la mañana siguiente, todas juntas pasaron frente al castillo entre el júbilo de los turcos, como si se hubiese enviado desde Estambul un refuerzo de 24 naves. El sultán había enviado a Piale una espada y un caftán de honor con la orden de expugnar el castillo. Esta orden imperial aumentó el celo de los turcos, y toda la gente se dedicó a llevar arena y fajinas para llenar el foso, mientras que se construía un cuarto torreón cerca del muro, utilizando troncos de palmera, tierra y follajes de olivo. Terminada su construcción, colocaron en su parte superior dos cañones. Mientras tanto, los mineros seguían excavando, debajo del foso, galerías hacia los cuatro caballeros del castillo, y pudieron sacar finalmente los troncos de apoyo de los muros, tirándolos con cuerdas. De este modo los turcos abrieron 4 brechas y se prepararon para el asalto final. Por el otro lado, los cristianos se preparaban también excavando fosos delante de las brechas y ocultándolos con el follaje después de colocar en ellos, clavos y palos puntiagudos, asimismo pusieron también algunos cañones cubiertos por arena excepto sus bocas.
Llevada la resistencia hasta finales de julio, es decir a los 81 días de la llegada de los turcos; cuando les quedaba a los asediados tan solo una ración de agua para dos días, no teniendo ningún cañón en uso, después de caer sobre ellos 12.000 balas y 40.000 flechas, reducida la gente a 800 hombres. Álvaro de Sande decidió efectuar una salida desesperada el 27 sábado de julio, por la noche, 700 u 800 cristianos, disfrazados con turbantes y túnicas blancas, salieron del castillo a la cabeza de Álvaro de Sande y atacaron las trincheras de los turcos. Pero estos estaban alerta, después de una lucha sangrienta que duró dos horas, les obligaron a retirarse al castillo, sufriendo ambas partes perdidas considerables. Una parte de los cristianos se refugió en el castillo, otra parte se retiró hacia las galeras, en esta última se hallaba Álvaro de Sande, que nadando subió a una nave.
Rendición
En el castillo, un grupo de los capitanes quiso rendirse al ver que los turcos se preparaban para el asalto decisivo; 5 de ellos se presentaron con la bandera de rendición a condición de salvar las vidas.
Después de acordar la capitulación, les ordenó a todos los cristianos que se reuniesen en el castillo y fuesen después para negociar la rendición. Dos de los negociadores cumplieron las órdenes del Pachá y regresaron al castillo. Mientras tanto, los turcos vieron que los cristianos querían entregarse, acometieron contra las naves para saquearlas. Álvaro de Sande en aquel momento se hallaba en una galera, se echó al agua no queriendo ser reconocido. Pero algunos excautivos lo reconocieron, y poco faltó para que lo despedazaran. Pero Durmuş Reis, el capitán del Pachá, intervino en seguida y lo salvo de una muerte segura, siendo llevado a presencia del Pachá.
Las tropas que no estaban satisfechas con el botín encontrado en las naves, se dirigieron hacia el castillo, sobre cuyas murallas estaban en fila los cristianos preparados para entregarse. Pero los jenízaros, se lanzaron sobre ellos matando a muchos. Solo algunos de ellos consiguieron refugiarse en el interior del castillo, siendo rendidos y encadenados al día siguiente. En cuanto a los capitanes que habían solicitado la rendición, a ellos se les concedió la libertad.
Los muertos imperiales en el desastre de los Gelbes se estiman en 18.000 de los cuales 9.000 serían soldados, el resto marineros y mozos.
Targut posteriormente mandó construir con los cráneos de unos 5.000 muertos, mezclados con adobe, un torreón de 11 metros de altura por 7,5 metros en la base, conocido como Burj al-Rus o Torre de las Calaveras; que debía servir de advertencia disuasoria ante futuros intentos de desembarco (por eso se erigió frente al mar, en una playa) que perduró hasta su demolición en 1.848. Actualmente los turistas pueden ver un monolito en su lugar.
Dragut falleció de un cañonazo durante el Gran Asedio de Malta, en 1565. La ciudad de Turgutreis (Turquía) tiene el honor de llevar su nombre.
Tras la toma Pialí, se dirigió a Trípoli para someter a los musulmanes levantiscos, después se dirigió a Estambul.
Según Bosio, Pialí se llevó unos 5.000 prisioneros de vuelta a Estambul, incluyendo al comandante español, Álvaro de Sande, que fue rescatado junto con otros nobles capturados a cambio de importantes sumas, años más tarde y volvió a luchar otra vez contra los turcos en el Gran Sitio de Malta de 1565.
Después de los Gelves, la Orden Hospitalaria no volvería a controlar Trípoli, el Gran Sitio de Malta en 1565, en el que con la derrota turca comenzó el cambio de ciclo. Si bien fue necesario esperar todavía 6 años para que la derrota de la gran flota turca a manos de la Liga Cristiana en Lepanto (1571) diluyese el mito de la invencibilidad otomana.
En 1566, Pialí ocupó la isla de Quíos y puso fin a la presencia genovesa en el mar Egeo. Posteriormente desembarcó en Apulia (Italia), y tomó varias fortalezas estratégicas. En 1568 fue ascendido a visir, siendo el primer almirante de la historia otomana en alcanzar ese rango.
