¡Ayúdanos a mejorar el blog!
Si ves alguna palabra mal escrita, o frase que no tenga mucho sentido, es muy fácil hacérnoslo saber. Sólo tienes que seleccionar las palabras que te resulten sospechosas y pulsar las teclas CONTROL y ENTER. Se abrirá un formulario con el texto seleccionado, y con pulsar enviar recibiremos tu notificación.
También puedes abrir el formulario pulsando el siguiente botón
Conquista española de Lérida (1644)
En 1643 Felipe de Silva fue nombrado jefe del ejército español de Aragón con la misión de organizar un ejército y conquistar la ciudad de Lérida. El 1 de mayo 1644, el rey español Felipe IV pasa revista a su ejército de:
- 9.554 infantes agrupados en 12 tercios, 6 españoles (de Simón Mascareñas, Nuño Pardo de la Casta, Martín de Muxica, Esteban de Ascárraga, Alonso de Villamayor,y Francisco Freire) 3 valones (Calona, barón de Brundestral, y uno desconocido), 3 napolitanos (barón de Amato, Frey Tito Brancacho, y duque de Lorenzana), 3 regimientos alemanes (Galaso, Ginsflet, y barón de Sabac).
- 4.436 jinetes (la caballería del Rosellón mandada por de Andrés de Haro, la caballería de Flandes bajo el mando de Blas Janini, un regimiento borgoñon bajo el mando del barón de Brutier, la caballería de las Órdenes bajo el mando de Juan de Oto, la caballería de Nápoles y de Milán bajo el mando de Ferrante Limonta, las Guardias Viejas de Castilla bajo el mando de Roque Matamoros).
- 16 cañones estacionados cerca de la ciudad de Fraga al mando de Francisco Tutavila
El 3 de mayo, el ejército español inicio su movimiento en dirección norte para cruzar los ríos Cinca y Noguera. El 8 de mayo el pequeño pueblo de Castelló de Farfanya fue tomado sin resistencia, y se dirigieron hacia Balaguer.
En el bando francés, La Mothe recibió la noticia del avance de los españoles y en poco tiempo reagrupó todas sus tropas disponibles (algunos de los refuerzos franceses estaban aún en Francia) y partió de inmediato de Barcelona. El 11 de mayo, una vanguardia española de 6.500 hombres llegó ante Balaguer. Ese mismo día, La Mothe que se encontraba en el valle de Urgel (a 10 km de Balaguer) con 11.000 hombres y consiguió enviar 2.000 hombres a Balaguer para reforzar su guarnición.
Con el resto del ejército español Silva avanzó rápidamente para ocupar posiciones estratégicas al norte de Lérida, especialmente un vado en el río Segre. El día 12 viendo que el principal objetivo español era Lérida, La Mothe intentó sin éxito reforzar la guarnición, los franceses fueron rechazados por un destacamento de 900 soldados de infantería y 200 jinetes españoles mandados por Simón de Mascareña en el vado del río Segre. El día siguiente, en un consejo de guerra, los españoles decidieron forzar la batalla.
La construcción de un puente de barcas sobre el río Segre, permitió a Felipe da Silva reunir sus tropas a las de Juan de Vivaro al nordeste de Lérida. El 15 de mayo por la mañana el grueso de los españoles se preparan para la batalla. Mientras tanto los franceses forman su dispositivo en una colina pequeña colina a 3 km al este de Lérida, llamada Tossal de les Forques. Es posible que antes de la batalla algunas partidas francesas hubieran escaramuceado con los españoles.
Despliegue inicial
El ejército estaba mandado por Felipe de Silva secundado por el marqués de Mortara. Tras cruzar el río el despliegue español desplegaron 6.300 infantes, 3.000 caballos y 4 cañones:
- Ala derecha unos 10 escuadrones de caballería (caballería de Flandes, caballería del Rosellón y un regimiento de Borgoña) mandados por don Juan de Vivaro desplegados en dos líneas.
- Centro la infantería en una línea, de derecha a izquierda, 4 escuadrones o cuadros españoles (Guardia, Freire, Pardo de la Casta y Mújica), 1 escuadrón amalgamado valón (tercios de Colona y de Brandstaart), 1 escuadrón amalgamado alemán (regimientos Galaso y Glosflet) y un escuadrón amalgamado napolitano (tercios Amato y Brancaccio).
- Ala izquierda, bajo el mando del marqués de Cevalbo, 8 escuadrones de caballería (de las Órdenes y Guardias Viejas de Castilla) y un escuadrón italiano formado por el tercio de Lorenzana y una batería de 4 cañones pequeños.
En Vilanoveta para guardar el puente de Lérida dejó un pequeño destacamento de una manga de unos 400 mosqueteros y de 3 escuadrones de caballería.
El resto de las fuerzas españolas, unos 2.500 efectivos, se encuentran del otro lado del río Segre al norte de la ciudad para defender la artillería de sitio y los bagajes.
El ejército franco-catalán mandado por Felipe de la Mothe, conde de Houdancourt tenía unos 8.000 infantes y 2.000 jinetes y 12 cañones y desplegó:
- Ala derecha con la mitad de la caballería bajo el mando del marqués de la Valière en la ladera norte del Tossal de les Forques.
- Centro la infantería mandada por el conde de Houdancourt en dos líneas, en primera línea 6 regimentos franceses (Lyonnais, Albret, Mompouillan, Vandy, Rébé, y Houdancourt); la segunda línea 1 regimiento francés (Chastellier Barlot) 1 regimiento suizo (de An-Buchel) y 3 regimientos catalanes. Delante los 12 cañones en 2 o 3 baterías.
- Ala izquierda tenía el resto de la caballería.
La guarnición de Lérida tenía unos 600 infantes.
Primera fase
(A) Las fuerzas españolas avanzaron, en formación de combate, a lo largo del río Segre de flanco a la posición francesa. El objetivo español era tomar la colina llamada Tossal de les Forques. La marcha de los españoles duraría más de hora y media. Durante ese tiempo los cañones franceses abrieron fuego causando numerosas bajas, los 4 cañones pequeños españoles respondieron.
(B) Viendo el avance de las tropas españolas hacia el sur, el comandante francés se dio cuenta de que parte de la colina estaba desguarnecida y ordenó el movimiento de batallones de la segunda línea para extender su frente. Mientras tanto el gobernador de Lérida preparó sus fuerzas de asalto de unos 600 hombres.
Segunda fase
Desplegados en una línea, los españoles avanzaron hacia la posición francesa donde la inclinación de la colina era menos pronunciada.
(C) El primer choque tuvo lugar cuando la caballería española del ala derecha se enfrentó con los escuadrones franceses que llegaron. El primer combate fue indeciso, pero cuando Juan de Vivaro lanzó 3 escuadrones de la segunda línea española logran rechazar a los franceses.
(D) En el ala izquierda la caballería española del marqués de Cevalbo avanzó de manera decisiva hacia el enemigo que presentó poca resistencia antes de huir.
(E) En el centro cada escuadrón español atacó su contraparte francés. Incluso con el apoyo de la artillería la mayoría de la infantería francesa presentó una pobre resistencia y los españoles fueron capaces de capturar los cañones franceses. En el flanco derecho el regimiento de Houdancourt ofreció una feroz resistencia al tercio de Mascareña, pero tras una breve aunque intensa lucha con armas blancas los franceses fueron vencidos.
