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Llegada al Poder
Kavad I fue sucedido por su hijo menor Cosroes I (Kisrá en árabe que significa cesar); Bawi, junto con otros miembros de la aristocracia persa, se involucró en una conspiración en la que trató de derrocarle y hacer que Kavad, hijo de Zamasp (Zames), el segundo hijo mayor de Kavad, el rey del Imperio de sasánida. Al enterarse de la trama, Cosroes ejecutó a todos sus hermanos y sus descendientes, junto con Bawi y los otros «notables persas» que estaban involucrados, también ordenó la ejecución de Kavad, que todavía era un niño, y se encontraba lejos de la corte, estaba siendo criado por Adergoudounbades. Cosroes envió órdenes para matar al niño, pero Adergoudounbades desobedeció y lo crio en secreto, hasta que fue traicionado en 541 por su propio hijo, Bahram (Varranes). Cosroes le hizo ejecutar, pero Kavad, o alguien que dijo ser él, logró huir al Imperio bizantino.
Cosroes I fue uno de los más notables monarcas sasánidas. Demostró ser un gran adversario para Justiniano y fue al mismo tiempo un monarca interesado por la filosofía y el arte y un estratega sin escrúpulos. En muchos aspectos, llevó al Imperio sasánida a su apogeo. Ordenó la traducción de varias obras griegas e indias al persa. Respetado por sus adversarios, se ganó el sobrenombre de Anushirvan (de espíritu inmortal). Derrotó a la secta de los mazdaquitas y llevó a cabo reformas en el ejército y en la política interior, que afirmaron el poder real y disminuyeron el de la nobleza. Estas reformas le aseguraron ingresos superiores y posibilitaron su política expansionista.
Cosroes I Anushirvan consagraría su reinado a lograr seis grandes objetivos:
- Dotar al Imperio sasánida de unas mejores bases administrativas, económicas y militares.
- Restaurar definitivamente y de forma incontestable la autoridad y el prestigio reales frente a nobles y magos.
- Poner fin a las tensiones sociales.
- Acabar con la pesada losa que significaba para Persia el vasallaje heftalita.
- Lograr el dominio de Persia sobre Arabia y el océano Índico.
- Conseguir una posición de hegemonía sobre el Imperio bizantino.
Tuvo éxito en cinco de estas reformas.
Reformas militares
La reforma del ejército y la reorganización de la administración militar y civil del Imperio era una tarea ingente. Hasta entonces y desde los días de Artashir I, el Imperio sasánida había fiado la composición de sus ejércitos a un sistema arcaico de reclutamiento basado en que cada azadan o miembro de la alta nobleza del Imperio; debía, a requerimiento del rey, presentarse ante él armado y acompañado por una comitiva reclutada y armada a sus expensas. A estos contingentes aportados por los nobles, el rey sumaba los cuerpos de caballería de élite de sus guardias, los Zhayedan y los Pushtighban, 10.000 y 1.000 hombres respectivamente; los contingentes aportados por los pueblos vasallos del Imperio y las tropas de infantería ligera reclutadas por el rey entre los campesinos sometidos a tributación.
El sistema tenía muchas carencias. En primer lugar, el rey dependía, en no poca medida, de la buena voluntad de los nobles a la hora de proporcionarle tropas y de equiparlas correctamente; en segundo lugar, estos contingentes nobiliarios eran de dudosa fidelidad, pues se debían más a su señor que al lejano y desconocido Shahansha (rey de reyes).
Por si lo anterior fuera poco, su calidad era también muy desigual, pues no eran soldados profesionales, sino solamente levas más o menos entrenadas. Realmente, fuera de los zhayedan y de los pushtighban, de los propios nobles, entrenados desde niños en el arte de la guerra, y de los contingentes aportados por los pueblos guerreros sometidos al rey de reyes; Persia carecía de un ejército debidamente entrenado y equipado. De hecho, solamente un cuarto de los efectivos con que contaba el ejército persa podía ser considerado como verdadera y efectiva fuerza de combate. Cosroes I se dispuso a terminar con esta situación que otorgaba más poder del necesario a la gran nobleza y menos efectividad de la debida al ejército del Imperio.
