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Situación a la muerte de Carlomagno
A pesar de sus esfuerzos y su empeño, Carlomagno no logró dotar a su Imperio de una organización política que pudiera subsistir por sí misma a las amenazas que se cernían sobre él. Toda la organización del Imperio descansaba sobre la fidelidad de los nobles al Emperador, que era a la vez rey de los francos y de los lombardos. Todo ello en un contexto económico y social en el cual los condados se volvían cada vez más autónomos: en principio, como resultaba muy costoso mantener a un guerrero a caballo con todo su equipamiento, solamente los grandes propietarios podían permitírselo y los restantes hombres libres no tenían otra alternativa que encomendarse a un señor como vasallos. Hay que destacar que no existía un ejército permanente en el reino de los francos, sino que se realizaban levas de armas y cada guerrero debía equiparse por su cuenta.
Un imperio necesita dinero para sostenerse, y este dinero proviene generalmente del comercio, el Imperio Carolingio carecía de comercio, su economía se basaba en la agricultura que era casi de subsistencia, las tierras solo producían lo que la población local necesitaba y el excedente era donado a la Iglesia Católica.
Las ciudades estaban escasamente pobladas, la burguesía aún no había surgido como clase social y las provincias tenían que subsistir con sus propios recursos.
Así, entre el emperador y los hombres libres cada vez cobró más fuerza la casta intermediaria de los nobles a quienes sus vasallos debían responder. Era solamente cuestión de tiempo que en un tan extenso Imperio en el cual las comunicaciones eran tan escasas y deficientes, los vasallos respondieran más a sus señores locales que al propio emperador. Mientras Carlomagno vivió, su extraordinario prestigio, su mano firme y su férrea voluntad hicieron que se le obedeciera por encima de la desintegración que estaba en ciernes.
Únicamente si su sucesor hubiera sido un rey competente, el Imperio hubiera tenido posibilidades de sobrevivir, pero su sucesor Luis I el Piadoso era un incompetente.
En el 814, a la muerte de Carlomagno, Luis I subió al trono imperial, siendo coronado dos años más tarde en Reims por el papa Esteban IV. Por la Ordinatio imperii del 817, designó coemperador a su primogénito Lotario, de quien se reconocieron vasallos sus otros dos hijos: Luis, rey de Baviera, y Pipino, rey de Aquitania.
En el 829, seis años después del nacimiento de su hijo Carlos, fruto de su segundo matrimonio, Luis el Piadoso decidió concederle el reino de Alemania. Este hecho provocó la rebelión de los tres hijos mayores, que, en mayo del 830, consiguieron derrotar y destronar a su padre, proclamando emperador a Lotario. En octubre de aquel mismo año, sin embargo, la Asamblea de Nimega restableció a Luis I en el trono imperial.
Tratado de Verdún (843)
A partir del 833, las guerras familiares volvieron a resurgir, esta vez bajo la instigación del papa Gregorio IV.
Tras la muerte de Pipino I de Aquitania (838), en mayo del 839, el emperador convocó la Asamblea de Worms, que estableció una nueva división del imperio: Carlos el Calvo recibió la mitad occidental, Lotario la mitad oriental y Luis el Germánico se tuvo que conformar con Baviera. Al año siguiente, Luis el Piadoso murió mientras atravesaba el Rin, después de sofocar otra revuelta de su hijo Luis.
El Imperio se separó definitivamente en el 843 con el Tratado de Verdun, en el que los tres hijos sobrevivientes partieron el Imperio en tres reinos:
- Carlos II el Calvose quedó con Francia Occidental,
- Lotariose quedó con el centro del reino, Lotaringia desde el norte de Italia a los Países Bajos,
- y Luis II el Germánicose quedó con la Francia Oriental lo que llegaría a ser Alemania.
También en el 843 los musulmanes invadieron Italia y casi capturan Roma, así como también se adueñaron de Sicilia y destruyeron las fortificaciones de la Marca Hispana, haciendo incursiones en el sur de Francia.
En Lotaringia se encontraban las ciudades de Aquisgrán, Alsacia, Lorena, y muchas otras ciudades importantes que serían fuente de eternas disputas entre la Francia Oriental (Alemania) y Francia Occidental (Francia).
Las cosas empeoraron a finales del siglo IX, con las invasiones de los magiares, que habían ocupado las planicies de Hungría. Desde allí lanzaron una serie de incursiones a toda Europa Occidental hasta finalmente fueron derrotados en la batalla de Lechfeld en el 955.