Desastre naval de La Herradura (1562)
Después del desastre de los Gelves en 1.560, faltos de escuadra que los defendieran, los pueblos mediterráneos hubieron de retirarse tierra adentro para evitar los saqueos cada vez más habituales de los piratas berberiscos, por no hablar de las pocas naves cristianas que osaban aventurarse por el Mediterráneo. Pero dejemos que sean las propias Cortes de Toledo las que nos ilustren sobre sus miedos de entonces:
«… todo esto ha cesado, porque andan tan señores de la mar los dichos turcos y moros corsarios, que no pasa navío de Levante a Poniente ni de Poniente a Levante que no caiga en sus manos; y son tan grandes las presas que han hecho de cristianos cautivos, haciendas y mercancías, que es sin comparación la riqueza que los dichos turcos y moros han habido, y grande la destrucción y desolación que han hecho en la costa de España; porque desde Perpiñán hasta la costa de Portugal, las tierras marítimas están por cultivar; porque a cuatro o cinco leguas del agua no osa la gente estar y así se han perdido las heredades que solían labrarse en las dichas tierras marítimas y las rentas reales de V.M…«
Si mal estaban los pueblos costeros mediterráneos, peor aún quedaban las plazas en la costa berberisca, de modo que Felipe II ordenó despachar la flota de galeras en socorro de la plaza de Orán con 7.000 personas a bordo, incluyendo la milicia de apoyo y sus familias.
Se concentraron en Málaga 28 galeras al mando de Juan Hurtado de Mendoza. 12 de ellas pertenecían a la escuadra española, 6 a particulares de Nápoles alquiladas por la corona y otras tantas procedentes de las flotas particulares de Antonio Doria, Bendinelli Sauri y Stéfano de Mari.
El 18 de octubre, 28 galeras, cargadas de víveres, soldados y sus familias zarparon bajo el mando de don Juan Hurtado de Mendoza y Carrillo, capitán general de galeras en el Mediterráneo. Mendoza era uno de los marineros más experimentados de la época. A poco de zarpar, el viento comenzó a rolar y a hacerse fuerte por momentos, volviendo ingobernables a algunas de las galeras que se embistieron, produciéndose roturas de importancia; por lo que unas naves fueron tomadas a remolque por otras y comoquiera que el viento las lanzaba contra la costa se recurrió al esfuerzo exclusivo de los remeros para salvar tan delicada situación. Mendoza decidió cubrirse en la profunda bahía de La Herradura, retrocediendo desde Málaga. Al amanecer del 19 la escuadra estaba frente a la Herradura y Mendoza decidió tomar el fondeadero para dar descanso a los exhaustos marineros y galeotes.
Sobre las diez de la mañana las galeras fueron largando anclas en la ensenada, quedando las capitanas de cada flota en el centro.
Los agotados galeotes pidieron que se les retiraran los grilletes para poder descansar mejor y así se hizo. Sin embargo, tras bajar anclas y realizar el amarre, se produjo un cambio brusco del viento, pegando desde el sureste. Las naves no pudieron levar anclas y las embarcaciones comenzaron a chocar unas con otras y con las rocas, produciéndose importantes destrozos en las galeras. A pesar de que la nave Capitana, donde iba don Juan, resistió más tiempo sin hundirse que otras de factura más antigua; la galera finalmente encalló, muriendo tanto el capitán general como otras muchas personas embarcadas, entre las que destacaban los hijos del conde de Alcaudete, gobernador de Orán, o el primo de don Juan de Mendoza, don Francisco, hijo del marqués de Mondéjar. Poco después del mediodía, 25 de las 28 galeras que integraban la escuadra se habían hundido, librándose solamente tres, que se habían refugiado en la cara este de la Punta de la Mona.
No se sabe con exactitud el número de muertos, aunque fuentes de la época y estimaciones posteriores los sitúan en torno a 5.000, entre soldados, remeros, marinos y pasaje; la mayoría arrastrados por la resaca o golpeados con las rocas de la punta de la ensenada y los maderos de las embarcaciones destrozadas por el temporal. En medio de un paisaje dantesco, los vecinos de Almuñécar ayudaron a los algo más de 2.000 supervivientes de la tragedia, y se encargaron de las tareas de enterramiento de los cuerpos que el mar fue arrojando durante los días posteriores por toda la costa granadina. Dado que, durante la tormenta, don Juan de Mendoza había ordenado soltar a los galeotes que no vestían petos ni armaduras que les dificultasen nadar, representaron el 86 % de los supervivientes 1.740 según las fuentes. Esta circunstancia obligó al alcaide de la Alhambra y primo del capitán general de galeras, don Luis Hurtado de Mendoza, a montar un dispositivo militar para capturar a muchos galeotes huidos que, aprovechando el caos provocado por la catástrofe, se habían dispersado por las comarcas aledañas.
Este suceso fue un verdadero desastre para la armada española, que acababa de sufrir una terrible derrota en la batalla de Djerba. Sin embargo, Orán y Mazalquivir fueron defendidos con éxito ante los otomanos.
