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Preparación española
La alianza entre Francia y España se reflejó en el Tercer Pacto de Familia, firmado en agosto de 1761. Pese al apremio de Francia, España esperó a la llegada de la flota de Indias en septiembre para declarar la guerra, pues necesitaba el dinero que traía para financiar las operaciones. El 4 de enero de 1762, el Reino Unido declaró la guerra a España, que hizo lo propio el día 15 del mismo mes. Por entonces la Armada Española era muy inferior a la británica: mientras que España contaba con unos 40 navíos de línea, la Gran Bretaña podía contar con unos 124, tres veces más.
Antes de involucrar a su país en el conflicto que se libra en Europa y en todo el mundo, el rey Carlos III de España hizo provisiones para defender a las colonias españolas contra la marina británica. Para la defensa de Cuba, nombró a Juan de Prado como comandante en jefe. Prado llegó a La Habana en febrero de 1761 y comenzó a trabajar para mejorar las fortificaciones de la ciudad.
En junio de 1761, una flotilla de siete barcos de la línea bajo el mando del almirante Gutierre de Hevia llegó a La Habana, transportando 2 RIs regulares (España y Aragón) que sumaban un total de unos 1.000 hombres. Sin embargo, la fiebre amarilla redujo rápidamente las fuerzas de defensa y, en el momento del asedio, se habían reducido a 3.850 soldados, 5.000 marineros y marines y 2.800 milicianos. La guarnición principal consistía en:
- RI España (481).
- RI Aragón (265).
- RI de La Habana (856).
- Dragones de Edimburgo (150).
- Artilleros del ejército (104).
- Artilleros de la marina y marines (750).
La Habana tenía uno de los mejores puertos de las Indias Occidentales. Fácilmente podría acomodar hasta 100 barcos de la línea. Un canal de entrada de 180 m de ancho y 800 m de largo daba acceso al puerto, y La Habana albergaba importantes astilleros capaces de construir hombres de guerra de primera clase.
Dos fortalezas fuertes defendían el canal de entrada; en el lado norte del canal se alzaba el muy fuerte castillo de los Tres Reyes del Morro (conocido en inglés como el castillo de Morro en la cresta rocosa de la Cavañas. Tenía 64 cañones pesados y estaba guarnecido por 700 hombres. El lado sur fue defendido por el castillo de San Salvador de la Punta. El canal también podría ser bloqueado por una cadena de auge que se extiende desde El Morro hasta La Punta. La Habana misma se encontraba en el lado sur a lo largo del canal y estaba rodeada por una muralla de 5 kilómetros de largo.
Preparación británica
Cuando estalló la guerra con España, se hicieron planes en Gran Bretaña para un ataque anfibio a La Habana. La expedición estaba bajo el mando de George Keppel, tercer conde de Albemarle, con el vicealmirante George Pocock como comandante naval. Este plan también requería que Jeffrey Amherst embarcara a 4.000 hombres de Estados Unidos para unirse a Keppel y reunir otra fuerza de 8.000 hombres para un ataque en la Luisiana.
Durante el mes de febrero, las tropas británicas se embarcaron, consistían en los RI-22, RI-34, RI-56 y RI-72.
El 5 de marzo, la expedición británica partió de Spithead, Inglaterra, con 7 barcos de línea y 4.365 hombres a bordo de 64 transportes, y llegó a Barbados el 20 de abril. Cinco días después, la expedición llegó a Fort Royal en la recientemente conquistada isla de Martinica, donde recogió el resto de la expedición del mayor general Robert Monckton, que contaba con 8.461 hombres. El escuadrón del contraalmirante George Rodney, que tenía 8 barcos de la línea, también se unió a la expedición, lo que elevó el número total de barcos de la línea a 15.
El 23 de mayo, la escuadra de James Douglas de Port Royal, Jamaica, reforzó aún más la expedición, en la punta noroeste de Saint-Domingue (actual Haití). La fuerza bajo Albemarle entonces ascendía a 19 barcos de la línea, 18 fragatas, 6 buques de guerra menores y otros 168 buques de transporte, que transportaban a unos 14.000 marineros y marines más otros 3.000 marineros contratados y 12.826 efectivos para el desembarco. La flota de invasión alcanzó Matanzas el 5 de junio.
