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Tratado de Utrecht (11 de abril de 1713)
El 11 de abril de 1713 se firmaba en Utrecht el primer tratado entre el reino de Francia, el reino de Gran Bretaña, el reino de Prusia, el reino de Portugal, el ducado de Saboya y las Provincias Unidas. En el mismo los representantes de Luis XIV, a cambio del reconocimiento de Felipe V como rey de España, tuvieron que ceder a Gran Bretaña extensos territorios en la futura Canadá (Saint Kitts, Nueva Escocia, Terranova y territorios de la bahía de Hudson); además de reconocer la sucesión protestante en el Reino Unido, comprometiéndose a dejar de apoyar a los jacobitas, y prometer el desmantelamiento de la fortaleza de Dunkerque. En compensación Francia incorporaba el valle de Barcelonette en la Alta Provenza cedido por el duque de Saboya.
En cuanto a los Países Bajos, Luis XIV cedió la barrera de plazas fuertes fronterizas en los Países Bajos españoles que aseguraran su defensa frente a un eventual ataque francés (Furnes, fuerte Knocke, Ypres, Menin, Tournai, Mons, Charleroi, Namur y Gante), aunque en menor número que el acordado en los preliminares de La Haya de 1709. Como los Países Bajos españoles pasaron a soberanía austríaca, se firmó un nuevo Tratado de la Barrera el 15 de noviembre de 1715, entre las Provincias Unidas y el Imperio. Según Joaquim Albareda, los convirtieron “en una especie de colonia holandesa tanto en términos militares como económicos, al pasar a ser un territorio abierto a las exportaciones holandesas e inglesas, realidad que impedía a los manufactureros belgas competir industrialmente con los productos originarios de aquellos países”.
Tratados entre Gran Bretaña y España
Tres meses después los representantes de Felipe V, que habían permanecido retenidos en París casi un año (entre mayo de 1712 y marzo de 1713) por orden del marqués de Torcy para que no interfirieran en las negociaciones, con la excusa de que necesitaban un pasaporte para ir a Utrecht; se incorporaban al acuerdo con la firma el 13 de julio del tratado entre el reino de Gran Bretaña y el reino de España. Los embajadores de Felipe V, el duque de Osuna y el marqués de Monteleón, llevaban instrucciones muy precisas de su rey que mantuvieran el reino de Nápoles para su corona o que “nación ninguna ha de traficar derechamente en las Indias ni ha de llegar a sus puertos y costas”. En caso de concederles ventajas las naves serán españolas y deberán partir y retornar a puertos españoles. Un tema al que concedía mucha importancia, era el referido al caso de los catalanes, en aquellos momentos Barcelona todavía resistía el cerco borbónico, sobre el que afirmaba que “de ninguna manera se den oídos a propósito de pacto que mire a que los catalanes se les conserven sus pretendidos fueros”.
De las instrucciones que recibieron de Felipe V los plenipotenciarios tuvieron que hacer concesiones en todos los apartados, y su único éxito en realidad fue mantener lo referido al caso de los catalanes. Gran Bretaña recibió Gibraltar y Menorca y amplias ventajas comerciales en el Imperio español de las Indias, concretadas en el asiento de negros, que fue concedido a la South Sea Company, en virtud del cual podía enviar a la América española un total de 144.000 esclavos durante 30 años; y el navío de permiso anual, un barco de 500 toneladas autorizado a transportar bienes y mercancías a la feria de Portobelo y libres de aranceles. Con estas dos concesiones se rompía por primera vez el monopolio comercial que había mantenido la monarquía Hispánica para sus vasallos castellanos durante los dos siglos anteriores. Los términos en que debía operar el navío de permiso fueron concretados en un sentido aún más favorable para los intereses británicos en el tratado comercial que se firmaría en 1716-19.
Le siguieron otros 19 tratados y convenciones bilaterales y multilaterales entre los estados y monarquías presentes en Utrecht, entre los que destacan:
- Tratados entre Francia y las Provincias Unidas, Brandeburgo, Portugal y el ducado de Saboya (julio de 1713).
- Tratados entre España y el ducado de Saboya (julio de 1714), las Provincias Unidas (julio de 1714) y Portugal (febrero de 1715).
- Convenios comerciales entre Gran Bretaña y España (marzo y diciembre de 1714 y diciembre de 1715).
El abandono de los catalanes por Gran Bretaña quedó plasmado dos semanas después en el artículo 13 del tratado de paz entre Gran Bretaña y España firmado el 13 de julio de 1713. En él Felipe V garantizaba vidas y bienes a los catalanes, pero en cuanto a sus leyes e instituciones propias solamente si se comprometían a que tuvieran “todos aquellos privilegios que poseen los habitantes de las dos Castillas”. El conde de la Corzana, uno de los embajadores de Carlos VI en Utrecht, consideró el acuerdo tan “indecoroso que el tiempo no borrará el sacrificio que el ministerio inglés hace de la España y singularmente de la Corona de Aragón, y más en particular de la Cataluña, a quienes la Inglaterra ha dado tantas seguridades de sostenerles y ampararles”.
Campaña en el Rin 1713
Para 1713, tanto Francia como el Sacro Imperio Romano estaban agotados militarmente, pero Francia fue capaz de reunir al ejército más grande: 300 ECs y 240 BIs. El comandante del ejército fue entregado al mariscal Villars, el comandante del ejército francés más exitoso de la guerra.
Eugenio de Saboya movió todas sus fuerzas de los Países Bajos españoles al Alto Rin para cooperar con los ejércitos de los otros estados alemanes. La paz entre Francia y los Poderes Marítimos se había formado, y al cesar las operaciones retiraron sus ejércitos. El Sacro Imperio Romano continuó en solitario la guerra con Francia. El ejército combinado de Eugenio de Saboya solo alcanzaba 115 ECs y 85 BIs, más o menos un tercio de la fuerza del ejército francés.
El ejército francés cruzó el Rin en junio y el marqués de Bezons comenzó a asediar a Landau el 24 de junio. La ciudad, defendida por Charles Alexander, príncipe de Württemberg, que disponía de 6.700 efectivos encuadrados en 11 BIs. Resistió hasta el 26 de agosto antes de rendirse, había sufrido pérdidas de 13 oficiales y 920 soldados.
Mientras tanto, Arthur Dillon también había tomado Kaiserslautern. Villars luego avanzó para asediar Friburgo el 20 de septiembre. La ciudad de Friburgo se rindió el 15 de octubre y el castillo el 17 de noviembre. Eugenio de Saboya no podía arriesgarse a la batalla y se redujo al papel de espectador pasivo.
Luis XIV ahora pidió abrir negociaciones, que fue aceptada por el Sacro Imperio Romano. El mariscal Villars y el príncipe Eugenio de Saboya se reunieron en la ciudad de Rastatt, en Baden-Baden, e iniciaron una serie de complejas negociaciones que duraron hasta el 7 de marzo de 1714, cuando se firmó el Tratado de Rastatt.
Tratado de Rastatt
Los protagonistas en las negociaciones fueron el Mariscal de Villars por el lado francés y el príncipe Eugenio de Saboya por el lado imperial, lo que facilitó los acuerdos, pues entre ambos había una vieja amistad entablada cuando Villars fue embajador de Luis XIV en la corte de Viena. Sin embargo, el caso de los catalanes pronto se convirtió en la cuestión más difícil porque las posiciones eran prácticamente insalvables. Como le comunicó Eugenio de Saboya al secretario de Estado de Carlos VI, el catalán marqués de Rialp, “no cejo de trabajar cuanto me es posible a favor y en beneficio de la constante nación catalana, y bien puedo decir con ingenuidad a V.I. que es un puente muy difícil de arreglar”.
Por su parte el mariscal Villars comunicaba al rey de Francia que el príncipe Eugenio de Saboya estaba dispuesto a alcanzar un acuerdo, “pero está muy apenado acerca de los artículos de los catalanes, y es posible que un sentimiento similar haya hecho mella en el corazón del Archiduque y la Archiduquesa… la cual, para tener la libertad de salir [de Barcelona], habrá prometido a estos rebeldes todo aquello que le habrán pedido”. Lo que el representante imperial pretendía, siguiendo las indicaciones de Carlos VI, era que Felipe V se comprometiera a promulgar una amnistía para sus vasallos rebeldes tanto catalanes como mallorquines; y a no derogar las leyes e instituciones propias del principado de Cataluña, ni del reino de Mallorca también del lado austracista, si la Emperatriz y las tropas imperiales lo abandonaban.
Por el contrario, Felipe V quería aplicar en Cataluña y en Mallorca la «Nueva Planta» que había promulgado en 1707 para los «reinos rebeldes» de Valencia y de Aragón y que había supuesto su desaparición como estados. Pero el embajador Villars aceptó la propuesta de Eugenio de Saboya siendo desautorizado por el secretario de Estado de Luis XIV, el marqués de Torcy, por lo que tuvo que abandonar la negociación. Al mismo tiempo Luis XIV enviaba a Cataluña un ejército al mando del duque de Berwick para que apoyara a su nieto Felipe V y este acabara de una vez con la resistencia de Barcelona.
El 6 de marzo de 1714 se firma el tratado en el que Luis XIV cede al Imperio las tierras a la derecha del Rin (Brisach, Kehl y Friburgo) pero conservaba Landau, Estrasburgo y Alsacia. En el tratado también se incluyó la restauración en sus estados del elector de Colonia y del elector de Baviera. Lo que no consiguió el representante del emperador fue el compromiso de Felipe V sobre la amnistía y el mantenimiento de sus leyes e instituciones propias para el principado de Cataluña y para el reino de Mallorca que seguían sin ser sometidos a su autoridad. Sin embargo, Luis XIV se comprometió a otorgar a los catalanes y mallorquines los mismos derechos que a los castellanos.
Asedio de Barcelona 1713-14
Retirada de los aliados
Firmados en marzo de 1713 los preliminares del tratado de paz, las tropas austriacas deberían abandonar Cataluña, mientras la emperatriz Cristina dejaba Barcelona con destino a Génova a bordo de un navío de la flota del almirante inglés Jennings. Pero Stharemberg y sus tropas austriacas continuaban todavía en el Principado. Por esas fechas, Felipe V nombró virrey de Cataluña y jefe del ejército borbónico allí establecido, a Restaino Cantelmo-Stuart y Brancia, duque de Pópoli, general de origen italiano al servicio de la monarquía borbónica; que antes había tomada parte en la fallida defensa de Barcelona como capitán de la guardia italiana.