La ubicación actual del naufragio es un misterio absoluto; y localizar parte de él todavía sigue siendo un sueño para muchos buceadores ávidos de descubrimientos. Durante la historia española nunca se habían hundido tantos barcos en una área tan pequeña, pero tras más de cuatro siglos y medio de corrientes marinas cambiantes y el deterioro que provoca el agua salada, los tesoros que pudiera transportar la flota aún permanecen ocultos.
» … Don Felipe dio órdenes prestas para poner en astillero las quillas de otras tantas que reemplazaran las perdidas, convocando en Barcelona maestranza de todos los puertos de España haciendo traer árboles de Flandes, remos de Nápoles, arcabuces y picas de Vizcaya; y mientras la fábrica avanzaba por sus pasos, agregó a la escuadra de galeras de España, de D. Juan de Mendoza, algunas genovesas, juntando 28, reforzadas con 3.500 infantes para atender preferentemente la costa de Valencia y la plaza de Oran, amenazadas. A la última había de acudir primero con municiones, y ya que las había embarcado en Málaga, dio pasaje a mujeres y familias enteras de soldados, admitiendo en la Capitana dos niños pequeños, hijos de D. Alonso de Córdoba, conde de Alcaudete, nietos de D. Martín.»
Sitio de Orán y Mazalquivir (1563)
Antecedentes
Tras la conquista de la isla de los Gelves (Djerba), las únicas pertenencias que tenían los reinos cristianos en aquellas tierras de piratas berberiscos eran las plazas españolas de Orán y Mazalquivir (actual Mers el-Kébir), junto con la Goleta en Túnez.
Anteriormente en 1556, una flota otomana de 50 galeras bajo el mando del renegado Hasán Corso sitió ambas ciudades, pero el sultán Solimán el Magnífico ordenó el levantamiento del sitio para retirar las galeras y usarlas así en el Mediterráneo Oriental; así que Mazalquivir y Orán permanecieron en manos españolas a pesar del precario estado de sus defensas.
En 1562 Hasán pachá, hijo de Jeireddín Barbarroja y beylerbey (gobernador) de Argelia, propuso la conquista de ambas ciudades para incorporarlas a sus territorios de Argelia. El rey Felipe II, que conocía las intenciones de Hasán, ordenó que se reuniera una flota en Barcelona que transportaría 4.000 soldados para reforzar las pequeñas guarniciones de Orán y Mazalquivir. Sin embargo, estas tropas nunca alcanzaron su destino debido a una tormenta que destruyó la flota el 19 de octubre en la costa en el desastre de la Herradura.
Hasán Pachá, aconsejado por el sultán Solimán, reunió pronto un ejército de 100.000 hombres entre turcos, argelinos y gran cantidad de jenízaros. Apoyaba por mar a este ejército una flota de 30 galeras, 5 carracas francesas y 15 pequeñas embarcaciones bajo el mando de Jafar Catania, gobernador de Tremecén. Una vez reunidas las fuerzas Hasán partió hacia Mazalquivir, fortaleza cuyo dominio consideraba esencial para capturar Orán. Mientras tanto Alonso de Córdoba, conde de Alcaudete, gobernador de Orán y su hermano Martín de Córdoba, que mandaba Mazalquivir, habían recibido suministros, pólvora, pertrechos y algunos soldados desde Málaga. Para mantener unidas ambas ciudades y que pudieran así socorrerse entre ellas decidieron construir dos fortificaciones: el fuerte de San Miguel, ubicado en la colina que separa Orán de Mazalquivir, y la Torre de los Santos, frente a la segunda ciudad.
Fuerte de San Miguel y Torre de los Santos
El sitio comenzó el sábado 3 de abril de 1563, cuando las tropas otomanas se lanzaron en masa contra la Torre de los Santos, que dominaba el nacimiento del río, defendida por 200 soldados españoles. La feroz resistencia de la guarnición del fuerte, junto con el apoyo de la artillería de Mazalquivir, provocó grandes bajas entre los atacantes. A pesar de ello una vez que los cañones otomanos derribaron las murallas las tropas tomaron el fuerte con rapidez. Mientras tanto las galeras de Jafar bloqueaban Mazalquivir para evitar que se aliviase la presión con la intervención de Orán. El principal objetivo otomano era capturar Mazalquivir, puesto que varios renegados habían avisado a Hasán que los españoles planeaban abandonar Orán para concentrarse en la defensa de la otra ciudad. Teniendo esto en cuenta destinó la mayoría de sus tropas a la toma del fuerte de San Miguel, parte clave de la defensa española, mientras que solo unas pocas tropas bajo el mando del alcaide de Tremecén, mantenían el bloqueo sobre Orán.
El fuerte de San Miguel sufrió ataques durante 22 días por 24.000 soldados de infantería y 400 de caballería. Sus pocos defensores rechazaron la oferta de rendición de Hasán y repelieron con éxito seis asaltos que llenaron el foso de cadáveres de jenízaros. Entre los muertos otomanos se encontraba el gobernador de Constantina, cuyo cuerpo pudo ser recuperado por sus hombres con el permiso de Martín de Córdoba. A pesar de la tenacidad de la defensa, los refuerzos enviados desde Mazalquivir no fueron suficientes para continuar la lucha y el 8 de mayo, al amparo de la oscuridad, los supervivientes españoles se retiraron a la ciudad.
