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Llegada de Publio Cornelio Escipión
Publio Cornelio Escipión llegó a Hispania en 210 AC al mando de 10.000 infantes y 1.000 jinetes, y pasó el invierno organizando su ejército en Tarraco (Tarragona), estimándose sus fuerzas totales en 28.000 infantes, 3.000 jinetes y 35 barcos, al tiempo que organizaba el ataque sobre Cartagena.
Sus enemigos eran tres generales cartagineses, Asdrúbal Barca que estaba en el centro de la península, Magón Barca que estaba cerca de Gibraltar y Asdrúbal Giscón en la desembocadura del río Tagus (actual Tajo), las tropas púnicas rondarían los 60.000 hombres. Los tres se encontraban a más de 10 días de distancia de Cartagena.
Toma de Cartagena (209 AC)
En la primavera del 209 AC, Escipión partió de Tarraco a Sagunto, en dirección a Cartago Nova (Cartagena). Puso la flota bajo mando de su amigo Cayo Lelio, a quién confió sus planes y él mismo se puso al frente de las fuerzas de tierra y avanzó hacia el sur a marchas forzadas. Avanzó con 25.000 infantes y 2.500 jinetes (de estas fuerzas 5.000 era aliados hispanos). Dejó para guarnecer el norte del Ebro a Silano con 3.000 infantes y 300 jinetes.
Avanzó rápidamente por tierra el ejército, y por mar la flota que posiblemente llevaba los pertrechos para que las legiones fuesen más ligeras. Ambos progresaban al mismo ritmo pues debían converger por sorpresa sobre el objetivo. En 7 días los romanos partieron de Sagunto y se plantaron ante Cartago Nova (280 km), lo que da un a media de 40 km al día. El ejército acampó junto a la colina de Ares, utilizándola como defensa natural del lado de la ciudad y hacia el exterior construyó una trinchera defendida con un terraplén y seguramente algún tipo de empalizada.
Cartago Nova la principal base púnica de operaciones en Hispania. La ciudad se hallaba repleta de caudales (unos 600 talentos se encontraban en esos momentos en sus arcas) y de suministros bélicos, también mantenían allí a 300 rehenes de todas las tribus hispanas de dudosa fidelidad. En el momento de su conquista la ciudad albergaba en su rada una flota de 73 navíos de carga y 16 de guerra.
La población seria de unos 13.000 ciudadanos libres, en su gran mayoría no púnicos. Entre ellos 2.000 artesanos especialistas en las más diversas tareas como carpinteros, herreros, armeros etc, etc. También y temporalmente se encontraban allí 15 senadores de Cartago y 2 del consejo de los ancianos. La población se completaba con un número indeterminado de miles de esclavos y la guarnición propiamente serían 1.000 hombres, en total habría unas 20.000 personas.
Escipión desplegó su campamento en el istmo, aislando de esta manera la ciudad. Para evitar posibles ataques cartagineses del exterior, se levantó una empalizada y excavó un foso doble. Se trataba de una obra de fortificación entre ambas playas (una laguna interior que ya no existe y el mar). La flota romana, bajo el mando de Cayo Lelio, bloqueó la salida al mar y así Cartagena se encontró sin vías de ayuda del exterior.
Al día siguiente Escipión hizo situar las naves frente a la muralla sur y eligió 2.000 hombres para que un asalto con escaleras y escalas por la puerta de la ciudad, mientras que la flota que había sido equipada con artillería de todo tipo, debía realizar un bombardeo sobre la ciudad.
En el interior de la ciudad, a los 1.000 mercenarios con los que contaba Magón (comandante púnico) se sumaron 2.000 ciudadanos armados que fueron concentrados en la puerta oriental de la ciudad, frente al istmo, lugar por donde se esperaba el ataque romano. De los 1.000 mercenarios, 500 fueron situados en el monte Molinete (la zona del Almarjal, conocida como Arx Hasdrubalis) y los 500 restantes en el monte Concepción (la colina de Esculapio), en la zona que daba al mar. Los restantes ciudadanos actuarían allí donde fuera necesario.