Precisamente, para tratar de la marcha de los austriacos, se reunieron en Hospitalet el general español borbónico marqués de Cavagrimaldi, el conde de Keningseng por parte austriaca y los ingleses Huwanton y Wiscombe. El 22 de junio firmaron el Convenio de Hospitalet de Llobregat, que concretaba las condiciones técnicas del tratado de evacuación la evacuación de sus tropas y navíos del Principado. El acuerdo secreto incluía el compromiso aliado de entregar la ciudad de Barcelona, alternativamente, la de Tarragona a las tropas borbónicas, además de la evacuación de Mallorca e Ibiza.
La retirada de las tropas aliadas estuvo acompañada por el avance simultáneo del ejército borbónico. Esta práctica, acordada por las máximas autoridades militares tuvo solo tres excepciones: las guarniciones en los fuertes de Castellciutat y Cardona, gobernados respectivamente por los generales Josep Moragues y Manuel Desvalls, y especialmente Barcelona. El primer embarco en navíos ingleses se realizó en Sant Adrià de Besós el 2 de julio y afectó a 11.000 hombres. El último se produjo en la playa de Blanes el 20 de agosto. En total, embarcaron unos 25.000 hombres, entre ellos unos 2.000 soldados y algunos centenares de civiles españoles. Ambos colectivos marcharon con sus respectivas familias. Stharemberg entregó Tarragona a los borbónicos, pero no pudo hacer lo mismo con Barcelona, porque sus tropas ya no ocupaban la ciudad, tuvo numerosos desertores que se unieron a los que optaron por continuar su resistencia.
Así, el 27 de junio, el consejero primero (conseller cap) de Barcelona, Manuel Flix, ordenó a la compañía de zapateros de la ciudad, dirigida por el coronel Sebastià Dalmau, que se hiciera cargo del castillo de Montjuich. Otros regimientos de la Coronela, o milicia civil de Barcelona, se hicieron cargo de las atarazanas (almacenes donde se custodiaba la artillería y las municiones imperiales) y del puerto, donde requisaron los timones de todos los barcos. De esta manera, la capital de Cataluña quedó en manos de sus autoridades civiles, lo que impedía que fuera entregada por los aliados alas tropas borbónicas, como finalmente se produjo en Tarragona.
El 30 de junio de 1713, tras conocerse la noticia del abandono de los ingleses, se reunieron en Barcelona los Tres Comunes, formados por la Generalidad, el Consejo de Ciento, que tenía encomendado el gobierno de la municipalidad y el Brazo Militar, formado por aristócratas fueran o no militares.
Los reunidos convocaron la Junta General de Brazos de Cataluña, esta institución, que también se conocía entonces como el parlamento de Cataluña, tenía aún mayor representación territorial que el de los Tres Comunes. De hecho, la Junta General de Brazos solo había sido convocada en otra ocasión en 1641, una coyuntura también caracterizada por la ruptura y la guerra.
La Junta General de Brazos se constituyó oficialmente el 30 de junio de 1713 y se organizó en reuniones separadas en ramas. El debate fue sumamente acalorado entre las ramas militar y real, ya que la rama eclesiástica decidió no participar en la votación. Los términos que se discutieron fueron la rendición o la resistencia. Para apoyar la primera posición, se utilizaron argumentos tan obvios como la inevitabilidad de la derrota y la necesidad de evitar el derramamiento de sangre y la ruina del país. La segunda opción apeló al orgullo y la historia, a la irreversibilidad de la pérdida de las constituciones e incluso a la posibilidad de que la situación internacional cambiase en los siguientes meses.
Sin embargo, el 9 de julio, la Diputación General dio a conocer el acuerdo de la Junta General de Brazos para resistir. Esto fue una gran sorpresa no solo para las cancillerías europeas, comenzando con la cancillería imperial, sino también para una amplia franja de la opinión pública catalana. Fue el resultado de una variedad de factores: la decisión de la rama eclesiástica de no participar en la votación, probablemente convencida de su resultado a favor de la rendición; la firme preferencia por la resistencia en la rama real, formada por ciudades, pueblos y lugares libres; y la presencia de un núcleo altamente vociferante, aunque probablemente minoritario, de miembros de la rama militar dirigida por Manuel de Ferrer i Sitges, que se decantó por la resistencia, lo que forzó una segunda votación después de que las ciudades y aldeas hubieran elegido esta opción.
También hay que sumar la presión de los barceloneses de los escalones más bajos, que repetidamente, e incluso violentamente, amenazaron a los sectores a favor de la rendición; y que probablemente lograron asegurar que algunos nobles a favor de la rendición estuvieran ausentes de la ciudad antes del segundo y decisivo voto en su rama. A la inversa, también cabe destacar la presión de Starhemberg sobre los sectores ricos de la sociedad para que aceptasen lo acordado en el Tratado de Utrecht.
Proclamada públicamente la declaración de guerra el 9 de julio de 1713. Para gobernar la Cataluña austracista, las autoridades locales de Barcelona designaron virrey al marqués de Torrella, asistido por una Junta de los 36, formada por 12 representantes de la nobleza, 12 eclesiásticos y 12 ciudadanos del común. Al día siguiente se publicó un bando para reclutar efectivos para el regimiento de infantería de la Generalidad, mientras la ciudad procedía de la misma forma para aumentar los efectivos del regimiento de infantería de Barcelona.
Para el cargo de general comandante se calibraron dos opciones: el teniente mariscal Antonio Colón de Portugal y Cabrera, conde de La Puebla, y el también teniente mariscal Antonio de Villarroel y Peláez, siendo elegido este último por haber nacido en Barcelona aunque no fuera catalán. Este aceptó el nombramiento el 12 de julio señalando que accedía a ello como buen militar profesional, por el hecho de estar involucrada la defensa de una plaza a punto de ser sitiada; y bajo la condición de obtener patente oficial del rey Carlos III y disponer de suficiente número de tropas para la defensa de la plaza. La Junta de Gobierno accedió a sus condiciones y el día siguiente fue oficializado el nombramiento.
Unos días más tarde de la decisión de continuar la guerra, los aragoneses austracistas formaron un regimiento de caballería, otro de infantería y un tercero de voluntarios de infantería que se unió a los anteriores.
A finales de julio la leva ascendía a cerca de 4.000 combatientes a sueldo de los Tres Comunes de Cataluña, siendo asimismo nombrados los oficiales y entregadas las patentes en nombre de los Tres Comunes de Cataluña, no del rey Carlos III. El general Juan Bautista Basset fue nombrado general comandante de la artillería, el general Miguel de Ramón y Tord fue nombrado general comandante de la caballería, y el general Bartolomé Ortega de la infantería; mientras Ramón de Rodolat era nombrado inspector general del ejército y el general José Antonio Martí era ascendido a brigadier.
La decisión de resistir adoptada motivó el abandono de Barcelona de un grupo numeroso de nobles, burgueses y canónigos de la catedral, muchos de los cuales se dirigieron a Mataró, donde un grupo de 40 nobles, constituido en Cuerpo de Nobleza; se atribuyó la representación de su estamento y prestó obediencia a Felipe V. También se juntaron en Mataró la mayoría de los canónigos del cabildo, que decidieron no sumarse a la decisión de la Junta de Brazos y reconocer a Felipe V.
El asedio de Barcelona se pueden considerar 4 fases
- Fase 1. Inicio del asedio (julio de 1713 – abril de 1714).
- Fase 2. Cambio de estrategia de Pópoli (abril – julio de 1714).
- Fase 3. Llegada de Berwick (julio – agosto de 1714).
- Fase 4. Asalto final (septiembre de 1714)
Fase 1. Inicio del asedio (agosto de 1713 – abril de 1714)
El duque de Pópoli, nombrado capitán general de Cataluña, publicó en nombre del Rey un perdón general y el olvido de todo lo pasado para quienes volvieran a la obediencia de Felipe V y se presentaran ante su persona para prestarle homenaje, lo que hicieron los habitantes de Vich (Vic).
El 29 de julio envió un mensajero a Barcelona, advirtiendo que si la ciudad no abría sus puertas, sometiéndose a la obediencia de su legítimo rey, y acogiéndose a su perdón; se vería obligado a tratar a la ciudad con todo el rigor de la guerra, los barceloneses contestaron a su propuesta con un intenso fuego artillero que puso de manifiesto su determinación a resistir a ultranza, lo que obligó al duque de Pópoli a establecer un bloqueo en toda regla.
Pópoli se trasladó a Hospitalet de Llobregat, comenzando el sitio de Barcelona el 25 de agosto. Barcelona era una ciudad circundada por una muralla abaluartada de gran solidez, además de contar en sus inmediaciones con la fortaleza de Montjuich. Su puerto quedaba fuera del alcance de los fuegos de los sitiadores, lo que aumentaba sus posibilidades de resistencia, asistida casi continuamente por los socorros enviados desde Mallorca.
Organización de las fuerzas barcelonesas
A fin de encuadrar a los centenares de refugiados austracistas de los reinos de España que se encontraban en Barcelona, los Tres Comunes de Cataluña concibieron la idea de organizar los regimientos de su ejército en función del origen de las tropas; según dicho plan, se formaron 8 RIs: Los de la Generalidad, de Barcelona, de Nuestra Señora del Rosario y el del coronel Busquets se reservaron a los catalanes; el RI de San Narciso para los alemanes; el RI de Nuestra Señora de los Desamparados para los valencianos; el RI de la Santa Eulalia para los navarros, y el RI de la Inmaculada, bajo el mando teórico del general comandante Villarroel pero efectivo del coronel Gregorio de Saavedra, para los castellanos.
Así mismo, de los seis regimientos de caballería constituidos, el RCC (regimiento de coraceros) de San Miguel fue reservado para los aragoneses. A pesar de las intenciones de los Tres Comunes de Cataluña, la mayor parte de la leva tuvo que completarse con tropas catalanas. En cuánto a los antiguos migueletes, fueron reorganizados y encuadrados en los llamados regimientos de fusileros de montaña; el RI del coronel Amill fue bautizado como San Raimundo de Peñafort, el RI del coronel Rau fue llamado del Ángel Custodio, mientras que el RI del coronel Vilar y Ferrer mantuvo su nombre y el RIo del coronel Ortiz se reservó a los migueletes valencianos.
