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Corpus de Sangre (7 de junio de 1640)
El Conde-duque de Olivares se propuso concentrar en Cataluña un ejército de 40.000 hombres para atacar Francia por el sur y al que el Principado tendría que aportar 6.000 hombres. Para poner en marcha su proyecto en 1638 nombró como nuevo virrey de Cataluña al conde de Santa Coloma; mientras que ese mismo año se renueva la diputación de la Generalitat Cataluña de la que entran a formar parte dos firmes defensores de las leyes e instituciones catalanas, el canónigo de Urgel Pau Claris y Francesc de Tamarit. Pronto surgen los conflictos entre el ejército real, compuesto por mercenarios de diversas naciones con la población local a propósito del alojamiento y manutención de las tropas. Se extendieron las quejas sobre su comportamiento, se les acusó de cometer robos, exacciones y todo tipo de abusos, culminando con el saqueo de Palafrugel por el ejército estacionado allí, lo que desencadenó las protestas de la diputación de la Generalitat y del consejo de Ciento de Barcelona ante Olivares.
Otro hecho que condujo a un mayor deterioro de la ya enrarecida relación entre Cataluña y la Corona, fue la negativa en 1638 de la diputación de la Generalitat a que tropas catalanas acudieran a levantar el asedio de Fuenterrabía (Guipúzcoa); a donde sí habían acudido tropas desde Castilla, las provincias vascas, Aragón y Valencia. En fin, la nobleza y la burguesía catalana odiaban por motivos personales al virrey, conde de Santa Coloma, por no haber defendido sus intereses de estamento por encima de la obediencia al gobierno de Madrid. Los campesinos odiaban a la soldadesca de los tercios por las requisas de animales y los destrozos ocasionados a sus cosechas, amén de otros incidentes y afrentas derivadas del alojamiento forzoso de la soldadesca en sus casas, algunas de las cuales llegaron a quemar. El clero también lanzaba prédicas contra los soldados de los tercios, a los que llegaron a excomulgar.
Así a lo largo de 1640, el virrey Santa Coloma, siguiendo las instrucciones de Olivares, adoptó medidas cada vez más duras contra los que negaban el alojamiento a las tropas o se quejaban de sus abusos. Incluso tomó represalias contra los pueblos donde las tropas no han sido bien recibidas y algunos fueron saqueados e incendiados. El diputado Francesc Tamarit fue detenido y encarcelado. Los enfrentamientos entre campesinos y soldados menudean hasta que se produce una insurrección general en la región de Gerona que pronto se extiende a la mayor parte del Principado.
En mayo de 1640, campesinos gerundenses atacaron a los tercios que acogían. A finales de ese mismo mes, los campesinos llegaban a Barcelona y el 22 de mayo liberaron a Tamarit, y a ellos se unieron los segadores en junio. Los gritos eran “¡Visca el reí d´Espanya i muiren els traidors!”
El 7 de junio de 1640, fiesta del Corpus Christi, conocido posteriormente el “día del Corpus de Sangre”; según la costumbre los segadores se dirigieron a Barcelona para ofrecer sus servicios a los hacendados. Eran unos 3.000, en la calle Ancha un alguacil intentó detener a un segador, para que se esparciese la voz, los segadores hacen sonar sus cuernos, se agruparon y al grito de !Visca la terra! y !Muyran los traidors!, se presentaron delante de la casa de Santa Coloma. Un tiro escapado o disparado por la guardia del virrey fue la chispa del incendio. Los segadores intentaron quemar el palacio, pero los franciscanos, inmediatos a él improvisaron un altar y expusieron el Santísimo Sacramento; lo cual contuvo a los revoltosos, y dio tiempo para que acudieran los diputados y consellérs con tres compañías de la ciudad, salvando del incendio el palacio del virrey, pero el motín se había hecho ya general. Rebeldes mezclados con segadores iniciaron una revuelta en Barcelona.