(F) El gobernador de Lérida lanza sus soldados sobre los españoles que fueron sorprendidos por este ataque. En pocos minutos las fuerzas españolas son vencidas sufriendo perdidas importantes.
Tercera fase
(G) En el centro y derecha, los españoles ocuparon la parte principal de la colina venciendo la última resistencia de las fuerzas francesas. El regimiento de Houdancourt fue en su mayor parte destruido y el comandante francés perdió el control de sus fuerzas. Los franceses se retiraron con pánico hacia Cervera.
(H) Bajo el mando del señor de la Valière, un fuerte contingente francés consiguió enlazar con la guarnición de Lérida y entrar en la ciudad.
(I) En el campo de batalla, Mortara envió a Juan de Vivaro con algunos escuadrones de caballería para perseguir a los últimos regimientos franceses. Las últimas fuerzas francesas abandonaron el campo de batalla dejando atrás 2.000 prisioneros, sus bagajes y toda la artillería. Los restos del ejército vencido se refugiaron en Cervera.
Secuelas de la batalla
El precipitado movimiento de Felipe de la Mothe (parte de los refuerzos franceses para su ejército estaban aún en Francia) para enfrentarse a las fuerzas españolas terminó en desastre. Felipe de Silva fue capaz de causarle pérdidas de unos 4.000 hombres (incluyendo unos 2.000 prisioneros). Los 1.500 hombres que consiguieron entraron en la ciudad (entre ellos casi 500 del regimiento Lyonnais) bajo el mando de la Valière reforzaron la guarnición de Lérida, pero algunos de ellos no estaban en condiciones de luchar. Los españoles perdieron unos 600 hombres, la mitad de ellos debido al fuego de artillería. A ese número hay que añadir unos 150 hombres perdidos en la acción en el puente de barcas en el río Segre.
Tras la batalla Felipe da Silva organizó formalmente el asedio de Lérida. Recibe el refuerzo de unos 5.000 hombres, principalmente de la milicia de Aragón y Castilla. Dentro de Lérida, según la muestra del 16 de junio, quedaban 181 oficiales y 3.575 soldados, pero buena parte sin armas.
Con la mayoría de los defensores huidos o capturados, da Silva inició el asedio capturando la fortaleza de Cappont y bombardeando la ciudad, fracasando en el intento de captura de Gardeny el 16 de junio.
La Mothe lanzó brulotes contra el puente de madera para atacar a los sitiadores pero no tuvo éxito. Lérida fue abandonada a su suerte y tras una valerosa resistencia el gobernador de Lérida rindió la ciudad el 25 de julio de 1644. Los sitiados salieron de la plaza el 31 de julio; el 2 de agosto entró en ella de Silva. Felipe IV siguió esta campaña desde Fraga, siendo esta la primera y única vez que estuvo en contacto con sus tropas; el Rey entró en Lérida el día 7 de agosto.
Batalla de Proh o del Mora (19 de octubre de 1645)
En 1645, el príncipe Tomás de Saboya y César de Pressy-Praslin, comandante del ejército francés en Italia, proyectaron la conquista de la plaza Vigevano, una ciudad a orillas del río Tesino a 35 kilómetros de Milán, que dejaría la zona expuesta a las incursiones franco-saboyanas. Reunieron un ejército de 4.000 jinetes y más de 6.000 infantes y se pusieron en marcha. El 21 de agosto alcanzaron el río Sesia y lo cruzaron por dos puntos cerca Vercelli, al norte (en frente de Villata) y al sur(cerca de Prarolo). El 23 de agosto los dos cuerpos de ejército se reunieron en Vespolate y el día siguiente 24 llegaron frente a Vigevano y comenzaron el asedio. Las fuerzas españolas fueron sorprendidas y no pudieron reaccionar a tiempo.
El marqués de Velada al frente del ejército de Lombardía, marchó sobre Mortara con el objetivo de cortar las rutas de abastecimiento del enemigo. Para su desgracia, la maniobra no funcionó y el 13 de septiembre a guarnición española de Vigevano capitulaba.
El príncipe Tomás mandó reparar los daños del asedio de Vigevano, desmanteló las trincheras y las fortificaciones de asedio, y reparó las brechas en la muralla, y esperó los refuerzos al mando de César Pressy-Praslin que acaban de llegar a Piamonte.
Durante un mes Tomás de Saboya esperó, pero su avituallamiento no llega bien y las deserciones aumentaban rápidamente. Al final, el 16 de octubre, ante la dificultad de Pressy-Praslin de cruzar el río Sesia y reunirse con él, y dejó una guarnición de 500 infantes y 80 jinetes con provisiones para cuatro meses, y se dirigió a Carpignano, unos km al norte de Novara; donde pensaba en unirse con Pressy-Praslin y coger a las fuerzas españolas entre las dos fuerzas; Antonio Sancho Dávila de Toledo y Colonna, marqués de Velada le tomó la ventaja y se apostó en Proh, bloqueando el camino con 3.500 infantes y 2.700 jinetes.
La mañana del 18 de octubre, el ejército de Tomás de Saboya comenzó su marcha hacia al norte, llegando al pueblo de Camero (norte-este de Novara) por la noche. Mientras tanto, los españoles consiguen estimar correctamente el propósito del enemigo, levantaron el campo y marcharon hacia al norte, pasando al oeste de Novara, dejando algunos exploradores para vigilar Pressy-Praslin.
El 19 de octubre, Tomás de Saboya cruzó el torrente Agogna sin oposición, pero pronto sus propios exploradores le indicaron que había tropas españolas en Proh.
A medio día los dos ejércitos estaban a menos de un kilómetro el uno del otro, el combate era inevitable. Proh, un pequeño pueblo con un castillo medieval. A la derecha fluía el Mora, un canal de riego lo bastante ancho y profundo como para que fuese necesario un puente para cruzarlo. El terreno circundante era espacioso y llano, ideal para el despliegue de tropas, aunque pantanoso en algunos puntos. Una zanja profunda, que se podía usar como trinchera, separaba a ambos contendientes.
Despliegue inicial
Los españoles viendo acercarse a los franceses desplegaron:
- Vanguardia al mando del conde Galeazo Troti, junto al canal, una avanzada formada por una compañía de arcabuceros a caballo y otra de dragones; en segunda línea, 6 escuadrones de coraceros y 5 mangas de mosqueteros. Tenían el cometido de guardar un viejo puente donde previsiblemente los saboyanos descargarían toda su fuerza.
- Ala izquierda, los regimientos de caballería de Stöz y Varnieri y las compañías de Nápoles.
- Centro en dos líneas. Primera línea 4 escuadrones de infantería (los tercios de Lombardía, Sfondrati, Watteville, y un regimiento alemán). En segunda línea 2 escuadrones formados por los tercios de Saboya y del Mar de Nápoles, complementado por algunas compañías. También tenía dos cañones sacres.
- Ala derecha el resto de la caballería junto al canal, unos 10-11 escuadrones de la caballería napolitana (Diego Ollauri) y de dos regimientos alemanes (Stözn y Varnieri)
Los franco-saboyanos, que disponían de 3.000 jinetes agrupados en 25 escuadrones de 5 regimientos saboyanos (Marrazani, Senantes, Monti, Souvré, Chambeau) y 5 regimientos franceses (Coronel-General, Pressy-Praslain, Saint-André-Montbrun, Couvonges y principe Mauricio de Savoya); y 2.000 infantes de 2 regimientos Saboyanos (Marqués de Villa y Carignano) y 5 regimientos franceses (Auvergne, Navailles-Saint Geniez, Montpezat, Mespieux y Hôtel); y 2 cañones.