En total contaba con más de 10.000 hombres (4.000 regulares, 5.000 milicianos de la Coronela, 1.500 voluntarios) y 258 piezas artillería (123 cañones bronce, 64 cañones hierro, 33 morteros y 38 pedreros).
En cuanto a la fuerza naval, se movilizaron 50 tartanas de guerra, 9 bergantines y 6 fragatas, mientras se equiparon 4 navíos: el transporte ibicenco San José (20), la fragata francesa capturada Santa Madrona (24), el Santa Eulalia (34) y el San Francisco de Paula (28). La intensa actividad de estos navíos combinó la escolta de convoyes desde Mallorca con las operaciones ofensivas; Barcelona se convirtió en un puerto corsario durante 1713, año en que se realizaron más de 40 capturas.
La Coronela de Barcelona, la milicia formada por los cofrades de los gremios barceloneses, fue reorganizada como un solo regimiento de 6 BIs: el Santísima Trinidad, el Inmaculada Concepción, el Santa Eulalia, el San Severo, el Santa Madrona y el Nuestra Señora de la Merced. Los miembros de la Coronela de Barcelona estaban sometidos a la jurisdicción militar cuando entraban de guardia y estaban a sueldo de la ciudad; asimismo estaban completamente uniformados y equipados con fusiles de primera calidad desde 1707, siendo su coronel el primer consejero (conseller en cap) de Barcelona.
Las guardias de la Coronela funcionaban a partir de servicios rotatorios: un BI custodiaba los portales y otro los baluartes. Un tercer BI guardaba Montjuich durante tres días, otro BI se mantenía en reserva y los otros dos descansaban. Así, un BI entraba de guardia en portales y al día siguiente pasaba a baluartes, el tercer día pasaba a la reserva y el cuarto descansaba. Los que servían en Montjuich estaban allí tres días seguidos, y el cuarto descansaban.
Para mantener el orden público dentro de la ciudad, se formó la Compañía de la Quietud; y para aquellos inhábiles para el servicio de armas se organizaron los batallones de cuartos, formados por ciudadanos que sin recibir paga tenían el cometido de servir de fuerza de trabajo, desescombro y reconstrucción en caso de bombardeo. Finalmente se organizaron las compañías de voluntarios, formadas por barceloneses que no estaban a sueldo, pero que servían voluntariamente con armas propias, sin patente oficial y sin uniforme.
Una de las medidas adoptadas en agosto de 1713 a petición del general comandante Antonio de Villarroel fue la creación de una Junta Secreta a imagen y semejanza de la creada por Guillermo III de Orange en los Estados de Holanda; dicha Junta política tenía por finalidad conferenciar directamente con el general comandante Villarroel y estar informada de todas las operaciones militares que este propusiese. Estaba formada por siete personas entre las cuales el mismo general comandante, el primer consejero de Barcelona, y Juan Francisco de Verneda y Sauleda, enviado secreto del archiduque Carlos en Barcelona, quien estuvo en contacto directo con Viena durante todo el tiempo que duró el sitio de la ciudad.
Por otra parte, las defensas carecían de una primera línea compuesta por revellines o media-lunas y contraguardias; por lo que las murallas estaban totalmente expuestos al fuego de las baterías artilleras enemigas, por lo que lo único que pudieron hacer los ingenieros fue remozar las partes más débiles y reforzar la estacada.
El plan diseñado por Villarroel se organizó alrededor de tres aspectos fundamentales: una campaña en el interior de Cataluña orientada a desestabilizar a Pópoli, mantener una línea de comunicaciones con Mallorca capaz de burlar el bloqueo marítimo, finalmente y una defensa activa alrededor de Barcelona.
Para la defensa activa alrededor de Barcelona, controló la amplia franja de huertos y viñedos que se extendía junto a la muralla, una fuente de alimentos vital dada la previsible escasez futura. Por ese motivo se decidió a convertir esta zona en un campo de batalla; si el enemigo quería plantear un sitio en las formas debería desalojar a los defensores de la intrincada red de muretes, acequias, cobertizos y masías que rodeaban la ciudad. De manera adicional este territorio sembrado de pequeños obstáculos era idóneo para plantear ataques y contraataques locales, y en él los migueletes de Villarroel, podían desenvolverse con mucha más soltura que las tropas borbónicas.
Se ocupó el convento de los Capuchinos, en las cercanías de la puerta Nueva, se convirtió en una fortaleza exterior dotada de artillería con la que hostigaba a las fuerzas sitiadoras, custodiada por 250 soldados regulares. En las inmediaciones del convento, en la Cruz de San Francisco, se apostó la denominada Gran Guardia de Caballería, dispuesta a todo tipo de iniciativas de ataque o defensa. Desplegadas a lo largo de este anillo de la ciudad se encontraban también los vivaques y bases de numerosas compañías de fusileros de montaña, con amplia iniciativa para dar golpes de mano, hostigar y acosar.
Organización de las fuerzas sitiadoras
Pópoli nunca tuvo fuerzas suficientes para su empeño. En teoría su ejército se componía de 25 BIs españoles y 5 BIs franceses; 23 ECs españoles y 9 ECs franceses, más 12 EDs españoles y 16 EDs franceses. El 16 de agosto, señalaba el despliegue de su ejército: en Lérida 2 BIs y 5 ECs; en Balaguer 2 BIs y 1 EC; en Tortosa 1 BI y 8 ECs; en Zuera 3 ECs; en Tarragona 6 BIs y 2 ECs y en el sitio 29 BIs y 33 ECs, unos 20.000 efectivos a todas luces insuficientes.
La escuadra española 6 galeras y 3 navíos no logró impedir que los barceloneses recibieran constantes refuerzos y vituallas desde Mallorca y Cerdeña. Fue preciso formar una escuadra de 50 velas, compuesta de navíos españoles, franceses e ingleses, para bloquear el puerto de Barcelona.
El jefe de Estado Mayor y jefe de ingenieros del ejército borbónico era el teniente-general Jorge Próspero de Verboom, quien aconsejó que se recurriese a las operaciones lentas y seguras de un asedio regular. Verboom reconoció que con la escasa artillería con la que contaba el ejército sitiador, no podía asediar con éxito la ciudad, por lo que en agosto de 1713 hizo una petición extraordinaria del siguiente material artillería:
- 60 cañones de a 24, para batir brechas.
- 10 cañones de a 12, para disparar balas rojas y destruir las defensas.
- 15 piezas de a 8 y de a 6.
- 30 morteros de 12.
- 10 morteros para bombas y granadas.
- 10 pedreros.
A la petición de estas piezas, unió la de 1.800.000 libras de pólvora y 160.000 proyectiles y granadas de varios calibres.
La escasez de la artillería española obligó a Felipe V a solicitar refuerzos a su abuelo Luis XIV; este hecho, unido a la cercanía del invierno y los estragos producidos por las lluvias frenaron los ataques de borbónicos. No obstante, estos formalizaron el sitio mediante el despliegue de las unidades y los lentos trabajos de fortificación y zapa, completando la línea de circunvalación.
El 6 de diciembre de 1713, se incorporaron 16 BIs españoles procedentes de Flandes, pero esos BIs, mermados por las deserciones, apenas rebasaban los 120 soldados. Después, el 20 de enero de 1714 llegaron de Sicilia 10 RIs de infantería, 1 RC y 2 RDs; también procedentes de Extremadura, llegaron 20 BIs.
Intento de rebelión en el interior de Cataluña
A principios de agosto de 1713 había todavía tres plazas importantes que no habían sido ocupadas: Cardona, Castellciutat y Hostalrich (Hostalric en catalán).
Cardona, estaba gobernada por Manuel Desvalls, optó decididamente por la resistencia y fue reforzada a finales de julio con 90 soldados del regimiento de la Ciudad, dos compañías de infantería regular y dos de granaderos. Castellciutat, que contaba con una guarnición de 4 compañías del regimiento de la Diputación y un nutrido grupo de fusileros, estaba gobernada por el general Moragues, que mantenía una posición ambigua con respecto a la resistencia. Finalmente, Hostalric tenía un futuro aún más incierto, ya que seguía en manos de tropas imperiales en espera de la evacuación.
La primera operación exterior que se planteó Villarroel fue una expedición para impulsar la rebelión del país, ocupar Hostalrich y asegurarse la posesión de 600 caballos comprados al general imperial Wallis. Este oficial imperial no tuvo posibilidad de embarcarlos y su adquisición podía ser determinante para la creación de una necesaria caballería. La expedición, comandada por el diputado militar Antoni Francesc de Berenguer con el apoyo del general Nebot, que con 1.000 soldados de caballería y 500 de infantería, salió de la capital el 9 de agosto. Fueron en dirección a Arenys de Mar y pronto aparecieron las desavenencias entre los dos jefes, Nebot quería ocupar la importante localidad marítima de Mataró cuando esta población estaba indefensa, pero Berenguer se lo impidió. El siguiente fracaso fue la entrega de Hostalrich a los borbónicos, dado que los oficiales imperiales no querían verse involucrados en la campaña. Finalmente se perdieron la mayor parte de los 600 caballos que ayudarían a formar la caballería catalana.
Durante los meses de agosto y septiembre la columna deambularon sin objetivo por Cataluña, perseguidos por destacamentos borbónicos. Llegaron a la Cerdaña, pero no pudieron asegurar la obediencia de Castellciutat, ya que Moragues no quiso ceder la fortaleza. Pasaron por Cardona y finalmente llegaron a Alella, desde donde los jefes embarcaron el 5 de octubre tras dejar abandonada a la tropa. Así, la expedición no cumplió ninguno de sus objetivos y en el camino perdió centenares de soldados y hasta una fortaleza, puesto que Moragues rindió inexplicablemente Castellciutat a los borbónicos a principios de octubre. La campaña acabó con el ingreso en una prisión de Barcelona del propio Nebot.
Pero lo que no logró Nebot lo consiguió el ministro de hacienda de Felipe V, M. Orry, que impuso fuertes contribuciones a las ciudades y villas catalanas, como si los decretos de Nueva Planta, que abolieron los fueros y privilegios catalanes, estuvieran ya establecidos.
Se organizó una nueva expedición esta vez el comandante era Antonio Desvalls, marqués del Poal, veterano oficial de la máxima confianza del Casanova, que había sido abandonado por Berenguer y se encontraba refugiado en la alta montaña. Poal supo sintonizar con los sentimientos de la población, movilizando a somatenes y migueletes, originándose un tipo de guerra de guerrillas semejante al que luego se produciría durante la guerra de la Independencia.