Encontró pronto una buena solución al problema: los dehqans o pequeña nobleza que tenía como origen a los campesinos más ricos o destacados de cada pueblo o aldea. Los dehqans habían ido asumiendo tareas de representación y administración de su poblado y equipados con caballo, solían formar parte de la caballería irania. Pero dado lo costoso del equipo de un catafracto persa, muchos de estos pequeños nobles carecían del dinero suficiente como para equiparse correctamente. Así que ordenó que los dehqans se presentaran ante los jefes de ejército, que estos revisaran su equipamiento militar y se lo completaran debidamente y a expensas del tesoro. Entonces los dehqans estaban tan bien armados como los azadan y, para dotarlos de una mejor preparación guerrera, el rey ordenó que se les pagara un sueldo regular como caballeros al servicio de los ejércitos. Debían disponer de cota de mallas completa, yelmo cerrado, coraza, grebas, guanteletes, arco compuesto, espada, lanza y maza, así como proveer al caballo de un peto.
Esta reforma tenía dos grandes ventajas: la primera era que incrementaba notablemente el número de savaran, es decir, de jinetes armados pesados y excelentemente entrenados. La segunda mejoraba la fidelidad, ya que los dehqans estaban agradecidos al rey por su mejora social y económica.
La siguiente medida militar fue la de reforzar las fronteras de mediante la instalación en ellas de contingentes de campesinos-soldados extraídos de los pueblos más belicosos del Irán o de los prisioneros hechos a los bárbaros. Así, por ejemplo, los bariz, un pueblo guerrero de las montañas de Kerman, en el Irán suroriental, tras rebelarse contra la autoridad del Shahansha, fueron sometidos por Cosroes I y deportados. Fueron divididos en varios contingentes, a las distintas fronteras del Imperio en donde recibieron parcelas de tierra, casas, aperos y armas, junto con la obligación de defender la frontera frente a los bárbaros y prestar servicio militar. Otro pueblo montañés iranio, los tchole, recibió igual tratamiento. Un nutrido grupo de alanos, abasgianos del Cáucaso y jázaros que habían atacado la frontera caucásica del Imperio y saqueado Perso-Armenia, y que, vencidos y hechos prisioneros; fueron asentados como tropas de frontera junto a los pasos del Derbent, que a partir de ese momento deberían defender frente a sus antiguos compatriotas.
Junto a ellos se acantonaron lo mejor y más numeroso del ejército regular, que las fronteras se fortalecieron mucho frente a las incursiones de los bárbaros y frente a los posibles ataques de hunos heftalitas y bizantinos. Para hacerlas aún más sólidas, Cosroes restauró las viejas fortificaciones del Derbent y de los pasos caucásicos. También el limes construido antaño por Sapor III frente a los árabes, se completó y mejoró las fortificaciones existentes en la Armenia persa, en la alta Mesopotamia y en la Iberia caucásica, destinadas a hacer frente a los romanos. Pero sin duda, la gran obra de Cosroes en la tarea de fortificar las fronteras de su Imperio, fue la de levantar la gran muralla de Gurgan, al sureste del mar Caspio. En esta región hay una llanura que se extiende desde el pie de la gran cordillera que bordea el límite meridional del mar Caspio, hasta los estériles yermos del Turquestán meridional. Cosroes I edificó una impresionante muralla de más de 100 kilómetros de largo, dotada de un ancho y profundo foso y, a intervalos regulares de torres y fortines.
La tercera tarea para mejorar su ejército fue la de dotarse de una infantería regular capaz de verse las caras con la infantería pesada bizantina. Para dotarse de esos cuerpos de infantería pesada y disciplinada, Cosroes acudió a los dailamitas, un belicoso pueblo de las montañas suroccidentales del mar Caspio. Estos montañeses, fornidos y feroces, fueron equipados con un magnífico y variado armamento: yelmo, cotas de malla, pequeños escudos sujetos a su brazo izquierdo, lanzas cortas similares a la vieja »pilum romana», arcos, dagas, largas y pesadas espadas que adornaban con el mítico emblema de la “pluma de Varanga” y hachas de combate. Fueron instruidos para combatir en orden cerrado, escudo contra escudo, y para lanzarse a la carga contra la infantería enemiga a fin de romper sus líneas con el formidable impacto de sus armas y el empuje de su choque.