Invasión vikinga
Sitio de París por los vikingos 845
Los vikingos se aprovechaban de las luchas intestinas entre los herederos de Ludovico Pío, primero hasta Ruen en 840. En 843, guerreros del reino de Vestfold, aparecieron surcando el Sena por primera vez.
El 28 de marzo de 845, una flota de 120 naves vikingas lideradas por Ragnar Lodbrok junto a Horik I de Dinamarca, con un ejército de unos 5.000 vikingos, se dirigió hacia la desembocadura del río Sena, al norte de Francia.
Los vikingos remontaron el Sena, se apoderan de Ruan (Rouen), arrasaron toda la región y en particular los monasterios y las iglesias, ricas en objetos preciosos, que excitó la codicia de los saqueadores. Continuaron hacia Saint-Riquier y realizaron incursiones a Saint-Germain-en-Laye y Rueil.
En marzo, Ragnar Lodbrok, decidido a continuar sus incursiones, subió por el Sena para llegar a París, de la que la Île de la Cité era, en ese momento, la única parte fortificada, estando los suburbios desprovistos de murallas.
En la primera batalla los vikingos se mostraron muy superiores, Ragnar venció sin problema, tomando 111 prisioneros.
Carlos el Calvo se puso a la cabeza de un ejército, solo para proteger la rica abadía de Saint-Denis. Ragnar tomó a los prisioneros francos que había capturado, los llevó hasta la orilla del Sena y los ahorcó a la vista del contingente franco de la otra orilla. Los soldados francos captaron el mensaje vikingo y se retiraron a toda prisa.
La abadía fue saqueada y los normandos se dirigieron luego a Saint-Cloud, también saqueada, y llegaron, por primera vez, el 28 de marzo de 845, a las murallas de París, con 120 barcos y unos 5.000 hombres.
Los vikingos atacaron el extremo occidental de la isla. Al no encontrar oposición, tomaron posesión de la ciudad y saquearon los suburbios de la margen izquierda, las abadías de Saint-Germain-des-Prés y Sainte-Geneviève. El rey Carlos el Calvo, nieto de Carlomagno, en aquellas fechas estaba muy ocupado combatiendo una rebelión de los bretones.
La población de París era de apenas unos miles de personas, seguía viviendo mayoritariamente en la Île de la Cité, una isla conectada con las orillas del Sena por sendos puentes.
Los vikingos enviaron un mensaje a Carlos el Calvo. La oferta por su pronta marcha a cambio de un suculento danegeld (tributo) de 7.000 libras (2.570 kilogramos) en plata y oro, ya que estaban empezando a padecer una enfermedad, posiblemente disentería. Carlos el Calvo aceptó, pero necesitaba tiempo para reunir la fabulosa suma que sería recolectada entre los habitantes del reino de los francos; hicieron falta dos meses para poder reunir el pago. Cuando llegó la fecha de la entrega, los vikingos estaban más que dispuestos para la marcha, ya que la enfermedad, los había diezmado de manera atroz, más de 600 vikingos perecieron.
Respetando su acuerdo, Ragnar y sus hombres salen de París más o menos intactos pero, a su regreso a Dinamarca, saquearon las ciudades del norte de Francia a su paso.
Conquista de París por los vikingos 856/7
En 856, los normandos del Loira tomaron y saquearon Orleans. Otros entraron en el río Sena, pasaron los siguientes meses saqueando los márgenes del río, y en noviembre situaron su campamento de invierno en Jeufosse. Nadie trató de detenerlos, y el día 28 de diciembre asaltaron París, siendo saqueada durante el mes de enero. Todas las iglesias fueron destruidas, excepto Saint-Denis, la iglesia de San Vicente y la catedral de San Esteban, que se salvaron de la destrucción, cambio de un generoso rescate en monedas. Pero los vikingos capturaron al abad de San Denis, y solo lo devolvieron cuando la iglesia pagó un fabuloso rescate de más de 300 kilos de oro y 1.500 kilos de plata.
Sitio de París por los vikingos 864 y 866
En septiembre del año 864 una flota de vikingos daneses volvió a remontar el Sena sin oposición, saquearon la abadía de Saint-Denis, además de llevarse todos los barriles de vino de la ciudad. En enero de 866 volvían a repetir la incursión, saqueaban París y llegaba de nuevo hasta Melun. Allí les esperaba un ejército franco, que huyó sin presentar combate.
