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Antecedentes
Los mercenarios ingleses despedidos tras la victoria en la batalla de Poitiers anhelaban la reanudación de las cabalgadas, que conllevaban la obtención de botín; la pequeña nobleza en especial temía volver a la situación anterior a la guerra. El tratado de Brétigny dejó a muchos de ellos, de los dos bandos, sin trabajo y dedicados al bandidaje, especialmente en los dominios de los Valois, peor controlados que los territorios ingleses. Solían operar en bandas de unos centenares de hombres, que se apoderaban de algunos castillos desde los que esquilmar las tierras circundantes mediante correrías, ventas de “salvoconductos” o requisas a la población campesina. Millares de ellos se agruparon en ocasiones para operaciones mayores en las llamadas «grandes compañías«, en realidad grupos de saqueo que aprovechaban la debilidad de la autoridad pública para dedicarse al pillaje, lo que atizaba el descontento de la población. Una de estas grandes compañías llegó incluso a obtener el pago de un rescate del Papa a finales de 1361, después de talar las vegas del Saona y el Ródano. Sus atropellos se concentraron en las provincias menos perjudicadas por la guerra, donde podían sostenerse con mayor facilidad: Borgoña, el Languedoc y el Macizo Central.
Las compañías de antiguos mercenarios no tenían objetivos políticos o militares, sino el simple enriquecimiento de sus miembros. Francia quedó sometida a sus desmanes entre 1360 y 1390 y los campesinos obligados a pagar por conservar la vida. La capacidad de las compañías para atravesar grandes distancias extendió el azote de su presencia a vastas zonas del reino. En el invierno de 1360, una de las compañías trató incluso de apoderarse del dinero destinado al rescate de Juan II en Aviñón; el ejército real enviado contra ella fue vencido en Pont-Saint-Esprit meses después. También lo fue el ejército de caballeros que el duque de Borbón envió contra otra gran compañía, la de Seguin de Badefol, en 1363.
Se intentaron diversos planes para eliminarlas: enviarlas al servicio de las grandes familias nobles italianas, despacharlas a Hungría para que combatiesen a los turcos, expedirlas a la Península ibérica para participar en la Reconquista e incluso excomulgarlas, sin éxito.
La falta de acción del Gobierno real, escaso de fondos para sufragar las costosas operaciones contra los bandidos, hizo que la defensa recayese en las bailías o los feudos que sufrían sus desmanes, que a menudo se limitaban simplemente a pagar para que este azote se desplazase a otra comarca. La situación empeoró a comienzos del reinado de Carlos V por el fin de la guerra de Bretaña y del conflicto con Carlos II de Navarra, que dejaron sin actividad a más guerreros.
Los levantamientos populares, denominados jacquerie, hicieron comprender a Carlos V, que había presenciado incluso el asesinato en su presencia de dos mariscales por los revoltosos parisinos, que el mantenimiento de la soberanía dependía del apoyo popular, que intentó granjearse. Preparó lenta y concienzudamente la reconquista desde su biblioteca. El tratado de Brétigny servía además para limitar las opciones inglesas, pues la reanudación de los combates lo hubiese dejado sin efecto; el tratado disponía además, por idea del delfín, que la soberanía del rey de Inglaterra sobre lo adquirido en el tratado solo comenzaría cuando los franceses le entregasen las tierras. Entonces se verificaría también la renuncia de Eduardo III a la corona francesa.
En la práctica, el Delfín podía retrasar indefinidamente la entrega de los territorios prometidos a Eduardo, cosa que hizo. También retardó el pago del rescate de su padre, del que solo llegó a desembolsar un tercio. Puso además fin a la crisis monetaria poniendo en circulación el franco, que marcó el fin de los odiados cambios de ley, una medida más para reforzar la posición de la Corona. Por añadidura, impuso un sistema fiscal gestionado por funcionarios reales que debía servir para recaudar tanto los fondos para sufragar los gastos bélicos como el rescate de su padre.
Además, elevó a ciertos personajes de la baja nobleza que ocuparon destacados cargos y que colaboraron en la recuperación de los territorios perdidos. En lo militar, el rey apenas hizo reformas: se limitó a sistematizar las disposiciones de su padre y de su abuelo y a aprovechar que sus ingresos casi regulares debidos a las imposiciones del rescate que mantuvo durante todo el reinado y la estabilización monetaria le permitieron pagar más regularmente a las tropas. Sí mejoró, pese a todo, la organización de la infantería y se hizo hincapié en la práctica del arco y en la mejora de las fortificaciones. La ordenanza de 1367 dispuso que los castillos sin posibilidad de defensa fuesen demolidos para evitar que sirviesen de refugio a los bandidos y que los demás fuesen remozados y guarnecidos oportunamente.
A la muerte natural del rey Juan de Francia en Londres el 8 de abril de 1364, le sucedió su hijo el delfín Carlos V. Carlos II de Navarra, privado en 1353 de la sucesión al ducado de Borgoña en favor de Felipe el Atrevido; deseaba impedir la coronación del delfín Carlos en Reims.
