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Batalla de Stilo o del Cabo Colonna (982)
Las ambiciones imperialistas de Otón II sobre toda Italia causaron la unión de los poderes árabe y bizantino, que en 981 se rebelaron contra la presión alemana, dando lugar a la guerra. El emperador se apoderó de Nápoles, Bari y Tarento, pero en 13 de julio de 982 su ejército cayó en una emboscada y fue masacrado cerca de Capo Colonne, en las inmediaciones de Cotrona. El monarca logró escapar en un navío griego que lo transportó hasta Rossano.
Fue un enfrentamiento militar ocurrido el 13 al 14 de julio de 982 entre las tropas del Imperio Germánico y sus aliados lombardos, dirigidas por el emperador Otón II, contra las del Emirato de Sicilia, acaudilladas por el emir kalbí Abu al-Qasim, El encuentro se saldó con una victoria sarracena.
Al-Qasim, emir de Sicilia, había llamado a la yihad contra los germanos, realizó una incursión en territorio italiano, cuando se encontraba en la Italia meridional con su ejército cuando ordenó la retirada, al conocer que las inesperadas tropas de Otón no estaban lejos de Rossano.
Informado de la retirada musulmana por barcos aliados, Otón dejó en la ciudad a su esposa y sus hijos, junto al bagaje y el tesoro imperial, y se dispuso a perseguir al enemigo. El 13 o 14 de julio de 982, entre las tropas del Imperio Germánico y sus aliados lombardos, habían acorralado, al-Qasim se preparó para una batalla campal cerca del cabo Colonna, al sur de Crotona. Tras un violento choque, un cuerpo de caballería pesada germana destruyó el centro sarraceno y avanzó hacia la guardia de al-Qasim. El emir fue muerto, pero la moral de sus soldados no se derrumbó: consiguieron rodear a sus enemigos por las alas con su caballería ligera, matando a muchos de ellos. De acuerdo con el historiador Ali ibn al-Athir, los Germanos sufrieron 4.000 bajas, entre ellas las de Landulfo IV de Benevento, Enrique I, obispo de Augsburgo, Gunter, margrave de Merseburgo, Werner, abad de Fulda y numerosos condes alemanes.
Otón logró huir disfrazado en un bajel bizantino, dirigiéndose al norte, convocó en Verona una dieta a la cual acudieron principalmente magnates del norte de Italia. El emperador envió a su sobrino Otón I, duque de Suabia y Baviera, a Alemania con el mensaje, pero murió en el camino. Las noticias de la batalla llegaron a un lugar tan lejano como el Reino de Wessex, lo que es revelador de la magnitud del desastre. Bernardo I de Sajonia se dirigía hacia la asamblea cuando los ataques de los vikingos daneses le obligaron a regresar. En la dieta, Otón aseguró la elección de su hijo Otón III como rey de Italia y pidió refuerzos de Alemania. Sin embargo, murió al año siguiente, antes de poder continuar su campaña en el sur.
El Mezzogiorno se vio trastocado. Además de Landulfo IV, en la batalla murieron sus hermanos Pandulfo II de Salerno y Atenulfo. Aunque las tropas kalbíes se vieron obligadas a retirarse a Sicilia, mantuvieron su presencia en el sur de Italia, hostigando tanto a bizantinos como a lombardos. Capua y Benevento mientras tanto pasaron a las ramas más jóvenes de la familia landúlfida, pero Salerno les fue arrebatada por Mansón, duque de Amalfi.
En Alemania, los eslavos polabios, al enterarse de la noticia de la derrota del emperador, se levantaron contra sus señores feudales alemanes bajo Mstivoj en una gran revuelta conocida como la Slawenaufstand, que retrasó durante décadas la germanización y cristianización de los eslavos.
Batalla de Civitate (1053)
Los normandos llegaron a Italia en 1017, en un peregrinaje al santuario de San Miguel Arcángel en el santuario de monte San Ángelo en Apulia. Estos guerreros fueron contratados como mercenarios para oponerse a la amenaza de los sarracenos, que asediaban el sur de Italia desde sus bases en Sicilia, sin que los gobiernos bizantinos o lombardos de las zonas afectadas pudieran oponer demasiada resistencia.
La disponibilidad de esta fuerza mercenaria (los normandos eran famosos por ser militariter lucrum quaerens, o buscadores de un lucro a cambio de servicios militares) no pasó desapercibida a los gobernantes cristianos del sur de Italia, que les utilizaron en el marco de sus propias guerras internas. Los normandos, por su parte, buscaban pescar en río revuelto, y en 1030 Rainulfo Drengot logró hacerse con el condado de Aversa.
Tras este primer éxito, otros normandos llegaron al sur de Italia en busca de riquezas. Sobresalieron por su importancia los miembros de la Casa de Altavilla, hijos todos ellos de Tancredo de Altavilla. Poco tiempo después este grupo normando creó su propio estado, Guillermo Brazo de Hierro se convirtió, en 1042, en conde de Apulia.
Los avances de los normandos en el sur de Italia alarmaron al papa. En 1052, León IX se reunió con emperador Enrique III del Sacro Imperio y con su pariente de Sajonia, y pidió ayuda para poner freno a los normandos. La ayuda le fue denegada, con lo que León volvió a Roma en marzo de 1053 acompañado tan solo por 700 soldados de infantería de Suabia.