Esta rebelión ocupó cada vez más recursos borbónicos, a la vez que Poal consiguió un número creciente de reclutas para su ejército, que en la primavera de 1714 llegaría a tener unos 4.000 soldados.
En enero de 1.714 la sublevación parecía imparable. En el Penedés fue destruida una compañía de granaderos de la guarnición de Villafranca; en Moyá fueron sorprendidos 130 jinetes borbónicos que quedaron prisioneros; los generales borbónicos Bracamonte y Vallejo tuvieron que encerrarse en Vich y Manresa. Pópoli encomendó a sus generales Bracamonte, conde de Montenar y Vallejo, al frente de columnas de 1.500 a 2.000 hombres la lucha contra los sublevados.
Ambos bandos lucharon con extrema crueldad. Los borbónicos incendiaron Balsaremy, Torelló, Prats de Lluganes, Oristá, Sallent, entre otros. Pero los somatenes no le fueron a la zaga: en Oristá y Balsareny fueron degollados 700 y 500 soldados borbónicos. Otros 600 soldados de los regimientos de León, Niewport, Ostende también fueron degollados por los somatenes después de rendir sus armas. A su vez, 100 de esos somatenes fueron ahorcados o enviados a galeras. El párroco de Arbucias también fue señalado como jefe de estos somatenes.
Esa lucha en la retaguardia fue languideciendo al paso de los meses; los intentos de los barceloneses de impulsarla mediante el envío de unas y otras partidas no tuvieron efecto y, lo que parecía formidable en enero, apenas dejaba rastro tres meses más tarde. Nebot acabó entregándose a los borbónicos en Tarragona, la misma ciudad que había tratado de conquistar tres meses antes y muchos de los somatenes se transformaron en bandidos, causando no pocos males a la misma población civil que antes parecían defender. La persistencia de este bandidaje llevaría a Felipe V, unos años más tarde, a crear los mozos de escuadra para luchar frente a ellos.
Tensiones políticas en la ciudad
En el interior de Barcelona las tensiones políticas fueron en aumento. Las disensiones entre el primer consejero de Barcelona Manuel Flix, quien había votado en contra de la guerra, pero había permanecido en el cargo por lealtad institucional, y los partidarios de la resistencia a ultranza se habían agravado. Así mismo, la expedición del nuevo diputado militar de la Generalidad de Cataluña, encaminada a levantar en armas al resto del Principado, había resultado infructuosa, no pudiendo ni impedir la caída de las fortalezas de Hostalric y Castellciutat.
Todo ello se precipitó cuando, ante la proximidad del día de la renovación consistorial, el Consejo de los Cien falló que a pesar del estado de guerra procedía a elegir nuevos consellers de Barcelona.
Siguiendo el ritual de los siglos anteriores, el día de San Andrés Apóstol, 30 de noviembre de 1713, se produjo la extracción de los nuevos seis magistrados municipales para el período de 1713-14, siendo Rafael Casanova nombrado primer consejero de Barcelona, la máxima autoridad de la ciudad. El cargo llevaba añadido el grado de comandante de la Coronela, la milicia ciudadana, que era el componente más numeroso de la guarnición que defendía la ciudad.
El gobierno de Rafael Casanova marcó un cambio total con el anterior gobierno. Si hasta entonces el teniente-mariscal Villarroel había tenido plena autonomía militar como comandante del ejército, y había planteado una estrategia defensiva conservadora que buscaba ganar tiempo, basándose en el principio de que solo una ayuda externa podía liberar la ciudad; el nuevo primer consejero Rafael Casanova le exigió que inmediatamente ordenara lanzar ataques continuos cada noche contra el cordón de bloqueo para desgastar a las tropas borbónicas, accediendo a ello el general comandante.
A los pocos días, se desató un nuevo conflicto por la supremacía militar; ante la negativa del gobernador de Montjuich a obedecer las órdenes del primer consejero de Barcelona alegando que él solo debía obedecer al general comandante Villarroel; Rafael Casanova ordenó que el coronel Pablo Tohar, gobernador de la fortaleza, fuera arrestado y encarcelado, mandando asimismo órdenes a todos los cuarteles de la ciudad de que no debían ejecutar orden militar alguna que no hubiera sido expedida por él en persona. El enfrentamiento entre el gobierno de Rafael Casanova y el general comandante era ya total; finalmente el Consejo de Cien reunido en plenario, falló salomónicamente resolviendo que, efectivamente, Rafael Casanova era el gobernador de la plaza y armas de Barcelona, y también de la fortaleza de Montjuich, pero se aceptaba que las atribuciones de gobernador de Montjuic habían sido delegadas en el general comandante, debiendo este rendir cuentas ante el primer consejero Rafael Casanova.
Habiendo afianzado totalmente su poder militar en la plaza, el gobierno de Rafael Casanova se centró en el frente exterior. A finales de diciembre se ordenó al marqués del Poal, que organizara una expedición al exterior con el cometido de levantar el Principado en armas.
Si durante los primeros dos meses de su gobierno las noticias parecían favorables, en febrero de 1714 el gobierno de Rafael Casanova tuvo que hacer frente al intento de golpe de Estado perpetrado por el inspector general del ejército Ramón de Rodolat. Este pretendía derrocar al ejecutivo de Casanova con efectivos de la Coronela de Barcelona, pero advertido de los planes de aquel fue detenido antes de que pudiera llevarlo a cabo; al cabo de unos días Jacinto Oliver fue nombrado nuevo inspector general del ejército. La contrapartida no se hizo esperar y el 26 de febrero la Generalidad de Cataluña cedía todas sus competencias militares a los consellers de Barcelona.
El 27 de febrero se renovó completamente la composición de la junta de Guerra y la junta de Gobierno, y Rafael Casanova fue nombrado presidente de la Junta Novena de Guerra, encargada de dirigir las operaciones militares y en la que habían recaído todas las competencias transferidas por la Generalidad. De esta manera finalizaba el proceso por el cual el primer consejero Rafael Casanova había concentrado todo el poder militar, tanto dentro de Barcelona como en el exterior; a partir de entonces todos los comandantes militares que combatían en el Principado, el general Josep Moragues, el coronel Antonio Desvalls marqués del Poal, el coronel Amill y el coronel Vilar, pasaron a depender directamente a los consejeros de Barcelona, con Rafael Casanova a su frente.
Fase 2. Cambio de estrategia de Pópoli (abril – julio de 1714)
Intento de internacionalización del conflicto catalán
Transcurrido casi un año de bloqueo, la estrategia del duque de Pópoli había fracasado. La coyuntura internacional estaba evolucionando rápidamente, y si en la negociación del Tratado de Rastatt firmado el 6 de marzo, no se había dado por zanjado el caso de catalán; el debilitamiento progresivo del poder de los torys, favorables a la paz, en el parlamento de Inglaterra presagiaba una nueva toma del poder de los whigs, partidarios de reanudar la guerra.
El 27 de marzo, Pópoli solicitó la capitulación de Barcelona para alcanzar el perdón real. No se logró la capitulación, pero los barceloneses estimaron que el Tratado de Rastadt, que había supuesto el cese de las hostilidades entre Francia y Austria, lo que implicaba la retirada de las tropas francesas, auxiliares de Pópoli, ya que ellos se consideraban súbditos del Emperador. El 24 de abril enviaron un parlamentario a entrevistarse con el general Guerchy, que mandaba esas tropas ante Barcelona, pero este le contestó que no se retiraba y que pactarían la capitulación de la ciudad con Pópoli y Orry, el ministro de Hacienda de Felipe V.
Hubo más conversaciones entre el 3 y el 5 de mayo, pero los enviados de la ciudad sitiada insistían en la conservación de los privilegios concedidos por el Archiduque. Mientras, las autoridades de la ciudad se carteaban con el Emperador y con la reina de Inglaterra. El 22 de abril llegaron al puerto de la ciudad dos fragatas mallorquinas, con seis cartas del ya Emperador y de la Emperatriz, en las que las promesas de ayuda se ajustaban a ofrecer “las asistencias que se hagan arbitrables en la posibilidad”. Careciendo de medios navales y habiendo retirado ya a las tropas austriacas de Stharemberg, las palabras del emperador Carlos eran totalmente vacías, aunque los barceloneses no las consideraran así, celebrando un tedeum en la catedral y haciendo salvas, como si los ejércitos imperiales estuvieran a punto de llegar. Pero no fueron las últimas cartas, porque el 28 de mayo volvería el Emperador, en una lacrimosa carta, a insistir en su amor a los barceloneses, en que seguía considerándose el legítimo rey de España, pero que abandonado de sus aliados y carente de medios navales, no podía prestarles el apoyo de sus tropas. Anteriormente, el 12 de septiembre de 1713, el embajador de los barceloneses en Londres había presentado un largo escrito a la reina de Inglaterra implorando su ayuda para que los habitantes de Cataluña, Mallorca e Ibiza pudieran mantener sus privilegios.
Le recordaban a la reina Ana la llegada a Barcelona del conde de Peterborow y el manifiesto que este publicó allí a favor de los derechos de la casa de Austria, asegurando la protección inglesa a todos los que reconocieran al archiduque como rey de España.
En ese largo documento, la Diputación de Barcelona y el Brazo Militar de Cataluña, le pedían a la Reina que si en los tratados firmados no se hubieran incluido las garantías a los deseos expresados por los catalanes, se incluyeran nuevos capítulos en esos tratados que garantizaran dichos derechos. El documento termina expresando “La más reverente súplica y con la mayor esperanza que el magnánimo espíritu y la compasiva y generosa ternura de V.M. no ha de desamparar a los que con la mayor confianza se han puesto y se ponen bajo su protección y amparo”. Pero claro, Inglaterra había obtenido con la paz, además de ventajas en el comercio con América, la isla de Menorca y Gibraltar. ¿Qué más podía esperar apoyando a los catalanes?
Todas estas relaciones internacionales animaron a la resistencia a los barceloneses. Creyendo las promesas equívocas del Emperador, sus frases de encomio, fueron una crueldad para sus partidarios. Ciertamente que ninguno de ellos se quejó de la ingratitud imperial, pero las gracias que dispensó a los que emigraron a Austria, parecen demostrar que se consideró obligado a compensarles de los males y desgracias que por su causa, y en parte por su culpa, habían experimentado.
