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Batalla de Arras (1654)
Tras la derrota en la batalla de Rocroi en 1643, los franceses realizaron una ofensiva para ocupar los puertos flamencos, y así cortar las rutas de enlace entre España y los Países Bajos españoles, así como acabar con la actividad corsaria. En 1644 un ejército francés, al mando del duque de Orleans, conquistó Gravelinas tras un sangriento asedio, con la ayuda de una escuadra holandesa. En 1645, conquistaron Mardick, aunque fue recuperada a finales del año por un ataque por sorpresa. En 1646, los franceses reconquistaron de nuevo Mardick, y, esta vez, junto a Dunkerque, que cayó en octubre.
En 1652, el archiduque Leopoldo-Guillermo, nuevo gobernador de Flandes decidió recuperar los puertos perdidos empezando por Gravelinas, a la que puso sitio el 11 de abril, logrando conquistarla unos meses después.
Después se dirigió a Dunkerque, poniéndola sitio el 25 de agosto, más tarde el marqués de Fuensaldaña, con el ejército que operaba en Francia a sus órdenes en apoyo de los rebeldes «frondistas«, se unió al ejército hispánico sitiador. La plaza capituló el 16 de septiembre y el marqués de Lede volvió a ocupar su puesto como general de la armada de Flandes y gobernador de la ciudad. También ese mismo año se recuperó Mardick.
La lucha entre el mariscal de Turena, general del ejército del Rey y el rebelde príncipe de Condé, había durado dos años. En 1654, continuaba en los Países Bajos, y el príncipe se alió con el rey español. El ejército de España estaba comandado por el archiduque Leopoldo, el mismo que había perdido la batalla de Lens; todavía mantenía al conde Fuensaldaña como mariscal general.
La campaña se inició a finales de 1654; ninguno de los beligerantes estaba listo. Sin tener en cuenta los principios, el rey español acababa de arrestar al duque de Lorena y lo tenía en Toledo como prisionero de estado.
Los ejércitos de Flandes bajo el mando del príncipe Condé que se había pasado al servicio de España y del conde de Fuensaldaña, se dirigieron a Arrás para ponerla bajo asedio, llevaban consigo 12.000 trabajadores que siguieron a las tropas, cuya fuerza se elevó a aproximadamente 28.000 hombres. Gracias a estos recursos, se levantó en pocos días una circunvalación, cuyo perímetro midió no menos de seis leguas (30 km). Los cuarteles de España, Fuensaldaña, García, Fernando de Solís, estaban al norte; el curso del río Scarpe los separaba del resto del ejército. Por el puente de piedra de Avesnes y por varios puentes de barcos, se comunicaron al este, hacia Anzin-Saint-Aubin, con Lorena, y al oeste con el archiduque, alojado en Cour-aux-Bois, más allá del barrio Saint-Sauveur, frente a Mouchy-le-Preux. El príncipe de Ligne y el duque de Württemberg conectaban con el Archiduque con el príncipe Condé, alojado en el sur, en Aigny, en el Crinchon. El campamento de Lorena se estaba desarrollando entre este arroyo y el río Scarpe.
Las trincheras se abrieron en la noche del 14 al 15 de julio, y dos ataques fueron dirigidos contra un saliente al sureste, el cuerno de Guiche, mala elección que había dado lugar a una animada discusión entre Condé y Fuensaldaña. En cada fase del asedio, en cada incidente, se manifestó el antagonismo de tres voluntades, que Conde, Lorena y España tuvieron que llevar al mismo fin: Condé, el más apasionado, pero el más desinteresado. El duque Francisco de Lorena había tomado el lugar de su hermano preso. España era la autoridad superior, al menos la voz preponderante, representada por el archiduque, hombre de sentido y honor.
