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Antecedentes
Durante la Segunda Guerra Púnica, Filipo V de Macedonia se alió con Cartago. Aunque este acuerdo no conllevó a ninguna batalla campal entre Roma y Macedonia, fue conocido históricamente como Primera Guerra Macedónica. Tras escaramuzas de pequeña importancia, se negoció una paz inestable que permitía a Roma concentrar sus energías en derrotar a Cartago. Filipo envió una falange al mando de Sópatro para ayudar a Aníbal en la batalla de Zama.
En el 205 AC, la Liga Etolia, considerando que había sido abandonada por Roma, decide negociar la paz. Firmando la Paz de Fenice.
Finalizada la guerra con Cartago el rey Filipo V de Macedonia envió una embajada a Roma solicitando la devolución de los prisioneros macedonios de Zama y que acabasen los ataques en su frontera. El senado romano consideró lo expuesto por ambas partes y declaró que Publio Cornelio Escipión obraba correctamente al mantener prisioneros en África a los macedonios que había capturado portando armas contra el pueblo romano. Por lo que respecta a los asuntos de Grecia, se declaró que Marco Aurelio Cota había obrado en interés de la República, y el Senado le estaba reconocido por ello. Defendió con las armas a los aliados del pueblo romano, ya que con el derecho de los acuerdos no le era posible.
En el 200 AC, la Liga Etolia pidió ayuda a Roma contra las agresiones de Macedonia. El cónsul Publio Sulpicio Galba, fue enviado a Macedonia, se le autorizó a llevarse cuantos soldados voluntarios pudiera del ejército que había traído Publio Cornelio Escipión de vuelta de África, pero no tendría derecho a llevarse a ningún antiguo soldado en contra de su voluntad.
Campaña del 200 AC
Sulpicio llegó a Apollonia (Épiro) ya entrando el otoño por lo que decidió montar el campamento de invierno cerca de la ciudad. Allí se le presentaron unos embajadores atenienses pidiéndole que los liberara del asedio macedonio. Inmediatamente, envió a Atenas 20 trirremes y 1.000 soldados a cargo de Cayo Claudio Centón pues las fuerzas principales de Filipo se encontraban en esos momentos atacando Abidos (en la entrada del Helesponto).
Un grupo desafecto a los macedonios que había salido de Calcis, se presentó ante Cayo Claudio Centón. Le contaron que, ante la ausencia de enemigos en la zona, la guarnición de Filipo tenía muy desatendidas las defensas de la ciudad y le explicaron la forma de infiltrarse en la misma. Cayo Claudio reunió a sus naves y tropas y se dirigió hacia el cabo Sunión (extremo sur del Ática), no atreviéndose a doblarlo para no ser avistado, por lo que esperó a la caída de la noche.
Al oscurecer se puso en marcha y llegó a Calcis poco antes del alba. Desembarcó a un pequeño grupo de hombres, que escalaron la muralla y se hicieron con una puerta, franqueando la entrada al resto de tropas, que saquearon la ciudad, realizaron una gran matanza y la incendiaron, abandonándola después.
Filipo se encontraba en Demetriade tras haber tomado la ciudad de Abidos, cuando recibió la noticia de lo sucedido en Calcis. Salió inmediatamente con 5.000 hombres de infantería ligera y 300 jinetes, plenamente convencido de que podría alcanzar a los romanos. Cuando llegó a Abidos, dejó unos pocos hombres, los imprescindibles para dar sepultura a los que habían muerto en el combate, y cruzó el Euripo para dirigirse hacia Atenas desde Beocia con la intención de dar un golpe por sorpresa. Los atenienses advertidos de la llegada de Filipo, reunieron a todas las tropas disponibles en el ágora a la vez que se alertaba a toda la ciudad.
Antes del Alba Filipo se acercó a la ciudad, pero al ver numerosos puntos de luz en las murallas y gritos de alarma detuvo su marcha; perdiendo el factor sorpresa. Decidió emplear la fuerza contra la puerta del Dipilón. Hubo una batalla siendo rechazado, retirándose a Corinto.
Tras recibir refuerzos, Filipo intentó un doble ataque contra Atenas y el Pireo siendo rechazado en ambos. Tras arrasar todos los templos que encontró a su paso salió del Ática en dirección a Beocia.
Mientras, el cónsul Publio Sulpicio (acampado al norte de Apollonia) envió a su legado Lucio Apustio con parte de sus tropas a saquear el territorio enemigo. Apustio saqueó la zona fronteriza de Macedonia tomó varios poblados
Por lo que respecta a los preparativos navales, el cónsul Publio Sulpicio le pidió a Atalo rey de Pérgamo que enviase refuerzos a la isla de Egina para unirse con la flota romana. Los rodios también recibieron la misma petición.
Filipo envió a su hijo Perseo para que ocupase con parte de las tropas los desfiladeros que llegaban hasta Pelagonia. Convencido de haber privado a los romanos del apoyo de los etolios y de los dárdanos, concentró sus naves en Demetriade y confió el mando de la flota y de la costa a Heraclides.