Cambio de estrategia
En la corte de Felipe V no se entendía cómo el duque de Pópoli no había conseguido rendir Barcelona a pesar de su superioridad en número de hombres y se le presionó para conseguir resultados. En realidad las 4 galeras de la armada borbónica jamás habían conseguido bloquear el puerto de Barcelona, donde periódicamente se recibían convoyes procedentes del reino de Mallorca y del reino de Cerdeña, territorios controlados por el emperador Carlos de Austria. Ante las presiones de la corte, en mayo de 1714, Pópuli cambió su estrategia; dejó de lado las operaciones encaminadas a la toma de Montjuich y ordenó la conquista del convento de los Capuchinos situado en el campo delante de Barcelona.
El marqués de Santa Cruz, entonces jefe del regimiento de infantería Asturias, nos cuenta como el 11 de mayo se abrió trinchera contra el convento de Capuchinos, defendido por fuerzas de caballería por la escasez de unidades de infantería de los defensores de Barcelona. Los sitiados reforzaron sus posiciones y también lo hicieron los atacantes. Del 12 al 15 de ese mes los sitiadores construyeron varios ramales de trinchera y establecieron una batería de 10 piezas que el 16 rompió el fuego sobre el convento fortificado, abriendo una brecha en los muros del convento.
El 17 se produjo el asalto a esta posición. Las fuerzas asaltantes estaban mandadas por el mariscal de campo conde de Esterre y se componían de 1.800 hombres entre dragones desmontados y granaderos. Los asaltantes tuvieron 20 muertos y algunos heridos; mientras los defensores sufrieron bajas más elevadas. Después, Pópoli ordenó asentar una batería con 22 morteros ante los Capuchinos. En las postrimerías del sitio, los defensores habían incrementado sus fuerzas con dos nuevos batallones de la coronela y otros cuatro de milicia ciudadana, que tras duros combates se retiraron al convento de Jesús.
El bombardeo se reanudó el 2 de mayo, simultaneando las labores de zapa y trinchera para acercarse al convento de Capuchinos, puesto avanzado de la ciudad, situado a unos 250 metros de glacis, y que era el más próximo a los sitiadores. El 17 de mayo una batería de 16 piezas abrió una brecha en los muros del convento, defendido por 400 catalanes, sobre quienes se lanzó en asalto una columna de 2.000 hombres. Tras un duro combate, los sitiados se retiraron al convento de Jesús.
Tomada la posición, instaló una batería de morteros desde la que se bombardeó indiscriminadamente Barcelona día y noche durante todo el mes con la esperanza de forzar la rendición de la ciudad.
Por fin, el ejército borbónico finalizó sus preparativos y el 3 de abril comenzó el bombardeo sobre la ciudad. Fue iniciado desde una batería de 20 morteros situada en el Clot, a 2.600 metros de distancia de la Puerta Nueva. Se inició un bombardeo contra el centro de la ciudad que arrojó 15.000 bombas hasta el mes de julio. Y mientras los atacantes colocaban nuevas baterías contra el convento de Jesús y el bastión de Puerta del Ángel, los defensores artillaban más sus defensas.
Los barceloneses contestaron disparando las piezas ubicadas en el reducto de la Cruz de San Francisco.
En junio de 1714, el duque de Pópili pidió al ingeniero general un plan de ataque. En el mismo Verboom hizo constar su conocimiento de las fortificaciones de Barcelona, donde estuvo prisionero dos años, y propuso llevar a cabo dos ataques: “el primero a la frente del Baluarte de San Daniel o Santa Clara y del Portal nuevo; y el segundo al Baluarte de las Tallers, e la suposición de que hubiera bastantes tropas para hacer dos ataques, uno verdadero y otro falso, para dividir las fuerzas de los de adentro, y no pudiendo hacer más que uno, mi sentir es siempre preferir el de la frente de Santa Clara …”
Para el ataque de Santa Clara se realizaría en las siguientes fases:
- Apertura de las trincheras de aproximación.
- Construcción de una batería para acabar con la resistencia exterior, si la hubiere, y comenzar a eliminar las baterías del baluarte de Puerta Nueva.
- Ocupación de las casas frente al glacis del baluarte de Santa Clara.
- Inmediata construcción de la primera paralela.
- Asentamiento de baterías para destruir todas las defensas del frente de Levante, desde la cara y el flanco izquierdos del baluarte de Santa Clara hasta la cara y el flanco izquierdo del de Levante.
- Construcción de la segunda paralela y las trincheras de aproximación al glacis.
- Asentamiento de piezas de artillería de 36 y 24 libras para abrir brecha en la cortina junto al baluarte de Santa Clara y en su cara y flanco derechos.
- Avance de las tropas sobre el glacis hasta alcanzar el camino cubierto.
- Nueva instalación de artillería pesada más cerca de las murallas.
- Salida al camino cubierto y descenso al foso.
Para el ataque de diversión a Tallers:
- Toma de los conventos de Capuchinos de Monte Calvario y de Jesús, así como de una masía próxima al glacis del baluarte de Junqueras.
- Apertura de la trinchera de aproximación.
- Construcción progresiva de fuertes para defender la trinchera y contrarrestar las posibles salidas de los asediados.
- Ocupación de las casas frente al glacis del baluarte de Santa Clara.
- Toma del convento de Santa Madrona.
- Construcción de la primera paralela.
- Asentamiento de una batería para destruir las defensas de la plaza y del camino cubierto.
- Abrir la trinchera de aproximación hasta el camino cubierto.
- Asentar la artillería más cerca para batir la muralla.
Finalmente, tras 11 meses de bloqueo, el 6 de julio de 1714, el duque de Pópoli fue informado de que había sido destituido, siendo relevado en el mando por el mariscal de Francia duque de Berwick, quien inició el sitio de 61 días que culminaría con la toma de la capital catalana.
Fase 3. Llegada de Berwick (julio – agosto de 1715)
Volvió Felipe V a solicitar de su abuelo el refuerzo de su ejército. El 30 de junio llegó a Perpiñán el duque de Berwick, que llevaba ya el nombramiento el mando de las tropas borbónicas, llevaba con él 20.000 efectivos franceses, un ejército francés de 20.000 hombres, acampando ante los muros de Barcelona. Las instrucciones que había recibido eran muy severas. Se decía en ellas que “los rebeldes eran incursos en el mayor rigor de la guerra, y cualquier gracia que experimentaran sería un mero efecto de la piedad y conmiseración del Rey”.
Por su parte Berwick, en sus memorias se refiere a esas mismas instrucciones, en las que se le decía que “si pedían la capitulación antes de que se abriera la trinchera debía limitarme a ofrecer mi intercesión ante el rey de España para que les perdonara la vida; pero que apenas hubiera iniciado los trabajos y emplazada la artillería me prohibían terminantemente que aceptara ninguna otra cosa que no fuera la rendición incondicional”.
A Berwick le pareció tan poco cristiana y tan contraria a los intereses del rey, que se dirigió a Luis XIV y después a Felipe expresando su discrepancia. En sus memorias opina que si los generales españoles hubiesen empleado un lenguaje mesurado, en lugar de tanta amenaza de horca, los barceloneses hubieran capitulado.
El 7 de julio, Berwick tomó el mando del ejército ante Barcelona, mientras Pópoli marchaba a Madrid. En sus memorias, Berwick escribe que su ejército lo formaban 50 BIs franceses y 20 BIs españoles, más 51 ECs, en total sumaban 35.000 soldados de infantería y 5.000 de caballería; contaba también con 15 BIs en el Ampurdán y en Gerona y con 8 ECs para controlar el país; más unos 15 BIs y 30 ECs desplegados entre Tarragona, Igualada y La Plana de Vich para enfrentarse a los miqueletes. Por otra parte, estimaba que la guarnición que defendía Barcelona se componía de 16.000 hombres, divididos en varios regimientos, tanto de extranjeros como de migueletes y de la Diputación (milicias).
En el parque de artillería encontró 87 piezas de grueso calibre, 20 de ellos morteros de 36 y 33, más de 1.500 millares de pólvora y gran cantidad de todo lo necesario para el asedio.
A continuación Berwick analizó la situación de la plaza para trazar su plan de asalto. En principio desechó intentarlo por la parte de Montjuich, porque las baterías enemigas podían enfilar las trincheras de aproximación.
Tampoco le parecía apropiado realizarla por la parte del convento de Capuchinos, porque ese frente contaba con cinco bastiones y formaba entrantes y salientes por los que sería difícil avanzar sometidos a un intenso fuego. “Así pues, me decidí por la parte de la marina, la cual mira al Besos, visto que el frente contaba tan solo con tres bastiones, cuyas elevadas murallas ofrecían un blanco perfecto a la artillería y el foso no tenía sino seis pies de profundidad. El terreno para llegar allí era mucho más fácil, pues había pequeños accidentes tras los cuales podían situarse a cubierto varios batallones, Además nuestro parque de artillería quedaba más a mano”.
Los tenientes-generales de las fuerzas sitiadoras eran 30; los mariscales de campo eran 15; los brigadieres 24 y los coroneles 26. El número de RIs era 29 con 73 BIs.
El plan de ataque que Verboom había entregado a Pópoli no pudo llevarse a cabo debido a la llegada de Berwick, quien vino acompañado del teniente general Antoine le Prestre, señor de Dupuy-Vauban como ingeniero jefe, y como segundo Paul-François de Lozières d’Astier, junto con 30 ingenieros encuadrados en cinco brigadas de ingenieros:
- Primera brigada: brigadier caballero Dauverger, subbrigadier Mirabel, caballero d´Aumale, Gion de Montdion, Rane y Mainecé.
- Segunda brigada: brigadier Desroches, subbrigadier La Blottiére, Maigret, Desfourneaux, Duran de la Rocque, Destran.
- Tercera brigada: brigadier De Biancolelly, subbrigadier Bezin, Desvallóns, Rodolphe, de Menoilhon, de Palmas.
- Cuarta brigada: brigadier De Cheylas, subbrigadier de Changy, Prettseille, Bernardy, Lenoir, de Ferre.
- Quinta brigada: brigadier Thibergean, subbrigadier Razaud, Dutrou de Villetang, de Pontmartin, Maret, d´Artus, de la Lance.