Sin embargo, había otros líderes y otros pueblos preocupados por el creciente poder normando, y en particular los gobernantes italianos y lombardos del sur de la península. El príncipe de Benevento, Rodolfo, el duque de Gaeta, los condes de Aquino y Teano, el arzobispo y los ciudadanos de Amalfi, que junto con hombres llegados de Apulia, Molise, Campania, Abruzzo y el Lacio, acudieron a la llamada papal y formaron una coalición para enfrentarse a los normandos.
El Papa también encontró ayuda en otro poder, el imperio Bizantino, gobernado en ese momento por Constantino IX. En un principio los bizantinos, establecidos en Apulia, habían intentado pagar a los normandos y contratarles como mercenarios integrados en su amplio ejército de mercenarios, puesto que los normandos eran conocidos por su codicia. El comandante bizantino Argiro, el lombardo Catepán de Italia, ofrecieron a los normandos dinero a cambio de dispersarse como mercenarios hacia las fronteras orientales del Imperio, pero los normandos rechazaron la propuesta afirmando explícitamente que su objetivo era la conquista del sur de Italia.
Ante esta realidad, Argiro contactó con el Papa, y cuando León y su ejército se desplazaron desde Roma hasta Apulia para enfrentarse a los normandos en batalla; un ejército bizantino dirigido personalmente por Argiro se desplazó también a Apulia con el mismo plan, atrapando a los normandos en una maniobra de pinza.
Los normandos comprendieron el peligro y reunieron a todos los hombres disponibles en un solo ejército bajo el mando del conde de Apulia, Hunifredo de Altavilla, el conde Ricardo de Aversa. También había otros miembros de la Casa de Altavilla, entre los que se encontraba Roberto de Altavilla, más tarde conocido como Roberto Guiscardo.
León se desplazó a Apulia y alcanzó el río Fortore, cerca de la ciudad de Civitate. Los normandos salieron a su encuentro para interceptar el ejército papal cerca de la ciudad y evitar su unión con el ejército bizantino comandado por Argiro. Los normandos afrontaban el enfrentamiento escasos de provisiones y con menos hombres que sus enemigos, con no más de 3.000 hombres de caballería y unos 500 infantes, contra un ejército de 6.000 soldados de infantería y caballería. Solicitaron una tregua, pero antes de que terminaran las negociaciones se lanzaron al ataque contra el ejército papal.
Los dos ejércitos estaban divididos por una pequeña colina. Los normandos colocaron su caballería en tres formaciones, con los hombres de Ricardo en la derecha, Hunifredo en el centro, y Roberto Guiscardo en la izquierda, al mando de su caballería y sus infantes eslavos. En frente de ellos, el ejército papal formaba en tres partes: la caballería suabia (capaz de luchar a caballo o a pie) en una fina y larga línea en la derecha; los italianos y papales en el centro; y los lombardos en la izquierda, bajo el mando de Rodolfo. El papa León estaba en la ciudad, pero su estandarte, el vexillum sancti Petri, ondeaba con el ejército aliado.
La batalla comenzó con el ataque del conde de Aversa contra los italianos y lombardos. Tras atravesar la llanura, llegaron frente a sus oponentes, que rompieron la formación y huyeron sin siquiera intentar resistir; los normandos mataron a muchos de ellos y avanzaron hacia el campamento del papa. Los suabos, mientras tanto, se habían avanzado ocupando la colina, y se enfrentaron al centro normando del conde de Apulia, al que consiguieron superar debido a su posición elevada. Roberto Guiscardo, viendo su hermano en peligro, movió su ala izquierda hacia la colina y consiguió aligerar la presión suaba. La situación en el centro quedó equilibrada, pero la batalla se decidió con el retorno al campo de batalla del conde de Aversa, que atacó de flanco y retaguardia a los suabos, dando como resultado la derrota de los suabos y de la coalición papal.
El Papa fue tomado prisionero por los normandos. No se sabe con exactitud cómo pasó: las fuentes papales afirman que León dejó Civitate y se rindió para evitar un mayor derramamiento de sangre, mientras que otras fuentes indican que los habitantes de Civitate le entregaron a los normandos. El Papa fue tratado con respeto, pero fue encerrado en la prisión de Benevento durante casi nueve meses, siendo obligado a ratificar determinados tratados favorables a los normandos.
Seis años después, y tras otros tres papas anti-normandos, el tratado de Melfi (1059) supuso el reconocimiento del poder y del control normando del sur de Italia.
Batalla de Legnano (1176)
A la muerte de Conrado III fue elegido Emperador su sobrino Federico I Barbarroja, que se propuso volver a dar a la corona imperial la autoridad que tenía en tiempo de Otón I. Empezó actuando en Alemania, donde restituyó Baviera a Enrique el León. Tras lo que se enfrentó a las disputas internas, hizo vasallos suyos a los príncipes de Polonia y de Bohemia y recobró los derechos imperiales sobre Borgoña. Por último reafirmó su autoridad entregando ducados a sus hijos y parientes.
Más dificultades encontró en Italia, donde debió realizar seis expediciones. Las ciudades lombardas, a cuya cabeza se encontraba Milán, poseían un importante sentimiento de libertad y disponían de una milicia ciudadana belicosa dispuesta a defender su independencia. Con este deseo formaron una liga a semejanza de las ligas griegas.