Contra todo pronóstico, Magón ordenó una salida contra los que atacaban por el istmo, este ataque, realizado por tropas realmente combativas puso en aprietos a los romanos, Escipión decidió replegar sus fuerzas hacia atrás para poder contar con los refuerzos y alejar a los cartagineses de las murallas. Tras un tiempo en que el combate estuvo igualado, los romanos cada vez eran más fuertes y los defensores estaban más alejados. Viendo que no podían hacer nada, decidieron retirarse, siendo perseguidos por los romanos. Al llegar a la estrecha puerta de acceso a la plaza, viéndose acosados de tal manera, que se amontonaron sufriendo un gran número de bajas.
Sin embargo, este primer ataque no logró el objetivo y Escipión ordenó un segundo ataque más tarde ese mismo día, con la novedad de destacar un contingente de 500 soldados al norte de la laguna, que con la bajamar era vadeable según le habían contado unos pescadores.
Escipión ordenó un ataque general por toda la muralla terrestre, la infantería utilizó la formación en testudo (cubierta por los escudos a modo de tortuga) para acercarse a las murallas, llegando a la puerta sobre la que descargaban golpes de hacha y azada. Viendo en peligro la muralla terrestre, Magón mandó acudir a todas las fuerzas, desguarneciendo el resto de las murallas.
Al mismo tiempo, los emboscados de la laguna comenzaron a cruzarla, llegando al pie de las murallas que eran más bajas y que estaban desguarnecidas en esos momentos. Escalaron las murallas sin oposición y a continuación un grupo se dedicó a sembrar confusión, mientras que otro se dirigió a la puerta principal para tomarla. Una vez tomada la abrieron y entraron los soldados estaban en el exterior.
Mientras tanto, las fuerzas navales consiguieron penetrar en la ciudad por el sur y en poco tiempo la ciudad cayó menos la ciudadela, donde se había refugiado Magón con algunos. Negoció entregarse él y a su guarnición a cambio de garantías sobre su persona.
La conquista de la ciudad proporcionó al ejército de Escipión innumerables materiales como catapultas grandes (120?), pequeñas (280?), escorpiones grandes y pequeños, armas arrojadizas y proyectiles, 18.300 libras de plata además de gran cantidad de vajilla de plata, unas 250 de oro. La captura de la flota cartaginesa de 16 navíos de guerra y 73 de carga, barcos estos que transportaban diferentes mercancías de trigo, armas, bronce, esparto, lienzo y demás material para la construcción naval que se exportaba a Cartago, el total de trigo se elevaba a 400.000 modios, el de cebada a 270.000. En definitiva, un botín que vino a suplir las muchas carencias que el ejército romano en Hispania sufría desde hacía ya muchos años.
De los casi 10.000 prisioneros, los ciudadanos fueron puestos en libertad, los artesanos unos 2.000 fueron convertidos en esclavos públicos, pero se les prometió la libertad al final de la guerra. De los prisioneros restantes, esclavos en su mayoría, fueron escogidos los más aptos para servir como remeros en la flota romana. Los 300 rehenes hispanos en manos cartaginesas recibieron un trato amable, dándoles la oportunidad de volver libres a sus casas. Todos los rehenes eran personas socialmente cualificadas (la mujer y los hijos del rey edetano Edecón, una bellísima hispana que era esposa de Mandonio, el hermano de Indíbil, rey de los ilergetes, etc.). Gestos como este aseguraron a Escipión que los hispanos se pasaran a su bando abandonando el cartaginés.
Gracias al control de Cartago Nova se dominaban las minas de plata y la producción de sal de la zona, privando con ello a los púnicos de recursos para pagar a sus mercenarios. También se hicieron con el control absoluto del mar.
Batalla de Baecula (208 AC)
Escipión regresó a Tarraco sin ser molestado, donde permaneció durante el resto del año, ya que sus fuerzas no eran lo suficientemente numerosas para enfrentarse al enemigo en el campo de batalla, y estaba ansioso por fortalecer alianzas con los jefes hispanos.
Su siguiente objetivo era apoderarse de la cuenca minera de Sierra Morena, que era controlada desde la ciudad de Cástulo, y que constituía una importante fuente de recursos que los púnicos necesitaban para pagar a sus tropas mercenarias. El ejército de Asdrúbal acampaba en las proximidades de Cástulo. Escipión tenía conocimiento, a través de sus espías, de que la intención del cartaginés era acudir a Italia en ayuda de su hermano Aníbal, por lo que era imprescindible una rápida intervención que lo impidiera.