Los revoltosos se apoderaron de la ciudad durante tres días. Los segadores no solo se movían por su furia contra las exigencias del gobierno real, sino también contra el régimen señorial catalán, ya que, desde el primer momento, los rebeldes atacaron también a los ciudadanos ricos y a sus propiedades.
«Los insurrectos se ensañan contra los funcionarios reales y los castellanos; el propio virrey procura salvar la vida huyendo, pero ya es tarde. Muere asesinado. Los rebeldes son dueños de Barcelona«. Fue el Corpus de Sangre que dio inicio a la sublevación de Cataluña. El virrey de Cataluña Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma fue asesinado en una playa barcelonesa cuando intentaba huir por mar, en total en los enfrentamientos murieron una 20 personas.
Consignas que no dejan lugar a dudas como: “El rey, la religión, Dios y el país permanecieron intocables” en todas las proclamas de la revuelta. Ninguno de los resortes tradicionales fueron puestos en duda: “Viva el rey y mueran los traidores”, “Viva la fe y mueran los traidores y el mal gobierno”, eran consignas que no permitían ninguna clase de dudas.
La situación cogió por sorpresa a Olivares, ya que la mayoría de sus ejércitos estaban localizados en otros frentes y no podían acudir a Cataluña. El odio a los tercios y a los funcionarios reales pasó a generalizarse contra todos los hacendados y nobles situados cerca de la administración. Ni siquiera la diputación de la Generalitat controlaba ya a los rebeldes, que lograron apoderarse del puerto de Tortosa. “Sin razón ni ocasión los catalanes se han sublevado en una rebelión tan absoluta como la de Flandes”, lamentó Olivares.
La revuelta también escapó a este primer y efímero control de la oligarquía catalana. La sublevación derivó en una revuelta de empobrecidos campesinos contra la nobleza y los ricos de las ciudades que también fueron atacados. La oligarquía catalana se encontró en medio de una auténtica revolución social entre la autoridad del rey y el radicalismo de sus súbditos más pobres.
Con el pretexto de que el Rey iba a celebrar Cortes en Aragón, acordaron que saliera de Madrid con numerosas tropas, y que si los catalanes comprendiendo sus intenciones se fortificaban; toda la gente de guerra de Aragón y Valencia se colocarían a la orilla del río Ebro, nombrándose general en jefe a Pedro Fajardo de Zúñiga y Requesens, marqués de los Vélez, hombre de mejor deseo que experto en estas lides de la guerra.
Conscientes de su incapacidad de reducir la revuelta, y viendo que los ejércitos españoles se estaban reuniendo en el Bajo Aragón bajo el nuevo virrey de Cataluña, el marqués de los Vélez, los gobernantes catalanes convocaron cortes en Barcelona a las que asistieron los principales personajes del Principado. El obispo de Urgel con gran mesura hablo en favor de la paz, cuando el canónigo Páu Clarís, levantándose de su asiento, hizo la defensa de los fueros de Cataluña con tal ardor, que todos se avinieron a la defensa armada para salvar sus libertades. Inmediatamente fortificaron Barcelona, Cambrils, Bellpuig, Granollers, y Figueras. Distribuyeron sus veguerías (demarcaciones) en tercios distintos, nombraron oficiales y asumió la Diputación el mando supremo; pero comprendiendo que eran menester mayores fuerzas para contender con las de Felipe IV, se acordó pedir ayuda al rey de Francia, enviando al efecto a su corte a Francisco Vilaplana, caballero de Perpiñán. Fue recibido por el astuto cardenal Richelieu, no desperdició una oportunidad tan buena para debilitar a la corona española, y declarándose protector de los catalanes, conviniendo en enviar un ejército pagado por la Generalitat de Cataluña garantizando no pactar con el Rey sin la intervención de Francia.
El 7 de septiembre de 1640, los representantes de la diputación de la Generalitat de Cataluña, Francesc de Tamarit y Francesc de Vilaplana; firmaron un acuerdo en Céret (localidad situada en el condado Rosellón, que sería cedido posteriormente a Francia en virtud del tratado de los Pirineos de 1659) con el representante de Luis XIII de Francia, el cardenal Richelieu; por el que Cataluña debía recibir apoyo militar, se separaba de la monarquía Hispánica y quedaba constituida como república libre bajo la protección del rey francés.