Sitio de Mazalquivir
Una vez ocupado el fuerte las tropas otomanas rodearon la ciudad, cavaron trincheras y colocaron artillería para derribar las murallas. En una colina cercana instalaron además varias culebrinas para bombardear el interior de la ciudad. Martín de Córdoba, que disponía de menos de 500 hombres disponibles para defender la ciudad, se preparó para el asalto que tuvo lugar el 20 de mayo. Hasán envió por delante a 12.000 árabes para quebrar la resistencia de los arcabuceros españoles y facilitar así el asalto de dos columnas de tropas regulares que atacarían justo después. A pesar de las fuertes pérdidas sufridas los árabes lograron escalar las murallas y alzar la bandera otomana en las almenas aunque los españoles los expulsaron poco después. En dicho ataque perecieron casi 2.500 hombres, la mayoría al caer en el foso que rodeaba la ciudad.
Durante los siguientes días hubo más asaltos que volvieron a ser rechazados y causaron grandes pérdidas en vidas otomanas aunque la situación española se había vuelto desesperada. El 6 de junio Hasán se encontraba a punto de ordenar el ataque final cuando una flota de auxilio tomó a su ejército por sorpresa. El rey Felipe II había ordenado que se reuniese una flota en Cartagena para atacar al ejército de Hasán y obligarle a levantar el sitio.
Perafán de Ribera, duque de Alcalá y virrey de Nápoles, conociendo la precaria situación en que se encontraba Orán; se adelantó en la ayuda, preparando una flota y fuerzas, antes de que el Rey se lo pidiera, cuando le llegó la orden, inmediatamente partió a Cartagena, donde se unió a las fuerzas de Álvaro de Bazán y Andrea Doria. Se reunieron 34 galeras llegadas desde Barcelona, Nápoles, Génova, Saboya y Malta embarcando 4.000 soldados y muchos caballeros voluntarios y navegaron hacia Mazalquivir. Hasán, temeroso de verse atrapado entre los refuerzos españoles y la ciudad, ordenó que sus tropas se retirasen apresuradamente. Pudieron salvar las tiendas, pero abandonaron los cañones, sus prendas y sus pertrechos en el campo de batalla. La flota otomana no fue tan afortunada y varios de sus barcos, incluidas 4 de las carracas francesas, fueron apresados.
Secuelas
Tras desembarcar los refuerzos y los suministros en Orán y Mazalquivir la flota de Francisco de Mendoza regresó a España. El rey Felipe II, informado del desarrollo del asedio, decidió recompensar a Martín de Córdoba y a Francisco Vivero, oficial al mando del Fuerte de San Miguel, por mantener dos fortalezas vitales en manos españolas. De hecho, esto permitió la captura al año siguiente del Peñón de Vélez de la Gomera, un éxito seguido en 1565 por la decisiva defensa de Malta contra la flota de Turgut Reis. Varios años después, en 1574, se discutió en la corte española si Orán y Mazalquivir debían abandonarse o no. El rey Felipe II ordenó a Vespasiano I Gonzaga que confeccionara un informe exhaustivo sobre la situación de ambas ciudades. Gonzaga le recomendó abandonar Orán pero quedarse con Mazalquivir. Por otro lado, el mariscal Juan Muñoz le envió al rey otro informe de Sancho de Leyva en el que recomendaba mantener ambas plazas. Felipe II optó finalmente por el consejo de Leyva.
Conquista musulmana de Túnez y la Goleta (1574)
Antecedentes
En julio de 1535 Carlos V había dirigido con éxito una expedición contra el reino de Túnez que obligó a Barbarroja a buscar refugio en Bona. La flota del corsario fue destruida y en Túnez quedó establecido un protectorado español, mientras se iniciaban una serie de obras de fortificación en La Goleta, punto estratégico de importancia. Los resultados de la acción fueron, por tanto, satisfactorios. El fuerte de La Goleta Vieja constaba de un cuerpo central cuadrado y cuatro bastiones: Santa Bárbara (NE), Santiago (NO) y San Miguel (SO). Pero este primitivo recinto de tiempos de Carlos V quedó luego incluido dentro de la nueva fortificación que Felipe II encargó al ingeniero italiano II Fratino, en 1565, para reforzar las defensas de la plaza, y tenía forma de una estrella de seis puntas, con un bastión en cada punta: Santa Marta, San Felipe, San Pedro y San Alfonso, en la orilla norte del canal; y San Juan y San Ambrosio, en la orilla sur, y se denominó Goleta la Nueva, era el doble de tamaño y englobaba la antigua.
Túnez no dejaba de estar en la mira del sultán otomano. Aprovechando la favorable coyuntura que ofrecía la sublevación de los moriscos en las Alpujarras, el beylerbey argelino Uluch Alí, decidió apoderarse de Túnez. Era de origen calabrés y había estado a las órdenes del hijo de Jayr al-Din Barbarroja, sus numerosas victorias navales le granjearon la estimación de Selím II, quien le nombró sanjarbey de Trípoli, en 1565, y tres años después, beylerley de África, abrigando desde entonces el sueño de dominar todo el Magreb.
