¡Ayúdanos a mejorar el blog!
Si ves alguna palabra mal escrita, o frase que no tenga mucho sentido, es muy fácil hacérnoslo saber. Sólo tienes que seleccionar las palabras que te resulten sospechosas y pulsar las teclas CONTROL y ENTER. Se abrirá un formulario con el texto seleccionado, y con pulsar enviar recibiremos tu notificación.
También puedes abrir el formulario pulsando el siguiente botón
Antecedentes
El nombre de Tacfarinas viene del bereber Tiqfarin latinizado. Este hombre pertenecía a la tribu de los musulamios, calificados por Tácito como pueblo poderoso, situados junto a los desiertos del África y que por entonces no habitaba todavía en ciudades. Durante el reinado del emperador Tiberio se alzaron en armas y arrastraron a la guerra a sus vecinos los mauros, dirigidos por Mazippa, que con sus tropas ligeras llevó a todas partes el incendio, la muerte y el terror.
Por las escasas fuentes clásicas que abordan su rebelión, principalmente Tácito en sus Anales, se deduce que Tacfarinas no procedía de familia noble o acaudalada. Como muchos otros jóvenes musulamios, acabó enrolándose como jinete auxilia de las legiones. En el año 15 desertó, quizá fue por una decisión impulsiva ante alguna injusticia, o quizá porque su plan de insurgencia estaba ya maduro.
Empezó la sublevación y algunos sus paisanos musulamios le dieron pleno apoyo, creando con su experiencia de combate organizó una banda de salteadores profesionales que comenzó a hostigar los intereses de Roma en la región. También se unieron los cinitios (cinithii), nación nada desdeñable contando además con el apoyo de los garamantes, que actuaron como receptores del botín.
Otro caudillo local, el mauro Mazippa, reunió fuerzas con él, pues este jefe tribal mantenía su disputa personal con el rey Juba II, regente de aquel reino cliente. Mientras Tacfarinas organizó a su infantería al estilo romano, Mazippa se encargó de crear un cuerpo de caballería formidable con el que dar cobertura a su colega y mil quebraderos de cabeza al procónsul de África.
Los enfrentamientos se prolongaron a lo largo de siete años y se resolvieron con cuatro campañas que los generales romanos dirigieron como respuesta a las ofensivas de Tacfarinas.
Primera campaña Marco Furio Camilo
El gobernador de la zona Marco Furio Camilo, harto de las airadas protestas de los latifundistas cuyos campos eran saqueados en las recurrentes razias de Mazippa, movilizó en la primavera del 17 a la legión III Augusta y sus cuerpos auxiliares dispuesto a presentar batalla al númida rebelde.
Ambos ejércitos se encontraron en la llanura entre Haidra (donde se encontraba el campamento principal de la legión III) y los montes Aures.
Furio Camilo desplegó sus tropas como de costumbre, con la legión III en el centro, con los auxiliares íberos y tracios en los flancos, la caballería ligera númida enviada como refuerzo por Juba II y la caballería romana en las alas. En total disponía de unos 10.000 hombres.
Tacfarinas, que disponía de 20.000 guerreros, envió a su caballería para tratar de envolver ambos flancos romanos, que empezaron a ceder ante la presión.
Pero en el centro, los legionarios de la III Legión causaban estragos entre la pobremente protegida infantería ligera de Tacfarinas. Varios intentos de la caballería númida por romper el muro de escudos de los legionarios fracasaron. Y la guardia personal de Tacfarinas, entrenada y armada al modo legionario, no era suficiente para romper la línea romana.
Tacfarinas se vio obligado a retirarse con sus tropas, dejando a Furio Camilo como vencedor.
Cuando el emperador Tiberio recibió las noticias de la victoria de Furio Camilo, estaba tan contento que le concedió la insignia triumphalia, un alto premio, pero inferior al triunfo, que en aquella época solo se concedía a los miembros de la familia Julia-Claudia, la familia del emperador Tiberio.