Asedio de La Habana
El 6 de junio la fuerza británica se vio en La Habana. Inmediatamente, 12 barcos fueron enviados a la boca del canal de entrada para bloquear encerrar a la flota española. Su plan era tomar primero el fuerte Morro, al norte del canal, asediándolo según las enseñanzas de Vauban. Debido a su posición, una vez tomada la fortaleza la guarnición de la ciudad tendría que rendirse. Sin embargo, este plan no tuvo en cuenta el hecho de que la fortaleza estaba situada en un promontorio rocoso donde era imposible excavar las trincheras de aproximación y que un gran foso cortado en la roca protegía el fuerte en el lado de la tierra.
La fuerza española, encabezada por el gobernador Prado y el almirante Hevia, fue sorprendida por el tamaño de la fuerza atacante y adopto tardíamente una actitud defensiva con la esperanza que refuerzos, un huracán o la fiebre amarilla destruyeran al enemigo. En consecuencia, la flota española fue mantenida en el puerto, mientras que sus marineros, artilleros y marines fueron enviados a guarnecer las fortalezas de El Morro y La Punta bajo el mando de oficiales navales. La mayoría de sus municiones y pólvora, así como sus mejores cañones, fueron transferidas a esas dos fortalezas. Entre tanto, las tropas regulares quedaron a cargo de la defensa de la ciudad.
El 7 de junio el almirante Pocock mandó embarcar en los botes una parte de la marinería, fingiendo que iba a hacer un desembarco a 4 millas (6,5 km) al oeste de La Habana, con objeto de distraer la atención de los españoles; al mismo tiempo que el conde de Albemarle desembarcaba el ejército entre Bacuranao y Cojímar a 6 millas (10 km) al este del Morro, sin encontrar ninguna resistencia, y comenzaron a avanzar hacia el oeste al día siguiente. Se enfrentaron con un cuerpo del coronel Caro que se dirigió a esa parte de la costa, pero fue inmediatamente dispersado por los fuegos de las fragatas Mercury y Bonetta, que el comodoro Keppel ordenó barrer la playa y bosques inmediatos con balas y metralla.
El coronel Caro se replegó sobre la villa de Guanabacoa en dos pequeñas columnas en que había formado su unidad, una compuesta por tropa de línea y 150 dragones de Edimburgo, y la otra compuesta por la milicia y voluntarios bajo sus órdenes. El conde de Albemarle descansó aquella noche en Cojímar; mandó situar en el bosque inmediato varios piquetes para evitar una sorpresa, y el ejército permaneció tendido a lo largo de la playa.
El coronal Caro situó todas las milicias en posición ventajosa en lo alto de una loma, protegidas por el escuadrón de dragones de Edimburgo, y dispuso que la caballería voluntaria se colocase a retaguardia, y que toda la tropa de línea se emboscase en un platanal cercano.
El conde Albemarle envió la orden terminante de atacar la posición española, no había empezado el coronel Carleton, que mandaba la vanguardia, a ponerse en movimiento; cuando Caro mandó al capitán don Luis Basave que con 30 dragones y los voluntarios de caballería, cargase la infantería ligera enemiga situada a la derecha de la división, prometiendo reforzarlo con todos los demás jinetes en caso necesario.
Basave fue rechazado por una vigorosa descarga, dispersándose al punto su escuadrón; y el coronel Caro, viendo el terror que había sobrecogido al resto de su gente, dispuso la retirada en dirección de La Habana, la cual ejecutó en buen orden. Al final del día, la infantería británica había llegado a los alrededores de La Habana. La defensa del Morro fue asignada a Luis Vicente de Velasco e Isla, un oficial naval, que inmediatamente tomó medidas para preparar y proveer la fortaleza para un asedio.