En octubre de 1640 se permitió a los navíos franceses usar los puertos catalanes y Cataluña accedió a pagar un ejército francés inicial de 3.000 hombres que Francia enviaría al condado.
El hecho de que Portugal, simultáneamente, se hubiera revuelto contra España, dio confianza a los resistentes catalanes para seguir adelante con la separación de España.
El 10 de diciembre de 1640, los tercios derrotaron a las milicias de la Generalitat en la batalla del Coll de Beleguer, cerca de Tortosa, donde los inexpertos soldados catalanes fueron masacrados por los tercios. El ejército realista llegó así ante los muros de Tarragona. Poco antes había llegado a Tarragona el general francés Roger de Bossost, duque de Espernan. Este pronto comprobó que la mayoría de los habitantes de la ciudad y sus autoridades eran partidarias de entregarse al ejército español.
La mayoría los habitantes de Tarragona eran pro españoles, pues como dice el historiador Francisco de Melo: “Los naturales de Tarragona recibían sin hostilidad al Ejército no impidiéndole el paso, con lo que claramente se entendía no eran partidarios de la resistencia”. ”Y la gente más principal no era tampoco partidaria de la resistencia”.
Finalmente Espernan que contaba tropas francesas (1.200 infantes y 800 jinetes), de acuerdo con las autoridades y el pueblo de Tarragona pactó la rendición, permitiendo la salida de las tropas francesas. Así pues, Tarragona se entregó a los españoles desobedeciendo a Claris que ordenó a los tarraconenses resistir a ultranza. De hecho, la ciudad, que no quiso luchar contra el ejército real, pero si mantuvo heroicas resistencias contra los franceses en 1642 y 1644.
Por un momento pareció que la sublevación catalana estaba a punto de terminar, pero Claris llevando al extremo su traición puso entonces a Cataluña bajo soberanía del rey de Francia.
Batalla de Montjuic (26 de enero de 1641)
Los sublevados fueron derrotados por las tropas reales en Martorell, encontrándose estas a las puertas de Barcelona.
Después las fuerzas reales tomaron Villafranca y San Sadurní, que produjo una gran conmoción en Barcelona; Pau Clarís ordenó el somatén general el 25 de diciembre y reunió 5.000 hombres, que fueron enviados a Martorell. En tanto se ordenaba a don Jose Margarit que descendiera de Montserrat con sus tropas al campo de Tarragona y hostilizara al ejército real; lo que ejecuto, cayendo de improviso por la noche sobre el castillo de Constanti, y en venganza de las ejecuciones de Cambrils, dio muerte a 400 soldados reales que se hallaban allí heridos.
El marqués los Vélez cayó sobre Martorell, y si fuerte fue su ataque, fuerte fue la resistencia de los catalanes, si bien abandonaron la plaza al verse atacados también por Torrecusa, sufriendo sensibles perdidas y la población fue pasada a cuchillo.
Cuando el ejército del marqués de los Vélez se acercaba a Barcelona, estalló una revuelta popular el 24 de diciembre, con una intensidad superior a la del Corpus, por lo que Claris tuvo que decidirse por una salida sin retorno, el Consejo de Ciento tomaron la resolución de reconocer a Luis XIII como conde de Barcelona el 23 de enero de 1641.
El ejército enviado por Felipe IV disponía de 23.000 infantes, 3.100 jinetes y 24 piezas con 250 artilleros y desplegó de la siguiente manera:
- Vanguardia al mando de Torrecusa con: un batallón de caballería (duque de San Jorge) con 500 jinetes, 3 regimientos de infantería, 2 tercios españoles (Castilla y Guipúzcoa) y el tercio irlandés de Tyrconnel.
- Batalla al mando del marqués de los Vélez: 100 jinetes escolta del marqués, un trozo de caballería pesada de 600 jinetes, otro trozo de caballería ligera Filangieri, 1 tercio viejo de Pedro de La Saca, 2 tercios españoles (Alonso de Calatayud y Diego de Toledo), y 6 regimientos de infantería.
