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Antecedentes
España, aliada con Francia a través de los Pactos de Familia, vio la Revolución de las Trece Colonias (guerra de la Independencia de los Estados Unidos) como una oportunidad para debilitar al imperio Británico, que le había causado pérdidas importantes durante la guerra de los Siete Años. España comenzó a participar en el conflicto a partir de 1776 con la financiación, junto con Francia, de Roderigue Hortalez y Cía. (compañía creada para proporcionar suministros militares a los rebeldes). El recién nombrado secretario de Estado de Carlos III, el conde de Floridablanca, escribió en marzo de 1777: “el destino de los intereses de las colonias nos importa mucho, y vamos a hacer por ellos todo lo que las circunstancias lo permitan”.
La ayuda española se suministra a las Trece Colonias a través de cuatro rutas principales:
- Desde los puertos franceses con la financiación de Roderigue Hortalez y Cía.
- A través del puerto de Nueva Orleans y el río Misisipi.
- Desde los almacenes de La Habana.
- Desde el puerto de Bilbao, gracias a los Gardoqui, familia vasca rica de la época.
A través de la casa Joseph de Gardoqui e hijos, España envió a los EE. UU. 120.000 reales de a ocho en efectivo, y órdenes de pago por valor de otros 50.000. Estas monedas, los célebres spanish dollars, sirvieron para respaldar la deuda pública estadounidense, los continentales y fueron copiados dando origen a su propia moneda, el dólar estadounidense.
Además, a través de la casa de Gardoqui se enviaron 215 cañones de bronce, 30.000 mosquetes, 30.000 bayonetas, 51.314 balas de mosquete, 300.000 libras de pólvora, 12.868 granadas, 30.000 uniformes y 4.000 tiendas de campaña, por un valor total de 946.906 reales. El ejército americano que ganó la batalla de Saratoga, fue armado y equipado por España, llevando además, esta victoria la entrada de Francia en apoyo a la independencia de Estados Unidos de América.
El contrabando de Nueva Orleans había comenzado en 1776, cuando el general Charles Lee envió a dos del Ejército Continental (el ejército de las Trece Colonias) y los funcionarios empezaron a solicitar los suministros desde el gobernador de Nueva Orleans Luis de Unzaga. Este preocupado por contrariar abiertamente a los británicos antes que los españoles se prepararan para la guerra, estuvo de acuerdo con ayudar a los rebeldes de las Trece Colonias en secreto. Unzaga autorizó el envío de la pólvora que necesitaban desesperadamente en una transacción negociada con Oliver Pollock, patriota (revolucionario) y financiero. Cuando Bernardo de Gálvez fue nombrado gobernador de Nueva Orleans en enero de 1777, continuó ampliando las operaciones de suministro.
El patriota Benjamin Franklin informó desde París al Congreso Continental en marzo de 1777 que la corte española en silencio había concedió a los rebeldes el acceso directo, anteriormente restringido, a La Habana como nación más favorecida. Franklin también señaló en el mismo informe que 3.000 barriles de pólvora estaban esperando en Nueva Orleans, y que los comerciantes de Bilbao “recibieron órdenes de enviarnos todos los artículos que pudiéramos necesitar”.
La posición española fue resumida por el antiguo secretario de Estado de España y el entonces embajador ante la corte francesa, Jerónimo Grimaldi; en una carta a Arthur Lee, un diplomático estadounidense en Madrid que estaba tratando de convencer a los españoles para declarar una alianza abierta con las incipientes Trece Colonias. Genovés de nacimiento, Grimaldi puso estos reparos en su respuesta: “Usted ha considerado su propia situación, y no en nuestro momento en que aún no ha llegado para nosotros la guerra con Portugal, Francia no está preparada, y nuestros barcos del tesoro de América del Sur no han llegado, hace que sea inadecuado para que la declaremos de inmediato”. Mientras tanto, Grimaldi aseguró a Lee que se habían almacenado suministros de uniformes y pólvora en Nueva Orleans y La Habana para los estadounidenses, y más envíos se estaban preparando en Bilbao.