Conquista británica de El Morro
Viendo el general Prado que los progresos de los invasores aumentaban el peligro por la parte del Morro, después de la toma de Guanabacoa, destacó al coronel Pedro Castejón con una fuerza de 650 soldados regulares y 1.000 de milicias a cubrir las obras que se estaban levantando en la posición de la Cabaña. Aquella misma noche el general inglés envió al coronel Howe con 2 BGs por entre un bosque espeso inmediato a Cojímar, para que reconociera el castillo del Morro y asegurase la comunicación entre este y el río. La guarnición de la Cabaña descubrió esa fuerza cuando empezaba a subir el monte, la rechazó con una descarga de fusilería y algunos cañonazos, y la obligó a retroceder inmediatamente.
Mientras tanto, el almirante Pocock se mantenía con una parte de sus fuerzas navales a sotavento de la ciudad, para oponerse a cualquiera salida que intentase hacer la escuadra española anclada en el puerto; también mandó que el Alarm y el Richmond se ocupasen en sondear a lo largo de la costa por la parte del oeste más inmediata al castillo de la Punta.
El día 7 de junio, la entrada del puerto se cerró con una cadena y el día 9 ordenó que tres navíos de línea, el Asia (64), el Europa (64) y el Néptuno (74), elegidos por su mal estado, fueran hundidos detrás de la cadena. No satisfecho con una medida que más parecía inspirada por los mismos enemigos, Prado mandó destruir la trinchera, que con gran trabajo se había levantado en las alturas de la Cabaña; donde estaban montados 9×18 cañones en dos baterías, que daban frente a los caminos de Guanabacoa y Cojímar haciendo bajar la artillería a la plaza y que se incendiasen las obras construidas de madera.
El 11 de junio, una partida británica de infantería ligera y granaderos atacó un reducto destacado en las alturas de La Cabaña. Después de varias tentativas, en las que fue rechazado por las baterías del Morro y por un pequeño destacamento de milicias, enviado allí al mando del capitán Pedro Morales cuando ya era imposible sostener la posición; se apoderó al mediodía del punto más importante de la plaza con bajas casi insignificantes.
Solamente entonces el mando británico se dio cuenta de lo fuerte que era el Morro, rodeado de matorrales y protegido por un gran foso. Con la llegada de su tren de asedio al día siguiente, los británicos comenzaron a erigir baterías entre los árboles en la colina de La Cabaña con vistas al Morro (unos 7 metros más de altura), así como a la ciudad y a la bahía. El rey de España había dado instrucciones a Prado para fortificar esta colina, una tarea que consideraba la más urgente entre las confiadas a su comandante.
El 13 de junio, un destacamento británico desembarcó en Torreón de la Chorrera, en el lado oeste del puerto. Mientras tanto, el coronel Patrick Mackellar, un ingeniero, supervisaba la construcción de las obras de asedio contra el Morro. Ya que cavar trincheras era imposible, decidió erigir protectores. Planeaba cavar hacia un bastión del Morro y una vez que sus obras de asedio hubieran llegado al foso crear una pista a través de ese foso con los escombros producidos por sus actividades mineras.
El 18 de junio por la noche habían logrado adelantar la trinchera dos terceras partes de la distancia, y situar un campamento a la orilla del bosque hacia el extremo del baluarte; y el 19 se apoderaron del camino cubierto delante de la punta del baluarte de la derecha y principiaron otra mina a lo largo de él hacia el frente derecho, donde formaron otro campamento. Los que trabajaban por la parte exterior del camino cubierto empezaron aquella tarde a cavar un pozo con el fin de poder desplomar la contraescarpa y cubrir el foso en caso necesario; continuaron cavando a lo largo del glacis, apoderándose de un cañón que tenían los sitiados en el ángulo saliente: estos mineros y zapadores encontraron grandes dificultades a causa de las rocas con que tropezaban a cada paso, cuya remoción les costaba mucho tiempo y trabajo.