En la primera expedición de Federico, el Emperador llamó a los príncipes y ciudades de Italia a prestarle vasallaje, y al ver la rebeldía milanesa intentó atemorizarla destruyendo algunas ciudades menores antes de coronarse en Pavía con la corona lombarda y en Roma con la Imperial. Para ello tuvo que entregar al Papa Adriano IV a Arnoldo de Brescia, que predicaba una vuelta de la Iglesia a su sencillez apostólica, contra los bienes temporales y la riqueza del clero. A la llegada del emperador los romanos iniciaron una revuelta, pero fue sofocada por el Emperador con la ayuda del Papa.
Federico volvió a Alemania, (no sin estar a punto de perecer en el camino por un ataque de soldados de Verona en el que fue salvado por el arrojo del alférez imperial Oton Witelsbach) y los milaneses atacaron a ciudades adictas al Emperador (como Lodi).
Sabedor de ello, Federico volvió a Italia y tras proclamarse soberano sobre príncipes y ciudades como Milán, comenzó una encarnizada guerra.
En mayo de 1161, tras la llegada de nuevos refuerzos procedentes de Alemania. Federico se acercó a Milán dando un rodeo. Tras un encuentro a pie de muro, en el que los milaneses llevaron la peor parte, las tropas imperiales cercaron la ciudad. Los milaneses pasaron hambre. El 1 de marzo de 1162 se acordaron los términos de la rendición que supuso la entrega de los cónsules y de 400 caballeros en calidad de rehenes, la destrucción de las iglesias y murallas y el cegamiento de los fosos de la ciudad, sus vecinos fueron dispersados en cuatro aldeas. Igual suerte tuvieron Crema, Brescia, y Plasencia, entre otras. Aterradas por este ejemplo, las restantes ciudades lombardas reconocieron a Federico como Emperador.
Sin embargo, este éxito no fue suficiente para Federico y pretendió ejercer sobre Roma un poder similar al de Otón I y disputar al rey Guillermo de Sicilia el protectorado sobre la Ciudad Eterna. Cuando el monarca fallece en 1166 pareció presentarse la oportunidad, por lo que se puso en guerra con el Papa, que hasta entonces había sido aliado suyo. Federico reunió un concilio y eligió un antipapa. El Papa Alejandro III declaró ilegítimo el concilio y excomulgó a Federico atrayendo a las ciudades lombardas a una nueva liga que unió además a Venecia, Verona, Vicenza, Padua, Tresviso, Ferrara, Brescia, Bérgamo, Cremona, Plasencia, Parina, Módena, Bolonia y otras muchas ciudades.
Federico logró entrar en Roma y derrotar a los coaligados en la batalla de Tusculo, obligando a Alejandro a huir a Francia; pero el Emperador tuvo que abandonar Italia debido a una gran epidemia que estaba haciendo estragos en Alemania y que causo la muerte a muchos caballeros fieles al Emperador. Al retirarse en desorden, perdió sus bagajes mientras cruzaba el río Po. El 1 de diciembre de 1167 se formó la Liga Lombarda y Federico se retiró al otro lado de los Alpes.
Los lombardos aprovecharon esta retirada y pasaron a la ofensiva. Edificaron una nueva ciudad llamada Alessandria en honor del Pontífice. Los asuntos en Alemania impidieron a Federico realizar una nueva expedición para restablecer su autoridad durante un tiempo, pero al fin lo hizo acompañado de Cristiano, arzobispo de Maguncia.
El 16 de abril de 1.175, Federico se reunió con representantes de la Liga Lombarda en el castillo de Montebello para discutir la paz. Estas conversaciones resultaron infructuosas y ambas partes salieron decididos a continuar las hostilidades.
Tras el fracaso de las negociaciones, Federico sabía que la batalla era inminente y pidió el apoyo de Enrique el León quien rehusó ayudar a Federico (aunque el Emperador se lo rogó de rodillas cerca del lago de Como) y el rey tuvo que reunir fuerzas principalmente italianas reclutadas entre los enemigos de la Liga.
Tras tantas decepciones Federico recibió al fin una buena noticia. A comienzos de 1.176 el Emperador recibió refuerzos alemanes de Suabia y Renania. Se trataba de una fuerza de 2.000 soldados dirigidos por Philip, arzobispo de Colonia; Conrad, obispo electo de Worms y Berthold, duque de Zähtingen. El grueso de las tropas imperiales se encontraban en Pavía y el Emperador se encontraba en Como por lo que debía rodear Milán sin levantar sospechas.
Sin embargo los milaneses adivinaron las intenciones de Federico y se propusieron interceptarlo.
El 29 de mayo los dos ejércitos se encontraron en las afueras de Legano a 24 km al norte de Milán.
El ejército imperial estaba formado por 1.000 caballeros y 1.000 infantes. Como complemento a las fuerzas alemanas se reunieron 1.000 hombres de la región de Como.
Alertados de la presencia de Federico, los líderes de la Liga Lombarda habían reunido 3.500 hombres para bloquear la ruta del emperador a Pavía. Constaban estas fuerzas de 1.450 caballeros y 2.050 de infantería, también se incluía un carro de guerra conocido como Carrocio (carro arrastrado por bueyes donde las ciudades-estado italianas portaban su estandarte. Guarnecida por sacerdotes y soldados, se situaba en el centro del ejército, como punto de mando y reunión de tropas. El Carroccio representaba la identidad comunal de la ciudad estado y por eso infundía moral).