En junio de 1779, los preparativos para la guerra finalizaron. La causa británica parecía estar en un punto particularmente bajo. Los españoles se unieron a Francia en la guerra con el Tratado de Aranjuez.
Los objetivos principales de España eran, como en la guerra de los Siete Años, la recuperación de Gibraltar y Menorca de los ingleses, que los había perdido desde 1704. El 22 de junio de 1779 Carlos III firmaba la declaración de guerra a Inglaterra.
Captura del doble convoy inglés o batalla del cabo de Santa María (9 de agosto de 1780)
Carlos III firmó la declaración de guerra el 22 de junio de 1779 y, al día siguiente, zarpaba de Cádiz la escuadra de Luis de Córdoba y Córdoba.
Previamente, lo había hecho de Ferrol la escuadra de aquel departamento, al mando de Antonio de Arce.
El 23 de julio se reunieron tres agrupaciones citadas y quedó formada una de las mayores armadas de la historia 150 velas, bajo mando del almirante francés Luis Guillouet, conde de Orvilliers, distribuidas en varias escuadras:
- Descubierta, del mando del almirante De la Touche-Treville, compuesta por 5 navíos.
- Vanguardia, mandada por el conde de Guichen, 15 navíos.
- Centro, mandada por el propio Orvilliers, otros 15 navíos.
- Retaguardia del mando de Miguel Gastón, otros 15 navíos.
- Observación, mandada por Luis de Córdoba, 16 navíos.
Los navíos de Córdoba eran todos españoles; el resto de las escuadras, interpolaban navíos de ambas naciones. La escuadra ligera procuró cumplir su misión interrogando a todo neutral que se ponía al alcance.
El 14 de agosto, la fuerza divisó la costa inglesa y cambió del orden de marcha al de combate. Nada más agrupados, los buques que la formaban se habían intercambiado los códigos de señales y las formaciones a guardar durante la campaña, pues los gobiernos, en su imprevisión, habían pasado este extremo por alto. En aguas de Plymouth, el navío inglés Ardent (64) fue apresado por cuatro fragatas francesas. En la bahía se encontraban 17 unidades británicas más, que no se movieron.
La acción sembró el pánico en las costas británicas tras poner en fuga la escuadra inglesa del Canal de la Mancha, dejando el terreno libre para la invasión hispano-francesa de Gran Bretaña.
La población británica abandonó precipitadamente las localidades costeras y el comercio naval inglés y la Bolsa de Londres cesaron su actividad. Vivían en un ambiente de terror que no se había vivido desde los tiempos de la guerra anglo-española del siglo XVI y acentuándose la situación de desamparo de los británicos por el hecho de que las mejores unidades del ejército inglés se encontraban combatiendo en ultramar.
En agosto, en el Santísima Trinidad, buque insignia de Córdoba, un rayo mató a dos hombres e hirió a dieciséis; en el francés Ploteo, otra descarga se llevó por delante a un hombre más e hirió a 10 marineros.
Finalmente, y a pesar de la insistencia del almirante español para lanzar de inmediato la invasión, Guillouet, comandante supremo de la escuadra combinada no se decidió a ordenar el desembarco.
Mientras el ejército francés se impacientaba en Normandía. En Cherburgo, su comandante en jefe, el general Doumouriez, había propuesto la isla de Wight como cabeza de puente, para privar a los astilleros ingleses de sus grandes recursos madereros y dado que el enclave gozaba de una buena situación para el asalto a la isla principal.
En la mañana del día 31 de agosto, los exploradores informaron de la presencia de una escuadra inglesa del almirante Hardy (36 navíos, 8 fragatas, algunos buques menores), que se dirigía a toda vela por el canal de la Mancha. La caza se mantuvo durante 24 horas, de tal modo que la vanguardia de la combinada llegó a abrir fuego contra la retaguardia de la escuadra, pero el convoy resultó ser holandés.