Túnez estaba entonces gobernado por la dinastía Hafsida, protegida de los españoles desde la Jornada de Túnez de 1535. Su jeque Muley Hamid era descrito como un «tirano impopular quien tristemente perseguía a sus vasallos y a los amigos de su padre; que no aguantaban más sus tiranías y las de sus ministros, hombres bajos ellos» según el abad español Fray Diego de Haedo. Todo Túnez estaba al borde de la rebelión, la Goleta estaba en manos de los españoles, la ciudad de Kairuán había proclamado su propio monarca y las ciudades marítimas Djerba cambiaban frecuentemente de las manos de los corsarios berberiscos a las de los españoles y viceversa.
A lo largo del año 1569 los conspiradores le ofrecían a Uluch el reino para que lo gobernase bajo la protección del Imperio otomano, pero fueron necesarias varias peticiones antes de que Uluch se decidiese a marchar, lo que ocurrió en octubre. Se puso al frente de un contingente de jenízaros y corsarios apoyado por 10 piezas ligeras de artillería y en el transcurso de la marcha se le unieron refuerzos de las tribus de la Cabilia, llegando así a los unos 6.000 efectivos. El ejército llegó a la ciudad de Béja, a dos días de marcha de la capital tunecina, dónde Hamid había erigido una pequeña fortaleza y esperaba el ataque al mando de unos 3.000 hombres. Nada más comenzar la batalla, los conspiradores desertaron, provocando la huida de Hamid hacía Túnez, de dónde también tuvo que huir apresuradamente hacia La Goleta, protegida por una guarnición española. En diciembre, Túnez es atacada y asediada por el ejército de Uluch.
En 1570, la Goleta estaba siendo sitiada por Uluch Alí, el rey Felipe ordenó a Álvaro Bazán acudir a reforzar la Goleta. Nada más recibir la orden se lo comunicó a Andrea Doria, cargó un Tercio de Nápoles en transportes y con sus 20 galeras se desplazó al lugar. Como siempre llegó muy oportunamente, pues en la mar se encontraba una escuadra al mando de Uluch Alí, quien con sus 25 galeras había comenzado a poner sitio a la plaza.
Desembarcó la infantería, todos los víveres, pólvora y artillería que llevaba para reforzar la fortaleza. Cumplida su orden, como siempre hizo, partió y se tropezó con 4 velas turcas a las que dio caza e incorporó a su fuerza; al mismo tiempo se le puso delante la capitana, sin dudarlo fue atacada por él con su galera, tras un duro enfrentamiento la rindió incorporándola igualmente a su escuadra. Ante esto Uluch con su »Sultana» se vio impotente y a fuerza de remo se dio a la fuga; don Álvaro les persiguió hasta verlos entrar en el puerto de Bizerta. Sabiendo que de allí no saldrían por no tropezar con él, por ello puso rumbo a Sicilia donde al arribar se incorporó a la escuadra de don Andrea Doria.
Conquista de Túnez por don Juan de Austria (1573)
Tras una corta batalla que tuvo Béja por escenario, sin que el monarca español pudiera hacer frente a la nueva situación por impedírselo los compromisos adquiridos con las potencias coaligadas en la Santa Liga. Pero deshecha tal coalición después del triunfo en la batalla de Lepanto en 1571, es entonces cuando “libre de compromisos, España se propone satisfacer el objetivo norteafricano que había quedado relegado en la alianza: la conquista de Túnez«.
Juan de Austria fue el encargado de la operación, pero no disponía de los recursos necesarios, contestó después de un tiempo, era necesario pensar con cautela la propuesta y por toda respuesta de momento le dijo: »…que debían de ser tomadas Túnez y Bizerta, pero se debía de posponerse la expedición hasta el mes de septiembre de 1573, porque …sin un solo real y con muchos centenares de millones de ducados de deuda necesitaba tiempo para conseguir nuevos empréstitos».
Así decidido se fueron preparando los aprestos, pero sin prisa y conforme el dinero iba llegando, a principios del mes citado y previsto por el Rey, las cosas estaban casi preparadas, pero faltaba reunirse todos en lugar designado, Palermo, al estar todos de la expedición que se componía de: 104 galeras, 44 navíos grandes, 25 fragatas, 22 falúas y 12 buques especiales para carga. El ejército lo componían 20 mil hombres de los Tercios de Mar y Tierra, 740 cuarenta gastadores, 400 jinetes ligeros, artillería de sitio, cantidad suficiente de munición y víveres; todo embarcado y listo se hicieron a la mar el 24 de septiembre.