Para completar los magníficos contingentes de infantería dailamita, Cosroes I reclutó también a numerosos destacamentos de campesinos de Media y Azerbaiyán, famosos también por su robustez y valor, así como a cuerpos de montañeses del Gelum, del Tabaristán y de Gurgan, regiones todas ellas ribereñas del mar Caspio.
Finalmente, para completar sus ejércitos y dotarlos de unidades ligeras tuvo que seguir recurriendo a los viejos métodos: levas forzosas y de poco valor extraídas del campesinado para componer a la infantería ligera, y contingentes de aliados y vasallos árabes y turanios para hacerse con la caballería ligera.
Dividió el Imperio en cuatro grandes regiones militares llamadas padhgos, cada una al frente de un spahbad que se centraban en la defensa y administración de su cuarta parte del Imperio. Además, en caso de necesidad, el Shahansha podía ordenar a cualquiera de los cuatro spahbad que abandonara su región y se trasladara a otra, al frente de sus contingentes, para incrementar las tropas en un punto concreto de las fronteras.
Guerra contra Bizancio
En el año 540, Cosroes I vio llegado el momento oportuno para atacar al Imperio romano de Oriente. Le sirvieron como pretexto los problemas no resueltos entre los árabes vasallos de Constantinopla y los subordinados a Persia, los gasánidas y los lákhmidas, respectivamente; quizá influyó también la oferta de alianza que le fue hecha por los ostrogodos.
En primavera del 540, Cosroes se internó en Siria con un enorme ejército. Su ejército atravesó el Éufrates a la altura de Kirkesion, dejando a un lado las imponentes fortalezas de Circesio y Zenobia, avanzó hacia Antioquía.
Justiniano envió a Antioquía a su pariente Germano, un general competente, para que organizase la defensa de las ciudades principales. Pero Germano solo tenía a su disposición la ridícula cifra de 300 hombres. Tras haber inspeccionado las instalaciones defensivas de la ciudad, decidió que era absurdo intentar defenderla, ya que no habían llegado los refuerzos prometidos.
Cosroes, en su camino hacia Antioquía, conseguía por la fuerza fondos de varias ciudades romanas con la amenaza de un asedio. Otras ciudades fueron atacadas porque no pudieron reunir la suma requerida como Sura fue tomada y su población masacrada y deportada.
Tras Sura, cruzó el Éufrates y enfiló el camino de Antioquía, la gran ciudad siria, la tercera urbe del Imperio. Tras presentarse frente a Hierápolis, levantó el asedio a cambio de que los habitantes de la ciudad le pagasen un crecido rescate. Luego, devastando los campos, se acercó a Beroea, también llamada Berea (actual Alepo). Allí, el rey persa realizó un amago estratégico y fingió volver hacia la frontera, pero, desandando el camino, se plantó inesperadamente ante las murallas de Antioquía. La gran ciudad estaba pobremente defendida y además, confiando en sus impresionantes murallas y en las 400 torres que estas ofrecían como baluartes frente al enemigo, se negó a pagar rescate alguno a Cosroes. Este procedió furioso al asalto de las murallas: la pericia de sus guerreros y la cobardía de la guarnición de Antioquía propiciaron que la ciudad cayera en sus manos.
Fue salvajemente saqueada por el rey persa y sufrió saqueo, incendios y la deportación a Persia de miles de sus ciudadanos.
Las fuentes persas cuentan maravilladas cómo Cosroes I ordenó a sus arquitectos e ingenieros que tomaran nota de cada una de las calles, plazas, torres, edificios públicos y casas de Antioquía, cuya belleza le había sojuzgado; con el fin de construir junto a Ctesifonte una réplica exacta de la misma en la que asentar a los deportados de Antioquía.