Por su parte, Verboom disponía de 3 brigadas con 16 ingenieros (Francisco Mauleón, Juan Diaz Pimienta, Isidro Próspero de Verboom, Alberto Miemson, Francisco Montaigu, Luis de Langot, José de Bauffe, Antonio Montaigu, Juan dela ferrére, Antonio Gatica, Alejandro de Retz, Juan Guihauman, Felipe de Tanneville (barón de Tanneville), La Baume, Pérez y Caetano Lazara); a quienes se unieron algunos ingenieros voluntarios entre los oficiales del ejército que tenían ciertos conocimientos de geometría y fortificación. Uno de ellos, Benigno de Villier, consta que murió en las trincheras en septiembre de 1714.
Después de varios reconocimientos de las defensas, el duque de Berwick aprobó el plan de ataque de Verboom. La jefatura de ingenieros le correspondería a Dupuy-Vauban, pues si bien era teniente general como Verboom, su antigüedad era de 1704, mientras que la de Verboom era de 1709. Sin embargo, para evitar rencillas, disgustos y rozamientos, Berwick dispuso que los ingenieros se dividieran en dos grupos, asignando el ataque por la derecha a los ingenieros españoles y el ataque por la izquierda a los ingenieros franceses; la ciudad se atacaría por el lado de levante, entre los baluartes de Santa Clara y puerta Nueva, zona que presentaba una larguísima cortina de más de 400 metros. Así, Berwick decidió dejar de lado la fortaleza de Montjuich, que tantos problemas había dado en asedios anteriores.
Por su parte, nada más llegar el duque de Berwick desplegó su artillería en siete baterías de cañones y cuatro de morteros:
- Batería de Matamoros: 12 cañones de a 24.
- Batería de Lambert: 20 cañones de a 24.
- Batería de Russimiere: 8 cañones de a 36.
- Batería de Benoit: 16 cañones de a 24.
- Batería de Belougard: 8 cañones de a 36.
- Batería de Hamel: 6 cañones de a 24 y 4 de a 16.
- Batería de Los Capuchinos: 4 cañones de a 24.
- Batería de morteros de Los Capuchinos: 4 morteros.
- Batería de morteros de la izquierda: 8 morteros.
- Batería de morteros del centro: 6 morteros.
- Batería de morteros de la derecha: 6 morteros.
La cadencia de disparos de los cañones comenzó a ser de 4 disparos por pieza a la hora por el día y de 1 disparo por pieza a la hora por la noche, mientras que los morteros lanzaban 3 disparos por hora. De esta forma el duque de Berwick comenzó a lanzar sobre Barcelona 384 proyectiles por hora durante el día y 150 por hora durante la noche.
Desde Mallorca continuaron llegando socorros a Barcelona. A primeros de julio habían logrado entrar en su puerto 33 navíos y 3 fragatas cargados de víveres y municiones, que habían burlado la vigilancia de la flota hispano-francesa apostada a esos fines.
El bloqueo del puerto se vio reforzado por barcos franceses, que acentuaron las dificultades para abastecer la ciudad. El día 9 de julio los defensores sufrieron un importante descalabro, ya que un convoy de 18 navíos repletos de víveres y municiones procedente de Mallorca fue capturado. Se imputó el desastre al consejero segundo la ciudad, Salvador Feliu de la Peña, que también era jefe de la Junta de provisiones.
Feliu tenía intereses privados en el convoy, ya que una de las embarcaciones, el San Francisco, llevaba productos suyos. Esta venía retrasada y Feliu impidió que el resto del convoy entrara en el puerto hasta que apareciera. La demora provocó la captura de casi todo el convoy, lo que tuvo consecuencias funestas tanto por la hambruna general, como por los necesarios pertrechos militares.
La noche del 12 al 13 de julio, un total de 2.500 zapadores se acercaron a 500 metros de la ciudad (máxima distancia eficaz de tiro de artillería). Organizados en línea procedieron a excavar la primera paralela de una longitud de más de 1.000 metros, esta paralela sería completada el 15 de julio. De madrugada los defensores pudieron observar cómo los zapadores trabajaban ya a cubierto, y comenzaban a construir una trinchera de aproximación por la izquierda. El Rec Comtal, la gran acequia que entraba en la ciudad, fue desviado y su cauce ya seco se convirtió en la trinchera de aproximación en la derecha.
Al día siguiente en la noche del 13 al 14 de julio, los sitiados realizaron una salida con 4.000 hombres, con la intención de destruir los trabajos de expugnación, entablándose un combate que finalizó con igual número de bajas por ambas partes, pero que no modificó la determinación de los sitiadores. Esta sería una constante del sitio, pero las continuas salidas, solo retrasaban las obras por poco tiempo.
Después de la salida, Vauban y Verboom iniciaron con sus ingenieros las aperturas de las trincheras de aproximación. El día 16 de julio los zapadores ya abrían la segunda paralela y el 17 empezaban a construir los emplazamientos donde las baterías de artillería empezarían a batir la muralla, el 20 de julio se había finalizado la segunda paralela y el asentamiento de las baterías.
La noche del 24 de julio, con fanfarria de clarines y timbales, los franceses hicieron saber a la ciudad que estaban asentando los cañones que iban a romper las murallas. El 25 de julio comenzó el fuego de la artillería sitiadora con 84 grandes cañones y 24 morteros contra los baluartes de la puerta Nueva, de Santa Clara y de Levante. Los defensores dificultaban los trabajos de aproximación y zapa mediante un vivo cañoneo desde la ciudad.
Villarroel y Basset sabían que las viejas murallas no iban a resistir demasiado el fuego de los cañones de batir, por lo que decidieron construir una segunda línea defensiva tras las murallas. Dado que se estaban creando numerosas grietas en toda la zona de ataque la cortadura debía cubrir toda la zona afectada, entre los baluartes de Santa Clara y puerta Nueva. También se construyó otra más tras el baluarte de Levante, en previsión de un posible asalto. Hombres y mujeres de toda condición (incluidos eclesiásticos) trabajaron duramente para construir, contra reloj, esta gigantesca segunda línea de defensa constituida por un foso y empalizada.
Pocos días más tarde, el marqués de Poal, al frente de unos 10.000 hombres, la mayoría migueletes, intentó acudir en socorro de la plaza, pero Berwick reforzó a las tropas de Bracamonte, Montemar y González, que se encontraban en la Plana de Vich, y estos lograron detener sus propósitos.
La noche del 30 de julio las trincheras de aproximación borbónicas llegaban al pie del glacis, procediendo a la construcción de la tercera y final paralela a unos 80 metros de la muralla. Esta sería la base para la instalación de las baterías finales, que batirían directamente la muralla y acelerarían el derrumbe de la misma y la creación de brechas.
Se reasentaron 8 grandes cañones de 36 libras y 22 de 24 libras, así como 20 pedreros y morteros que, con las piezas ubicadas en la segunda paralela procedieron a la apertura final de las brechas. También se produjo el coronamiento del camino cubierto frente a los baluartes de la puerta Nueva y de Santa Clara. Se empezaron a construir galerías para bajar al foso, una vez abiertas las brechas con la artillería en la cara y flanco del baluarte de Santa Clara y arruinadas las defensas del flanco del baluarte de puerta Nueva, al tiempo que también se procedía al minado del ángulo del baluarte.
En la madrugada del 12, los defensores despertaron con la explosión de una mina que destruyó el ángulo del baluarte, por donde a continuación los borbónicos escalaron las pendientes de las ruinas para alcanzar la plataforma del baluarte. Los defensores, en previsión del asalto, habían construido la segunda línea, tras la cual se defendieron. Al mismo tiempo una batería artillera empezó a disparar desde el indemne baluarte de San Pedro, adyacente a puerta Nueva por la izquierda. Este fuego de flanco fue devastador para los atacantes, que no consiguieron desplegarse en posiciones resguardadas. Finalmente Villarroel condujo refuerzos a la zona, que contraatacaron y expulsaron a los atacantes.
Paralelamente comenzó el asalto de diversión contra el baluarte de Santa Clara. Pese a no estar minado era mucho más bajo, menos sólido y presentaba grandes pendientes de escombros. Una masa de granaderos realizó el primer intento, pero fueron rechazados. En un segundo intento los borbónicos colocaron tropas en la plataforma del baluarte. Con luz de día los catalanes organizaron un contraataque. Ambas partes vieron cómo el caos de la batalla hacía difícil el control de las tropas, y se sucedieron ataques y contraataques descoordinados en los que los oficiales de regimiento tomaban la iniciativa, con desigual suerte y elevados números de bajas.
Finalmente una compañía formada por estudiantes de leyes (con sus profesores a la cabeza) cargó a la bayoneta contra los granaderos. El ataque fue reforzado por tropas regulares y nuevos efectivos de la Coronela, que acudieron en apoyo de los estudiantes y lograron expulsar a las tropas borbónicas. Este primer asalto terminó en fracaso para las fuerzas atacantes, que sufrieron unas 1.000 bajas. El fracaso tuvo como consecuencia que los días siguientes se emplearan en ampliar las brechas de ataque.
El marqués de Poal insistió en sus propósitos de levantar el asedio. Se encontraba ya al frente de unos 12.000 hombres ocupando Tarrasa, Sabadell y Senmenat, después de controlar la zona, empezaron una aproximación a la ciudad sitiada. Iba a la cabeza de unos 4.000 efectivos, cuando José Carrillo de Albornoz, conde de Montemar, reunió fuerzas para bloquear el paso a Poal en la montañosa zona de Talamanca, contando con unos 1.500 jinetes y 1.500 infantes.
En la mañana del 13 de agosto, el comandante catalán arremetió contra las tropas enemigas, a pesar de que el defensor dominaba las alturas. El combate se prolongó durante todo el día con diversos avances y retiradas, y cuando llegó la noche los catalanes se retiraron a sus posiciones iniciales, quedando la batalla en tablas, 80 de los cuales borbónicos, y alrededor de 20 catalanistas. Sin embargo, Montemar, temeroso frente a la posibilidad de quedar cercado por los migueletes con un ejército desgastado, el 14 de agosto inició una retirada hacia los llanos del Vallés, en los que su caballería gozaría de superioridad. Fue un error terrible, ya que los migueletes atacaron desde la frondosa espesura e infligieron a Montemar algunas bajas.
Al enterarse Berwick, envió refuerzos adicionales que hicieron inútiles los intentos de Poal, viéndose obligado a refugiarse en las montañas.