Desplegaron en una vanguardia 1.000 jinetes y 400 infantes a las órdenes de Mauricio de Saboya, y detrás el resto del ejército con la infantería en el centro y la caballería en las alas, en retaguardias el tren de bagajes con algo de caballería. No hay muchos datos sobre el despliegue.
Desarrollo de la batalla
(A) El príncipe Tomás mandó los 1.000 jinetes y 400 infantes al mando de su medio hermano Mauricio contra los escuadrones de Galeazo Troti para apoderarse del puente. En un primer ataque, los franco-saboyanos consiguieron poner en desorden la infantería y caballería española de la primera línea después de una lucha feroz.
(B) Viendo sus tropas en desorden. Trotti cargó al frente de su segunda línea en apoyo de los que se batían en retirada hacia Proh, pero no pudo impedir que Mauricio y sus hombres se adueñasen el puente, asegurándose así una vía de retirada si la suerte del combate les era adversa. Los españoles se repliegaron hacia Proh.
(C) Viendo su vanguardia victoriosa, Tomás de Saboya mandó avanzar su ejército contra la línea española y apostarse en la zanja que partía el campo, a unos 200 pasos de los escuadrones españoles. Los 1.600 infantes y 2.000 jinetes avanzaron con resolución, sufriendo en su avance nutridas descargas de mosquetería y los certeros disparos de dos cañones sacres dirigidos por el marqués de Fiorenza.
(D) Dávila ordenó avanzar la primera línea española y rápidamente las dos infanterías se situaron a tiro de mosquetes. Las dos líneas de infanterías se intercambiaron descargas tras descargas de mosquetería durante unas siete horas. En el lance, los franceses se llevan la peor parte pero aguantaron.
(E) Mientras tanto, la retaguardia franco-saboyana, cruzó el canal de la Mora protegido por algunos escuadrones de caballería.
(F) Galeazo Troti, una vez restaurado el orden en su caballería, advirtió que los saboyanos comenzaban a flaquear y pidió permiso al marqués de Velada y a Vicenzo Gonzaga, comandante de la caballería, para acometer al enemigo. Velada autorizó la carga, esta vez los coraceros de Troti, apoyados por 10 mangas de mosqueteros españoles, consiguieron desorganizar las fuerzas enemigas. Esta vez los del príncipe Tomás llevaron la peor parte, y Mauricio fue mortalmente herido de un disparo en la cabeza. Troti perdió su caballo y estuvo en serio peligro.
(G) En el flanco izquierdo, la caballería española carga también sus oponentes. El ataque es exitoso y los franco-saboyanos también tuvieron que retroceder.
(H) Entre tanto, el marqués de Velada en persona avanzó con sus cuatro batallones de infantería y empujó a los franco-saboyanos hacia el puente, por donde su bagaje transitaba en ese momento.
La caída de la noche permitió al príncipe Tomás poner a buen recaudo sus bagajes y emprender la retirada hacia Carpignano. El saldo de la batalla fue elevado: 1.000 muertos por parte franco-saboyana y 300 bajas entre muertos y heridos por parte española. Recuperados sus hombres con unos días de descanso, el marqués de Velada tomó el camino hacia Vigevano y cercó la plaza, que volvió a manos españolas el 17 de diciembre tras un mes de asedio.
Tomás de Saboya consideró que había conseguido su objetivo y marchó hacia el río Sesia, al norte de Vercelli para encontrarse con Pressy-Praslain y mandar sus tropas en cuarteles de invierno.
Batalla de San Lorenzo de Montgai (22 de septiembre de 1645)
Tras la ofensiva española de 1644, en la que los ejércitos de Felipe IV recuperaron la importantísima plaza de Lérida, los españoles se pusieron a la defensiva para economizar tropas y emplearlas en otros frentes.
Tras la caída Lérida a manos españolas, Felipe de La Mothe decidió atacar Tarragona con tropas catalanas y francesas, que atacaron muelle entre el 23 y el 28 de agosto de 1644, siendo rechazados por los españoles que capturaron además Balaguer en septiembre y Agramunt en octubre. Esto provocó la sustitución de La Mothe por Enrique de Lorena, conde de Harcourt, por su fracaso al intentar recuperar Tarragona.
Enrique de Lorena muy reforzado al conceder el cardenal Mazzarino, primer ministro del entonces menor de edad Luis XIV, dio prioridad al frente catalán, conquistó Rosas y Balaguer.
Lorena forzó el paso del Noguera en Camarasa que estaba defendido por 5 tercios (Seebach, Felipe Soumandra, conde de Gronsfelt, Pedro Asteris, y el irlandés Diego Preston). Sorprendió la guarnición de 120 hombres que custodiaba el puente y que se rindió. Las tropas españolas, bajo el mando de Andrea Cantelmo, capitán general del ejército de Cataluña, trató de detenerle en la llanura de San Lorenzo de Montgai.
El 22 de septiembre de 1645, ambas fuerzas desplegaron para la batalla, Cantelmo desplegó 5 tercios en el centro y la caballería en las alas. Las tropas franco-catalanas desplegaron también con la infantería en el centro con 10 regimientos en dos líneas, y la caballería (22 escuadrones) en las alas. Durante la batalla se capturó a Francisco de Orozco y Ribera, marqués de Mortara y los cinco tercios de infantería. Las tropas españolas restantes se vieron obligadas a retirarse a Balaguer. El virrey Cantelmo dejó el mando de la ciudad a Simón de Mascareñas, que se rendiría el 9 de octubre.
A finales de octubre, Harcourt regresó a Barcelona para preparar el siguiente paso de la conquista de la estratégica ciudad de Lérida. En el otro bando, las pérdidas sufridas durante las principales acciones de 1645 fueron muy graves.
Asedio francés de Lérida (1646)
Tras la conquista de Lérida en 1644, los españoles trabajaron en la construcción de una ciudadela en el Turó de la Seu, alrededor del castillo. Las obras, sin embargo, progresaban con lentitud por la falta de dinero, y cuando el ejército francés comenzó el asedio no estaban terminadas.
Las fortificaciones de Lérida presentaban un aspecto desigual. La ciudad se expandía entre el Segre y el Turó de la Seu, un promontorio de roca maciza de 155 metros de altura donde se alzaban la catedral y el castillo del Rey, o de la Suza. Las defensas de la plaza en la parte que miraba al río eran viejas murallas medievales. El verdadero obstáculo era el Segre, cuya anchura de entre 30 y 50 metros y su considerable caudal hacían imposible vadearlo. Un puente de piedra defendido por un pequeño fuerte unía la ciudad con la orilla opuesta. Lérida, a decir verdad, carecía en gran medida de fortificaciones modernas de traza italiana. Para empezar, no tenía foso. Los franceses habían erigido algunas construcciones entre 1641 y 1644, pero Britto las juzgó inútiles: “Las fortificaciones hechas por los franceses y aún después son deficientes, y están faltas de seguridad y hechas con materiales de escasa consistencia; tierra y un poco de cal es lo que hay en ellas, tan miserablemente como si echaran pimienta molida sobre guisado”, escribió a la Junta de Guerra en 1646.