Publio Sulpicio Galba sacó a todas sus tropas y atravesó el territorio de los dasarecios, estableciendo un campamento permanente en las proximidades de Linco, cerca del río Bevus. Envió una fuerza de reconocimiento de jinetes para descubrir donde se encontraba Filipo.
Filipo también envió un escuadrón de caballería para averiguar en qué lugar estaba acampado Sulpicio. Ambas fuerzas de reconocimiento se encontraron y en el choque murieron 40 macedonios y 35 romanos, sin que ambos establecieran contacto con el grueso adversario.
Filipo se enteró de la situación del campamento romano por unos desertores, mandó llamar a su hijo Perseo, dejando desprotegidos los desfiladeros de entrada en Pelagonia. Emprendió la marcha con 20.000 infantes y 2.000 jinetes y, acampó a dos km del campamento romano, se fortificó con foso y empalizada en una colina próxima a Ateo (localización desconocida).
El rey y el cónsul se mantuvieron a la expectativa durante dos días esperando que el otro iniciara los movimientos. Al tercer día, Publio Sulpicio hizo salir a la totalidad de sus tropas y formó en orden de batalla.
Filipo, temiendo aventurarse tan pronto a una batalla con la totalidad de sus fuerzas, envió a 700 infantes ligeros (400 trales y 300 cretenses) para hostigar a la caballería romana; a estas tropas añadió unos 700 jinetes al mando de Atenágoras, uno de sus lugartenientes. Los romanos, por su parte, lanzaron a los vélites y dos escuadrones de caballería, tras el enfrentamiento, los macedonios se retiraron al campamento.
Tras un día de intervalo, Filipo decidió entablar combate con todas sus tropas. Para ello preparó una emboscada entre los dos campamentos. El plan consistía en que Atenágoras y la caballería se acercaran al campamento romano, que sacaran provecho de la suerte si el combate en campo abierto se desarrollaba favorablemente; en caso contrario, debía replegarse poco a poco atrayendo a los romanos al lugar de la emboscada.
Atenágoras realizó la incursión con éxito y después de un breve combate retrocedió hasta el lugar previsto, pero las tropas emboscadas se adelantaron a la señal y rompieron el factor sorpresa por lo que los romanos, tras un combate victorioso, regresaron a su campamento.
Al día siguiente, Publio Sulpicio volvió a sacar a la totalidad de las tropas colocando a unos elefantes (de los capturados durante la guerra contra Cartago) en primera línea. Cuando se percató de que los macedonios no efectuaban ningún movimiento se aproximó hasta las cercanías del campamento de Filipo; el rey se mantuvo quieto aprovechando sus estratégicas defensas en la colina.
El cónsul decidió retirarse y trasladar su campamento a unos 12 km de allí, a un lugar llamado Otolobo (también de localización incierta) para poder abastecerse de trigo en los campos cercanos sin el peligro de ser hostigados por los macedonios.
Mientras los romanos se proveían de trigo en los campos cercanos, Filipo guardó un tiempo de espera para que se confiaran. Cuando vio que los romanos se dispersaban, atacó con toda la caballería y los auxiliares cretenses. A continuación dividió a sus tropas en dos grupos, uno de los cuales debía mantenerse entre los forrajeadores y el campamento romano mientras el otro se unía a la persecución. Se inició la matanza; los que intentan huir se toparon con las tropas que aguardaban en la dirección del campamento. Algunos consiguieron infiltrarse y lograron dar la alarma.
Publio Sulpicio ordenó a la caballería que saliera inmediatamente en ayuda de los que estaban siendo perseguidos mientras él sacó a las legiones en formación de combate. El grupo del rey, que se había lanzado a una persecución incontrolada, se topó con la primera línea de la infantería romana que se había adelantado; los jinetes, al ver las enseñas de los manípulos regresaron atrapando a los macedonios en dos frentes. En un instante cambió la suerte de la batalla.
A Filipo le llegaron rumores de que Pléurato y los dárdanos habían cruzado el desfiladero de acceso a Pelagonia y se habían internado en Macedonia. Eso suponía un grave peligro si era cogido en dos frentes, por lo que decidió aprovechar su mejor baza, el conocimiento del terreno, y abandonar su posición pasando desapercibido. Para ello envió un emisario al cónsul solicitando una tregua para dar sepultura a los muertos.
Publio Sulpicio aplazó la reunión hasta el día siguiente y, aprovechando la oscuridad, el rey abandonó el campamento en silencio dejando muchos fuegos encendidos. Tomó el camino de las montañas sabiendo que los romanos no se internarían por esa ruta por lo pesado de su equipo.
Al despuntar el día, el cónsul se percató de que los macedonios se habían marchado, ignorando el camino que habían seguido.
Publio Sulpicio pasó algunos días haciendo acopio de trigo y se dirigió hacia Stuberra a donde hizo llevar trigo desde Pelagonia. Desde allí avanzó hasta Pluina desconociendo aun el camino seguido por Filipo.