Aparentemente, Tiberio estaba muy contento con la victoria, pero tampoco quería que nadie le hiciera sombra o amenazara su poder. Según Tacito, “era la primera vez en siglos que algún miembro de la familia Furii conseguía fama militar” y Tiberio no quería que Furio consiguiese otra.
Así que decidió apartar a Furio Camilo de la vida pública, consiguiendo que el Senado le nombrara frates arvales, sacerdote de una cofradía dedicada al culto de diosas de la fertilidad (Lares, Flora, Dea, etc).
Este culto había sido muy importante en los primeros siglos de Roma, aunque había perdido bastante importancia durante la época republicana, para volver a ser reactivado por el emperador Augusto, que lo había convertido en una cofradía religiosa reservada para los grandes aristócratas y miembros de la familia del emperador.
Pero los problemas en África no habían terminado. Al poco tiempo volvieron a sufrir las incursiones de las tropas de Tacfarinas.
Segunda campaña: Lucio Apronio (15-17)
Poco después de que Camilo celebrase su victoria, Tacfarinas volvió a la carga, continuando con su estrategia de guerrillas, tan típica en tierras africanas e hispanas. Las protestas continuaron y el siguiente procónsul para el 18, Lucio Apronio, se vio forzado a reemprender la campaña contra los insurgentes.
Tacfarinas se envalentonó tras realizar varias incursiones relámpago con mucho éxito, tanto como para poner sitio a un campamento junto al río Pagyda en el que una cohorte de la legión III Augusta permanecía fortificada. Un centurión llamado Decrio que era el primus pilus estaba al mando de aquel contingente y, según nos lega Tácito, “consideró vergonzoso que los legionarios romanos se sintiesen asediados por una chusma de desertores y vagos”.
Decrio dirigió una salida para romper el cerco, la acción fracasó debido a la superioridad numérica de los númidas. El valiente centurión, herido de flecha en un ojo y varias partes más de su cuerpo, les ordenó a gritos a sus hombres seguir avanzando, pero aquellos, atemorizados por la fiereza de los indígenas, le dejaron morir solo y se retiraron al resguardo de los muros de su campamento.
Tacfarinas, apremiado por la llegada de Apronio y los refuerzos, levantó el cerco, pero el procónsul, cuando liberó el campamento y supo de la conducta ignominiosa y cobarde de aquella cohorte, ordenó que se aplicase el peor castigo disciplinario del ejército romano: la decimatio. Uno de cada diez hombres murió apaleado por sus propios compañeros.
El escarmiento del río Pagyda resultó un estímulo implacable para las tropas romanas. Poco después, la legión III Augusta se enfrentó a Tacfarinas en Thala (Túnez, el mismo lugar donde fue vencido 120 años atrás Yugurta), a poca distancia de la actual Haïdra, siendo derrotando de nuevo al enfrentarse en campo abierto. Esta victoria romana le hizo comprender a Tacfarinas que no debía enfrentarse a los romanos en una batalla convencional, obligándole a seguir con la guerra de guerrillas.
Para mayor cúmulo de desgracias, durante su repliegue hacia la costa, fue sorprendido por un destacamento mandando por el hijo del procónsul, Lucio Apronio Cesanio; en la escaramuza consiguiente, consiguió escapar y refugiarse en los Montes Aurès, pero a costa de perder todo el botín de guerra que había amasado tras tres años de correrías.
Apronio padre lo exhibió por las calles de Roma en el triunfo que el Senado le concedió por semejante hazaña, y la obtención del septemviratus epulonum para su hijo L. Apronio Caesiano, por haber hecho retroceder a los númidas hacia el desierto.