Tras una espera de varios días, estalló una epidemia en los buques franceses que no tardó en extenderse a los españoles, por lo que la flota franco-española tuvo que retirarse a Brest, perdiendo la oportunidad de asestar un golpe definitivo a Inglaterra.
En cualquier caso, este episodio condicionaría las actuaciones posteriores de la armada inglesa, puesto que a partir de entonces la obsesión del primer lord del Almirantazgo sería el mantener protegidas las costas británicas a todo trance.
El gobierno francés envió a Madrid al almirante conde dʼEstaing para trazar los planes de la campaña siguiente. Francia quería una segunda flota combinada y regresar al Canal; en principio, el gobierno español no aceptó dicha propuesta y optó por maniobrar con independencia, apuntar a Gibraltar como objetivo principal y abogar por cierta coordinación entre ambas marinas para, si llegado el caso, actuar otra vez en combinación. Al darse cuenta el gobierno español de que la permanencia de la escuadra de Gastón en Brest era ociosa, pues los franceses no tenían de momento voluntad alguna de salir a la mar, le ordenó regresar a Cádiz.
Partió el 12 de enero, cuatro días antes del combate de Lángara, en reserva con 4 buques franceses del jefe de escuadra Bausset, lo previsto eran 20, por eso, más tarde, se incorporarían otros 5.
En el verano de 1780, partió de la localidad de Portsmouth un convoy mandado por el almirante John Moutray compuesto por 55 mercantes armados, escoltado por un navío de línea el Ramilles (74) y dos fragatas Thetis (36) y Southampton (36) de la flota del canal de la Mancha; que debería dividirse en dos en algún punto del Atlántico, dirigiéndose una parte a la India para apoyar la guerra colonial, y la otra a Norteamérica para combatir a los rebeldes de las Trece Colonias.
Las órdenes del almirantazgo eran que la escolta abandonase al convoy a la altura de Galicia para regresar inmediatamente al canal de la Mancha. Los mercantes debían navegar alejados de las costas ibéricas y de las rutas comerciales habituales para evitar encuentros fortuitos con navíos españoles o franceses, y contarían tan solo con el apoyo de un navío de línea y dos fragatas. Los agentes de inteligencia españoles destacados en Londres consiguieron averiguar la fecha de salida del convoy y la posible ruta que iba a seguir antes de dividirse, enviando inmediatamente la información al conde de Floridablanca.
En aquellos momentos, Luis de Córdoba, que había sido nombrado en febrero director general de la flota española; se encontraba vigilando el estrecho de Gibraltar al mando de una flota de 27 navíos de línea y 4 fragatas, a la que se había sumado una escuadra francesa al mando de Antoine Hilarion de Beausset con 9 navíos y una fragata. Córdoba ejercía el mando supremo de la flota combinada a pesar de las quejas de los franceses, que dudaban de su capacidad por haber cumplido el almirante español los 73 años. Tan pronto como Córdoba recibió la información obtenida por los espías españoles, comenzó a organizar la localización y captura del convoy británico.
La escuadra combinada hispano-francesa abandonó las aguas del estrecho y se adentró en el Atlántico guiándose por las suposiciones hechas a partir de la fecha de salida, las características del convoy británico y la ruta más probable suministrada por los agentes españoles. Se enviaron varias fragatas de exploración que batieron una amplia zona del océano.
En la madrugada del 9 de agosto de 1780, una fragata exploradora española divisó en el horizonte un gran número de velas, que navegaban a unas 60 leguas (300 km) al oeste del cabo de San Vicente.
Con toda rapidez se envió la información al Santísima Trinidad (120), buque insignia de la escuadra combinada, bajo mando directo de don Luis de Córdoba. La noticia fue recibida con cautela, pues había dudas sobre si las velas detectadas correspondían a la escuadra del canal de la Mancha o si se trataba en efecto del convoy, pero este iba fuertemente escoltado.