- Retaguardia con las 24 piezas de artillería, el hospital y el bagaje: 1 tercio de los Presidios de Portugal, 1 tercio Viejo de Fernando de Tejada, 1 tercio valón, 1 tercio portugués y algunas compañías sueltas italianas. 500 jinetes de las Órdenes al mando de Rodrigo de Herrera, comisario General, y algunas compañías sueltas a los lados del bagaje.
Guarnecían Montjuic 9 compañías de milicianos, parte del tercio de Santa Eulalia, el capitán Cabañas con 200 miqueletes y 300 soldados viejos franceses con 8 pedreros de bronce. Durante la batalla acudieron a Montjuic toda la caballería de Barcelona (600 o 900 caballos, entre ellos la compañía de Borell) y 2.000 peones.
La caballería francesa, dirigida por Enrique Roberto de Serignan, desplegó en la llanura para atacar las posiciones españolas. Aubigny se situó en la montaña de Montjuic con franceses y catalanes, mientras Miguel Torrelles dirigiría la coronelía de Barcelona y el resto de las fuerzas catalanas para defender la ciudad. En la ermita de Santa Madrona se encontraron las tropas de Gallert y Valencia.
Pedro Fajardo optó por atacar Barcelona rápidamente para evitar los posibles refuerzos que pudieran llegar desde el interior, atacando por Montjuic, donde el ejército se habría de apostar y abastecerse por mar. Con esto evitaba los peligros que le podían aguardar en la sierra de Collserola, y eludir un ataque directo dirigido por el duque de San Giorgio contra el portal de Sant Antoni con el grueso de la caballería y la artillería y una parte de la infantería.
El asalto a Montjuic partió de tres puntos: los tercios de Mascarenhas y el irlandés de Tyconnel desde el Llobregat; los tercios de Diego de Cárdenas Lusón desde Sants y, finalmente, desde la Cruz Cubierta, los dos tercios mandados por el marqués de Mortara. Este último se dirigió a la ermita de Santa Madrona para cortar el camino entre la ciudad y Montjuic, donde se retiraron los catalanes para instalarse en el camino atrincherado de Montjuic para proteger las municiones y los refuerzos.
El resto del ejército con la caballería de las Órdenes se quedó al pie de la montaña (Marimón).
Cuando las primeras tropas reales llegaron a la cima de la montaña, muchos catalanes huyeron excepto una compañía que hizo frente al ataque, diezmando a los atacantes y eliminando a los oficiales. Defendían Montjuic tan solo unos 600 infantes además de la caballería.
La caballería de Serignan cargó contra los atacantes en la muralla para flanquearlos por la Cruz Cubierta. Este ataque fue respondido por una carga de la caballería realista, que provocó la retirada francesa al interior de la fortificación.
A las tres de la tarde, los españoles intentaron un nuevo ataque en masa, y llegaron al pie de las murallas, resulta que… ¡se habían olvidado las escalas!. En esa situación, las tropas realistas tenían que esperar a que llegaran las escaleras, en desventaja y apostados bajo un auténtico avispero de fuego de los defensores, los cuales aprovecharon para hacerlos batir en retirada mientras llegaban los refuerzos desde la ciudad. Al final los atacantes se retiraron hasta Sants donde tenían su cuartel general. El ejército real abandonó Sants y retrocedió hacia Martorell, abandonando las piezas de artillería, para luego marchar hasta Tarragona. Al cabo de 7 días el ejército llegó a Tarragona con 16.000 hombres y 2.500 jinetes.
Las bajas no se conocen con exactitud, puesto que varían según la fuente (problema exacerbado recientemente por las motivaciones políticas de los sectores más radicales del nacionalismo), pero no fueron elevadas.