El 22 de junio, cuatro baterías británicas que totalizaban 12 cañones pesados y 38 morteros abrieron fuego contra el Morro desde La Cabaña. Mackellar avanzó gradualmente sus parapetos hacia la zanja bajo la cubierta de estas baterías.
El 29 de junio, las baterías británicas habían aumentado sus impactos directos diarios en el Morro a 500. Velasco estaba perdiendo hasta 30 hombres cada día, y la carga de trabajo de reparar la fortaleza todas las noches era tan agotador, que los hombres tenían que rotar entre el fuerte y la ciudad cada tres días. Velasco finalmente logró convencer a Prado de una incursión contra las baterías británicas. Al amanecer del 29, desembarcaron por la batería de la Pastora sobre 1.500 hombres formados en tres destacamentos al mando de Juan Benito Luján.
El primer destacamento se adelantó desde un banco de arena que estaba detrás de la batería, y fue detenida por una avanzada de 30 hombres al mando del capitán Stuart; que los entretuvo cerca de una hora manteniendo un vivo fuego, hasta que llegaron 100 zapadores en su auxilio y después el BI-III de americanos del Rey, y obligaron a los españoles a retirarse con gran precipitación, haciendo en ellos una horrible matanza: algunos pudieron llegar a los botes para volverse a La Habana, pero muchos se arrojaron al mar y más de 150 se ahogaron. El baluarte oeste de la Punta, las líneas y flancos de la entrada y los buques del puerto hacían al mismo tiempo un fuego vivísimo sobre aquel punto sin que los contuviera el ver que sacrificaban a sus mismos compañeros, con tal de destruir a los ingleses vencedores del campo.
El segundo destacamento se apresuró a salir por el ángulo saliente del Morro para atacar sobre el glacis a los zapadores y al destacamento emboscado que los defendía; pero fueron rechazados en poco tiempo.
El tercero llegó tarde al antiguo reducto que destruyeron los españoles antes de abandonar la Cabaña a los principios de la invasión, y encontrando a los enemigos preparados a recibirlos, se retiró por donde había venido sin disparar una bala. La guarnición de la plaza permaneció en continuo movimiento durante el ataque, y algunos se embarcaron en botes para ayudar a sus compañeros; pero conocieron que todo esfuerzo era inútil y que solo corrían a su propia perdición, desistieron de acercarse a la Cabaña.
La pérdida de los españoles fue de 400 hombres entre muertos y ahogados, además de un gran número de heridos: los ingleses tuvieron 90 entre muertos y heridos.
El 1 de julio, los británicos lanzaron un ataque terrestre y naval contra el Morro. La flota usó al Stirling Castle, Dragon, Marlborough y Cambridge. Sin embargo, su actuación fue ineficaz porque la fortaleza estaba demasiado elevada. La respuesta de los 30 cañones del Morro causaron 192 bajas y dañaron gravemente a los barcos, el primero de ellos acabaría siendo desguazado el 14 de septiembre por inutilizable. Mientras tanto, el bombardeo por la artillería terrestre era mucho más efectivo. Al final del día, solamente 3 piezas españolas estaban eficaces en el lado del Morro frente a las baterías británicas.
El 2 de julio, los parapetos británicos alrededor del Morro se incendiaron, y las baterías se quemaron; destruyendo gran parte del trabajo realizado desde mediados de junio. Velasco capitalizó inmediatamente este acontecimiento, remontando muchos cañones y reparando las brechas en las fortificaciones del Morro.
Desde su llegada a La Habana, el ejército británico sufrió fuertemente la fiebre amarilla. Ahora estaba a la mitad de la fuerza. Y como la temporada de huracanes se acercaba, Albemarle estaba en una carrera contra el tiempo. Ordenó reconstruir las baterías con ayuda de los marineros y muchos cañones de 32 libras fueron tomados de las cubiertas inferiores para equipar las posiciones.