Tomada Antioquía, Cosroes recibió grandes cantidades de oro y plata de las atemorizadas ciudades de Siria, entre ellas de Seleucia del Orontes, Calcis y Apamea. Tal era la sensación de triunfo absoluto de los ejércitos persas sobre los de la Romania que en Apamea, Cosroes llegó a presidir las carreras de carros en el hipódromo de la ciudad.
Eufórico por sus victorias, el rey persa se volvió hacia el Éufrates y se plantó ante Edesa; no pudo tomarla, por lo que la fama de la ciudad como inconquistable creció. Tampoco logró tomar la gran ciudad-fortaleza de Dara, según una crónica »separaba a la infantería de Cosroes plantada ante los muros de Dara en dos grupos bien definidos: los verdaderos infantes, posiblemente compañías de arqueros y de infantería pesada, que según el cronista sumaban 40.000 hombres, y los campesinos que, en número de 120.000, se dedicaron durante el asedio a cavar trincheras, fortificar el campamento persa, construir terraplenes y máquinas de asedio, cavar minas y en lanzarse, en sangrientas oleadas, contra los muros de la gran ciudad-fortaleza; auténtica carne de cañón destinada a agotar las fuerzas de los defensores y a preparar así los verdaderos ataques que la infantería de línea lanzaba tras ellos».
Así que, tras negarse a firmar un acuerdo de paz con Justiniano, Cosroes regresó a territorio persa cargado de tesoros y prisioneros. Había quedado de manifiesto el poderío militar que la nueva Persia de Cosroes I tenía entonces en sus manos.
La caída de Antioquía causó una honda impresión a los romanos. Ahora se pagaba el hecho de que las tropas de Justiniano se hubieran desplazado a Italia para combatir a los ostrogodos. Sin embargo, el emperador reaccionó resueltamente ante la amenaza persa.
Envió a Belisario a Oriente, para enfrentarse el peligro, y se trasladaron fuertes unidades militares a la frontera oriental, donde se encontraba un ejército romano con una fuerza aproximada de entre 15.000 y 30.000 hombres. Su objetivo era la gran ciudad-fortaleza de Nísibis, la principal plaza fuerte de Persia en la región. Tras un asedio lleno de penalidades y tras contemplar cómo sus aliados árabes gasánidas fracasaban en sus correrías sobre la zona Perso-Armenia, Belisario se vio obligado a levantar el sitio de Nísibis y retirarse al otro lado de la frontera.
En 541 los persas atacaron la región de Lazica, donde combatieron sobre todo en el territorio de la destacada ciudad de Petra, a orillas del mar Negro. Dejando tras de él Lázica y sus recientes conquistas allí efectuadas, se dirigieron a marchas forzadas hacia Siria, atacó Sergiópolis, que no pudo tomar, y amenazó con proseguir y conquistar Jerusalén. Hacia ella y por orden de Justiniano, se dirigió rápidamente Belisario. Tras un intercambio de embajadores, ambos comandantes militares juzgaron más sensato evitar la batalla. En su retirada hacia territorio persa, Cosroes tomó y saqueó Calínico.
Ese mismo año se desencadenó la conocida como «Peste de Justiniano«, que afectó duramente a los persas. Poco después, Belisario fue llamado a Constantinopla, para retornar a Italia donde los ostrogodos se habían sublevado a las órdenes de Totila, fue reemplazado por el general Martino.
En 543 los romanos, al enterarse de los efectos de la peste, atacaron la región Armenia persa con una fuerza de 30.000 hombres, que habían sido reclutados precipitadamente y no tenían cohesión. En su avance fueron sorprendidos en su desordenada marcha por las reducidas fuerzas del persa Nábedes, que con unos 4.000 hombres, el ataque que tuvo lugar cerca de Anglon, desorganizó de tal manera a la vanguardia del ejército romano que todo él se dio a la fuga.
Al año siguiente 544, Cosroes invadió de nuevo Mesopotamia y asedió de nuevo Edesa que tenía un gran significado simbólico, ya que allí se encontraba la Vera Cruz, una tela que según la tradición reproducía el rostro de Cristo, esta vez estaba determinado a tomarla. Construyó un gigantesco terraplén junto a las murallas de la ciudad, pero los edesanos lo minaron y destruyeron. Ordenó entonces varios asaltos generales que fracasaron todos. Poco después se iniciaron negociaciones, cuyo resultado fue un armisticio. Justiniano, que necesitaba tener libertad de movimientos en Occidente, pagó por él un alto precio. En el tratado no se trató explícitamente la cuestión de Lázica, ya que Cosroes no estaba dispuesto a renunciar fácilmente a sus pretensiones sobre dicho reino.