Lérida era el objetivo indiscutible de los franceses. En palabras de un decreto de Felipe IV de 1645: “Lérida es plaza de tan gran consecuencia, que da la mayor disposición para la recuperación de Cataluña; asegura á Aragón y los reinos de Castilla, y el principal designio de los franceses es ocuparla”. La situación española, en contraste con la francesa, era precaria. Además de Cataluña, la corona española debía atender el frente portugués; los reinos de Valencia y de Aragón estaban empobrecidos por la guerra y el hambre, Castilla tampoco pasaba por su mejor momento, y hacer nuevas levas y mantener a las tropas existentes era una tarea sumamente difícil. A diferencia de lo que sucedió en 1646, si los franceses ponían Lérida bajo asedio no habría ningún ejército de socorro y los defensores deberían resistir por su cuenta.
Gobernaba Lérida desde principios de 1646, el maestre de campo Gregorio Britto de Carvalho, un caballero portugués que había permanecido leal a los Austrias tras la revuelta del duque de Braganza en 1640. Poco se sabe de la carrera de Britto antes de su llegada a Cataluña, salvo que había servido en la Armada del Mar Océano, el ejército de Flandes y el de Milán durante más de 20 años. Britto tenía entonces 47 y había dado muestras de su gran capacidad de mando y su astucia en la defensa de la ciudad contra Harcourt y en la empresa de Térmens. La guarnición española en Lérida tenía unos 4.500 hombres (la mitad de ellos reclutas novatos) y unos 25 cañones, principalmente de tipo ligero.
Enrique de Lorena, conde de Harcourt, reunió tropas entre Balaguer y Térmens, que fueron atacadas por las fuerzas españolas del virrey de Cataluña, Diego Mexía Felípez de Guzmán, el 6 de abril capturando la guarnición de 600 hombres; pero el grueso de las tropas franco-catalanas se fueron concentrando en Cervera para atacar Lérida desde el norte, y se desplazó a Bellpuig para bloquear el Cappont, cerrando el cerco capturando Albatàrrec y Torres de Segre por el sur, situándose al Plan de Vilanoveta, cerrando el cerco el 12 de mayo.
Las tropas francesas estaban formadas la infantería compuesta por 9.000 infantes encuadrados en los regimientos de Harcourt, Languedoc, Recibió, Rahn (suizo), Robbe, Gesvres (30 compañías), Périgord, Sainte-Mesme, Champagne (muy numeroso, pues formaba en 2 batallones), Roquelaure (de 20 compañías), Vaillac (de 20 compañías), Guyenne, Boisse, Couvonges (30 compañías), Sainte Mesme, Monpouillan, Anduze y Entragues (antes Vaubecourt), el tercio de Barcelona (600 hombres).
La caballería compuesta de 3.000 jinetes encuadrados en los escuadrones Maestre de Campo, Harcourt, Mérinville, Boissac, Balthazar, Sainte Colombe, Chavagnac, Le Ferron, Saint-Simon, Levignan, Gault (italiano), Ferté-Sénétere, Aletz, duque de Candale, Harcourt y la de gendarmes de Harcourt.
La artillería que contaba con 8 piezas de 40 libras, 30 de 30 libras y 7 más de 30 libras llegadas de Barcelona.
Las fuerzas francesas cercaron la ciudad con una línea de circunvalación de 26 km de perímetro con tres cuarteles principales: El cuartel de Mérinville en el sur de Vilanoveta; el cuartel de Couvonges en la orilla norte del río Segre al oeste de Lérida, y el cuartel de Harcourt al noreste mirando a Balaguer. La idea de Harcourt era rendir la ciudad por hambre.
A finales de junio llegaron 123 compañías y 8 más de reclutas llegaban al campo francés. Estaban formadas por los regimientos de Gesvres, Couvonges, Roquelaure, Vaillac, 11 compañías de Sainte Mesme, 10 compañías de Guyenne y 10 compañías de Boisse.
En octubre en vista del desgaste sufrido se ordenaba a 40 escuadrones de caballería del ejército de Piamonte que fueran a Cataluña, pero estas tropas no llegaron a tiempo de intervenir en la batalla de Santa Cecilia.
Batalla de Santa Cecilia o de socorro de Lérida (21 de octubre de 1646)
Diego Mexía Felípez de Guzmán y Dávila, marqués de Leganés, el nuevo virrey de Cataluña organizó un nuevo ejército, formado por 26 tercios mandados por Juan Fernández de Heredia, que intentó atrapar por la retaguardia a los sitiadores el mes de octubre, entrando por Torres de Segre; pero bajando hasta Tortosa para finalmente establecerse en Agramunt, y finalmente plantearon la batalla de Santa Cecilia el 21 al 22 de noviembre, en la que los castellanos saldrían victoriosos.
El 5 de octubre, un ejército español bajo el mando de Leganés salió de Fraga para apoyar a la ciudad de Lérida. Al principio Leganés pensaba que las fortificaciones francesas eran demasiado fuertes y trató de cortar su línea de suministros. Durante 6 semanas las maniobras del ejército español permitieron la captura de les Borges Blanques, Tarrega, Agramunt y Pons, pero Harcourt lograba siempre recibir grandes convoyes de suministro para sus tropas. Para el 15 de noviembre Leganés reconoció el fracaso en su plan y con el apoyo del gobierno español decidió atacar directamente la línea francesa para introducir suministros en la ciudad. El plan era atacar el 19 de octubre durante la noche la fortificación francesa delante de Albaratech. Debido a la fuerte lluvia el ataque fue pospuesto 48 horas y tomó completamente desprevenidas a las fuerzas francesas.
El marqués de Leganés solo tenía a mano un reducido ejército de campaña de 8.500 hombres. Tras la decisión del consejo de guerra de atacar a la línea francesa, Leganés organizó sus fuerzas en tres cuerpos. En la parte norte, entre Alguaire y Lérida, el barón de Bouthier fue enviado con la caballería de Borgoña (500 jinetes en 4 escuadrones) y un batallón de Aragón protegiendo un convoy de suministro de 300 mulas. En el sur, entre Sudanel y Albaratech, se situó una vanguardia bajo el mando de Tuttavilla con 900 jinetes (caballería de Flandes y un trozo del Rosellón), 3 escuadrones formados de los tercios españoles (Guardia del Rey, de Galeones, de Navarra, de Villamayor, de Aragón, de Villava y algunas compañías irlandesas), un escuadrón del tercio de Aragón y un escuadrón valón formado por los tercios de Calonne y del barón de Brandestraart. La vanguardia estaba apoyada por dos baterías de 4 cañones (cañones de 6 libras) bajo el mando de Tiberio Brancaccio. Un pequeño destacamento, al mando de don Lorenzo Salazar con un escuadrón de jinetes y una manga de 120 mosqueteros fue enviado frente a Vilanoveta para hacer ruido y llamar la atención.
La batalla o cuerpo principal estaba bajo el mando de Leganés tenía 1.000 jinetes espaloles (Guardias, voluntarios, trozo de las Órdenes, Guardias de Castilla) y, probablemente, tres escuadrones de los tercios españoles (Lisboa, Silva, Lorenzana, Salgado, y Garcés), un escuadrón de los regimientos alemanes (barón de Seebach y Grosfeit) y 2 escuadrones de los tercios italianos (Pignatello, San Felices, Amato y Brancaccio).
En la parte sur de la línea de circunvalación y el fuerte Rebé, frente al ataque español los franceses tenían solamente el regimiento de Champagne y un batallón catalán (1.400 hombres). En total se puede estimar las fuerzas francesas eran 4.000 jinetes, unos 8.000 infantes y probablemente 900 catalanes.