Entre la caballería lombarda se encontraba una unidad de élite conocida como la «Compañía de la Muerte» dirigida por Alberto da Giussano. Se componía de 900 hombres de armas que vestían un traje oscuro con el que cubrían la armadura con el símbolo de una calavera, llevaban pequeños escudos puntiagudos y largas lanzas. Esta compañía estaba formada por hombres escogidos que luchaban en grandes caballos y juraban que nadie huiría del campo de batalla por temor a la muerte y no permitirían que nadie traicionase a la ciudad de Milán huyendo.
La batalla comenzó con un ataque de la vanguardia lombarda a cargo de 700 jinetes que al hacer un reconocimiento del terreno se encontraron con 300 jinetes imperiales. Las tropas imperiales fueron sorprendidas y huyeron, pero el Emperador reacciono con rapidez y un contraataque imperial quebró la resistencia lombarda. La batalla había comenzado fortuitamente y ninguno de los dos bandos tenía un plan preestablecido. Los anales de Colonia dicen que el Emperador consideraba indigno de su majestad imperial dar la espalda a sus enemigos, por lo que siguió adelante y atacó el Carroccio milanés.
Tan impetuoso fue el ataque imperial que se llevó por delante la selecta guardia del Carroccio. Entonces las tropas alemanas llegaron hasta donde estaba situada la Compañía de la Muerte, dirigida por Alberto Da Giussano, que había prometido vencer o morir que atacaron con desesperación. Este contraataque posibilitó a la infantería lombarda reorganizarse.
El ímpetu de la carga de caballería ya se había desvanecido y los caballos alemanes se detuvieron incapaces de penetrar entre las picas de la infantería.
La resistencia de la infantería lombarda permitió que su derrotada pero no destruida caballería se reagrupara y regresase al campo de batalla atacando el flanco de la caballería imperial. Los jinetes imperiales, fatigados y hostigados por dos flancos, intentaron regresar a sus posiciones, pero lo hicieron sin ninguna organización.
En medio del caos, el estandarte imperial fue capturado, muerto su portador de un flechazo y Federico Barbarroja se desplomó bajo su caballo muerto. La falsa noticia de la muerte de Emperador sembró el pánico entre las tropas imperiales que huyeron en desbandada y su campamento fue abandonado a los vencedores.
Los lombardos persiguieron a los imperiales y muchos fueron cazados en el río Tesino. El botín conseguido por la Liga Lombarda fue inmenso. Pero Federico no había muerto.
Tras varios días desaparecido, se presentó en Pavía solo. Pero el rumor de su muerte prevaleció durante muchos días, la emperatriz Beatriz I, condesa de Borgoña, que había permanecido en Como, se abandonó a la desesperación, y los vencedores buscaron incesantemente el cuerpo en medio de los montones de muertos.
La derrota convenció a Federico Barbarroja de la necesidad de una paz.
En una dieta celebrada en Venecia, haciendo de mediador el arzobispo de Maguncia entre el Emperador, el Papa y los diputados de las ciudades, se firmó una suspensión de hostilidades por seis años, bajo las mismas condiciones que sirvieron más tarde de base a la paz de Constanza (1183). Alejandro fue reconocido Papa legítimo, el protectorado de Roma pasó del Emperador al Papa; y Federico fue absuelto de la excomunión.
Los obispos y abades nombrados por Federico y el antipapa, continuaron en la posesión de sus beneficios. Las regalías debían pertenecer, en adelante, una parte al Emperador, otra a las ciudades; los ciudadanos y funcionarios debían hacer juramento al Emperador y las tropas imperiales debían ser mantenidas por las ciudades a su paso por ellas: la alta justicia sería ejercida en nombre del Emperador por jueces superiores.
Con esto se restableció la paz en Italia, celebrándose solemnemente ante la Basílica de San Marcos (en Venecia), la reconciliación entre las cabezas espiritual y temporal. El Emperador concertó el casamiento de su hijo mayor, Enrique de Hohenstaufen, con Constanza, hija de Rogelio II y heredera de Nápoles y Sicilia, con lo que estos Estados, hasta entonces feudatarios de San Pedro; pasaron a la casa de los Hohenstaufen quedó viva la semilla de nuevas y sangrientas guerras entre el Emperador y el Papa.
Federico I no olvidó la falta de ayuda por parte de Enrique el León y aprovechó la hostilidad de otros príncipes alemanes hacia Enrique para juzgarle por insubordinación por un jurado de obispos y príncipes en 1.180. Despojo a Enrique de sus tierras y lo declaro proscrito. Acto seguido invadió Sajonia, por lo que Enrique tuvo que exiliarse a Normandía, donde permaneció tres años con su suegro Enrique II de Inglaterra hasta que se le permitió regresar a Alemania en 1185.
Batalla de Cortenuova (1237)
Antecedentes
En 1236 el emperador Federico estaba en Alemania para calmar la rebelión de su hijo Enrique. En el otoño de ese año decidió regresar a Italia para suprimir la liga de municipios lombardos, que, respaldada por el Papa Gregorio IX, impugnaban su autoridad. Llegó a Valeggio, cerca de Verona, y con la ayuda de Ezzelino III y otros líderes gibelinos, saqueó la ciudad de Vicenza. Satisfecho con este primer resultado, regresó a Alemania para tratar con la rebelión de otro príncipe alemán, dejando Hermann von Salza, Gran Maestre de la Orden Teutónica, en Italia para supervisar la situación.