En 547 recomenzaron los combates, esta vez las principales operaciones estuvieron concentradas en Lázica, Iberia y Armenia. La superioridad romana se dejó sentir en esta nueva fase del conflicto con mucha mayor claridad que en el periodo anterior, dos ejércitos persas fueron derrotados en Lázica y otro sufrió en 549 una humillante derrota en las lindes de Armenia.
En 551, y como colofón de las numerosas victorias logradas por los ejércitos de Justiniano, Petra, la principal ciudad del Lázica, fue recuperada por los ejércitos bizantinos tras un largo y exitoso asedio. Ante este nuevo varapalo bélico, Cosroes tuvo que aceptar de nuevo la paz que Justiniano le ofrecía, en ese mismo año, ya que Justiniano deseaba acabar con la larga guerra en Italia y estaba preparando, en ese mismo año de 551, el gran ejército que Narsés. Cosroes tuvo que aceptar la reconquista bizantina de Lázica y abandonar cualquier pretensión de conquistar territorios romanos, a cambio recibió 2.600 libras de oro.
En el año 553, los ejércitos de ambas potencias estaban de nuevo en plena campaña. Esta vez la apuesta fue mayor. Justiniano desplazó a Lázica un poderoso ejército de 50.000 hombres, mientras que Persia desplazó a la zona a 60.000 hombres. En 554, los persas con los refuerzos rompieron el frente romano en Lázica y tomaron varias fortalezas, pero fracasaron a la hora de hacerse con la capital del país, que defendieron con maestría las fuerzas bizantinas. La muerte de uno de los generales persas que combatían en Lázica, el spahbad Mermeroes; supuso un grave contratiempo para los persas, y a la larga derivó en un estancamiento del frente persa y en el comienzo de una gran contraofensiva romana que logró recuperar buena parte de las fortalezas perdidas; además de castigar a varias tribus del país que se habían pasado al bando persa.
En el 556, los persas tras sufrir importantes derrotas, fueron casi completamente expulsados, así que en 557, se acordó una nueva tregua, esta vez se incluyó Lazica. Esto preparó las bases para un nuevo tratado de paz, que ambos bandos, tras largas negociaciones, que concluyeron en 562, ya que tanto romanos como persas estaban expuestos a amenazas en sus otras fronteras. Los persas se enfrentaban al ascenso de los turcos occidentales, que habían destruido el Imperio heftalita.
El tratado se mantendría en vigor durante 50 años. Según sus cláusulas, parte de Lázica permanecía dentro del ámbito territorial bizantino, y los vasallos árabes de ambas potencias debían respetar la paz. Los persas debían proteger los puertos del Cáucaso de los ataques de los hunos y de otros pueblos bárbaros. El tratado contenía además otras disposiciones, acerca de asuntos como el trato que debía darse a los tránsfugas, así como el compromiso de no levantar nuevas fortalezas en la frontera romano-persa y cláusulas relativas a la política comercial.
Justiniano había logrado, al fin y al cabo, mantener las fronteras orientales de su Imperio, aun cuando fuese a costa de grandes esfuerzos. Un punto del tratado era, sin embargo, oprobioso para los bizantinos, adelante deberían abonar anualmente a los sasánidas un tributo de unas 500 libras de oro.
Campaña sasánida contra los heftalitas
Así que Cosroes, a fines de 557 e inicios del 558, desplazó al grueso de sus ejércitos hacia el Oxus (Amur Daria), y en la primavera de 558, en colaboración con los turcos occidentales de Istemi, atacó a los heftalitas. De esta manera, para el 558 los heftalitas estaban asistiendo al fin de su poderío: por el sur, el ejército de Cosroes les arrebataba los oasis de Merv y Herat, y penetraba en Bactriana; por el norte, los turcos de Sinjibu atacaban la Corasmia y la Sogdiana. A finales de ese mismo año, o a inicios del 559, los heftalitas sufrieron una serie de decisivas derrotas a manos de los Tu-kiu (turcos) y de los persas: una junto a la gran ciudad de Bujara, otra en los alrededores de lo que hoy sería Tashkent y la tercera, no lejos de Samarcanda.