Durante la batalla, el enviado plenipotenciario del rey de Francia Bernardo du Plessis-Besançon logró influir en las autoridades catalanas en el sentido de que la implicación e intervención francesa solo podía realizarse si era reconocido como soberano el rey francés. Así pues, el 23 de enero Pau Claris transmitió esta proposición a la junta de Brazos, que fue aceptada, el consejo de Ciento lo hizo al día siguiente, y el rey de Francia Luis XIII pasó a ser el nuevo conde de Barcelona. Tanto la junta de Brazos como el consejo de Ciento acordaron establecer una junta de guerra, que no fuera responsable ante ambos organismos y presidida por el conseller Joan Pere Fontanella. Días después, el 26 de enero, un ejército franco-catalán defendió Barcelona con éxito. El ejército de Felipe IV se retiró y no volvería hasta diez años más tarde. Poco tiempo después de esta defensa victoriosa moriría Pau Claris.
Cataluña se encontró siendo el campo de batalla de la guerra entre Francia y España e, irónicamente, los catalanes padecieron la situación que durante tantas décadas habían intentado evitar: sufragar el pago de un ejército y ceder parcialmente su administración a un poder extranjero, en este caso el francés. La política francesa respecto a Cataluña estaba dominada por la táctica militar y el propósito de atacar Aragón y Valencia.
Luis XIII nombró entonces un virrey francés y llenó la administración catalana de conocidos pro franceses. El coste del ejército francés para Cataluña era cada vez mayor, y mostrándose cada vez más como un ejército de ocupación. Mercaderes franceses comenzaron a competir con los locales, favorecidos aquellos por el gobierno francés, que convirtió a Cataluña en un nuevo mercado para Francia. Todo esto, junto a la situación de guerra, la consecuente inflación, plagas y enfermedades llevó a un descontento que iría a más en la población, consciente de que su situación había empeorado con Luis XIII respecto a la que soportaban con Felipe IV.
Ataque francés a Tarragona (1641)
El 4 de mayo de 1641, el ejército francés de Enrique d’Escoubleau de Sourdis se presentó ante Tarragona e inició el bloqueo de la ciudad con las tropas de tierra de Philippe de La Mothe-Houdancourt. Durante los meses de mayo y junio se luchó en los alrededores de Tarragona; el fuerte de Salou cayó ante los franceses el 9 de mayo y el fuerte de Constantí el 13 de mayo. El 10 de junio, fuerzas catalanas atacaron a una fuerza de 1.000 soldados de infantería y 600 de caballería españoles, que habían salido de Tarragona para forrajear, el ataque provocó que de la ciudad tuviera que salir columna de infantería para acoger a los rodeados y cubrir su retirada.
Tarragona estaba a punto de la rendición por falta de alimentos, y se ordenó a García Álvarez de Toledo y Mendoza, el marqués de Villafranca del Bierzo que a toda costa hiciera llegar provisiones a la ciudad así que reunió en Peñíscola los grupos de galeras de las Españas: 14 del reino de Nápoles comandadas por Melchor de Borja y Velasco, 6 del reino de Sicilia por Francisco Mejía, 7 de la república de Génova de Juanetín Doria, y 14 castellanas en Cádiz.
La armada real se concentraron en Salou, llegando a Tarragona el 30 de junio de 1641 para enfrentarse con la escuadra francesa que bloqueaba el puerto.
Se formaron tres columnas, que entretuvieron a las francesas maniobrando y disparando, creando una cortina de humo que García de Toledo aprovechó para atravesar la línea enemiga y llegando a puerto con su columna, en la que había 8 cargadas de comestibles mientras el resto de galeras se retiraba a Tamarit. Los franceses respondieron quitando anclas y teniendo que remolcar los galeones a las posiciones de batalla por la falta de viento, hundiendo o quemando 7 galeras, haciendo encallar tres y una última que fue destruida o capturada, según las fuentes.
Aunque los supervivientes se tuvieron que refugiar en la ciudad, la entrega de las provisiones en vano llegaron al puerto, permitieron a la ciudad aguantar su asedio hasta el 20 de agosto, cuando se libró la segunda batalla de Tarragona, levantando definitivamente el asedio.