El 17 de julio, las nuevas baterías británicas habían silenciado progresivamente la mayor parte de los cañones de Velasco, dejando solamente dos de ellos operativos. Con la ausencia de la cubierta de artillería, ahora era imposible para las tropas españolas reparar el daño infligido en el Morro. Mackellar también fue capaz de reanudar la construcción de obras de asedio para acercarse a la fortaleza. Con el ejército en tan mal estado, el trabajo progresó bastante lento. Toda la esperanza del ejército británico ahora residía en la llegada de refuerzos de América del Norte.
El 20 de julio el progreso de las obras de asedio permitió a los británicos comenzar la excavación hacia el bastión derecho del Morro. Mientras tanto, la artillería británica, entonces sin oposición golpeaba, diariamente al Morro hasta 600 veces, causando unas 60 bajas. Velasco ya no tenía otra esperanza que atacar. A las 04:00 horas del 22 de julio, 1.300 soldados y milicianos salieron de La Habana en tres columnas y atacaron los parapetos que rodeaban el Morro. La salida no tuvo éxito y las obras de asedio quedaron relativamente intactas.
El 24 de julio, Albemarle ofreció a Velasco la oportunidad de rendirse, permitiéndole escribir sus propios términos de capitulación. Velasco respondió que la cuestión sería resuelta por la fuerza de las armas.
El 27 de julio, llegaron los refuerzos de Norteamérica encabezados por el brigadier Burton, que había partido del puerto de Nueva York el 11 de junio. Durante el viaje, fueron atacados por los franceses, que capturaron unos 500 hombres y dispersaron la flota, el 24 de julio naufragaron en Cayo Confite, cuatro transportes y el navío Chesterfield que venían en el convoy, siendo dejados allí. El navío Intrepide, que convoyaba la fuerza, tuvo la fortuna de encontrar el 25 de julio la fragata Richmond que estaba buscando el convoy, la cual inmediatamente puso rumbo para al cayo, y después el almirante Pocock envió otros buques de guerra para conducir los náufragos a La Habana.
Estos refuerzos consistían en: el RI-46 de Thomas Murray, el RI-58 de Anstruthe; 3.000 milicianos de las colonias americanas, 253 rangers de los cuerpos Gorham y Danks.
El 29 de julio el túnel cerca del bastión derecho de la fortaleza de Morro estaba terminado y listo para explotar. Albemarle fingió un asalto esperando que Velasco finalmente decidiera rendirse. Por el contrario, Velasco decidió lanzar un ataque desesperado desde el mar sobre los mineros británicos en la zanja.
A las 02:00 horas del 30 de julio dos goletas españolas atacaron a los mineros, pero tuvieron que retirarse. A las 13:00 los británicos detonaron una mina, los escombros llenaron parcialmente la zanja y Albermarle la juzgó pasable. El teniente-coronel Stuart con 699 hombres escogidos del RI Royals, el RI-35, el RI-90 y los zapadores iniciaron el asalto. El teniente-Charles Forbes con su piquete de 16 royals fue el primero en entrar por la brecha, desalojando de las murallas a los españoles, que más que en resistirlos pensaban en abandonar el castillo. Los británicos se adelantaron con éxito hasta la cortadura que había dejado Montes, defendida con 2×24 cañones por el teniente de artillería de marina Fernando de Párraga, el cual resistió valerosamente el ímpetu de los ingleses con solo 13 hombres de su regimiento, quienes vendieron caras sus vidas, quedando allí todos inmolados con su valiente oficial: un ejemplo glorioso, por desgracia no imitado por sus compañeros.
Los valientes royals de Forbes, unidos con las Cías de los tenientes Nuguent del RI-9, y Holroyd del RI-19, habían avanzado hacia las tres cortaduras y logrado, después de un combate sangriento, arrollar a los españoles. Se dirigieron hacia la bandera, tal vez con el intento de persuadir a Velasco a que se rindiese y conservase su vida; pero Velasco se precipitó a su brecha con sus hombres para detenerlos, una bala enemiga le atravesó el pecho dejándolo herido mortalmente, y fue retirado al cuerpo de guardia. El marqués González, empeñado en defender la trinchera, recibió casi al mismo tiempo dos heridas y murió junto a la bandera. Sin jefes, ni fuerzas para combatir los pocos valientes que allí quedaban se rindieron, el general Keppel, que había llegado con gente de refresco y estaba en posesión de la batería de San Nicolás, se adelantó con los suyos y plantó el pabellón británico en las almenas del castillo.