Vencidos y empujados hacia el sur y hacia el oeste, los heftalitas abandonaron la Corasmia y la Sogdiana, y se retiraron hacia la Bactriana, donde se toparon con los ejércitos de Cosroes. Nuevamente hostigados, los hunos heftalitas pasaron entonces al Indu Khus y se refugiaron en sus territorios del norte de la India. Para el 563, los turcos occidentales y los persas controlaban la situación y los heftalitas solamente podían contar con que se les dejara en paz en sus refugios del norte de la India y de las vertientes meridionales del Indu Khus. Pero no fue así, pues, según recogen las fuentes persoislámicas, los ejércitos de Cosroes I pasaron al norte de la India, sometiendo a los clanes heftalitas, y recibiendo tributo y vasallaje de muchos reyes hindúes.
En cuanto a los hunos heftalitas, no desaparecieron como pueblo, pues algunas hordas menores que en las fuentes hindúes aparecen bajo el nombre de los “huna” se instalaron en la región que se alza entre los valles del Indo y del Ganges; y permanecieron allí hasta bien entrado el siglo VII. En la segunda mitad de este siglo, fueron absorbidas por la población autóctona del país.
Otros grupos quedaron sujetos a los persas, sobre todo en el Zabulistán y la región de los montes Indu Khus; allí pervivieron y ofrecieron a los árabes una dura resistencia durante la segunda mitad del siglo VII y la primera del VIII. Otros grupos heftalitas, en fin, quedaron sometidos a los turcos y fueron usados por estos como ariete en sus guerras contra la Persia de Cosroes II.
Campaña en Arabia
Sobre el año 570, Ma al-Karib, hermanastro del rey de Yemen, pidió la intervención de Cosroes I en su país contra la intervención del reino cristiano de Etiopía. Cosroes I envió una flota y un pequeño ejército bajo el mando de un comandante llamado Vahriz a las cercanías de la actual Adén que marchó contra la capital del país, Saná, la cual ocuparon. Saif, hijo de Mard al-Karib, que había acompañado a la expedición, se convirtió en rey entre 575 y 577. Además, los sasánidas establecieron una base en el sur de Arabia para controlar el comercio marítimo con el este.
Posteriormente, los reinos del sur de Arabia renunciaron al vasallaje que les ataba con los sasánidas, y hubo de enviarse una nueva expedición persa en el 598 que consiguió anexionarse el sur de Arabia como otra provincia del Imperio.
Nueva guerra con los bizantinos
Para Justino II, que sucedió a Justiniano cuando este murió en 565, estas condiciones resultaban indignas. El objetivo de Justino era que, si se llegaba a un nuevo acuerdo, fuese más equilibrado.
En 572 estalló una nueva guerra, ya que Justino negó a pagar el tributo anual. Había además otros motivos para este nuevo conflicto. Una vez más se produjo un enfrentamiento acerca de la propiedad de un territorio disputado en el Cáucaso, razón por la cual el Imperio bizantino había entrado en contacto con las potencias proromanas de la Armenia Persa; así como el disgusto de Constantinopla por la designación de un gobernador persa en Yemen y por las agresiones de los lákhmidas. Cosroes deseaba negociar con Justino, pero este no estaba dispuesto.
Ninguno de los dos Imperios estaba realmente preparado para la guerra, pero para los romanos fue especialmente inoportuna: una alianza con los turcos de Asia Central no tuvo el resultado esperado y, además, Justino se había enfrentado con sus aliados árabes.
En el 573, Cosroes I al frente de un poderoso ejército persa dotado de amplias fuerzas de caballería pesada y de un cuerpo de elefantes de guerra; rebasó en primavera las posiciones romanas e inutilizó con su sorpresivo y rápido avance la fuerte posición romana de Teodosiópolis, la ciudad clave en la defensa de la Armenia romana.