En los primeros días de la primavera del 208 AC se encaminó hacia el sur, sabiendo que sus espaldas estaban protegidas y que en caso de peligro (que se unieran los ejércitos púnicos) podría refugiarse en Cartago Nova. Sin dar tiempo a que pudieran unírsele Magón, desde el sur, o Asdrúbal Giscón, desde el oeste, avanzó con rapidez sobre las posiciones del púnico, quien, enterado de la llegada de Escipión, decidió cambiar de sitio su campamento buscando un emplazamiento más seguro y fácil de defender. La nueva ubicación para las tropas la encontró en las proximidades de Baecula, ubicada en la parte alta del río Betis (Guadalquivir) muy cerca de Cástulo.
Tras conocer el acercamiento de los romanos, Asdrúbal trasladó su campamento a una posición muy sólida para su defensa, en lo alto de una meseta escarpada en el sur de Baecula, protegida por valles en los flancos y el río en el frente y la retaguardia. Además, la meseta estaba formada por dos escalones, y Asdrúbal colocó sus tropas ligeras y honderos en el escalón más bajo y su campamento principal en la parte más alta.
Tras su llegada, Escipión primero dudó sobre cómo atacar una posición tan fuerte, pero a sabiendas de que los otros dos ejércitos cartagineses podían aprovecharse de su inacción para unir sus fuerzas con Asdrúbal, decidió actuar el tercer día.
Antes de lanzar su ataque principal, Escipión envió dos cohortes bloquear las entradas al valle, separando los dos ejércitos que se encontraban en camino hacia Baecula, consiguiendo proporcionar seguridad a su fuerza principal a la vez que cortaba cualquier opción de retirada del ejército cartaginés.
Una vez que finalizó este despliegue preliminar, mandó los vélites y parte de su infantería contra las tropas ligeras cartaginesas, el resto de las tropas estaban preparadas dentro del campamento para intervenir cuando fuese necesario. A pesar del desnivel y de la lluvia de proyectiles, los romanos tuvieron dificultades para conseguir hacer retroceder a las tropas ligeras cartaginesas, pero una vez que lograron entablar un combate cuerpo a cuerpo no tuvieron dificultades en ponerlas en fuga.
Tras reforzar a su fuerza principal, Escipión hizo desplegar un ataque en forma de tenaza contra los flancos del campamento principal cartaginés. Para ello, ordenó a Cayo Lelio que dirigiese a la mitad de la infantería pesada hacia la derecha de la posición enemiga, mientras que él mismo dirigía el ataque sobre la izquierda.
Asdrúbal, mientras tanto, tenía la impresión de que el ataque romano no era más que una pequeña escaramuza, debido a que Escipión había ocultado a su ejército principal en el campamento hasta el momento del ataque final. Por ese motivo fracasó en desplegar adecuadamente a su ejército principal, y se vio envuelto en el ataque envolvente romano.
A pesar de haber caído en la trampa, Asdrúbal fue capaz de retirarse del campo de batalla con sus elefantes, su caravana de suministros y gran parte de sus tropas. Parece que sus principales pérdidas en la batalla se centraron en gran parte de sus tropas ligeras y de aliados hispanos. Esto se debió en gran parte al hecho de que los legionarios romanos prefirieron detenerse a saquear el campamento cartaginés en lugar de perseguir a Asdrúbal.
Las bajas fueron de 8.000 incluidos muertos y prisioneros del ejército cartaginés. Y que por lo tanto, Asdrúbal debió conservar un tercio o incluso tres cuartas partes del ejército.
Asdrúbal escapó presumiblemente hacia el Norte, siendo la salida natural el paso de Despeñaperros, e informó de sus planes a los otros dos generales púnicos. Atravesaría la Celtiberia y los Pirineos Occidentales, lejos del territorio bajo control romano, intentando pasar desapercibido.
En la campaña de 207 AC la participación de Escipión fue menor, limitándose simplemente a acosar a Asdrúbal Giscón, dejando en manos de sus lugartenientes, Marco Julio Silano y su hermano Lucio Escipión, las acciones militares. Silano al mando de 2 legiones sofocó la revuelta de los pueblos celtíberos soliviantados por Magón. Lucio con 2 legiones y 1.000 jinetes asedió y consiguió la rendición de Oringis (posiblemente la actual Jaén).