Las primeras obras de aproximación apenas se bosquejaron cuando se llegaron los trabajadores de la fuerza que movieron la tierra alrededor de Mouchy-le-Preux el 19 de julio. Fue Turena, que, dejando Fabert un cuerpo de asedio al cuidado de Stenay, llevó a Arras parte del ejército en auxilio de la ciudad, compartía el mando con La Ferté. Las fuerzas eran de 14.000 a 15.000 hombres; Marshall vio obligado a tomar aún más precauciones, su colega era un hombre siempre dispuesto a sacar los errores frente al Rey. Los carros permanecieron cargados, las tropas en armas hasta la altura del pueblo; pero nadie salió de las líneas españolas. Turena fue capaz de terminar su trabajo y se estableció en Mouchy-le-Preux, con la caballería a las orillas del Scarpe en Pelves, donde La Ferté había establecido su posición y construidos los puentes para maniobrar en ambas orillas. Envalentonado por este comienzo, los jinetes ligeros franceses batieron la campiña, eliminando los puestos, cortando las comunicaciones, cambiando roles, infligiendo un bloqueo real al sitiador.
Pronto el ejército de relevo se puso en movimiento, ejecutado en torno a la plaza una especie de marcha militar, desalojado a los españoles de Saint Pol hasta el Monte Saint Eloi. Por un momento se dirigió al sur, tomando la dirección de Perona, luego reapareció reforzado por el mariscal d’Hocquincourt, que llevaba las llaves de Stenay. Turena estableció este nuevo contingente (de 5.000 a 6.000 hombres) en el lugar llamado campamento Caesar, cerca de la confluencia del Scarpe y el Gy; luego regresó a las líneas de circunvalación y las batió lentamente con un medio cañón, no sin peligro e incluso con algunas pérdidas, pero con grandes ganancias; porque podía observar y juzgar el punto débil, determinar el lugar de ataque.
Este reconocimiento no era suficiente para el mariscal; en los días siguientes realizó escaramuzas de caballería, pero no pudo detenerse mucho debido al fuego de artillería del enemigo.
Transcurridos 40 días desde la apertura de las trincheras, en los sitiados apareció un cierto desaliento; el lugar parecía estar agotado.
El 24 de agosto, Condé había pasado la tarde en las trincheras para presionar el trabajo. Alrededor de la medianoche, regresó a su casa y no había desmontado cuando el barón de Aubespine enviado por Fuensaldaña, informó que las tropas de Turena y La Ferté, habían abandonado su campamento Mouchy-le-Preux a la caída de la noche, rodeando las líneas del norte; se esperaba un ataque contra los cuarteles españoles.
El ejército francés, que se había dividido en cuatro cuerpos, que ya se encontraba al pie de la circunvalación en la orilla izquierda del Scarpe. Reunieron unos 1.200 jinetes. En la batalla los españoles fueron sorprendidos. Las líneas de circunvalación fueron asaltadas brillantemente por el ejército de Turena, y Condé ganó el mismo crédito por asegurar la retirada del cuerpo sitiador al amparo de una serie de audaces cargas de caballería lideradas por él mismo, como de costumbre, espada en mano. Pero la victoria en Arras quedó en nada ante los éxitos de príncipe Baltasar en el Sur, conquistando el importante puerto de Marsella en noviembre de ese año.
Turena logró capturar a 3.000 hombres y más de 70 cañones de asedio, así como cantidades ingentes de materiales y suministros. La derrota dañó el restablecido prestigio de España en Europa y menguó el prestigio de Condé en Francia, pero reforzó la posición del príncipe tanto en los Países Bajos españoles como en la corte de Madrid, donde se le reconocía el mérito de haber evitado un desastre todavía peor.
En 1655, los franceses sufrieron otro golpe importante en Italia con su derrota en la Segunda Batalla de Pavía, que abrió el camino a las tropas españolas para conquistar Módena, rompiendo la débil pero hábil defensa dirigida por el duque de Módena. En cambio, las tropas francesas de Turena capturaron las fortalezas de Landrecies y Saint Ghislain. El príncipe Baltasar Carlos continuó con su campaña en el Sur, tomando Burdeos en agosto de ese mismo año, pero días después se le ordenó delegar su mando militar y volver a Madrid, donde se produciría la abdicación de su padre y su coronación como Carlos II.
Batalla de Valenciennes (1656)
Antecedentes
En 1656 se produjo el momento decisivo: El 18 de mayo el ejército francés de unos 30.000 hombres al mando de Turena comenzó el cerco de la estratégica plaza fuerte de Valenciennes (actual Francia), defendida por Francisco de Meneses con una guarnición de 2.000 españoles y 300 jinetes, auxiliados por 6.000 milicianos de la ciudad.