El rey estuvo en un principio acampado en Bruanio, junto al río Erígono; de allí partió por caminos transversales hasta que le llegaron noticias de que los romanos se dirigían hacia Eordea. Les tomó la delantera y ocupó un desfiladero entre estrechas gargantas para frenarlos mientras él y el resto de sus tropas se retiraban. Fortificó por completo el enclave con fosos, empalizadas, troncos de árboles y piedras amontonadas a manera de muro.
Cuando se acercaron los romanos, fueron atacados por piedras lanzadas desde las posiciones macedonias. Esto contuvo unos instantes el avance, pero al final se abrieron paso entre las defensas mientras otros rodeaban por las colinas. De esta forma los romanos lograron franquear el desfiladero y llegaron a Eordea. Tras devastar y saquear la región, dejaron una pequeña guarnición (se desconoce el lugar) y se retiran a Apollonia.
Campaña del 199 AC
Los cónsules entraban en funciones a mediados de marzo (finales de invierno e inicio de primavera), siendo nombrado cónsul Publio Vilio Tápulo. Al inicio de la campaña llegó a Roma la noticia de una sublevación de los galos (ínsubres, cenomanos, boyos, celinos, ilvates y demás pueblos ligustinos), capitaneados por el cartaginés Amílcar, un superviviente del ejército de Asdrúbal que se había quedado en aquella región. Este ejército atacó Placencia y marchó sobre Cremona. El otro cónsul Cayo Aurelio Cota, llegó a la Galia Cisalpina cuando la guerra había sido finalizada por el pretor Lucio Furio Purpureo.
Filipo, habiendo resuelto de momento el frente de Dardania y el de los etolios, afianzó su amistad con Acaya, enviando emisarios para exigir el juramento de fidelidad que tenían que renovar todos los años. Arreglados esos asuntos, preparó a sus tropas para la campaña de primavera. Puso todas las tropas auxiliares extranjeras y todo el contingente de infantería ligera a las órdenes de Atenágoras y las envió a Caonia a través de Epiro para ocupar los pasos de acceso a Antigonea. A los pocos días el rey marchó hacia la zona con las tropas pesadas. Tras estudiar la configuración de toda la comarca, llegó al convencimiento de que la posición más apropiada para fortificarse era más allá del río Aoo.
Publio Vilio Tápulo, informado por el epirota Caropo acerca de los pasos que había ocupado Filipo con su ejército, se trasladó desde Corcira con el contingente y marchó en dirección a la zona. A 7 km de distancia de las defensas, dejó a las legiones en una posición fortificada y se adelantó con un destacamento para hacer un reconocimiento del terreno. Al día siguiente reunió un consejo de guerra para decidir si intentaba el paso a través del desfiladero o si daba un rodeo y llevaba las tropas por el mismo camino por donde Publio Sulpicio Galba había penetrado en Macedonia el año anterior.
La discusión se prolongó muchos días y entre tanto llega la noticia de que a Tito Quincio Flaminino, le había tocado en suerte la provincia de Macedonia y que ya se encontraba en Corcira tras una rápida travesía. Como complemento de las legiones, había reclutado 3.000 romanos de infantería y 300 de caballería, así como 5.000 aliados latinos de infantería y 500 de caballería.
Batalla del río Aoo (198 AC)
A Flaminio se le presenta el mismo dilema que retrasó a Vilio: intentar un golpe de fuerza marchando en línea recta hacia el campamento de Filipo fortificado en el desfiladero o entrar en Macedonia dando un rodeo sin peligro a través de Dasarecia y Lynco (la ruta que siguió en su campaña Publio Sulpicio Galba).
Se celebró un consejo de guerra para decidir si entrar en el desfiladero o tomar el otro camino. Muchos se inclinan por esta segunda opción, pero Flaminio temía que Filipo volviera a escaparse poniéndose a salvo en lugares intransitables tal y como hizo con Publio Sulpicio. Por otro lado, al alejarse del mar, los suministros de víveres le iban a faltar por lo que malgastaría el tiempo en una campaña corta. Es por esto que se decidió un ataque frontal al desfiladero y las alturas adyacentes.
Flaminio permaneció inactivo durante cuarenta días sin intentar ningún movimiento. Filipo consideraba hacer una tentativa de paz por mediación de los epirotas. Eligió a su lugarteniente Pausanias y a Alejandro, jefe de la caballería, para que acordasen con Flaminio una entrevista.
El rey y el cónsul se reunieron en donde las orillas del río Aoo (actual Aoos griego o Vjosa albano), se estrechaban al máximo. Las conversaciones no dieron ningún resultado y Flaminio se preparó para atacar al día siguiente.
Al comenzar el día se produjeron numerosas escaramuzas, al verse en inferioridad, los macedonios retrocedieron hacia sus posiciones defensivas, seguidos por los romanos. Ocupaba Filipo las montañas con su infantería; contaba con la ventaja de la posición y las catapultas y ballestas emplazadas. Sobre los romanos llovieron dardos y flechas disparados oblicuamente. Los romanos habían podido aguantar y minimizar el número de bajas gracias a la protección de sus escudos, pero las defensas de Filipo eran inexpugnables.