Ataque español
(A) El ataque del fuerte Rébé comenzó a las 22:00 horas, con dos columnas, en la derecha una columna formada por el primer escuadrón y en la izquierda una columna con los escuadrones 2 y 3. Aunque el fuerte tenía tres cañones y podría acomodar 300 infantes en el momento del ataque la guarnición tenía menos de 80 hombres. En veinte minutos el fuerte fue tomado con la guarnición muerta o huyendo para salvar su vida.
(B) En la orilla del río, el escuadrón valón atacó la fortificación ocupada por los catalanes. Después de duros combates pereciendo varios oficiales el resto de los defensores fueron expulsados corriendo hacia la retaguardia en dirección a Vilanoveta.
(C) Después de que el choque inicial, el conde de Origny, coronel del regimiento de Champagne, logró organizar un batallón y se enfrentó en una amarga acción retardadora contra los españoles. El regimiento de Champagne sufrió grandes pérdidas incluyendo su coronel y 8 capitanes, pero ganó algo de tiempo para Harcourt.
Contraataque francés
(D) Contrariamente a las órdenes dadas, el duque del Infantado dirige sus 6 escuadrones de caballería a perseguir al enemigo. Tuttavilla tuvo que apoyar su actuación con dos tercios. El duque del Infantado, con 800 jinetes y 1.000 infantes encuentra una fuerza superior mandada por Harcourt justo delante de Villanoveta. Con la élite de su caballería y el apoyo de 3 a 4 regimientos de infantería Harcourt se enfrentó y derrotó a los españoles que habían penetrado. La fuerza del duque del Infantado pudo solo retirarse en confusión hacia el Fuerte Rebé.
(E) Al ver la llegada de las tropas desordenadas don Pablo de Parada (maestre de Campo de la guardia del Rey) organizó la defensa del fuerte Rebé. Cuando Harcourt llegó con sus tropas para recuperar el fuerte, fue recibido por un nutrido fuego de los mosqueteros españoles y por un cuadro sólido de piqueros.
(F) Mientras tanto, el conde de Couvonges logró cruzar el río Segre y realizar una serie de ataques para volver a tomar la fortificación catalana. No podía ir más lejos, porque algunos de los escuadrones del duque de Infantado, que se estaban reorganizando, estaban bloqueando el camino.
(G) Desde la batalla, Leganés tenía solo información confusa, no disponían de noticias de Bouthier y los hombres que huían del campo de batalla gritaban que la batalla estaba perdida. Recibió el mensaje de Parada y Villamayor pidiendo refuerzos y ordenó enviar varias mangas de sus tercios a fuerte Rebé.
(H) La caballería del duque del Infantado con el reorganizado escuadrón de infantería valón atacaron a las fuerzas de Couvonges y lograron recuperar la fortificación. El francés tuvo que retirarse al otro lado del río.
(I) Con el refuerzo y sus buenas posiciones defensivas los españoles repelieron el asalto francés. Harcourt cargo con todas las tropas disponibles, pero el frente de ataque era estrecho y sus tropas sufrieron graves pérdidas. La lucha se estaba llevando a cabo durante la noche y los dos comandantes no tenían visión del campo de batalla. A las 04:00 horas, Harcourt retiró sus destrozadas tropas a Vilanoveta.
(J) Mientras tanto, el barón de Bouthier finalmente atacó una línea mal defendida y tras un breve combate, se las arregló para atravesar el bloqueo francés con el convoy. A las 05:00 horas, las noticias de la llegada de Bouthier a Lérida se difundían a lo largo de la posición francesa. Los franceses no tienen ninguna información sobre el tamaño de la fuerza de Bouthier, solo entienden que una fuerza española con caballos e infantes había llegado a Lérida y podrían amenazar su retirada a Balaguer.
(K) Harcourt tenía ahora muy poco control sobre sus tropas y cuando Tuttavilla ordenó un cuidadoso avance, el pánico general se extendió por los franceses abandonando todos sus cañones y pertrechos.
Secuelas
Durante el resto del día las fuerzas francesas se retiraron a Balaguer mientras que los agotados españoles los siguieron lentamente. Las pérdidas españolas se estiman de 400 a 450 hombres, mientras que los franceses habían perdido 3.200 hombres, entre ellos 800 prisioneros. Para los franceses el primer intento para retomar Lérida terminó en un fiasco y Harcourt fue destituido de inmediato por Mazarino
Asedio francés de Lérida (1467)
Llegada del príncipe Condé
Tras la victoria española del año anterior, la situación de Lérida era calamitosa. A principios de 1647, mientras el invierno mantenía ambos ejércitos inactivos, el Britto viajó a Madrid con licencia para pedir tropas y dinero, sin obtener más que promesas.
Britto regresó de Madrid el 30 de marzo de 1647, y en su ausencia, cuenta un cronista, “no hubo forma de darse una zapada ni ponerse una piedra”. De todos modos, al regresar, Britto aún dispuso de cerca de un mes para trabajar en las fortificaciones y logró poner en estado de defensa los terraplenes, parapetos y explanadas para la artillería.
Para la campaña de 1647 la corona española siguió dejando Cataluña en segundo plano mientras se desarrollaban las negociaciones de paz en Westfalia y, en cambio, centró su esfuerzo ofensivo en Flandes. Francia, entretanto, tejió una alianza con el duque de Módena en el norte de Italia para, con su ya tradicional aliado en la región, Saboya, atacar el Milanesado español por dos flancos sin comprometer demasiadas tropas galas. Del mismo modo que en los años anteriores, Francia centró en Cataluña su acción ofensiva. Mazarino esperaba conseguir una posición fuerte en la provincia para tratar de obligar a España a canjearla por Flandes en las negociaciones de Westfalia. Asimismo, a partir de 1645, la fidelidad de los catalanes se había resentido; varias conspiraciones habían sido descubiertas y el flujo de catalanes que se pasaba a las filas hispánicas iba en aumento, por lo que urgía a las altas esferas de París hacer ver a sus súbditos transpirenaicos que eran tenidos en cuenta.
Mazarino decidió recurrir a la ofensiva que estimaba decisiva, para ello puso al frente del ejército el mejor general que disponía en ese momento, el príncipe de Condé, Luis II de Borbón, que a pesar de contar apenas con 25 años; era considerado uno de los mejores de Europa por su victoria en Rocroi (1643) y la conquista de Dunkerque (1646). Condé, sin embargo, comenzó con mal pie su andadura en Cataluña: entró en Barcelona el 11 de abril con una escolta de apenas seis hombres, vestido con ropas de viaje y cubierto de polvo del camino. Los cuatro tercios de la Coronela, las autoridades y un buen número de ciudadanos se habían congregado para recibirlo, y al verlo llegar sin tropas y sin pompa, la decepción fue general.
Con todo, no tardaron en comenzar a llegar a Barcelona tropas francesas por tierra y por mar. La flota francesa del Mediterráneo, con 14 navíos y 16 galeras, escoltó un convoy de transportes que llevaba a bordo 4.000 soldados de infantería reclutados recientemente, así como abundantes municiones y otros pertrechos. La caballería entró por el Rosellón junto con otras reclutas de infantería. Con los veteranos de las campañas previas como base. Condé reconstruyó los maltrechos regimientos franceses en Cataluña, a los que había que sumar las tropas del batallón del Principado, auxiliares catalanes, que entonces habían quedado reducidos a dos regimientos de los cuatro iniciales, y a unas pocas escuadrones de caballería. En total, contando las tropas de guarniciones, el mando francés en Cataluña tenía a su disposición unos 15.000 infantes y más de 5.000 soldados de caballería.