Tras la primera batalla de Tarragona, los españoles construyeron una nueva escuadra mandada de nuevo por García Álvarez de Toledo y Mendoza. Con órdenes de levantar el asedio de Tarragona, García Álvarez de Toledo pudo disponer de la Armada del Océano, la principal de las armadas españolas, que se concentró en Vinaroz con 30 galeones y fragatas, 4 pataches y 65 transportes de provisiones, a los que se sumaron las 29 galeras supervivientes de la anterior batalla de Tarragona.
La flota española llegó a Tarragona el 20 de agosto, y la francesa compuesta de 26 galeones, 19 galeras,4 brulotes, y 8 bergantines, salió del puerto y abrió fuego sobre ella de manera que las galeras y los transportes entraron en el puerto, descargaron y volvieron; mientras los barcos grandes combatían durante todo el día, dañando los barcos, pero sin hundir alguno. Finalmente, la escuadra francesa se retiró y el 25 de agosto volvería definitivamente a Francia
La escuadra de García Álvarez de Toledo y Mendoza aprovisionó Rosas, Perpiñán y Colliure y volvió a Tarragona, de donde el ejército franco-catalán ya se había retirado, esquivando Barcelona.
Las tropas que asediaban la ciudad se situaron en la Cuenca de Barberá para poder detener entradas españolas tanto desde Lérida como de Tarragona, y en invierno saquearon Tamarit de Llitera y levantaron el asedio de Almenar.
La presencia de la flota francesa en Barcelona impidió que los refuerzos españoles y las provisiones llegaran al norte del Principado, lo que facilitó la ocupación francesa de las villas y fortalezas que todavía quedaban en manos castellanas (Perpiñán y Rosas).
A comienzos del año 1642, Luis XIII decidió concentrar todos sus esfuerzos en el Rosellón. Así, una vez tomada la ciudad de Colliure, el ejército francés asedió Perpiñán (la ciudad, sin embargo, no cayó hasta septiembre).
Una columna castellana de 4.500 hombres salió de Tarragona el 23 de marzo de 1642 para socorrer al Rosellón, todavía quedaban en manos españolas las plazas de Perpiñán y Rosas, que habían quedado aisladas, pero las fuerzas de socorro serían derrotadas a medio camino y Colliure cayó el mes de abril. En mayo, los españoles retiraron los tercios que estaban en Rosas con una escuadra de 78 naves.
Las tropas de Luis XIII de Francia estaban asediando Perpiñán desde el 4 de noviembre de 1641. El propio Rey estuvo presente durante la primavera en el asedio, pero se marchó antes de la conquista de la ciudad. El gobernador, el marqués de Flores Dávila, rindió la ciudad, que cayó por hambre y por el gran número de bajas el 9 de septiembre de 1642. La ciudad fue ocupada por tropas francesas apoyadas por los catalanes sublevados.
En la ciudad se encontraba el mayor arsenal del ejército español, 100 cañones y 20.000 mosquetes, que serían capturados por el ejército francés. La presión sobre Salses, que había quedado completamente aislada en el Rosellón, hizo que poco después el 15 de septiembre, quedase todo el Rosellón en manos francesas.
Asedio francés de Monzón (1.642)
Tras la caída del Rosellón, Felipe de La Motte conde de Houdancourt organizó un ataque contra Aragón con 12.000 infantes y 4.000 jinetes, el 16 mayo de 1641 llegan a Monzón y ponen asedio a la ciudad, la situación era crítica, y se enviaron 200 hombres desde Huesca. La Motte regresó a Barcelona porque otros asuntos requerían su atención.
Al año siguiente, La Motte inició un nuevo ataque a tierras aragonesas, tras saquear Tamarite y un elevado número de lugares de las riberas del Cinca; se presentaban de nuevo a las puertas de Monzón, asediaron la ciudad que cayó el 19 mayo 1642. Los franceses ocupan la ciudad, saquearon y destruyeron de templos y conventos, pero el castillo continuó resistiendo. El 10 de junio de 1642 el castillo fue tomado por los franceses después de 21 días de asedio.
