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Llegada de Cayo Mario
Metelo que recibió el sobrenombre de Númidico, pero fue desplazado del mando por su lugarteniente Cayo Mario.
En el año 107 AC, fueron elegidos cónsules Lucio Casio Longino junto a Cayo Mario. Mientras Mario estaba maquinando su nombramiento como comandante en África, Longino se puso al frente de las legiones en la Galia. El resultado fue una nueva catástrofe militar. El ejército romano de la Galia fue aniquilado sin piedad por los tigurinos, aliados suizos de los cimbrios (el propio Longino murió durante la batalla). Una vez más, Roma estaba indefensa por el norte. Parecía cuestión de tiempo que los bárbaros se diesen cuenta. Por ello, el Senado decidió retirar las tropas de Numidia y llevarlas hacia los Alpes.
Cayo Mario se encontró con que ya no disponía de un ejército. No iba a ser fácil reclutar nuevas tropas. Roma y sus aliados italianos se estaban quedando sin reclutas que cumpliesen las condiciones mínimas.
Era tradición que se alistaran únicamente los ciudadanos capaces de comprar su propio equipamiento militar, bajo la idea de que eran los hombres con propiedades los primeros interesados en defenderlas, y, por tanto, los principales responsables de enfrentarse a los enemigos exteriores.
Era un sistema que ahorraba enormes gastos al Estado, pero que tenía un serio inconveniente: estaba pensado para conflictos bélicos de corta duración donde las pérdidas humanas eran pocas y los soldados podían regresar pronto a sus casas para ocuparse de sus tierras y negocios.
Sin embargo, una guerra prolongada como las dos que estaba librando Roma mantenía a los soldados alejados de casa durante demasiado tiempo, exasperando su ánimo y el de la sociedad romana en su conjunto, y causando un serio perjuicio a la economía. El estado de ánimo era peor en la confederación italiana, cuyos habitantes todavía no eran ciudadanos de la República, pero sí combatían en sus ejércitos sabiendo que no iban a obtener los mismos beneficios de las victorias militares.
Las bajas en el campo de batalla hacían, además, que tanto en Roma como en el resto de Italia la cantera de hombres con propiedades, susceptibles de enrolarse en el ejército, estuviese casi agotada. Mientras tanto, los muchos pobres que había en la República y sus aliados eran considerados no aptos para la movilización, pues no podían permitirse pagar el equipamiento que iban a necesitar en la batalla. Esto puede parecer extraño desde nuestro moderno punto de vista, pero cabe insistir en que durante mucho tiempo el sistema había funcionado bien. Tan bien, que había permitido que Roma se convirtiese en una gran potencia.
Su nuevo ejército africano solo tenía un inconveniente: el elevado porcentaje de nuevos reclutas que jamás habían participado en una batalla y cuya instrucción era escasa. Pero también en esto demostró Mario una enorme agudeza militar. Cuando sus nuevas tropas llegaron a Numidia, empezó a curtir el ánimo de los reclutas a base de escaramuzas y pequeños ataques donde sus hombres, guiados por los escasos veteranos de los que aún disponía, podían estrenarse en combates a pequeña escala.
En ellos los reclutas descubrieron que quienes intentaban huir del enemigo o rehusaban combatir eran fácilmente derrotados perseguidos y aniquilados. Por contra, la mayor probabilidad de supervivencia se daba entre quienes combatían de frente, con valor, consiguiendo que fuese el enemigo quien perdiera el ánimo.
Mario, además, estimulaba el espíritu combativo de su ejército prometiendo a sus hombres el reparto de los botines de guerra. Así, en poco tiempo, Mario convirtió a sus reclutas novatos en soldados bien dispuestos para la batalla. Por fin tenía bajo su mando un ejército en condiciones.