Batalla de Ilipa (206 AC)
Tras la derrota cartaginesa en la batalla de Baecula, Escipión controlaba toda la anterior zona de influencia cartaginesa en la península Ibérica, con la excepción del Valle del Guadalquivir. Allí los púnicos habían acumulado una gran cantidad de tropas traídas de África y de mercenarios ibéricos, con el fin de detener el avance romano. Todas estas fuerzas acamparon junto a la antigua ciudad turdetana de Ilipa, en espera de que los romanos les presentaran batalla en condiciones favorables.
A su vez, Escipión el Africano había salido de Tarraco, recabando apoyos y clientelas entre las tribus hispanas, de forma que llegó al valle del Guadalquivir con 45.000 infantes y 3.000 jinetes, una fuerza inferior a la cartaginesa, aunque con una gran moral de victoria. Escipión instaló su campamento, a poco más de 2 km al oeste de la actual localidad de Villaverde del Río. La decisiva batalla se produjo en el lugar conocido como »Vado de las Estacas», cerca de la ciudad de Ilipa.
El comandante de las tropas púnicas en esa batalla fue Asdrúbal Giscón, que comandaba un ejército superior en número al de los romanos: 50.000 infantes, 4.000 jinetes y 32 elefantes. Asdrúbal colocó a los infantes africanos en el centro y a sus flancos a los aliados hispanos. Como era costumbre, dispuso la caballería en ambas alas, detrás de los elefantes.
Durante varios días ambos ejércitos desplegaron frente a frente y, tras observarse toda la jornada, se retiraban a sus campamentos. Romanos y púnicos colocaban sus mejores tropas en el centro con los hispanos en los flancos.
Finalmente Escipión se decidió a dar batalla, utilizó la estratagema de salir del campamento muy temprano, sus tropas habían desayunado previamente. Sacó a los jinetes romanos y a los vélites y los dirigió al campamento cartaginés; detrás de ellos iba el resto del ejército en columnas que formaron una línea de combate, pero esta vez puso los romanos e itálicos en los flancos y los hispanos en el centro.
Los cartagineses sorprendidos por el madrugón romano, desplegaron a toda prisa y de la forma habitual, en ayunas sin haber desayunado. Asdrúbal frenó la avanzadilla con sus jinetes y tropas ligeras; más tarde todo el ejército se colocó en posición de batalla. Durante horas, ambos ejércitos estuvieron realizando escaramuzas.
Asdrúbal situó en el ala derecha la caballería hispana (2.000) y delante 16 elefantes. En el centro puso los aliados hispanos (10.000), a continuación las tropas cartaginesas (20.000) y a continuación los aliados hispanos y mercenarios africanos (10.000). En el ala izquierda la caballería númida (2.000) y delante 16 elefantes.
Escipión colocó la caballería romana (1.500) en su ala izquierda, delante unos 2.000 vélites. En el centro puso 2 legiones (8.000), a continuación los aliados e hispanos (20.000) y las otras dos legiones (8.000). En su ala derecha situó la caballería aliada (1.500) y delante 2.000 vélites.
La batalla se inició con el taque simultáneo de las alas púnicas, que avanzaron contra los vélites, estos iniciaron la batalla arrojando lanzas contra los elefantes, que huyeron asustados y heridos por los proyectiles, a continuación se produjo el choque de las caballerías. Los romanos a pesar de ser inferiores en número aguantaron.
En el centro, los legionarios que estaban en los flancos atacaron con fuerza a los hispanos que se defendieron ferozmente. Los africanos del centro del ejército cartaginés estuvieron largo rato sin entrar en batalla, observando como las legiones atacaban con gran determinación empezando a hacer retroceder a los hispanos. El cansancio y la falta de alimento hicieron mella en la capacidad combativa de los hispanos, a pesar de su gran número, las legiones siguieron presionando y el retroceso de los hispanos en los flancos, originó que el centro donde estaban los africanos, tuviera que replegarse para rehacer la línea. Escipión dio la orden a sus hispanos de atacar a la falange africana que había perdido cohesión durante el repliegue.
La línea cartaginesa se desmoronó, y comenzaron a retirarse, en un primer momento en buen orden, pero a continuación se produjo una desbandada hacia el campamento que se encontraba en una colina. Se podría haber producido una matanza que podría haber rivalizado con la de Cannas, pero se evitó por una tromba de agua que cayó súbitamente, lo que provocó la suspensión de todas las operaciones, permitiendo a los restantes cartagineses buscar refugio en su campamento.