Después continuó la invasión por las desviaciones pirenaicas, y se ocupó Estadilla y Benabarre, así como la práctica totalidad de la cuenca ribagorzana. Antes de la conquista de Monzón se decía que ya habían caído en manos del enemigo más de 200 lugares, “y casi todos los ha quemado y saqueado”. Por último, a primeros de julio se intentaba la conquista de la plaza de Fraga, única población realista en la zona oriental del Cinca. Sin embargo, el contraataque de las tropas españolas desde Tarragona hacia el norte les haría desistir.
El 28 de octubre de 1642, se presentó el ejército castellano de Felipe IV mandado por Felipe de Silva y asedió el castillo en poder francés. El 4 de diciembre de 1643 el castillo de Monzón fue recuperado por las tropas españolas. Tras la toma los habitantes de Monzón empezaron a volver para encontrar sus casas destruidas y los edificios del convento de San Francisco y el hospital de Santo Tomás arrasados, todos los archivos y los bienes habían sido robados o destruidos por los catalanes y franceses.
Batalla de Lérida o de las Horcas (7 de octubre de 1642)
Felipe IV de España, viendo que la mayor parte de Cataluña iba a caer en manos franco-catalanas, decidió lanzar una ofensiva sobre Cataluña. Mexía Felípez de Guzmán, marqués de Leganés y virrey de Cataluña, fue nombrado jefe del ejército español de Aragón con la misión de organizar un ejército y conquistar la ciudad de Lérida. Reunió tropas de Zaragoza y Tarragona, alcanzando 15.000 infantes, 5.000 jinetes y 9 cañones.
El 3 de octubre hubo un encuentro entre la caballería mandada por el barón de Alais y 200 jinetes castellanos. El ejército franco-catalán, después de pasar por Lérida, se posicionó en Vilanoveta.
El ejército francés, mandado por Felipe de La Motte Houdancourt, se componía de unos 9.000 en 9 regimientos y 4.000 jinetes en 41 compañías, y 8 cañones en 2 baterías (una de 5 y otro de 3).
La artillería francesa batía el campo con eficacia y el ataque lo iniciaron los 300 jinetes de la caballería castellana de Rodrigo de Herrera, que era la vanguardia. Detrás encabezando el ataque, los regimientos del Príncipe y el del Conde-duque, con 4.000 infantes y 2.000 jinetes, que tomaron una de las baterías, de tres cañones y llevándolos al campo castellano.
La infantería francesa fue atacada por el grueso de la caballería castellana y resistió la carga, pero el ala derecha comandada por el señor de Terrail se rompió. Necesitó el apoyo de dos compañías de caballería de Magaloti; mientras el resto del regimiento de caballería, mandada por Luis de Valois, conde de Alais avanzaba haciendo retroceder los realistas y el ala izquierda, mandada por Felipe de Châteaubriant, conde Des Roches-Baritaut también avanzaba. La lucha se prolongaba y mientras las tropas realistas estaban exhaustas y descoordinadas entraron en acción las reservas francesas y por la noche, el ejército de Felipe IV de España tuvo que emprender la retirada, dejando numerosas bajas tras él.
Las tropas realistas perdieron 7.000 hombres un cañón, 6 cornetas y 4 banderas. El número de bajas fue especialmente elevado entre la caballería de las Órdenes. Los franco-catalanes perdieron unos 1.000 hombres y 3 cañones que Leganés consiguió retirar. Sin embargo. La victoria francesa fue muy celebrada y auguró nuevas conquistas.
El 4 de diciembre de 1642, murió el cardenal Richelieu y un año después lo haría el rey francés Luis XIII. Subió al trono Luis XIV, con tan solo cinco años, mientras que su regente, el cardenal Mazarino, comenzó a trabajar para buscar una salida diplomática a la guerra.