Conquista de Capsa
Cuando su ejército estuvo en la forma requerida, Mario obtuvo algunas sonadas victorias que causaban gran alivio en Roma. Por ejemplo, emprendió un atrevido movimiento para conquistar la ciudad de Capsa. Situada en mitad de una zona desértica, se la consideraba inexpugnable porque el territorio circundante no disponía de pozos ni cultivos con los que los atacantes pudieran abastecerse de agua ni alimentos. Tampoco resultaba factible avanzar por aquel entorno desértico con carros de suministros. Era un caso raro de ciudad que disponía de fuentes de agua en el interior, pero ninguna más allá de sus murallas, y que, por lo tanto, se consideraba inmune a los intentos de sitio.
Yugurta también estaba seguro de que Capsa era invulnerable, tanto que guardaba allí buena parte de sus tesoros, sin pensar que fuesen necesarias medidas extraordinarias de seguridad. Los propios habitantes y soldados guarnicionados en Capsa consideraban tan improbable un ataque romano que se permitían el lujo de relajar la vigilancia.
Mario tras estudiarlo todo, y teniendo en cuenta la falta de trigo que se iba a encontrar por el camino; ya que todo lo que se había producido lo habían trasladado por orden del rey a lugares seguros, y además el campo estaba seco y vacío de cosechas por aquella época (era el final del verano), se preparó con suficiente previsión. Asignó a la caballería auxiliar la conducción de todo el ganado que días antes había constituido parte del botín; ordenó a Aulo Manlio, su lugarteniente, que se dirigiera con unas cohortes de infantería ligera a la ciudad de Lares (actual Henchir Lorbeus), en donde se habían depositado las pagas y la intendencia, aseverándose que a los pocos días llegaría él allí realizando correrías. De este modo, manteniendo en secreto su propósito, se encaminó al río Tanais.
Durante la marcha se distribuyó el ganado en cantidades proporcionales entre la caballería y la infantería, fabricándose odres con sus pellejos; a los seis días, cuando llegaron al río, se abastecieron de agua usando una gran cantidad de odres que se habían hecho. Allí se levantó un campamento, con ligera protección, en donde se ordenó a los soldados que comieran y estuvieran preparados para salir con la puesta del sol, cargándose ellos mismos y las acémilas solamente con agua y lo imprescindible para la batalla.
Llegada la hora, las tropas abandonaron el campamento y, tras marchar toda la noche, se detuvieron; lo mismo se hizo durante los dos días siguientes. Al tercer día de marcha, antes del amanecer, llegaron a una distancia de unos 3 km de Capsa, en donde se hizo un alto guardando el mayor secreto posible. Al despuntar el día, los númidas salieron en gran número de la plaza mientras Mario ordenó que toda la caballería, y con ella la infantería más rápida, salieran en carrera hacia Capsa y se apoderaran de las puertas; a continuación, él, atento y a toda velocidad, los siguió con el resto del ejército.
Sus defensores, acostumbrados a que nadie osara atravesar el desierto para atacarles, ni siquiera concebían la posibilidad de ver aparecer a un ejército romano.
Lo inesperado del ataque provocó la inmediata rendición de la plaza, la cual fue incendiada, los númidas en edad militar ejecutados, todos los demás habitantes tomados prisioneros y el botín repartido entre los soldados.
El nombre de Cayo Mario empezó a correr de boca en boca entre los númidas, para quienes aquella gesta imposible carecía de fundamento lógico. Según Salustio, los númidas llegaron a atribuir poderes sobrenaturales a Mario, porque sus tácticas, de tan novedosas, les resultaban incomprensibles. Gracias a esta oleada de pánico, empezó a ser cada vez más frecuente que las poblaciones que no estaban muy bien guarnecidas se rindieran ante Mario sin combatir. En Roma, Mario era ya el héroe del momento.
Mario prosiguió su campaña durante el invierno (107-106 AC) capturando varias ciudades de las que pocas le ofrecieron resistencia; la mayoría habían sido abandonadas ante la suerte sufrida por Capsa.