El bien organizado asedio desgastó poco a poco a los defensores. A finales de junio, el nuevo gobernador de los Países Bajos, Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV y, por lo tanto, medio hermano del nuevo rey Carlos II), decidió acudir en auxilio de Valenciennes, cuya situación empezaba a ser insostenible. El ejército de socorro contaba con 22.000 hombres entre españoles, flamencos, valones, borgoñones, italianos, irlandeses y alemanes.
El ejército francés, formado por 115 escuadrones de caballería y 31 regimientos de infantería, estaba repartido en dos divisiones a ambas orillas del río Escalda, una al mando de Turena y la otra al de la Ferté, con los problemas de comunicación que ello implicaba.
Al este del Escalda estaban las tropas del mariscal de Turena. Más al sur, en el flanco izquierdo de Turena, se situaron las tropas lorenesas al mando del conde de Lignevilla, totalizando unos 20.000 hombres.
Al oeste del río estaban las tropas del mariscal de La Fertécon unos 10.000 hombres.
Las obras para la circunvalación de la villa comenzaron el 16 de junio y a principios de julio se terminó de cerrar el anillo de asedio, compuesto por una doble trinchera. El bombardeo de la ciudad corrió a cargo de 40 piezas de Turena y 15 de La Ferté).
La noche del sábado 15 de julio, cuando la plaza estaba a punto de rendirse, apareció el ejército español, formado por 81 escuadrones de caballería y 27 tercios/regimientos de infantería. El ejército de Juan José se atrincheró a una legua del enemigo, preparándose para la ofensiva.
A las diez de la noche del día 15 de julio, los españoles comenzaron a cruzar el Escalda por once puentes que habían sido tendidos previamente, sin que Turena se percatase.
Se encendió un fuego en Urtebise que sirvió de punto de reunión a las columnas que avanzaron en absoluto silencio. Mientras, la artillería española disparaba sobre las posiciones francesas para ocultar los ruidos y tener entretenidos a los sitiadores.
Una vez cruzado el río, las fuerzas españolas se dividieron en cuatro cuerpos, a vanguardia mosqueteros escogidos, y detrás cuatro columnas.
- Columna derecha con españoles e irlandeses, mandados por Juan José y el marqués de Caracena.
- Columna centro-derecha los valones mandados por el príncipe de Ligne, general de la caballería.
- Columna centro-izquierda las tropas de Condé con él mismo y el duque de Wuttemberg.
- Columna derecha las fuerzas nuevas, al frente de las cuales estaría el conde de Marsín.
Cada columna llevaba a retaguardia zapadores, listos para rellenar las trincheras y despejar el camino a la caballería. A cada columna tenía su propia caballería de apoyo.
Desarrollo de la batalla
Se encendieron las hogueras, a fin de mejorar la visibilidad, los franceses se encontraron que se les atacaba por cuatro puntos distintos, el esfuerzo principal con 3 columnas iba dirigido contra el campamento de La Ferté, mientras que la cuarta iba dirigida contra el campamento de Turena.
Condé cayó sobre el sector a cargo del mariscal de la Ferté con tal sorpresa y vigor que en cuanto ganó la trinchera, al tercer asalto, procedió a limpiar el camino de estacas y a cegar los fosos para el ataque de la caballería, encabezada personalmente por él mismo, destrozando la resistencia francesa.
Juan José de Austria destacó por su valiente actuación, liderando una brillante carga sobre el campamento francés.
La Ferté reunió unos escuadrones de caballería y encabezó una carga en plena noche para auxiliar a sus soldados. La derrota fue completa y La Ferté fue herido en una pierna y capturado.
Turena rechazó el ataque de diversión de 4.000 españoles sobre su campamento, lo que no le permitió darse cuenta de que el ataque principal se realizaba contra el otro campamento. Cuando pudo reaccionar los refuerzos enviados no pudieron socorrer a las tropas de La Ferté, ya que el duque de Bournonville había abierto las esclusas y dañado los puentes tendidos por los franceses y huido precipitadamente a Quesnoy, siendo perseguido y finalmente obligado a rendirse.
Antes de amanecer tomaron contacto con la ciudad asediada entrando el primero de todos Juan José, Condé lo haría a las seis de la mañana. Mientras, las tropas francesas se encontraban huyendo en completo desorden hacia el norte, solamente escaparon 2.000 de los 10.000 hombres con los que contaba La Ferté. La debacle del ejército francés había sido completa.