El segundo mando español, don José de Mazarredo abogó inmediatamente por el ataque, ya que suponía que no había ninguna razón para que la flota inglesa se arriesgase a navegar tan alejada de las costas, salvo que no fuese escoltada.
Tras ordenar Córdoba el ataque, las fragatas más rápidas se dirigieron hacia la flota inglesa, seguidas por los navíos de guerra.
A las 04:15 horas, comenzaron a avistarse velas en el horizonte, todas encaminadas a la luz del farol que creían una señal de su propio comandante. Pero los ingleses descubrirán tarde su error. El comandante inglés, John Montray, tras constatar la abrumadora superioridad del enemigo se dio a la fuga con los 3 buques de escolta, iniciando los buques mercantes una desbandada.
Ante esta situación, Córdoba dio desde el Santísima Trinidad la señal de “caza general”, empezando una desordenada persecución en la que los buques españoles y franceses iban seleccionando y capturando presas según su propio criterio. Una vez alcanzados, los mercantes se iban entregando sin presentar oposición, ya que si bien todos ellos iban armados, poco podían hacer frente a los poderosos navíos de línea.
A las 05:00 horas, se habían capturado ya 26 buques con 10 navíos, pero la caza se prolongó hasta la noche, capturándose en total hasta 52 buques ingleses de los 55 que componían el convoy. Las fragatas siguieron buscando a los buques huidos hasta bien entrada la madrugada; sin embargo, no consiguieron apresar a ninguno más. El navío de escolta Ramillies (74) buscó refugio en el Peñón, donde pudo cobijarse, gracias a la cobertura prestada por las baterías de costa, y las dos fragatas de escolta consiguieron huir.
Iniciada la inspección de los buques apresados, los aliados comprendieron la importancia del golpe asestado a Inglaterra, pues no solo se habían capturado 52 buques (36 fragatas, 10 bergantines, 6 paquebotes con 294 cañones en total); sino también 80.000 mosquetes, 3.000 barriles de pólvora, gran cantidad de provisiones y efectos navales destinados a mantener operativas las flotas inglesas de América y el océano Indico; vestuario y equipamiento para 12 regimientos de infantería, y la ingente suma de 1.000.000 de libras esterlinas en lingotes y monedas de oro (todos los buques y bienes capturados estaban valorados en unas 600.000 libras).
Además, se hicieron cerca de 3.000 prisioneros, de los cuales unos 1.350 hombres eran de las dotaciones de los buques, 1.357 oficiales y soldados de regimientos británicos que pasaban a ultramar como refuerzos y unos 286 pasajeros.
Las pérdidas supusieron para Inglaterra el mayor desastre logístico de su historia naval. El número de buques y hombres capturados, así como la cantidad de más de 1.000.000 de libras esterlinas en lingotes y monedas de oro que pasaron a manos españolas; provocaron fuertes pérdidas en la bolsa de Londres, lo que perjudicó gravemente las importantes finanzas que Inglaterra mantenía para poder sostener las lejanas guerras que libraba.
Cinco de los barcos capturados fueron puestos al servicio de la flota española: las fragatas Hillsborough (30) pasó a ser la urca Santa Clotilde (12); la Mountstuart (28) pasó a ser el Santa Balvina (34); la Royal George (28) pasó a ser el Real Jorge (34) cañones; la Godfrey (28) pasó a ser el Santa Biviana (34) y la Gatton (28) pasó a ser el Santa Paula (34).
En la campaña de 1781, en el canal de la Mancha, gracias a las acertadas disposiciones que tomó el general Córdoba secundado por su mayor-general José de Mazarredo; en dicha campaña también tuvo éxito de apresar otro convoy británico de 27 barcos entre fragatas y bergantines mercantes, que el día 17 de junio había salido de Porstmouth con destino a Terranova, siendo alcanzado 25 de junio, capturando 19 barcos. Las otras 8 embarcaciones restantes de las cuales 3 eran fragatas y una balandra de su escolta, no fueron vistos por la escuadra española.