Conquista del fuerte del río Malva (Muluya)
No lejos del río Malva, que separaba el reino de Yugurta del de Boco, había en medio de una llanura un monte rocoso de anchura suficiente para un fortín mediano, que alcanzaba una gran altura y con un único acceso sumamente estrecho; pues todo el monte estaba cortado a pico de manera natural.
Mario emprendió con sumo ímpetu la conquista de dicho lugar, porque allí estaban los tesoros del rey. El fortín contaba con suficiente número de hombres y de armas, gran cantidad de trigo y una fuente; el sitio era inapropiado para terraplenes, torres y demás máquinas de guerra, el camino para sus habitantes era bastante estrecho y con precipicios a ambos lados.
Por allí se empujaban los manteletes en vano y con enorme riesgo, pues cuando habían avanzado un poco los inutilizaban con fuego o con piedras. Los soldados no podían estar al pie de la obra dado lo desigual del terreno, ni manejarse entre los manteletes sin peligro; los más osados iban cayendo o eran heridos, y el miedo de los demás iba en aumento.
Cuando Mario llevaba varios días dándole vueltas a si abandonaría su propósito, un hecho fortuito llegó en su ayuda. Un soldado ligur de las cohortes auxiliares, que había salido del campamento a traer agua, observó, no lejos del flanco del fortín alejado de los combatientes, unos caracoles que se deslizaban entre las piedras; poniéndose a buscar uno y otro, y luego más, con el ahínco de cogerlos, poco a poco acabó por llegar casi a la cima del monte.
El ligur abordó a Mario y le informó de todo lo ocurrido, sugiriéndole atacar el fuerte por la parte por la que él había ascendido, ofreciéndose a servirle de guía. Mario decidió enviar un reducido grupo con el ligur. De entre los tubicines (trompeta) y cornicines (cornetas) se eligieron a los cinco más ágiles y con ellos a cuatro centuriones para que les diesen escolta. Tras una dura ascensión, el grupo alcanzó la parte del fuerte que estaba desatendida por los defensores.
Cuando Mario recibió noticias de que habían alcanzado su objetivo, aunque había mantenido durante todo el día atentos al combate a los númidas, arengó a los soldados y salió él mismo fuera de los emplazamientos de los manteletes; tras formar un testudo (tortuga), los romanos se fueron aproximando, al tiempo que eran protegidos desde lejos por las máquinas de asalto, los honderos y los arqueros.
Los númidas por su parte, como anteriormente habían desbaratado los manteletes a los romanos muchas veces, e incluso se los habían incendiado; no se guarnecían dentro de las murallas del fortín, sino que se pasaban el día y la noche delante del muro, lanzando improperios a los romanos y echando en cara a Mario su locura. Estando todos atentos al combate, de repente sonaron las trompetas a la retaguardia de los númidas.
Lo que pasó es contado por Salustio: «…al principio, las mujeres y los niños, que se habían adelantado para ver, salieron huyendo; luego, los que se hallaban más próximos al muro, y al final todo el mundo, armados y desarmados. Al ocurrir esto, los romanos presionaban con más ímpetu, los atropellaban y se limitaban a herir a la mayoría y luego pasaban por encima de los cuerpos de los caídos, atacaban la muralla, compitiendo ávidos de gloria, y ni a uno solo lo retardaba el botín«.
Mientras se desarrollaban estos acontecimientos, llegó al campamento un fuerte contingente de caballería al mando del cuestor que se había quedado en Roma para reclutarlos en el Lacio y entre los aliados. El cuestor era un tal Lucio Cornelio Sila.