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En Navarra se reclutaron unos 1.000 hombres bajo el mando Martín Enríquez de Lacarra, al que acompañaban numerosos ricos-hombres y caballeros. Este pequeño ejército se dirigió a Fuenterrabía, donde se les añadieron 300 gascones a las órdenes del señor de Gavestón, donde fueron embarcados. Tras algunas vicisitudes llegaron a Cherburgo, donde se unieron al resto de tropas navarras allí establecidas, y bajo la dirección de Juan de Grailly marcharon sobre Évreux, con la idea de recuperar más tarde Mante y Meulán. A su paso fueron dejando una estela de sangre y ruinas.
Bertrand du Guesclin, el condestable de Francia, no teniendo suficientes fuerzas para enfrentarse a ellos, levantó el sitio de Évreux e inició la retirada, pero en ese momento recibió tropas de refresco y decidió enfrentarse a los navarros.
Despliegue inicial
Juan de Grailly, Captal del Buch, que era primo del rey Carlos, abandonó la plaza fuerte y su pequeño ejército anglo-navarro-normando tomó posiciones en las riberas del río Eure, en una colina próxima a Cocherel, tomando posiciones defensivas, como era habitual en las tácticas inglesas.
- El ala izquierda bajo el mando de Juan de Soult, disponía de 400 hombres con armadura de hierro.
- El centro bajo el mando Captal de Buch Juan III de Grailly, contaba con 400 caballeros gascones. Su bandera se colocó en un arbusto espinoso, custodiada por una guardia de 70 hombres.
- El ala derecha mandada por John Jouel debía de contar con unos 400 efectivos entre hombres de armas y arqueros ingleses.
Bertrand du Guesclin desplegó sus fuerzas de unos 5.000 efectivos en 3 grupos y una reserva
- El ala izquierda, al mando de Juan III de Chalon, conde de Auxerre, se componía de las milicias municipales de diferentes municipios de Normandía, Picardía y otras provincias francesas.
- El centro, comandada por Bertrand Du Guesclin, se compone fuerzas bretonas, incluyendo su primo Oliviero de Mauny.
- El ala derecha, comandado por Balduino de Lens, señor de Annequin, gobernador de Lille, Gran Maestro de los arqueros de Francia, apoyada por Arnaud de Cervole.
- La retaguardia, compuesta principalmente por 200 jinetes gascones, bajo el mando de Eustache de la Houssaye tenía como misión de llegar a la retaguardia del enemigo. Para simular una fuerza mayor, du Guesclin hizo que se expusieran muchas más banderas.
Desarrollo de la batalla (16 de mayo de 1364)
La mañana se pasó en negociaciones entre los dos bandos. Captal de Buch quería hacer creer a los franceses que esperaba refuerzos, unos 1.500 hombres, para persuadirles de que realizaran el asalto inmediatamente. De hecho, los anglo-navarros continuaron manteniendo sus posiciones y los franceses, conscientes de las derrotas anteriores, sabían que una carga por su parte sería desfavorable.
Por su parte Arnaud de Cervole negoció con el enemigo su abandono del campo de batalla, a cambio de una recompensa: esta deserción, apenas disimulada, que le valió la ira del rey Carlos V, que debilitó el contingente del ala derecha francesa de Baldwin de Lens, señor de Annequin.
Al mediodía, los dos ejércitos estaban todavía en sus posiciones. Los soldados sufrían por el calor sofocante. Bertrand du Guesclin, a las 15 horas, intentó una treta, hizo sonar las trompetas, y las tropas francesas comenzaron a retirarse hacia el río Eure; los equipajes y algunos soldados, atestaban el puente y cruzaban el río.
Captal de Buch, imaginando la estratagema urdida por du Guesclin, decidió mantener su posición. Pero Jean Jouel, convencido de que era la retirada del enemigo era real, decidió enviar a sus hombres a atacar. Cuando los británicos bajaron de la colina y desplegaron abajo, du Guesclin mandó dar vuelta a sus hombres. En poco tiempo, las tropas de Jouel fueron atacados por los tres batallones franceses y sus temibles arqueros estaban en desventaja en el combate cuerpo a cuerpo.
Eustache de la Houssaye con los 200 jinetes gascones, bordeando a las fuerzas anglo-navarras, fue directamente contra el pendón navarro, defendido por el vasco de Merevil y los 70 caballeros.
Captal del Buch cayó herido y los principales caballeros fueron hechos prisioneros y llevados a Ruan.
Secuelas de la batalla
La noticia llegó a Pamplona, donde estaban los reyes, el día 24. La trajo un mensajero que, reventando caballos, recorrió en 8 días los 900 kilómetros que separan a Cocherel de Iruña, a una media de 100 kilómetros diarios. Fue un golpe mortal para la causa de Carlos II en Francia
La victoria permitió a Carlos V para ser coronado rey de Francia 19 de mayo 1364 en la catedral de Reims.
Carlos el Malo firmó el tratado de Pamplona con el rey Carlos V en 1365, en el que renunciaba a su pretensión al trono de Francia. En marzo de 1365, en el tratado de Aviñón, los dos Carlos acordaron un intercambio. El rey de Navarra cedió al rey de Francia sus posesiones normandas en el valle bajo del Sena de Mantes, Meulan y el condado de Longueville, lugares estratégicos en el camino a París. A cambio, Carlos V cedió la ciudad y el señorío de Montpellier a su primo.