El rey Carlos se vio obligado de nuevo a pagar tributo a los vikingos, para detener sus incursiones 800 kilos de plata fue el precio que tuvo que pagar el rey. Pero las arcas reales estaban vacías, y se impuso un impuesto especial a cada casa del reino para costear el enorme tributo: las casas de los hombres libres debían pagar 6 denarios, los siervos 3 (un denario carolingio era una moneda de aleación de plata de poco menos de dos gramos de peso; con un denario se podía comprar aproximadamente un kilo de pan de trigo).
En 864, ante la completa derrota militar, el rey Carlos el Calvo publicó el edicto de Pistres, con el que creaba una fuerza de caballería bajo control real que debía estar lista para ser convocada contra cualquier ataque vikingo. Además, se ordenó la fortificación de puertos y puentes, con el fin de evitar que los vikingos se adentraran demasiado tierra adentro.
En 866, Salomón I de Bretaña, confirmó su alianza con el caudillo vikingo Hastein para una incursión en Anjou, Maine y Touraine. Durante la campaña, Le Mans fue saqueada. Roberto el Fuerte, margrave de la marca fronteriza de Neustria y comandante de las tropas en la región devastada, reunió un gran ejército para expulsar a los invasores y bajo el mismo pretexto se le unieron Ranulfo I de Poitiers, Gofredo de Maine y Hervé, duque de Maine.
Los francos tuvieron éxito interceptando a los daneses antes de que llegasen a sus naves en el Loira, el 2 de julio del 866, en la batalla de Brissarthe, los vikingos fueron derrotados y se refugiaron en una iglesia, pero los francos los rodearon; llegada la noche, Hasting intentó romper el cerco y escapó, Roberto el fuerte fue cogido por sorpresa y durante la batalla, Roberto fue abatido por un golpe de hacha, Ranulfo fue herido de muerte por una flecha y Hervé resultó herido. Con la pérdida de sus nobles, los francos fueron empujados y los vikingos consiguieron escapar.
Asedio de París por los vikingos 885/6
Hacia el año 885 los vikingos avanzaron por el río Sena llegando a París el día 24 de noviembre con 700 naves y un ejército de unos 20.000 efectivos dirigidos por Siegfried.
Al igual que los asedios anteriores, los vikingos no querían tomar la capital franca. Su principal objetivo no era ni siquiera la riqueza de la ciudad, sino la autorización para saquear Borgoña, siendo París la puerta de la rica provincia, ya que los vikingos se desplazan por el Sena.
La situación de París evitaba que los vikingos pudieran seguir avanzando por el cauce fluvial sin tomar la plaza. La ciudad contaba con fortificaciones modernizadas hacía tan poco tiempo que aún no estaban finalizadas, tanto en la Isla como los puentes.
Desde Ruen, la flota vikinga navegó por el Sena hasta Pont-de-l’Arche, donde fue detenida por el puente fortificado construido por Carlos el Calvo. Los vikingos se asentaron al oeste del puente, en el lugar que se convirtió en “Les Dans” y luego en Les Damps. Allí son atacados por las fuerzas del duque de Maine, Ragenold, que estaban formadas por soldados de Neustria y de Borgoña. Ragenold murió en la pelea y sus hombres abandonan la escena, sin que nadie sepa más sobre la pelea.
La flota vikinga siguió remontando el río y forzó el paso hasta el fuerte de Pitres, cerca de la confluencia del Andelle.
La Île de le Cité, el corazón de la ciudad, estaba conectada con la orilla izquierda (sur) por le Petit-Pont, que era de madera, y la cabeza del puente estaba protegido por una torre de madera llamada le Petit-Châtelet. La orilla derecha estaba conectada por el Grand-Pont, cuya cabeza de puente protegida por una torre de piedra llamada le Grand-Châtelet.
El 26 de noviembre, los vikingos lanzaron el primer asalto, se centró en la torre de defensa de un puente llamado Grand-Châtelet, que protegía le Grand-Pont; con grandes esfuerzos fue rechazado y a pesar de los desperfectos por la noche fue reconstruida. Al día siguiente intentaron realizar una mina y perforar los cimientos, pero fueron de nuevo rechazados por los defensores, lanzándoles piedras y una mezcla de aceite, cera y pescado. 300 vikingos murieron en el intento.
Viendo que iba para largo, los vikingos decidieron prepararse para un asedio, construyendo un campamento atrincherado en Saint-Germain-le-Rond y devastaron el país circundante para asegurar su suministro. Durante dos meses construyeron máquinas de asedio como arietes, torres, catapultas y mantos (grandes escudos). Los defensores por su parte construyeron un mangonel y catapultas.