Una segunda acción fue intentar enviar refuerzos que se infiltraran a través del cordón, pero los numerosos jinetes derrotaron a las fuerzas de fusileros de montaña e impidieron el acceso al llano de Barcelona. Poal, frustrado, se retiró a Capellades el 29 de agosto desde donde procedió a seguir con su campaña aunque desistió de auxiliar a la ciudad asediada. Pese a ello, aún atacó la guarnición de Manresa el 4 de septiembre antes de retirarse a la fortaleza de Cardona.
También el mariscal de campo del Archiduque, señor de Moragas, había llegado a Vich al frente de 3.000 migueletes, pero fue derrotado por Montemar, quien le hizo 150 prisioneros que mandó ahorcar.
El 30 de agosto, Berwick intentó de inmediato un nuevo asalto. Optó por atacar Santa Clara, iniciando la que fue, tal vez, la más terrible batalla del asedio. A las 22:00 horas, granaderos y zapadores consiguieron ocupar buena parte dela plataforma del baluarte y tomar posiciones desde las que defender lo conquistado. Pese a ello no pudieron desalojar del todo a los defensores. Se combatió duramente durante toda la noche. Los generales Villarroel y Bellver, conscientes que esta batalla podía decidir el desenlace, esperaron a la luz de día para ejecutar un plan muy arriesgado que sirviera para reconquistar el baluarte.
A las 12:00 horas, la artillería ubicada el baluarte abrió fuego sobre los borbónicos a bocajarro, mientras que diversas unidades salían por poternas al foso de la muralla y atacaban por retaguardia a las tropas borbónicas alojadas en el baluarte. Los defensores habían ganado el primer asalto, pero en su transcurso habían tenido unos 800 muertos y 900 heridos, mientras que las fuerzas borbónicas sufrieron 479 muertos y unos 1.000 heridos. Estas pérdidas eran inaceptables para los defensores, que habían sacrificado en esas últimas semanas buena parte de las tropas veteranas. Por otra parte, la situación de los sitiadores era muy delicada, ya que otro revés similar podía generar un colapso de la moral del ejército borbónico. Por ese motivo Berwick y sus mandos decidieron esperar hasta que el asalto final se ejecutara con totales garantías.
Fase 4. Asalto Final (septiembre de 1714)
El 3 de septiembre, Berwick pidió parlamentar con la plaza para formalizar a su rendición.
La situación de los defensores era desesperada, el 5 de septiembre se reunieron en Barcelona la Diputación y el Brazo Militar, ratificando la voluntad de continuar la resistencia. Pero Villarroel mantuvo una actitud contraria a esta posición y el día siguiente envió una comunicación a los Tres Comunes presentando su dimisión como jefe de las tropas y solicitando un puesto de soldado. Esa dimisión fue aceptada, pero los Comunes decidieron mantenerla en secreto para no afectar a la moral de los defensores. Tampoco pudieron ponerse de acuerdo los Tres Comunes acerca del nombre de su sustituto; trasladado este problema al Consejo del Ciento, que acordaron nombrar generalísimo a la Virgen de la Merced, reunir fondos para pagar la Coronela y revalidar los votos de resistencia formulados el 2 de agosto.
El 8 de septiembre, un oficial barcelonés con bandera blanca solicitó una entrevista con un general de los sitiadores. Ante el teniente-general Asfeld leyó un documento en el que se decía que “reunidos en consejo los órganos soberanos de Barcelona, habían decidido no presentar ni escuchar oferta alguna de rendir la plaza”.
Las fuerzas sitiadoras usaron la segunda quincena de agosto para mejorar las obras de asedio. Los ingenieros de Berwick decidieron corregir el sistema de trincheras y extendieron las paralelas hasta el mar. Esto eliminaba la amenaza del baluarte de Levante y del reducto de Santa Eulalia, dos puntos clave de la defensa desde donde se disparaba de flanco contra los avances borbónicos. La misma maniobra no se pudo repetir por la derecha, ya que tan solo habría dejado las paralelas a tiro de enfilada desde el baluarte de San Pedro. En todo caso, esta mejora de las obras permitió desplegar nuevas baterías que crearan brechas adicionales, por las que maximizar la superioridad numérica atacante.
Los morteros sitiadores siguieron bombardeando constantemente las posiciones asediadas, causándoles numerosas bajas.
Por otra parte, se trabajó en las obras de minado, pese a las lluvias que inundaron los tramos construidos. A principios de septiembre el asalto estaba listo, tras la negativa a la rendición, se decidió el ataque para el día 11 de septiembre.
Cuando se iba a producir el asalto, las fuerzas de los defensores estaban muy mermadas. Los siete regimientos formados con los restos del ejército del archiduque y con los desertores imperiales, habían quedado reducidos a unos 2.000 hombres; la Coronela no tenía más de 2.500; la caballería contaría con unos 200 y había además 8.000 paisanos armados reclutados últimamente.
El ejército borbónico desplegó en semicírculo; los franceses tenían por objetivo el bastión de Levante, mientras que los españoles atacarían los bastiones de Santa Clara y la Puerta Nueva. 50 compañías de granaderos se lanzarían al asalto sobre estos tres puntos, seguidos por una segunda línea de 40 BIs y 300 dragones desmontados.
Las fuerzas sitiadoras se articularon en 4 grupos:
- Flanco izquierdo: 4.300 fuerzas españolas mandadas por el maestre de campo Antonio del Castillo, con los RIs de Castilla, Murcia, Saboya, Asturias, Guardias Valonas y Guardias Españolas. Su objetivo era el baluarte de la Puerta Nueva.
- Centro: 8.600 fuerzas francesas mandadas por el teniente general Dillón, con los RIs Provenza, Anjou, Couronnne, Auvernia, Lombardía y La Reina. Su objetivo era baluarte de Santa Clara.
- Flanco derecho: 6.500 fuerzas francesas mandadas por el teniente-general Cilly, con los RIs Vielle Marine, Castelart, Ponthieu, Médoc, Guerchy y dragones de Châteaufort. Su objetivo era el baluarte de Levante.
- Reserva general: 6.000 efectivos mandados por el duque de Berwick, con los RIs de Guardias Valonas, Guardias Españolas, Córdoba, Orleans, Île-de-France y Courten. Su misión era el impulso de la primera línea.
Ataque día 11 de septiembre de 1714
El 10 de septiembre, ya estaban abiertas las brechas para el asalto y el 11 de septiembre a las 04:30 horas, se inició el asalto final. Todas las piezas de artillería dispararon 3 salvas, tras las cuales el ejército borbónico desplegado en semicírculo comenzó el ataque; en primera línea las 50 compañías de granaderos se lanzaron al asalto sobre los tres baluartes, seguidos por una segunda línea de 40 BIs y 300 dragones desmontados.
Todas las campanas de ciudad tocaron a rebato llamando al pueblo a la lucha. Al mismo tiempo el ejército defensor, ahora compuesto por las numerosas compañías de la Coronela, apoyadas por las unidades veteranas, se aprestaron a acudir las murallas.
El ataque fue simultáneo, los franceses ocuparon el reducto de Santa Eulalia y continuaron por el exterior de la muralla para intentar controlar la puerta del Mar, pero quedaron frenados por una gran barricada construida con barcas y defendida por elementos populares.
Asimismo, nutridos contingentes conquistaron hacia las 05:15 la brecha de los Molinos, situada entre los baluartes de Levante y Puerta Nueva. Desde ella los franceses forzaron la retirada de la brecha adyacente de Caralatge, asegurando de este modo dos brechas a la ciudad de unos 25 metros de ancho cada una. Desde sus posiciones los franceses avanzaron hacia la retaguardia de los baluartes de Levante y Santa Clara, donde rodearon y exterminaron a sus defensores.
Al mismo tiempo, una columna comandada por el coronel Châteaufort avanzó por el interior de la muralla de Mar en dirección al Pla de Palau; pero se topó con los defensores del baluarte de Mediodía y con fuerzas de reserva comandadas por el marqués de Vilana, que convergieron hacia la zona del Pla de Palau. Châteaufort quedó frenado y expuesto a la artillería del baluarte, que se había reorientado para hacer frente a este ataque por encima de la muralla. De este modo se bloqueó momentáneamente el avance francés antes de que los asaltantes pudieran controlar y abrir la puerta del Mar.
Mientras tanto la compañía de Notarios Públicos intentó ocupar el convento de Santa Clara, pero resultó exterminada. Sin embargo, hacia las 06:45 horas, el frente se había estabilizado en el sector derecho de los defensores, dada la extenuación de ambos bandos.
Por el centro del ataque los borbónicos pudieron apoderarse del baluarte de Santa Clara gracias al éxito de la ruptura en las brechas de los Molinos y Carnalatge. Las fuerzas francesas también pudieron barrer la resistencia en la brecha de San Daniel. Berwick, tan prudente como siempre, tan solo envió grupos de reconocimiento a la brecha Real, de unos 150 metros de ancho. Pensaba que la brecha estaba minada y que los catalanes la harían volar cuando la franqueara un contingente nutrido de tropas.
A su vez los borbónicos, que asaltaban el baluarte de la Puerta Nueva, fueron rechazados en todos los ataques que intentaron, ya que el apoyo desde el baluarte de San Pedro hacía difícil asegurar las conquistas dentro del mismo.
Para solucionar el bloqueo en esta zona el brigadier Balincourt salió de San Daniel, conquistó el extremo derecho de la cortadura y, atacando de flanco, pudo desalojar a los defensores de la inmensa pero inútil obra. Los comandantes catalanes de la zona, el general Bellver y el coronel Thoar, se dieron cuenta de la amenaza y ordenaron una retirada de todas las tropas hacia la línea de casas que había detrás de la cortadura. Al mismo tiempo se fijó la línea en los distintos edificios religiosos de la zona (San Agustín, Santa Clara y San Pedro de las Puellas). Estos eran auténticas fortalezas de piedra de época medieval, que se convirtieron en campos de batalla conquistados y reconquistados numerosas veces por los contendientes.
Los franceses, a su vez, pudieron comprobar que la pólvora de las minas de la brecha Real se había mojado con las lluvias. Berwick dio entonces la orden de atacar en masa por la brecha Real en formación, como si de una batalla campal se tratara. El grueso de estas tropas giró a la derecha para asaltar, por retaguardia, el baluarte de Puerta Nueva. Bellver intentaba bloquear los avances con las tropas que tenía, ayudado en ocasiones por el descontrol de los borbónicos, que entraban en las casas para iniciar el saqueo sin haber derrotado aún al ejército enemigo.