Así estaba la situación cuando fue conducido ante el cónsul un pastor enviado por Caropo, un jefe epirota. El pastor le dijo a Flaminio que él solía apacentar su rebaño en la cañada que entonces ocupaba el campamento del rey, y que conocía todos los recovecos y senderos de aquellas montañas; si el cónsul quería, él llevaría a los romanos a través de una senda, no demasiado empinada ni difícil, hasta una posición por encima de las defensas macedonias después de tres jornadas de marcha. Flaminio mandó a preguntar a Caropo si a su juicio se podía confiar plenamente en el pastor. La respuesta de Caropo fue que confiase, pero de forma que el control de toda la operación lo tuviera él y no el otro.
Flaminio de forma desconfiada, decidió probar la posibilidad que se le ofrecía. Seguidamente, entregó a un tribuno militar 4.000 mil soldados escogidos y 300 jinetes. Le ordenó que llevase a los jinetes hasta donde el terreno se lo permitiera y, una vez llegados al terreno impracticable para la caballería, apostase a los jinetes en un espacio llano, y que los infantes siguieran el camino que el guía les indicara. Cuando hubiesen llegado al punto que dominaba la posición enemiga, el tribuno debía hacer una señal de humo, pero debía permanecer a la espera hasta recibir una señal de confirmación para poder sincronizar un doble ataque.
Una vez que partió el tribuno, Flaminio atacó las posiciones enemigas para atraer la atención del enemigo, durante los dos días siguientes no cesó de hostigar las posiciones con tropas, que cuando estaban agotadas, eran relevadas por tropas de refresco.
El destacamento enviado por la senda de montaña al cabo de tres días alcanzó la posición por encima de las defensas macedonias y lanzó señales de humo. Advertido, Flaminio dividió a sus tropas en tres cuerpos y avanzó hacia las posiciones enemigas. El cónsul mandaba el grupo del centro y atacó la entrada de la garganta por donde discurre el río, siendo acosado por los macedonios; los otros dos cuerpos avanzaron por las pendientes laterales trepando como pudieron.
Los macedonios les salieron inmediatamente al paso. Mientras se combatía fuera de las posiciones defensivas, los soldados romanos se mostraron superiores; las tropas de Filipo, tras sufrir muchas bajas entre heridos y muertos, se replegaron hacia posiciones protegidas por las fortificaciones. Flaminio ordenó que se diese la señal al grupo que se había posicionado en las alturas. Estos lanzaron el grito de guerra y se abalanzaron sobre la retaguardia macedonia. El ejército del rey, desconcertado al verse atacado por ambos frentes, abandonó sus posiciones y comenzó la desbandada; algunos grupos permanecieron en su puesto de combate, más por falta de una salida por donde escapar, que por presencia de ánimo, y fueron envueltos por los romanos. Estos estrecharon el cerco por el frente y por la retaguardia.
La caballería romana se mostró ineficaz en la persecución de los fugitivos por la estrechez y la aspereza del terreno, y la infantería por el peso de las armas. Los romanos, mientras pudieron hacerlo sin riesgo, los persiguen dándoles muerte y despojando a los caídos; después saquearon el campamento del rey, de difícil acceso aún estando sin defensores. Aquella noche la pasaron en el campamento macedonio.
Lo escarpado del terreno redujo la magnitud de la victoria romana, que causó 2.000 muertos entre las filas macedonias.
Filipo en un principio se lanzó a una huida desesperada; después, tras recorrer varios km y sabiendo de la imposibilidad de los romanos para perseguirle, se hizo fuerte en una colina y envió mensajeros por todas las cimas y valles para reagrupar a sus dispersas fuerzas.
Reunido el ejército se retiró en columna compacta en dirección a Tesalia. Llegó a los montes Lincon y estableció allí un campamento durante varios días dudando si retirarse directamente a Macedonia o si reemprender el camino hacia Tesalia. Fianalmente, tomaron esta última opción.
El rey descendió a Tesalia e hizo un rápido recorrido por las ciudades que encontró en su camino. Reclutó a todo aquel que pueda servirle e incendió las poblaciones por las que pasó; no estaba dispuesto a dejarle nada a Flaminio. Cuando estaba asediando la población de Feras, le llegaron rumores del avance de los etolios. Estos al tener noticia de la batalla librada en el río Aoo habían penetrado en Tesalia, devastando los alrededores de Esperquias y Macra, y después se habían internado en Tesalia, asaltando varias poblaciones y arrasando sus campos.
Los atamanes, al mando de Aminandro, atacaron la zona de Gonfos mientras Flaminio se interna por la ruta que había seguido Filipo. Este finalmente optó por retirarse hacia Macedonia.
La primera ciudad de Tesalia en ser atacada fue Faloria, que estaba defendida por una guarnición de 2.000 macedonios. Tras un ininterrumpido ataque que duró un día y noche, tomaron la población. A continuación atacaron Egino y se desviaron a la región de Gonfos. Falto de suministros, envió destacamentos a Ambracia para aprovisionarse de trigo. Continuó hacia Atrage, a unas 15 km de Larisa. Los habitantes de la ciudad no se alarmaron ante la llegada de los romanos confiando en la proximidad del rey Filipo.