Aunque temporalmente estaban a salvo en su campamento, los cartagineses no podían descansar. Frente al ataque romano inevitable se produciría a la mañana siguiente, se vieron obligados a reforzar sus defensas. Pero, a medida que más y más mercenarios ibéricos abandonaban el campamento, cuando la noche estaba avanzada, Asdrúbal intentó escapar con sus hombres que le quedan aprovechando la oscuridad.
A la mañana siguiente, Escipión ordenó de inmediato ir tras ellos. Dirigidos por la caballería, todo el ejército romano fueron tras las fuerzas de Asdrúbal. Cuando los romanos finalmente alcanzaron a las fuerzas cartaginesas, Asdrúbal solo contaba con 6.000 hombres, que huyeron en una cima de la montaña sin ningún tipo de suministro de agua, donde se atrincheraron.
Asdrúbal Giscón optó por fugarse, escapando una noche hasta la costa en donde la flota le recogió y llevo a Gades (Cádiz). Escipión, una vez informado de la huida del cartaginés, dejo a Silano con un contingente de 11.000 hombres para proseguir el cerco de la posición enemiga (en la que todavía se encontraba Magón). Él se dirigió a Tarraco con el resto del ejército en donde deseaba atender algunos asuntos referentes a los aliados. Asdrúbal, una vez en Gades, envío de nuevo a la flota a recoger a Magón Barca quién de esta forma también abandonó a las cercadas. Abandonados a su suerte, los cartagineses se rindieron.
Las bajas cartaginesas fueron 8.000 muertos y 10.000 prisioneros.
Tras la gran derrota, los aliados hispanos comenzaron a abandonar el ejército cartaginés y Asdrúbal Giscón se retiró a África, y Magón se retiró a las Baleares, donde empezó a reclutar un nuevo ejército.
Escipión embarcó en una quinquerreme escoltada a su vez por otra. Se dirigió hacia el puerto númida más cercano para entrevistarse con el rey númida Sifax. Se dió la casualidad, que en ese mismo lugar se encontraba atracado Asdrúbal Giscón con siete navíos de guerra. Los púnicos al apercibirse de la llegada de los dos barcos romanos, no tuvieron tiempo de armar y embarcar a las tripulaciones, por lo que los romanos atracaron en el mismo puerto, siendo protegidos ambos por las autoridades locales. Ni Asdrúbal ni Escipión se podían atrever a crear un tumulto en el puerto por temor a ofender al rey Sifax, más aún, cuando el objetivo de la presencia de ambos líderes era la de entrevistarse con él.
Finalmente, pese a la alianza que mantenía Sifax con los cartagineses, se selló un principio de acuerdo entre Escipión y el númida, tras el cual el general romano regresó a sus barcos y de allí, tras cuatro días de navegación, a Cartago Nova.
De vuelta en Hispania, Escipión se aplicó a la tarea de someter a alguna de las ciudades de las que todavía se desconfiaba, tanto por su poder como por sus anteriores hechos. Entre estas destacaban Cástulo e Iliturgis.
Intento de conquista de Gades( 206 AC)
Escipión ideó un plan para atacar Gades (Cádiz) con la complicidad de algunos de los dirigentes de esta ciudad, a tal efecto despachó L. Marcio con un ejército reducido y sin bagajes para aumentar así su rapidez de movimientos. Se dirigió a lo largo del valle del Guadalquivir y llegó hasta su desembocadura, donde casualmente encontró a al general cartaginés Hannón que se encontraba en el lugar reclutando mercenarios por orden de Magón Barca. El púnico disponía entonces de 700 jinetes y 6.000 infantes (de los que unos 4.000 serían hispanos, el resto africanos). Marcio les ataco y les hizo refugiarse en una colina, los mercenarios estaban deseosos de llegar a un acuerdo. Marcio les pidió que entregasen a su general Hannón. Lo aceptaron y cumplieron su petición. Después el romano pidió los prisioneros que tenían retenidos, también se los dieron, por último les pidió dinero y que bajasen de la colina al llano, en donde se formalizaría el acuerdo final.