Una vez controlado todo el tramo de muralla objetivo del ataque, las tropas franco-españolas intentaron avanzar por el terraplén de la muralla entre Puerta Nueva y San Pedro, igual que intentaban las unidades del flanco izquierdo del ataque. El objetivo era ocupar los sucesivos baluartes (San Pedro y Jonqueres) para acabar controlando la Puerta del Ángel. Al igual que había pasado en el baluarte de Mediodía, los defensores del de Jonqueres giraron dos cañones para apuntar al terraplén y dispararon metralla con la que frenaron a los atacantes con gran efectividad.
Después de la conmoción las fuerzas del baluarte contraatacaron y llegaron a recuperar el baluarte de San Pedro, pero no se pudieron mantener. Siguió un tira y afloja entre las tropas, que se iban desgastando en continuos ataques y contraataques en el estrecho terraplén de muralla. De especial importancia era el fuego de los tiradores catalanes que, desde el monasterio de San Pedro y las casas circundantes, disparaban a placer contra los borbónicos sin que estos tuvieron oportunidad de resguardarse del mortífero fuego enemigo.
Tras esta derrota, los defensores se retiraron hacia la ciudad para continuar la resistencia en su interior. Los asaltantes les persiguieron hasta la Plaza Mayor, pero la confianza en la victoria hizo que se relajasen, actitud que aprovecharon los barceloneses para rechazar a los atacantes de nuevo hasta la brecha. De esta manera se inició un combate feroz por ambas partes. Los soldados realistas, en un esfuerzo desesperado, avanzaron a pecho descubierto para capturar las piezas de artillería de los defensores, lo que consiguieron a costa de numerosas muertes. Tras ello, las volvieron contra los defensores colocándolas en las bocacalles.
Después de estos sangrientos combates se inició la toma del baluarte de San Pedro. La lucha no flaqueó por ambas partes. Clonard la describió como «el placer de inmolarse mutuamente«. Tras doce horas de combate, los defensores comenzaron a dar muestras de flaqueza, pero no abandonaban sus posiciones, dispuestos a morir en su defensa.
Por fin, a la caída de la tarde, los defensores enarbolaron bandera blanca y representantes de la ciudad acudieron a entrevistarse con el duque de Berwick en la brecha principal. El duque les despidió dándoles hasta el amanecer del día 12 para darle una respuesta sobre su rendición.
Berwick en sus memorias escribe “que ya no era el momento; que habíamos entrado en la ciudad y podíamos, si quisiéramos pasarlos a todos a cuchillo; que no escucharía en consecuencia propuesta alguna por su parte que no fuese la de que se sometían a la obediencia de su majestad católica e implorar su clemencia”.
Ataque día 12 de septiembre de 1714
A las 07:00 horas la situación estaba estabilizada en el centro y en la izquierda de los defensores, y ambos bandos habían su parado su actividad para recuperar fuerzas. Por la noche decidieron no rendirse y emplear todas las fuerzas disponibles para expulsar a los enemigos de la ciudad. Los borbónicos tenían un pie dentro de la ciudad, y estaban seguros de que al amanecer se rendirían los barceloneses. Los defensores estaban firmemente asentados en las líneas de casas que definían el casco urbano y aún controlaban parte del convento de San Agustín y el monasterio de San Pedro, aunque habían perdido el convento de Santa Clara.
En el Born, Villarroel se entrevistó con el conde de Plasencia, protector del Brazo Militar, quien le dijo que era hora de sacar la bandera de Santa Eulalia, sabedor del impacto psicológico que este símbolo tendría en la moral de sus soldados. Atacaría en tres direcciones:
- Villarroel, con toda la caballería y la infantería que pudiera recoger, atacaría hacia Santa Clara.
- El primer consejero, con la bandera de Santa Eulalia, y las fuerzas que pudiera recoger, atacaría por San Pedro y la Puerta Nueva.
- El coronel Tohar, con las tropas que se habían retirado de La Cortadura, avanzaría desde el convento de San Agustín.
Villarroel en persona dirigió el ataque contra la zona del Plad’en Llull. Pretendía reocupar la plaza y luego recuperar el convento de Santa Clara para romper la línea borbónica. Al frente de unos jinetes, seguidos por fuerzas de infantería, Villarroel cargó con inusitada energía por la estrecha calle del Bornet para alcanzar la plaza del Pla d’en Llull, donde chocó con la infantería francesa, perfectamente desplegada para rechazar la carga. El regimiento de Vieille Marine, atrincherado en las casas del Pla d’en Llull, desbarató el contraataque catalán con sus certeras descargas. Villarroel, herido, se tuvo que retirar. Sin embargo, el contraataque frenó cualquier posibilidad de avance francés, y permitió a los defensores consolidar la defensa en la zona del Born.
Mientras, en la zona centro el coronel Thoar atacó y recuperó definitivamente el convento de San Agustín, rechazando a los invasores hacia la cortadura.
En paralelo y por la izquierda catalana se organizó el contraataque más importante. Como le tocaba por las ordenanzas de La Coronela, el primer consejero, Rafael Casanova, se unió a diversas autoridades de la ciudad alrededor de la protectora bandera de Santa Eulalia, llevada por el abanderado oficial, el segundo consejero Feliu de la Peña. Reunieron a las fuerzas del sexto batallón de la Coronela, la reserva en esta zona de la ciudad, justo detrás del baluarte de Jonqueres, a los que se fueron uniendo grupos de civiles armados.
Desde allí subieron al terraplén de la muralla y cargaron en tromba hacia la cortina del baluarte de San Pedro. Los borbónicos de los RIs de Guardias Españolas y Guardias Valonas fueron sorprendidos por el inverosímil contraataque, al que las tropas del baluarte San Pedro dieron apoyo continuo, y se vieron obligadas a retirarse al interior del baluarte. El ímpetu del ataque no acabó allí, ya que las compañías de milicianos prosiguieron hasta la Puerta Nueva.
La respuesta fue un refuerzo masivo de tropas españolas ala zona, que forzaron la retirada de Casanova hasta el baluarte de San Pedro. Se sucedieron de nuevo ataques y contraataques, en los que el primer consejero cayó herido. Agotados, los catalanes se retiraron de nuevo hasta el baluarte de Jonqueres mientras Berwick ordenaba parar los absurdos asaltos en esta zona bien protegida. El brutal combate sobre la muralla, bien descrito en el diario del mismo Berwick, había acabado.
A eso de las 09:00 horas, los sitiadores se encontraban por la derecha en San Pedro y Puerta Nueva; por el centro en La Cortadura y calles a su retaguardia y por la izquierda en los monasterios de Santa Clara, Santa Marta y Pla de Lull. Mientras, los consejeros y la Junta de Guerra continuaban las deliberaciones.
A media mañana, los soldados franceses del centro se adelantaron a las casas cercanas a San Agustín y comenzaron el saqueo. Contraatacaron los barceloneses poniendo en fuga a los borbónicos, pero Berwick hizo avanzar a las reservas y restableció la situación anterior.
A las 14:00 horas, volvieron las mismas personas al cuartel del duque (el coronel Ferrer, Oliver, Durán y un ayudante de Villarroel) diciendo que venían de parte de las tropas y de la ciudad a someterse a la bondad y poderosa protección del Duque; que esperaban aceptase con benignidad su resignación, que ellos lo ponían todo en sus manos. El Duque les concedió la vida y el honor del sexo; que permaneciesen en sus casas y les libraría del saqueo y vejaciones y que les haría experimentar la clemencia del rey. Les advirtió que debían entregar antes del anochecer los castillos de Montjuich y Cardona.
Día 14 de septiembre, rendición de la ciudad
A las 05:horas del 13 de septiembre, se publicó un bando de Berwick en el que “se imponía pena de muerte a oficiales, soldados y vivanderos que injuriasen a los habitantes, tratándoles de rebeldes, o cometiendo cualquier otro desmán, anunciando que los barceloneses se habían rendido y se les había concedido vida, honras y hacienda”.
Prosigue Berwick en sus memorias: “El trece por la mañana abandonaron los rebeldes todas sus posiciones; tocamos generala y nuestras tropas desfilaron por las calles y hasta los barrios que habían sido asignados, con tal orden que ni un solo soldado abandonó la formación. Desde sus casas, comercios y calles, vieron pasar los vecinos a nuestras tropas como si fuera tiempo de paz; puede parecer increíble que a tan terrible confusión sucediera en un instante tan perfecta calma, y aun más maravilloso que una ciudad tomada al asalto no fuese objeto de pillaje; solo a Dios cabe dar gracias por ello, pues todo el poder de los hombres no habría bastado para contener a las tropas”.
Verboom evaluó las pérdidas del ejército borbónico en 2.000 muertos y 5.000 heridos, pero debe referirse solo a las bajas sufridas durante el asalto.
La tercera parte de las casas de la ciudad habían sido derribadas y otro tercio habían quedado muy maltrechas; quedando muy pocas casas que no hubieran recibido algún impacto de la artillería sitiadora. Contra la ciudad se habían disparado 20.000 bombas.
Dice Berwick “Durante el asedio tuvimos 10.000 muertos o heridos. Los habitantes de la ciudad cerca de 6.000”.
Enfadado por la inutilidad de tantas muertes, el duque de Berwick se negó a recibir el 13 de septiembre a una delegación de barceloneses que había ido a verle, a quienes despidió con sequedad. El 16 de septiembre ordenó la supresión del ayuntamiento (el Consejo de Ciento) y el gobierno del Principado (la Diputación), imponiendo las leyes de Castilla; envió al castillo de Alicante a 20 de los dirigentes de la ciudad y desterró a Génova al obispo de Albarracín y a 200 sacerdotes de la ciudad que se habían distinguido en la resistencia.
En Barcelona, además, Felipe V decidió construir una fortaleza para reprimir a los Barceloneses, la fortaleza de la Ciudadela. Esta fortaleza se construyó entre los años 1716 y 1717, y estaba situada donde actualmente está el parque de la Ciudadela. Para su construcción, se obligó a derribar gran parte del barrio de la Rivera, (se pueden ver los restos en el mercado del Born), para tener una gran explanada libre de impedimentos para poder reprimir revueltas ciudadanas. La ciudadela se destruiría a partir de 1869, para construir parques y jardines.