El camino hacia Cesarea y quedaba la conquista de Capadocia y del Ponto. Nada parecía oponérsele y, no obstante, ya se estaban reuniendo nuevas tropas bizantinas para enfrentarse a él en las montañas de Capadocia y Ponto. Tiberio había aprovechado muy bien el año y medio de tregua logrado por sus embajadores:
- En primer lugar, nombró a Justiniano, hijo de Germán (hermano de Justino, el antiguo rival al trono del ahora enloquecido Justino II) como magister militum per Orientem. Al igual que su difunto hermano, Justiniano era un excelente general y gozaba de gran popularidad entre las filas del ejército, por lo que su nombramiento contó con el agrado de las tropas destacadas en el frente persa.
- En segundo lugar, gracias a la reciente paz concertada con los ávaros, Tiberio pudo enviar desde el Danubio tropas de refresco al limes oriental.
- En tercer lugar y más significativo, emprendió una masiva recluta de nuevas tropas. Miles de belicosos provinciales procedentes en su mayor parte de Panonia, Iliria, Tracia, Mesia e Isauria; multitud de guerreros germanos reclutados en las lejanas orillas del Rin, soldados godos, contingentes de eslavos, y numerosos jinetes ávaros y búlgaros fueron reclutados y enviados a reforzar los ejércitos orientales que ahora comandaba Justiniano. Tiberio, tal y como resalta Teofilacto, no tenía problemas para llevar a cabo estas levas masivas con rapidez, pues el oro abundaba.
De este modo, cuando Cosroes I se disponía a tomar Cesarea de Capadocia, se encontró con la desagradable sorpresa de que frente a sí tenía un formidable y bien mandado ejército, y no un país abierto a su conquista. Justiniano había logrado trasladar el grueso de sus ejércitos desde las riberas del Éufrates hasta Capadocia; mientras que mucho más al este, en la Albania Caucásica y el Cáucaso oriental, otro ejército bizantino comandado por los generales Curs y Teo, permanecía victorioso e intacto, tras haber obligado a las tribus de la región aliadas de los persas a entregar rehenes a los bizantinos. De esta guisa, amenazaba la retaguardia de Cosroes quien, por otra parte, veía sus líneas de comunicación con Persia atacadas por los rebeldes armenios.
Cosroes pensó en ese momento en ordenar la retirada de su ejército hacia Armenia y Arzanene, pero su Mobadh mobadan, su sumo sacerdote del fuego, lo convenció para que prosiguiera con el avance. Intentó pues esquivar a los romanos que guardaban el camino de Cesarea de Capadocia y para ello giró hacia Sebastea con la intención de tomar esta ciudad y penetrar en el valle del río Halys y en el Ponto. Pero de nuevo los romanos le cerraron los caminos y acosaron con tal habilidad sus líneas que le impidieron seguir avanzando. Cosroes no tuvo más remedio que retroceder apresuradamente hacia el Éufrates, máxime cuando su ejército era sensiblemente menor que el mandado por Justiniano.
Pero Justiniano no le dio tregua y lo fue acosando y envolviendo hasta obligarlo, no lejos de Melitene, a detenerse y plantear batalla en condiciones desfavorables para el ejército persa.
Batalla de Melitene 576
En los primeros días de 576, los ejércitos bizantino y persa, mandados respectivamente por el magister militum per Orientem Justiniano y por el Shahansha Cosroes I, se hallaban desplegados frente a frente en la llanura que rodea a Melitene (actual Malatya, suereste de Turquía). La gran ciudad había sido ya saqueada por los persas y entonces se vieron obligados a detenerse y presentar batalla al ejército bizantino. La batalla de Melitene sería pues una batalla decisiva.
Cosroes I desplegó en una larga línea de caballería para intentar envolver al ejército rival. Pero Justiniano ordenó a sus tropas formar un denso y cerrado cuadro contra el que se estrelló la carga de la caballería persa. Antes de que esta pudiese rehacerse o recibir el apoyo de su infantería, la caballería de Justiniano flanqueó una de las alas de la formación enemiga y envolvió al ejército persa. Fue el comienzo del pánico para las tropas de Cosroes que, en pleno desorden, huyeron hacia el Éufrates.