Los hombres con los que Britto contaba para la defensa no eran suficientes siquiera para desmantelar las fortificaciones y cuarteles que los zapadores franceses habían erigido alrededor de la plaza en el sitio de 1646. Es posible que la corte de Felipe IV hubiese sido víctima de los bulos difundidos por el virrey de Cataluña, el catalán Guillén Ramón de Moncada, que para confundir al mando francés había propagado rumores de que Lérida contaba con una guarnición de 3.500 soldados. En realidad, cuando el 14 de mayo, dos días después del comienzo del asedio; Britto ordenó pasar revista a la guarnición; el saldo era de 2.400 hombres contando las planas mayores, los músicos y las plazas muertas, lo que dejaba la fuerza efectiva de la guarnición hispánica en cerca de 1.800 soldados. Estos comprendían el regimiento de la Guardia del Rey, los tercios del conde de Aguilar, Pedro Esteriz y Rodrigo Niño, el regimiento de alemanes de Luis de Amiel y varias compañías de caballería de los trozos de las Órdenes, Flandes, Borgoña y Rosellón.
A finales de abril, Condé fue congregando su ejército, que constaba de 8.500 infantes, 5.000 jinetes y un tren de más de 45 piezas de artillería, entre Vilafranca del Penedès y Martorell, presto a comenzar la campaña. La vanguardia francesa se concentró en Agramunt, Balaguer y Cervera, en el llano de Urgell. El 10 de mayo, el ejército galo abandonó Cervera, el 11 cruzó el río Segre en Balaguer y el 12 el río Noguera Pallaresa “con gran dificultad”, según Roger de Bussy-Rabutin, soldado y cortesano francés que acompañaba a Condé. El río bajaba muy crecido a causa del deshielo y entre 30 y 50 soldados se ahogaron durante el cruce. Finalmente, aquel mismo día, entre las ocho y las nueve de la mañana, la vanguardia francesa llegó a la vista de la ciudad y ocupó sin oposición las fortificaciones y cuarteles construidos por Harcourt al suroeste de la plaza, alrededor del castillo de Gardeny; y al este, en la orilla opuesta del Segre, junto al molino de Cervià y el llano de Vilanoveta.
Conquista del convento de San Francisco
Entre el 13 y el 14 de mayo, los franceses rodearon Lérida por completo; tendieron un puente barcas al norte para comunicar las dos orillas del río Segre y, entre el 14 y el 26, trabajaron afanosamente en la reparación de la circunvalación y fuertes levantados alrededor de la plaza por el ejército de Harcourt. Entre tanto, Britto hizo registrar a todos los habitantes y los puso a trabajar en las fortificaciones de la ciudad. Asimismo, el portugués hizo llevar todos los víveres y municiones a la ciudadela e instalar una batería de dos cañones cerca del Segre para hostigar a los franceses al otro lado del río. Con ayuda de Agustín Alberto, profesor de arquitectura y geometría, había logrado poner en defensa una muralla en la colina, al pie de la ciudadela, amén de otras fortificaciones en el flanco que bajaba hasta el Segre. Por lo demás, al carecer Lérida de foso, revellines, medias lunas y estradas encubiertas, el 27 de mayo los franceses llegaron sin oposición al pie de la colina y comenzaron a cavar trincheras en zigzag a una distancia de entre 250 y 300 pasos de la mole rocosa.
El príncipe de Condé, convencido de que tomar la ciudadela era la única forma de rendir la ciudad, decidió concentrar en la roca todos sus esfuerzos, lo que permitió a Britto dejar bajo mínimos las defensas de otros puntos, con tan solo 1.800 hombres no podía cubrir todo el perímetro amurallado ni salir a escaramuzar con los galos. La base de la defensa era una compañía de un centenar de hombres que Britto formó ad hoc con los mejores soldados de la guarnición, la mayor parte oficiales reformados, a la que se llamó “compañía la de las bandas rojas” por las insignias que portaban. Los integrantes de la compañía iban armados con carabinas cortas, pistolas, alabardas, espadas y rodelas para luchar en las trincheras, y su intervención en los momentos decisivos fue clave. Para muestra de su implicación en la lucha, en los 35 días que duró el asedio tuvo tres capitanes distintos: el sargento mayor Alonso de Vega, muerto de un disparo en la cabeza por un tirador francés, el sargento mayor Juan Joquero, caído en una salida, y el capitán Miguel Valero.
Los franceses comenzaron sus obras en dirección a la puerta de los Infantes, que guardaba el tramo de muralla nororiental al pie de la colina. Britto hizo terraplenar la puerta y ordenó a su tropa comenzar a cavar una trinchera al pie de la colina para interceptar la de los galos. Estos, a pesar de lo imponente de la mole que se alzaba ante ellos, contaban con la cobertura de varios conventos y casas en ruinas. Además, Condé había traído consigo desde Francia 22 zapadores expertos al mando del mariscal de batalla François de La Baume-Leblanc de La Vallière, uno de los más reputados ingenieros de Francia. Pero Britto no pensaba quedarse brazos cruzados y llevó a cabo una defensa activa. La tarde del día 28 lanzó una salida sobre las trincheras francesas con la compañía de las bandas rojas, otros 100 infantes y 60 soldados de caballería. Los gastadores que estaban en ellas fueron presas del pánico al principio, pero Condé tenía 2.000 infantes y 300 jinetes preparados por si acaso, y los de Britto tuvieron que replegarse sin poder causar grandes destrozos en las obras.
Para protegerse mejor de las salidas de la guarnición, los franceses comenzaron a clavar caballos de frisia delante de sus trincheras. El 30 de mayo, para su sorpresa, la salida del sol reveló que muchas de estas defensas habían desaparecido; durante la noche un grupo de soldados y oficiales españoles habían bajado hasta delante de las trincheras y se los habían llevado sin ser descubiertos. Entre tanto, los galos acondicionaron dos baterías de artillería, una de tres cañones y otra de cinco, y comenzaron a bombardear el baluarte de Cantelmo y la muralla de la ciudadela. El primer obstáculo serio con el que se toparon fue el convento de San Francisco, que dificultaba su avance hacia el castillo y en cuya bóveda Britto apostó un sargento con 12 tiradores expertos para cazar enemigos en las trincheras, y en especial a los ingenieros.
Tras sufrir pérdidas elevadas y tratar de obligar en vano a los mosqueteros rendirse, los franceses acercaron dos cañones a la posición y la bombardearon con intensidad entre el 31 de mayo y el 2 de junio. La virulencia del cañoneo y de su propio fuego de mosquetería impidió a los defensores del convento percibir que bajo sus pies los franceses estaban minando la posición. El 2 de junio, mientras numerosos mosqueteros franceses abrían fuego sobre las ruinas y los 13 españoles respondían, los zapadores detonaron la mina. Una tremenda explosión derribó el campanario, pero no la bóveda. Acto seguido, los franceses, creyendo a los defensores sepultados, asaltaron la posición. Poco después, la bóveda se les vino encima y enterró, con el sargento español y cinco de sus hombres, a unos 40 o 50 atacantes. Cuatro de los tiradores españoles lograron escapar por una escala de cuerda y refugiarse en Lérida. Otros tres, heridos, fueron hechos prisioneros, pero Condé, admirado por su coraje, los dejó libres al día siguiente.