Batalla contra númidas y mauros
Primera batalla de Cirta 106 AC
Jugurtha estaba en una posición bastante desesperada, pero todavía tenía un ejército de mercenarios gétulos y un aliado potencial en Boco, su suegro y rey de los mauris. Boco se había unido a la guerra contra Roma antes de que Mario tomara el mando, pero no había jugado un papel activo en la lucha. En un intento por convencerlo a luchar, Yugurta se ofreció a darle un tercio de su reino si la guerra terminaba con los romanos expulsados de África, o sin que Yugurta perdiera ningún territorio. De hecho, la nueva oferta motivó a Boco a luchar, y su ejército desempeñó un papel importante en las dos batallas finales de la guerra.
Hay dos relatos muy diferentes de la Primera Batalla de Cirta, uno de Salustio y el segundo de Orosio. Salustio lo escribió unos 50 años después de los eventos de la batalla, Orosio unos de 500 años después de los eventos que estaba describiendo, lo que sugiere que es más probable que el relato de Salustio sea cierto.
Según Salustio, Yugurta y Boco lograron sorprender a los romanos. Los exploradores de Mario informaron que estaban cerca justo cuando comenzó el ataque, lo que no dio tiempo a los romanos para organizarse. El resultado fue un cuerpo a cuerpo caótico, con la caballería de Yugurta cortando a los romanos, que eran superados en número. Mario y sus oficiales hicieron un esfuerzo enorme para evitar que sus hombres se disgregasen.
Poco a poco se restableció algo de orden, en parte por las propias tropas, que formaron una serie de círculos defensivos, y en parte gracias a los esfuerzos de Mario, que condujo a su guardia personal a caballo a los lugares más en peligro. La batalla comenzó tarde en el día y pronto comenzó a oscurecer. Conforme a las instrucciones de los reyes, considerando que la noche les era favorable, apretaron con más ganas.
Mario ordenó a sus hombres que ocuparan dos colinas cercanas. Sila con la caballería recibió la orden de proteger la colina más pequeña, que tenía un gran manantial de agua dulce, mientras Mario reunió a la infantería en la colina más grande y empinada.
Yugurta y Boco no habían conseguido las pérdidas romanas que esperaban, pero sí consiguieron acorralar a los romanos, que ya no podían bajar de aquellas colinas.
Durante la noche los romanos asistieron con incredulidad a un curioso espectáculo: acampados muy cerca de ellos, númidas y mauros celebraban lo que consideraban una gran victoria, con cánticos y lo que parecía una enorme fiesta regada con alcohol. Al propio Mario le costaba creer que Yugurta fuese tan ingenuo; quizá se había dejado llevar por el inexperto entusiasmo de Boco, o quizá recordaba cuando había puesto en similar situación a Aulo Postumio Albino, el cual, viéndose sitiado, se había rendido, siendo obligado a marcharse de Numidia.
Mario decidió intentar sorprender a Jugurtha a primera hora de la mañana siguiente. Ordenó a sus hombres que pasaran la noche en silencio, mientras que se dice que los hombres de Yugurta pasaron la mayor parte de la noche despiertos. Justo antes del amanecer, Mario ordenó a todos sus músicos que señalaran un ataque, y sus hombres lanzaron un ataque sorpresa que tomó completamente por sorpresa a los hombres de Yugurta. Los romanos obtuvieron una victoria total, matando a más enemigos que en cualquier otra batalla y derrotando por completo al ejército de Yugurta.
En general, se considera que hay dos fallos en este relato. El primero es que Yugurta era un comandante demasiado experimentado para ser atrapado por un ataque al amanecer, que era una táctica bastante estándar. El segundo es que Yugurta claramente no sufrió tantas bajas, ya que solo cuatro días después pudo lanzar otro ataque a gran escala contra los romanos en la Segunda Batalla de Cirta. Es posible que Jugurtha no tuviera mucho control de su ejército después de la caótica batalla de caballería, especialmente porque parece que no tenía tropas númidas y, en cambio, confiaba completamente en sus mercenarios y aliados. Normalmente, se dice que las bajas númidas en las batallas anteriores de la guerra fueron bastante bajas, y los númidas huyeron una vez que quedó claro que habían sido derrotados.