Arribaron a la Goleta (Halk-el-Uad) el 7 de octubre por la noche, comenzando el desembarco el 8 al amanecer estando todas las tropas, artillería y pertrechos en tierra al día siguiente. Uno de los primeros en hacerlo fue Álvaro de Bazán; pues como segundo de la escuadra, Juan de Austria le confió estar al frente de todo y así lo hizo. Desembarcando los primeros soldados del Tercio elegido por el Marqués, siendo 2.500 hombres todos veteranos en combates y junto a él los capitanes también seleccionados, (como hecho casi anecdótico, entre los soldados se encontraba don Miguel de Cervantes Saavedra). El desembarco se hizo justo donde aún se conservaban las ruinas de la ciudad de Cartago, cuando todos sus hombres estaban en tierra se puso en marcha, presentándose ante los muros de la fortaleza de Túnez.
Fue tan rápido, que los habitantes no se apercibieron de nada y cuando lo hicieron estaba la artillería de sitio en posición; pero optaron por no hacer frente a semejante fuerza, decidiendo por ir abriendo las puertas y darles paso franco. Don Álvaro siempre perspicaz se puso al frente, dividió sus fuerzas para entrar al mismo tiempo por todas ellas, así si había combate en el interior al menos estarían todos los españoles dentro y por todas partes, pero nada ocurrió, fue tomada sin realizar un solo disparo. Pudieron admirar que aún había muchas construcciones en pie de las realizadas por los españoles en la anterior toma de 1535. Afianzada la conquista don Álvaro envío emisario a don Juan con la buena nueva, quien entró en la ciudad el día siguiente el 11 de octubre.
Según un cronista nos dice de esta ocasión: “…que el silencio, el orden en la formación, la colocación de la tropa y el intrépido despejo con que se hizo el reconocimiento, sorprendió al enemigo, que apoderado del miedo, se figuró un repentino asalto, y sin considerar las ventajas de su posición, abandonó la plaza y buscó en la fuga su seguridad.” Esto indica que a pesar de las medidas de prevención de don Álvaro, los habitantes abrieron la puerta principal primero, pero por el resto estaban en franca huida, por eso al entrar no había nadie y no hizo falta gastar pólvora.
Al entrar don Juan en vez de ordenar destruir toda la fortaleza como era costumbre, hizo todo lo contrario, ordenó levantar nuevos alojamientos para 8.000 hombres, siendo los destinados de guarnición en la ciudad, realizándose el trabajo en muy poco tiempo. Estando en esto llegó el alcaide de Bizerta acompañado de otros gobernantes para firmar la paz y prestar obediencia al Rey de España, por ello tampoco hubo razón de utilizar la fuerza contra ellos. Enviaron emisarios a Muley Hamet, para que acudiese a retomar el mando de la ciudad de Túnez, por haber demostrado ser un buen vasallo de España.
La escuadra seguía fondeada en la Goleta, pero si se levantaban los vientos del primer cuadrante podía arruinarla, por ello don Juan dio la orden de regresar a todas las galeras aliadas quedándose solo las españolas. Don Álvaro al comprobar que toda la fortaleza estaba en orden de defensa, decidió también salvar sus galeras y zarpar acompañando a don Juan; pues este tuvo que esperar la llegada de Muley Hamet, para hacerle entrega del mando de la ciudad, al cumplimentar la orden fue cuando pudo salir de ella.
Dejó 3.000 hombres repartidos entre la Goleta, Túnez, Bizerta y la isla de Estaño donde se comenzaba a construir el nuevo fuerte. El mando en jefe de españoles e italianos se confió al veterano Gabrio Serbelloni, caballero milanés, se quedó en Túnez como gobernador, Pedro de Portocarrero, obtuvo el mando de la Goleta, y Juan de Zanoguera, caballero valenciano, fue nombrado alcaide del castillo en la isla del Estaño.
Conquista de Túnez y la Goleta por los musulmanes (1574)
La operación de la conquista de Túnez, que tan buen comienzo tuvo, fracasaría por las diferencias surgidas entre don Juan y Felipe II con respecto a la política a seguir. Pues el rey pretendía desmantelar los fuertes de La Goleta y Túnez por el elevado coste que suponían para reducir los gastos y concentrar en menos lugares la defensa de la costa norteafricana, en parte, por estar agobiado debido al enorme gasto económico que provocaba Flandes.
Esta decisión muestra a un Felipe II ya decantado por una política más atlantista que mediterránea. Sin embargo, don Juan de Austria confiaba más en un futuro en el Mediterráneo e incluso, llegar a ocupar el trono de Túnez, instalando un reino de corte europeo. Por ello, no solamente incumplió las órdenes recibidas de su hermanastro, sino que hizo construir otra fortaleza más, situado entre la ciudad de Túnez y el lago próximo a ella. Y encargó la obra al milanés Gabrio Serbelloni quien dio comienzo a la misma el 11 de noviembre de 1573. El nuevo fuerte, denominado Nova Arx, tenía forma de estrella de seis puntas, con un bastión en cada una, y su circunferencia era dos veces mayor que la de La Goleta. Sin embargo, la obra no estaba terminada cuando llegó la flota turca y presentaba graves deficiencias.
Enterado de los preparativos del sultán Selím II para invadir Túnez, ya que estaba concentrando una flota de 300 barcos y un enorme ejército; don Juan despachó primeramente a Juan de Cardona con su escuadra de galeras, y después a Bernardino de Velasco con las 20 de Nápoles, logrando que introdujesen en la Goleta socorro de gente, víveres y municiones. Él mismo, sin esperar órdenes de la Corte, se dirigió a Génova, y se embarcó en su galera Capitana, y se dirigió a Nápoles, adonde llegó el 14 de agosto.