Batalla naval del cabo de Gata (2 de septiembre de 1643)
La marina española no osaba aparecer por las costas catalanas y el almirante francés Jean Armand de Maillé, marqués de Brézé, buscando la superioridad francesa en el Mediterráneo, fue en busca de la escuadra española. Partió del puerto de Barcelona el 22 de agosto con su flota, llevando la misión de buscar a las fuerzas navales españolas, para oponerse a todo intento de socorro de las mismas a la plaza de Orán, entonces amenazada seriamente por los argelinos. Su flota consistía en 24 navíos y 12 brulotes, hizo rumbo suroeste.
A la altura del cabo de Gata, se hallaba la escuadra española. Estaba compuesta la armada del Mar Océano de 4 galeones y 2 urcas al mando de Martín Carlos de Mencos, la armada de Nápoles con 3 urcas al mando de Massibradi, la escuadra flamenca con 6 galeones y 6 fragatas de la escuadra de Dunkerque a las órdenes de Joos o José Petersen. Se esperaba a otra división de galeras que había de salir de Cartagena, al mando del duque de Fernandina, quien tomaría el mando supremo y la dirección de las operaciones navales.
Al amanecer del 2 de septiembre, Brézé descubrió a la fuerza española, decidiendo inmediatamente atacarla. Aunque las flotas estaban equilibradas en el número de buques, las naves francesas sin contar los brulotes, tenían mayor capacidad militar; pues casi todos sus buques eran grandes y estaban muy bien artillados, en tanto que la fuerza española solo los 4 galeones y algún que otro buque de la escuadra de Dunkerque, podían igualarlos.
Hacia las siete de la mañana, Brézé dio la señal de ataque, destacando una división compuesta de 4 de sus mejores buques, contra 3 buques españoles que se hallaban a barlovento del grueso de las fuerzas y un tanto separados del mismo.
Como el francés tenía la ventaja de la sorpresa y del viento, inmediatamente enfiló con el resto de sus buques, con todas las velas largas y sin abrir fuego de artillería; a fin de no desordenar su formación, sobre la línea de buques españoles, que apresuradamente habían formado Mencos y Petersen.
Estos se mantuvieron firmes, y la acción se generalizó, guardando cierta semejanza en sus episodios con la batalla librada en Barcelona el año anterior.
Por el lado español, el principal peso del choque lo llevó el galeón insignia de Mencos y el de Nápoles, a los que apoyaban los buques dunkerqueses, contra Brézé y 11 de sus buques. Sostuvieron un furioso combate de artillería y mosquetería durante más de tres horas, sin que el francés consiguiera romper la línea española.
El navío más potente de la escuadra de Dunkerque, armado con 36 cañones, se incendió, combatiendo costado con costado contra el buque insignia de Brézé. El fuego alcanzó la santabárbara, resultando su voladura con sus 300 hombres de dotación, mientras el buque de Brézé, en previsión de aquel resultado, había logrado separarse, lo que le salvó de perecer al mismo tiempo.
Los franceses comenzaron entonces pusieron en juego sus brulotes, uno de los cuales logró pegarse al galeón de Nápoles, que era uno de los buques españoles más poderosos, de cerca de 1.000 toneladas y 50 cañones, el cual se hallaba medio desarbolado a consecuencia del desigual combate que sostenía contra varios enemigos, comunicándole el fuego, lo que provoco que fuera hundido.
Mencos y Petersen, en vista de la inferioridad de las condiciones en que se luchaba, y ante el peligro de que el ataque con los brulotes les causara nuevas pérdidas; pusieron rumbo a Cartagena, a donde llegaron malparados, al anochecer, sin que Brézé consiguiera mayores ventajas que rodear y rendir otro buque de 30 cañones, con lo que fueron tres los buques perdidos por los españoles.
Las 15 galeras del duque de Fernandina cerraron la boca del puerto a fin de impedir la entrada en fuerza de los franceses. Estos no perdieron ningún buque, aunque tres o cuatro de ellos resultaron muy averiados, aparte de sufrir muchas bajas.
Aunque las fuentes galas de la época hablan de haber hecho 1.000 prisioneros españoles, afirmando que los españoles tuvieron en la acción 1.500 muertos y heridos, tales cifras deben estimarse muy exageradas.