Los españoles capturaron a 80 oficiales franceses, incluidos el propio Turena, La Ferté, el conde de Estreches (comisario general de la caballería), y el conde de Grandpre (gobernador de Arrás); junto con 8.200 soldados, así como su bagaje y todas sus provisiones, incluyendo un tren de asedio de 50 cañones y la correspondencia de los mandos franceses con su Corte, lo que permitió conocer el alcance de sus fuerzas. Tan solo lograron escapar 5.000 franceses, tras tirar sus armas y huir en desbandada.
La victoria en Valenciennes contribuyó a elevar enormemente la moral de los tercios españoles, valorándose especialmente el triunfo por la superioridad de los efectivos franceses. Felipe IV ordenó acuñar una medalla de oro para conmemorar la victoria, y se la mandó a Condé junto con un sable de caballería del mismo metal.
Segunda batalla de las Dunas o de Dunkerque (14 de junio de 1658)
En 1655 la rivalidad comercial entre España y la Commonwealth de Inglaterra, bajo el protectorado de Oliver Cromwell, condujo a la guerra anglo-española. El rey inglés Carlos II, desde su exilio en Flandes, estaba aliado con las fuerzas españolas.
En mayo de 1657 Inglaterra y Francia bajo el reinado de Luis XIV y el gobierno del cardenal Mazarino, firmaron el tratado de París, por el que ambos se comprometían a colaborar militarmente contra las tropas españolas en los Países Bajos españoles.
Los aliados anglo-franceses querían caer sobre las ciudades de Gravelinas, Mardyk y Dunkerque, todas ellas ciudades costeras y con un amplio historial de asedios e intentonas previas.
La única de las tres que fue conquistada durante 1657 fue Mardyck. Turena, no quiso arriesgarse a plantear todavía el sitio de Dunkerque, hasta no tener una superioridad adecuada en esa zona y, por ese motivo, esperó hasta el año siguiente para iniciar esa crucial operación.
Sería durante esa campaña donde se dilucidaría esta larga guerra entre los dos colosos.
A principios de 1658, los españoles tomaron por traición la plaza de Hesdin y en abril pudieron interceptar a una fuerza francesa comandada por el mariscal Hocquincourt, al cual obligaron a retirarse. Un mes más tarde, peor le fueron las cosas al mariscal d’Àumont en las cercanías de Ostende, donde fue totalmente batido, hecho prisionero y con más de 1.300 bajas en sus tropas debido a un taimado engaño urdido por Juan José de Austria y el propio gobernador de esa plaza. De acuerdo hicieron llegar al campo francés noticias falsas sobre la existencia en la población de ciertas simpatías hacia Luis XIV y las ganas de rendirse de la guarnición. Nada más lejos de la realidad. En cuanto los franceses se aproximaron en la noche del 13 al 14 de mayo a sus puertas abiertas, sufrieron una letal emboscada, con consecuencias desastrosas para los franceses.
Esos contratiempos no desviaron la atención del principal objetivo enemigo que era Dunkerque, y hacia ella se encaminó el ejército francés con unos 20.000 hombres con Turena a la cabeza. Le acompañaba también un contingente inglés de 6.000 hombres al mando de William Lockhart, y una flota inglesa de bloqueo. El asedio empezó el 25 de mayo y la plaza estaba defendida por el marqués de Leyde, veterano de la victoria de Kallo en 1638, que contaba con 2.200 infantes y 800 jinetes.
El alarmismo cundió en Bruselas ante este movimiento y Juan José de Austria quiso responder de inmediato. En todo caso, la reunión de sus fuerzas, unas 14.000 en total, no era tarea fácil por falta de acémilas y el mal estado de los caminos. A eso se añadía la angustia por socorrer a tiempo a Dunkerque, lo que les supondría llegar al final sin artillería, bagajes y falta de pertrechos, algo que al príncipe le pareció lo más sensato.
Hasta que llegaron los españoles a la costa flamenca pasaron más de dos semanas. Y entre medias hubo dos consejos de guerra el primero el 4 de junio, para decidir qué opción tomar. Es decir, el movimiento español hacia Dunkerque fue adecuado y necesario, por la importancia de la incursión enemiga y de la propia plaza escogida; lo innecesario fue el planteamiento de batalla que siguió a esas decisiones consensuadas.