El general inglés, acompañado de sus oficiales, pasó en seguida a ver a Velasco y tributarle todas las atenciones, habiendo manifestado deseos de que se le trasladase a La Habana para ser curado de su herida, fue acompañado hasta la ciudad por un coronel inglés. Al día siguiente a las 21:00 del 31 de julio Velasco murió de sus heridas. El conde de Albemarle pagó un noble tributo de respeto a su memoria, suspendiendo aquel día las hostilidades y contestando en el campamento la descarga hecha en la ciudad en honor del héroe.
Los españoles tuvieron 606 hombres entre muertos, heridos y prisioneros, y los ingleses 42 entre muertos y heridos. El sitio del castillo había durado 44 días, y en todo este tiempo murieron más de 1.000 españoles del ejército y milicias y más de 2.000 ingleses, incluyendo en este número los que sucumbieron de enfermedades y a los rigores del clima.
Rendición de La Habana
Una vez controlada la fortaleza del Morro, los británicos construyeron baterías a lo largo del lado norte del canal de entrada desde el fuerte de Morro hasta la colina de La Cabaña para bombardear la ciudad.
El 5 de agosto llegaron 212 fusiles y algunas municiones enviadas de Santiago de Cuba; 500 fusiles más se recibieron de Jagua el 9; y el 10 de agosto, 1.500. Los guajiros introducían diariamente en la ciudad, con riesgo de sus vidas, sus frutos y ganados para el abastecimiento de sus defensores; y se habían tenido noticias del gobernador de Santiago de Cuba anunciando la pronta marcha de una expedición de 1.000 hombres entre tropa y voluntarios de aquella ciudad y de la parte española de Santo Domingo.
Todo esto hacía esperar que si se lograba mantener la ciudad algunos días más podría mejorar la crítica situación en que se hallaban los sitiados y verse en estado de obligar a los ingleses, faltos de víveres y acosados por el vómito negro, a levantar el sitio, no obstante las ventajas adquiridas sobre la plaza.
El 11 de agosto, después de que Prado hubiera rechazado la petición de capitular que le había enviado Albemarle, las baterías británicas abrieron fuego contra La Habana. Un total de 47 cañones (15×32 y 32×24), 10 morteros y 5 obuses machacaron la ciudad desde una distancia de 500-800 metros. Al final del día, fuerte La Punta fue silenciada. Prado no tenía otra opción que rendirse.
Los días 12 y 13 de agosto prosiguieron las negociaciones de los artículos de capitulación. Prado y su ejército obtuvieron los honores de la guerra.
En virtud de esta capitulación, el día 14 a las diez de la mañana el general Keppel, al mando de 500 hombres, pasó a posesionarse del castillo de la Punta, y al mediodía de la puerta y baluarte inmediatos; el coronel Howe tomó posesión el mismo día de la puerta de Tierra con 2 BGs, habiendo evacuado estos puntos las tropas españolas, y por la tarde hizo su entrada en la ciudad el conde de Albemarle a la cabeza de su ejército.
Hevia olvidó quemar su flota que cayó intacta en manos de los británicos.
La salida de las tropas españolas se efectuó el 24 de agosto, embarcándose por la puerta de la Punta, en transportes preparados por el almirante inglés, 7 jefes, 17 capitanes, 60 subalternos y 845 soldados; y el 30 se hicieron a la vela, juntamente con las autoridades y empleados de la ciudad, cuyo número, incluidas sus familias y criados, era de 57 personas.