Ataque a la ciudadela
Conquistado el convento de San Francisco, La Baume-Leblanc y Condé decidieron dejar de avanzar hacia la puerta de los Infantes y mandaron abrir nuevos ramales de trincheras en dirección hacia la ciudadela. Uno de los ataques corría a cargo del mariscal de Gramont, otro a cargo del mariscal de Châtillon y el último al de La Trousse. Asimismo, los zapadores galos acondicionaron siete baterías entre el convento de San Francisco y el de Santa María de Jesús que sumaban en total 30 cañones de entre 40 y 50 libras, con los que bombardearon el tramo defensivo entre las puertas de los Infantes y de San Martín. Seguros de que los franceses querían expugnar el castillo, Britto y Agustín Alberto habían dispuesto que la muralla se reforzase con una estrada encubierta y una estacada. Así, bajo un intenso fuego de artillería y mosquetería, mientras unos avanzaban, los otros se fortificaban.
El 3 de junio al anochecer, Britto ordenó una salida sobre una de las trincheras de ataque. En esta ocasión el ataque fue un éxito, las tropas españolas pusieron en fuga a la guardia de la trinchera, mataron a un buen número de gastadores, tomaron varios prisioneros y quemaron toda la obra, que los franceses habían cubierto con fajina. Los sitiadores, sin embargo, no se arredraron. Al día siguiente repararon las obras y siguieron cavando el ramal hasta llegar a los cimientos de un edificio viejo al pie del camino encubierto. Entonces, cavando bajo tierra, comenzaron a abrir la boca de una gran mina destinada a socavar la muralla de la ciudadela. Los españoles, no obstante, adivinaron sin dificultad las intenciones de los atacantes y, a su vez, comenzaron a cavar tres pozos detrás del camino cubierto para detener la mina francesa con contraminas.
Visto el destrozo causado por la salida del 3 de junio en sus obras, los ingenieros franceses echaron mano de tablones cubiertos con láminas de hierro para cubrir el ramal que daba acceso a la mina. Britto, deseoso de retrasar todo lo posible el avance enemigo, preparó una gran salida para el día 6 de junio en la que tomarían parte 400 soldados bajo su mando directo. Antes de lanzar el ataque, el gobernador reunió a las tropas en la catedral, mandó entregar armas cortas a los que no tenían, repartió granadas, guirnaldas y otros artefactos incendiarios y exhortó a los 400 con una arenga y un cuartillo de vino. Poco después, caían sobre las trincheras de ataque, entonces guarnecidas por el regimiento suizo del coronel Hans Jakob Rahn, cuyos hombres procedían sobre todo de Zúrich. Aunque se trataba de tropas fogueadas, la inesperada acometida española extendió el pánico entre las primeras guardias y pronto las trincheras estuvieron en poder de Britto y sus hombres, que pegaron fuego a la galería y destruyeron cuanto pudieron. Solamente la aparición del príncipe de Condé en persona logró que los suizos contraatacasen y recuperasen las trincheras, si bien ya era tarde para salvar las obras, que estuvieron ardiendo dos días.
El resultado de la salida española fue catastrófico para los franceses. Según Bussy-Rabutin las tropas que defendían los ataques tuvieron cerca de 100 muertos, entre ellos el ingeniero La Pomme, experto en minas y un gentilhombre del séquito del príncipe, amén de un número indeterminado pero alto de heridos y 11 prisioneros. Por parte española hubo pocas bajas, la más importante de las cuales fue la del capitán Roque Pérez, del regimiento de la Guardia. Britto, concluida la lucha, envió un mensajero a Condé para hacerle saber que si era él, como sospechaba, quien había dirigido el contraataque de los suizos, hubiese ordenado a sus hombres no disparar para no poner el peligro la vida del Príncipe. En agradecimiento, este le envió dos acémilas, una con nieve y la otra con fruta. Los combates, empero, se reanudaron pronto con mayor brutalidad.
Destruido el ataque principal, Condé resolvió, con el ingeniero La Vallière, desviar las trincheras hacia el tramo de la muralla antigua que descendía colina abajo, lugar donde se encontraban los neveros de Lérida. Desde lo alto, la artillería y la mosquetería españolas descargaban día y noche sin cesar sobre los franceses, que veían además como les llovían encima piedras, granadas y guirnaldas de fuego. Los ingenieros iban bien protegidos, pero Britto había ordenado a sus mejores tiradores estar ojo avizor para tratar de matarlos. Pese a las bajas, las obras galas avanzaban. Además de la mina de la galería quemada, los zapadores de Condé comenzaron a excavar otras dos; una el pie del baluarte de Santo Domingo y otra bajo la cortina de la muralla. Mientras, los zapadores españoles cavaban seis pozos para interceptar las obras francesas y abortarlas.
La noche del 9 de junio, Britto hizo lanzar sobre las trincheras de ataque una cureña llena de pólvora, granadas y cuatro bombas incendiarias. La explosión provocó tales destrozos que el mariscal de Gramont, que entonces estaba al mando de los ataques, pidió un alto el fuego para retirar los muertos que alfombraban el espacio entre las murallas y las trincheras, cuyo mal olor mareaba a los hombres de las avanzadas. Britto se negó; adujo a que los cadáveres putrefactos formaban parte de las defensas de la plaza y que, tan buen punto los galos abandonasen el sitio, los haría enterrar como buenos cristianos. A ello añadió que si los franceses querían polvos aromáticos, se los haría llegar encantado. Indignado, Gramont rompió las conversaciones. Para entonces, Condé estaba convencido ya de que el gobernador de Lérida no era un soldado cualquiera.
Últimos intentos franceses
En las semanas previas al asedio, el portugués pensaba que Condé atacaría primero el castillo de Gardeny, una antigua fortaleza templaria situada en lo alto de una colina, a escasa distancia de la ciudad, en la que mantenía una guarnición de 300 soldados. En caso de tomar la plaza, Condé hubiese estrechado considerablemente la línea de circunvalación y asegurado así sus comunicaciones. Sin embargo, el príncipe juzgó el castillo lo bastante fuerte como para resistir un sitio largo, idea que no le agradaba. Por lo demás, Condé y su plana mayor entendían, que tomar la ciudad antes que el castillo sería una pérdida de tiempo y de hombres, además de que era más sencillo atacar la ciudadela desde fuera que desde dentro de la ciudad.
A los problemas que los franceses padecían ya de por sí se añadió la muerte de su ingeniero jefe, La Vallière. Según Bussy-Rabutin, murió de forma increíblemente absurda, ya que hallándose en las trincheras junto al mariscal La Trousse, este tuvo la idea de ponerse al descubierto, y La Vallière, que no deseaba quedarse atrás en valentía, se asomó asimismo al fuego de la plaza. Entonces, un disparo de mosquete le acertó en la cabeza, matándolo al acto. Por otra parte, otro soldado francés, el marqués de Montglat sugiere, al igual que el conde Galeazzo Gualdo Priorato, que La Vallière murió en la salida española contra las trincheras que defendían los suizos. De todos modos, me inclino por la versión de Bussy-Rabutin, dado que su crónica del asedio es mucho más detallista.
Sea como fuere, los galos acusaron la pérdida no solo de su ingeniero jefe, sino de la mayor parte de los 22 expertos que había traído consigo La Vallière.