Una vez que los mercenarios bajaron de la colina, L. Marcio les expuso la última de sus condiciones, la entrega de sus armas y podrían entonces podían retirarse a sus ciudades de origen. La indignación se apoderó de los celtíberos que gritaron que no entregarían sus armas. Se llegó al combate en el que tras haber opuesto una feroz resistencia, cayeron la mitad del los mercenarios, los otros pudieron retirarse junto a Magón Barca que llegó oportunamente a la costa al frente de una flota de 60 navíos con los que recogió a los mercenarios huidos.
Entre tanto, Lelio al mando de una pequeña flotilla de un quinquerreme y siete trirremes, llegó hasta el puerto de Carteia, en el estrecho. Allí volvió a recibir a los ciudadanos púnicos que estaban confabulados para, con el consentimiento de los principales de Gades, dieran acceso a la ciudad a los romanos. No se sabe como, pero la conjura fue descubierta por Magón Barca y sus responsables detenidos, encadenados y deportados a Cartago. El gobernador de la guarnición de Gades, Aderbal, les envió en una quinquerreme primero y más tarde alcanzando el barco con una escolta de 8 trirremes se dispuso a cruzar el estrecho.
En cuanto esta flotilla púnica fue divisada desde Carteia, la flota de Lelio salió rápidamente al combate, eso si, dejando pasar primero a la quinquerreme que marchaba en cabeza, ya que debido a las fuertes corrientes era virtualmente imposible que esta diese media vuelta para enfrentarse a los atacantes. Así, Lelio sorprendió a Aderbal quien se vio empujado a una lucha, que debido a que las corrientes hacían imposible cualquier maniobra de huida e incluso de batalla.
El choque fue caótico pues las trirremes de ambos contendientes maniobraban con muchas dificultades, sin embargo las embestidas fueron numerosas y el combate se generalizó luchando bravamente ambos bandos. La quinquerreme romana de Lelio, al ser un barco pesado y con más remeros, pudo moverse tácticamente con más facilidad, embistió a las trirremes púnicas hundiendo dos de ellas, e inmovilizando una tercera. Podía haber arrollado a las demás, si Aderbal dándose por vencido, no hubiese puesto proa a la costa africana desentendiéndose del combate. Lelio volvió a Carteia en donde fue informado de que la conjura en Gades había sido descubierta y que sus responsables habían sido enviados a Cartago, así las cosas recibió de Escipión la orden de retirarse.
Rebelión de Sucro y de los ilergetes
Escipión cayó enfermó, hasta tal punto parecía grave su enfermedad, que se rumoreó que había muerto, entretanto L. Marcio asumió el mando del ejército.
Cuando todo parecía que estaba controlado en Hispania, la guarnición romana que se mantenía acuartelada en Sucro (en la desembocadura del río Sucro actual Júcar) y que vigilaba el norte peninsular, se le debían pagas atrasadas y se rebeló contra sus mandos. Estos hechos convencieron a los ilergetes Indíbil y Mandonio de que Escipión habría muerto. Contactaron con los amotinados, se aliaron a ellos y no tardaron en reunir a los lacetanos, además de un buen número de los siempre belicosos celtíberos, atacando seguidamente el territorio de los suesetanos y los sedetanos, ambos aliados a los romanos y en esta tesitura abandonados por ellos.
Escipión, una vez informado del núcleo de las reivindicaciones, hizo ver que se disponía a satisfacer a los soldados enviando recaudadores a todas las zonas para conseguir de los aliados la cantidad de dinero necesaria para cumplir con lo exigido por la tropa. Mientras tanto se solicitó que los amotinados se dirigiesen a Cartago Nova de la manera que pudiesen, por grupos o en bloque, en donde se daría una salida a sus reivindicaciones. Preparó entonces un ejército en la misma ciudad con el declarado objetivo de atacar a los régulos ilergetes sublevados. Se acordó así mismo que los 7 tribunos que habían estado en Sucro con los rebeldes volviesen junto a ellos. Cada tribuno de una manera diplomática tenían que reunir a los considerados cabecillas, y mediante algún subterfugio alejarlos de la tropa con cualquier excusa, como invitarlos a un banquete, a hacer noche como invitados en sus casas etc.ú
Esto último se llevó a cabo a la perfección, siendo aparte retenidos y encadenados. La tropa, que había decidido acudir junta a Cartago Nova como medida de autoprotección, se sintió aliviada al saber que el ejército que se armaba en la ciudad marcharía al día siguiente a combatir a los lacetanos. Pensaban que se encontrarían inermes ante su presencia.