Filipo había establecido su campamento en el valle de Tempe, que era el principal paso de Macedonia a Grecia meridional. Enterado de la entrada de Flaminio en Tesalia, aguardó sin entrar en la región a la espera de enviar refuerzos a las poblaciones que se resistían al cónsul.
Ataque a Atrage
Flaminio se encontró que el ataque a Atrage fue más largo y sangriento de lo que había esperado. Pensaba que la única dificultad radicaba en abrir una brecha en la muralla; una vez abierta y que fuera practicable, las tropas entrarían en la ciudad e inmediatamente se produciría la huida de los defensores. Es por ello que se dispone a asaltar la población en lugar de ponerla bajo asedio.
Los arietes comienzan la tarea de batir los muros y logran derribar un tramo de la muralla. Las tropas penetraron en la ciudad saltando por encima de los escombros y se encuentran que la guarnición les esperaba en una formación cerrada con varias filas de profundidad, les dejaron entrar y luego les empujaron, haciéndoles salir por la misma brecha, que obstaculizaba su retirada.
El cónsul decidió cambiar sus planes, hizo limpiar los escombros de la brecha, para que pudiera pasar una torre que portaba un gran número de hombres armados distribuidos en numerosos pisos. A continuación ordenó a la infantería que rompiera la formación que bloqueaba el acceso a la ciudad. Pero, aparte de lo angosto del espacio, pues el tramo de muralla derruida no era muy ancho, también el tipo de armamento y de combate resultaban más favorables para los macedonios. Las sarisas constituían un muro infranqueable, además una de las ruedas de la torre se hundió, e hizo que la torre se inclinara, teniendo que suspender el asalto.
A Flaminio no le interesaba montar un largo asedio, no veía perspectivas de asaltar la ciudad a corto plazo, ni forma alguna de establecer un campamento de invierno lejos del mar y en parajes en los que le iba a ser difícil abastecerse de provisiones. Así que decidió abandonar el asedio.
No había en toda la costa de Acarnania o de Etolia ningún puerto que tuviese capacidad para las naves de carga que transportaban los suministros para el ejército, y al mismo tiempo ofreciese alojamiento para las legiones en el invierno. Pensó que la mejor ciudad situada a tal efecto era Antícira, en la Fócida, frente al golfo de Corinto.
Campaña naval
En las mismas fechas en que el cónsul estableció su campamento frente a Filipo en los desfiladeros de Épiro, su hermano Lucio Quincio Flaminio cruzaba a Corcira con dos quinquerremes. Al enterarse de que la flota había partido de allí la dio alcance, pues iban remolcando a las naves que les seguían con el aprovisionamiento. Dio orden de que le siguiesen a toda prisa mientras él se adelanta hasta el Pireo con tres quinquerremes y tomaba el mando de las 30 naves que había dejado el legado Lucio Apustio para la defensa de Atenas.
Al mismo tiempo partían de sus bases la flota del rey Átalo, formada por 24 quinquerremes, y la de los rodios, de 25 naves cubiertas al mando de un tal Acesimbroto. Estas dos flotas se reunieron cerca de la isla de Andros.
Tras la campaña del año anterior el objetivo principal eran las plazas fuertes macedonias en la isla de Eubea.
Átalo y Acesimbroto se dirigieron a Caristos y devastaron sus tierras; como la ciudad les pareció bien defendida al haberse enviado a toda prisa una guarnición desde Calcis, se dirigieron hacia Eretria.
Lucio Quincio, enterado de la llegada de las dos flotas, acudió allí con las naves que estaban en el Pireo y dejo instrucciones de que el resto de los barcos que fueran llegando, se dirigieran inmediatamente hacia Eubea.
Las tres flotas unidas asaltaron la ciudad de Eretria con toda clase de maquinaria bélica. Los habitantes defendieron en un principio las murallas, aunque viendo que numerosos tramos de las mismas se venían abajo se plantearon capitular, pero la guarnición macedonia se lo impidió. Filocles, legado del rey, mandaba mensajes desde Calcis prometiendo que llegaría a tiempo si aguantaban el asalto. Los ciudadanos de Eretria aguantaron un tiempo hasta que recibieron la noticia de que Filocles había sido interceptado en el camino y estaba refugiado en Calcis.
Inmediatamente, decidieron enviar parlamentarios a Átalo para entablar condiciones de paz. Aprovechando ese momento de relajación, pues mayormente la vigilancia se había limitado a las partes de la muralla abatida, Lucio Quincio lanzó un ataque nocturno por la zona menos vigilada y se hizo con la ciudad mediante escalas.
“El botín de dinero, oro y plata no fue mucho; pero se encontraron estatuas, cuadros de artistas antiguos y obras de arte por el estilo en mayor número del que correspondía a las proporciones y demás recursos de la ciudad”.
El siguiente objetivo era la ciudad de Caristos. Las tres flotas llegaron a la zona y los habitantes de la ciudad se refugiaron en la ciudadela antes de que las tropas desembarcaran; enviaron parlamentarios a Lucio Quincio para acogerse a su protección.