Miles de guerreros persas se ahogaron en las crecidas aguas del río y otros tantos más fueron acuchillados por los romanos mientras trataban de huir. El campamento persa y con él el tesoro real, la tienda del gran rey con su magnífico y lujoso mobiliario, parte del harén real, la propia banbishnan banbishn, la reina de las reinas, y hasta el sagrado altar del fuego que el rey portaba en sus desplazamientos; fueron capturados por Justiniano y sus hombres. El propio Cosroes solamente logró ponerse a salvo cruzando el río montado en uno de sus elefantes de guerra y rodeado por los restos de su caballería y elefantes.
La derrota sufrida por Cosroes I fue tan traumática para él que emitió, al llegar a Persia, un edicto por el cual prohibía a los futuros reyes de Persia el ponerse al frente de sus ejércitos a no ser que los del enemigo estuviesen comandados por el emperador.
Tras su victoria en Melitene, Justiniano no se había detenido sino que, tras acosar al huido Cosroes y a los restos de su ejército, penetró en Armenia-persa y avanzó hasta Albania y Atropatene, llegando con sus hombres hasta las orillas del Caspio. Aún más, Justiniano tomó algunos barcos y saqueó las orillas meridionales del citado mar sembrando el terror entre los persas.
Justiniano acampó en territorio enemigo y puso bajo dominio romano la mayor parte de la Armenia-persa y Albania, así como Suania e Iberia. Tras la llegada del invierno, permaneció sobre el terreno y consolidó los progresos de la campaña anterior.
Pero esta situación se torció, pues Justiniano y sus hombres se habían granjeado la antipatía de muchos iberos y armenios por su afición al saqueo. Aprovechando el creciente descontento, un ejército persa penetró tras las líneas romanas y sorprendió a Justiniano y sus tropas a comienzos del otoño de 577. Los bizantinos fueron batidos y, aunque el ejército no fue destruido y Justiniano logró retirarse en orden y volver a plantear batalla a los persas con cierta ventaja, el daño ya estaba hecho. Justiniano murió en el invierno del 577 en extrañas circunstancias y Tiberio nombró como nuevo magister militum per Orientem a un hombre de su círculo más íntimo, Mauricio, el futuro emperador.
Campaña de Mauricio
Mauricio reaccionó de inmediato. Flanqueando a los persas, avanzó decididamente hacia el interior de la Mesopotamia persa devastando la provincia persa de Arzanene y haciendo en ella 100.000 prisioneros entre la población del país, cristianos nestorianos en su inmensa mayoría, los cuales serían posteriormente enviados como colonos a Chipre. Mauricio penetró tan profunda y rápidamente en la Mesopotamia persa que provocó el pánico y la desesperación en Cosroes I quien se hallaba en Corduene, en las montañas de Cardusia, inquietantemente cerca del victorioso avance del ejército de Mauricio. Cosroes se hallaba allí recuperándose de una dolencia y, al tener que huir precipitadamente, esta se agravaría y terminaría por provocarle la muerte.
Mauricio cambió súbitamente la dirección de su ataque y marchó ahora sobre Nísibis, provocando, una vez más, el desconcierto entre los persas. Por último y a inicios del 579, Mauricio tomó Singara, una de las principales ciudades-fortaleza persas de la Mesopotamia persa.
Muerto Cosroes I en el 579, se pensó una vez más en la paz, pero Mauricio siguió avanzando esta vez por el Éufrates aguas abajo junto con una flotilla y volvió a penetrar profundamente en territorio persa. Pero los persas respondieron dejando pasar a Mauricio, y penetró en Osroene y devastándola a la par que amenazaban con ello las comunicaciones del general y su posible ruta de retirada. Ante esto el emperador Mauricio no tuvo más remedio que retroceder apresuradamente para defender su propio territorio. Una serie de combates en Armenia y varios encuentros entre los respectivos aliados árabes de ambas potencias, pusieron fin a esta nueva campaña.