El 31 de enero de 886, los vikingos, divididos en tres grupos, lanzaron un asalto general contra el Grand-Châtelet y el Grand-Pont en la margen derecha, tanto por tierra como por el río, sin conseguir quebrantar la resistencia de los francos.
El ataque se renovó el 1 de febrero: los vikingos intentaron llenar los fosos de la torre; al día siguiente avanzaron con sus tres arietes, pero el fuerte fuego del mangonel y de las catapultas francas no les permitieron acercar los arietes.
El 2 de febrero, decidieron cargar tres navíos con materiales incendiarios y lanzarlos sobre el Gran Puente, con el fin de quemarlo. Los barcos chocaron contra los pilares de piedra y los defensores consiguieron apagarlos.
El 3 de febrero, los normandos se retiraron a sus campamentos con sus máquinas de asedio, abandonando los tres arietes a los parisinos.
Sigfrido luego se retiró momentáneamente con sus tropas para ir y devastar el este de Francia, cerca de Reims, con el fin de hacer salir a los defensores.
El 6 de febrero, los vikingos logran apoderarse del Petit-Châtelet, que defendía el Petit-Pont, en la margen izquierda del Sena, gracias a una crecida del Sena que arrastró le Petit-Pont, dejando le Petit-Châtelet aislado de la Île de la Cité. A la mañana siguiente, los vikingos lanzaron un ataque contra el aislado Petit-Pont, empujaron un carro cargado de material inflamable contra la torre, y le prendieron fuego, sus últimos defensores, una docena en total, tuvieron que abandonar le Petit Châtelet y refugiarse en el puente; con el fuego delante y el agua detrás, no les quedó más remedio que rendirse. Fueron masacrados excepto un tal Eriveus, que le mantuvieron como rehén para obtener un rescate. Los cuerpos de los defensores fueron arrojados al Sena.
Después de este episodio, el asedio continuó. El 16 de febrero, parte de los vikingos atacó Chartres sin éxito; también fueron controlados frente a Le Mans, pero tomaron y saquean Évreux.
En marzo de 886, el obispo de París, llamado por Gauzlin, estaba a cargo de la defensa de la ciudad junto con el conde Eudes. Se realizó intentó un intento de alivio a través de Erkenger, conde de Boulogne, se puso en contacto con el conde Enrique de Franconia, este se acercó a París y fue rechazado, escapando de la masacre.
Tras su partida, los vikingos se instalaron en la margen izquierda del Sena, en los alrededores de Saint-Germain-des-Prés. Eudes y Gauzlin iniciaron negociaciones con el jefe Sigfrido, ofreciéndole 60 libras de plata a cambio de su retirada. Pagado, Siegfried condujo a sus tropas a la fácil conquista de Bayeux, pero muchos vikingos, de los cuales él no era su líder, y no se han beneficiado de este tributo y se negaron a seguirlo. Persistieron en sus ataques pero fueron repelidos.
El obispo Gauzlin murió el 16 de abril, víctima de la epidemia que asola la ciudad. El 12 de mayo, tras la muerte de Hugues l’Abbé en Orleans, los sitiados perdieron la esperanza de su refuerzo.
El 28 de mayo, el conde Eudes abandonó la ciudad en secreto para buscar la ayuda del Emperador. El abad de Saint-Denis, Ebles, defendió eficazmente París contra los ataques normandos y aseguró su suministro en su ausencia.
El asedio se iba alargando y los vikingos, que no estaban acostumbrados a perder, no querían dar su brazo a torcer y seguían batallando. Evidentemente, el estar sitiados, aunque resistiesen con firmeza, tampoco era del gusto de los franceses.
El conde Eudes regresó a París en junio, con un cuerpo de tropas frescas y provisiones, entrando por Montmartre. Los vikingos intentaron cerrarle el paso. Pero los jinetes carolingios se impusieron a los vikingos y consiguieron entrar en la ciudad.
Llegada del Emperador
El 30 de julio de 886, el emperador Carlos III el Gordo, de regreso de Italia, se encontraba en Metz donde decidió marchar contra los vikingos de París; avanzó lentamente, frenado por la lluvia y las inundaciones. Llegó a Attigny el 16 de agosto, el 22 se encontraba Servais cerca de Laon. Cuando llegó a Quierzy, envió al conde Enrique de Franconia a reconocer. Este fue muerto en una emboscada frente a París el 28 de agosto.
Más tarde, ante la llegada de las tropas imperiales, los normandos intentaron una nueva ofensiva contra la ciudad. Consiguieron entrar en la ciudad por sorpresa, logrando saquear varios edificios religiosos. Sin embargo, tuvieron que salir para no quedar atrapados entre los francos en la ciudad y el regreso del ejército franco con el Emperador.