Consecuencias
Los británicos habían obtenido la posesión del puerto más importante de las Indias Occidentales españolas, equipamiento militar, 1.828.116 pesos españoles y mercancías valuadas en alrededor de otro 1.000.000 pesos españoles. Tomaron los buques Aquilón (74), Conquistador (74), Reina (70), San Antonio (64), Tigre (70), San Jenaro (60), África (70), América (60), Infante (74) y Soberano (74), junto con 3 fragatas, 9 embarcaciones más pequeñas, entre ellas el Marte (18) comandada por Domingo de Bonechea, y algunos buques armados pertenecientes a compañías mercantiles de La Habana y Caracas. Además, dos nuevos buques casi terminados de la línea fueron incautados en los astilleros: San Carlos (80) y Santiago (60 u 80).
Durante el asedio los británicos habían perdido 2.764 muertos, heridos, capturados o desertores, pero el 18 de octubre también habían perdido 4.708 muertos por enfermedad. Una de las brigadas más agotadas fue trasladada a América del Norte donde perdió otros 360 hombres después de un mes de su llegada. Tres buques de la línea se perdieron como resultado directo de los disparos españoles o daños graves recibidos que causaría su desaparición más tarde. Poco después del asedio el Stirling Castle fue declarado inutilizable y fue despojado y escurrido. El Marlborough se hundió en el Atlántico debido a los daños extensos recibidos durante el sitio, y el Temple se perdió mientras volvía a Gran Bretaña para las reparaciones.
A su regreso a España, Prado y Hevia fueron sentenciados y condenados.
Durante el período que duró la ocupación, once meses, Cuba vivió un intenso auge económico propiciado por algunas medidas tomadas por los ingleses como la apertura de los puertos para el comercio y la importación de numerosos esclavos que necesitaba la maltrecha economía. Incluso durante ese período se introdujo lo que hoy en día es uno de los manjares de la comida cubana, el cerdo. Las relaciones entre los habaneros y los ingleses fueron buenas, aunque estos veían a los mismos como unos ocupantes.
Después de once meses, en julio de 1763, Inglaterra y España acordaron un canje en el cual parte de la Florida quedaría en manos de los ingleses a cambio del retorno a España de La Habana y Cuba en su totalidad.
Batalla del Río San Juan en Nicaragua (29 julio al 3 de agosto de 1762)
Debido a que América Central representaba una vía potencial entre el Atlántico y el Pacífico, así como al deseo de los británicos de ampliar la colonización de dicha zona más allá del área asentada en la Costa de los Mosquitos, Nicaragua fue el blanco principal de los ataques británicos durante el siglo XVIII. Debido a los intereses económicos de los británicos en la zona, se firmó el 16 de marzo de 1740 un tratado entre el rey Eduardo I del pueblo miskito (reino indígena) y el rey Jorge II de Gran Bretaña. En el marco de los términos del tratado, se establecería un protectorado sobre la Costa de los Mosquitos y los británicos suministrarían armas modernas al reino miskito.
A principios de 1762, William Lyttelton, gobernador británico y comandante jefe de Jamaica, propuso una expedición naval a Nicaragua. El objetivo era navegar hasta el lago Nicaragua y luego capturar la ciudad de Granada y asentar su dominio en América Central.
El conflicto se inició en junio de 1762, durante la administración del gobernador interino de Nicaragua Melchor Vidal de Lorca y Villena. Instigado y ayudado por la fuerza expedicionaria británica, un grupo de miskitos atacó las plantaciones de cacao en el valle de Matina. Al mes siguiente se asolaron muchos asentamientos defendidos en Nicaragua, incluyendo Jinotega, Acoyapa, Lovigüisca, San Pedro de Lóvago, la misión de Apompuá, cerca de Juigalpa, y Muy Muy. A su paso quemaron y saquearon aldeas, así como hicieron algunos prisioneros españoles. Muchas de las personas que capturaron fueron vendidos como esclavos a los comerciantes británicos y transportados a Jamaica.