Orosio comienza su relato con los romanos asediando Cirta. Jugurtha atacó con 60.000 jinetes. Los romanos lucharon para hacer frente a esta amenaza, y durante tres días estuvieron rodeados por multitudes de caballería que lanzaban jabalinas y que no podían atrapar.
Al tercer día Marius decidió hacer un intento desesperado por salir de la trampa y ordenó a sus hombres que atacaran a lo largo de sus líneas. La caballería de Yugurta continuó dando vueltas a su alrededor, eliminando a los romanos desde la distancia. Los romanos estaban cerca de la derrota cuando comenzó una fuerte tormenta. La lluvia inutilizó las hondas de los africanos y también empapó sus escudos de piel de elefante, dejándolos inutilizables. Boco y Yugurta huyeron de la escena y Mario escapó de la trampa.
En ambos casos, los romanos fueron emboscados, se encontraron en serias dificultades y se salvaron en gran parte por suerte. Mario parece haber tenido un exceso de confianza antes de la batalla, pero en Salustio se desempeñó bien una vez que comenzó la lucha. En Orosio su única contribución fue ordenar el desesperado ataque final, que había fracasado antes de que la lluvia salvara el día.
Salustio da más detalles. Mario reanudó su marcha hacia los cuarteles de invierno, pero tomando más precauciones contra un segundo ataque, lo que sugiere que sabía que la mayor parte del ejército de Yugurta todavía estaba intacto.
Segunda Batalla de Cirta 106 AC
Aunque Yugurta y Boco habían sufrido algunas bajas en la primera batalla, también recibieron algunos refuerzos cuando el hijo de Boco, Voluce, llegó con la infantería mauri.
Después de la primera batalla, Mario reanudó la marcha hacia los cuarteles de invierno, dirigiéndose a la costa númida. Marchaba como si estuviera en presencia del enemigo, marchar en formación cuadrangular (quadrato agmine incedere): Sila en el ala derecha con la caballería; en la izquierda Aulo Manlio ejercía el mando de honderos y arqueros, además de las cohortes de ligures; los tribunos se colocaron en la vanguardia y en la retaguardia con la infantería ligera (cum expeditis manipulis). Mario pasó su tiempo visitando cada parte del ejército, compartiendo el trabajo de sus hombres.
Jugurtha decidió dividir su ejército en cuatro grupos y atacar desde todas las direcciones, con la esperanza de que al menos una de sus fuerzas golpeara la retaguardia romana. Él atacaría por el frente, mientras que Boco atacaba por la retaguardia. El ataque tuvo lugar el cuarto día después de la primera batalla.
Esta vez, los exploradores de Marius le advirtieron del ataque que se avecinaba, pero como aparecían de todas direcciones a la vez, Mario no estaba seguro de qué dirección venía el ataque principal. Así ordenó a sus hombres que se detuvieran y se prepararan para hacer frente el ataque.
Los cuatro grupos africanos no atacaron al mismo tiempo. El primero golpeó a Sila y la derecha romana. Sila dejó a su infantería para proteger el equipaje y atacó con su caballería, avanzando en orden cerrado. Derrotó al enemigo en su frente y luego se involucró en una persecución de caballería. El segundo en enfrentarse fue probablemente la columna de Yugurta, que atacó el frente de la fuerza romana, donde estaba Mario. Esta era la más grande de las cuatro columnas, y una lucha de infantería debió haberse desarrollado en ese frente.
Boco probablemente atacó tercero, golpeando la retaguardia romana, con la infantería que había traído su hijo Voluce. Cuando Yugurta escuchó que Boco había entrado en la batalla, se retiró de la lucha en el frente con algunos de sus seguidores y se fue a la infantería. Salustio en realidad no dice qué infantería, pero por el contexto parece probable que se movió para unirse a Boco. Anunció en latín que acababa de matar a Mario con sus propias manos, mostrando su espada, que estaba cubierta de sangre. No está claro cómo los soldados romanos escucharon este anuncio en medio de una batalla, pero estaba destinado a desanimar a los romanos en ese frente y alentar a los africanos.