Tercera campaña: Quinto Junio Bleso
Poco después de dicho triunfo, Tacfarinas envió un embajador a Roma, dispuesto a entrevistarse con el mismísimo Tiberio y reclamarle tierras para él y los suyos dentro de la provincia a cambio de un armisticio total. La misiva, más que una oferta de paz, era un chantaje, pues Tacfarinas advertía al emperador de que, de no aceptar, mantendría sus hostilidades de forma permanente en una guerra sin fin contra Roma. La oferta del númida era seria, pero Tiberio estalló en cólera cuando la escuchó. Tácito recoge en sus Anales que el emperador, dijo: “Ni siquiera Espartaco se atrevió a enviar mensajeros”.
En el año 21, el emperador Tiberio escribió una carta al Senado, en la que exigía a este que eligiera sin más tardanza a un nuevo gobernador, experimentado y en buena forma física para hacer frente a Tacfarinas. Tiberio insinuó al Senado que tenía que elegir entre dos nombres: Marco Emilio Lepido y Quinto Junio Bleso.
Marco Emilio Lepido no tenía el menor interés en marchar al norte de Africa, así que comenzó a poner excusas para no ser elegido por el Senado: tenía mala salud, hijos de corta edad y varias hijas casaderas, etc.
El otro candidato a gobernador, Quinto Junio Bleso, era tío de Lucio Aelio Sejano, el influyente prefecto de la guardia pretoriana del emperador Tiberio, era la “siniestra” mano diestra de Tiberio, un veterano de las legiones con experiencia en gobernar provincias conflictivas como Panonia.
Además de la legión III Augusta instalada en África, Bleso se llevó consigo la legión IX Hispana y la XV Cohors Voluntariorum desde el limes del Danubio. Entre las dos legiones, la cohorte y sus auxilia, Bleso reunió cerca de 20.000 hombres en su aventura africana. Su primera disposición fue sencilla: el perdón indiscriminado para quien desertara de la revuelta, excepto para Tacfarinas.
El nuevo procónsul, contaba con el doble de efectivos que sus dos antecesores, cambió de estrategia. No buscó un combate campal en el que vencer para exterminar a los rebeldes, sino que partió sus fuerzas en tres columnas: una sería liderada por Publio Cornelio Lentulo Escipión, que mandaba la legión IX Hispana; la segunda mandada por el hijo del procónsul Bleso, que mandaba la legión III Augusta. La tarea de la legión IX Hispana era conservar a toda costa los dominios romanos en las cercanías de Leptis Magna, en Tripolitania, la parte este de África proconsular. Una ciudad muy rica, sobre todo gracias a la exportación de aceite de oliva, que ya había sido atacada por Tacfarinas en varias ocasiones.
Bleso dividió las tropas en pequeños destacamentos al mando de comandantes con probada experiencia en la guerra en el desierto, y ordenó que ocuparan puestos claves en las montañas, como los accesos a las fuentes de agua. Comenzó la construcción de una cadena de fortificaciones desde el oeste de Ammadara hasta los montes Aures, comunicadas por constantes patrullas de caballería, para tratar de retener a los jinetes númidas en el desierto y evitar que se acercaran a la costa. Los pueblos y granjas que habían prestado algún tipo de ayuda a Tacfarinas y los suyos eran quemados hasta los cimientos, y sus habitantes eran masacrados o convertidos a la esclavitud.
La estrategia romana funcionó a la perfección, y a principios del año 22 la tribu musulamios estaba prácticamente sometida al poder de Roma. Solo quedaba un pequeño grupo de númidas que acompañaban a Tacfarinas en su huida, el hermano de Tacfarinas fue apresado. Inexplicablemente, Bleso puso fin a las operaciones de búsqueda de Tacfarinas. Consciente de que su mandato como procónsul terminaría en primavera, Bleso se retiró a Cartago y comenzó los preparativos para ceder el cargo a su sucesor.
Después de retirar sus tropas durante el invierno, Bleso volvió a Roma en la primavera del 23 y tuvo su triunfo, el último otorgado a alguien no perteneciente a la familia imperial; Tiberio quedó satisfecho, pero de nuevo, el problema quedó de nuevo sin resolver.