En agosto 1237 el emperador regresó de nuevo a Italia con 2.000 caballeros, esta vez con el objetivo de aplastar definitivamente la Segunda Liga Lombarda. El resto del ejército estaba formado por gibelinos de Cremona, Pavía, Módena, Parma y Reggio, unos 1.000 infantes, 10.000 sarracenos de Sicilia, en total de 13 a 15 mil hombres.
Movimientos previos
El ejército imperial marchó primero contra Mantua, centro donde se había formado la Segunda liga lombarda, pero no fue necesario asediarla, la ciudad decidió entregarse en lugar de ser arrasada.
Después se dirigió contra Bérgamo, cuyo consejo de nobles tomó la misma decisión, pero no se sometieron formalmente. Federico invadió el territorio de Brescia, capturando Goito; sin embargo, su avance se detuvo en Montichiari, donde una guarnición de 1500 infantes y 20 caballeros de Brescia, lograron bloquearlo durante dos semanas, antes de rendirse el 21 de octubre. La resistencia de esta última dio tiempo a la mayoría de las tropas de la Liga Lombarda para llegar a Brescia antes que los gibelinos.
El emperador acampó en la margen derecha del Oglio, en Pontevico, 17 kilómetros al norte de Cremona, a la espera de los movimientos enemigos.
Los 2.000 caballeros y 6.000 infantes liderados por Pietro Tiepolo, hijo del dux de Venecia, se establecieron en una posición favorable en Manerbio, justo al norte de Pontevico. La elección de la posición, que estaba firmemente anclada en un terreno pantanoso y protegida por el arroyo Risignolo; confirmaba la estrategia puramente defensiva de la liga, que solamente se preocupaba de eludir el enfrentamiento y proteger sus baluartes, durante el tiempo suficiente para llegar al final de la temporada, ya que estaba bastante avanzada.
Los dos ejércitos permanecieron quince días uno frente al otro sin presentar batalla, separados por un pantano que frustraba la eficacia de los caballeros. Federico, cuyo ejército estaba agotando los suministros, salió de su campamento en busca de una posición más ventajosa, y el 24 de noviembre 1237 cruzó el río Oglio, marchando hacia el norte para esperar a los movimientos del enemigo en una posición en Soncino, 22 km más al norte.
Desde esa posición mantenía en observación a Cortenuova, plaza fuerte que representaba un paso obligado hacia Milán, una vez que los aliados hubieran cruzado el río Oglio. También tenía un contingente de Bérgamo llegado desde el norte y situado en Ghisalba, justo al norte de la fortaleza, el emperador estaba en la posición ideal para cerrar con una pinza a los oponentes en retirada.
Los lombardos creyeron los rumores, que habían sido hábilmente difundidos por el Emperador, de que se retiraba a Cremona para pasar el invierno allí. Por lo tanto, ellos también dejaron el campo, volviendo a sus cuarteles. Sin embargo, Federico había dejado un contingente desde Bérgamo a Cividate, que debería informarle de la retirada lombarda mediante señales de humo. Cuando el ejército lombardo había completado el cruce del río Oglio en Pontoglio y Palazzolo, las tropas imperiales vieron grandes nubes de humo y se trasladaron a Cortenuova, a unos 18 km de sus posiciones actuales.
Desarrollo de la batalla
La vanguardia imperial, que incluía sarracenos y gente de a caballo, distribuidos en 7 divisiones, que fueron las primeras unidades para atacar a las unidades lombardas, seguidos por la infantería. Cogidos por sorpresa, los milaneses y piacentinos, que estaban a punto de acampar, fueron incapaces de formar una línea de defensa, y huyeron a Cortenuova. Cuando Federico y su fuerza principal llegaron al campo de batalla, se encontraron con caballeros, muertos o heridos y su paso bloqueado por caballos sin jinete. En Cortenuova, otros milaneses y tropas de Alessandria habían formado alrededor de su Carroccio, donde los lombardos lucharon valientemente, rechazando las cargas germanas y teutónicas. Federico envió a los sarracenos para que, con sus flechas, rompiesen las filas enemigas.
Las fuerzas de la liga consiguieron frenar cualquier intento de penetración, aunque a costa de cuantiosas pérdidas, incluida la del propio comandante Pietro Tiepolo, que cayó en manos de los gibelinos, hasta que la noche, y la niebla, obligaron a Federico a suspender los ataques. Federico ordenó a sus tropas dormir con la armadura puesta y las armas a mano.
Por otro lado, el potestato de Milán, reconociendo que las tropas no podían resistir otra batalla, ordenó abandonar la ciudad junto con el Carroccio y el resto del equipaje, la cruz que coronaba el Carrochio fue desmontada, pero el vehículo seguía siendo muy grande y voluminoso.
En la madrugada del 28 de noviembre, los imperiales atacaron a los lombardos en retirada, que cayeron casi sin ninguna resistencia. Muchos se ahogaron en el río Oglio, que estaba desbordado.
Secuelas de la batalla
Al final, fueron capturados unos 5.000 lombardos, los muertos serían otros tantos miles. Solo los milaneses perdieron 2.500 soldados en el campo de batalla.