En esas circunstancias, el ejército español se acercaba para levantar el asedio y el 10 de junio llegaba a Veurne. Tres días después acamparon sobre la playa al noreste de Dunkerque, en la actual Zuydcoote, llegando cansados y divididos. En el campo francés, Turena no estaba ocioso y preparaba la bienvenida adecuada. Con aproximadamente 15.000 hombres (9.000 de infantería y 6.000 de caballería) pretendía golpear primero y atacar a la posición establecida por los españoles en las cercanías, que estaban acampados junto al mar.
Avanzó con lentitud desde sus posiciones recorriendo los 15 km que le separaban de sus enemigos en más de tres horas y formando en las dunas Leffrinckoucke con sus tropas en tres líneas y una reserva, con la caballería en las alas e intervalos, mientras la infantería ocupaba el centro. Asimismo, desplegó su artillería en apoyo en las alas, situando 5 cañones en cada una.
El jefe español no esperaba este movimiento y tardó algo en reaccionar. Avanzó luego un poco y dividió sus fuerzas en dos grupos: a la derecha, el ejército español; a la izquierda, el cuerpo de guardias suizos dirigido por Condé, contaban con las tropas inglesas e irlandesas leales a Carlos II, dirigidas por el hermano de este, el duque de York. El grupo español se apoyaba sobre la playa y las características dunas de ese litoral, donde sobresalía una altura que iba a ser el principal punto de disputa. Su flanco izquierdo, donde estaba situado Condé, se extendía hasta el canal Brujas Fernes y en el centro se encontraban las tropas realistas inglesas del duque de York y el marqués de Caracena, con otros contingentes. Detrás de la línea principal de infantería desplegó a casi toda la caballería formada en cuatro líneas más.
Hay que reflejar que, en un primer momento, la caballería española se situó sobre la playa, pero la intervención de tres fragatas inglesas les obligó a desistir de ese plan.
En cualquier caso, la decisión de combatir en ese terreno no fue la adecuada para los españoles. Su numerosa caballería tendría problemas para atacar por el arenal de las dunas y el fuego naval tampoco les dejaría moverse a su gusto por la playa. Para colmo, la bajamar les mostró a los franceses una oportunidad de cargar por el lado de la costa y envolver a las fuertes posiciones que defendían las tropas españolas. Y sin artillería disponible, no podrían diezmar a las masas de atacantes que se dirigirían hacia ellos. Lo razonable hubiera sido retirarse al interior y esperar una mejor oportunidad para combatir.
Se suele comentar que Condé le sugirió exactamente eso a Juan José de Austria, aunque no es descabellado pensar tampoco que fuera un intento posterior de salvar ciertas dignidades.
Sobre las 08:00 horas, empezó la batalla y fueron los ingleses los que atacaron con fuerza la altura defendida por los españoles, siendo rechazados por dos veces. Cuatro horas más tarde y tras varios intentos de rupturas mutuas, el ejército español retrocedía y se deshacía ante las combinadas tropas victoriosas de Turena. La clave, al final, estuvo en ese ataque de flanco de la caballería francesa por la playa, que terminó por desbaratar el flanco derecho español. Condé, viendo el negro cariz que tomaba la batalla intentó por el otro flanco varios contraataques que estabilizaran la situación, pero tampoco tuvo éxito y optó también por la huida. Dejaron unas 5.000 bajas en el ejército español, 1.000 muertos y 4.000 prisioneros, frente a los 430 del ejército francés.
Turena, tras su decisiva victoria, continuó sin dilación el sitio de Dunkerque. La muerte del valeroso Leyde precipitó su capitulación y el 23 de junio caía en manos francesas, con el joven Luis XIV presente y observando la escena. Poco después entregaban la misma a los ingleses, en virtud del cumplimiento de su alianza. Este hecho incentivó seguramente la continuación de la campaña ofensiva y los franceses aprovecharon ese impulso para tomar Gravelinas en agosto, Oudenaarde en septiembre, y otras plazas de importancia sin casi resistencia. La penetración en Flandes fue fulminante, aunque no llegaron a Bruselas y quebró el sistema defensivo español, como nunca antes había ocurrido.
Como dijo después Juan José de Austria por carta, “cualquier lugar estaba ahora a su alcance”.