“A los ciudadanos se les concedió de inmediato la vida y la libertad; a los macedonios se les exigió el pago de trescientas monedas por cabeza, permitiéndoseles marchar previa entrega de las armas. Tras el abono de esta suma por su rescate, fueron trasladados a Beocia desarmados”.
Las fuerzas navales bordearon el promontorio Sunio y pusieron rumbo a Cencreas, puerto mercantil de los corintios.
Ataque romano a Corinto
Mientras tanto, Tito Quincio Flaminio se dirigía hacia Antícira, en la Fócida, frente al golfo de Corinto.
Al llegar a la Fócida, Flaminio tomó al primer asalto las ciudades de Fanotea y Antícira; a continuación se le rindieron Ambriso e Hyampolis. Daulide fue obligada a capitular a base de lanzamientos de proyectiles con maquinaria, ya que su posición elevada impedía los trabajos de asedio.
La ciudad de Elacia, la más importante de la Fócide, se negó a rendirse a Flaminio.
Mientras Flaminio se preparaba para asediar Elacia, se le presentó una gran oportunidad de atraerse a los aqueos. Estos habían expulsado a Ciclíadas, líder de la facción partidaria del apoyo a Filipo; Aristeno, partidario de la unión con los romanos, ocupaba el cargo de estrategos de la Liga. La flota romana estaba fondeada en Cencreas con Átalo y los rodios, y de común acuerdo preparaban entre todos el ataque a Corinto. Se pensaba entonces que antes del asalto lo mejor era enviar embajadores a los aqueos comprometiéndose a hacer que Corinto entrase en la Liga Aquea, como antiguamente, si ellos abandonaban al rey y se pasaban a los romanos.
Flaminio ordenó a su hermano, Lucio Quincio, que mandase una embajada junto a legados de Átalo, de los rodios y de los atenienses. La Liga se reunió en Sición para recibir a la embajada. Tras tres días de debate, que era el plazo para tomar una decisión, se cerró la asamblea que se inclinaba a favor de imponer la alianza con Roma.
Un contingente de tropas de la Liga Aquea se sumó al asalto que estaban efectuando Lucio Quincio y Átalo sobre Corinto. Por su parte, Flaminio continuaba el asedio de Elacia.
Filipo envía a su lugarteniente Filocles que conducía a través de Beocia 1.500 soldados en ayuda de Corinto. El rey Átalo era partidario de abandonar el asalto; Lucio Quincio insistió en mantener la operación, pero al ver que con la llegada de refuerzos a la ciudad no iban a poder resistir asaltos desde el interior de la misma, él se suma a la propuesta de Átalo. Frustrado de esta manera el intento, despidieron a los aqueos y regresan a las naves; Átalo se dirige al Píreo y los romanos a Córcira.
La llegada de Filocles en ayuda de Corinto favoreció a los partidarios de Filipo en la ciudad de Argos, la cual se pasa al bando macedonio.
Flaminio consiguió la rendición de Elacia aunque el balance de la campaña por tierra favorecía a Filipo. “Así, aun después de la alianza pactada entre aqueos y romanos, las dos ciudades más notables, Argos y Corinto, estaban en poder del rey”.
Batalla de Cinoscéfalos 197 AC
Movimientos previos
Para el 197 fueron elegidos cónsules Cayo Cornelio Cetego y Quinto Minucio Rufo.
Filipo durante el invierno mantuvo unas negociaciones infructuosas con Flaminio, el rey dejó a Flaminio la decisión acerca de la paz o la guerra. Este cortó inmediatamente las negociaciones con Filipo y declaró que no pensaba recibir más embajada que la que anunciase que se retiraba de toda Grecia.
El Senado le prorrogó el mando a Tito Quincio Flaminio hasta nuevo decreto. Se le asignó un suplemento de 6.000 soldados de infantería, 300 de caballería y 3.000 aliados para la flota. A su hermano Lucio Quincio se le prorrogó el mando de la armada.
A Flaminio le quedaban a su espalda los beocios. Deseoso de atraerles a su bando, se entrevistó con representantes de la ciudad que se aliaron con él.
Flaminio salió de Elacia y llegó a las Termópilas atravesando Tronio y Escarfea. Se detuvo a la espera de la celebración de la asamblea etolia convocada en Heraclea para debatir el número de tropas auxiliares con que colaborarían con los romanos en la guerra. Conocida la decisión tomada, avanzó hacia Xinias; al tercer día acampó en la frontera entre los enianes y los tesalios, a la espera de los refuerzos etolios. Estos no se hicieron esperar; capitaneados por un tal Feneas llegaron 6.000 infantes y 400 jinetes.
Flaminio levantó el campamento y entró en la Ftiótide en donde se le unieron 500 gortinios de Creta comandados por Cidante y 300 apoloniatas. Poco después llegó Aminandro con 1.200 atamanes de infantería.
Los romanos se acercaron a la ciudad de Tebas en la Fócida con la esperanza de que la plaza se entregase. Tras una salida por sorpresa desde la ciudad que desencadenó un pequeño combate, Flaminio desestimó un asedio sabedor de que Filipo se encontraba ya en Tesalia. Se dirigió a Feras e hizo un alto a unas 10 km de la ciudad, enviando patrullas de reconocimiento para localizar a los macedonios.