El ejército combinado inglés y miskito se dirigió hacia la fortaleza de la Inmaculada Concepción, en el río San Juan, en julio. La fuerza atacante se componía de 2.000 hombres y más de medio centenar de barcos, mientras que los soldados de la fortaleza eran tan solo alrededor de un centenar; en teoría la plaza tenía 123 plazas remuneradas, con 10 artilleros, 4 cabos de escuadra, 20 mosqueteros, 64 arcabuceros, 1 piloto de barco con 8 remeros, 8 cocineras mulatas además de 1 sargento, 1 condestable de artillería, 1 alférez, 1 teniente, 1 capellán, 1 cirujano y el castellano.
Para empeorar las cosas, los invasores amenazaban la región, el 15 de julio el comandante de la fortaleza, José de Herrera y Sotomayor, murió de una fusión de garganta; siendo sustituido por por el teniente José de Herrera y Sotomayor, que moría de enfermedad, su hija Rafaela Herrera Torreynosa de 19 años, hizo un juramento solemne a su padre de que iba a defender la fortaleza a costa de su vida si era necesario.
Desarrollo de la batalla
La fuerza expedicionaria llegó a la fortaleza el 29 de julio de 1762. A la mañana, el vigía de guardia del puesto de observación disparó un cañonazo con un pedrero dando la alarma. Poco después, los invasores capturaron el puesto de observación y a sus defensores. El comandante británico, al corriente por los prisioneros españoles, se enteró de que en la fortaleza cundía el desorden debido a la reciente muerte de su comandante. A las 11 de la mañana, aparecieron 7 grandes piraguas, disparando desde el fuerte 9 disparos de bala y metralla, y los británicos desembarcaron al sur fuera del alcance.
Unas horas más tarde, con su flota anclada en el río, el comandante británico envió un emisario para exigir la rendición incondicional de la fortaleza a cambio de evitar nuevas hostilidades. El segundo al mando de la guarnición, un sargento, estaba a punto de acceder a la petición cuando Herrera intervino rechazando la petición de rendición. Al ver lo que ella percibió como la actitud cobarde de los defensores, Herrera reprochó:
¿Has olvidado los deberes impuestos por el honor militar? ¿Vas a permitir que el enemigo robe esta fortaleza, que es la salvaguardia de la Provincia de Nicaragua y de sus habitantes?
Animada por el espíritu de su difunto padre, se opuso firmemente a la rendición de la fortaleza, insistiendo en que cada soldado debía ocupar su lugar en el combate.
En respuesta al rechazo de sus demandas, los británicos formaron una línea de ataque creyendo que esto sería suficiente para lograr el efecto deseado. Herrera, entrenada en el manejo de armas, disparó uno de los cañones y logró matar al comandante británico. El ejército, enfurecido por la muerte de su líder, comenzó un vigoroso ataque contra la fortaleza que continuó durante toda la noche.
La guarnición, vigorizada por el heroísmo de Herrera, opuso una resistencia feroz que causó grandes pérdidas a los británicos en hombres y barcos. Al caer la noche, Herrera ordenó a las tropas lanzar algunas hojas empapadas con alcohol al río en ramas flotantes a las que prendieron fuego. La corriente arrastró el material en llamas hacia la flota enemiga.
Esta acción inesperada obligó a las tropas invasoras británicas a suspender su ataque para el resto de la noche y retirarse a posiciones defensivas. Al día siguiente, los británicos volvieron a asediar a la fortaleza, pero con pocos avances y muchas bajas.
Inspirado por Herrera, el teniente Juan de Aguilar llevó a los defensores a la victoria en una batalla que duró seis días. Los británicos, finalmente, levantaron el cerco y se retiraron el 3 de agosto de 1762. Se retiraron a la desembocadura del río San Juan, donde su presencia impidió el transporte marítimo en el mar Caribe durante algún tiempo.
Consecuencias
Tras esta victoria por parte de España, los españoles lograron mantener su posición en América Central durante la guerra de los Siete Años comprobando la eficacia de España ante una invasión británica del centro del continente. Por tanto, los británicos se dieron cuenta de que las defensas españolas estaban bien organizadas en aquella región y que la conquista de Centroamérica no era tan fácil como habían previsto.