El ejército de la Liga Lombarda fue prácticamente aniquilado. Las fuerzas gibelinas que perseguían a los fugitivos avanzaron más allá del Serio, hasta Rivolta sull’Adda, a 25 kilómetros de Milán, que en ese momento estaba prácticamente desprotegida. Pero Federico, en lugar de aprovecharlo, en los días siguientes prefirió dar espacio a las celebraciones por su éxito, dejando primero que los árabes arrasaran Cortenuova, montando luego una procesión triunfal en Cremona, adonde se trasladó el 1 de diciembre. El Carroccio fue visto desfilando por las calles de la ciudad, tirado por un elefante totalmente enjaezado, con Tiepolo encadenado en él.
Pietro Tiepolo, luego deportado a Puglia y ahorcado cerca de Trani. El Carroccio más tarde fue enviado a Roma como una muestra del poder imperial.
La Liga Lombarda fue disuelta. Lodi, Novara, Vercelli, Chieri y Savona fueron capturadas o presentaron vasallaje al emperador, mientras que Amadeus IV de Saboya y Bonifacio II de Monferrato confirmaron su lealtad gibelina.
Milán, Brescia, Piacenza y Bolonia continuaron en armas. Federico asedió Milán rechazando toda negociación. Otras cinco ciudades, sin embargo, resistieron, y, en octubre de 1238, tuvo que levantar el asedio de Brescia.
La resistencia de esas ciudades, devolvió la confianza a los güelfos, y en particular al Papa, que en 1239 le impuso una nueva excomunión. Los tonos del conflicto subieron, convirtiéndose en un conflicto personal entre Federico II y Gregorio IX, así como su sucesor, Inocencio IV.
De hecho, el pontífice acabó deponiendo a Federico, como había hecho Inocencio III con Otón IV, acentuando su aislamiento internacional, que en Italia se tradujo en la pérdida incluso del apoyo de ciudades tradicionalmente gibelinas, como Parma. La decadencia del Emperador estuvo sancionada por el desastre que sufrió en 1247, al asediar el propio Parma, y por la posterior derrota de Fossalta, en la que los güelfos boloñeses no solamente prevalecieron sobre los gibelinos de Módena y Cremona; sino que sobre todo hicieron prisionero de por vida a su hijo natural Enzo, rey de Cerdeña, y principal puntal de la política imperial en Italia en años anteriores. El Emperador no sobrevivió mucho tiempo a estos fracasos. Enfermo y desilusionado, murió en 1250, después de haber intentado tan repetidamente como en vano arreglar el desacuerdo con el papado.
Batalla de Benevento (1266)
Antecedentes
El papado había estado durante mucho tiempo en conflicto con la casa imperial de los Hohenstaufen durante el período de su gobierno en Italia. El gobernante Hohenstaufen en el Reino de Sicilia (que incluía Sicilia y el sur de Italia) era Manfredo, el hijo natural de Federico II de Suabia. Corradino, el legítimo heredero del reino como sobrino directo de Federico, era joven y se encontraba a salvo más allá de los Alpes, en Baviera.
Aprovechando una noticia falsa relativa a la supuesta muerte de Corradino, Manfredo había usurpado el trono en 1258. El Papa Urbano IV, decidido a arrebatarle el reino a Manfredo, en 1263 había emprendido una negociación secreta para favorecer la intervención de Carlos I de Anjou, prometiéndole el trono siciliano.
En 1265, murió el papa Urbano IV, su sucesor Clemente IV, continuó con el pleno apoyo a Carlos I de Anjou.
Carlos llegó a Roma en 1265, pero fue detenido temporalmente por graves problemas financieros. Manfredo, a su vez, no salió al campo contra él hasta enero de 1266, cuando el grueso del ejército franco-angevino ya había pasado por los Alpes y la adulación angevina se estaba abriendo paso entre los señores feudales del reino de Sicilia.
Alarmado por las deserciones de sus seguidores y temiendo nuevas traiciones, Manfredo, también llamado Sultán de Lucera, trató de llevar a Carlos a la batalla lo más rápido posible. Los angevinos, por su parte, intentaron sacar a Manfredo, que estaba atrincherado en Capua, para obligarle a realizar una peligrosa travesía de los Apeninos, lo que permitiría a los franco-angevinos impedir la llegada de refuerzos y suministros para el ejército imperial. Manfredo, sin embargo, entendió las intenciones de su oponente y permaneció en una posición fortificada cerca del río Calore, que en ese momento estaba cruzado por un único puente.
Carlos de Anjou acudió con una fuerza de unos 26.000 efectivos que incluían 600 ballesteros montados. Tras la conquista de la abadía de Montecasino, la coalición de los angevinos se dirigió a Benevento, donde Manfredo y su sobrino Conradino habían reunido sus tropas.
Despliegue de fuerzas
Los franceses disponían de unos 12.000 efectivos (600 ballesteros y 8.400 de infantería, 600 caballeros y 2.400 hombres de armas y sargentos), ocupaban una posición elevada, y desplegó la infantería (9.000) en vanguardia para proteger el despliegue, y desplegó la caballería en tres líneas:
- Primera línea 900 jinetes provenzales Hugo de Mirepoix y Felipe de Montfort, señor de Castres.
- Segunda línea mandada por el propio Carlos con 1.400 caballeros (400 mercenarios italianos y 1.000 hombres del Languedoc del centro de Francia).