Allí reunió un consejo de guerra, compuesto por el cardenal Granvela; el Virrey, el duque de Sesa, Juan Andrea Doria; su sobrino Antonio Doria; el marqués de Santa Cruz; y Jorge Manrique. En el que se discutió largamente el modo y manera de socorrer la Goleta, fuertemente combatida ya por las huestes enemigas. Varios fueron los pareceres; los más opinaban que era preciso desmantelar el fuerte, visto el mal estado de sus defensas, y recoger los 4.000 soldados que la guarnecían; otros opinaban que se enviasen refuerzos a los sitiados y se les animase a prolongar la resistencia hasta el próximo equinoccio, en que los turcos infaliblemente tenían que levantar el sitio y recogerse a sus galeras. Don Juan insistió en que se hicieran mayores esfuerzos por mantener un tiempo la Goleta y el fuerte, puesto que uno y otro, se comunicaban por medio de la isla de Estaño, y podrían auxiliarse mutuamente. El mismo se ofreció, sin esperar a las galeras y la gente que había dejado en Génova, para ir a Sicilia, recoger allí la infantería y presentarse en las costas de Túnez.
Prevaleció en la junta el voto de don Juan, y se dieron luego las oportunas órdenes para llevar adelante el socorro; más mientras se hacían los preparativos necesarios para la expedición proyectada y don Juan iba a Sicilia para recoger la gente, llegó a Nápoles un mensajero de Cerbellon, avisando el aprieto en que se hallaba la Goleta.
El 12 de junio habla llegó a Túnez el coronel Tiberio Braccanza con un cierto número de galeras, portadoras de refuerzos en hombres y dinero, y había advertido puntualmente a ambos jefes militares de la inminente llegada de la armada turca.
El sultán otomano Selim II había dado la orden de reunir una poderosa armada a cuyo frente puso a Euldj Alí, mientras las fuerzas terrestres quedaban bajo el mando de Sinán pachá. El Sultán arriesgaba gran cantidad de hombres, dinero y armas para conquistar Túnez y también movilizó una red de acuerdos políticos con las potencias de occidente, sobre todo Francia. La flota estaba compuesta unas 300 naves entre galeras y naves de transporte de todo tipo, así como 70.000 efectivos, a los que se sumaron 30 naves y unos 30.000 efectivos proporcionados por los gobernadores de Argel y Trípoli. Juan de Zanoguera describe en 327 el número de barcos, y los desglosa en 280 galeras, 15 galeotas gruesas, 15 galeazas y mahonas, 13 naves, y 4 caramuchalis.
Se inició la concentración de tropas y barcos en marzo de 1574, dos meses después estaban listas para partir. El derrotero seguido por la flota turca hasta su arribada al litoral tunecino se hace mención al contratiempo sufrido a 100 millas de la isla de Zante; donde fueron sorprendidos por un violento viento maestral que les obligó a buscar refugio en las costas de Calabria y dedicarse durante 8 días a reparar los desperfectos de las naves.
El 13 de julio 1574, la armada turca fondeó debajo del cerro de Cartago, salieron de la Goleta a estorbar la desembarco con 500 arcabuceros, replegándose posteriormente a la fortaleza, después de que los turcos sacaran 2 cañones con los que empezaron a disparar.
Nada más desembarcar comenzaron atrincherarse, la artillería de la Goleta hizo fuego, pero los turcos fueron acercando las trincheras hasta llegar a 400 pasos adelante de los bastiones, donde hicieron dos plataformas en las que situaron piezas gruesas de artillería, desde donde disparaban tan continuamente que hicieron algún daño.
Mientras tanto, las operaciones militares continuaban y aunque se lanzaron varios ataques para evitar que los turcos se atrincherasen, lo cierto es que no pudieron impedirlo. Y así, a los dos o tres días de haber desembarcado, se hallaba ya firmemente asentado el ejército enemigo.
Conquista otomana de la Goleta en Túnez (1574)
El caso es que a los quince días, la Goleta se hallaba por completo bajo el fuego enemigo, cuyas piezas de artillería disparaban continuamente día y noche. “Todas las baterías disparaban al mismo tiempo, lo cual parecía algo increíble”.
Amenazada de este modo la chapa del foso, ocho capitanes solicitaron de Pedro de Portocarrero les permitiese salir a levantar un bastión en aquella chapa como protección del foso. Pero tampoco en esta ocasión aceptó el gobernador la sugerencia que se le proponía. En cambio, ordenó minar la contraescarpa con la intención de volarla si los turcos pasasen sobre ella. Pero la traición de un desertor que reveló el plan al enemigo, invalidó el ardid.
Los efectivos de la Goleta se hallaban tan mermados que Serbelloni atendió la petición de ayuda que se le hizo, y el 29 de julio envió cuatro banderas al mando de los capitanes Juan de Figueroa, Pedro Manuel, Lelio Tanna y Tiberio Boccafosca, que levantaron el ánimo de los sitiados.