Tras llegar a su destino, a la caída de la tarde, se cruzaron dentro de la ciudad con el ejército que se preparaba para marchar a la guerra. Fue en ese momento cuando los cabecillas fueron separados de la tropa por los tribunos y encadenados. La multitud sin líderes poco después fue convocada por Escipión en asamblea. Al mismo tiempo el ejército, que salía de campaña se alejó en dirección a las puertas de la ciudad y en realidad lo que hizo fue detenerse en ellas, cerrarlas para que nadie saliese y desplegar guardias a lo largo de las diferentes entradas de la muralla.
Al llegar a la asamblea, los amotinados se mostraban arrogantes y poco comedidos, mostrando bien a las claras su atrevimiento y esperando así amedrentar al joven general. Cuando este apareció sobre la tribuna al mismo tiempo el ejército que se encontraba detenido a las puertas de la ciudad, acudió armado y se desplegó alrededor de los amotinados; estos, por aquel entonces unos 10.000, inmediatamente se sumieron en la consternación y se asustaron, más aún, cuando el semblante del general se mostraba tenso y mostraba a las claras una indisimulada ira.
Permaneció un rato Escipión sin mediar palabra, sentado en la tribuna, ante la soldadesca, hasta que anuncio que traería al lugar a los promotores de la rebelión y que entonces comenzaría la asamblea. Así ocurrió, tras dirigirse largamente a la tropa, echando en cara no solo su rebelión si no el hecho de hacer causa común con los enemigos de Roma, Indíbil y Mandonio. Finalmente anunció que la ofensa quedaría lavada con el castigo inmediato de los culpables. Inmediatamente los soldados que rodeaban la asamblea de los amotinados cerraron filas y comenzaron a golpear sus escudos con las espadas. Los rebeldes aterrados, vieron como entonces se pronunciaban los nombres de los condenados y arrastrados desnudos al suplicio. Fueron azotados con varas y seguidamente decapitados uno a uno. Los pocos rebeldes que respondieron a los gritos de socorro de los convictos fueron muertos rápidamente por los soldados leales y así, tras la muerte de los 35 soldados considerados cabecillas de la revuelta, Escipión dio por zanjado el asunto de la rebelión.
Tras solucionar el problema en su ejército, Escipión se dispuso a castigar a los ilergetes que habían traicionado la alianza y que habían osado atacar a los otros pueblos aliados a Roma en la zona.
Indíbil y Mandonio, tras las noticias del fin del motín, habían regresado a sus territorios y se mantenían inactivos a la espera de que el general romano perdonase sus faltas. Esperanza que aún tenían, pues había perdonado a sus propios soldados. Una vez confirmada la noticia de la atroz muerte de los responsables de la revuelta, armaron de nuevo a sus gentes, pues no esperaban ya de Escipión ninguna medida de clemencia. El ejército ilergete y aliado marchó así al territorio sedetano (o puede que edetano) en donde mantenían un campamento atrincherado levantado en la última de sus incursiones meses atrás. Las fuerzas hispanas sumarían unos 20.000 infantes y 2.500 jinetes.
Escipión cruzó el Ebro y se dirigió contra los ilergetes. Ambos ejércitos se encontraron en un valle angosto, que no permitía desplegarse correctamente y que favorecía a los romanos que luchaban mejor cuerpo a cuerpo, y la caballería tampoco podía maniobrar.
Escipión dispuso la formación, y ordenó a Lelio, que con un grupo de jinetes diese un rodeo por las montañas que conformaban el valle, para atacar a los enemigos por retaguardia. Los hispanos fijados al frente por la infantería romana y con la súbita aparición de la caballería romana atacados también por retaguardia, fueron completamente derrotados. Los ilergetes que pudieron, escaparon por las montañas y con ellos Indíbil y Mandonio. Del ejercito ilergete puede que solo se salvase un tercio de sus efectivos.
Escipión perdonó más tarde a los régulos hispanos que se avinieron de nuevo a la alianza y al pago de una compensación económica que el romano les exigió para hacer frente a los gastos de su ejército. El ejército romano se desplazó de nuevo hasta Turdetania, con la esperanza de concluir de una vez con la presencia de los cartagineses en la península, que estaban arrinconados en Gades.