La retaguardia romana estaba en peligro, pero Sila salvó la situación, cuando regresó de la persecución de sus enemigos derrotados y golpeó a las fuerzas de Boco en su flanco (presumiblemente el flanco derecho). Boco inmediatamente huyó, dejando a Yugurta aislado. Intentó seguir luchando, pero pronto fue rodeado por la caballería romana y tuvo que luchar para llegar a un lugar seguro.
Arresto de Yugurta
Marius había ganado la batalla en el frente y retrocedió para apoyar a las tropas que luchaban en los flancos y la retaguardia. Los africanos fueron derrotados en todos los flancos y sufrieron muchas bajas en la persecución resultante.
Después de la batalla Mario continuó su marcha hacia Cirta. A fines de 106 AC, Mario habían derrotado a los ejércitos de tres naciones enteras: los númidas, los mauris y los gétulos; sin embargo, mientras Yugurta viviera y fuera libre, la guerra no terminaría. Mario se enfrentaba entonces al mismo problema que había engañado a Metelo en el 108 AC, a saber, cómo convertir la victoria en el campo de batalla en el fin de la guerra.
Cayo Mario supuso que Boco estaría ya arrepintiéndose de la ayuda militar que había prestado a Yugurta. Era el momento de intentar aquello en lo que Metelo había fracasado: deshacer la alianza enemiga mediante la diplomacia. Mario envió a sus dos principales lugartenientes, Lucio Cornelio Sila y Aulo Manlio, a una entrevista secreta con Boco.
La elección de Sila fue acertada, ya que usó de sus habilidades sociales para ganarse a los mauris. La negociación empezó a fluir. Sila, que ya había trazado cuidadosamente su plan, respondió diciendo que la paz no era suficiente. Si Boco quería la amistad de los romanos, debía satisfacer cierta cláusula especial: entregar a Yugurta. Este se encontró de repente con la interesante (pero peligrosa) disyuntiva de a quién iba a traicionar, a su suegro Yugurta o a Sila, un enviado romano respaldado por todo el poder de Roma.
Invito a ambos a una amistosa reunión, a la que los dos acudieron con poco entusiasmo, ya que ambos sabían que podían ser traicionados en cualquier momento. El encuentro comenzó con Yugurta y Sila esperando a que el rey Boco diera una señal a sus soldados para que salieran de su escondite y apresaran al elegido. Al final, la señal llego, los soldados de Boccho salieron de su escondite y dieron muerte a los acompañantes del elegido para ser traicionado. El elegido había sido Yugurta, que fue apresado y entregado al triunfante Sila.
La captura de Yugurta puso fin a las guerras númidas. Como recompensa por haber escogido el bando correcto, Boco I recibió una buena de Numidia, mientras que el resto se adjudicó a otro de los numerosos descendientes de Masinisa. Los hijos de Yugurta fueron perdonados, aunque tuvieron que marchar a al exilio a la ciudad italiana de Venusia.
En el 104 AC, Yugurta regresó a Roma, pero esta vez lo hizo para ser paseado cargado de cadenas por las calles de Roma, participando en el desfile triunfal de Cayo Mario por su victoria en Numidia.
Tras finalizar los actos de celebración, fue enviado a la cárcel, donde fue despojado de sus ropas, afeitado y lo introdujeron en la fosa Tuliana que era la mazmorra más temible de Roma (anteriormente, había servido como cisterna), la única entrada se encontraba en una trampilla en el techo.
En aquella mazmorra permaneció Yugurta un par de días, mientras se celebraba un espléndido banquete en honor de Cayo Mario. Cuando el banquete terminó, llegaron los verdugos y lo estrangularon.