- Tercera línea 700 caballeros mandados por Roberto III de Flandes y Gilles II de Trasignies, condestable de Francia, cada caballero iba acompañado de dos infantes cuyo trabajo era matar cualquier soldado herido enemigo. A vanguardia había situado la infantería ligera para hostigar.
Manfredo aceptó el combate, disponía de unos 13.000 efectivos, pero la salida de sus tropas se vio ralentizada por el alboroto de la gente de la ciudad. Con la ciudad a sus espaldas, sus fuerzas cruzaron el río Calore por el estrecho puente, primero pasaron infantes sarracenos (10.000) de Lucera para cubrir el despliegue, detrás la caballería en tres líneas:
- Primera línea mandada por mandados por su primo Giordano d’Anglano y Galvano di Anglona con 1.200 mercenarios germanos, con una armadura de placas, una novedad en la época.
- Segunda línea mandada por su tío Galvano Lancia de Salermo con 1.000 jinetes mercenarios tuscanos y lombardos en el centro y 400 jinetes ligeros sarracenos en las alas.
- Tercera línea mandada por Manfredo con 1.000 caballeros sicilianos.
Desarrollo de la batalla
Cuando su primera línea musulmana entraba en combate, las tropas alemanas estaban aún saliendo de la ciudad. En un primer momento, los musulmanes traspasaron la primera línea enemiga compuesta por la infantería ligera, que fue masacrada. Entonces, la tropa de los provenzales, comandada por el mariscal Felipe de Monforte, cargó contra los musulmanes y consiguió vencerlos. Mientras tanto, las fuerzas alemanas de Manfredo, en medio de la batalla, contraatacan a los provenzales adoptando una formación en cuña. Los mercenarios alemanes parecían imparables: todos los disparos rebotaban en sus armaduras, y Carlos se vio obligado a emplear también a su segunda línea.
Los alemanes continuaron avanzando, pero los franco-angevinos descubrieron que la nueva armadura de placas en capas no protegía las axilas cuando el brazo se levantaba para golpear y, por lo tanto, comenzaron a golpear a sus oponentes en las axilas.
Además, los comandantes franceses ordenaron a los arqueros y a la infantería, con una crueldad que en ese momento se consideró verdaderamente incorrecta, que golpearan a los caballos de los caballeros enemigos, causando grandes pérdidas y considerable confusión en la caballería alemana.
Carlos de Anjou ordenó el ataque con su tropa y consigue derrotar el flanco de los alemanes.
El largo tiempo que pasó cruzando el estrecho puente, hizo que se produjera un espacio muy amplio entre su primera línea, que había cargado prematuramente, y la segunda línea; que había desplegado para ayudarlos, y que habían sido derrotados y se encontraban en una situación precaria, ya que Carlos ya había ordenado a su tercera línea cargar contra ellos.
Los alemanes, al verse a punto de ser rodeados, se rompieron e intentaron huir, pero la mayoría fueron muertos. La segunda línea siguió su ejemplo.
Manfredo se encontraba muy atrás para poderlos auxiliar, al darse cuenta de que la derrota era inminente, la mayoría de los nobles de la tercera línea desertaron, dejando al rey a su suerte.
Manfredo ordenó a fuerzas sicilianas que le quedaban, que se replegasen tras el puente. Manfredo, con apenas unos pocos centenares de hombres ilesos que pudo reunir, fue atacado. Después de intercambiar la sobrevesta real con su amigo Tebaldo Annibaldi, para no llamar demasiado la atención en la carga, cargó con los pocos fieles de sus seguidores que quedaban, directamente hacia el medio del enemigo.
Manfredo murió en el lance. Los franceses dieron poco cuartel; solo se tomaron unos pocos prisioneros, siendo los más notables Giordano Lancia y su primo, el conde Bartolomeo. El río estaba a espaldas de los fugitivos y solamente estaba el puente para ponerse a salvo; los que intentaron cruzar nadando el río Calore, se ahogaron por el peso de la armadura.
Secuelas de la batalla
Solamente 600 de los 3.600 soldados de caballería pesada de Manfredo lograron escapar de la muerte o la captura. Además, los sarracenos fueron aniquilados.
La destrucción del ejército de Manfredo marcó el colapso del gobierno de los Hohenstaufen en Italia. El resto del reino de Sicilia fue conquistado casi sin resistencia. Establecido en su nuevo reino, Carlos esperó la llegada de Conradino, la última esperanza de los Hohenstaufen, en 1268, y se enfrentó con él en la batalla de Tagliacozzo dos años más tarde.
Batalla de Tagliacozzo (1268)
Antecedentes
Carlos I de Anjou, hermano de Luis IX de Francia y primer conde de Anjou, había sido investido rey del reino de Sicilia por el papa Clemente IV. Mientras que Conradino, que tan solo tenía 16 años, había sido llamado por los gibelinos para reclamar el trono de Sicilia, tras la muerte de su padre. Conrado de Suabia, a su vez hijo de Federico II de Suabia y bisnieto de Federico Barbarroja; y la posterior derrota y muerte en la batalla de Benevento de su tío Manfredo, que de algún modo había usurpado su reino.
El joven Conradino franqueó los Alpes en octubre de 1267 a la cabeza de un importante germano; fue recibido con los brazos abiertos por los gibelinos de Verona.
El 29 de junio de 1268, su sobrino Conradino entró en Roma y su ejército se vio reforzado por el de Enrique de Castilla; en total las fuerzas sumaban 6.000 caballeros alemanes, italianos y castellanos.