Hay que recordar que Britto había ordenado a sus hombres disparar sin rodeos a los especialistas, por mucho que en aquella época disparar adrede a los oficiales enemigos fuese tenido por poco honorable. En cualquier caso, entre el 6 y el 11 de junio los franceses apenas avanzaron sus ataques, a pesar de que su incesante bombardeo había logrado abrir tres brechas en la muralla. Aquel día, Britto ordenó otra salida sobre las trincheras enemigas, entonces defendidas por el regimiento de Champagne. El ataque cogió desprevenidos a los galos, que apenas opusieron resistencia y fueron desalojados fácilmente. El miedo había hecho mella en ellos y algunos llegaron a disparar sin bala antes de salir pies en polvorosa. De nuevo fue precisa la intervención de Condé, en esta ocasión con los regimientos de caballería de Marsin y Gault, que tuvieron numerosas bajas y llegaron tarde para evitar que los españoles quemasen de nuevo las obras.
Condé ignoraba que a esas alturas Britto se había convertido para la tropa francesa, a causa de las feroces e inesperadas salidas y de los constantes ataques y alarmas, en un brujo capaz de convertirse en lobo para reconocer durante la oscuridad las trincheras y cuarteles franceses. “La curiosidad me pudiera hacer desear otro sitio para ver el papel que me hacían hacer, porque el pasado fue de hereje; este de brujo, el otro como no sea de puto, estos otros lo harán tolerable”, escribió Britto a Luis de Haro, valido de Felipe IV, una vez liberada la ciudad. Para contener el miedo, Condé, que regularmente hacía relevar la guardia de las trincheras, no tuvo más remedio que desmontar hasta 400 soldados de caballería con armadura de tres cuartos y agregarlos a la infantería. El colmo fue que los zapadores se negaron a volver al trabajo y el príncipe tuvo que emplear a los soldados, que solo accedieron por una combinación de recompensas y amenazas de sus oficiales.
A medida que la lucha fue volviéndose más virulenta, las deserciones en el campo sitiador fueron en aumento. El miedo y el hambre empujaron a no pocos soldados franceses a desertar, situación que aprovechó el ejército español, que tenía su plaza de armas en Fraga, para ofrecer salvoconducto y un poco de dinero a todo francés que abandonase a Condé. Según Gualdo Priorato, además de infinitos soldados, cometieron deserción también algunos oficiales, lo que daba fe de las penurias que se vivían en el campamento sitiador.
Condé, a pesar de los numerosos contratiempos, no había perdido la esperanza de tomar la ciudad. Una de sus minas estaba aún operativa. Britto lo sabía, y para detenerla preparó una salida para el día 13 por la noche. En esta ocasión, al igual que la vez anterior, el gobernador lideró personalmente el ataque, que comenzó a las 11 de la noche y barrió a los franceses de los dos ramales que conducían a la mina. Los defensores mataron a los pocos zapadores que quedaban, tomaron numerosos prisioneros y hasta las 2 de la madrugada estuvieron arrasando las obras. Entonces, inesperadamente, Condé lanzó un potente contraataque. La mayor parte de las tropas españolas se habían replegado ya de vuelta a la ciudadela, pero aún quedaban algunos soldados y oficiales en las minas. Britto, que lo observaba con el sargento mayor Juan Requero desde el camino cubierto, se puso al frente de unos cien soldados y salió en auxilio de los que estaban en peligro.
El gobernador logró rescatar a los soldados que se habían quedado atrás, pero a un alto precio: recibió dos heridas de mosquete en la pierna derecha, una en la pantorrilla y otra en el muslo. Además, tuvo que lamentar 16 muertos, entre ellos Requero, y 40 heridos. Con todo la salida había sido un éxito y la última mina francesa quedó fuera de juego. Pese a ello, el peligro seguía siendo considerable, pues los bombardeos franceses habían abierto brecha en las murallas y tal vez Condé, cuya fama de general agresivo era notoria en toda Europa, se atraviese a lanzar un asalto. Por ello, Britto dispuso que tras la brecha se construyese un terraplén con foso, parapeto y estacada y, a pesar de sus heridas, siguió al mando de la defensa. Aunque no podía caminar, se hacía llevar en una silla de manos de un lugar para otro, en espera de un gran asalto francés que nunca llegó.
La retirada francesa
El 17 de junio, por la noche, el ejército francés comenzó a retirarse de sus puestos en el mayor silencio posible. Cuando amaneció, los defensores de Lérida descubrieron que el grueso del ejército enemigo, con su artillería y los bagajes, cruzaba por el puente de barcas a la otra orilla del Segre. La caballería se quedó detrás, no tanto para cubrir la retirada, pues no había fuerzas en Lérida para perseguirlos, como para incendiar los cuarteles, donde habían almacenado gran cantidad de leña y forraje. Así, tras un asedio de 35 días, Lérida quedó libre de nuevo. Sobre las pérdidas humanas, se sabe que la guarnición de Lérida perdió 2 sargentos mayores, 6 capitanes y entre 70 y 80 soldados, además de unos 250 heridos. Las bajas francesas no son conocidas, si bien un estudio de 1916 señala que los tres asedios y las tres batallas que entre 1642 y 1647 se libraron en Lérida le costaron a Francia las vidas de 25.000 soldados.
A Condé le quedaron fuerzas suficientes para tomar Àger en octubre de aquel año, pero su campaña, en la que tantas esperanzas había depositado Mazzarino, se saldaba con un completo fracaso. En invierno volvió a Francia y no regresó al frente catalán. El Príncipe, que según escribió muchos años después su coetáneo Bossuet en su Oración fúnebre, hablaba con admiración de la victoria de César en Ilerda; vio, en cambio, como su reputación sufría un menoscabo importante. En una carta a la reina regente, Ana de Austria, Condé declaró que habría preferido que la guarnición de Lérida contase con 3.000 hombres más en lugar de tener a Britto como comandante.
Condé, a pesar de su derrota, era aún joven y prosiguió su carrera con éxito. En el caso de Britto, dos años al frente de la defensa de Lérida habían hecho mella en su salud y agriado su carácter. Poco después de la liberación de la ciudad tuvo un encontronazo con Antonio de Saavedra, general de la artillería, que culminó con el arresto de ambos tras desafiarse a un duelo. Al mismo tiempo, la ciudad de Lérida envió a la corte un memorial contra Britto, al que acusaba de haber actuado despóticamente contra algunos caballeros de la ciudad. A tales alturas, el portugués solo deseaba que lo relevasen del gobierno de la plaza y le diesen tiempo para curarse de sus heridas. A pesar de los enemigos que se había hecho en el ejército y la ciudad, la Junta de Guerra lo libró de todo cargo y Felipe IV en persona hizo que lo nombrasen general de artillería del ejército de Cataluña, así como vizconde de Térmens. Por desgracia, Britto murió al poco tiempo, el 6 de abril de 1648, seguramente a causa de secuelas de las heridas que recibió en la salida del 13 de junio.
Mientras tanto se estaban celebrando la conferencia de la paz de Wesfalia, y la idea de los franceses era cambiar Cataluña por los Países Bajos.
En esta situación, pasaba el tiempo sin resolverse nada; y gracias a que lo que las armas no hacían progresos, la situación estaba atascada, los franceses y catalanes estaban cada vez más en desacuerdo. Los primeros no les guardaban las consideraciones debidas y no solo no respetaban sus sagrados privilegios; sino que los desmanes de la soldadesca eran tales, que se faltaba al pudor de las mujeres, sin respetar hogar, templo, o la invalidez de los ancianos. En vano Cataluña reclamaba ante la corte de París lastimosamente. El rey francés harto de la guerra empezaba a pensar en una solución diplomática.