Cuarta campaña: Publio Cornelio Dolabela
El nuevo procónsul del año 24, Publio Cornelio Dolabela, se encontró con la triste realidad. Tacfarinas seguía pululando por el vasto territorio fronterizo que se extendía en el límite sur de la provincia, arropado por un ejército de disidentes, y los saqueos y correrías se seguían produciendo con absoluta impunidad. Tiberio y Bleso habían pecado de optimistas y no se habían detenido a pensar que la gran fuerza del líder rebelde residía en la inmensidad del desierto y sus correosos moradores.
No solo contaba entre sus filas a los prófugos libios, númidas o africanos, sino también colaboraban con él grupos de getulos y garamantes del árido sur, hasta los mauros descontentos con el rey Ptolomeo, hijo de Juba II, se pasaron a la causa númida. Atacaban y desaparecían en las arenas antes de que las guarniciones romanas pudiesen reaccionar. Las cohortes todavía no usaban camellos en aquella época y adentrarse en el inhóspito interior de Libia suponía una aventura fuera del alcance de un procónsul, por muy intrépido que fuese. Para mayor impulso de la revuelta, la salida de la legión IX Hispana de África fue utilizada como propaganda por los númidas para sumar efectivos, argumentando que los graves problemas del Imperio en el lejano norte les obligaban a sacar sus tropas de África. Había llegado el momento de liberar Numidia del yugo romano.
La capital de los garamantes, en el oasis de Garama (actual Jerma) se convirtió en una base de aprovisionamiento y un refugio seguro para los guerreros de Tacfarinas.
Toda esta coyuntura hizo que Tacfarinas se entusiasmara mucho más y pusiese sitio a la plaza de Thubuscum (Khamisa, Argelia), pero la rápida intervención de Dolabela desarticuló el asedio, provocando una nueva derrota indígena ante la disciplinada infantería legionaria.
El procónsul, más hábil que sus antecesores, no admitió la victoria hasta capturar al líder rebelde y emprendió su persecución. Valiéndose del apoyo de su aliado Ptolomeo, en cuyo territorio se había refugiado el númida, montó cuatro comunas bien nutridas de jinetes mauros cedidos por Ptolomeo y peinó el sur de la provincia valle a valle.
Un informador local avisó al procónsul de que Tacfarinas se encontraba escondido en las ruinas de un lugar llamado Auzea (Sour el-Ghozlane, Argelia). La zona era boscosa y ondulada, ideal para acercarse sin ser visto con una pequeña expedición. Así lo hizo Dolabela.
Llegó hasta allí, esperó toda la noche en silencio y, antes de que rompiera el alba, los confiados númidas se despertaron de súbito con las bocinas y los gritos de la legión. Los hombres de la legión III Augusta no tuvieron misericordia, mataron a todos los hombres que aún estaban medio dormidos. Las órdenes eran capturarle, le acorralaron cayendo sus guardaespaldas, después su hijo y, al final, solo y aislado se ensartó en las espadas de los legionarios que pretendían apresarle.
Dolabela, el verdadero vencedor del insurgente númida, reclamó su triunfo al Senado, pero su proposición fue desestimada por orden de Tiberio. Tácito intuyó la alargada sombra de Sejano tras aquella injusta decisión, pues si hubo alguien merecedor del triunfo sobre Tacfarinas, ese era Dolabela, aunque ello hubiese supuesto la vergüenza de Bleso, y peor aún, del propio Tiberio.
La ayuda de Ptolomeo no fue olvidada. Una delegación del Senado romano viají para visitar al joven rey mauritano, llevándole valiosos regalos y proclamándole amigo leal de Roma.
Los garamantes, por temor a que su propio apoyo a Tacfarinas pudiera traer represalias de los romanos, enviaron una embajada a Roma para demostrar su lealtad.