Cortar la vía de comunicación que enlazaba la Goleta con el fuerte tunecino a través de la isla del Estaño, era el propósito de los turcos. Pero sus esfuerzos por apoderarse del canal del foso habían resultado fallidos.
Mientras tanto, el asedio seguía, y pese a algunos encuentros favorables a las tropas españolas, protagonizados por capitanes como el italiano Vallacerca y el español Sotomayor, lo cierto es que la situación de La Goleta, a 7 de agosto, era francamente apurada. De ahí que se escribiese a Serbelloni instándole a venir con sus fuerzas y a abandonar el fuerte tunecino. Pero el gobernador italiano rehusó hacer tal cosa, limitándose a enviar nuevos socorros en ayuda de los sitiados. Y así, Pedro de Bobadilla recibió la orden de partir con toda rapidez al frente de tres compañías, mandadas por los capitanes Martín de Acuña, Ercole de Pisa y Maldonado, y luego de atravesar el campo turco logró entrar en la Goleta.
Y es que, de haber abandonado Serbelloni el fuerte Nova Arx y concentrado sus tropas en la Goleta, quizá el resultado final hubiera sido otro. Al obrar así no hacía sino cumplir estrictamente el precepto legal que obligaba a todos los alcaides de castillos y fortalezas a no abandonar su puesto sin una orden expresa del monarca. De no recibirla, su deber era permanecer en él y defender hasta la muerte la plaza que les hubiera sido confiada, ya que, si quedaban con vida, podían incurrir en delito de traición, castigado con la pena capital.
Por eso el general italiano nunca se decidió a dar tal paso y se contentó únicamente con enviar refuerzos a medida que la situación en la plaza sitiada iba empeorando. Refuerzos que, no tardaban en sucumbir ante la presión turca y la desorbitada diferencia numérica que tenían en su contra. De nuevo buscan los sitiados la ayuda de Serbelloni, quien una vez más, mantuvo su postura de no abandonar el fuerte Nova Arx; pero envió a La Goleta seis compañías al mando del maestre de campo don García de Toledo, entre las que figuraban hombres tan avezados como Montatta de Salazar, Juan Quintana, Scipione Amatusso y fray Antonio Strombone, transportados todos ellos por la flotilla de Juan de Zanoguera.
En efecto, la situación en la Goleta era ya desesperada. Dos días antes de su caída definitiva cinco capitanes habían sugerido a Pedro de Portocarrero abandonar la Nueva Goleta y replegarse a la Vieja, idea que rechazó el gobernador.
Pocos momentos antes del desastre final tuvieron noticias los sitiados de un posible socorro procedente de Sicilia, pero el desánimo era total y el anuncio fue acogido con completo escepticismo.
El día 23 de agosto, tenía lugar el ataque final que puso en manos turcas La Goleta, tras de vencer las últimas resistencias. El balance de los muertos en los 40 días que duró el asedio de la Goleta es aterrador. 29 fueron las compañías que se perdieron, 19 de españoles y 10 de italianos, y 17 los capitanes que murieron, 12 de España y 5 de Italia.
Conquista otomana de Túnez (1574)
Tras de la toma de la Goleta, los turcos dirigieron todo su empuje contra el fuerte tunecino. Viendo la causa perdida, los defensores del fuerte pensaron en abandonarlo y retirarse a la isla de Santiago en el Estaño, pero renunciaron a ello por la escasez de agua que tenía la isla. El 13 de septiembre, que era lunes, los turcos entraron en el fuerte por los bastiones de Doria y San Juan. Las pérdidas en vidas fueron elevadas y los desmanes cometidos por los turcos, semejantes a los llevados a cabo en la Goleta. Gabrio Serbelloni salvó la vida aunque fue hecho prisionero. Pero otros no tuvieron la misma suerte, entre ellos Pagano Doria, que en su intento de dirigirse a la isla de Tabarca, fue sorprendido en el camino y decapitado. Los capitanes que murieron en esta acción fueron 20, 12 españoles y 8 italianos.
Conquistado el fuerte tunecino, el último reducto español era la isla de Santiago, en el Estaño, a cuyo frente estaba Juan de Zanoguera. Sinán pachá le invitó a rendirse y al cabo de tres días de negociaciones se establecen los términos de la rendición. Se les permitiría a los 400 soldados sacar un vestido consigo y seis ducados en dinero, y que para el viaje hasta Sicilia le darían una nave. El alcaide creyendo que la promesa turca era cierta, les entregó la isla con todo lo que dentro había.
El 20 de septiembre, quedaba ultimada la conquista de Túnez, y los turcos trataron de muy distinta manera las dos fortalezas que en su poder hablan caído, ya que decidieron conservar el Nova Aax y destruir por completo la Goleta.
Según cálculos de Alonso de Salamanca, hecho prisionero por los otomanos, estos perdieron más de 33.000 hombres y una gran cantidad de recursos. Sin embargo, la rentabilidad moral de la misma fue enorme, ya que Selím II pudo recobrar con este triunfo el prestigio perdido en la batalla de Lepanto al tiempo que obtenía el control definitivo sobre la Berbería Oriental.