Filipo había partido de Dio y se hallaba en las cercanías de Larisa, e informado de la proximidad del romano, encaminó su marcha hacia el ejército enemigo y acampó a 6 km de Feras.
El ejército de Quinto Flaminio constaba un ejército consular de 4 legiones, más unos 8.000 aliados (6.000 etolios, 500 cretenses, 300 apoloniatas, 1.200 atamanes), en total 25.000 infantes, 1.100 jinetes (300 romanos y latinos, 500 etolios y 300 númidas) y 20 elefantes.
Filipo se encontraba en Larissa cubriendo el valle del Tempe y disponía alrededor de 16.000 falangistas, 2.000 hoplitas, 5.500 soldados de infantería ligera de Iliria, Tracia, y Creta, en total 23.500 infantes y 2.000 jinetes.
Conocedores de que no sería fácil mantener a sus aliados unidos durante mucho tiempo, ambos querían una batalla rápida, Flaminio y sus aliados de la Liga Etolia, que estaban posicionados en Tebas, y decidieron marchar hacia Feras en el sudeste de Tesalia en busca de Filipo. Este avanzó por la llanura de Escotusa en busca de Flaminio.
Tropas de reconocimiento de ambos bandos se encontraron cerca de Feras, en Tesalia, la caballería etolia y númida derrotaron a la macedonia. Los comandantes de ambas fuerzas rehuyeron de una batalla a gran escala, dado que el terreno se hallaba cubierto de muros y granjas que impedían un despliegue adecuado.
Ambas partes marcharon luego hacia Escotusa. Los macedonios entonces se dispusieron a aprovisionarse para reponer sus reservas de comida, en paralelo a los romanos, que pretendían cortar su marcha y privarles del alimento. Ambas fuerzas se desplazaron separadas por una cadena de alturas conocidas como Cinoscéfalos (llamada así por su similitud con una cabeza de perro).
A la mañana siguiente las colinas estaban cubiertas de una densa niebla. Filipo mandó ocupar las colinas de Cinocéfalos a la caballería tesaliana (500) como fuerza de cobertura. Flaminio envió a su caballería etolia (500) como fuerza de reconocimiento, ambas fuerzas chocaron, siendo esta última rechazada. Flaminino envió 500 jinetes y 2.000 de infantería ligera adicionales como refuerzo, este contingente reequilibró el combate y entonces fueron los macedonios los que se encontraban en apuros. Viéndose superados, se repliegaron hacia las cimas y pidieron ayuda al rey.
Filipo había mandado a forrajear a buena parte de sus hombres. Quedó algún tiempo desconcertado sin saber qué decisión tomar. Luego, como los mensajeros insistían y la niebla había dejado al descubierto las cimas, logra atisbar a sus hombres agrupados en la elevación que más sobresalía entre el resto defendiéndose a duras penas gracias a la posición que mantenían. Avisó a Heraclides de Girtonio, que mandaba la caballería tesaliana, a León, hiparco de los macedonios, y los envió, acompañados de Atenágoras y de todos los mercenarios, a excepción de los tracios.
Al llegar Atenágoras con los refuerzos, logró contraatacar y obligar a los romanos a retirarse hacia la parte más llana del valle. Cuando Filipo se enteró de que los romanos huían, decidió de manera imprudente movilizar sus tropas hacia la parte baja del valle.
Flaminio al ver que sus hombres cedían, hizo salir inmediatamente al ejército al completo y lo alineó al pie de las colinas.
Despliegue inicial
El rey macedonio desplegó sus fuerzas en lo alto de la loma, tomó personalmente el mando del ala derecha, donde se encontraba la mayor parte de la caballería (1.500) y la falange con mayor profundidad (10.000). El ala izquierda mandada por Nicanor, estaba aún desplegando (6.000 falangitas) bajo la cobertura de la infantería ligera (5.500), los hoplitas (2.000) y caballería (500) que se encontraban allí.
Flaminio también posicionó sus tropas en el campo. Situó el ejército consular de forma tradicional, la caballería númida (300) y etolia (500) en su ala izquierda, a continuación los 4.000 infantes de la liga etolia, las 4 legiones, otros 4.000 infantes etolianos, y los 300 jinetes romanos. Cubriendo la infantería 4.800 vélites y 20 elefantes delante de las legiones e infantería etolia de la derecha.
Primera fase
Filipo ordenó avanzar a su ala derecha sin esperar que la otra ala estuviese desplegada. Como la falange estaba en terreno más elevado, avanzó hacia los romanos que esperaban en el llano.
Se lanzaron colina abajo, los vélites que protegían a la legión, pasaron a través de los manípulos y se situaron a los flancos, la falange chocó con la legión y haciéndola retroceder sin romper la formación, siguieron retrocediendo cuesta arriba, pero esto representó una desventaja para la falange, ya que este tipo de terreno hacía muy difícil el manejo de sus sarisas.