El 18 de agosto de 1268 el ejército gibelino de Conradino abandonó Roma, cruzó la frontera del reino de las Dos Sicilias, atravesó la ciudad de Tagliacozzo y el 21 de ese mes acampó en Scurcola. Reanudó la marcha al día siguiente y cayó sobre la vanguardia del ejército de Carlos de Anjou. El francés bloqueó el avance germano situándose al otro lado del río Salto en posición defensiva.
La batalla tuvo lugar en las llanuras de Palentini, entre los territorios llanos de Scurcola Marsicana y Albe; sin embargo, tomó su nombre de la localidad de Tagliacozzo, que era el centro habitado más importante del municipio de Marsicana, ubicado a poca distancia del lugar del enfrentamiento.
Despliegue de fuerzas
El ejército de Conradino, con unos 9.000 efectivos, estaba formado por soldados alemanes, pisanos, romanos, españoles y árabes, dividió en tres grupos: la vanguardia a las órdenes de Federico I de Baden-Baden y el propio Corradino, el centro estaba dirigido por Galvano de Lancia y la retaguardia mandada por Enrique de Lancia.
Las tropas angevinas estaban compuestas por unos 6.000 efectivos, también se dividieron en tres grupos: un grupo de 800 caballeros, mandado por Carlos de Anjou, estaba oculto de las vistas detrás de una elevación, cercano de la carretera de Arezzano, bastante lejos del puente; otro grupo estaba detrás del puente para impedir el paso del mismo, estaba mandado por Enrique de Cousances que llevaba las ropas de Carlos de Anjou y su estandarte para engañar al enemigo; el tercer grupo o reserva estaba mandado por mandada por Alard de Saint-Válery.
Desarrollo de la batalla
Conradino atacó con la división de vanguardia de Enrique de Castilla para fijar al enemigo, mientras cruzaban el río Salto con el centro y la retaguardia, para envolver las fuerzas que guarnecían el puente por el flanco izquierdo aguas abajo.
Las fuerzas de Enrique de Cousances, consiguieron rechazar esta primera intentona gracias a su mejor situación táctica. Pero su situación se volvió muy comprometida cuando fueron atacados de flanco por las otras dos divisiones, Enrique de Cousances, ayudante de campo del rey, que se había vestido con las ropas de Carlos y se lanzó a la batalla con toda la vanguardia angevina precedida por la insignia real.
Los hombres de Corradino se lanzaron en masa contra esta hueste, derrotándola. Cuando cayó Cousances, los gibelinos tuvieron la ilusión de haber matado al odiado francés y de tener la victoria en sus manos. Así rompieron sus formaciones, dejándose llevar por grandes escenas de júbilo, lanzándose en desordenada persecución de los franco-angevinos en aparente desbandada, y dedicándose también al saqueo del campo enemigo.
Carlos de Anjou contemplaba el desfavorable desarrollo de la batalla. Estaba bastante desconcertado por el movimiento envolvente conseguido por Conradino, e incluso consideró la retirada. No obstante, al ver al enemigo disperso por el campo de batalla, persiguiendo a los adversarios y saqueando el campamento francés, ordenó que su grupo cargase. Al verla, los gibelinos pensaron que se trataba de una parte de su propio ejército que regresaba después de perseguir a los enemigos fugitivos, cuando quisieron darse cuenta de que eran las tropas güelfas, era ya demasiado tarde.
El choque fue muy duro y en poco tiempo las fuerzas de Conradino se vieron sobrepasadas, este se dio a la fuga tomando la carretera hacia Roma mientras su estandarte caía en manos de las tropas de Carlos.
Enrique de Castilla intentó resistir cargando de nuevo; un grupo de caballeros franceses, que estaban a las órdenes de Alard de Saint-Válery, fingió huir. Enrique se lanzó sobre ese grupo, Alard escogió el momento justo para volver grupas y cargar contra los castellanos, mientras otro grupo les atacaba de flanco. Deshechos por completo, las tropas de Enrique intentaron reorganizar una nueva carga, pero resultó inútil. Carlos de Anjou había ganado la batalla.
Secuelas de la batalla
La ira de Carlos hacia los romanos, considerados traidores por el apoyo que antes habían prestado a los Staufen, hizo que fueran masacrados brutalmente con torturas inhumanas.
El joven príncipe y su familia decidieron que sería más prudente abandonar Roma y dirigirse a costas seguras. En localidad de la costa del Lacio, cercana a Nettuno, Conradino intentó llegar al mar, probablemente con rumbo a la fiel Pisa. Fue traicionado por Giovanni Frangipane, señor de esos lugares, quien lo hizo entregar a Carlos de Anjou. Procesado brevemente y condenado a muerte, fue decapitado en Campo Moricino, actual plaza del mercado de Nápoles, el 29 de octubre de 1268. Federico I de Baden-Baden compartió la misma suerte. La victoria franco-angevina marcó el destino de la sarracena Lucera, que fue tomada por el hambre el 27 de agosto de 1269. La permanencia de la Casa de Anjou en Sicilia duró hasta el año 1282 en que fueron expulsados tras los sucesos conocidos como la “Vísperas sicilianas”.
Enrique de Castilla fue encarcelado durante 23 años en el castillo del Monte, en Puglia, hasta 1291.