El grueso de las tropas francas llegó frente a París en septiembre. El emperador no se atrevió a enfrentarse a los vikingos y negoció con ellos cuando se enteró del regreso de Sigfrido y su grupo.
Tras un tira y afloja en la negociación, los nórdicos aceptaron el pago de 700 libras de plata, pero con la condición de que les dejasen seguir navegando hasta llegar a Borgoña, con la intención de saquearla. El monarca dio su visto bueno, debido a que los borgoñeses no reconocían la autoridad de Carlos III sobre esa región, pero también puso un requisito: no les daría el pago hasta que no pasasen de vuelta y viese la clara intención vikinga de abandonar aquella región.
Los vikingos tuvieron que rodear París y sus puentes arrastrando sus barcos en tierra firme hasta el Marne. Suben por el Sena, luego por el Yonne. Atacaron Melun el 30 de noviembre de 886, pusieron sitio a Sens, que resistió; como en París, asolaron la zona circundante, sin embargo, la abadía de Sainte-Colombe de Saint-Denis-lès-Sens se salvó esta vez. Saquearon las abadías de Saint-Germain d’Auxerre, Bèze y Flavigny donde permanecieron del 11 al 25 de enero de 887.
En mayo, según lo acordado, regresaron a París; cruzaron el puente sin oposición y se establecieron en su antiguo campamento en Saint-Germain-des-Prés. Recibieron su tributo de 700 libras, suma que el nuevo obispo Anscheric había ido a cobrar del Emperador en Kirchen, en Alemania. Pero en lugar de ir río abajo, intentaron volver río arriba y cruzar los puentes por sorpresa. Al anunciarse el incumplimiento del tratado y la matanza de veinte cristianos por parte de los vikingos, los parisinos ejecutaron a un puñado de normandos que se encontraban en la ciudad, a excepción de los protegidos por el obispo Anscheric, probablemente como rehenes.
Sin esperárselo, se encontraron con la oposición del conde Eudes y los aguerridos parisinos que se negaban a dejarles navegar por allí, provocando que los vikingos volviesen a atacarlos y se librase otra batalla.
Pero esta vez los franceses estaban mucho mejor preparados, por lo que los escandinavos vieron que poco iban a poder hacer, decidiendo finalmente desembarcar, portar sus naves a hombros de sus miles de hombres y dejar atrás la ciudad. Una vez pasado París volvieron a entrar en el Sena y navegaron de vuelta al norte.
Tras casi dos años de asedio en suelo francés, los vikingos regresaron a casa cargados de todo los que habían saqueado en Borgoña y el dinero del rey francés, pero con la moral baja tras no haber conseguido invadir París.
En noviembre de 887, el rey Carlos el “Gordo” fue depuesto por su sobrino, Arnulfo de Carintia; que junto con el conde Eude (Odón) se convirtieron en el azote de los vikingos, y los mismos vikingos que habían intentado tomar París fueron casi exterminados por el ejército de Arnulfo en la batalla del río Dyle, cerca de Lovaina, en la actual Bélgica, en septiembre de 891.
Los vikingos habían construido un campamento bien fortificado para pasar el invierno, pero las tropas del rey Arnulfo rodearon la zona y su caballería evitó que los vikingos pudieran aprovisionarse convenientemente. Acuciados por el hambre, los vikingos intentaron una salida desesperada para romper el bloqueo. Pero los francos habían perdido el miedo a los vikingos, repelieron con facilidad el ataque y contraatacaron asaltando el campamento. Los vikingos, debilitados por el hambre, trataron de escapar cruzando el río, pero sus corazas y pesadas armas los obstaculizaban, y en la consiguiente refriega, cientos de ellos murieron aplastados por los caballos o ahogados en las aguas del río.
Según la leyenda, había tantos cadáveres de vikingos (entre ellos el del rey Sigfrido) en el río que formaron un dique que no permitía el paso del agua. Y a partir de entonces, la bandera de Lovaina paso a constar de tres franjas roja-blanca-roja, en recuerdo a las riberas ensangrentadas del río Dyle tras la batalla. Los vikingos supervivientes se retiraron hacia Bolonia, desde donde cruzaron a Inglaterra en el 892.
En el 911, el líder vikingo Rollón obtuvo del rey de Francia Carlos el “Simple» el ducado de Normandía por el Tratado de Saint-Clair-sur-Epte.