Esto obligó a Filipo a ordenar a sus falangistas a abandonar sus sarisas y a continuar la batalla con sus espadas. Se llega a un momento en que la falange ya no pudo avanzar y las líneas se estabilizaron, momento que aprovecha Flaminio para ir a mandar el lado derecho.
Flaminio entonces mandó cargar a los elefantes cuesta arriba protegidos por los vélites, y detrás todo el ala derecha, desbaratando el ala izquierda macedonia que aún estaba organizándose, la fuerza de cobertura huyó y las formaciones de falanges que aún no habían alcanzado sus posiciones dieron media vuelta.
Se produjo una ruptura entre las dos alas de ambos ejércitos.
Segunda fase
Un tribuno romano desconocido, seguramente un centurión de triarios, advirtió que el ejército macedonio estaba partido en dos con los flancos de su falange expuestos. Tomó 20 manípulos de los triarios de las dos legiones (1.200) de la derecha, y se lanzó a la izquierda, para coger a la falange de Filipo por retaguardia.
Los falangitas atacados al mismo tiempo de frente y por la retaguardia, sufrieron cuantiosas bajas y comenzaron a rendirse y a tratar de huir.
Filipo, acompañado de algunos jinetes y hombres de a pie, se retiró del choque y contempló que su ala derecha estaba perdida, y que los romanos perseguían su ala izquierda. Dio por perdida la batalla, y reunió el mayor número posible de tracios y macedonios y emprendió la huida.
Secuelas
Los romanos persiguieron durante algún tiempo a los fugitivos, pero luego unos se dedicaron a desvalijar a los muertos, otros reunir a los prisioneros y la mayoría se lanzó a saquear el campamento macedonio. Pero cuando llegaron, se encuentraron con que los etolios se les habían anticipado.
Flaminio permitió la huida de Filipo que se retiró a Tempe con los supervivientes. De acuerdo con Polibio y Livio, 8.000 macedonios murieron y 5.000 fueron hechos prisioneros. Los romanos perdieron alrededor de 1.000 hombres.
Filipo se retiró hacia el valle del Tempe y, al día siguiente, avanzó hasta Gonos esperando a los que se hubieran podido salvar en la huida. Después envió un mensajero a Flaminio para tratar la paz.
Flaminio y el rey Filipo se entrevistaron en Nicea, donde llegaron a un preacuerdo. Informó a los aliados que Filipo cedía a los romanos toda la costa de Iliria, y devolvía los desertores y prisioneros que hubiera; a Átalo le devolvía las naves y las tripulaciones capturadas con ellas, y a los rodios la región llamada Perea, pero no pensaba retirarse de Jaso y Bargilias; a los etolios les devolvía Fársalo y Larisa, pero no Tebas; a los aqueos les dejaba libre tanto Argos como Corinto.
Descontentos todos los presentes de las condiciones de paz ofrecidas insistieron en que, primero, Filipo debía cumplir la demanda exigida unánimemente, que era retirarse de toda Grecia, pues de lo contrario discutir los puntos uno por uno era vano y no conducía a nada.
Se concedió una tregua de cuatro meses, Filipo abonó a Flaminino 200 talentos y le entregó a su hijo Demetrio (su segundo hijo, de once años) y a otros amigos como rehenes; enviando una embajada a Roma a tratar la situación y a confiar al Senado la decisión definitiva. Se estipulaba que si no se llegaba a una paz definitiva, Flaminino devolvería a Filipo los rehenes y los 200 talentos.
La embajada enviada a Roma no consiguió formalizar el acuerdo de paz con el Senado, los embajadores del rey fueron despedidos y se dejó a libre criterio de Flaminio la decisión acerca de la paz o la guerra. Este, al conocer la decisión del Senado, cortó inmediatamente las negociaciones con Filipo y declaró que no pensaba recibir más embajadas, salvo la que anunciase que se retiraba de toda Grecia.
El senado le prorrogó el mando a Tito Quincio Flaminio hasta nuevo decreto. Se le asignó un suplemento de 6.000 soldados de infantería, 300 de caballería y 3.000 aliados para la flota. A su hermano Lucio Quincio se le prorroga el mando de la armada.
Filipo comprende que la cuestión se iba a resolver en el campo de batalla y que para ello precisaba concentrar todas sus fuerzas traídas desde todas partes. Estaba preocupado por las ciudades del Peloponeso, región alejada para poder defenderla, más en concreto por la ciudad de Argos. Es por esto que decide confiársela como en usufructo a Nabis, tirano de Lacedemonia y rey de Esparta, de forma que si él resultaba vencedor se la devolviera, y si las cosas salían mal se quedara con ella.
Pero una vez que cambia Argos de manos, Nabis olvidó lo pactado con Filipo y envía emisarios a Flaminio para entablar una alianza. Flaminio le pone como condiciones que acabe su guerra contra la Liga Aquea y que mande tropas auxiliares contra Filipo.
El rey Átalo no estaba de acuerdo en establecer una alianza con Nabis si este no retiraba antes la guarnición que había introducido en Argos; Nabis se negó.
La cuestión se aplazó con la formalización de una tregua de cuatro meses entre aqueos y lacedemonios.
El invierno tocaba a su fin e iba a comenzar la campaña de primavera.